Filosofía y Ciencia
Descartes y su obra
Vida de Descartes
René Descartes nació en 1596 en La Haya, aldea de Turena, en el seno de una familia acomodada. Ingresa en el colegio de La Flèche en 1606, recién fundada por los jesuitas. Allí estudió lógica, física, metafísica y matemáticas, familiarizándose con las doctrinas de Aristóteles y Santo Tomás. Tras terminar sus estudios en esta escuela, Descartes se licencia en Derecho por la Universidad de Poitiers. Gracias a no tener problemas económicos dedica su juventud a “viajar, ver cortes y ejércitos”. Se alistó en el ejército del príncipe Mauricio de Nassau, en los Países Bajos, contra los españoles. Allí, un sabio holandés, Isaac Beeckman, le inició en el estudio de la geometría y de la física-matemática. Al año siguiente se alista en el ejército de Maximiliano de Baviera, que luchaba contra el Rey de Bohemia. Durante un invierno en una aldea de Alemania se dedica a buscar un método para resolver cualquier problema de geometría y tras esto se plantea tratar de encontrar un método para tratar de encontrar un método para poder descubrir la verdad en cualquier rama de la ciencia. Es entonces cuando plantea el “Método” (1619)
A partir de este momento se dedica a viajar, para finalmente asentarse en Holanda. Durante unos treinta años realiza diversos estudios científicos y metodológicos. Tras la condena de Galileo, decidió no publicar uno de sus libros y otros los publicó de forma anónima, ya que no quería perder su paz. Durante su retiro en Holanda le llega una invitación de la Reina Cristina de Suecia, la cual quería tener en su Corte al hombre más grande de la época. Tras mucho insistir, Descartes acaba accediendo, pero el riguroso clima nórdico acaba con su vida por una pulmonía en febrero de 1650.
Obra de Descartes
El 8 de junio de 1637 se terminó de imprimir el Leyden el Discurso del Método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias. Fue escrito en francés y no en latín, como Descartes había planeado, y apareció como prefacio de tres ensayos científicos: la Dióptrica, los Meteoros y la Geometría.
La siguiente de sus obras fue Meditaciones metafísicas (1641), que al igual que la primera sufrió diversas transformaciones hasta quedar definitivamente configurada. En esta obra se recoge el conjunto de la filosofía cartesiana: la “duda metódica”, el “cogito, ergo sum”, las dos vías de demostración de la existencia de Dios, el criterio de verdad como aquello que concebimos clara y distintamente, la naturaleza del error, la “rex extensa” y la separación cuerpo-mente.
Los principios de la filosofía (1644) trata el conocimiento humano, las cosas materiales, el mundo visible y la tierra.
Y también Las pasiones del alma (1649), Le Monde, ou Traité de la lumière; Traité de l´homme, et de la formation du foetus, e Investigación de la verdad por la luz natural.
En 1701 se publica su obra póstuma Reglas para la dirección del espíritu, obra incompleta que estaría formada por 36 reglas de las cuales sólo se llegaron a redactar 21, las 7 primeras equivalen a las normas del método, las otras, si bien agregan poco al discurso, aclaran en gran medida la filosofía cartesiana con sus aplicaciones y ejemplos.
Contexto histórico
La filosofía de Descartes aparece en plena búsqueda de un nuevo método frente al “Organon” aristotélico. La figura más importante hasta la época en lo concerniente a este cambio había sido Francis Bacon, quien con su “Novum Organum” pretendía acabar con la lógica de deducción aristotélica e implantar su lógica de inducción.
El razonamiento deductivo consistía en el planteamiento de un silogismo. Éste consta de dos premisas: una mayor, que enuncia el principio general, y una menor, que se refiere al caso particular incluido en el principio general. De ambas premisas se extrae una conclusión, que es la nueva verdad que interesa. El ejemplo aristotélico es: “Todos los hombres son mortales”, “Sócrates es un hombre”, luego Sócrates es mortal”.
Santo Tomás hereda este método deductivo fundando la escolástica. La fuente de principios generales (premisas mayores) venía dada por la fe o bien por los antiguos saberes aristotélicos.
Pero he aquí que se empieza a cuestionar las bases del silogismo. En primer lugar, se pone en duda la verdad de la fe cristiana; en segundo lugar se ponen en duda muchas de las premisas mayores tradicionalmente aceptadas, pero sobre todo, se ve la imposibilidad de hallar nuevas verdades sobre temas de los cuales no existen premisas mayores, y el método deductivo no contempla forma alguna de encontrar nuevas premisas mayores si no es a partir de la revelación. Critica a Bacon de la siguiente manera: “la lógica aristotélica es inútil para la invención científica, y sirve más para fijar y consolidar errores fundados en nociones vulgares que para inquirir la verdad, de tal modo que es más perjudicial que útil”. También Descartes se pronuncia acerca del tema pero sin tanta brusquedad, recordemos que había estudiado durante años bajo el método aristotélico, y así dice: “es completamente inútil para los que desean investigar la verdad de las cosas, y sólo se puede aprovechar, a veces, para exponer con mayor facilidad a los otros las verdades ya conocidas”.
Surge pues frente a este método el inductivo de Bacon, que se basa en la observación de los casos particulares para remontarse a la enunciación de verdades de generalidad cada vez mayor, yendo siempre paso a paso y con extrema cautela para tener la seguridad de no cometer un error basado en la generalización precipitada. Como podemos ver, Bacon asienta lo que serán los principios del empirismo.
Resumen del Discurso del Método
El Discurso del Método, que en un principio fue concebido como prefacio de tres ensayos científicos, se dispone en seis partes bien diferenciadas:
En la primera parte nos muestra por qué piensa que es necesario un método “para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias”. Dice Descartes: “no es suficiente, pues, poseer un buen ingenio, sino que lo principal es aplicarlo correctamente” y también “aquellos que caminan con gran lentitud si siguen el recto camino, pueden lograr una gran ventaja sobre aquellos que avanzan con mayor rapidez pero que se han alejado de tal camino”. Para Descartes el ingenio es la suma de la agilidad mental, la imaginación y la memoria, pero todo esto necesita un buen método para acrecentar progresivamente los conocimientos y situarlos lo más alto posible.
Otro de los puntos que trata en este capítulo es la frecuencia de errores en el pensamiento humano, otro motivo más por el cual se hace necesario el uso de un buen método: “puedo, no obstante, estar equivocado y apreciar como oro y diamantes lo que no es si no un trozo de cobre o cristal”, “conozco nuestra propensión a equivocarnos en todo lo que nos afecta”.
Tras esto, Descartes da muestras de la continua modestia que emana de todo el escrito, advirtiendo que el método que él ha pensado no tiene por qué ser universal, sino que está pensado para sí mismo, para su uso personal, aunque pudiera ser que otras personas pudieran aprovecharlo parcial o totalmente.
La segunda mitad de esta parte la dedica a hacer un repaso por las diversas ciencias que ha estudiado, que en un principio apoya pero tan solo para seguidamente apuntar todos los fallos metodológicos de cada una, poniendo en tela de juicio todo lo dicho hasta el momento sobre ellas. La única que se salva es la matemática, ya que tiene un buen método a base de irrebatibles demostraciones, si bien, dice Descartes, no es de gran utilidad. Pero es en lo concerniente a la filosofía en lo que habemos de dudar más, pues es una de las ciencias menos objetivas y metodológicas de todas, dice Descartes: “considerando cuan diversas opiniones pueden darse relacionadas con una misma materia, sostenidas todas ellas por gente docta, cuando sólo una de ellas puede ser veradadera, estimaba como falso todo lo que no era más que verosímil”.
Por último se decide a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en sí mismo o en el gran libro del mundo, dedicando el resto de su juventud a viajar y coleccionar experiencias.
En la segunda parte del Discurso, Descartes opina que todo lo que ha aprendido, y de lo cual duda, se vuelve contra él en forma de prejuicios que impiden que pueda tomar juicios tan solo guiados por la razón, así que lo primero que hace es tratar de eliminar todo aprendizaje de su mente, librándola de prejuicios. Asimismo también opina que debe evitar los prejuicios provocados por las modas, puesto que lo que ahora gusta antes se aborrecía y lo más probable es que vuelva a dejar de gustar en el futuro. También se debe evitar el etnocentrismo, ya que lo que en otros lados se hace no es malo sólo porque lo juzguemos comparándolo con las propias costumbres, tan solo la razón podrá dictaminarlo.
Otra idea que vuelve a hacer patente, reflejando una vez más su gran modestia, es la de que cada uno debe conducirse a sí mismo, no podemos ni debemos intentar conducir a los demás, cada uno debe buscar su propio camino.
Esta parte tiene una importancia capital en el conjunto del Discurso, puesto que es aquí donde se expone el método propiamente dicho. Lo primero que nos dice Descartes es: “tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas, que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer”. A continuación expone los pasos para buscar la razón con su método:
“No admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haberla conocido evidentemente como tal, es decir, evitar con todo cuidado la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda”.
“Dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas partes como fuera posible y necesario para su mejor solución”.
“Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de reconocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos de los otros”.
“Realizar enumeraciones y recuentos tan completos y revisiones tan generales y amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada”.
Descartes comienza a practicar con el álgebra y la aritmética para habituar su mente a pensar de forma metódica, observando que con el solo conocimiento de sus principios, puede ir poco a poco de la base a lo más complejo. Así pues, se propone encontrar la base de la filosofía, que para él es “lo más importante del mundo”, y poder así obtener cada vez más complejos y verdaderos conocimientos filosóficos.
La tercera parte no tiene gran valor ni en cuanto al método ni respecto a la filosofía cartesiana en general. En ella Descartes plantea básicamente el problema de “la moral provisional”, es decir, las máximas que de seguir en el tiempo que quedase entre que desterrara de su mente las máximas aprendidas y hasta que instaurase unas nuevas provenientes de sí mismo por medio de la razón. Así elabora las siguientes:
1ª Máxima: optar siempre por el camino más moderado, conservar las costumbres y leyes establecidas, para poder vivir en sociedad y mantener su creencia en Dios.
2ª Máxima: ser firme y decidido en las acciones y decisiones.
3ª Máxima: saber apreciar lo que se tiene en su justa medida y no desear aquello que es imposible de conseguir, pues solo conlleva desgracia. Saber que pese a todo, pase lo que pase, siempre le quedan a uno sus pensamientos.
Descartes piensa que no podría ser más dichoso de lo que con la labor de cultivar su razón de por vida. Para ello una vez más nos dice que lo mejor es viajar y hablar con los hombres de todo el mundo, “siendo más espectador que actor”, para finalmente retirarse a reflexionar en paz.
En la cuarta parte retoma la labor filosófica del Discurso y pasa a intentar descubrir un principio filosófico verdadero a partir del cual pueda desarrollar el resto de su filosofía. Primero se propone “rechazar como verdadero todo aquello en lo que pudiera albergar la menor duda”, y así llega a la idea del “cogito, ergo sum” (pienso, luego soy), la idea de la cual le es imposible dudar, la cual establece como primer principio de su filosofía. A partir de este principio también ve como indudable la existencia del alma humana, suponiendo como cualidad esencial de ésta la capacidad de pensar: “rex cogitans”. Esto no quiere decir que con ello quede demostrada la existencia del cuerpo, sobre lo cual a Descartes aún le caben dudas.
Lo siguiente en lo que piensa Descartes es en la idea de perfección. Observa que le es posible imaginarse la perfección de las determinadas características, y siguiendo la filosofía platónica de las ideas innatas, decide pensar, que la posesión de esas ideas sólo puede ser debida a que se las haya implantado en su mente un ser perfecto, es decir, Dios. Esta es la demostración cartesiana para la existencia de Dios. Se explica Descartes diciendo: “la razón nos dice que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad”.
También en esta parte apunta las causas por las cuales podemos tomar como cierto algo que no lo es:
Los sentidos no siempre nos muestran la verdad y son muy subjetivos.
Es imposible distinguir la vigilia del sueño.
Puede que exista una especie de “genio maligno” que nos haga creer como verdaderas cosas falsas.
En la quinta y sexta parte se separa totalmente del interés del Discurso para continuar divagando sobre ciertos temas, como la circulación de la sangre o la demostración de que los animales no tienen alma, porque no demuestran que puedan pensar mediante un lenguaje completo y coherente. Tras esto, termina el escrito narrando cuáles son sus planes para el futuro, los problemas que existen para la libre publicación de ciertos escritos, así como los motivos que le impulsaron a escribir el Discurso.
El Racionalismo
Con Descartes se inaugura una nueva época de la filosofía caracterizada por la autonomía absoluta de la razón. La autonomía de la razón implica que su ejercicio no sea coartado o regulado por ninguna instancia exterior y ajena a la razón misma, sea esta la tradición, la autoridad (“ídolos del teatro”) o la fe religiosa. A esta corriente filosófica pertenecen Descartes, Spinoza, Malebranche y Leibniz. Para los racionalistas las matemáticas ejemplifican el ideal de saber que pretenden instaurar.
Las afirmaciones del racionalismo acerca del conocimiento son: en primer lugar, que nuestro conocimiento de la realidad se construye deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes. En segundo lugar, que estas ideas y principios son innatos al entendimiento, que este los posee en sí mismo al margen de toda experiencia sensible.
Un problema crucial del racionalismo es la relación existente entre las distintas sustancias, específicamente entre la sustancia pensante (alma) y la sustancia extensa (cuerpo). Malebranche introduce la teoría ocasionalista, según la cual unas sustancias no actúan sobre otras, sino que es Dios quien realmente actúa. Leibniz propuso la teoría de la armonía preestablecida, según la cual Dios, al crear las mónadas (sustancias simples e inextensas), las ordenó de tal modo que, aun sin existir influencias mutuas entre ellas, el resultado de su actividad es el orden armónico de la totalidad. En cuanto a Spinoza, su monismo le permite obviar perfectamente el problema puesto que “en realidad, cuerpo y mente son una misma cosa que se concibe, en su caso, bajo el atributo de pensamiento y, en el otro, bajo el atributo de la extensión”.
La Filosofía Cartesiana y el Método
Descartes afirma que hasta ahora en las ciencias, excepto en las matemáticas, no se ha hallado la verdad, sino verosimilitud, así que propone un método que haga trabajar correctamente a la razón. Como el ambiente en Europa es de escepticismo, Descartes trató de crear al hombre perfecto racional que lo pueda saber todo.
La primera parte del método es la duda metódica, que consiste en dudar sistemáticamente de todo hasta hallar algo de lo que sea imposible dudar. Los motivos de duda son:
Los sentidos no muestran siempre la verdad y son muy subjetivos.
Es imposible diferenciar entre la vigilia y el sueño.
Puede que exista una especie de “genio maligno” que nos haga creer como verdaderas cosas falsas.
Cuando Descartes ya pensaba que había caído en el total escepticismo, descubrió como idea clara y distinta que no podía dudar de que pensaba y dudaba, aunque lo hiciera mal, enunciando el famoso “pienso, luego existo”. Descartes establece que todo lo que percibe tan clara y distintamente como su propia existencia es verdadero.
A partir de aquí inicia la búsqueda de intuiciones (naturalezas simples) que se puedan apreciar clara y distintamente. Para ello crea el método cartesiano:
Buscar la verdad con cuidado y sin prejuicios, con la razón por delante
Dividir el objeto de estudio en partes tan simples como fuera posible.
A partir de lo simple ir analizando ordenadamente lo más complejo.
Repasar parte por parte, comprobando la verdad de los resultados obtenidos.
El resto de la filosofía cartesiana son los resultados de la aplicación del método, obteniendo los siguientes resultados:
Lo primero que ve es que puede demostrar la existencia del alma humana a partir del “pienso, luego existo”, puesto que el atributo esencial del alma es la capacidad de pensar (“res cogitans”).
Después dice Descartes que encuentra también clara y distintamente las ideas, puesto que están en el pensamiento, puede dudar de que algo sea real, pero no de la existencia de la idea de tal de tal cosa que posee. Divide a las ideas en tres tipos:
Adventicias: producidas por la experiencia.
Facticias: producidas por la mente a partir de otras ideas ( por ejemplo, a partir de la idea de caballo y la idea de alas, puedo crear la idea de caballo alado)
Innatas: todas aquellas que no hayan sido inducuidas han de ser innatas, porque si no no las tendríamos.
Esto le da pie a encontrar otra verdad: la de la existencia de Dios. Para Descartes Dios es una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente. Dado que ninguno de estos atributos puede ser experimentado en la naturaleza, la idea de estos ha de ser innata, y como todas las ideas tienen que estar fundadas, por tanto se concluye en la indudable existencia de Dios.
La existencia de las cosas materiales se debe a que Dios nos ha otorgado una fuerte inclinación a creer que las ideas que tenemos parten de las cosas corporales (“res extensa”), y Dios en su infinita bondad no es capaz de engañar, así pues son ideas adventicias y por tanto tienen un fundamento real cuyo atributo esencial es la extensión espacial.
Por último y ya aparte de la concatenación de demostraciones de verdades filosóficas realizada por Descartes, cabe destacar la solución que da éste para resolver el problema de la relación entre alma y cuerpo. En un principio presentó tal interrelación como un acto uniéndose con éste en la “glándula pineal” o “hipófisis”, situada en el cerebro. Gracias al descubrimiento de la circulación de la sangre de Manuel Servet, que Descartes apoya en la quinta parte del Discurso, mantiene que en la sangre existen una serie de espíritus vitales que recorren el cuerpo y al pasar por la glándula pineal transmiten la información del cuerpo al alma y recogen la del alma para el cuerpo. Ahora bien, finalmente terminó por declarar que le resultaba incomprensible dicho problema.
Crítica Personal
Aunque me veo incapaz de poder discutir lo expuesto por Descartes en sus escritos sin utilizar las críticas, tesis y teorías de otros autores debido a mi escaso conocimiento propio en lo que concierne al terreno filosófico, intentaré hacer una crítica constructiva siguiendo mis propios pareceres sobre la filosofía cartesiana.
La duda metódica con la que comienza Descartes su filosofía la veo como la idea más brillante que ha engendrado. Ahora bien, desearía remarcar aquí algo que creo que a Descartes se le pasó por alto, y es que para poder realizarla se necesita un buen y vasto aprendizaje previo. Descartes ya lo poseía y era del cual se intentaba desembarazar y por eso no vio que sin él habría caído irresolublemente en el escepticismo.
En segundo lugar, y siguiendo con la duda metódica, no me parecen demasiado acertados los motivos de duda. En cuanto a la poca fiabilidad y mucha subjetividad de los sentidos estoy plenamente de acuerdo, así como también lo estoy en lo referente a la muy lógica idea de que pudiese existir algún “genio maligno” que nos hiciera creer como verdadero aquello que es falso. Negar esto sería sólo una muestra de terquedad e irreflexión. Mas en lo tocante a la diferenciación entre vigilia y sueño, a pesar de que los límites entre ambos no son muy diáfanos, no creo albergar la menor duda entre ambos estados, y a veces durante un sueño soy capaz de discernir que tal cosa que sucede no puede ser más que un sueño y me despierto, así pues no veo el fundamento por el cual Descartes mantiene esto.
La demostración de la existencia del alma me parece en todo acertada, siempre que consideremos como “alma” el simple atributo de la capacidad de pensar y nada más trascendental. El “pienso, luego existo” debe ser tomado como una de las sentencias más célebres de la historia a mi entender.
En cuanto a la demostración de la existencia de Dios, todo se vuelve muy confuso. Sin ir más lejos, la misma forma de escribir se vuelve incomprensible, tergiversada y llena de retórica cuando trata este tema, como si usase la antigua oratoria sofista para convencer al auditorio de su postura, aunque ésta no tenga un fundamento verdadero. Pienso que debido a la importancia que le daba a la fe, no podía permitir dejar de creer, así como tampoco podría vivir a gusto consigo mismo, admitiendo que algo es verdadero cuando sólo es verosímil, o ni tan siquiera eso, debía dudar de ello, pero no quería hacerlo. Son varios los momentos a lo largo del Discurso donde dice que a pesar de ciertas circunstancias él seguía manteniendo la fe, como por ejemplo cuando expone su moral provisional. No creo que la existencia de Dios sea demostrable, ni veo que ningún teólogo o filósofo haya conseguido dar una demostración de la que sea imposible dudar, así que creo que lo más oportuno es dejar el tema de la fe como creencia ciega para uno consigo mismo. En cuanto a lo que Descartes dice de que ideas como infinito, eterno, omnipotente, etc., que definen a Dios sean innatas, no lo veo tampoco de una forma indudable. Pienso que puede haber cometido en este punto un nuevo error, no descarto que puedan ser facticias o que se puedan abarcar dentro de alguna otra categoría que Descartes no alcanzó a vislumbrar.
A partir de este fallo, se desmoronaría su demostración de la existencia de las cosas materiales, dado que la fundamenta en la anterior.
Otro punto es la interrelación entre alma y cuerpo, sobre la cual me declaro impotente de plantear una solución racional, como Descartes.
Finalmente otro punto donde difiero de lo planteado por Descartes es en la demostración de que los animales no tienen alma. Lo mantiene debido a que el atributo esencial del alma es el poder pensar, y para ello se precisa un lenguaje completo y coherente. Descartes descarta toda posibilidad de que lo tengan, pero dos son los factores que hoy en día impulsan a pensar lo contrario: uno es la plena aceptación de la teoría evolucionista de Darwin, por la cual somos fruto de una gradual evolución a partir de unos mismos orígenes, y por tanto pertenecemos al reino animal por pleno derecho, diferenciándonos de ellos en cuanto a que tenemos un lenguaje más desarrollado y una mayor capacidad de pensar, pero ello no descarta que los demás animales no la posean. Lo único que cambia es el grado de desarrollo: en segundo lugar está el hecho de que habiendo experimentado con monos, se les ha conseguido enseñar el lenguaje de los ciegos, y mediante él se ha podido demostrar que pueden pensar coherentemente y transmitir tales pensamientos. Así pues, a la vista de tales motivos, creo que está sobradamente demostrado el error cometido por Descartes en este tema
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