Religión y Creencias
Cristianismo
EL CRISTIANISMO.
( Inicio del cristianismo en Palestina hasta el Cisma de Oriente)
INTRODUCCIÓN.
Para el desarrollo del presente trabajo intentaré hacer un resumen o reseña histórica de los primeros años del Cristianismo; iniciando con los acontecimientos más importantes sucedidos después de la Resurrección y concluyendo el presente con el Cisma de Oriente ( año 35 al año 1000 d. C. aprox.)
Como podrá notarse durante el desarrollo del presente estudio, algunos de los sub temas tratados podrían ser el origen de grandes temas de investigación y por lo mismo ocuparnos horas y horas de trabajo, lectura, reflexión e investigación. En ningún momento es mi intención hacer o presentar un trabajo que sea la última investigación a nivel bibliográfico o un estudio lo más profundo en el mismo tema.
Es mi intención realizar una reflexión personal en relación a ciertos temas y en este caso períodos de la Historia de la humanidad que considero encierra una gran riqueza para mi forma muy personal de considerar el desarrollo del Cristianismo en sus etapas iniciales.
El cristianismo en Palestina:
Después de la ascensión de Jesús a los cielos, los discípulos volvieron a Jerusalén. Simón Pedro, piedra angular de la comunidad, propuso en una reunión de unas ciento veinte personas que se designara a quién debía ocupar el lugar de Judas Iscariote en el apostolado. La suerte recayó en Matías, quien completó el número de los apóstoles.
Unos días más tarde al cumplirse los cincuenta de la Pascua, en que tenía lugar la fiesta de Pentecostés, “estaban todos juntos en un mismo lugar, cuando de repente sobrevino un ruido, como de viento impetuoso que sopla, y llenó toda la casa donde estaban. Al mismo tiempo, vieron aparecer unas como lenguas de fuego que se repartieron y se asentaron sobre cada uno de ellos. Entonces fueron llenados todos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas. . . Había a la sazón en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones del mundo. Divulgado este suceso, acudió una gran multitud de ellos, y quedaron atónitos al ver que cada uno oía hablar a los apóstoles en su propia lengua” (Hch. 2, 1-6). Con la presencia del Espíritu Santo en el Cenáculo se había cumplido una de las promesas de Jesús.
Seguir paso a paso la expansión del Cristianismo por Palestina requeriría mucho espacio. Baste considerar que la labor emprendida por los apóstoles dio pronto mucho fruto. A raíz del hecho que se ha consignado, un sermón de Pedro hizo que fueran bautizadas “cerca de tres mil personas” ( Hch. 2, 41) Y añade Lucas: “perseveraban todos en las instrucciones de los apóstoles y en la comunión de la fracción del pan, y en la oración” ( Hch. 2,42)
“ Los creyentes, sigue diciendo Lucas, vivían unidos entre sí, y nada tenían que no fuese común para todos ellos”. (recordemos que Dios castigó con la muerte a quienes mintieron a Pedro, reservándose una parte de su dinero). “ Vendían sus posesiones y demás bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Asistiendo asimismo cada día largos ratos al templo (de Jerusalén), unidos por un mismo espíritu y partiendo el pan ( celebrando la Eucaristía) por las casas (particulares de los miembros de la comunidad). Tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y haciéndose amar de todo el pueblo. Y el Señor aumentaba cada día el número de los que abrazaban el mismo género para salvarse (Hch. 2, 44-47)
Surge incipiente la jerarquía en cada nueva comunidad: un Obispo, varios sacerdotes y los diáconos que le ayudan en la administración de bienes comunes, distribución de limosnas, auxilio a las viudas, huérfanos, pobres y enfermos. El joven diácono Esteban fue el protomartir del cristianismo; pagó su ardor con la vida. Acusado ante el Sanedrín de haber pronunciado palabras contrarias al espíritu de la Ley mosaica y de haber vaticinado la destrucción del Templo de Jerusalén, fue apedreado (33 d.C.) por el pueblo ante las murallas de la ciudad.
Con esto se inicia una persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Varios cristianos marcharon de la ciudad. El diácono Felipe predicó con éxito en Samaria para centrar luego su apostolado en Cesarea. Otros lo hicieron en Judea. Y otros empezaron a evangelizar a los gentiles.
La tradición eclesiástica invocaba, desde muy antiguo, la llegada del apóstol Pedro a Roma ( 43 d.C.), la creación temprana de la Iglesia de la capital del orbe, las discusiones que provocó en la colonia judía y que motivaron en el 49 un decreto de expulsión de los judíos, el regreso hacia el 58 y la redacción desde Roma de la primera epístola dirigida por Pedro a las comunidades de Asia Menor. En Roma halló Pedro la muerte, en la persecución del año 67, pereciendo crucificado cabeza abajo, en la arena del circo de Nerón que se alzaba en el montículo Vaticano. tenían plena vigencia las palabras de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. . . A tí te daré las llaves del reino de los cielos. . .” (Mt. 16, 18-19), que fundamentarán la primacía de Pedro sobre los restantes obispos. Excavaciones realizadas durante los últimos años en el subsuelo de la actual Basílica Vaticana han permitido localizar los restos de la tumba del apóstol. Según parece, debió consistir en una humilde sepultura edificada en un predio cristiano al lado de un camino público que atravesaba una zona sepulcral .
A fines del siglo primero, se escribió la Doctrina de los doce apóstoles, compendio surgido de las zonas de Siria, Palestina o Egipto, compuesto en griego y vertido al latín y al árabe. Es la primera colección de derecho canónico y contiene datos exclusivos sobre las primeras comunidades. Algunos fragmentos del mismo podrán dar idea de su texto:
“ Dos son los caminos, el de la vida y el de la muerte y difieren mucho estos dos caminos. Pues el camino de la vida es éste: primeramente amarás a Dios, que te ha creado y luego, al prójimo como a ti mismo. . . Abstente de deseos carnales y corporales. . . Mójese en sudor la limosna en tus manos hasta que sepas a quien has de darla. . . No matarás, no cometerás adulterio, no abusarás de los jóvenes, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia, no envenenarás, no harás perecer el infante concebido, provocando el aborto, ni lo matarás una vez nacido. . .” (Doct., c.I).
“No habrá doblez en tu pensamiento ni en tu lenguaje, pues la doblez en el hablar es red que lleva a la muerte. Tu palabra no será mentirosa, ni avara, sino llena de eficacia. No serás codicioso, ni rapaz, ni hipócrita, ni maligno, ni soberbio. No formarás ningún mal designio contra tu prójimo ... (Doct., c.2)
“ Cada día del Señor (cada domingo), luego que os hayáis reunido, partid el pan (eucarístico) y dad gracias, previa la confesión de vuestros pecados, a fin de que sea puro vuestro sacrificio” ( Doct., c.14)
“ Elegid para vosotros obispos y diáconos dignos del Señor. . . velad sobre vuestra vida. . . Pues en los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores; y las ovejas se tornarán lobos, y el afecto se cambiará en odio. . . ( Doct., c.16) .
Pablo, evangelizador de los gentiles:
Saulo o Pablo de Tarso, nacido hacia el año 10 d.C. en una familia israelí, era ciudadano romano. En Jerusalén asistió a la escuela del rabino Gamaliel el Grande, se adscribió luego al grupo fariseo y se convirtió en perseguidor de los cristianos, aprobando la sentencia del Sanedrín contra el diácono Esteban. Yendo de Jerusalén a Damasco, comisionado por el Sanedrín para prender a los judíos cristianizados, según explica Lucas en los Hechos de los Apóstoles, “ ya se acercaba a esta ciudad cuando de repente le cercó de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo ¿Por qué me persigues? y él respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y el Señor le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. . . Él entonces, temblando y despavorido, dijo: Señor ¿qué quieres que haga? Y el Señor le respondió: Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá lo que debes hacer”. ( Hch. 9, 3-7)
Tres días estuvo ciego Saulo, o Pablo, en Damasco hasta que Ananías, obedeciendo instrucciones del Señor le impuso las manos y le bautizó. Saulo se convertía desde entonces de perseguidor en apóstol del cristianismo. Con centro de la comunidad de Antioquía donde le llamó Bernabé, se preparó para evangelizar el Asia Menor. El año 44, Pablo con Bernabé y Juan, llamado de sobrenombre Marcos, partía de Alejandría, predicaba en la isla de Chipre, y marchaba luego a Panfilia y Pisida. Se adentró por Licaonia y llegó a Iconio, Listra y Derbe para regresar a Antioquía por tierra. En el segundo viaje misional, alcanzó Frigia, Misia y Macedonia, fundó la comunidad de Tesalónica, predicó en Atenas y Corinto, donde permaneció unos dieciocho meses. Fundó iglesias en la mayor parte de las ciudades que visitó y regresó a Palestina pasando por Éfeso, para volver a Antioquía.
Unos dos años después ( 54 d.C.) recorrió, en su tercer viaje, el centro de Asia Menor ( Frigia y Galacia) y estuvo más de dos años en Éfeso, donde logró numerosas conversiones para navegar hacia Tesalónica y andar luego a Corinto. Por Mileto, regresó a Jerusalén y allí fue perseguido y conducido a Cesarea, en cuya cárcel pasó dos años. Su apelación al César le valió el traslado a Roma. Gozó en Roma de una libertad vigilada que no le impidió proseguir su obra evangelizadora, llegando probablemente hasta la Tarraconense, mas en la persecución decretada por Nerón murió decapitado (67 d.C.).
El final de la etapa Apostólica
Hacia el año 62, el sumo sacerdote del judaísmo, Aniano, hizo prender al apóstol Santiago, que regía la iglesia de Jerusalén, y le ajustició. Uno de sus hermanos, Simón, fue llamado a sucederle, pero la situación política de Palestina se agravaba y los conflictos internos del hebraísmo eran cada día mayores. De los apóstoles vivía tan sólo Juan, el evangelista, que se había trasladado a Éfeso, iglesia madre de muchas de Asia Menor y Gracia, donde se manifestaban brotes gnósticos.
El emperador Vespaciano no molestó a los cristianos y el cristianismo siguió extendiéndose, hasta que, en el año 90, Domiciano inició una nueva persecución. Juan fue llevado primero a Roma y desterrado luego a la isla de Patmos, donde escribió el “Apocalipsis” y algunas de sus cartas. Bajo el imperio de Nerva, de quien dice su biógrafo Xifilino que “no permitió que se acusase a nadie por haber observado las ceremonias de la religión judaica o haber descuidado el culto de los dioses, pudo regresar Juan a Éfeso, y pocos años después falleció, de edad muy avanzada. Con su muerte concluye la etapa apostólica.
Algunas características de esta etapa: El cristianismo se ha independizado del judaísmo plenamente. Se organizaron las primeras comunidades dirigidas por episcopoi y presbitero. El carácter mesiánico y divino de Jesús se reafirma en San Pablo, así como el concepto de su acción redentora. La iglesia ( por ecclesia se entiende, al principio, el conjunto de los cristianos) se define como cuerpo místico cuya cabeza es Cristo. En los textos de la época se alude ya a los siete ritos o sacramentos del Bautismo, Eucaristía, Orden, Confirmación, penitencia, Matrimonio y Unción de los Enfermos. Uno de los dogmas esenciales de la nueva fe, el de la Santísima Trinidad, se precisa. Al concluir el siglo I, el cristianismo se ha extendido por la cuenca del Mediterráneo, cuenta con los libros religiosos básicos y las distintas comunidades urbanas se sienten unidas. El único germen temible, que intentó corroer sus cimientos, es el gnosticismo, de hecho anteriores a los cristianos algunos autores han considerado fundador a Simón Mago (a quien se refieren cumplidamente los Hechos de los Apóstoles), creían saber todo cuanto era posible saberse, y estar en posesión de un medio revelado eficaz para alcanzar la gnosis o conocimiento de la Divinidad. Doctrina sincretista en su fondo, el gnosticismo advertía la oposición existente entre el mundo material-malo y el espiritual-bueno. La materia era obra de un demiurgo (dios inferior o de los ángeles, y esto les llevó a considerar que el cuerpo de Jesucristo no podía ser materia ( pues no podía ser malo). La salvación para el gnóstico dependía del conocimiento personal, era fruto de su ciencia. En el siglo II, ciertas ideas gnósticas, la trascendencia de las cuales queda implícita tras su simple enunciación, influyeron en varios sectores cristianos y tendieron a la racionalización de la fe. Apuntaba el peligro de las primeras herejías, del mismo modo que habían empezado las persecuciones.
La Iglesia perseguida:
Al principio, los romanos consideraron el cristianismo como una nueva secta judía. Aparte de las esporádicas persecuciones de Nerón y Domiciano, durante el siglo I los cristianos tuvieron que enfrentarse con mayor frecuencia con la animadversión de los escribas y fariseos, rectores del judaísmo, que con las autoridades romanas. Cuando Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, consultó al emperador Trajano ( 98-117) la conducta que debía observarse con los cristianos, que según sus informaciones, acostumbraban a reunirse ciertos días muy de mañana, “entonan un himno a Cristo, como a un Dios... y con juramento se obligan a no cometer delitos... Se reúnen después, al atardecer, para tomar en común un alimento inocente...” Y aludía implícitamente a la creencia difundida por espíritus interesados en desprestigiar el cristianismo, de que en sus reuniones secretas los cristianos “iniciados” se entregaban a misteriosas orgías.
Para evitar la profanación del misterio eucarístico y las especulaciones malévolas sobre la Trinidad, la iniciación cristiana exigía a los fieles reserva en la manifestación de algunos actos litúrgicos, incluso con los catecúmenos.
Quinto Séptimio Tertuliano, en su “Apología contra los gentiles”, escrita en el año 200, explica cuáles eran los delitos que la fama imputaba a los cristianos:
“ Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño. Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno. Que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño. Que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres.
De estos delitos nos pregona reos la voz clamorosa popular, y aunque ha tiempo que la fama los imputa, hasta hoy no ha tratado el Senado de averiguarlos”. (Apología, c.7)
Los gentiles asimilaban las reuniones nocturnas de los cristianos a ritos orientales de los “misterios”, como los de Eleusis y Samos, enraizados en las prácticas mágicas, los misterios de Cibeles, los de Isis, originarios de Egipto, o los de Mitra, procedentes de Persia, que alcanzaron notable difusión incluso en España y en especial en la costa catalana.
Pero si antes Trajano pudo contestar a Plinio que el cristianismo era en sí un crimen y que los acusados convictos debían ser condenados a muerte, siempre que hubiera un acusador anónimo, era principalmente por negar el culto al emperador y a los dioses del panteón romano. No obstante, Trajano no entendía que la justicia romana debiera dedicarse a descubrir cristianos y atender acusaciones anónimas, ni menos aún entregarse a una persecución general. Y esta respuesta de Trajano sirvió de norma hasta Cómodo (180 d.C.), pero con tal norma el cristianismo continuó sus progresos.
Desde Cómodo se acentúa ña persecución estatal del cristianismo en el mundo romano, que dura hasta el año 313, aunque con algunos intervalos de paz prolongados. Las persecuciones sistemáticas suelen seguir a la promulgación de un edicto, establecido con fines preconcebidos de exterminio. Así, por ejemplo, el de Septimio Severo (201 d.C.) que prohibía las conversiones, el de Decio contra los sospechosos, o el de Valeriano, que suprimía las asambleas cristianas, pasando sus bienes al Estado.
Decio por odio a su predecesor Filipo (244-249), protector de los cristianos, desencadenó la persecución más violenta que hasta entonces había experimentado la Iglesia. Su biógrafo, Zonaro, en la “Historia Augusta”, puntualiza que “bajo su reinado” (249-251) recibieron la corona del martirio Fabián, obispo de Roma, Babylas, obispo de Antioquía y Alejandro, obispo de Jerusalén. Es decir, los prelados de las sedes de mayor relieve de la cristiandad.
Galieno (260-268) devolvió a los cristianos los bienes confiscados, pero Diocleciano (284-305) llevó a cabo una represión en gran escala, la más violenta y cruel de todas. Él y Maximiano, el coemperador, “pretendían borrar del mundo el nombre del Salvador y exterminaron en todas las ciudades y pueblos, tan prodigioso número de los que tuvieron valor para confesarlo, que no es posible contarlos” ( Zonaro, Hist. Augusta: Diocl.) “ El año diecinueve del reinado de Diocleciano (303) hicieron publicar los dos emperadores un edicto por el que ordenaban demoler las iglesias de los cristianos, quemar sus libros y entregar a la muerte sus doctores y sacerdotes, excluir de las dignidades y del ejército a los que pertenecían a esta secta y reducir a la esclavitud a los particulares” (Zonaro, Id.)
Diez años más tarde, la victoria de Constantino frente a su rival Majencio, obtenida gracias al signo de la cruz, abría a los cristianos el paso a la libertad de acción, decidida en el llamado Edicto de Milán (313). De hecho, la medida adoptada por Constantino y Licinio de común acuerdo, significaba la plena libertad de cultos en el imperio. Era el primer eslabón de una cadena que en el año 380 llevó a Teodosio a declarar, en el Edicto de Tesalónica, “la religión del apóstol Pedro”, religión del imperio romano. El cristianismo pasaba de la clandestinidad al rango de religión imperial.
Defensores de la Fe Cristiana:
Durante este tiempo surgieron figuras destacadas en defensa de la nueva fe. En torno de la comunidad de Alejandría, en Egipto, gran centro cultural del mundo romano, se formó una escuela en la que brillaron Clemente (c. 150- 215) y su discípulo Orígenes (185- 254), dos talentos privilegiados. Orígenes escribió numerosas obras ( unas 800) y aunque incurrió en algunos errores graves, debido a su intento de “explicar” orgánicamente todas las dificultades que pudieran presentarse ante la reflexión de las creencias cristianas, en unos momentos en que el dogma no estaba todavía fijado por completo, no cabe atribuir su actitud a afán polémico o sensacionalista, sino a un íntimo deseo de aprehender toda la verdad. Este afán común a muchos espíritus cultos de la época, llevó a polémicas apasionadas. De la pasión que se vertía en los escritos polémicos de los primeros siglos de la Iglesia, podrán dar idea las siguientes palabras de Zonaro, referentes a la persecución de Decio:
“ En este tiempo (h. 250) también fue llevado Orígenes, como cristiano, ante el tribunal de los perseguidores de la Iglesia, pero no recibió la corona, sin duda por no considerarlo digno de ella Decio, a causa de la impiedad de sus sentimientos; y a pesar de que padeció tormentos por la causa de la fe, perdió su rango de confesor. Ya hemos dicho que habiéndole inspirado excesiva vanidad la grandeza de su saber y su elocuencia, en vez de seguir la doctrina de los antiguos Padres, quiso inventar una nueva; sacó del falso tesoro de su corazón execrables blasfemias contra los sagrados misterios de la Trinidad y de la Encarnación y sembró las semillas de casi todos los errores que han aparecido después. Enseño que el Hijo único del Eterno Padre había sido creado y que no participaba de la gloria y sustancia divinas. Hizo inferior al Espíritu Santo al Padre y al Hijo, asegurando que el Padre no pudo ser visto por el Hijo, ni el Hijo por el Espíritu Santo; de la misma manera que no puede serlo el Espíritu Santo por los ángeles ni los ángeles por los hombres. Éstas fueron las blasfemias de Orígenes contra la santa y consustancial Trinidad. Por lo que se refiere al misterio de la Encarnación, tuvo la impiedad de negar que el Salvador tomase en el seno de la Virgen cuerpo animado de alma racional: pretendiendo que el Verbo estaba unido a un alma antes de la creación del mundo y que posteriormente se encarnó con aquella alma, tomando un cuerpo desprovisto de alma inteligente y racional. Sostiene también que el Señor abandonó su cuerpo y que su reinado debe concluir. Dice además que el suplicio de los demonios es temporal y pasado éste se les restablecerá en su primitiva felicidad, imaginando que los hombres y los demonios quedarán justificados de sus pecados algún día y que entonces todos se reunirán”. (Zonaro, Historia Augusta: Decio)
Dos grandes personalidades del África norte occidental fueron el presbítero Tertuliano ( 160- 245), originario de Cartago, y su discípulo el obispo San Cipriano ( 160- 258), de Cartago también, decapitado en la persecución de Valeriano. Tertuliano, iniciado en el culto de Mitra cuando joven, debió convertirse después al cristianismo y luego pasó (213) al montanismo, herejía predicada por el frígio Montano, enemigo de la Iglesia jerarquizada. Tertuliano fue un rigorista extremado.
San Cipriano, retórico convertido al cristianismo en edad madura, es un asceta y un moralista, pero es sobre todo un espíritu práctico. Dos problemas le preocupan en especial: el de los lapsi cristianos asustadizos que ante la persecución negaban su condición de tales y prestaban adoración al emperador ( a quienes considera readmisibles en el seno de la Iglesia mediante ciertas condiciones), y el de los bautizados por los herejes (que no cree lo estén en realidad).
Una de la obras de San Cipriano, escrita en el 251, en ocasión del cisma provocado en Roma por Novaciano al negar a la Iglesia el derecho a readmitir a los lapsi en la comunión de los fieles, se titula La Unidad de la Iglesia católica y en ella, advierte que no todos los peligros derivan de la persecución: “no hay que temer únicamente la persecución o todo aquello que con descubierta acometida se dirige a derribar y derrotar a los siervos de Dios; cuando el peligro está a la vista, es más fácil la cautela, y cuando el adversario se declara, el ánimo se apresta de antemano al combate. Hay que temer sí y guardarse más del enemigo, cuando se presenta a escondidas, cuando engañando con cara de paz, se arrastra con paso oculto...” (cap. I) “... ¿Y qué cosa más astuta y sutil, que el enemigo encubierto y apostado junto a la senda de Cristo... tramara un nuevo engaño, como el de engañar a los incautos con el mismo título de nombre cristiano? Inventó, pues, herejías y cismas, con los cuales destruye la fe, corrompe la verdad, rompe la unidad. . . “ “Todo esto sucede, sigue diciendo Cipriano, por no volver al origen de la verdad, por no buscar la cabeza...” (cap. 3) Y recuerda entonces las palabras de Jesucristo a San Pedro cuando cimentó en él su iglesia. “Sobre uno únicamente, insiste, edifica su iglesia...” “Quien no se cuenta en esta unidad de la Iglesia ¡cree que tiene la fe?”.
“ La esposa de Cristo, la Iglesia, según imagen de San Pablo, que es incorrupta y honrada, no puede adulterar. Ha conocido una sola casa, y guarda, con casto pudor, la santidad de un solo lecho. Ella nos guarda para Dios, ella anota para el reino los hijos que engendró. Quien separándose de la Iglesia se junta a una adúltera, este tal se separa de las promesas de la Iglesia, y no alcanzará los premios de Cristo, quien abandonó la Iglesia de Cristo. El tal extraño, es profano, es enemigo. Ya no puede tener por padre a Dios, quien no tiene a la Iglesia por madre” (caps. 4 y 6)
El simbolismo cristiano.
La definición y preservación de las verdades de la fe exigía mucha cautela en un ambiente tan diverso y tan presto al sincretismo como el del Imperio romano en aquellos siglos. Los catecúmenos se habían dividido en dos grupos: oyentes (audientes), que deseaban iniciarse en la fe, entre los cuales no faltaban a veces espías a sueldo, pero que demoraban el bautismo, y elegidos (electi), que se preparaban ya para su ingreso en la comunidad cristiana. Unos y otros, aunque más formados estos últimos, debían mantenerse al margen de los ritos reservados para los iniciados y en especial del “misterio” de la carne y la sangre del Verbo de Dios. De aquí que, para reconocerse, los fieles “iniciados” utilizaran símbolos. El simbolismo cristiano es un complemento del arcano que protege la pureza de la fe de los enemigos externos.
Algunos símbolos aparecen derivados de la mitología antigua. El pavo y el ave fénix simbolizan la resurrección. La palma la victoria. La paloma la sencillez cristiana, el pudor y la paz concedida al alma fiel. El ciervo, el servidor diligente de Cristo. El áncora, la esperanza en la salvación. La nave, la Iglesia. Orfeo, simbolizaba a Jesucristo.
De claro origen cristiano eran: el pez, símbolo de “Jesucristo Hijo de Dios, Salvador” ( las siglas o letras iniciales de las palabras que forman en griego esta frase, son las letras de la palabra que significaba “pez”, en la misma lengua). El cordero, símbolo del sacrificio de Cristo y su victoria, y el Buen Pastor, símbolo de Jesucristo. Algunos símbolos eran de tema histórico - bíblico, como el sacrificio de Abraham, que se utilizaba para representar el sacrificio de la Cruz; Adán y Eva, imagen de Jesucristo, nuevo adán que reparó el pecado; el Arca de Noé, imagen de la Iglesia, etc. A veces se utilizaban también escenas alegóricas, como las de la viña, el convivio o cena, las vírgenes prudentes y las imprudentes de la parábola, etc.
De la vida de la Iglesia en estos primeros siglos, guarda la ciudad de Roma un testimonio excepcional: Las CATACUMBAS, cementerios de las primeras comunidades cristianas, excavados en las afueras de la urbe y en fincas particulares (de cristianos acomodados), que luego pasarían a la Iglesia. En las catacumbas, que fueron a veces seguro refugio para los cristianos recibieron sepultura también los cuerpos de los mártires, que hallaban muerte en las persecuciones. La veneración que empezó a tributárseles originó la construcción de capillas más amplias entre los estrechos pasillos subterráneos, a menudo superpuestos en varios pisos, e hizo que los cristianos se reunieran en ellas para celebrar los misterios de la fe. El arte cristiano primitivo halló ocasión de plasmar en las paredes de estos recintos y capillas sus admirables realizaciones.
Junto a la Vía Appia antigua se hallan ñas catacumbas de San Calixto, las de San Sebastián y las de Pretextato; en la Vía Ardeatina, las de Domitila, las de Priscila en la Vía Salaria y las de Santa Inés en la Nomentana. Todas ellas, muy visitadas por los peregrinos y turistas que acuden a Roma, no representan más que una mínima parte de las sesenta de que hoy se tiene noticia, con más de seiscientos kilómetros de galerías subterráneas de planta laberíntica, con cuatro o cinco sepulturas por piso, una encima de la otra, como los nichos de un cementerio moderno. Lámparas de aceite las iluminaron débilmente.
En épocas de inseguridad los cristianos se dirigían a uno de estos cementerios. Los viñedos disimulaban su entrada. Allí celebraban sus asambleas, en las capillas a que hemos aludido, que generalmente se celebraban en los tituli o casas de nobles, quienes las prestaban gustosos para ello. Se iniciaba con el saludo tradicional: “Que la paz sea con vosotros...” para continuar con el rezo de las letanías, que el pueblo contestaba a coro; seguían dos oraciones breves, diversas lecturas, canto de un salmo, y rezo y comentario del Evangelio... Cuando concluía esta primera parte, se despedía a los catecúmenos y paganos. Luego continuaba la ceremonia con el ofertorio (en que los asistentes ofrecían sus presentes o limosnas) y seguían los preparativos para el sacrificio, rezo de varias oraciones, entre ellas la eucarística y la comunión bajo las dos especies ( fragmento de pan consagrado depositado en la mano derecha de cada comulgante por el obispo, y un sorbo del cáliz que era pasado, de uno en uno, por el diácono) Oración en acción de gracias, bendición episcopal a los fieles, y la fórmula de despedida que aún subsiste: “Id, la misa ha terminado”.
El cristianismo, de culto libre a religión de Estado.
La vida conyugal era la más corriente, en los primeros siglos, entre los cristianos laicos o no. La virginidad se apreciaba mucho, no obstante, por constituir un sacrificio amoroso de la vida a Cristo. Ciertas vírgenes concertaban con los ascetas un casamiento espiritual que implicaba demasiada intimidad para que San Cipriano lo juzgara procedente. Estas vírgenes, o feninæ subintroductæ, solían llevar, con todo, una vida rigurosa y casta. Algunas viudas o vírgenes, de probadas virtudes, recibían cierta consagración y eran elevadas al orden diaconal. Las diaconisas catequizaban a las catecúmenas y auxiliaban a los sacerdotes y obispos en distintos servicios litúrgicos y sociales.
En la época apostólica, únicamente al obispo se le exigía que se hubiera casado una sola vez. Estaba prohibido el matrimonio a quien se hubiera ordenado de diácono, pero si se había casado con anterioridad a su ordenación, podía seguir haciendo vida conyugal. Desde los primeros años del siglo IV se insistió ya en el celibato eclesiástico con carácter preceptivo. El concilio de Elvira ( Granada, año 309) prescribía a los clérigos casados la continencia. A lo largo del mismo siglo, sucesivos concilios insistieron en la continencia absoluta. el celibato, que empezó siendo un consejo, acabó, antes de finalizar el siglo IV, en precepto.
“La virginidad, escribe san Ambrosio (c. 340- 397), el arzobispo de Milán que tanto influyó en el emperador Teodosio y en la conversión de san Agustín , no es para ser mandada, sino aconsejada y deseada, como cosa que sobrepuja las fuerzas humanas y puede ser objeto de voto, pero no materia de precepto”. “... la virgen consagra enteramente su pensamiento a Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu, al revés de la casada, que por deberse al marido, tiene su conversación en el mundo y su amor en el esposo. No digo esto en menoscabo del matrimonio, sino a gloria de la virginidad, cuyo estado es más excelente que el de los casados”. (Tra. de Vírg. Libro I cap. 3)
“ Las mujeres livianas..., sigue diciendo, adornan la garganta con vistosos collares, cuelgan de las orejas brillantes pendientes, píntanse las mejillas con vivos y llameantes colores, visten su talle con ricas telas y se embalsaman con variedad de perfumes...” “para atraer las miradas de los hombres”. “Vosotras, en cambio, ¡oh santas vírgenes!, enemigas de tales arreos, que atormentan más que adornan, embellecéis vuestra frente con la aureola del pudor, y vuestro pecho con la banda de la castidad, su más preciado ornamento ( Id. Id., cap. 4).
La Jerarquía.
Los obispos de sedes vecinas, situados claramente en un plano superior al resto del clero en el siglo II, empezaron pronto a reunirse. Ocasión propicia para estas reuniones era la consagración de un nuevo obispo , cuando una de estas sedes quedaba vacante. La elección del obispo la hacían con el clero y el pueblo de la ciudad, y procedían luego a consagrar al elegido. Esta reunión sinodal implicaba un cambio de impresiones entre los prelados y era de hecho, un pequeño concilio. Poco a poco se afirmó la autoridad de las “iglesias madres” sobre aquellas a que habían dado lugar, y la de las sedes “provinciales” sobre las ubicadas en la provincia administrativa secular. La administración civil del mundo romano sirvió de base para la eclesiástica. El obispo de la importante sede de Alejandría, por ejemplo, con la libertad de acción adquirida en año 313, ejerció autoridad sobre la provincia de Egipto, del mismo modo que en orden civil la ejercía el prefecto.
La autoridad suprema del obispo de Roma, que defendía ya San Cipriano, había empezado por ser efectiva en Italia desde que San Pedro fundó esta comunidad cristiana. El traslado de la sede imperial a Constantinopla y poco después del edicto de la concesión de la libertad de cultos, hizo que el obispo de Roma afianzara cada día más su autoridad primera. Los obispos de las sedes orientales más importantes, en cambio, tuvieron del emperador mayor apoyo, pero también sujeción, o por lo menos, intervención más estricta. La Iglesia Oriental siempre estuvo más sujeta al poder del emperador que la Occidental. En Oriente, había empezado ya la evangelización de las comarcas agrícolas, desde las zonas de influencia urbana. El cristianismo había dejado de ser una religión limitada a los núcleos urbanos del Mediterráneo para extenderse por las zonas campesinas, mucho más “tradicionales” y menos preparadas para recibirlo.
Para la evangelización del campo, en Oriente se creó un elemento jerárquico nuevo, intermedio entre el obispo y el clero: jorepiscopado. Los jorepiscopoi eran misioneros consagrados por el obispo urbano con el fin de evangelizar la campiña y aunque, según parece, no tenían auténtico carácter episcopal, se les concedía facultades episcopales para poder realizar su misión con mayor efectividad. Muy pronto surgieron conflictos jurisdiccionales entre los obispos de aldea y los de la ciudad, y aquellos creados como superintendentes al servicio de éstos, intentaron independizarse de la tutela urbana, acabando por ser suprimidos hacia el siglo IX.
Las relaciones de la Iglesia con la autoridad secular, fueron en aumento desde el 313. La influencia del cristianismo, se dejaba sentir en todas las capas sociales y pesaba en el imperio como fuerza coherente. Es más, se intensificó de tal modo en pocos años que cuando el emperador Juliano ( + 363) quiso, en su año y medio de reinado, dar nuevo vigor al paganismo y perseguir a los cristianos, se encontró prácticamente solo en su intento y fracasó. La religión estatal vio mermados sus cimientos con la política de tolerancia hasta tal punto que en el año 380, se la suplantó por el cristianismo. Los sacrificios paganos fueron prohibidos y en el año 391 todos los templos paganos quedaban cerrados al culto. Las fuerzas latentes del paganismo hicieron un esfuerzo supremo para sobrevivir, pero sucumbieron definitivamente en el 392 por obra del emperador Teodosio, primer emperador cristiano. Incluso el culto privado a los dioses lares fue prohibido y castigado. San Ambrosio, consejero del emperador, tuvo el tacto suficiente para que los paganos fueran respetados en sus personas y en sus cargos, pero muchos templos en cambio, fueron derruidos y las estatuas de dioses y diosas, destruidas con pasión. Se pudo decir que los dioses pagaron por los hombres. El imperio romano desde entonces, se convirtió en un imperio cristiano y siguió siéndolo hasta mediados del siglo XV en que su heredero, el imperio bizantino o romano oriental, sucumbió ante las fuerzas de los turcos otomanos.
El emperador, desde los últimos años del siglo IV, había dejado de ser considerado un ser divino, pero recibía el título de isapóstolos, “igual a los apóstoles, y se convertía en protector de la nueva religión estatal. Los obispos pasaron a ocupar cargos estatales y cuando las invasiones, se erigieron en defensores de sus ciudades. Los días festivos de la Iglesia fueron fiestas oficiales.
Un problema nuevo se había presentado a la Iglesia: el de sus relaciones con el Estado católico. Las crisis internas que experimentaría la Iglesia en el proceso definidor del dogma, facilitarían la intromisión del emperador o, si se quiere, el intervencionismo del poder civil.
Tal vez la más trascendente de estas crisis, en aquellos siglos, fue el arrianismo, porque adquirió gran difusión y sus consecuencias se dejaron sentir en la Iglesia hasta el siglo VII. Cinco escuelas cristianas, las de Alejandría, Antioquía, Roma, Edesa y Jerusalén, se habían consolidado a comienzos del siglo IV, manifestando características que les daban plena personalidad. La de Alejandría, en Egipto, de tendencia alegorizante y mística, se hallaba en el extremo opuesto a la de Antioquía, en Siria, literalista (en la interpretación de la Biblia) y partidaria de los datos positivos y concretos.
El maestro de esta última Luciano (+ 312), intentó establecer un texto bíblico más fidedigno, y parece ser que esto le llevó a un monoteísmo riguroso, que influyó en la doctrina de Arrio (+ 336), sacerdote de Alejandría, quien propugnaba la creencia de un Dios único, eterno e incomunicable y negaba la divinidad del Hijo o Verbo encarnado. La postura de Arrio, buen predicador y culto, hizo muchos adeptos. De aquí que el patriarca Alejandro de Alejandría, hacia el 310, escribiera una extensa carta al patriarca Alejandro de Constantinopla, poniéndole en guardia sobre tal postura. en esta carta hallamos la mejor definición coetánea del arrianismo. Se expresa así: “Dicen (los arrianos) que hubo un tiempo en que el Hijo de Dios no existía y que ha empezado a existir, siendo así que no existía antes; y que cuando nació, fue engendrado de la misma manera que lo son todos los hombres. Pues Dios, dicen, lo ha creado todo de la nada. De modo que ellos (los arrianos) comprenden al propio Hijo de Dios en esta creación de todos los seres inteligentes o sin razón. En consecuencia, declaran, el Hijo de Dios poseía una naturaleza sujeta a cambios, capacitada para obrar el bien y el mal... Y con esta hipótesis de que el hijo ha sido creado de la nada, destruyen las enseñanzas de las Escrituras que proclaman la inmortalidad del Verbo, la divinidad de la Sabiduría del Verbo, es decir, de Cristo”.
Esta doctrina reunió, en el 343, un sínodo en Alejandría y exiló a su sacerdote Arrio, el obispo de Nicomedia, Eusebio, discípulo de San Luciano, le acogió . Y así se inició una viva polémica doctrinal con San Atanasio.
Entre los padres de la Iglesia de esta época, destacan las figuras de San Jerónimo (342-420) y San Juan Crisóstomo (347 - 407). El primero, gran erudito latino, conocedor del griego, hebreo y arameo, tradujo al latín y revisó el texto del Antiguo Testamento. Su traducción, hecha a petición del papa Dámaso (quien declaró explícitamente inalterable el canon católico de la Biblia en el Concilio Romano de 382, pasó a la posteridad conocida por La Vulgata y fue el texto de la Biblia adoptado por la Iglesia medieval de Occidente en la liturgia y base de las citas bíblicas de los autores eclesiásticos de la latinidad.
El patriarca de Constantinopla, Juan “Crisostomo”, se distinguió por la elocuencia y fortaleza de sus sermones y escritos, que le valieron el sobre nombre de Crisóstomo, Boca de Oro, con que fue conocido ya en su tiempo. La severidad y austeridad que le caracterizaban le ocasionaron muchos sinsabores y el destierro en un lugar desértico a orillas del Mar Negro, donde murió.
La exégesis de los textos bíblicos de ambos Testamentos, cuya lectura recomienda encarecidamente, le lleva a escribir: “El estudio profundo de la Sagrada Escritura es un tesoro... Bajo las palabras que contiene, encierra grandes riquezas. Debemos por tanto recorrerla y escrutarla con atención. Obtendremos así gran provecho”. “La asidua lectura de las divinas Escrituras nos hace obrar pensando siempre en las divinas promesas. Nos mueve a que nos entreguemos, con renovadas ansias a la ardua labor de la virtud”.
Expansión del cristianismo en los primeros siglos medievales.
En los siglos IV y V, el imperio romano perdió buena parte de su extensión en Occidente y se transformó en oriental bizantino. Se suele señalar como sintomática la fecha del año 476, pero de hecho la invasión y cuarteamiento del imperio había empezado mucho antes (406). Un grupo de pueblos, originarios de Escandinavia, los germanos, desde Europa central se había lanzado a la conquista de los despojos de Roma. De estos pueblos, los visigodos fueron cristianizados por el obispo Ulfilas, pero el arrianismo arraigó en ellos hasta que pasaron a la ortodoxia en el 589. Burgundios y vándalos eran también arrianos. Los suevos, el 408, eran en parte todavía paganos y estuvieron vacilando entre el arrianismo y la ortodoxia hasta que hacia el 560, optaron por la última. Los ostrogodos, cuando en 489 se apoderaron de Italia, practicaban ya el arrianismo, pero su rey Teodorico se esforzó para evitar roces con los católicos. Los francos, en cambio, paganos, pasaron directamente a la ortodoxia, el 496, con el bautismo de su rey Clodoveo. ( “ Adore tout ce que tu as brûlé, et brûle tout ce que tu as adoré”....“Adora todo aquello que has quemado y quema todo aquello que has adorado...” )
Los germanos, no obstante, constituían la minoría dirigente. La mayor parte del campo contaba aún con poblaciones indígenas paganas. En las ciudades, la mayoría era cristiana. Cuando los vándalos pasaron al África, en el 429, hicieron que a la jerarquía episcopal ortodoxa se sumara una jerarquía arriana. Muchas ciudades del África vándala tuvieron simultáneamente obispo ortodoxo y obispo arriano. Cerca de cinco mil católicos fueron exilados por el monarca vándalo Hunirico y uno de sus sucesores, Trasamundo (496- 523), exilo a la isla de Cerdeña 120 obispos. Cuando el 534 los bizantinos recuperaron la provincia de África, el catolicismo se hallaba diezmado. La invasión musulmana, a mediados del siglo VII, acabó de arruinarlo.
En los siglos IV y V, Germania se va cristianizando; las regiones del Rhin y del Danubio medio (Nórica y Retia) son las primeras en recibir el Evangelio, por obra de san Severino (+ 482). Pablo Orosio y Salviano, autores religiosos de la época, aprecian los valores del mundo germánico y desean su plena conversión.
En Oriente, san Simeón y los monjes del Sinaí convertían del arrianismo a la ortodoxia a los sabeos del sur de Arabia, Abisinia, Persia y Armenia abrazaban también la ortodoxia y el ámbito del cristianismo se extendía por el mundo.
Para terminar el presente trabajo que de otra forma sería una serie inconclusa de hojas y hojas, de temas, sub temas y sub sub temas escapados de las oscuras páginas un poco amarillentas de mis libros de consulta, quisiera poder presentar casi como listado de temas algunas ideas que se deben desarrollar para dar por terminado por lo menos el momento histórico que propuse al inicio del trabajo.
He tenido que detenerme como ejercicio de obediencia, ya que el profesor nos pidió un trabajo de poco más de diez páginas e hizo hincapié en que las tesinas o tesis son para ser desarrolladas en otros ámbitos.
Pues bien, qué es lo que se nos ha quedado fuera del tintero, digo fuera y no dentro del tintero ya que las salpicadas están por todo lo largo y ancho de la mesa de trabajo o por lo menos eso quiere ser: Agustín de Hipona salta a primera vista y junto con él las diferentes discusiones cristológicas de su época: el Monofisismo, el Pecado Original, la Gracia, la Predestinación, la Jerarquía de la Iglesia: con su consejo episcopal, dignidades y funciones; la Parroquia, el Templo.
No puede faltar en ningún estudio de este momento histórico la palabra más bien larga que corta acerca de San Benito y el monacato de Occidente, la Evangelización de los anglosajones, la Evangelización de Alemania, La evangelización de los Eslavos, La Evangelización de los Escandinavos, La Evangelización de los Sajones, San Bonifacio, el Catolicismo en la España Visigoda y como contra parte el catolicismo en la Francia Merovingia. El papado y los primeros Carolingios, la Iconodulía e Iconoclastia en Oriente, el Estado Pontificio, La Iglesia y la cultura Occidental, la Iglesia en la época feudal.
Y así seguimos y seguimos descubriendo manchas de tinta sobre nuestra mesa: El mundo islámico, Focio y el Patriarcado de Constantinopla, La Reforma Monástica, Simonía, Nicolaísmo, Los Monasterios Exentos: Cluny, Mobiliario y Ornamentos litúrgicos y por fin llegamos a lo que considero el último tema a tratar en este espacio de tiempo: La Cristianización de Rusia.
Como se puede descubrir por la simple enumeración de temas no tratados y listos para saltar al entarimado del discurso, nos encontramos con más temas no tratados que los tratados con escaso sentido y menor contenido para poder presentar por lo menos un breve desarrollo metodológico de investigación.
Queda por delante seguir trabajando los temas no vistos ni tratados, con la seguridad de poder contar con más y mejores herramientas que las utilizadas al principio del diplomado.
Ahora creo tener una nueva perspectiva en relación con los conceptos religiosos que tratamos más familiarmente, pero nunca perdiendo la distancia que ellos nos imponen.
Y de aquí en adelante: Desde el Cisma a la Reforma. . .
Obispo (gr. epískopos, “vigilante”). El grado más elevado del sacerdocio cristiano. Hay obispos en las Iglesias católica, ortodoxa y anglicana, como también en la Iglesia metodista episcopal de los Estados Unidos, en las Iglesias luteranas de Escandinavia y entre los Hermanos Moravos.
Un obispo es el jefe espiritual de una diócesis u obispado y tiene su sede en la iglesia catedral. Tiene el poder de confirmar y ordenar, consagrar iglesias, monumentos, cementerios, etc. Sus insignias son el anillo, los guantes, el báculo pastoral y la mitra, y sus vestiduras incluyen roquete, sobrepelliz de amplias mangas y sotana morada.
En la Iglesia católica, la Santa Sede nombra un Obispo auxiliar para asistir a otro en vista de la edad de éste, de sus pesadas obligaciones, etc.; un Obispo coadjutor es el designado para gobernar la diócesis de un obispo parcialmente incapacitado; un obispo titular es el consagrado para una sede (generalmente del Asia Menor o del Cercano Oriente) desaparecida por las invasiones del islam. Antes se le llamaba obispo in partibus infidelium ( en tierras de infieles). Existen unas 600 sedes titulares.
Diácono( gr. diakonos, “servidor”). La tercera orden de la jerarquía eclasiástica cristiana; sus funciones son guardar las cosas santas y leer y comentar el Evangelio. En los primeros tiempos de la Iglesia había una gran diferencia entre el presbítero , que consagraba y dispensaba el sacramento, y el diácono que era su ayudante en el altar y en los asuntos generales de la parroquia, diferencia que existe hasta ahora en la iglesia oriental; en Occidente, en cambio, el diaconado ha pasado a ser considerado como una etapa hacia el sacerdocio. En la Iglesia católica los diáconos son ordenados por la imposición de manos de un obispo; deben tener por lo menos veintidós años y han de permanecer como diáconos por dos años antes de ser ordenados presbíteros. El Concilio Vaticano II ha discutido y aprobado la admisión de hombres casados, maduros, en el diaconado. Estos diáconos podrán realizar ciertas funciones sacramentales en las zonas en que hay escasez de sacerdotes.
También hay diáconos en la Iglesia de Inglaterra y en otras sectas libres o no conformistas, estos diáconos combinan los deberes espitiruales con los administrativos y a veces son predicadores laicos.
El diaconado se remonta a los siete fieles elegidos por los Apóstoles, durante el primer año del cristianismo, para “servir las mesas”, es decir, para ayudarlos en sus obras de caridad ( Hch. VI ).
Engelbert Kirchbaum S.I.: Las Tumbas de los Apóstoles. Barcelona, 1959. El autor es uno de los arqueólogos que han intervenido en la excavación de la tumba de San Pedro.
Derecho Canónico. Conjunto de reglas y costumbres por medio del cual gobierna la jerarquía eclasiástica a la Iglesia cristiana. Su origen debe buscarse en las declaraciones de Cristo y de los apóstoles; el derecho canónico ha sido elaborado gradualmente, sin interrupción al correr de los siglos. Las primeras recopilaciones se hicieron en Oriente (cánones y reglas adoptadas por los concilios de Nicea, 325; Ancira, 314; Constantinopla, 381; y Calcedonia, 451) y a ellas se fueron haciendo agregados de tiempo en tiempo hasta el Concilio de Nicea de 787, cuando se formó con ellas el derecho canónico oficial de la Iglesia Ortodoxa. En Occidente, la Iglesia romana adoptó, a principios del siglo VI, la colección redactada por Dionisio Exiguus, basada en los cánones griegos y en ciertas decretales papales. En España, Isidoro de Sevilla (m. en 636) hizo una codificación separada, añadiendo cierto número de leyes y de cartas apócrifas (“falsas Decretales”) que se suponía provenían de algunos de los primeros papas, y que no fueron definitivamente rechazadas como espurias hasta 1628. Hacia 1148, Graciano, un monje de Bolonia, publicó la colección como Decretum Gratiani. Esto marcó época en la historia del derecho canónico, puesto que no se trata solamente de una colección de textos, sino de un tratado explicativo sobre un tema vasto y discutido. A esta colección siguieron numerosos suplementos y condensaciones. El Concilio de Trento (1545-63) abrió un nuevo capítulo en el Papado, y promulgó gran número de preceptos disciplinarios. El Papa Pío X, en 1904, decretó la preparación de un código general de derecho canónico y en 1917, Benedicto XV pudo promulgar este nuevo Codex o Corpus de derecho canónico, tan amplio como autorizado.
La Iglesia de Inglaterra posee su propio derecho canónico cuyos orígenes se remontan a la época sajona. Después de la conquista normanda, Lafranc, arzobispo de Cantórbery introdujo una serie de cánones basados en una recopilación hecha en la Abadía de Bec, en Normandía. Estos cánones, con lo que a ellos se había agregado en el transcurso del tiempo, fueron publicados en 1603 con la aprobación del rey y del Parlamento y mantienen todavía su vigencia.
Gnósticos( del gr. gnosis, “conocimiento”). Nombre dado a algunas sectas o escuelas de pensadores religiosos de los primeros siglos de la Era cristiana, que pretendían poseer un conocimiento extraordinariamente profundo e íntimo de los misterios sagrados )conocimiento reservado a los iniciados y que los profanos son incapaces de comprender). Su sede principal fue Egipto, Alejandría especialmente, y fueron muy numerosos en las iglesias cristianas de Oriente, hasta que se descubrió que sus doctrinas eran heterodoxas que tuvieron que ser separados. Los gnósticos formaron entonces sectas independientes. Los pensadores más famosos fueron: Saturnilo, Bardesanes, Marción, Taciano y Cerino (asiáticos); Basílides, Carpócrates y Valentín (africanos). Todos estaban de acuerdo sobre los puntos básicos de la doctrina, pero cada secta tenía algunas características propias. Sostenían, en primer lugar, que hay un único Ser Supremo y eterno, del cual han emanado los eones, considerados como manifestaciones de los atributos particulares de Dios, y que constituyen su pleroma o planitud. La materia esencialmente mala, pues ha sido creada por un eón caído, el Demiurgo, o por algún otro poder maligno. Por esta razón, el cuerpo carece de importancia. jasús en consecuencia, no pudo ser divino, ya que lo divino jamás se une a la materia, o si fue divino, no pudo ser humano. Sostenían los gnósticos que el cuerpo de Jesús era una mera apariencia, o bien, que estaba formado de una materia celeste semejante a aquella de que están hechos los ángeles. Otra de las teorías afirmaba que Jesús había sido un fantasma inmaterial. Por otra parte, la muerte de Cristo, aparente o real, no sirvió para salvar a los hombres de la ira de una Divinidad justamente ofendida, sino que su misión fue traer el conocimiento, la gnosis, a los hombres que fueran dignos de él. ( El gnóstico afirmaba que el hombre se salva por el conocimiento, no por la fe y las obras).
Por lo que a la vida práctica respecta, algunos gnósticos menospreciaban el cuerpo y todo placer físico, mortificando la carne y llevando una existencia de severo ascetismo; otros en cambio, sostenían que quienes poseen la gnosis están por encima de las reglas morales que gobiernan la conducta de los no iniciados.
Concilio. En la historia de la Iglesia, asamblea de eclasiásticos, generalmente obispos, reunidos con el propósito de determinar y reglamentar la doctrina, liturgia y disciplina de la Iglesia. La Iglesia católica reconoce veintiún concilios, pero la ortodoxa sólo los siete primeros, llamados ecuménicos. Se presenta la lista de los concilios: I de Nicea (325), I de Constantinopla (381), II de Cosntantinopla (553), III de Constantinopla (680), II de Nicea (787), IV de Constantinopla (869), I de Letrán (1123), II de Letrán (1139), III de Letrán (1179), IV de Letrán (1215), I de Lyon (1245), II de Lyon (1274), Vienne (Francia, 1311), Constanza (1414-18), Basilea (1431), V de Letrán ( 1512-17), Trento (1545- 63), Vaticano I (1869- 70), Vaticano II ( 1962 - 64)
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