Historia
Carlismo
ANTECEDENTES DEL CARLISMO
La ley Sálica que había sido promulgada por Felipe V, todavía estaba presente a finales del reinado de Fernando VII y consistía en apartar del trono a las hembras siempre que hubiera varones que pudieran asumir el poder en las líneas colaterales. La "Pepa" había restablecido la ley de Partida, pero Fernando VII la había mandado poner fuera de tiempo. Así mismo podemos decir que las Cortes de 1789 a petición de Carlos IV había derogado la ley semisálica y establecido de nuevo el orden sucesorio tradicional, pero al no haber sancionado o publicado el mencionado monarca el acuerdo de las Cortes, no había entrado en vigor.
En mayo de 1829 muere la reina María Amalia, sin sucesión, por lo que Fernando VII decide casarse con la mayor brevedad posible para intentar solucionar el problema sucesorio. Es por ello que se casa con su sobrina María Cristina de Nápoles. Para que este matrimonio se llevase a termino fue de vital importancia la influencia de la infanta Luisa Carlota hermana de María Cristina y esposa del hermano menor de Fernando, Francisco de Paula. Los liberales estaban conformes con la nueva soberana mientras que Don Carlos y los apostólicos se oponían por razones evidentes. El matrimonio sería aprovechado por moderados de uno y otro bando.
Parece ser que la creación del partido "CRISTINO" tubo más que otra cosa una motivación familiar, y aglutinaba en su seno a las dos fracciones políticas. No consta que la nueva reina fuera liberal con anterioridad a su enlace.
La boda se llevaría a termino el 11 de diciembre de 1829. La reina María Cristina quedaría embarazada al año siguiente. Fernando VII tras la confirmación oficial del embarazo de su esposa decide promulgar la pragmática de Carlos IV el 29 de marzo de 1830. Estos aspectos jurídicos serán los que años más tarde provocarían los siete años de guerra posteriores a la muerte del monarca (Fernando VII). Estos aspectos jurídicos y dinásticos no serían más que un pretexto para la obtención de unos determinados intereses políticos, de tal forma que la guerra civil no fue más que un conflicto político entre absolutistas (carlistas) y moderados liberales (cristinos).
El 10 de octubre de 1830 nace la infanta Isabel y el 30 de Enero de 1832 la infanta Luisa Fernanda. Tras el nacimiento de esta Fernando VII cae enfermo y se retira a La Granja, se temía seriamente por su vida.
El ministro Carlomarde se ve en la disyuntiva de favorecer a Don Carlos o a la reina. El rey habilita a su esposa para el despacho de los negocios urgentes. En este espacio de tiempo el infante don Carlos manifiesta su oposición a la pragmática que permitía la sucesión femenina. Los absolutistas con la complicidad del embajador de Austria y el agente de Nápoles coaccionan a los reyes y arrancan a Fernando (el 18 de septiembre de 1832) el codicilo por el cual la Pragmática queda derogada, volviendo a entrar en vigor la ley Semisálica por la cual quedaría excluida del trono su hija Isabel a favor de su hermano Carlos, que desde siempre, ejerció una influencia decisiva en el rey. Por otra parte la reina María Cristina fue utilizada como un instrumento de los Carlistas los cuales supieron aprovechar el miedo de esta por el inminente peligro de una guerra civil.
El 22 de septiembre llega a la Corte la infanta Luisa Carlota para influir en los acontecimientos de una forma definitiva. A su llegada en plena crisis dinástica tiene una fuerte discusión con el ministro Carlomarde, durante la cual le hace romper el codicilo. Esta disputa pasará a la historia por la bofetada que la infanta propinó al ministro sin otra respuesta por su parte que la famosa frase " manos blancas no ofenden" aunque si cambian el curso de la historia.
Recordemos que el partido cristino se formó en torno a María Cristina y su hija, ambas dominarían a la Esposa de don Carlos y a su cuñada, la princesa Beira, la cual sería su segunda mujer. El 1 de octubre la crisis es total con la llegada al poder de Cea Bermúdez. Los ministros son absolutistas moderados y cristinos, y piensan que el origen de todo el problema reside en la figura de don Carlos, por lo cual es temido por todos. El nuevo gobierno se dedica a desmantelar a los voluntarios realistas, los cuales eran la gran baza del hermano del rey.
Entre la declaración del 1 de octubre y el 31 de diciembre de 1832, Fernando VII vuelve a instaurar la Pragmática alentado por Luisa Carlota y su esposa, a través de la cual se instaura de nuevo la sucesión femenina y habilita a su esposa para el despacho de los asuntos del gobierno. Cuando María Cristina se ve con el poder en sus manos lo primero que hace es eliminar a los realistas puros de los altos cargos militares, además se rodeó de moderados, y declaró una seria amnistía para los delitos políticos
Cea Bermúdez favorece la participación política de los moderados del liberalismo en los Ayuntamientos, y los voluntarios realistas comienzan a llamar al arma. Fernando aleja definitivamente a su hermano de la Corte, el cual decide marchar a Portugal y declararse en rebeldía.
El 30 de junio de 1833 la infanta María Isabel Luisa de Borbón es jurada en lo Jerónimos heredando el reino. Dos meses después la salud del rey se deteriora definitivamente, dejando como reina gobernadora a su joven esposa. Por otra parte los voluntarios Carlistas de Talavera proclaman como rey a don Carlos V. La guerra se ha iniciado.
SITUACIÓN SOCIOPOLÍTICA Y ORÍGEN DEL CARLISMO
INTRODUCCIÓN
El carlismo es un movimiento sociopolítico español derivado del conflicto sucesorio sobrevenido a la muerte de Fernando VII, en el otoño de 1833, entre los partidarios de los derechos al trono de su hermano Carlos María Isidro, y los de su hija Isabel II, heredera según la Pragmática Sanción que derogaba la Ley Sálica. Bajo estas divergencias, que alimentaron tres guerras civiles durante el siglo XIX (Guerras Carlistas), se escondía un movimiento complejo y cambiante en sus planteamientos dogmáticos y aplicación práctica según el momento histórico. El principio de legitimidad dinástica, resumido en el lema "Dios - Patria - Rey" como una monarquía católica autoritaria se acompañaba, entre otros aspectos, de una defensa de lo tradicional, de un enraizamiento de un sistema político y jurídico propio de los fueros regionales de cada territorio. Así se explica la permanente confusión entre la defensa política de unos derechos dinásticos y la de un modelo socioeconómico adaptado a las zonas de sublevación (Cataluña, Navarra, País Vasco) y reacio a desaparecer. El apoyo a la causa carlista del campesinado y amplios sectores de la baja nobleza y el clero, ahondan en esta interpretación defensiva de un mundo tradicional, mayoritariamente rural, que siente como sus libertades se ven aplastadas por los intereses del centralismo liberal (formas de propiedad y pertenencia de la tierra, asociaciones de protección, pautas de conducta y sociabilidad, etc.).
Frustradas las expectativas del Sexenio Democrático que transcurrió desde 1868 hasta 1874, el fracaso bélico y la restauración de la monarquía Borbónica se tradujeron en un debilitamiento del carlismo y una primera división en 1888 propugnada por Ramón Nocedal y elementos integristas fundadores del partido católico nacional. La germanofilia del dirigente Vázquez de Mella durante la I Guerra Mundial, provocó un nuevo cisma en el ahora denominado jaimismo y el paso de los disidentes al partido católico tradicionalista creado en 1919. Proclamada la II República (1931-1939), la figura del pretendiente Alfonso Carlos propició un acercamiento al tradicionalismo, que culminó en 1937 con la fusión con los jonsistas y falangistas bajo las siglas FET y de las JONS. El apoyo de los requetés (tropas carlistas) al bando franquista durante la Guerra Civil enlazó, liquidada la contienda, con sus concentraciones anuales en Montejurra y el definitivo ocaso del carlismo en la nueva España democrática surgida tras la muerte de Francisco Franco, punto final de una larga historia de disidencia social y marginación política.
EL PLANTEAMIENTO DE LA GUERRA CARLISTA
Los Carlistas hicieron caso omiso del manifiesto promulgado por la reina María Cristina, y bajo las órdenes del administrador de Correos de Talavera los voluntarios realistas se sublevaron el 3 de octubre de 1833. Se echan así al campo las tropas realistas que habían agitado la España del Trienio y que habían provocado en1822 la guerra de la Regencia de Ugel y en 1827 la guerra de los Agraviados. Se toman las armas en esas mismas zonas de forma significativa, aunque en menor medida que en esas contiendas. El origen del alzamiento estaría en el clero junto con los cuerpos de Voluntarios Realistas (los cuales habían sido creados para cooperar en la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823). Los cuadros de la sublevación fueron comandantes y tenientes coroneles de los Voluntarios. Se les sumaron sólo los generales Ladrón de Cegrama y Merino, más algunos brigadieres hasta la muerte de Zumalacarregui (coronel de Voluntarios) se incorporan al ejercito carlista tres tenientes generales del ejercito regular: Eguía, Maroto y González Maroto.
El alzamiento no tubo la misma importancia a lo largo del territorio español. En la mitad sur apenas hubo alzamientos, salvo algunas escaramuzas aisladas en Extremadura y la Mancha. En la mitad norte surgieron al principio con mucha velocidad, pero pronto fueron controladas por las tropas del Gobierno. Es en esta parte donde los Carlistas esperaban encontrar un ferviente apoyo tanto por parte del pueblo como del clero.
En Castilla se organizaron nada menos que catorce batallones de voluntarios realistas liderados por el padre Merino, pero por la indiferencia de la población se vieron obligados a marcharse sin establecer el centro de operaciones que tenían en mente similar al que se estaba creando en las Vascongadas y Navarra. En Cataluña no empiezan a aparecer los primeros brotes carlistas a partir de 1835. Dónde sí se logró una base fue en un reducto de la España tradicional, el Maestrazgo, donde voluntarios aragoneses y valencianos se concentraron en la ciudad de Morella cuando esta se declaró por don Carlos en noviembre. Sería recobrada tiempo más tarde por los cristinos. Otras ciudades como Bilbao y Vitoria fueron también carlistas aunque por un periodo muy corto de tiempo. La rebelión estaba necesitada de un gran líder Tomás Zumalacarregui.
LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA
Mientras en España se estaban produciendo todos estos acontecimientos las potencias europeas comenzaban a definir sus posiciones decantándose por uno u otro bando. Así pues Inglaterra liberal y Francia orleanista se ponían de parte de Gobierno intentando al mismo tiempo que este evolucionara hacia el liberalismo abierto (lo cual favorecía sus revoluciones industriales). Los países del Norte, Austria, Rusia y Prusia se decantaron por la posición carlista desde el inicio de las disputas.
El MOTIVO FUERISTA
La clave del carlismo no es otra que un inmovilismo perfecto. En un principio el carlismo estaba desprovisto de una ideología claramente establecida, pero poco a poco se van integrando en esta los factores religiosos y fueristas. En cuanto a los primeros hay que decir que los carlistas pretendieron hacer de su guerra una cruzada para instrumentalizar la religión y justificar el apoyo de la Iglesia. En cuanto a la invocación de los fueros es bastante posterior ya que la defensa de los fueros no se empieza a tratar hasta un año después del inicio del conflicto; en 1833 no hay mención alguna en la documentación carlista, militar, social o política; La incorporación del fuerismo al carlismo surgirá en septiembre de 1834, cuando con la llegada de don Carlos la Diputación de Vizcaya le pide que confirme los fueros y privilegios de aquel señorío.
En Cataluña la asimilación del régimen de la Nueva Planta había sido tan profunda que los carlistas no reclamaron privilegios tradicionales para esa región. En el País Vasco y en Navarra, durante le guerra y hasta el final de 1834, se consolidó la reclamación de los fueros, convirtiéndose estos en estandarte de la rebelión.
En Navarra existía un autogobierno de gran importancia, todavía conservaba dos instituciones tradicionales: La diputación y el virrey. La división de España decretada el 30 de noviembre de 1833 fue interpretada por el virrey de Navarra como un ataque a los fueros con el fin de conseguir su abolición. Por eso Navarra que siempre había estado apegada a las tradiciones, no tuvo más remedio que apoyar la causa de don Carlos.
El fondo sociológico
El trasfondo sociológico de la guerra civil debe definirse con mucho cuidado. Se ha afirmado que en la guerra carlista lucharon ciudades contra de ideología liberal contra el absolutismo rural; la sociedad urbana contra la ciudad.
La guerra civil era la lucha de la sociedad antigua contra la nueva; una sociedad de creencias religiosas arraigadas, de hábitos tradicionales con una sociedad de innovaciones y de intereses materiales. El bando carlista se integraba por contingentes sobretodo de la zona rural aunque no dejaba de tener ciertos adeptos como entre el clero(el cura Merino) o en la burguesía de ciertas provincias. Aunque contó con esa ayuda en el campo español, el carlismo no tuvo arraigo en zonas donde había grandes desequilibrios sociales como en Andalucía o Extremadura.
La fuerza sociológica del bando cristino era contar con la mayoría de los cuadros de la Administración del Estado, la Banca, el Ejército y un poco de ayuda por parte de la Iglesia, además de la nobleza casi en su totalidad y la mayoría de las profesiones liberales.
LAS GUERRAS CARLISTAS
La Primera Guerra Carlista o guerra de los Siete Años (1833-1840)
Él ¡Viva Don Carlos! lanzado en Talavera de la Reina (Toledo) el 3 de Octubre de 1833 por el funcionario de correos, Manuel María González se ha considerado como el inicio de esta guerra de intereses por la conquista de la corona.
La primera manifestación de este movimiento fue la aparición de un número considerable de pequeñas partidas que demostraron su efectividad permaneciendo como base de la reacción después de fracasar, una tras otra, las iniciativas fraguadas en las ciudades. Su objetivo principal estaba centrado en la subsistencia, lo que se tradujo en ágiles correrías al sur del Ebro desde el Campo de Cariñena al Bajo Aragón, apoyadas en la aquiescencia de muchos pueblos y violentando la escasa resistencia que algunos oponían a sus abastecimientos. Durante esta primera fase el componente de rebeldía campesina sobrepasó los límites del planteamiento político que hacían los organizadores afines a don Carlos, lo que repercutió en la indefinición inicial del movimiento. De su actitud sólo se desprende con claridad el enfrentamiento con el poder vigente tras la muerte de Fernando VII, y son menos frecuentes comportamientos nítidos como el del Barón de Hervés quien, puesto al mando de un levantamiento carlista en Morella, inició una marcha sobre el Bajo Aragón que terminaría en Calanda con una derrota total. El liderazgo personal es clave en la formación de partidas y así, aunque la figura de Carnicer es reconocida como autoridad en Aragón, su prestigio no impide que Conesa o Quílez desplieguen su actividad con independencia, o que partidas de incidencia local sigan aisladamente con sus acciones.
Hay que nombrar sin duda alguna como figura importante en los inicios de esta guerra al coronel Tomás Zumalacárregui. Este alto cargo del ejercito carlista fue reuniendo a todos los voluntarios y a partidas dispersas consiguiendo armarlo y disciplinarlo. Esto le valió varias victorias que le harían conocido en el entorno carlista. Más tarde sería ascendido al grado de coronel. Su primer éxito lo consiguió en el llano de Güesca, sorprende a la ciudad de Victoria y derrota tres veces al general Quesada, un expediente intachable para una nueva figura. Es este quien pidió a Don Carlos que volviera a España, siendo un revulsivo psicológico para la causa carlista. Pero se presenta un dilema, el gobierno legitimista que había formado Don Carlos en el extranjero y que había fortificado en España era consciente de que necesitaba dinero para continuar la guerra. Por ello el capital extranjero pedía la toma de una ciudad importante. A consecuencia de esto se procede al sitio de Bilbao el 10 de junio de 1835. Pero en el intento de la toma de esta ciudad Tomás Zumalacárregui muere el 25 del mismo mes en Cegama. A partir de este momento se puede decir que los carlistas perdieron la guerra
En marzo de 1835 Carnicer sale hacia Navarra a recibir instrucciones de don Carlos, pero es descubierto en Miranda de Ebro y fusilado unos días después. Cabrera, que había quedado como Jefe accidental de los carlistas del Bajo Aragón, verá consolidada su posición a finales de año con el nombramiento de Comandante General del Bajo Aragón. Desde entonces hasta el final de la guerra será, indiscutiblemente, la máxima autoridad carlista en Aragón y Valencia. Los años 1835 y 1836 sirvieron para que Cabrera dotase de cohesión a las partidas aisladas y las integrase en una estructura que cada vez se aproximaba más a la de un ejército. A la vez las acciones se fueron haciendo sistemáticas y, aunque la extensión de éstas se redujo, comenzaba a definirse un área de auténtico control carlista zonas altas del Bajo Aragón y Maestrazgo, donde circulaban con libertad, obtenían raciones fácilmente y recibían constantes noticias de la posición de las columnas liberales. Signo evidente de que el potencial carlista está en aumento es el ataque a núcleos fortificados de cierta entidad como Alcañiz, Caspe o Montalbán.
La actividad carlista del año 1837 gira en torno al paso de la «Expedición Real» por tierras aragonesas. La Expedición, que debería terminar en Madrid proclamando rey a don Carlos, pasó a la provincia de Huesca, procedente de Navarra, el 20 de mayo con unos 14.000 hombres en sus filas y cuando alcanzó la frontera catalana ya había derrotado dos veces, en Huesca y Barbastro, a las tropas liberales. Después de cruzar el Ebro en Cataluña y adentrarse en Valencia, atravesaron la provincia de Teruel desde el sur hasta Herrera de los Navarros, donde vencieron de nuevo al ejército liberal, y de allí descendieron por el Jiloca hasta la Sierra de Albarracín por donde se internaron en Castilla. Casi todas las acciones de este año estuvieron vinculadas al abastecimiento de la Expedición y las principales incursiones tuvieron lugar en zonas llanas, de acceso rápido y sin apenas defensa. Cantavieja y los Puertos de Beceite son ya piezas clave para la infraestructura del carlismo en Aragón.
A partir de 1838 la actividad carlista entra en su fase de mayor extensión, no sólo por la acción de las fuerzas radicadas en Aragón, sino también por la incidencia que tienen las incursiones que se producen en la franja fronteriza de Huesca con Navarra y siguiendo el curso del río Jalón. Las principales ciudades al sur del Ebro, Calatayud, Zaragoza, Caspe, Alcañiz y Teruel, tienen los carlistas en sus puertas, y el territorio que media entre ellas está fuera del control de las tropas liberales.
A finales de 1839 las tropas al mando de Cabrera disponen de siete núcleos fortificados en Aragón respaldados por un control estable del territorio y una estrategia defensiva. Frente a esto, Espartero, con las tropas desocupadas en el norte por la firma del Convenio de Vergara, opone una línea de fortificaciones desde Alcañiz a Castel de Cabra tras la que sólo queda el fuerte carlista de Segura. Esta estrategia perseguía contener la actividad carlista al sur de la línea fortificada mientras a sus espaldas la incomunicación acababa con toda resistencia. A finales del invierno se inicia la ofensiva de los ejércitos liberales que desde el N., al mando de Espartero, toman Segura y poco después Castellote, y desde el sur, mandados por O'Donnell, ocupan las fortalezas de Aliaga, Alcalá de la Selva y Cantavieja. Con Cabrera enfermo y estos núcleos fortificados rendidos puede darse por terminada la resistencia carlista en Aragón, aunque todavía será la base del ejército liberal en sus operaciones contra Morella, cuya rendición se consigue el 30 de mayo de 1840.
Segunda Guerra Carlista o guerra dels Matiners (1846-1849)
El conde de Montemolín, desairado en sus pretensiones matrimoniales y dinásticas, se alzó a la aventura de una nueva guerra: "la guerra dels matiners".
La llamada guerra de los "matiners", la segunda l de la cronología carlista es conocida por el enfrentamiento entre tropas isabelinas y el bando carlista.
Es bastante impreciso señalar la fecha concreta del primer alzamiento. Algunas partidas se adentraron en los bosques de Cataluña, y estaban empezando a operar, por ejemplo un grupo de guerrilleros fue detectado en Rocacorva, mientras que otro entró en Manlleu deteniendo y fusilando al alcalde. Aún el empuje y el ímpetu carlista, el conflicto sólo enraizaría en Cataluña.
Durante todo el otoño de 1846 el alzamiento continuó. El alzamiento de las partidas era continuo. Actuaron sin disciplina y sin coordinación unas de otras, la autonomía guerrillera era total. Quizá de ahí proviene el nombre de "matiners", que en castellano significa "madrugadores".
El intento de sublevar a otras regiones españolas fracasó estrepitosamente. En el País Vasco halló escaso eco, a pesar de registrarse el alzamiento de un manifiesto real firmado por la Junta Vasco - Navarra, bajo el lema "Orden, libertad y justicia", en defensa de los Fueros y de las diputaciones y constituciones del País Vaco. Se registraron algunos alzamientos en Castilla la Vieja y La Mancha, a las órdenes de los coroneles Arnáiz y Peco respectivamente. También lo intentó el general Gómez en Andalucía pero sin éxito. El movimiento sólo cuajó en Cataluña y tomó un carácter de guerra socia y de revindicaciones anticentralistas.
La lucha armada desde este momento adquirió la forma de la conocida guerra de guerrillas, dado que la geografía catalana era muy propicia para este sistema bélico: Barcelona, Gerona y
Tarragona son provincias atravesadas de norte a sur por cordilleras, con la suficiente altitud para proteger a los guerrilleros e impedir las maniobras de un ejercito común, además de facilitar las telecomunicaciones intercomarcales.
Los matiners contaron con el apoyo del campesinado, que sirvió de eficaz retaguardia, daba alojamiento y alimentaba a las tropas, y lo más importante, otorgaba a las guerrillas una amplia red de información que cubría prácticamente toda Cataluña.
El ejército isabelino adquirió un sistema de lucha un tanto peculiar. Los altos cargos del Ejército regular permanente en Cataluña frecuentemente sobornaba a algunos de los cabecillas carlistas para que delataran su posición, para que informaran de posibles ataques, etc. Por ello los generales no tenían muchas veces suficiente con el presupuesto ordinario del estado para sufragar los gastos de la guerra, sino que tenían que apelar con frecuencia a los fondos secretos del Ministerio. El soborno fue, pues, una de las armas utilizadas por los generales isabelinos para lograr que algunos de los cabecillas carlistas abandonaran la guerrilla, como fueron los casos de Bartolomé Posas y Miquel Villa.
La actividad de las partidas en acciones guerrilleras prosiguió durante 1847 a las órdenes de jefes experimentados (Bartolomé Porredón, más conocido como Ros de Eroles; Benito, o Benet, Tristany; Juan Castells; Marçal, etc.), logrando incrementar sus efectivos de cuatro a diez mil hombres a raíz del retorno a Cataluña del irredento Cabrera, apodado el "tigre de El Maestrazgo". Al frente de las huestes isabelinas se sucedía un rosario de jefes y capitanes generales (Bretón, Manuel Pavía y Lacy, Manuel Gutiérrez de la Concha y Fernando Fernández de Córdova), en un continuo trasiego por las líneas de combate que ponía de relieve la incapacidad del Ejército para pacificar el acotado conflicto. La incorporación de elementos progresistas y republicanos a las filas carlistas, al hilo del impacto de las oleadas revolucionarias europeas de 1848, complicó aún más su tipificación interna y específica resolución. La abortada venida a España desde Londres del conde de Montemolín, en la primavera de 1849, acabó por disolver los reductos carlistas, que optaron, al igual que Cabrera, por su traslado a Francia, sin quedar rastro de ellos en Cataluña a la altura de mayo de 1849.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
En apenas un cuatrienio, las tropas del pretendiente Carlos VII (duque de Madrid) se enfrentaron con las de los sucesivos adeptos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII, prueba inequívoca de la cambiante morfología política de España en esos años y sus dificultades para consolidar su forma de gobierno y estructuración territorial del Estado. Cataluña y el País Vasco coparon en esta tercera y última ocasión la geografía militar carlista desde las primeras escaramuzas del llamado `ejército de Dios, del trono, de la propiedad y de la familia', fechadas en 1872, hasta el histórico “Volveré” pronunciado por Carlos VII en febrero de 1876 al cruzar el puente de Arnegui rumbo al exilio, por lo demás nunca cumplido. Entre uno y otro año tuvieron lugar un sinfín de choques armados, unas veces favorables a los rebeldes (Estella, Santa Bárbara, Montejurra, Luchana, Desierto, Portugalete), o bien estrepitosos errores de éstos (sitio de Bilbao, toma de Cuenca, marcha hacia Valencia), junto a acontecimientos variopintos como la designación del infante Alfonso Carlos al frente de los combatientes catalanes y la testimonial devolución a este pueblo de sus perdidos fueros, o las atrocidades del cura Manuel Ignacio Santa Cruz, encarcelado por los propios carlistas y cruel excepción que confirma la regla del derramamiento indiscriminado de sangre inocente. La Restauración de la Casa de Borbón, llevada a efecto en diciembre de 1874 en torno a la figura de Alfonso XII, hijo de la destronada Isabel II, puso de relieve, antes de certificarlo las armas en Cataluña y Navarra, la secular inutilidad del empeño carlista por acceder a la corona de España.
SITUACIÓN DEL CARLISMO A FINALES DEL S XIX
LA UNIÓN CATÓLICA Y EL PIDALISMO
Con la llegada de Alfonso XII se había instaurado la monarquía, tras el fracaso de la I República, que había sido fruto del golpe de Estado del general Martínez Campos y organizada políticamente por Cánovas del Castillo. En esta nueva situación el Carlismo se enfrentaba al reto de la incorporación al panorama político como un nuevo partido de ámbito nacional, tras el estrepitoso fracaso de la última guerra carlista.
Para afrontar esta nueva etapa constitucional, Carlos VII eligió a Cándido Nocedal para liderar el partido, a pesar de que provenía del liberalismo isabelino. Este ostentó la jefatura del partido desde Agosto de 1879 hasta julio de 1885. Pero Nocedal no fue el único que se incorporó al carlismo, también lo hicieron importantes sectores del liberalismo católico y restos del partido moderado que no buscaban otra cosa que luchar contra la monarquía que había sido instaurada por el general Prim, en un principio y contra la república después. Estos nuevos grupos fueron bautizados como "neos" o "neocatólicos". Este grupo no fue muy estable dentro del partido ya que una vez que vieron pasar el peligro de la república comenzaron las maniobras de escisión y de acercarse al alfonsismo (tras el reconocimiento de Alfonso XII).
Entre estos intentos de separación destaca el emprendido por Alejandro Pidal, que aliado con Cánovas fundó una nueva agrupación política llamada " Unión Católica ". Con esto trataba de aglutinar a todos los carlistas en un bloque de derechas, y que a través de la defensa de la unidad católica se prescindiera de los principios dinásticos o legitimistas. En definitiva pretendía separar a los Carlistas de Carlos VII utilizando como herramienta el gancho religioso.
El pidalismo tubo en sus inicios cierto éxito entre los carlistas, obre todo entre los neos, siendo motivo de numerosas polémicas y discusiones dentro del partido, hasta que la escisión se convierte en un hecho apoyada por el aparato periodístico. La nueva unión Católica estará ayudada por el periódico madrileño El Fénix.
Nocedal contrario a estos movimientos separatistas se reafirma en sus convicciones carlistas y hace numerosas manifestaciones en las que declara que en la política acata fiel y únicamente las decisiones de su rey Carlos VII, mientras que los consejos de obispos y deanes eran solamente respetables en el terreno religioso.
El pidalismo parecía crecer por momentos ayudado por las continuas campañas periodísticas que día tras día se sucedían en los diarios, pero esto no impidió que Nocedal les hiciera frente apoyado siempre por Carlos VII. Poco a poco este movimiento se fue disolviendo y la Unión Católica fue perdiendo fuerza hasta su disolución no dejando más estela que el intento de división de los carlistas, un intento que no llegó a buen término y que no por ello impediría otros posteriores.
Pidal y Mon sería obsequiado por la restauración con la cartera de Fomento y más tarde con la Embajada de Roma y la presidencia del Congreso.
EL CISMA INTEGRISTA
En definitiva los neos no produjeron en el carlismo más que un intento de Pidal y Mon de utilizarlo en beneficio del canovismo y la Restauración alfonsina. Si bien este intento de excisión no llegó a ser demasiado perjudicial, constituiría punto de partida en posteriores intentos que en algunos casos si le harían mella. Estamos refiriéndonos al cisma integrista.
El integrismo fue un movimiento que en esos momentos se estaba dando en toda Europa y que tenía sus orígenes a mediados del siglo XIX. Curiosamente en España este movimiento estuvo liderado por Ramón de Nocedal y Romea, hijo de Cándido Nocedal que años atrás había logrado hacer frente exitosamente al "pidalismo".
Los errores del integrismo español fueron numerosos: su doctrina se basaba en que todo aspecto de la Humanidad tiene una dualidad, el bien y el mal; no es partidario de la libertad de opinión y por tanto de los partidos políticos; supedita el poder político al religioso. En definitiva es una especie de Inquisición pero trasladada al siglo XIX. Por todo esto choca continuamente con la ideología carlista.
El cisma tubo lugar en 1888, tres años después del fallecimiento de Cándido Nocedal, cuando su hijo en repetidas ocasiones tildó a Don Carlos de liberal a causa del famoso Manifiesto Moretín de 1874. Evidentemente este fue utilizado como un vil pretexto ya que esta acusación podía haberse efectuado quince años antes, cuando este se publicó.
El integrismo fue liderado por el diario El Siglo Futuro presidido por el propio Nocedal. Este fue expulsado del partido tras declinar la oferta de rectificación hecha por Don Carlos. Con este se marcharon en torno a una veintena de diarios de toda España y gran número de militantes con los que años más tarde, en 1889, fundaría el nuevo Partido Católico Monárquico o Partido Integrista.
Lo cierto es que el integrismo resultaba una amenaza mayor dentro del partido. Aún así no resultaría fácil librarse de ellos. En 1932 ante la llegada de la II república, lograron integrarse de nuevo dentro de los carlistas, la cual tubo como consecuencia más inmediata la participación del Carlismo en la guerra civil de 1936 - 1939, en el bando de general Francisco Franco.
VÁZQUEZ DE MELLA O EL "MELLISMO" TRADICIONALISTA
Al iniciarse el siglo, el partido no parecía tener mucho futuro. Solamente era sostenido por una base popular que permanecía fiel a Carlos VII, el cual nada podía hacer frente a aquellos sectores tradicionalistas, liderados por Juan Vázquez de Mella, y que constituían el aparato dirigente del partido.
Ideológicamente y pese a estar en esta época liberados de los integristas, los carlistas estaban estancados en concepciones tradicionalistas frente a las continuas reibindicaciones sociales de la base del partido. El sector mellista no perdía ocasión para enfrentar a los pocos diputados más avanzados ideológicamente para enfrentarlos a los republicanos anticlericales. Aún así se consiguieron logros políticos como fue el de 1905, cuando el Partido Carlista entró a formar parte de la oposición en Cataluña con fuerzas políticas contrarias a su ideología. Este frente común tenía como origen y objetivo primordial acabar con la Ley de las Jurisdicciones, la cual pretendía erradicar el anarquismo y desarticular a los partidos Carlista y Republicana Federal, así como debilitar los crecientes nacionalismos vasco y catalán. En el congreso los diputados Vázquez de Mella y Llorens se aliaron con los partidos de la izquierda para oponerse a la mencionada ley. El éxito logrado en este frente fue celebrado con numerosos homenajes y actos.
El Gobierno utilizó todos los medios a su alcance para combatir la "Solidadrtat Catalana", que así se llamaba este frente común, sin ningún éxito de tal forma que esta unión consiguió sus objetivos el 25 de enero de 1907, cuando el Gobierno presidido por Segismundo Moret dimite, no sin antes retirar el proyecto de Ley causa del conflicto.
En 1909 accede a la jefatura del Carlismo el Navarro Bartolomé Feliú, el cual era muy reconocido por su prestigio intelectual pero cuyas dotes políticas no eran excesivas. Vázquez de Mella pronto vio en el un peligro para sus pretensiones. Este último estaba preocupado por el problema sucesorio, ya que el hijo de Carlos VII, don Jaime de Borbón permanecía en la soltería.
Como era de esperar a Carlos VII le sucedió su hijo Jaime III, iniciándose así el período histórico del Carlismo denominado con el nombre del "jaimismo" y que estaría caracterizado por ser la primera etapa del partido ausente de belicismo. Esta etapa se caracterizó por una tímida evolución ideológica y política a la cual trataron de hacer frente distintos sectores sin excesiva fortuna.
Don Jaime se erigió en líder popular secundado sobre todo por sectores obreros y juveniles del Carlismo. Su mentalidad moderna y progresista le llevaron a proclamarse como socialista. En 1909 el éxito del partido Carlista en las elecciones fue evidente, lo cual demostraba que la organización interna del partido era adecuada. No obstante los esfuerzos de los centristas gubernamentales por conseguir el desprestigio del Carlismo seguían produciéndose.
Bartolomé Feliú dejaría la delegación nacional de don Jaime de España en 1910, a favor de una Junta Nacional con 28 miembros, presidida por el Marqués Cerralbo. Las escasas cualidades políticas de este quedaron patentes en los malos resultados de las selecciones de 1914. Por todos era conocida la lealtad que tributaba a Vázquez de Mella, al que por otra parte todos admiraban y respetaban sobremanera. Esto junto con las ideas que tenia sobre don Jaime, ya que opinaba que era demasiado moderno hacían presagiar un nuevo conflicto.
La I Guerra Mundial puso de manifiesto este enfrentamiento entre Mella y don Jaime, los cuales al igual que la sociedad española tenían posiciones enfrentadas, mientras que los primeros se decantaban por la posición alemana, los otros lo hacían por los aliados. Esta decisión adoptada por don Jaime con ayuda de su familia le acarrearía consecuencias como la expulsión de Austria, a cuyo país volvió tras la falsa readmisión por el emperador Francisco José, que en una actitud poco honesta le encarceló hasta la conclusión de la guerra en 1918.
Para evitar divisiones internas y a pesar de su clara posición, la recomendación para con los militantes de su partido fue la neutralidad, recomendación esta que no fue escuchada por Mella y sus seguidores que enseguida iniciaron una campaña de apoyo a los alemanes. Don Jaime, no olvidemos que estaba recluido por orden de Francisco José lo cual le impedía la dirección del partido, ya que su correspondencia no llegaba a su destino y sus mensajeros no comulgaban con sus ideas. Mella se aprovechó de esta situación para difundir sus ideas germanófilas, utilizando incluso la figura de Don Jaime como instrumento de difusión de sus ideas sabedor de la limitación de este para manifestar sus ideales aliadistas e impedir estos actos faltos de honestidad.
Los mellistas no contaban con el final de la guerra, con el cual vino el encarcelamiento de don Jaime. El Carlismo había estado tan preocupado con el debate alemanes - aliados que había desaprovechado una oportunidad única de llegar al poder de una forma pacífica aprovechando los apoyos populares.
Cuando el final de la guerra era casi evidente Cerralbo dimite para evitar rendir explicaciones a don Jaime de todas aquellas irregularidades que junto con Mella habían llevado a término.
En 1919, ya en París decide pedir cuentas a la Junta Nacional convocando una reunión en dicha ciudad, la cual no se pudo llevar a término por la oposición de las autoridades francesas. Es por ello que el 30 de Enero del mencionado año don Jaime lanzó el Manifiesto de París, en el cual esclarecía cual había sido su postura sobre los acontecimientos, como se habían manipulado sus opiniones y que era lo que realmente había ocurrido.
El manifiesto calló como un cubo de agua fría, la mayoría de los componentes de la base popular quedaron confusos, no podían entender que su ídolo, su guía ideológico les hubiese manipulado tal y como lo hizo. El cisma es inminente, unos defraudados se retiran de la política, otros seguirán ciegamente a Mella, y el resto, la mayoría, veteranos y juventudes deciden ponerse incondicionalmente de lado de don Jaime.
La última maniobra de los mellistas no sería otra que la de evitar la difusión del Manifiesto de París, pero nada pudieron hacer ya que los rumores sobre la existencia de dicho documento ya se habían extendido por todas partes. Además se publicaría en el diario El correo Español, propiedad de don Jaime, superando el obstáculo de la negativa de su director, el mellista Fernández Peñaflor.
Consecuencia de todo esto es la disolución por don Jaime de la Junta Nacional, asumiendo la dirección general y nombrando como Secretario General a don Pascual Comín, el cual aceptará el cargo con carácter provisional. Ni que decir tiene que Vázquez de Mella y sus aliados abandonarían para siempre y de una vez por todas el partido Carlista al cual habían causado tanto daño.
EL CARLISMO EN EL SIGLO XX
LA UNIFICACIÓN DE 1937:
PROALFONSINOS, FRANQUISTAS Y CARLISTAS
El carlismo no ha contado con una homogeneidad ideológica a través de la historia. Ya en la primera guerra carlista se entremezclaban tres tendencias: integrismo, tradicionalismo y forismo. La corriente integrista está formada por realistas exaltados, absolutistas puros y los apostólicos, que iban en contra de las reformas de Fernando VII.
Integristas y tradicionalistas pusieron en marcha la primera guerra carlista. Pero le alzamiento de Talavera de la Reina no tuvo gran repercusión, el ejercito apoyó a María Cristina y los resultados políticos no eran muy esperanzadores. Sólo los grandes generales carlistas dieron un poco de aire a los integristas y tradicionalistas. Claro ejemplo son Zumalacárregui en el norte y Cabrera es la zona catalana. Sin la existencia de estos tres sectores sería imposible entender las escisiones, las pugnas internas, abandonos y defecciones que se produjeron en el seno carlista. Por ello hay que tener muy en cuenta estas tres tendencias para entender la Unificación de 1937, en el que Comunión Tradicionalista y Falange Española quedaban consolidadas como una sola organización política, FET y de la JONS.
Al estallar la guerra civil de 1936-1939 estos tres sectores estaban dentro del propio carlismo: el integrismo estaba representado por Manuel Fal Conde, jefe de le Comunión Tradicionalista, y a cargo del integrismo estaba el conde de Rodezno, jefe del Partido de Navarra proalfonsino.
El 23 de enero de 1936, don Alfonso Carlos instaura La regencia a favor de su sobrino, don Javier de Borbón Parma. El conde Rodezno estaba en contra de la fusión con los alfonsinos y es un este momento cuando surge la protesta de los carlistas catalanes que rechazan cualquier intento de alzamiento compartiendo esta opinión con el ejército.
El 28 de septiembre fallece en Viena don Alfonso Carlos, propugnándose la regencia de don Javier de Borbón.
Ante la proximidad de la toma de Madrid por tropas franquistas, carlistas y falangistas realizan una primera aproximación debido a que se pusieron de acuerdo en la toma de diferentes centros estratégicos de la ciudad. Este contacto, no le sentó muy bien a Franco así que empezaron a distanciarse Fal Conde y el General. Esta enemistad tiene su punto culminante el 8 de diciembre de 1936 donde el encargado del partido carlista en exiliado a Portugal. Mientras tanto los proalfonsinos trabajaban junto a los carlistas con el fin de unificar el régimen Español.
El último esfuerzo de los proalfonsinos para pactar con don Javier de Borbón se situaría el 18 de abril de 1937, aunque no fue escuchada por el Regente. Un día después el Cuartel General del Ejército nacional emite un discurso por el cual todas las organizaciones políticas quedan disueltas e integradas en un solo partido "Falange Española Tradicionalista de las JONS".
La reacción de los carlistas no se hizo esperar, y Fal Conde amenaza con expulsar del partido carlista a todo aquel que acepte cargos en el nuevo partido único.
El 22 de abril de 1937 Franco expulsa a cuatro tradicionalistas proalfonsinos. Aquel mismo día Fal Monte y don Javier de Parma anunciaron la expulsión de cuatro de la Comunión Tradicionalista, dejando claramente declarada la guerra a los franquistas. El enfrentamiento franco - carlista duraría toda la posguerra, prolongándose hasta la muerte del dictador
BIBLIOGRAFÍA
"Raros, heterodoxos, disidentes y viñetas del Carlismo".
JOSEP CARLES CLEMENTE. Ed. Fundamentos (1995)
"Historia general de España : las convulsiones del XIX"
Ed. Planeta (1979).
"Enciclopedia Encarta´99"
Artículos en Internet:
La Primera Guerra Carlista en Aragón (1833-1840)
P. V. Rújula López.
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