Literatura
Cantar del Mio Cid
Autor.
La opinión más generalizada, respecto a su autor, es que se trata de obra anónima y que el nombre Per Abbat que figura en el Poema es el del copista. Una de las cuestiones más controvertidas es la fecha de su composición. Menéndez Pidal dio en un principio la fecha de hacia 1140, basándose en diversos argumentos. Arcaísmos lingüísticos, alusiones históricas. Etc. Sin embargo el mismo Menéndez Pidal, en 1961, supone la composición de un primer autor, al que llamó “Juglar de San Esteban”, hacia 1110, y otro posterior hacia 1140, llamado “Juglar de Medinaceli”. El primero, más atento a la verdad histórica por vivir muy cercano a ella y poseedor de una métrica variada, habría compuesto la totalidad de la obra. El segundo, partidario de incorporar elementos ficticios y aficionado a rimas más uniformes, modificaría apreciablemente parte del Poema.
Contexto histórico y social.
En la poesía medieval había dos escuelas o mesteres - oficios - : el mester de juglaría, propio de los juglares, y el de clerecía, propio de los clérigos. Entre el mester de juglaría cabe resaltar como características principales la presencia de versos irregulares, que oscilan entre diez y veinte sílabas, y que son mayoritariamente monorrimos, rimando siempre en asonante.
El juglar era el que divertía al rey, a los nobles o al pueblo. Se ganaba la vida ante un público para recrearlo con la música, la literatura, la charlatanería o con juegos de manos, de mímica, de acrobacia,... También servían como órganos de publicidad y de influencia en la opinión.
Los cantares de gesta. Origen de la épica romance.
El Poema del Mio Cid se incluye dentro de la épica, en el subgénero que los historiadores de la literatura denominan Canción de Gesta.
Los poemas épicos son narraciones en verso de carácter heroico. Su objeto era cantar o relatar la vida de personajes importantes, sucesos notables o acontecimientos de vida nacional que merecieran ser divulgados. Debido a su carácter oral la mayoría de ellos.
Su probable origen es que un poeta, que se ha servido de materiales del patrimonio popular o colectivo, los haya redactado.
A lo largo de los siglos los romances se han visto influenciados por raíces germánicas, (la crueldad de las venganzas de la mujer), francesas, debido a las numerosas peregrinaciones a Santiago, y arábigas (las "archuzas", semejantes a nuestra épica).
Partes y argumento.
El Poema se divide en tres partes o cantares: Cantar del Destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes
Cantar I. Cantar del Destierro:
El Cid sale de Vivar, dejando sus palacios desiertos y llega a Burgos, donde nadie se atreve a darle asilo por temor a las represalias del rey. Una niña de nueve años le ruega que no intente la ayuda por la fuerza para no perjudicar a los moradores de la posada. En la ciudad se aprovecha de la avaricia de unos judíos. El Cid se dirige al monasterio de San Pedro de Cardeña, para despedirse de su esposa, doña Jimena, y de sus dos hijas, a las que deja confiadas al abad de dicho monasterio. Entra luego en tierra de moros, asalta la villa de Castejón y vence a los moros en varias ocasiones, recogiendo un rico botín del que envía parte al rey; continúa sus correrías y derrota y prende al conde Barcelona, liberándole poco después.
Cantar II. Cantar de las Bodas:
Refiere fundamentalmente la conquista de Valencia. El Cid vence al rey moro de Sevilla y envía un nuevo presente al rey Alfonso VI, lo que permite el reencuentro del Cid con su familia. Poco después la ciudad es sitiada por el rey moro de Marruecos; el Cid le derrota y envía un tercer presente al rey Alfonso. Los infantes de Carrión solicitan al rey de Castilla las hijas del Cid en matrimonio y el rey y señor del Cid interviene para lograr el consentimiento de aquel y lo perdona solemnemente. Con los preparativos termina el Cantar.
Cantar III. La afrenta de Corpes:
Los infantes de Carrión quedan en ridículo ante los cortesanos del Cid por su cobardía en el campo de batalla y por el pánico que demuestran a la vista de un león escapado. deciden entonces vengar las burlas de que han sido objeto, para ello parten de Valencia con sus mujeres y, al llegar al robledal de Corpes las abandonan, después de azotarlas bárbaramente. El Cid pide justicia al rey. Convocadas las cortes en Toledo, los guerreros del Campeador desafían y vencen a los infantes, que son declarados traidores. El Poema con las nuevas bodas de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de Navarra y Aragón.
Estructura.
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El tema del deshonor: eje central de la obra, motivado por el injusto destierro del Cid ; continúa con el progresivo engrandecimiento del Cid mediante sus victorias y las riquezas que éstas le procuran y finalmente se describe la entrada triunfal del Cid en Valencia
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Las bodas de las hijas del Cid y el injusto trato que estas reciben por parte de los infantes de Carrión: esto motiva que el Cid obtenga la culminación de su honor. Finalmente las hijas del Cid se casan con los infantes de Navarra y Aragón.
Aspectos formales: métrica y estilo.
Métrica:
Característica: versificación irregular : medida de los versos oscila entre las 10 y las 20 sílabas, aunque se aprecia un predominio de los de 14, 15 y 13 con hemistiquios de 6, 7 y 8 sílabas combinados preferentemente en 7 + 7, 7 + 8 y 6 + 7. Los versos están agrupados en series o tiradas que encierran una misma idea, cuya asonancia es más o menos continua. Suele cambiarse la asonancia cuando la narración da paso al discurso directo o viceversa y cuando una nueva escena o tema.
Estilo:
Con el propósito de ennoblecerlos el poeta dota a los personajes de cualidades excelentes mediante el epíteto épico - "el que en buen hora nació", "el bueno de Vivar", o de adjetivos caracterizadores, ponderativos o afectivos que se extienden no sólo al héroe, sino también a su mujer, a su caballo, ... Visualiza las escenas de emocionantes mediante expresiones deícticas, señaladoras - afectos (heos aquí), veriedes - porque presupone un auditorio ; en estos casos el autor se introduce en la obra haciendo sus propios comentarios. El vocabulario que alude a prácticas legales, usos feudales, arte de la guerra y ropajes es amplio y sirve para dar a conocer costumbres y modos de vida. Se usa con cierta frecuencia el ablativo absoluto. Hay pleonasmos - llorando de los ojos - que intensifican la expresión emotiva. Se suelen anteponer el artículo al adjetivo, con lo que se le individualiza y se le atribuye la cualidad en exclusiva - Castilla la gentil, Valencia la clara. Abundan las descripciones de personas, batallas y lugares. Para terminar hay que destacar la claridad, simplicidad y a la vez severa grandeza que el poeta confiere a la narración que discurre con rapidez y viveza (dinamismo). La ornamentación es sobria y la adjetivación escasa. La expresión adquiere una infinita gama de matices que van desde lo finamente irónico a lo dramático
Temas.
En primer lugar se señala el tema del restablecimiento del honor del héroe, perdido a causa del destierro. Entonces el concepto del honor equivalía a "posición o rango social".
La ascensión del Cid al poder es otro de los temas. El destierro que sufre el héroe supone el desamor del rey y la muerte jurídica del Cid. Para conseguir el poder lucha y gana batallas y riquezas a las que se les concede gran importancia en la obra. En la lucha por el poder son importantes las hijas, por las que siente gran ternura, pero las mueve en el tablero según sus conveniencias como cualquier señor medieval.
También hay que destacar el tema de la integridad. El Cid se demuestra íntegro en un sentido cristiano, feudal y social . Esta integridad le gana la adhesión de sus vasallos y su generosidad y fidelidad le hacen recuperar el favor del rey. Es tierno y humano en el amor a su familia y a sus amigo, religioso, cortés, astuto, discreto y valiente en la lucha.
Historicidad, ficción y realismo.
El poema tiene un gran valor histórico, porque gran parte de los personajes y hechos que nos muestra están atestiguados históricamente.
Sin embargo, la intensa exaltación priva al texto de cierta imparcialidad y exactitud que, cosa que, por otra parte, tampoco era buscada por el autor.
El realismo es otro valor añadido al Poema. Las batallas, los lugares geográficos citados, las costumbres, vestidos y comida, aparecen descritos con fidelidad y con una base real.
Personajes.
Rodrigo Díaz de Vivar es el protagonista del poema, el Cid Campeador. Nació en vivar, que era una aldea situada a 7 Km. de Burgos. Hijo de Diego Lainez, caballero de la corte de Castilla. A los 15 años, su padre murió y se crió en la corte del rey Fernando I, con su hijo, el príncipe Sancho. Entre los años 1063 a 1072 fue ayudante de don Sancho y lucho con él en Zaragoza, Coimbra y Zamora. Fue nombrado caballero.
A los 23 años, consiguió el título de Campeador. A los 24 ya era conocido como Mío Cid, expresión de cariño y admiración. Cuando murió Sancho II, Alfonso VI fue el nuevo rey de Castilla.
Alfonso VI tenía mucha envidia del Cid, y en 1081, fue desterrado de Castilla con 300 de los mejores caballeros de Castilla. Se fueron durante 6 años. Luego, el almorávide Yusuf cruza en 1089 el estrecho de Gibraltar y el rey Alfonso pide ayuda al Cid, pero por un malentendido entre los dos otro enfado entre el rey y don Rodrigo Díaz y el monarca le destierra por segunda vez en 1089. En diez años la fama del Cid crece mucho. Conquista los reinos de Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, y Alpuente.
En el 1094, el Cid entro en Valencia triunfalmente. Aún habría de combatir más batallas, como la que en el mismo año le enfrentó al emperador almorávide Mahammad, sobrino de Yusuf, el cual fue a las puertas de Valencia con 150.000 caballeros. La victoria del Cid fue total. En 1097 muere en la batalla de Consuegra, el único hijo varón del Cid, Diego. Rodrigo Díaz de Vivar muere el domingo 10 de Julio de 1099.
Otros personajes.
En el Poema de Mío Cid aparecen muchos personajes, aparte de don Rodrigo Díaz de Vivar:
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Alfonso VI. Rey de Castilla y León (1072 a 1109). En el poema su nombre se escribe casi siempre Alfonso.
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El conde don Enrique. Príncipe de Borgoña. Se casó con una hija de Alfonso VI.
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El conde don Ramón. Primo de don Enrique.
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El conde don Fruela. Conde de León y mayordomo del conde don Ramón.
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El conde don Beltrán. Puede que fuese un personaje inventado.
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Jimena Díaz. Se casó con el Cid en 1074.
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Las hijas del Cid. Elvira y Sol. Elvira, se casó con el infante Ramiro de Navarra, y Sol con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona.
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Álvar Álvarez. Puede que fuera un sobrino del Cid
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Martín Antolinez. Sobrino ficticio del Cid.
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Pedro Bermúdez. Otro sobrino del Cid.
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Álvar Fáñez. Otro sobrino del Cid, seguramente ficticio.
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Galín García (el bueno de Aragón). Señor de unos lugares situados en el oeste de Aragón.
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Muño Gustioz. Criado del Cid.
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Malanda. Se le decía experto en leyes. Su nombre aparece en un diploma.
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Félez Muñoz. Familiar del Cid. Probablemente sobrino suyo.
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Martín Muñoz. Gobernador de Montemayor.
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Álvar Salvadórez. Hermano menor del conde de Lara. Firmaron la carta de arras de Jimena (mujer del Cid).
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Diego Téllez. Gobernador de Sepúlveda.
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Los infantes de Carrión. Diego y Fernando González. Nacieron sobre el 1075.
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Asur González. Hermano mayor de los infantes.
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Gonzalo Ansúrez. Padre de los infantes de Carrión.
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García Ordóñez. Enemigo del Cid.
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Álvar Díaz. Enemigo del Cid. Aliado con García Ordóñez.
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Gómez Peláyez. Miembro de la familia de los Carrión. Puede que fuera solo un aliado de la familia.
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Don Sancho. Abad de Cárdena.
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Don Jerónimo. Clérigo francés.
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El conde de Barcelona. Se llamaba Berenguer Ramón II, pero su nombre aparece mal en el poema.
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Iñigo Jiménez. Enviado del príncipe
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Ojarra. Mensajero que el príncipe de Navarra envía a la corte de Alfonso VI.
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Raquel y Vidas. Judíos inventados. Raquel es nombre de Varón en la Edad Media.
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Avengalvón. Moro aliado y amigo del Cid.
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Bucar. Rey de Marruecos.
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Yuçef. Primer emperador de los almorávides.
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Tamín. Rey árabe de Valencia.
Aspecto externo.
En el panorama de la Canción de Gesta castellana destaca el Poema por ser la obra más antigua de las conservadas y por haber llegado hasta nosotros casi completo, en un único manuscrito, hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid. El manuscrito contiene 3.730 versos. Le faltan tres hojas: la inicial, una después del verso n. º 2.337 y otra a continuación del 3. 507. Suponen unos 150 versos, que Menéndez Pidal ha reconstruido a base de la refundición del Cantar hecha en la “Crónica de Veinte Reyes”.
Aspecto interno.
Nada más entrar en contacto co la obra, nos salta a la vista que en ella predominan los acontecimientos: el Cid camina al destierro, va y viene conquistando tierras, casa a sus hijas, etc. Esta serie de acontecimientos es lo que constituye la modalidad literaria llamada narración o relato. Por lo tanto, el análisis de este aspecto interno incluirá todos aquellos elementos propios del relato: asunto, narrador, personajes, etc.
El asunto del Poema ya lo dividió Menéndez Pidal en tres grandes cantares o tres “macrosecuencias”: Cantar del destierro, Cantar de las Bodas y Cantar de Corpes, estas están tejidas de acontecimientos diversos que, mediante su agrupación, configuran una unidad de sentido. La presencia del narrador en el Poema es muy patente. Situado fuera de los acontecimientos y diferenciado de los personajes, su voz domina por entero la materia, anuncia los hechos y los valora. Interviene de tres maneras: a) Con voz impersonal, ocultando su presencia por la tercera persona: “Mio Cid Roy Díaz por Burgos entróve”; b) con su actuación directa: “Odredes lo que ha dicho”: c) cediendo su voz a los personajes. Su actitud ante lo narrado es una actitud de exaltación; de ahí su tono épico. Es el que otorga los calificativos reiterados a los personajes para la caracterización de éstos(los llamados epítetos épicos):
Otro elemento a destacar del relato: los personajes. Entre éstos destaca el grupo de personajes principales. En este grupo el Cid destaca sobre los demás. Es el sujeto de la mayor parte del relato, elevado a categoría héroe. Después se puede ver lo que supone una expansión del sujeto principal: su familia-mujer e hijas-. También tenemos los vasallos del Cid: Alvar Fáñez Minaya, Pero Vermúdez, Martín Antolínez, Muño Gustioz y Félez Muñoz. Además de este grupo intervienen en el Poema otros muchos personajes, más secundarios, tales como los “oponentes”; Garci Ordóñez, envidioso de los éxitos del Cid; los infantes de Carrión, son algunos ejemplos.
Resumen
El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar abandona Castilla, porque es desterrado por el rey Alfonso VI. Se despide de su mujer e hijas, de las que se ve obligado a separarse. Al fin se va, seguido de unos cuantos hombres, decidido a conquistar tierras a los moros para entregárselas a su señor y conseguir así que le admitiera de nuevo en su reino. Sale de Vivar y pasa por Burgos, donde su sobrino Martín Antolinez consigue un préstamo de los judíos Raquel y Vidas, con la entrega de dos arcas en las que creen que el Cid guarda sus tesoros, pero que sólo contiene arena. Sobrevive a muchas batallas que le permiten ir obteniendo riquezas, territorios, gloria, fama y honor a la vez que la posibilidad de ir ofreciendo presentes al rey.
El Cid conquista Valencia, se la ofrece al rey y le pide que su mujer y sus hijas puedan reunirse de nuevo con él. El rey accede a su petición y le perdona, pero, además le propone la boda de sus hijas con los infantes de Carrión, miembros de la nobleza que las han pedido en matrimonio. El Cid no está muy seguro de si será ésta una buena opción para sus queridas hijas, pero no se atreve a desobedecer órdenes y acepta. Tienen lugar los preparativos de las bodas, que se celebran y festejan a lo grande.
Los infantes de Carrión, ahora yernos del Cid, resultan ser hombres cobardes que no se enfrentan a nada: no luchan, se ocultan de un león escapado... Esto supone la burla de todos. Para vengarse, deciden irse y llevarse todas sus riquezas. Pero piden permiso para trasladarse con sus esposas hasta Carrión. Todo esto para maltratarlas y abandonarlas a la mitad del camino, en el robledal de Corpes, deshonrando así al que en buena hora nació. Sin embargo, su primo se da cuenta y acude a ayudarlas. El Cid informa de todo lo ocurrido al rey y le hace responsable de establecer justicia. Se convocan unas cortes en Toledo, los infantes de Carrión se ven obligados a ir y devolver todo al Cid, además de pelear con sus guerreros en un duelo. Ganan los del Cid, vuelven a Valencia con alegría y con un honor recuperado y Doña Elvira y Doña Sol se casan con los infantes de Navarra y de Aragón, miembros de la realeza.
Lugar de la acción
La acción tiene lugar en la España del siglo XI, más concretamente en la Península Ibérica, dividida en diferentes reinos, al frente de cada cual había un señor encargado de gobernarlo.
Medio Social
Las relaciones que se establecen entre vasallos y señores, campesinos de los pueblos, los caballeros, los miembros de la nobleza nos reflejan con exactitud la sociedad del momento, en la que se vivía un profundo teocentrismo y en la que el honor, el respeto y la obediencia eran principios fundamentales.
La literatura medieval
Se entiende por Literatura medieval española el corpus de obras literarias escrito en castellano medieval entre, aproximadamente, comienzos del siglo XIII y finales del siglo XV. Las obras de referencia para esas fechas son, por un lado, el Cantar de Mio Cid, cuyo manuscrito más antiguo sería de 1207, y La Celestina, de 1499, obra ya de transición hacia el Renacimiento.
Dado que, como demuestran las glosas utilizadas en Castilla para explicar o aclarar términos latinos, hacia finales del siglo X el latín hablado se había distanciado enormemente de sus orígenes (empezando a dar paso a las distintas lenguas romances peninsulares), hay que sobreentender que la literatura oral estaría siendo producida en castellano desde bastante antes que la literatura escrita.
Así lo demuestra, por otro lado, el hecho de que distintos autores de entre mediados del siglo XI y fines del XI pudiesen incluir, al final de sus poemas en árabe o hebreo, versos que, en algunos casos, constituían muestras de lírica tradicional en lengua romance, lo que se conoce con el nombre de jarchas.
La lírica popular medieval comprende una variada tradición de composiciones propias del acervo popular, predominantemente rural, utilizadas preferentemente durante el trabajo y las fiestas, por lo que, a menudo, eran canciones asociadas al baile (también, hay canciones de camino, rimas infantiles, etc.). Así, pues, considerados como textos puestos por escrito, hay que tener en cuenta que bajo tal versión aparecen como textos poéticos aislados de su primitiva unidad artística, que reunía letra y música. Desde finales del siglo XV muchas de estas composiciones fueron fijadas textualmente e incluidas en los grandes Cancioneros de los siglos XV y XVI.
La lírica popular castellana comparte una serie de elementos que resulta una constante en la expresión literaria de diferentes tradiciones europeas, de ahí, por ejemplo, que muchos de sus textos recuerden a las cantigas de amigo gallegoportuguesas.
Los contenidos, casi siempre vinculados al amor (la muerte por amor, la pena por la separación, etc.), se centran en motivos tales como la descripción de la mujer (por ejemplo, fijándose en sus cabellos, muchas veces símbolo de virginidad), las localizaciones en ámbitos naturales donde hay agua (que simboliza la cita amorosa y el erotismo) o flores (también de simbología sexual), o con la presencia del aire o el viento, símbolos de la comunicación amorosa. En muchas ocasiones, la voz lírica es una voz femenina, que lamenta ante un confidente (generalmente la madre, la hermana, la amiga o la naturaleza) la distancia respecto al ser amado por motivos que abarcan la ausencia, la pérdida o el duelo.
Estilísticamente, la expresión es sencilla y elemental, reflejando una actitud emocional ingenua y misteriosamente irracional; hay una ausencia casi total de metáforas, prefiriéndose las imágenes visuales que denotan impresiones directas de una realidad exterior frecuentemente subjetivizada y cargada de un simbolismo ancestral; por último, la expresión de los sentimientos amorosos se realiza de forma abierta, patética, con énfasis y de forma reiterada.
La llamada lírica culta castellana es la poesía elaborada en las cortes de los reyes medievales Juan II de Castilla, Enrique IV de Castilla y Reyes Católicos.[15] por parte de los caballeros que vivían en ellas (reyes, políticos, magnates...) y que nos ha llegado a través de los cancioneros del siglo XV. Se extiende a lo largo de siglo y medio, desde los primeros poemas del Cancionero de Baena (h. 1370), hasta la segunda edición del Cancionero geral (1516) de García de Resende. Se la puede considerar como "la más impresionante muestra de poesía cortesana de toda la Europa medieval."[16] Los grandes poetas cultos castellanos de esta época fueron Pero López de Ayala, el Marqués de Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique.
La épica. Los cantares de gesta
La épica es un subgénero narrativo compuesto en verso y en lengua romance, cuyos orígenes datan del primer tercio del siglo XI. Las narraciones épicas están protagonizadas por héroes que representan, por sus valores, a toda una sociedad; suelen centrarse en acontecimientos relevantes dentro de la historia de un pueblo, por lo que esos héroes terminan por ser considerados símbolos para los mismos.
Es frecuente, además, que el argumento de estas historias gire alrededor de algún problema del protagonista con el valor social de la honra, que constituía la base de todo el sistema ético-político de relaciones vasalláticas en la Edad Media. La épica castellana toma sus temas, fundamentalmente, de dos acontecimientos históricos:
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la invasión árabe de la Península y los primeros focos de resistencia cristiana (siglo VIII)
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los inicios de la independencia de Castilla (siglo X).
El romancero
La palabra romancero, en el contexto de la literatura medieval, hace referencia al conjunto o corpus de poemas denominados romances que han sido conservados, ya sea por escrito, ya a través de la tradición oral. Compuestos anónimamente a partir del siglo XIV, fueron recogidos por escrito en el XV y conforman lo que se denomina romancero viejo, en contraposición al romancero nuevo, con autores ya reconocidos, compuesto a partir del XVI. Los músicos españoles del Renacimiento utilizaron algunos como texto para sus composiciones.
Los romances derivan, con bastante probabilidad, de los cantares de gesta: ante las actitudes y demandas del público, los juglares y recitadores debieron comenzar a resaltar determinados episodios de esos cantares que destacaban por su interés y singularidad; al aislarlos del conjunto del cantar, se crearían los romances. Este carácter esencial de los mismos, llevaba a que fuesen cantados al son de instrumentos en bailes grupales o en reuniones de entretenimiento o trabajo común.
Formalmente, se trata de poemas no estróficos de carácter épico-lírico; esto quiere decir que, aparte de ser narrativos como los cantares de gesta, presentan ciertos aspectos que los aproximan a la poesía lírica, como la frecuente aparición de la subjetividad emocional.
La prosa narrativa de ficción
La prosa en castellano se inició con los géneros de carácter didáctico o moralizante. La prosa de ficción en castellano surgió a mediados del siglo XIII, aunque en estos momentos se trataba de obras cuyos modelos remontaban al mundo oriental, aunque no siempre.
Se trata de colecciones de cuentos o recopilaciones de exempla como el Calila y Dimna (la primera colección vernácula, basada en una colección hindú de fábulas animales) y el Libro de los engaños e los asayamientos de las mugeres, conocido como Sendebar (cuyo título original pudo haber sido Los assayamientos de las mugeres).
Luego, tras la época de Alfonso X, la prosa, beneficiándose del prestigio adquirido en las obras sobre todo historiográficas, empezará a aparecer como herramienta para componer novelas. De esta manera, las obras novelísticas de la Edad Media son transformaciones de la historiografía, como lo demuestra el hecho de que sus primeras muestras sean adaptaciones libres de temas procedentes de la antigüedad considerados históricos.
La poesía a lo largo del siglo XIV.
La poesía a lo largo del siglo XIV sufre una transformación importante respecto a la desarrollada durante el siglo anterior, tanto en la forma como en el fondo. En la forma en la medida en que la cuaderna vía, aunque se sigue manteniendo como modelo de composición de las obras, da paso a otras formas poéticas. En el fondo en cuanto a que esa literatura didáctica, moralista y dogmática del Mester de Clerecía da paso, poco a poco, a una literatura mucho más personal de los autores -que empiezan a tener conciencia de que ser escritor es un oficio- donde reflejan sus pensamientos tanto morales, como políticos o religiosos. Otro cambio importante se da en el propio concepto de las obras, dejando a un lado aquellas obras enciclopédicas escritas en el siglo XIII, sustituyéndolas por obras con textos más reducidos y más concretos. Podríamos decir que en el siglo XIV se produce el declinar o la decadencia del Mester de Clerecía.
Aparecieron obras y autores de relevada importancia. Obras como la Vida de San Ildefonso, datada a comienzos del siglo y considerada el último ejemplo de literatura hagiográfica del Mester de Clerecía. Escrita por un ex-Beneficiado de Úbeda, consta de 1.074 versos que narran la vida y milagros de San Ildefonso. Otra obra importante fue el Libro de miseria de omne, datada en la primera mitad del siglo y que llegó a nosotros copiada en un códice del siglo XV; nos cuenta, en un tono pesimista, macabro e irónico, las consideradas principales miserias humanas.
Junto a Don Juan Manuel, al Canciller Pero López de Ayala y al Arcipreste de Hita (que tienen desarrolladas páginas específicas en esta Web) existieron otros escritores que merecen ser nombrados, como Alfonso Álvarez de Villasandino (1345?-1425?), poeta gallego portugués que llevó una auténtica vida de juglar y nos dejó una extensa obra en verso, escrita tanto en gallego como en castellano, de redondillas, coplas de pie quebrado y villancicos, o el judío castellano Sem Tob (Iem Tob) de Carrión, del que apenas se tienen noticias de su vida, no más que fue rabino de su antigua comunidad judía de Carrión de los Condes, y que desarrolló su actividad literaria entre 1340 y 1360, dedicada en exclusividad a temas sentenciosos y morales, dejándonos como legado su poesía litúrgica (piyyutim), sus Proverbios morales y su obra Debate del cálamo y las tijeras, adoptando el arte literario hebreo de la magáma. Otra figura importante literaria de este siglo fue el propio rey Alfonso XI de Castilla y León, conocido como el Justiciero; figura eclipsada en la historia por la de su abuelo Alfonso X y la de su hijo Pedro el Cruel, pero que, tanto en el campo político como en el literario, ejercicio una función envidiable. A nivel político devolvió a Castilla el esplendor perdido, y literariamente escribió magníficos poemas, donde su historia de amor con Leonor de Guzmán seguro que influyó positivamente, y un Libro de la Montería, donde recogió todo el conocimiento sobre las castas de perros y lugares de cacerías reales.
En definitiva, podríamos decir que en el siglo XIV se produce un despertar en el mundo literario y, especialmente, en la poesía con la utilización de nuevas formas de composición.
La prosa en el siglo XIV.
El siglo XIV fue testigo de una importante crisis general que hizo tambalear los valores y las bases más elementales, tanto demográficas como económicas, políticas y religiosas, de la Edad Media. Crisis que, en este siglo, afectó especialmente al reino de Castilla, y que continuó durante el siglo siguiente en los reinos de Aragón y Cataluña.
La crisis demográfica fue provocada por las malas cosechas, la escasez de alimentos y el hambre. Esta carestía facilitó la propagación de las epidemias, entre las que se destaca la peste negra, y el descenso de la población fue inmediato. La reducción de la mano de obra campesina y de las tierras de cultivo, propició la lógica minoración de las rentas de los propietarios, la nobleza, que pugnaba frente a los monarcas y al clero por mantener una hegemonía política, terminando en más de una ocasión en una guerra civil, o la participación en conflictos bélicos de mayo dimensión, como fue la Guerra de los Cien años, junto a naciones como Inglaterra y Francia. El único reducto donde los ciudadanos buscaban una explicación a tantos acontecimientos negativos, la religión, también sufrió uno de sus cismas más importante, con la división de la iglesia entre dos Papas, uno en Roma y otro en Avignon, y hasta un tercero en territorio español, como fue Pedro de Luna.
En este siglo, donde la vida cotidiana era una auténtica aventura, aún se recogen los frutos de las bases sentadas por Alfonso X en el siglo anterior, y así la prosa que había sido desarrollada por la nobleza letrada y cortesana, se extiende a la más ruda y a parte de la campesina, lo que provoca una madurez importante de la lengua castellana, tanto en su expresión oral como escrita, con una ampliación del vocabulario utilizado y el nacimiento de escritores que son conciente de su calidad como tales dentro de la sociedad.
La literatura adquiere un carácter fundamentalmente doctrinal y moralizador. Aparecen importantes obras didácticas y religiosas como El libro de los gatos, el Regimiento de los príncipes, o el Libro de la justicia de la vida espiritual, otras de carácter histórico como la Gran Crónica de Alfonso XI, la Crónica de los veinte reyes o la Tercera Crónica General, y también obras de prosa de ficción como la Suma de historia troyana o libros de viajes como el Libro del conocimiento de todos los reinos que son por el mundo.
La historia de la Edad Media
La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV. Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que tiene la ventaja de coincidir con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
Actualmente los historiadores del periodo prefieren matizar esta ruptura entre Antigüedad y Edad Media de manera que entre los siglos III y VIII se suele hablar de Antigüedad Tardía, que habría sido una gran etapa de transición en todos los ámbitos: en lo económico, para la sustitución del modo de producción esclavista por el modo de producción feudal; en lo social, para la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los estamentos medievales, en lo político para la descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio romano que dio paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico y cultural para la absorción y sustitución de la cultura clásica por las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en su espacio).
Suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta Edad Media (siglo V a siglo X, sin una clara diferenciación con la Antigüedad Tardía); y Baja Edad Media (siglo XI a siglo XV), que a su vez puede dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (siglo XI al siglo XIII), y los dos últimos siglos que presenciaron la Crisis de la Edad Media o del siglo XIV.
Aunque hay algunos ejemplos de utilización previa, el concepto de Edad Media nació como la segunda edad de la división tradicional del tiempo histórico debida a Cristóbal Cellarius (Historia Medii Aevi a temporibus Constanini Magni ad Constaninopolim a Turcis captam deducta (Jena, 1688),[4] quien la consideraba un tiempo intermedio, sin apenas valor por sí mismo, entre la Edad Antigua identificada con el arte y la cultura de la civilización grecorromana de la Antigüedad clásica y la renovación cultural de la Edad Moderna -en la que él se sitúa- que comienza con el Renacimiento y el Humanismo. La popularización de este esquema ha perpetuado un preconcepto erróneo: el de considerar a la Edad Media como una época oscura, sumida en el retroceso intelectual y cultural, y un aletargamiento social y económico secular (que a su vez se asocia con el feudalismo en sus rasgos más oscurantistas, tal como se definió por los revolucionarios que combatieron el Antiguo Régimen). Sería un periodo dominado por el aislamiento, la ignorancia, la teocracia, la superstición y el miedo milenarista alimentado por la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad de guerras e invasiones constantes y epidemias apocalípticas.
Sin embargo, en este largo periodo de mil años hubo todo tipo de hechos y procesos muy diferentes entre sí, diferenciados temporal y geográficamente, respondiendo tanto a influencias mutuas con otras civilizaciones y espacios como a dinámicas internas. Muchos de ellos tuvieron una gran proyección hacia el futuro, entre otros los que sentaron las bases del desarrollo de la posterior expansión europea, y el desarrollo de los agentes sociales que desarrollaron una sociedad estamental de base predominantemente rural pero que presenció el nacimiento de una incipiente vida urbana y una burguesía que con el tiempo desarrollarán el capitalismo. Lejos de ser una época inmovilista, la Edad Media, que había comenzado con
migraciones de pueblos enteros, y continuado con grandes procesos repobladores (Repoblación en la Península Ibérica, Ostsiedlung en Europa Oriental) vio cómo en sus últimos siglos los antiguos caminos (muchos de ellos vías romanas decaídas) se reparaban y modernizaban con airosos puentes, y se llenaban de toda clase de viajeros (guerreros, peregrinos, mercaderes, estudiantes, goliardos) encarnando la metáfora espiritual de la vida como un viaje (homo viator).
También surgieron en la Edad Media formas políticas nuevas, que van desde el califato islámico a los poderes universales de la cristiandad latina (Pontificado e Imperio) o el Imperio Bizantino y los reinos eslavos integrados en la cristiandad oriental (aculturación y evangelización de Cirilo y Metodio); y en menor escala, todo tipo de ciudades estado, desde las pequeñas ciudades episcopales alemanas hasta repúblicas que mantuvieron imperios marítimos como Venecia; dejando en la mitad de la escala a la que tuvo mayor proyección futura: las monarquías feudales, que transformadas en monarquías autoritarias prefiguran el estado moderno.
Santa Sofía de Constantinopla (532-537). Los cuatro minaretes son una adición correspondiente a su transformación en mezquita, a raíz de la conquista turca (1453). El Imperio Bizantino fue la única institución política (aparte del papado) que mantuvo su existencia por la totalidad del periodo medieval.
La ciudad medieval de Carcasona. Ciudades amuralladas, puentes bien guarnecidos y castillos son parte de la imagen bélica de la Edad Media. El aspecto actual es fruto de una recreación historicista del siglo XIX, cuando las murallas ya no eran funcionales, y la mayor parte de las ciudades europeas las derribaba. El deseo de recuperarlas es una muestra de medievalismo.
Ermita del Cristo de la Luz en Toledo, anteriormente mezquita. La convivencia entre civilizaciones alternó entre el enfrentamiento y la tolerancia, el aislamiento y la influencia mutua.De hecho, todos los conceptos asociados a lo que se ha venido en llamar modernidad aparecen en la Edad Media, en sus aspectos intelectuales con la misma crisis de la escolástica. Ninguno de ellos sería entendible sin el propio feudalismo, se entienda este como modo de producción (basado en las relaciones sociales de producción en torno a la tierra del feudo) o como sistema político (basado en las relaciones personales de poder en torno a la institución del vasallaje), según las distintas interpretaciones historiográficas.
El choque de civilizaciones entre Cristiandad e Islam, manifestado en la ruptura de la unidad del Mediterráneo (hito fundamental de la época, según Henri Pirenne, en su clásico Mahoma y Carlomagno ), la Reconquista española y las Cruzadas; tuvo también su parte de fértil intercambio cultural (escuela de Traductores de Toledo, Escuela Médica Salernitana) que amplió los horizontes intelectuales de Europa, hasta entonces limitada a los restos de la cultura clásica salvados por el monacato altomedieval y adaptados al cristianismo.
La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se construyó Europa.
Esa misma Europa Occidental produjo una impresionante sucesión de estilos artísticos (prerrománico, románico y gótico), que en las zonas fronterizas se mestizaron también con el arte islámico (mudéjar, arte andalusí, arte árabe-normando) o con el arte bizantino.
Arte medieval
La ciencia medieval no respondía a una metodología moderna, pero tampoco lo había hecho la de los autores clásicos, que se ocuparon de la naturaleza desde su propia perspectiva; y en ambas edades sin conexión con el mundo de las técnicas, que estaba relegado al trabajo manual de artesanos y campesinos, responsables de un lento pero constante progreso en las herramientas y procesos productivos. La diferenciación entre oficios viles y mecánicos y profesiones liberales vinculadas al estudio intelectual convivió con una teórica puesta en valor espiritual del trabajo en el entorno de los monasterios benedictinos, cuestión que no pasó de ser un ejercicio piadoso, sobrepasado por la mucho más trascendente valoración de la pobreza, determinada por la estructura económica y social y que se expresó en el pensamiento económico medieval.
Medievalismo
Medievalismo es tanto la cualidad o carácter de medieval,[12] como el interés por la época y los temas medievales y su estudio; y medievalista el especialista en estas materias.[13] El descrédito de la Edad Media fue una constante durante la Edad Moderna, en la que Humanismo, Renacimiento, Racionalismo, Clasicismo e Ilustración se afirman como reacciones contra ella, o más bien contra lo que entienden que significaba, o contra los rasgos de su propio presente que intentan descalificar como pervivencias medievales. No obstante desde fines del siglo XVI se producen interesantes recopilaciones de fuentes documentales medievales que buscan un método crítico para la ciencia histórica. El Romanticismo y el Nacionalismo del siglo XIX revalorizaron la Edad Media como parte de su programa estético y como reacción anti-académica (poesía y drama románticos, novela histórica, nacionalismo musical, ópera), además de como única posibilidad de encontrar base histórica a las emergentes naciones (pintura de historia, arquitectura historicista, sobre todo el neogótico -labor restauradora y recreadora de Eugène Viollet-le-Duc- y el neomudéjar). Los abusos románticos de la ambientación medieval (exotismo), produjeron ya a mediados del siglo XIX la reacción del realismo.[14] Otro tipo de abusos son los que dan lugar a una abundante literatura pseudohistórica que llega hasta el presente, y que ha encontrado la fórmula del éxito mediático entremezclando temas esotéricos sacados de partes más o menos oscuras de la Edad Media (Archivo Secreto Vaticano, templarios, rosacruces, masones y el mismísimo Santo Grial).[15] Algunos de ellos se vincularon al nazismo, como el alemán Otto Rahn. Por otro lado, hay abundancia de otros tipos de producciones artísticas de ficción de diversa calidad y orientación inspiradas en la Edad Media (literatura, cine, cómic). También se han desarrollado en el siglo XX otros movimientos medievalistas: un medievalismo historiográfico serio, centrado en la renovación metodológica (fundamentalmente por la incorporación de la perspectiva económica y social aportada por el materialismo histórico y la Escuela de los Annales) y un medievalismo popular (espectáculos medievales, más o menos genuinos, como actualización del pasado en el que la comunidad se identifica, lo que se ha venido en llamar memoria histórica).
El vasallaje y el feudo
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir, entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por el señor al vasallo y compromiso de auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político-), que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente como un quid pro quo de protección a cambio de trabajo y sumisión.
Por tanto, la realidad que se enuncia como relaciones feudo-vasalláticas es realmente un término que incluye dos tipos de relación social de naturaleza completamente distinta, aunque los términos que las designan se empleaban en la época (y se siguen empleando) de manera equívoca y con gran confusión terminológica entre ellos:
El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría. El caballero de menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más poderoso, que se convertía en su señor (dominus) por medio del Homenaje e Investidura, en una ceremonia ritualizada que tenía lugar en la torre del homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) -del vasallo al señor- consistía en la postración o humillación -habitualmente de rodillas-, el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo, unidas en posición orante, eran acogidas entre las del señor-, y alguna frase que reconociera haberse convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura -del señor al vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de la categoría de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el vasallaje era eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor debe al vasallo -un poco de tierra, de hierba o de grano- y del espaldarazo, en el que el vasallo recibe una espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien un báculo si era religioso.
La encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium, commendatio, aunque era habitual utilizar el término commendatio para el acto del homenaje o incluso para toda la institución del vasallaje) eran pactos teóricos entre los campesinos y el señor feudal, que podían también ritualizarse en una ceremonia o -más raramente- dar lugar a un documento. El señor acogía a los campesinos en su feudo, que se organizaba en una reserva señorial que los siervos debían trabajar obligatoriamente (sernas o corveas) y en el conjunto de las pequeñas explotaciones familiares (mansos) que se atribuían a los campesinos para que pudieran subsistir. Obligación del señor era protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia en el feudo. A cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la doble jurisdicción del señor feudal: en los términos utilizados en la península Ibérica en la Baja Edad Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al noble por el uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al señor feudal en gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino, por lo que obtenía rentas feudales de muy distinto origen (impuestos, multas, monopolios, etc.). La distinción entre propiedad y jurisdicción no era en el feudalismo algo claro, pues de hecho el mismo concepto de propiedad era confuso, y la jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al señor en disposición de obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en los que la totalidad de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor, siendo muy generalizadas distintas formas de alodio en los campesinos. En momentos posteriores de despoblamiento y refeudalización, como la crisis del siglo XVII, algunos nobles intentaban que se considerase despoblado completamente de campesinos un señorío para liberarse de todo tipo de cortapisas y convertirlo en coto redondo reconvertible para otro uso, como el ganadero.
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en él, no como propiedad esclavista, pero tampoco en régimen de libertad; puesto que su condición servil les impide abandonarlo y les obliga a trabajar. Las obligaciones del señor del feudo incluyen el mantenimiento del orden, o sea, la jurisdicción civil y criminal (mero e mixto imperio en la terminología jurídica reintroducida con el Derecho Romano en la Baja Edad Media), lo que daba aún mayores oportunidades para obtener el excedente productivo que los campesinos pudieran obtener después de las obligaciones de trabajo -corveas o sernas en la reserva señorial- o del pago de renta -en especie o en dinero, de circulación muy escasa en la Alta Edad Media, pero más generalizada en los últimos siglos medievales, según fue dinamizándose la economía-. Como monopolio señorial solían quedar la explotación de los bosques y la caza, los caminos y puentes, los molinos, las tabernas y tiendas. Todo ello eran más oportunidades de obtener más renta feudal, incluidos derechos tradicionales, como el ius prime noctis o derecho de pernada, que se convirtió en un impuesto por matrimonios, buena muestra de que es en el excedente de donde se extrae la renta feudal de manera extraeconómica (en este caso en la demostración de que una comunidad campesina crece y prospera)
Los órdenes feudales
Con el tiempo, siguiendo la tendencia marcada desde el Bajo Imperio Romano, que se consolidó en la época clásica del feudalismo y que pervivió durante todo el Antiguo Régimen, se fue conformando una sociedad organizada de manera estamental, en los llamados estamentos u ordines (órdenes): nobleza, clero y pueblo llano (o tercer estado): bellatores, oratores y laboratores los hombres que guerrean, los que rezan y los que trabajan, según el vocabulario de la época. Los dos primeros son privilegiados, es decir, no se les aplica la ley común, sino un fuero propio (por ejemplo, tienen distintas penas para el mismo delito, y su forma de ejecución es diferente) y no pueden trabajar (les están prohibidos los oficios viles y mecánicos), puesto que esa es la condición de no privilegiados. En época medieval, los órdenes feudales no eran estamentos cerrados y bloqueados, sino que mantenían una permeabilidad que permitía en casos extraordinarios el ascenso social debido al mérito (por ejemplo, a la demostración de un excepcional valor), que eran tan escasos que no se vivían como una amenaza, cosa que sí ocurrió a partir de las grandes convulsiones sociales de los siglos finales de la Baja Edad Media, en que los privilegiados se vieron obligados a institucionalizar su posición procurando cerrar el acceso a sus estamentos de los no privilegiados (en lo que tampoco tuvieron una eficacia total). Completamente impropia sería la comparación con la sociedad de castas de la India, en que guerreros, sacerdotes, comerciantes, campesinos y parias pertenecían a castas diferentes entendidas como linajes desconectados cuya mezcla se prohibía.
Las funciones de los órdenes feudales estaban fijadas ideológicamente por el agustinismo político (Civitate Dei -426- ), en búsqueda de una sociedad que, aunque como terrena no podía dejar de ser corrupta e imperfecta, podía aspirar a ser al menos una sombra de la imagen de una "Ciudad de Dios" perfecta de raíces platónicas en que todos tuvieran un papel en su protección, su salvación y su mantenimiento. Esta idea fue reformulada y perfilada a lo largo de la Edad Media, sucesivamente por autores como Isidoro de Sevilla (630), la escuela de Auxerre (Haimón de Auxerre -865- en la abadía borgoñona en la que trabajaban Erico de Auxerre y su discípulo Remigio de Auxerre, que seguían la tradición de Escoto Eriúgena), Boecio (892), Wulfstan de York (1010), Gerardo de Cambrai (1024) o Adalberón de Laon; y utilizada en textos legislativos como la llamada Compilación de Huesca de los Fueros de Aragón (Jaime I), y el Código de las Siete Partidas (Alfonso X el Sabio, 1265).
Los bellatores o guerreros eran la nobleza, cuya función era la protección física, la defensa de todos ante las agresiones e injusticias. Estaba organizada piramidalmente desde el emperador, pasando por los reyes y descendiendo sin solución de continuidad hasta el último escudero, aunque atendiendo a su rango, poder y riqueza puede clasificarse en dos partes diferenciadas: alta nobleza (marqueses, condes y duques) cuyos feudos tienen el tamaño de regiones y provincias (aunque la mayor parte de las veces no en continuidad territorial, sino repartido y difuso, lleno de enclaves y exclaves); y la baja nobleza o caballeros (barones, infanzones), cuyos feudos son del tamaño de pequeñas comarcas (a escala municipal o inferior a la municipal), o directamente no poseen feudos territoriales, viviendo en los castillos de señores más importantes, o en ciudades o poblaciones en las que no ejercen jurisdicción (aunque sí pueden ejercer su regimiento, es decir, participar en su gobierno municipal en representación del estado noble). A finales de la Edad Media y en la Edad Moderna, cuando la nobleza ya no ejercía su función militar, como era el caso de los hidalgos españoles, que aducían sus privilegios estamentales para evitar el pago de impuestos y obtener alguna ventaja social, alardeando de ejecutoria o de blasón y casa solariega, pero que al no disponer de rentas feudales suficientes para mantener la manera de vida nobiliaria, corrían el peligro de perder su condición por contraer un matrimonio desigual o ganarse la vida trabajando:
Además de la legitimación religiosa, a través de la cultura y el arte laicos (la épica de los cantares de gesta y la lírica del amor cortés de los trovadores provenzales) se difundía socialmente la legitimación ideológica de la forma de vida, la función social y los valores de la nobleza.
Asesinato de Santo Tomás Becket (1170), provocado por el rey de Inglaterra, anteriormente su aliado. Vidriera de la catedral de Canterbury (siglo XIII).
Excomunión de Roberto II de Francia (998), en una recreación de pintura histórica por Jean-Paul Laurens (1875).Los oratores o clérigos eran el clero, cuya función era facilitar la salvación espiritual de las almas inmortales: algunos formaban una élite poderosa llamada alto clero (abades, obispos), y otros más humildes, el bajo clero (curas de pueblo o los hermanos legos de un monasterio). La extensión y organización del monacato benedictino a través de la Orden de Cluny, estrechamente vinculado a la organización de la red episcopal centralizada y jerarquizada, con cúspide en el Papa de Roma, estableció la doble pirámide feudal del clero secular, destinado a la administración los de sacramentos (que controlaban toda la trayectoria vital de la población, desde el nacimiento hasta muerte); y el clero regular, apartado del mundo y sometido a una regla monástica (habitualmente la regla benedictina). Los tres votos monásticos del clero regular: pobreza, obediencia y castidad; así como el celibato eclesiástico que se fue imponiendo al clero secular, funcionaron como un eficaz mecanismo de vinculación de los dos estamentos privilegiados: los hijos segundones de la nobleza ingresaban en el clero, donde eran mantenidos sin estrecheces gracias a las numerosas fundaciones, donaciones, dotes y mandas testamentarias; pero no disputaban las herencias a sus hermanos, que podían mantener concentrado el patrimonio familiar. Las tierras de la Iglesia quedaban como manos muertas, cuya función era la de garantizar las misas y oraciones previstas por los donadores, de modo que los hijos rezaban por las almas de los padres. Todo el sistema garantizaba el mantenimiento del prestigio social de los privilegiados, asistiendo a misa en lugares destacados mientras vivían y enterrados en lugares preeminentes de iglesias y catedrales cuando morían. No faltaron los enfrentamientos: la evidencia de simonía y nicolaísmo (nombramientos de cargos eclesiásticos interferidos por las autoridades civiles o su pura compraventa) y la utilización de la principal amenaza religiosa al poder temporal, equivalente a una muerte civil: la excomunión. El Papa se atribuía incluso la autoridad de eximir al vasallo de la fidelidad debida a su señor y reivindicarla para sí mismo, lo que fue utilizado en varias ocasiones para la fundación de reinos que pasaban a ser vasallos del Papa (por ejemplo, la independencia que Afonso Henriques obtuvo para el condado convertido en reino de Portugal frente al reino de León).
Los laboratores o trabajadores, eran el pueblo llano, cuya función era el mantenimiento de los cuerpos, la función ideológicamente más baja y humilde -humiliores eran los cercanos al humus, la tierra, mientras que sus superiores eran honestiores, los que podían mantener la honra u honor-. Necesariamente los más numerosos, y la inmensa mayoría de ellos dedicados a tareas agrícolas, dado la bajísima productividad y rendimiento agrícola, propios de la época preindustrial y del muy escaso nivel técnico (de ahí la identificación en castellano de laborator con labrador). Por lo común estaban sometidos a los otros estamentos. El pueblo llano estaba compuesto en su gran mayoría por campesinos, siervos de los señores feudales o campesinos libres (villanos), y por artesanos, que eran escasos y vivían, bien en las aldeas (aquellos de menor especialización, que solían compartir las tareas agrícolas: herreros, talabarteros, alfareros, sastres) o en las pocas y pequeñas ciudades (los de mayor especialización y de productos de necesidad menos apremiante o de demandada de las clases altas: joyeros, orfebres, cereros, toneleros, tejedores, tintoreros). La autosuficiencia de los feudos y los monasterios limitaba su mercado y capacidad de crecer. Los oficios de la construcción (cantería, albañilería, carpintería) y la misma profesión de maestro de obras o arquitecto son una notable excepción: obligados por la naturaleza de su trabajo al desplazamiento al lugar donde se construye el edificio, se transformaron en un gremio nómada que se desplazaba por los caminos europeos comunicándose novedades técnicas u ornamentales transformadas en secretos de oficio, lo que está en el origen de su lejana y mitificada vinculación con la sociedad secreta de la masonería, que desde su origen los consideró como los primitivos masones.
Las zonas sin dependencia intermedia de señores nobles o eclesiásticos se denominaban realengo y solían prosperar más, o al menos solían considerar como una desgracia el pasar a depender de un señor, hasta el punto de que en algunas ocasiones conseguían evitarlo con pagos al rey, o se incentivaba la repoblación de zonas fronterizas o despobladas (como ocurrió en el reino astur-leonés con la despoblada Meseta del Duero) donde podían aparecer figuras mixtas, como el caballero villano (que podía mantener con su propia explotación al menos un caballo de guerra y armarse y defenderse a sí mismo) o las behetrías, que elegían a su propio señor y podían cambiar de uno u a otro si les convenía, o con la oferta de un fuero o carta puebla que otorgaba a un población su propio señorío colectivo. Los privilegios iniciales no fueron suficientes para impedir que con el tiempo la mayor parte de ellos cayeran en la feudalización.
Los tres órdenes feudales no eran en la Edad Media aún unos estamentos cerrados: eran consecuencia básica de la estructura social que se había ido creando lenta pero inexorablemente con la transición del esclavismo al feudalismo desde la crisis del siglo III (ruralización y formación de latifundios y villae, reformas de Diocleciano, descomposición del Imperio Romano, las invasiones, el establecimiento de los reinos germánicos, instituciones del Imperio carolingio, descomposición de éste y nueva oleada de invasiones). Los señores feudales eran continuación de las líneas clientelares de los condes carolingios, y algunos pueden remontarse a los latifundistas romanos o los séquitos germanos, mientras que el campesinado provenía de los antiguos esclavos o colonos, o de campesinos libres que se vieron forzados a encomendarse, recibiendo a veces una parte de sus antiguas tierras propias en forma de manso "concedido" por el señor. El campesino heredaba su condición servil y su sujeción a la tierra, y rara vez tenía oportunidad de ascender de nivel como no fuera por su fuga a una ciudad o por un hecho todavía más extraordinario: su ennoblecimiento por un destacado hecho de armas o servicio al rey, que en condiciones normales le estaban completamente vedados. Lo mismo puede decirse del artesano o el mercader (que en algunos casos podía acumular fortuna, pero no alterar su origen humilde). El noble lo era generalmente por herencia, aunque en ocasiones podía alguien ennoblecerse como soldado de fortuna, después de una victoriosa carrera de armas (como fue el caso, por ejemplo, de Roberto Guiscardo). El clero, por su parte, era reclutado por cooptación, con un acceso distinto según el origen social: asegurado para los segundones de las casas nobles y restringido a los niveles inferiores del bajo clero para los del pueblo llano; pero en casos particulares o destacados, el ascenso en la jerarquía eclesiástica estaba abierto al mérito intelectual. Todo esto le daba al sistema feudal una extraordinaria estabilidad, en donde había "un lugar para cada hombre, y cada hombre en su lugar", al tiempo que una extraordinaria flexibilidad, porque permitía al poder político y económico atomizarse a través de toda Europa, desde España hasta Polonia.
La Baja Edad Media es un término que a veces produce confusión, pues procede de un equívoco etimológico entre alemán y castellano: baja no significa decadente, sino reciente; por oposición al alta de la Alta Edad Media, que significa antigua (en alemán alt: viejo, antiguo). No obstante, es cierto que desde alguna perspectiva historiográfica puede verse al conjunto del periodo medieval como el ciclo de nacimiento, desarrollo, auge e inevitable caída de una civilización, modelo interpretativo que inició Gibbon para el Imperio Romano (donde es más obvia la oposición entre Alto Imperio y Bajo Imperio) y que se ha aplicado con mayor o menor fortuna a otros contextos históricos y artísticos.[58] Así se entiende que se asigne el nombre de Plenitud de la Edad Media al periodo de la Historia de Europa que ocupa los siglos XI al XIII. Esa Plena Edad Media terminaría en la crisis del siglo XIV o crisis de la Edad Media, en la que sí se pueden apreciar procesos decadentes, y es habitual calificarla de ocaso u otoño. No obstante, los últimos siglos medievales están llenos de hechos y procesos dinámicos, con enormes repercusiones y proyecciones en el futuro, aunque lógicamente son los hechos y procesos que pueden entenderse como "nuevos", que prefiguran los nuevos tiempos de la modernidad. Al mismo tiempo, los hechos, procesos, agentes sociales, instituciones y valores caracterizados como medievales han entrado claramente en decadencia; sobreviven, y sobrevivirán por siglos, en buena medida gracias a su institucionalización (por ejemplo, el cierre de los estamentos privilegiados o la adopción del mayorazgo), lo que no deja de ser un síntoma de que es entonces, y no antes, que se consideró necesario defenderlos tanto.
La Plena Edad Media (siglos XI al XIII)
La justificación de esa denominación es lo excepcional del desarrollo demográfico, económico, social y cultural de Europa que tiene lugar en ese periodo de tiempo, coincidente con un clima bonancible (se ha hablado del "óptimo medieval") que permitía cultivar vides en Inglaterra.
El simbólico año mil (cuyos terrores milenaristas son un mito historiográfico frecuentemente exagerado) no significa nada por sí mismo, pero a partir de entonces se da por terminada la Edad Oscura de las invasiones de la Alta Edad Media: húngaros y normandos están ya asentados e integrados en la cristiandad latina. La Europa de la Plena Edad Media es expansiva también en el terreno militar: las cruzadas en el Próximo Oriente, la dominación angevina de Sicilia y el avance de los reinos cristianos en la península Ibérica (desaparecido el Califato de Córdoba) amenazan con reducir el espacio islámico a la ribera sur de la cuenca del Mediterráneo y el interior de Asia.
El modo de producción feudal se desarrolla sin encontrar de momento límites a su extensión (como ocurrirá con la crisis del siglo XIV). La renta feudal se distribuye por los señores fuera del campo, donde se origina: las ciudades y la burguesía crecen con el aumento de la demanda de productos artesanales y del comercio a larga distancia, nacen y se desarrollan las ferias, las rutas comerciales terrestres y marítimas e instituciones como la Hansa. Europa Central y Septentrional entran en el corazón de la civilización Occidental. El Imperio Bizantino se mantiene entre el islam y los cruzados, extendida su influencia cultural por los Balcanes y las estepas rusas donde se resiste el empuje mongol.
El arte románico y el primer gótico son protegidos por las órdenes religiosas y el clero secular. Cluny y el Císter llenan Europa de monasterios. El camino de Santiago articula la península Ibérica con Europa. Nacen las Universidades (Bolonia, Sorbona, Oxford, Cambridge, Salamanca, Coímbra). La escolástica llega a su cumbre con Tomás de Aquino, tras recibir la influencia de las traducciones del árabe (averroísmo). El derecho romano empieza a influir en los reyes que se ven a sí mismos como emperadores en su reino.
Los conflictos crecen a la par que la sociedad: herejías, revueltas campesinas y urbanas, la salvaje represión de todas ellas y las no menos salvajes guerras feudales son constantes.
Valoración personal.
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Enviado por: | Pink |
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