Literatura


Usos amorosos de la posguerra española; Carmen Martín Gaite


ÍNDICE

Introducción.......................................................................................................... Pág.2

Capítulo I: “Bendito atraso”............................................................................... Pág.3

Capítulo II: ”En busca de cobijo”...................................................................... Pág.5

Capítulo III: ”El legado de José Antonio”...................................................... Pág.6

Capítulo IV: ”La otra cara de la moneda”........................................................ Pág.8

Capítulo V: “Entre santa y santo pared de cal y canto”............................. Pág.10

Capítulo VI: “El arreglo a hurtadillas”........................................................... Pág.13

Capítulo VII: “Nubes de color de rosa”........................................................ Pág. 15

Capítulo VIII: “El tira y afloja”...................................................................... Pág.17

Capítulo IX: “Cada cosa a su tiempo”............................................................. Pág.19

INTRODUCCIÓN

Comentan sus editores que Usos Amorosos de la Postguerra Española cuenta que “la restricción y el razonamiento que Franco impuso en los primeros años de postguerra afectaron decisivamente a los usos amorosos de aquel tiempo. Tras una investigación exhaustiva que comprende consultorios sentimentales, revistas del corazón y discursos políticos, Carmen Martín Gaite ha reconstruido la historia doméstica de aquella etapa sombría. Es la historia de la faja y de Mariquita Pérez, de los pololos y de la niña topolino; de las novias eternas, de los guateques y de la salida al cine en pandilla. Educada para aparentar y no para vivir su vida, la mujer, sirvienta del hogar propio enfocó el matrimonio como objetivo excluyente. Según sus maestros, no tenía otras misiones que enamorarse, coser la ropa del marido y darle cuantos hijos quisiera. Con ello, el hombre, victima también, se debatía entre la decadencia y lo pecaminosos, lo que condicionaba gravemente su relación de pareja. Escrita con mano maestra, esta historia agridulce y entretenidísima es una obra mayor de la literatura castellana.”

Carmen Martín Gaite escribió un libro titulado “Usos amorosos del XVIII en España” como tesis doctoral. Dada la buena acogida que tuvo esta tesis decidió escribir “Usos amorosos de la postguerra” ya en forma de novela. Con ella pretende describir la sociedad española después de la guerra civil, sus gentes, su manera de pensar, lo que pensaban de otros, sus costumbres...

La autora es consciente de que ya hay muchos escritos sobre el tema de la postguerra , pero considera que su arrogancia y tozudez son dos motivos suficientes para escribirla, a parte de que nadie ha tratado el tema como ella lo ha hecho.

CAPITULO 1: “Bendito Atraso”

  • -¿Cómo se describe la personalidad de Franco?

  • Franco era un militar ambicioso, decidido y sin escrúpulos ni conciencia. Para él la indisciplina era lo peor que podía existir en el mundo, la consideraba amoral. Su mayor enemigo era aquél que no se plegaba ante su autoridad de una manera incondicional. Nunca quiso parecerse a su padre, de conducta algo depravada. Sin embargo, adoró de manera desmedida a su madre, a la que consideraba como modelo de mujer. Su única pasión era el poder, el mando absoluto; jamás se le conocieron “pasiones de la carne, ni del espíritu”.

    El Generalísimo era un hombre que sabía esperar, su esposa afirmó en cierta ocasión que jamás se ponía nervioso. Su adhesión a la Iglesia se debió más al interés que a sus propias creencias. Se consideraba a sí mismo como el redentor de España.

  • -¿Cuál era la consigna Franco con respecto al estudio de la historia de España?

  • Durante la dictadura de Franco y más concretamente durante los años de postguerra se estudiaba lo que él consideraba importante, que para él era el pasado remoto y victorioso de nuestra nación, es decir, a partir de los godos. Omitía el pasado reciente pero, sin embargo, todo bachiller conocía a la perfección “las esfinges y gestas de don Pelayo, Isabel la Católica o Felipe II”. Por el contrario, a no ser que fueran de familia culta no conocía la figura ni la ideología de Jovellanos, Campomanes o la Generación del 98. La historia a partir del siglo XVIII venía en los libros de textos sin dibujos, y era conocido de todos los estudiantes que nunca entraría en un examen: “era paja”. En esta época nuestra historia venía dada por “la mirada febril de personajes mitad monje mitad soldado”. Estos eran tomados como ejemplos.

    3 . - ¿Cómo se describe a la mujer española?

    El Papa afirmaba que la mujer española, sólo por el hecho de ser española ya era católica. La mujer que soñase con parecerse a las mujeres de otros países, las cuales ya habían conseguido cierta igualdad con el hombre como el voto electoral, no merecía “el nombre de española”. Las féminas de este periodo eran como las de antaño: hacendosas, comedidas y discretas. Todas seguían este modelo, o al menos debían seguirlo, el modelo de mujer tradicional y antigua. Por otra parte Mª teresa Casanova afirmó en cierta ocasión: “ he viajado bastante, conozco toda América, y creo sinceramente que donde la mujer se conserva más mujer es aquí. No en vano pertenece a un pueblo donde todo es tradición”. Carmen polo, esposa del Generalísimo, era tomada como modelo ideal de mujer española. Ésta era de actitud pasiva y espíritu de sacrificio; se hizo cargo de su familia al morir su madre, se casó con su primer y único novio, Franco. Era una mera figura decorativa, siempre a la sombra de su esposo. La mujer de la postguerra era sumisa a la voluntad de su marido, si este le era infiel ella callaba, siempre y cuando lo hiciera sin mucho escándalo. La mujer española de esta época era igual que la de la mujer medieval.

    4. -El cine español de la postguerra.

    Las productoras españolas y sus actores distaban mucho de las productoras y actores de Hollywood. Las carteleras españolas eran inconfundibles. Estaban llenas de caras varoniles, gitanas con peineta y mantón, burguesitas de escote honesto. En definitiva, era toda una aventura adentrarse en el maravillosos mundo del cine español. Los actores españoles de antaño eran muy reservados con respecto a su vida privada, jamás hacían declaraciones estrepitosas, síntoma inequívoco de nuestra “superioridad moral”. La maldad que podía representar algunos personajes de nuestro cine se justificaba siempre con la conducta contraria.

    Nuestra escasez tecnológica en comparación con la de otros países se contrarrestaba con la afirmación impuesta de que no nos queríamos parecer a nadie.

    CAPÍTULO II “En busca de cobijo”

    5. - La imagen de las solteronas de postguerra (diferencia entre solteronas y solterones)

    Desde jovencitas, las mujeres tenían claro su futuro, si no tenían vocación de monja debían echarse novio, porque quedarse solteras era una perspectiva más bien desagradable. Las mujeres que ya habían pasado la “edad para casarse” eran vistas por los adultos con cierta piedad y desdén. Se decía que las que se iban a quedar solteras lo llevaban escrito en la cara, aunque más que un gesto de fealdad lo que se criticaba por los otros era una actitud, un gesto. Las que iban para solteronas solían ser detectadas por su inconformismo. Las chicas que quisieran echarse novio debían ser ingenuas, crédulas y debían de tener fe ciega.

    Las chicas que no se ponían contentas cuando las invitaban a un guateque, las que descuidaban su arreglo personal, o las se aburrían hablando de novios y ropa eran catalogadas como “raras”, o “de carácter raro”. También las chicas con complejos estaban predestinadas por el resto del mundo a quedarse solteronas de por vida.

    La denominación de “solterona” llevaba implícito un matiz de insulto que se decía a las espaldas de la aludida. La solterona era un tipo rancio, anticuado, cursi. Dentro del genero de solteronas, existía una excepción y eran consideradas con piadoso respeto, las señoritas que les habían matado el novio en la guerra y habían decidido no volver a echarse ninguno.

    La concepción de soltero tenia, sin embargo, matices completamente distintos. El hombre que no se casaba era porque no quería mientras que la mujer que no se casaba era porque no podía, y nadie cuestionaba estas ideas arraigadas en el sentir de los españoles. El hombre soltero podía permitirse “comodidades de alquiler” (necesidades sexuales) mientras que para la mujer era mucho más difícil.

    6. - La mujer y el trabajo

    El hecho de pensar en educación técnica y profesional de la mujer estaba censurado. Además de que la independencia femenina fuera una cuestión de creencias, o pensamientos antiguos también había razones de tipo económico. En esa época en España había mucho paro y si la mujer se incorporaba a la vida laboral fuera de casa podrían llegar a quitarles puestos de trabajo a los hombres. Además si las mujeres se tomaban demasiado enserio sus formas de ganarse la vida, el día de mañana, cuando estuviesen casadas, podrían echarlas de menos. Le tomaría gusto a la independencia. Incluso las propias mujeres pensaban que su meta era, sin duda, la de encontrar un marido y que si estudiaban (las pocas que podían) una carrera era algo provisional. Una profesión era algo ideal para una mujer soltera, una vez casada, las cosas cambiaban.

    7. - La mujer y la política

    Desde el punto de vista político se trataba de incluir la restitución de la mujer al hogar dentro de los deberes de justicia.. Se hacia entender que a la mujer, en lugar de recluirla, se la había apartado del capitalismo que intentó apartarla de sus labores.

    A raíz de la consecución de voto femenino en 1931 por Victoria Kent, la política do un giro en 1933. La política giró a la derecha debido al gran numero de votos antirrepublicanos que suministraron a las urnas las esposas y madres “de toda la vida”

    Para inculcarle este sueño a la mujer española, el Gobierno contaba con la ayuda providencial de Pilar Primo de Rivera.

    CAPÍTULO III: “El legado de José Antonio”

    8. - ¿Qué supuso para Franco el fusilamiento de José Antonio?

    A la muerte de José Antonio, comenzaron a cantarse en España coplas recordando su persona. Suponemos que esto a Franco no debía de hacerle mucha gracia.

    El oportuno fusilamiento de José Antonio, le quitaba a Franco de en medio al único líder con carisma que le hubiera podido discutir la supremacía de un mandato único. A parte de esto, le dejo que Franco el problema de tener que lidiar con el mito del “Gran Ausente” que era como se conocía a José Antonio Primo de Rivera. También cabe decir que esto al Generalísimo le traía sin cuidado, ya que le preocupaban más los vivos que los muertos.

    9. - La sección femenina de Falange y el Servicio Social.

    La sección femenina de la Falange, a la que estaba al frente Pilar Primo de Rivera, dio buen resultado debido a que era antifeminista y siempre estaba dispuesta a someterse a una jerarquía superior. Esto se hacía grato a los ojos de Franco. La descripción de la fundadora de la Falange femenina nos evoca a la señorita de provincias, educada en la modestia, y poco preocupada de su arreglo. Se aproximaba más a la “novia eterna” que a la solterona porque ofrendo su vida a la tarea de “guardar ausencias” al “Eterno Ausente”.

    Las afiliadas a la Falange femenina, debían tener una misión formativa. Esto puede llevar a pensar que requería unos conocimientos especializados y difíciles de llevar a cabo, pero estas enseñanzas no eran ni mucho menos difíciles, es decir, que el equipo que impartía las enseñanzas encaminadas a que la mujer española pudiera reaccionar, podían ser perfectamente improvisadas. Las asignaturas de la “escuela Municipal del Hogar” no distaban apenas de la cultura general de el mujer. Enumerando las asignaturas nos daremos cuenta de ello: Religión, Cocina, Formación familiar...

    El verdadero poder de aquella organización se ejercía a través del Servicio Social, requisito indispensable para obtener trabajo y cuya obligación implicaba a mujeres solteras o viudas de 17 a 35 años que quisieran tomar parte en oposiciones, concursos, obtención de títulos, carnets de conducir, licencias de caza... Lo único que podía hacer una mujer sin este título era buscar marido. Cuando se casaba ya no era necesario realizar el Servicio Social, ya que lo único que tenía que hacer era entregarse en cuerpo y alma a su querido esposo. Entre las enseñanzas más exaltadas se encontraba la gimnasia.

    10. -La mujer y el deporte. Los pololos

    Aunque no se ha sabido nunca que Pilar Primo de Rivera practicara deporte alguno, había heredado la afición al aire libre, las montañas nevadas y las altas cumbres. La gimnasia y la afición al aire libre y al sol eran antídotos contra en ambiente impuro de los bares.

    La mención al cuerpo y la gimnasia no eran muy bien vistas por la Iglesia, pero en oposición a esto, Pilar Primo de Rivera garantizó el estar creando una gimnasia decente; genuinamente española.

    El uniforme reglamentario para las cumplidoras del Servicio Social, era incomodo y feo hasta el límite. Era un estorbo. Estas mencionadas prendas aprendieron a confeccionarlas las madres y costureras modestas. Eran unos calzones oscuros de corte campesino que se ajustaban por encima de la rodilla. Se llamaban pololos. En los gimnasios del Servicio Social no se apreciaba ningún indicio de erotismo, y por supuesto no había paganismo por ninguna parte con esas prendas tan feas e incomodas.

    Las cumplidoras del Servicio Social, que tuvieran estudios, sacaban en conclusión que aquella formación cultural , no pasaba de ser el timo de la estampita disfrazado , eso sí, con maravillosa palabrería. Ninguna de aquellas enseñanzas ayudaban a entender al hombre ni a acompañarlo en sus problemas. También al hombre lo incapacitaba para entender a la mujer, y sus necesidades afectivas o sexuales.

    El Servicio Social duraba seis meses a seis horas diarias, mas o menos 500 horas que la mujer debía aprovechar para convertirse en una “mujer muy mujer”. La mujer que no quería cumplir este servicio podía solicitar treguas y permisos, aunque esto traía consigo una declaración jurada y el consiguiente recargo de días que se acumularían al final. Con lo al no se sabia si era peor el remedio o la enfermedad.

    11. -La inteligencia de la mujer y la supeditación al hombre

    En esta época se recomendaba prudencia en el estudio, como si fuera una droga peligrosa que había que dosificar atentamente. Se veía el menor resquicio de que la educación estaba empezando a hacer el menor efecto, lo más aconsejable era abandonarla. Pilar Primo de Rivera lo dejó bien claro en su catecismo particular, las que pretendieran igualar en educación o saber al varón, debían ser reprimidas de inmediato. A las mujeres les quedaba el consuelo de su dulzura ante las asperezas de los hombres. La sonrisa era la panacea que todo lo curaba.

    El hombre era el punto de referencia para aquellas mujeres condenadas a coser, callar y esperar. Coser mientras se les aparecía un novio. Coser si había aparecido, mientras esperaban la fecha de la boda. Y coser por último, cuando el novio ya era marido y esperaban, con una sonrisa, las excusas que este les daba por su tardanza a la vuelta a casa. Estas tres etapas estaban unidas por la sumisión y la paciencia.

    Se temía sobre todo una vuelta a las andadas si cundía la revolución de los valores vulgares de los estudios universitarios para las chicas de clase social inferior.

    12. - La mujer en la política

    También era muy temida la idea de que una mujer se interesara en política. La única española a la que se permitía dar discursos era Pilar Primo de Rivera que afirmo en alguna ocasión que “la mujer esta tan dotada como el hombre para las funciones públicas siempre que se limite a colaborar con él y a no tener iniciativas propias”.

    Los nombre de republicanas discurseadoras como por ejemplo Victoria Kent o Dolores Ibarruri solamente volvieron a nombrarse en la postguerra para presentarlos como ejemplos negativos en los que ninguna mujer había de fijarse, todo porque la pasión por una idea podía ser incluso un crimen.

    CAPÍTULO IV: “La otra cara de a moneda”

    13. - Significado e importancia de “La Codorniz”

    Frente al ideal de mujer que tenía la Falange española, existían en España otro tipo de mujeres, deseosas también de “pescar” marido pero que tenían características totalmente antagónicas; éstas eran las “niñas topolino” Las primeras alusiones a estas niñas aparecen en la revista semanal La Codorniz dirigida por Miguel Mihura.

    La Codorniz fue uno de los acontecimientos culturales más importantes de cuño nacional. Tuvo repercusión suficiente para acabar con los tópicos, y para acabar con las creencias oficiales en tela de juicio. Este semanario ayudó a limpiar las mentes, llenas de telarañas, de jóvenes de postguerra, desde un punto de vista humorístico y un poco absurdo, que era el único desde el cual podía hacerse debido a la censura.

    La misión de este semanario era hacer comprender que todo tiene otro lado, y que no solo existía, en los primeros años del franquismo, la cara de la moneda que querían enseñarles. La audacia fue la clave de su popularidad. Tenía tantos adictos juveniles, ansiosos de estímulos, como detractores. A los padres de los jóvenes que leían la revista, nos les hacia tanta gracia la publicación, y además les inquietaba. La definían de “paparrucha”, y no se daban cuenta que aquella paparrucha estaba sometiendo a juicio muchas ideas intocables.

    Pronto se vio, que aquella pequeña revista se estaba convirtiendo en un fenómeno de vanguardia. Estar a la moda llevaba consigo, sin duda, leer “La Codorniz” y compartir con otros jóvenes la afición por ésta. Era sobre todo excitante comentar los textos de La Codorniz con personas de sexo contrario y era, entre risas, una forma de “romper el hielo” entre un chico y una chica. Actualmente parece que la pregunta para romper el hielo es “¿Estudias o trabajas?”, pues por aquel entonces la pregunta era “¿Lees La Codorniz?”. Esta era la única pregunta que podían formular las chicas que servía para conocer algo más sobre la personalidad del joven que acababan de conocer.

    Las polémicas sobre La Codorniz servían de escape verbal a la juventud, ya que se les estaba vedado otro tipo de discusiones más serias.

    La Codorniz supuso una autentica revolución en cuestión de lenguaje y costumbres. Aunque también se caricaturizó a la niña topolino, tanto como a su contraria: la muchacha de su casa, que sabia todas las recetas habidas y por haber.

    14. - Las niñas “topolino”

    En principio la palabra topolino (que significaba ratoncito) se asoció a una modelo de coche de la marca Fiat, pero poco después pasó a designar cierta innovación en el calzado femenino que hizo furor entre las chicas “ansiosas de snobismo”. Estos zapatos eran de suela enorme, y en forma de cuña, con puntera descubierta y a su vez no eran muy bien acogidos por la mayoría de las madres, que los calificaban como “zapatos de coja”.

    Antes de que los zapatos topolino pasaran a denominar a las chicas que no estaban de acuerdo con las costumbres, ya se apreciaba el temor de que aquella revolución del calzado, fuera más allá, como efectivamente ocurrió.

    Estas niñas, hablaban sin ton ni son y no animaban a nadie, pero aquel atolondramiento era visto como un enfrentamiento con otros modelos de chica, que se decantaban más por la prudencia y la sensatez. Aquellas chicas desentonaban con una sociedad incitaba a las mujeres a estar en un segundo plano, a no reírse a carcajadas, a no fumar, a no imitar el lenguaje varonil...

    Se decía que las chicas que iban bien vestidas y se comportaban correctamente “iban a tono” y los zapatos topolino desentonaban porque eran extravagantes y caros, además de que insultaban el buen gusto que habían ostentado tradicionalmente las españolas. Muchas de las chicas a las que se calificaba como topolino no eran de buenas familias de toda la vida, sino que eran de las que se creían marquesitas sólo por haber montado en un coche funcional.

    A la vez que crecía la preocupación por los modales sueltos y ostentosos de esas señoritas, crecía una burguesía aparecida de la noche a la mañana y que se abría paso entre la gente de apellidos ilustres. Aquellos nuevos ricos eran los que estimulaban a sus hijas en el afán de estar a la ultima.

    Empieza también, en esta época, a hacer estragos entre la juventud española un movimiento anárquico denominado “swing” que se achacaba a las películas americanas en las que los protagonistas podían perfectamente cambiar de pareja o poner los pies sobre la mesa.

    CAPÍTULO V:”Entre santa y santo, pared de cal y canto”

    15. - La enseñanza en la postguerra.

    Durante la Guerra, los niños de la época tenían más libertades debido a que existían otras preocupaciones. Pero como consecuencia de la victoria de Franco, la disciplina volvió a todos hogares españoles; los padres se volvieron más exigentes, la censura lo prohibía todo...

    Como primera medida la coeducación se prohibió tajantemente, lo que, sin duda, influiría en las posteriores generaciones en su paso de la infancia a la pubertad, y se apreciaba claramente a la hora de entablar relaciones intimas con las pocas chicas que llegaban a la Universidad. Debido a esta ley, las relaciones entre chicos y chicas, antes de ir a la Universidad o coincidir en los trabajos, quedaron reducidas a la vecindad o el parentesco.

    Había dos alternativas para el estudio: o los colegios religiosos, donde había mayor disciplina, o los Institutos (masculinos o femeninos) donde los profesores eran más competentes. Los padres de mayor nivel social, preferían, claramente, la opción de los colegios religiosos porque afirmaban que ahí “los hijos estaban más sujetos”. En el caso de las niñas, a parte de esta última idea, pesaba más el clasismo. En los institutos de Segunda Enseñanza, se matriculaban alumnas más variadas, y por lo tanto las madres temían que sus hijas se mezclaran con chicas de dudosa ideología, ya que, la mayoría, eran hijas de campesinos o proletarios, y por lo tanto tenían un lenguaje y unos modales mucho más descarados.

    Aún así, la gente que tenía acceso a la educación podemos considerarles de privilegiados. Los chicos que vivían en barriadas carecían de escuelas. Eran barriadas habitadas por obreros que hacían caso omiso a las normas, y entre los que reinaba la anarquía.

    16. - Las lecturas: tebeos y revistas de postguerra

    El tema de la masculinidad también venía dado en las revistas infantiles. Ninguna chica compraba “Flechas y Pelayos” ni “El guerrero del antifaz” ya que se consideraba algo indigno que las niñas desearan la conquista de la gloria, o esperaran labrarse un futuro mejor. Chicas debían comprar publicaciones tales como “Chicas” donde se las enseñaba a comportarse socialmente, a cocinar, higiene... Sin embargo al niño no se le debía educar en esa pasividad en la que se sumergían las niñas, estos futuros hombres tenían que identificarse , desde su más tierna infancia, con aquellos héroes de los tebeos dispuestos a salvar el mundo.

    En esa época en la que en la mayoría, por no decir en todos, de los hogares españoles reinaba la miseria y el luto, los niños no podían expresar sus miedos o inquietudes libremente por lo que el paso de la infancia a la madurez, se les hacían aún más difícil, si cabe, de lo que ya era por naturaleza.

    En los tebeos de aventuras no había ni un ápice de realismo, eran historias enmarcadas en tiempos y lugares lejanos y remotos. Los tebeos en lugar de estimular, que era la que se suponía su función, daban una realidad equivocada. Los niños de cualquier familia española rara vez podían identificarse con El Guerrero del Antifaz. El Guerrero era guapo, valiente y cortés con las mujeres. El protagonista, separaba la relación amor-sexo. Durante sus viajes, se encontraba con fabulosas heroínas que se le insinuaban, pero su amor correspondía a la condesa Ana María. Esto se veía reflejado en el plano real, el plano del noviazgo. La consumación del amor tenía que ser aplazada hasta que el protagonista llevara a cabo una misión. En el plano de la realidad esto podía ser, unas oposiciones.

    17. - El tema de la sexualidad para hombres y mujeres

    El intercambio entre el extrarradio y la ciudad, dio lugar a una expresión “irse a los desmontes”, que se refería al plan que tenían las parejas de clase media, que no tenían donde ir para entregarse a las pasiones “prohibidas”, y donde no podían ser vigilados. Por supuesto que la propuesta de “irse a los desmontes” estaba hecha siempre por el chico, que se suponía o, más bien se daba por hecho, que había vivido experiencias que la mujer nunca habría soñado con hacer. Para una chica burguesa, la sexualidad era otro mundo que siempre era descubierto por el hombre.

    El chico que llegaba virgen al matrimonio, era tomado por “raro”, nadie le predecía un buen futuro ni como padre, ni como esposo. Aunque la censura en esa época había vedado too lo referente a la sexualidad, había un código de sobreentendidos que daba por hecho que las necesidades sexuales del hombre eran más urgentes que las de las mujeres. En efecto, se recomendaba a las jóvenes que eligieran como novio a un joven experimentado o vivido como solía decirse. En incluso se aseguraba que los hombres nunca habían vivido lo suficiente antes de casarse.

    Como es de suponer, los encuentros que tenían los chicos, antes del matrimonio, eran con mujeres de extracción rural, generalmente viudas, madres solteras, o sirvientas despedidas, que se veían obligadas a comerciar con su cuerpo para poder alimentarse. La mayoría ejercían la prostitución callejera o clandestina porque en los prostibulos las explotaban jefas avarientas y sin escrúpulos. Debido a que muchas de estas chicas eran sirvientas despedidas, había un gran recelo a contratar sirvientas si no venían con una hoja de informes.

    La prostitución clandestina era más perseguida que la que se practicaba en los burdeles, a los que se pedía cierta reglamentación, que no se consiguió en muchos de los casos. Eso sí, se consiguió el aislamiento de muchos de la mayoría de estos locales. De esto se puede deducir, lo fácil que era para los varones hacer frente a sus necesidades, para conseguir así, su título de “hombres vividos”.

    También había hombres en esta época, que en lugar de echarse novia formal, tenían de forma clandestina, un pisito en el que daban rienda suelta a sus fantasías con mujeres a las que habían retirado de la mala vida, y que, por lo tanto, estaban peor vistas que las otras chicas. Mucha gente se preguntaba por qué, el hombre no se decidía a casarse con esa mujer de la que se había enamorado, y siempre salía de por medio la excusa de “ es por no hacer sufrir a mi madre”

    18. - Las clases de Religión.

    En las clases de Religión de la época, el mandamiento en el cual se hacía más hincapié, tanto para chicos como para chicas, era el sexto “no cometerás actos impuros”

    Muchas niñas de entreguerras aún no tenían localizado al enemigo, con lo que ¿cómo podrían pecar si ni siquiera sabían a qué se enfrentaban exactamente?

    Desde que la niña iba a hacer la primera comunión, empezaba a plantearse el problema de la pureza. Las niñas tenían que pasar por el mal trago de tener que arrodillarse ante un cura para confesarse. A partir de ahí, todo se iba a poner de acuerdo para hacer creer a la joven que estaba recorriendo un camino de encerronas, un camino tortuoso del que nadie le explicaba los peligros que podían acecharle. Lo único que la joven aprendía de todo esto era que, su camino hacia la pubertad debía recorrerlo con “mil ojos” y desconfiando de todo, como si a cada momento un peligro pudiera saltarla. Eso era preparase para ser mujer.

    En aquellos primeras preocupaciones se atisbaba ya que para las mujeres, las penitencias iban a ser más estrictas que para los hombres. Aunque también para los niños, la primera confesión , suponía una experiencia verdaderamente violenta, que en un futuro se haría palpable en la timidez.

    19. -Los noviazgos de postguerra. Madres y Suegras

    Los noviazgos de postguerra, además de considerarse un negocio doméstico, tenían que contar con la aprobación de ambas familias. Las madres soñaban, con yernos que hicieran subir a sus hijas en la escala social. Sin embargo a sus hijos, no tenían tanta prisa por verles casados y el afán de muchas era tenerles el mayor tiempo posible bajo su regazo. Lo único que pedían era una nuera que no les echara a perder a sus queridos hijos y que se pareciera lo más posible a ellas mismas.

    Eran esas madres tan protectoras las que fomentaban, sin saberlo por supuesto, la timidez futura de sus hijos, y todo gracias al amor desmedido que les daban. Cuando uno de esos hijos de la época, se echaba a perder, se sabia que contra la que estaban haciendo mal era contra su santa madre, por estos disgustos que les daban había que satisfacerlas en un futuro, buscando una buena novia. Por muy buena, muy decente y muy limpia que fuera la novia, las madres no acababan de verlas con buenos ojos nunca, siempre les parecía poco para sus hijitos mimados. Tenían la impresión de que sus futuras nueras, iban a quitarles el papel de importancia respecto a sus hijos.

    En la postguerra los chistes de suegras se convirtieron en una verdadera plaga, lo que mostraba un claro síntoma de rebeldía de las jóvenes que querían a sus novios solo para ellas, sin que la suegra estuviera todo el día encima. Si, por circunstancias de la vida, se daba la necesidad de vivir en la misma casa el matrimonio y la suegra, había muchas posibilidades de que ese matrimonio fracasara, porque en caso de que hubiera un problema, se consideraba natural que el hombre tomara partido por la madre.

    En el fondo, muchos jóvenes estaban cansados de se ideal de mujer siempre sonriente, que aguantaba todo lo que el marido decía, y deseaban más otra mujer que se rebelara, una mujer de rompe y rasga, pero no eran capaces ni de confesárselo a sí mismos.

    Gracias a la exigencia del amor “a imagen y semejanza de la madre” las parejas, durante el noviazgo, nunca llegaban a descubrir sus afinidades o sus atractivos.

    Es gracioso comentar, que la palabra “entenderse”, se usaba, entre hombres y mujeres en la etapa del noviazgo, haciendo referencia a entenderse sexualmente, y era en esta etapa cuando, justamente no se daban apenas contactos sexuales entre las parejas decentes. Por eso, cuando se decía “se entiende con una fulana” se sabía que se estaba acostando con ella.

    CAPÍTULO VI: “El arreglo a hurtadillas”

    20. - El modelo de ama de casa

    La etapa de consolidación del franquismo se vio muy reflejada en el ámbito domestico. En esa etapa eran muy frecuentes los textos en los que se hablaba de enfermedades y como combatirlas, pero nunca se hablaba de males mayores, como la sífilis, que era una enfermedad que sí que podía llevar a la quiebra al matrimonio. Aquellos carteles que colgaban en los portales en los que ponía “enfermedades venéreas” eran un autentico misterio para jovencitas de la época, que pensaban que eso a ellas nunca podría pasarles. Sin embargo, el peor de los males, inculcados en las niñas desde bien pequeñas, era el de tener un hogar mal organizado, y por supuesto, la encargada de organizarlo era la mujer. A parte de tener controlado el hogar, debían controlar las competencias interiores, como su humor y descontentos. La mujer, concienciada de su deber de ser la guía de su hogar, tomaba a veces métodos militares, y podía llegar a martirizar a todo aquel que vivía bajo su techo. No se sabe si los maridos se alejaban del hogar por el desorden, o por el exagerado olor a desinfectante, y más bien la autora se inclina hacia la segunda opción.

    Las hijas, por supuesto, estaban predestinadas a ser las fieles discípulas de sus madres, y aprendían también que era indispensable representar dos papeles a la vez: ser la mujer con los rulos, el plumero y la bata y seguidamente, en cuanto sonaban los pasos del marido por la puerta, a quitarse su atuendo de “maruja” para no desilusionar al hombre. Había que dejar los problemas para cuando el hombre no estuviera en casa.

    A las hijas, se les regañaba mucho más que a los hijos si no dejaban recogida su ropa o tenían su habitación revuelta, y eso se decía que se hacia por el bien de la “futura mujer de su casa”, con la excusa de que ellas de mayores tendrían hijitos, que les traería la cigüeña, y a los que tendrían que coser sus ropitas, azules para los niños y rosas para las niñas.

    21. - El significado de las muñecas

    Como a las niñas se las mentalizaba desde pequeñas para ser unas buenas madres, se pasaban la vida a la espera del momento en que llegaran a serlo, y mientras ese momento llegaba, ensayaban con muñecas. Esas muñecas a las que ellas consideraban sus hijas, a las que les hacían vestiditos, y las que nunca se quejaban. Las niñas repetían el comportamiento que sus madres tenían con ellas, las acunaban, las daban de comer, las regañaban... La muñeca, se considero como un invento educativo y ejemplar. Se decía que siempre que fuera posible, las niñas debían tener muñecas y un cuarto propio para que fueran acostumbrándose a cuidar sus cosas desde la más tierna infancia.

    El punto cumbre de la muñeca, lo alcanzó el lanzamiento al mercado de la fabulosa Mariquita Pérez. El imperio de Mariquita Pérez se prolongó durante 15 años. Podía verse a las niñas, deseosas de la muñeca mirando los escaparates embobadas. Todas las muñecas a las que hacemos referencia, eran idénticas pero cada una con un traje diferente, de fallera mayo, de primera comunión, con camisones, con abrigos...

    Sin embargo el invento de Mariquita, fue como toda innovación comercial, una triste mentira. A la vista de los fabulosos resultados de venta de la muñeca, decidieron sacar a su hermano Juanín, con todo su repertorio de vestidos al igual que su hermana, de tensita, de marinero... Al tener tantos trajes, y cada uno nuevo, se empezó a comprender que el tener una Mariquita Pérez o un Juanín, era un gasto al que difícilmente se podía hacer frente. Era un símbolo de “status” Las madres modestas que se sentían orgullosas de haberle podido comprar una muñeca a sus hijas, se dieron cuenta de lo caro que salía mantener el negocio, porque una Mariquita Pérez o un Juanín con un solo traje, era un puro hazmerreír. Mariquita Pérez, fue un claro preámbulo a la sociedad de consumo en la que actualmente vivimos.

    22. - Los pantalones femeninos

    El uso del pantalón en los años de postguerra trajo consigo mucha polémica. Las mujeres de esta época defendían las esencias de la feminidad, que tenía que ser cuidada al máximo. Aún en los años sesenta no era bien acogido por todas las mujeres. Por la comodidad de esta prenda, muchas mujeres españolas habían incluido ya en su vestuario los pantalones, pero algunas mujeres reticentes a usarlos, daban las siguientes razones para no hacerlo:

    “Ante la extensión cada vez mayor de los pantalones femeninos y ante la importancia que reviste este fenómeno actual, no puede el escritor quedarse sin señalar esta anomalía, y esta aberración de que una mujer se vista a contrapelo de su naturaleza. Según este proceder, podria aparecer la moda de la noche a la mañana de que los hombres salieran a la calle vestidos de mujer, con falda larga, peineta, rizos, abanicos, pinturas, pendientes...Vistiéndose de hombre, adquirirá la mujer los modos hombrunos, gestos, palabras...”

    23. - La mujer fumadora.

    El hábito de fumar, en una mujer, no estaba bien visto en la época de la postguerra y había numerosas amonestaciones que así lo confirmaban:

    “A los hombres le desagrada enormemente que la mujer fume...Hemos visto que las mujeres verdaderamente estimadas por sus amigos, jamás éstos les ofrecen tabaco. En cambio insisten con aquellas que les parecen propicias a la tentación, a la vez que no consiente a su hermana o a su novia que lo hagan. En lugares públicos , la mujer que fuma se hace acreedora a las impertinentes galanterías de los hombres indiscretos. Parece ser que el cigarrillo es el distintivo utilizado por las mujeres que les gusta llamar la atención, y aparentemente ofrecen mayores facilidades para una conquista masculina. Es inevitable que la juzguen mal”

    24. - Algunos conceptos de la mujer ideal.

    La mujer de postguerra, solía acudir a pedir consejos a las revistas femeninas, que las decían como decorar sus cuartos, como conquistar a un hombre, como arreglar un vestido... Más tarde o más temprano estos consejos daban resultado, y el hombre los acabaria apreciando.

    La mujer ideal debía considerar a su esposo como la valla protectora que defienda su ingenuidad de las asechanzas del mundo.

    La mujer debía ser la secretaria personal de su marido, conocedora de sus gustos y de sus ocupaciones. Debía ser culta, pero de manera disimulada, para que su marido siguiera creyéndose superior.

    La mujer ideal era, una mujer “como Dios manda” no una vampiresa de las que salían en las películas.

    No podía ser llamativa ni vistosa, pero, por otra parte, debía saber llamar la atención y sobresalir de entre la multitud de jóvenes con el fin de encontrar marido, cosa que, siendo realistas, no era nada fácil de conseguir.

    CAPÍTULO VII: ”Nubes de color de rosa”

    25. - La presentación en sociedad y la puesta de largo

    Antes de que a una jovencita de buena familia, la hubieran presentado en sociedad, todo el mundo la trataba como “la cría que todavía no se ha puesto de largo”. Eso sí, si antes de los 17 años (edad que se consideraba la idónea para la presentación en sociedad) había salido con algún chico, se decía de ella que “había salido muy lanzada”.

    La puesta de largo era una fiesta de noche, y eso era lo que se consideraba más excitante de todo, ya que era la primera vez que le daban permiso a las chicas para que saliera por la noche sin tener que estar pendiente del reloj. En las novelas y películas, todo interesante que ocurría, se desarrollaba de noche, era por eso que a las chicas les llamaba tanto la atención. Además de que la hora de llegar a casa era indiscutiblemente las 10 de la noche, exceptuando a los hombres o a las “mujeres de mala vida”.

    Las chicas que aún no se habían puesto de largo, no pensaban en casarse, sino en que un apuesto muchacho les susurrara bonitas palabras bajo la luz de la luna.

    A las presentaciones en sociedad acudían muchas chicas que vestían sus primeras galas, tantas que los chicos no se fijaban particularmente en ninguna, y la reacción de los jóvenes más frecuente era la de cautela. Les daba miedo bailar con ellas por si las arrugaban o por si las decepcionaban.

    Las fiestas se desarrollaban bajo la vigilancia de adultos siempre, para estar pendientes de si algún chico se pasaba en sus libertades. Eso producía la sensación de encogimiento. La noche que ellos habían imaginado como una noche sensual y tibia no concedía ningún permiso a transgredir los umbrales permitidos.

    Al llegar a su casa la chica recién puesta de largo, aunque hubiera bailado mucho y afirmara que se había divertido, se daba cuenta de que la habían defraudado en sus expectativas. Ellas pensaban que el hombre de sus sueños iba a ser aquel que les contara sus penas, el que la susurrara al oído.

    26. - La figura de la secretaria

    Una de las profesiones más extendida en la postguerra, además de ser recomendada como particularmente idónea por la Sección Femenina, era la de secretaria. La secretaria era la receptora de los secretos y ordenes de su jefe, un hombre mayor generalmente, y por eso tenían la predisposición, casi siempre, a enamorarse de él.

    Muchos hombres opinaban que la mujer ideal era la secretaria particular, ya que era la que mejor conocía sus gustos y sus ocupaciones, es por eso que en la prensa de la época se publicaban advertencias sobre el peligro de las secretarias como rivales de la esposa. En realidad las que tenían la culpa cliché eran las novelas y el cine.

    27. - La novela rosa

    A pesar de que las novelas eran las culpables de todos estos líos sobre la vida, no dejaron de ser leídas por las mujeres, más que nada porque era a ellas a quienes iban destinadas. Las lecturas que se consideraban más peligrosas eran las pesimistas, porque se decía que eran uno de los factores que influían en la tenacidad del espíritu.

    Incluso aquellos que cultivaban el género, llegaron a descalificarlo. Las novelas rosa no reflejaban la realidad, ni tan siquiera eran modernas, y eso lo sabia todo el mundo, pero claro estaba que tampoco se podía poner la vida tal y como era, porque seguramente, hubiera sido censurado.

    Se desaconsejaban sobretodo los autores crudos o inmorales como por ejemplo Pedro Mata. En un artículo se aconsejaba a las jovencitas, en un tono totalmente retrógrado, que leyeran autores como Concha Espina, Fernán Caballero...

    También se publicaron biografías de mujeres, que habían destacado, como excepciones eso sí, en política o en la historia, pero estas también hubo que tomárselas en pequeñas dosis, ya que se consideraba que las figuras de algunas de las mujeres podían resultar peligrosas.

    28. -Las madrinas de guerra

    En 1941 la División Azul marchó hacia Rusia a luchar contra el comunismo. Esto hizo que cobrara protagonismo de nuevo la novia del héroe. Las mujeres sabían que no eran las únicas que despedían a seres queridos, y por lo tanto debían contener las lágrimas y olvidar los desmayos de las mujeres de las novelas rosas. Así, en el papel de mujer fuerte, cobró protagonismo también el papel de la enfermera. Eran muchas las muchachas dispuestas a partir hacia Rusia con la expedición española.

    La guerra española, estaba aún reciente y había dejado una huella indestructible en muchas relaciones amorosas interrumpidas. En una versión más romántica del amor, la guerra había propiciado las relaciones por carta entre desconocidos de distinto sexo. Las chicas, eran madrinas de guerra que se encargaban de consolar, por carta y mediante el don de la palabra, a un soldado del que habitualmente acababan enamorándose a pesar de no haberle visto nunca. En la etapa de la postguerra aún quedaban restos de estas elaciones, que si no habían acabado en noviazgo, resultaban un auténtico fastidio para el ahijado, mientras que para la madrina era todavía una grata ilusión. A muchas de ellas había que consolarlas, ya a mediados de la década de los 40, porque sus ahijados habían dejado de escribirlas.

    CAPÍTULO VIII: “El tira y afloja”

    29. - La táctica del tira y afloja

    Las niñas de la etapa de la postguerra, solían oír hablar habitualmente a sus madres y a sus hermanas mayores acerca de la etapa del noviazgo, que se suponía que era la etapa de aprendizaje anterior al matrimonio. Aunque en realidad, nadie le daba ninguna información acerca de lo que enseñaban las enseñanzas del noviazgo.

    Las muchachas que soñaban con conocer los gustos y deseos del que sería en un futuro su esposo, primero tenían que pasar por el trámite de no ser novios, a serlo.

    Esa etapa anterior al noviazgo, estaba plagada de advertencias acerca de los pros y contras y por lo tanto, el sexo opuesto se convertía, en algo que imponía. Las chicas debían de aprender una serie de reglas para que el hombre la respetara y deseara pedirle relaciones.

    En la prensa de la época no podían faltar los consultorios sentimentales a los que recurrían muchas jóvenes para aclarar sus dudas. Estas consultas, en general, pocas dudas resolvían, para empezar era una mujer la que siempre aconsejaba y por lo tanto no había contraste de opiniones masculinas y femeninas.

    En los casos en los que la consulta amorosa obligaba a la consejera a aconsejar por una toma de postura, ésta, generalmente, optaba por el conformismo, en especial, si se trataba de una consulta sobre tomar la iniciativa en una relación. Las consultas más peligrosas eran aquellas en que la joven enamorada intentaba hacerle frente a la realidad queriendo mostrar sus sentimientos. A este tipo de consultas, la respuesta era casi siempre la misma: guardarse los sentimientos para una misma.

    En los casos en que el problema no era tan drástico, y no se ponía a la consejera entre la espada y la pared, se daba el consejo que se denominaba con la expresión “tira y afloja” y que se consideraba infalible. Si la mujer estaba interesada en un hombre, lo mejor era tener un equilibrio entre darle celos para atraerle o mostrarse totalmente rendida a sus pies, pues ambas posturas podrían llegar a hacer que el hombre perdiera totalmente el interés por la chica en cuestión. El darle celos, hacia pensar a un hombre que la chica ya estaba ocupada y, “en terreno ocupado” era mejor no meterse, mientras que si la chica se mostraba muy interesada en el joven, éste lo perdía inmediatamente.

    30. - La timidez masculina

    La timidez en esa época, no era precisamente algo que se recomendara cultivar a un hombre. La culpa del padecimiento vergonzante de la timidez, la tenían, sin duda, otros varones como por ejemplo el autor el guerrero del antifaz, porque exaltaba en lugar de la timidez, el atrevimiento.

    La timidez solía ir ligada a una enfermedad, o a problemas de salud, y precisamente lo que no faltaba en la España de la postguerra, eran enfermedades. Las enfermedades podían ser o no, consecuencia de la guerra, y algunas de estas afectaban a los órganos sexuales, lo que creaba en los muchachos jóvenes un gran complejo de inferioridad. La enfermedad que más se propagó en España fue la tuberculosis y afectó sobre todo a adolescentes que vivían en barrios donde reinaba la pobreza y la miseria. Esta enfermedad suponía un impedimento importantísimo para el amor.

    Había otros casos en los que la timidez masculina, simplemente tenía que ver con un físico poco agraciado. Cuando un joven era feo tenía dos maneras de llevarlo lo mejor posible: o bajar la cabeza y encoger los hombros, o intentando disimular su aspecto con chistes y risas, haciendo de este ultimo el prototipo de hombre más detestado por las mujeres.

    Además la timidez en los hombres traía consigo cierta connotación de cobardía. Se decía de los muchachos tímidos que “no tenían ni media bofetada”. Es por eso que a las chicas les gustaba que sus amigas le envidiaran a su novio, especialmente si había sido difícil de conseguir, sin embargo, a los tímidos o los que no tenían ni media bofetada, solo les querían si tenían una cuenta corriente repleta de dinero o si tenían una carrera de provecho.

    A algunas muchachas estos jóvenes, poco agraciados físicamente, les avivaban su instinto maternal e intentaban que los muchachos salieran de sus complejos. Cuando lo conseguían, éstas sentían una gran gratificación personal que se podía confundir con amor. Este tipo de amor se basaba en la compasión, y el que lo descubría no hacia otra cosa que empeorar sus complejos.

    31. - Las cartas.

    El hecho de escribir cartas, siempre con pseudónimo, a una persona a la que nunca iban a conocer, se consideraba más bien una aventura. Las jóvenes escribían habitualmente a consultorios sentimentales de las revistas, y las periodistas, anónimas también, sabían que las jovencitas esperaban sus consejos como agua de mayo.

    Las chicas de postguerra envidiaban a aquellas familiares o amigas a las que se les daba bien escribir, ya que esto suponía una cierta facilidad para conseguir futuras conquistas amorosas. A las jóvenes de postguerra les gustaba mucho cartearse con hombres, de los que se opinaba que tenían menos gracia en la forma de escribir.

    Muchas de las chicas que mantenían correspondencia con una persona del sexo opuesto, acababan enamorándose de él, sin haberle visto jamás. Las madres, conscientes de este peligro, no veían bien que sus hijas se escribieran con un joven que no era ni novio, ni pretendiente.

    Muchas jóvenes, que no tenían ningún otro destinatario, se conformaban con escribir a los consultorios sentimentales. No solo contaban sus problemas, sino que muchas veces escribían, simplemente, para sentirse como protagonistas de películas o de novelas rosa.

    CAPÍTULO IX: “Cada cosa a su tiempo

    32. -Las ceremonias para el conocimiento entre hombres y mujeres

    En la época de postguerra, existían unas ceremonias para que tuviera lugar un conocimiento entre hombres y mujeres.

    La primera de estas ceremonias era la de “presentación”, a los jovencitos de postguerra no se les pasaba por la cabeza invitar a salir a una chica, o sacarla a bailar, sin que antes se la hubieran presentado. Claro está que esto sucedía entre las clases sociales más altas.

    Lo primero en que se fijaban las chicas, era en la forma de dar la mano de los hombres, no les gustaba que la dieran demasiado fuerte ni que “diera la mano floja”, tenían que estar en un término medio.

    Generalmente a la etapa de presentación le precedía otra en la que, el chico y la chica habían mantenido un intercambio de miradas. La joven era la que suscitaba, siempre con mucho disimulo, al chico para que tomase la iniciativa. Aunque ella se sintiera enormemente atraída por el joven que la miraba, nunca ponía nada de su parte para que le presentaran al muchacho, a no ser que éste, fuera familiar o amigo de una de sus amigas. Eran siempre las amigas las que indagaban en la personalidad del muchacho en cuestión, y aunque pretendieran hacerlo con disimulo, siempre acababa siendo, más bien, un chismorreo.

    Este juego de miradas se daba siempre al aire libre y durante las horas de paseo. Todas las ciudades españolas de la época, contaban con una calle principal o una plaza a la que iban las jovencitas, muy bien arregladas, con sus amigas, a ciertas horas del día destinadas al paseo. Las jovencitas, agarradas del brazo, se fijaban en el comportamiento de los muchachos y hablaban de ellos por lo bajo.

    Esta primera etapa, la de las miradas, solía venir acompañada de averiguaciones, que llevaban a cabo las amigas o familiares, sobre la personalidad y estudios del muchacho. Las relaciones del cruce de miradas, podían acabar de un día para otro, porque otra chica e se lo “había pisado”.

    Eran los amigos del chico interesado en la joven los que, hacían de presentadores entre ambos.

    La frase de “esa chica ya tiene novio” le quitaban las ganas a cualquier joven de presentarse a ella. También era un freno la frase de que un muchacho “la acompañara”. También se tomaban en cuenta las opiniones que se daban de esa chica, y sobre todo se tenía en cuenta si la jovencita era “una fresca”. Saber eso, a veces animaba a los chicos, o por el contrario les decepcionaba.

    Una vez que les habían presentado, era el hombre quien seguía llevando el mando de la relación. La etapa que más atraía a las muchachas era la anterior al trato directo, ya que podían echar a volar su imaginación, y por eso se consideraba peligrosa.

    Las chicas podían tener más de un acompañante, para poder elegir. Y aquellas que no estaban tan obsesionadas con el tema de la boda, vivían esa relación como pura amistad. Sin embargo, la amistad entre hombres y mujeres, estaba desprestigiada.

    Para que una chica se decidiera a ser ella misma la que recaudara información acerca de su enamorado, él primero tenía que haberle invitado a salir a ella sola. Algunas chicas estaban tan unidas a sus amigas que los chicos se cansaban y se mostraban fríos con ellas.

    33. - Los guateques

    En los años cuarenta se hicieron muy populares los guateques, que no eran otra cosa que fiestas caseras que se celebraban en una de las habitaciones más amplias de la casa. Los padres, en general, cuando cedían a prestar sus casa para esas fiestas, lo hacían a regañadientes. En los guateques nunca podía faltar un picú, muchos discos, aperitivos y un cóctel de frutas sin alcohol. Una revista femenina describía los guateques como

    “fiestecillas caseras tan agradables para las muchachas y tan desagradables para los padres que se tienen que ir de casa por unas horas y además luego paga los gastos. Una mesa o un mostrador pequeño donde resulta difícil arrimarse y luego, hacer equilibrios con la copa en la mano de un lado para otro. Como bebida, un “cup” donde se echa la cantidad de agua que convenga...”

    Como las fiestas eran siempre en casas de gente conocida y respetable, no había muchas libertades entre los jóvenes.

    Los muchachos llegaban a la fiesta y se colocaban en el otro extremo del salón en el que se encontraban las chicas. Los guateques tenían como finalidad, intentar una relación de parejas durante unas horas.

    Tanto en los guateques como en los paseos, el acompañante podía seguir siéndolo durante meses. Y eso permitía toda una serie de suposiciones por parte de la muchacha a la que se acercaba.

    34. - Ir al cine

    Como en los años cuarenta no había ni pensamientos de la existencia de la televisión en España, ir al cine era toda una aventura, una ceremonia mágica. Las chicas, jamás iban solas al cine, siempre iban en grupo. Las jovencitas pasaban varias horas a la semana preparando la “excursión” y hablando de lo que las acontecería en el cine. Los cines no eran para nada como los de ahora, nada confortables, nada acogedores...eso sí lo que no faltaba en los cines españoles, y sobre todo en los de provincias, era el frío.

    Si el acompañante de una muchacha se enteraba que ella y sus amigas, por supuesto, iban a ir al cine, sugería que dejaran una entrada doblada con su nombre en la taquilla, con a excusa de que él también quería ver la película y así la verían juntos. Claro que lo de juntos podía convertirse en un plan fallido si la chica no tenía la suficiente picardía de sentarse la ultima en la fila (para que al lado se pusiera su acompañante) y otra con más ojo que ella lo hacía. Si por fin conseguían sentarse juntos, el simple roce de los codos propiciaba deseos de intimidad que crecían en las escenas de mayor pasión (que era poca) si la película era de amor. Si el muchacho era muy atrevido, podía incluso darse la situación de que él pusiera su mano sobre la de la chica. Este hecho tan simple en nuestros tiempos, propiciaba un acelerado latir de ambos corazones.

    35. - Las declaraciones de amor

    La declaración de amor era siempre tarea de los hombres, y era ese preciso momento el que marcaba la hora de la verdad. Fuera de forma epistolar, o cara a cara, ningún jovencito de la época se libraba pasar por aquel trago si quería tener novia.

    Para una chica de la época, la declaración de amor significaba mucho. Para ella no eran tonterías, sino que la consideraban imprescindible. Consideraban el noviazgo el paso más importante en la vida de un hombre y una mujer. El noviazgo era la puerta al sacramento del matrimonio y por lo tanto la declaración de amor era fundamental. Había muchas fórmulas, desde un “te quiero” hasta “me gustaría que fueras la madre de mis hijos”.

    Si la etapa de salir con un chico se alargaba en exceso, resultaba insatisfactoria para las mujeres que deseaban, como agua de mayo, la solemne declaración. Esto resultaba un verdadero problema ya que estaba prohibido hablar de sentimientos propios, y por lo tanto la única forma de hacer saber a los hombres que la paciencia de las chicas llegaba a su fin, era mostrándoselo con hechos: que existían otros chicos interesados en ellas.

    Aquella etapa de antes del noviazgo servia para poner a prueba el aguante de la chica. Las marchas atrás de los chicos podían ser tomadas como muestras de interés. Si la declaración de amor tardaba en llegar se debía casi siempre a que los chicos no querían comprometerse con nadie hasta acabar su carrera. Pero también estaban los temores internos de los muchachos que se exponían a una respuesta negativa de la chica a la que iban a declararse.

    Las típicas contestaciones de “dame un poco más de tiempo” o “no sé que dirán mis padres” no eran más que claras excusas. Las chicas generalmente no solían decir que sí a la primera vez que los chicos se declaraban, ya que esto podían entenderse como una impaciencia por tener novio. Además, para las chicas, ésta era la única respuesta que decidían por ellas mismas, se sentían libres.

    El plazo en el que las jóvenes se pensaban la respuesta, no era otra cosa que un tiempo para poner a prueba la capacidad de sufrimiento de los muchachos. Además con el hombre que ya se había dicho que sí, no se podía jugar porque estaba mal visto, en cambio con el que esperaba contestación, se entraba en el terreno de la ambigüedad.

    36. - La diferencia de edad entre hombres y mujeres

    Otra de las cosas que traían de cabeza a los padres de las muchachas de esta época era, la diferencia de edad que sus hijas debían tener con su pretendiente. Esto era muy importante. Se decía que lo ideal en una pareja era que el hombre fuera mayor que la mujer, entre 5 y 10 años exactamente. La idea era que los hombres tuvieran la cabeza más sentada y los gustos más definidos que la jovencita. También se pretendía que se hicieran viejos antes, para que dejaran a las mujeres “cierto margen de descanso en su afán de corretear”

    Aunque la verdad, muchas veces la interesada, no estaba para nada de acuerdo con estas reflexiones, y no les hacía ninguna gracia que su marido se pusiera viejos tan pronto. Los jóvenes guapos, fuertes y atractivos, es decir, los que solían gustar más a las chicas, solían ser también malos estudiantes, un poco sinvergüenzas y unos “zánganos”.

    Mientras las mujeres esperaban a ese hombre soñado al que se veía como tabla de salvación para un futuro próximo, se entretenían, algunas, en relaciones fugaces con los acompañantes.

    37. - Consecuencias de la represión sexual

    La represión sexual que existía en la época de postguerra era absurda y aunque ahora pueda parecernos que las medidas que se tomaban en el terreno de lo sexual fueran exageradas, está claro que fue la causa del fracaso de muchos matrimonios.

    Para empezar, las parejas de novios, eran auténticos desconocidos. Simplemente mantenían una relación de “puro trámite”. De su supuesta media naranja sólo sabían si era de buena familia, los estudios que tenía y cosas superficiales, hablar de las ilusiones del otro, de sus deseos , y de sus esperanzas en la relación era más bien una utopía.

    Todo estaba prohibido o mal visto por la sociedad de esa época. Las parejas de novios no podían, por ejemplo besarse en público o entregarse a sus pasiones sin antes haber pasado por el altar. Cuando un chico intentaba tener “algo más con su pareja” se consideraba que el muchacho no la estimaba lo suficiente y lo mejor era dejarle. Entre las parejas no había confianza, y este fue, probablemente el hecho que más propiciaba los futuros quiebros de las relaciones matrimoniales.

    La represión sexual pudo provocar, y de hecho lo hizo, la infelicidad de muchos matrimonios, pero sobretodo lo que propició estas infelicidades fue la ausencia total de sinceridad entre las parejas en sus años de noviazgo

    Las trabas que se les imponían a las parejas de novios para ser amigos, fueron sin duda, las causantes del desconocimiento de ambos, no permitían conocer los respectivos deseos, miedos o esperanzas. En resumen, tanta insinceridad no les permitió, por desgracia, dejarse querer ni ver por el otro.

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    Enviado por:Patricia
    Idioma: castellano
    País: España

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