Historia


Revolución Industrial en España


La revolución industrial en España: atraso económico e injusticia social

7. 1. Las dificultades de modernización: el esfuerzo

industrializador y el desfase resultante (1808 - 1931)

7.1.1. El atraso económico y sus consecuencias.

La incorporación de los diferentes países al proceso de modernización de las estructuras productivas se produjo con retraso. Pero si otros países, como Francia o Italia, pudieron ir remontando las diferencias hasta alcanzar a Gran Bretaña, España, acabó distanciándose notablemente de las naciones modernas. En el fatídico año de 1898 pareció que esas diferencias eran cada vez mas acusadas. Durante todo el primer tercio del siglo XX pareció que se perdía el tren de la modernización europea.

La introducción de formas capitalistas sobre una economía campesina atrasada y una industria incipiente propiciaron una injusta distribución de la riqueza. Esta situación generó fuertes tensiones sociales entre las clases propietarias y los trabajadores. La formación de asociaciones obreras y de partidos obreristas, democráticos y republicanos desde el último tercio del siglo XIX permitió que las masas reivindicaran su participación en un sistema político, hasta entonces, oligárquico.

El atraso económico tuvo también otras implicaciones políticas. El centralismo borbónico del siglo XVIII fue heredado por el liberalismo decimonónico. El desarrollo industrial se localizó puntualmente en Cataluña y País Vasco. El desequilibrio entre un centro atrasado y despoblado donde residía el Gobierno y una periferia rica e industriosa se plasmó en el enfrentamiento entre proteccionistas y librecambistas.

La defensa de estos intereses dio paso a la formación de asociaciones nacionalistas. Estos grupos recogían las inquietudes de quienes en el pasado habían demandado la vuelta a las peculiaridades locales recogidas en los fueros y los presentaban ahora en forma de reivindicación moderna; sus territorios, claramente identificados por sus paisajes, donde sus habitantes, identificados por sus costumbres, su lengua, una tradición histórica común y una trayectoria política propia se podían considerar naciones. Es decir que España era plural y que el centralismo no era la única forma posible de organizar el Estado. A finales del siglo XIX se fraguó la conciliación de intereses de las oligarquías financieras industriales (catalana y vasca) y agrarias (cerealistas castellanos), unidos para garantizar la protección del mercado interior. Esta situación refleja claramente el fracaso de una transformación económica insuficiente.

7.1.2. Evolución de conjunto y periodización.

Las causas del atraso español fueron causadas por las dificultades y obstáculos que actuaron como freno de la Revolución Industrial. Los efectos devastadores de la Guerra de la Independencia ( 1808 - 1813 ) en la economía y la demografía se extendieron en la década de 1820. El comercio colonial, que desempeñó un papel fundamental en la economía británica, no pudo dinamizar el desarrollo en el casi español.

Los tímidos intentos de potenciar la transformación productiva durante la ultima fase del reinado de Frenando VII se vieron en buena parte interrumpidos durante la Guerra Civil de 1833 - 1840. Sin embargo en esta época comenzó a fijarse el marco legal que precisa la modernización:

  • Se establece la libertad de contratación y comercio de materias primas, así como la libertad de empresa y contratación laboral, tras la supresión definitiva de los gremios.

  • Se transforma la propiedad privada a partir de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos y de la abolición del régimen señorial, que confirma la propiedad de la nobleza.

Entre 1844 y 1866 se produce el despliegue de la industria textil, diversos ensayos de la industria siderúrgica, la creación de las primeras sociedades anónimas y la proliferación de instituciones financieras, el impulso de la extracción minera y la creación de las infraestructuras ferroviarias.

Sin embargo, hacia finales del periodo se notan ya los problemas estructurales que lastran el desarrollo industrial español. En primer lugar, la escasa integración del mercado nacional. En España la estructura continental peninsular y el escaso desarrollo del transporte terrestre dificultan los intercambios en las regiones interiores. Esta situación se solventa en parte por el trazado ferroviario. La debilidad de un mercado nacional restringe en gran medida la demanda interior de modo que los productores buscan válvulas de escape en las últimas colonias: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

El proceso de modernización no sirve, en líneas generales, de los recursos propios, sino que esta condicionado en gran medida desde el exterior: dependencia tecnológica, escasez de fuentes de energía (carbón ingles, mas tarde electricidad y petróleo) y de algunas materias primas (algodón). Esta circunstancia explica que sean sobre todo las zonas periféricas bien abastecidas por mar ( Cataluña, País Vasco, Asturias y Andalucía occidental ) las regiones donde se inicia el desarrollo industrial. Las inversiones extranjeras y nacionales provienen del capital privado. Pero estas inversiones recaen en los sectores mas atractivos para obtener un beneficio privado e inmediato, a menudo especulativo, que no siempre produce riqueza y que acentúa los desequilibrios del país. Así, el tratado del ferrocarril se realizó con capital extranjero y con materias y productos extranjeros, de modo que la siderurgia española perdió una gran oportunidad para su desarrollo.

Desde el último tercio de siglo, cuando las potencias industriales dan el salto a una carrera por apropiarse de los mercados, España queda relegada. Su debilidad le impide unirse la empresa imperialista y colonial. Británicos y franceses extraen materias primas; los últimos construyen el ferrocarril en función de sus necesidades. Las minas del Río Tinto ( Huelva ), son explotadas por una empresa inglesa que construye un barrio obrero al estilo británico y una vía férrea inaugurada en 1875.

Precisamente por ello España no participó en la Primera Guerra Mundial, una contienda entre imperios modernos que se convirtió en un conflicto internacional. Durante los años de la guerra, la economía española vivió el espejismo de obtener unos mercados amplios, monopolizando el mercado interior, abasteciendo de productos básicos a las potencias beligerantes e introduciéndose en mercados ultramarinos empresariales, pero también se agudizaron las tensiones sociales. El aumento del coste de vida no se vio compensado con el aumento proporcionado de los salarios.

Cuando termina la guerra, se manifiestan nuevamente los desequilibrios de una estructura empresarial que seguía descansando en sociedades de tipo familiar, mientras que en el resto del mundo se habían creado enormes grupos empresariales y financieros monopolistas. Ante la incapacidad de competir con las economías poderosas, se crearon los primeros monopolios nacidos con el amparo proteccionista de la dictadura de Primo de Rivera: CAMPSA, Tabacalera y Telefónica

7.2. El peso de la agricultura en un país abrumadoramente rural.

7.2.1 El crecimiento de la población española y la movilidad espacial.

En el siglo XIX, el ritmo de crecimiento vegetativo se aceleró como resultado del descenso continuado de la mortalidad, mientras la natalidad permanecía constante. Este fenómeno se produjo en España con menor alcance.

En España persistían índices muy elevados, tanto en mortalidad bruta como en natalidad, y como consecuencia el ritmo de crecimiento vegetativo fue menor que en el caso de las principales potencias europeas. Estos síntomas son característicos de las sociedades agrarias y muestran la pervivencia de rasgos arcaicos preindustriales en la evolución demográfica española. Especialmente significativos para mostrar el nivel de desarrollo son la elevada mortalidad infantil y la baja esperanza media de vida, que se cifra en 34,7 años hacia 1900.

La asimilación de la demografía española a los patrones europeos decimonónicos no se conseguiría hasta el primer tercio del siglo XX.

Podemos entender mejor el alcance del crecimiento poblacional español si lo comparamos con el de otros países europeos. El mayor índice correspondió a la Europa septentrional. Gran Bretaña cuadruplicó su población en poco mas de cien años, mientras Irlanda fue el único país que disminuyó el número de habitantes a lo largo del siglo; la mayor parte de los países de Europa central duplicaron con creces su población, y Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia, escasamente poblados, aumentaron también sus efectivos al doble y el triple. En los países mediterráneos el ritmo de crecimiento fue menor.

Es probable que las diferencias entre el norte y el sur de Europa se relacionen, en parte, con la diferente evolución de la agricultura. Los países de clima húmedo adoptaron importantes novedades técnicas que aumentaron notablemente los rendimientos agrarios y permitieron diversificar la dieta y abaratar el precio de productos básicos. Mientras, en los países mediterráneos persistió sin apenas variaciones el sistema tradicional de explotación extensiva cerealista de año y vez, basado en el barbecho y los monocultivos arborícolas de secano de producción limitada.

Así pues, España aumentó su población de manera importante pero mas modesta. El ritmo de crecimiento español fue mayor en l primera mitad del siglo XIX, a pesar de las pérdidas ocasionadas por la Guerra de la Independencia y la Primera Guerra Carlista. En la segunda mitad se desaceleró el crecimiento, debido probablemente a la migración exterior al norte de África y América Latina. Las provincias donde la migración tuvo mayor incidencia fue la región cántabra, principalmente Pontevedra y La Coruña, Asturias y Santander. En estas zonas el espacio cultivable era escaso; las explotaciones familiares eran de dimensiones mínimas.

Casi 3 millones de personas abandonaron el país en el periodo 1882 - 1935; de ellos regresaron aproximadamente 2 de cada 3, con lo que la pérdida de población por emigración transoceánica se cifraría en casi un millón de personas. Esta cifra, aunque importante, aún queda por detrás de países como Italia. La supresión progresiva de las leyes que dificultaban la salida al extranjero y el progreso de la navegación transoceánica, gracias a la fabricación de grandes barcos movidos al vapor, favorecieron el flujo migratorio de familias que buscaban mejor suerte en otras tierras. Los emigrantes españoles se desplazaron principalmente a Argentina, Cuba. Brasil, Méjico y Uruguay.

En cuanto a la distribución de la población española, continúa la perdida de población de las regiones interiores, cada vez mas vacías, en beneficio de las zonas periféricas, y dentro de éstas, en las zonas litorales.

Hacia 1850 eran pocos los que durante su vida llegaban a salir del reducido circulo comarcal en el que vivían. La mayoría de la población rural no solía rebasar el territorio formado por el término municipal y las poblaciones vecinas. La creación del ferrocarril permitió cambiar la mentalidad tradicional de vinculación con la tierra, porque posibilitaba, además de transporte de mercancías, el desplazamiento ocasional y el cambio de residencia.

El crecimiento de la población urbana fue similar y en algunos casos muy superior al crecimiento demográfico total en las ciudades del norte y el este. Por el contrario, en las ciudades del sur y en el interior se observa un cierto estancamiento o incrementos mucho mas modestos, siempre por debajo del ritmo de crecimiento de la población. La excepción a esta tendencia es Madrid, cuyo fuerte crecimiento hay que relacionarlo con el papel político que desempeña como capital.

7.2.2. El desequilibrio de la estructura de la propiedad y sus consecuencias.

En España la tierra estaba mal repartida desde épocas remotas. Durante la Edad Media se formaron grandes patrimonios territoriales, que posteriormente se consolidaron gracias a su conversión en manos muertas, es decir bienes que no podían ser divididos por la herencia ni ser donados o vendidos. Podían o no ser puestos en cultivo o ser arrendados a los campesinos según las necesidades de los dueños, que administraban los bienes. De este modo, los grandes dominios territoriales permanecieron casi inalterados hasta la época contemporánea.

El establecimiento de una economía capitalista era incompatible con el mantenimiento de privilegios que obstaculizaban el intercambio de bienes, en este caso de tierras.

La desamortización de la propiedad vinculada de la tierra en propiedad privada, particular y enajenable, fue promovida por los gobiernos liberales durante el siglo XIX. Sin embargo, si las tierras de la Iglesia y los ayuntamientos fueron expropiadas, subastadas y adquiridas por nuevos dueños, las de la nobleza fueron simplemente transformadas en propiedad privada sin cambiar de manos. En consecuencia, la desamortización del suelo contribuyó al proceso de concentración de la propiedad agraria en pocas manos.

Algunas de estas tierras, que habían permanecido hasta entonces sin cultivar, comenzaron a ser sembradas. De este modo, la superficie cultivada aumentó, y a pesar del crecimiento de la población, el abastecimiento de trigo en el interior, que era esencial para la alimentación de las clases más humildes, pudo garantizarse casi siempre con la producción nacional. Sin embargo, la irregularidad de las cosechas seguía sendo acusada y ocasionalmente, la escasez debía compensarse con el aprovisionamiento desde el exterior.

La creación del ferrocarril permitió conectar los centros cerealísticos del interior con las zonas de consumo de la periferia.

La mejora de las comunicaciones tuvo como consecuencia la creación de una economía internacionalizada, en la cual las economías nacionales competían entre sí. La agricultura se fue especializando en función de la demanda. Se desarrollaron los cultivos de aquellos productos que podían encontrar mejor acogida exterior e interior. Éste fue el caso del vino y los cítricos. La superficie dedicada a la vid se había triplicado en los primeros sesenta años del siglo XIX.

Como consecuencia, el vino se había convertido en el producto principal de las exportaciones españolas, de las que representaba aproximadamente un tercio del valor total. Las exportaciones se multiplicaron circunstancialmente en la década de 1880. Francia vio interrumpida su producción por la plaga de la filoxera. Mientras duraron los efectos de la crisis vitivinícola del país vecino, las exportaciones de vino españolas se multiplicaron por diez.

Los productores españoles, debido a su proximidad, abastecieron el mercado francés en virtud de un tratado comercial que se mantuvo en vigor entre 1882 y 1892. Sin embargo, las jóvenes cepas, ya inmunes tras ser injertadas en Francia con especies americanas, empezaron a dar sus frutos y permitieron la recuperación de la producción francesa, por lo que el tratado comercial fue suspendido. Para entonces la filoxera había cruzado los Pirineos y hacía estragos en los viñedos españoles. La superficie vitivinícola se redujo y decenas de familias se vieron forzadas a la emigración. La producción española no se recuperaría hasta la primera década del siglo XX.

La crisis de la vid coincidió con la cerealista en la última década del siglo. Algo similar ocurrió con la remolacha azucarera, cuya producción creció desde los años 1880 al amparo de la crisis del suministro del azúcar de caña en Cuba. Tras la pérdida definitiva de estos territorios se produjo un boom de la producción y el refinado de azúcar de remolacha cultivado en las regiones interiores, pero el vigoroso aumento de la oferta originó una inmediata bajada de precios, que se redujeron casi a la mitad, con lo que buena parte de los productores quebraron y tuvieron que abandonar.

La producción de aceite de oliva se mantuvo gracias a la demanda del mercado hispanoamericano. Finalmente, el único sector donde se produjo una capitalización e intensificación de las explotaciones fue en la producción de cítricos de Levante. En Murcia, Alicante y Valencia se mejoraron y ampliaron los sistemas de riego y se introdujeron fertilizantes importados. Las exportaciones se triplicaron. Este desarrollo sólido fue percibido por los regeneracionistas como modelo para el desarrollo agrario español. Desde principios de siglo los gobiernos iban a tratar de establecer un sistema de embalses y canales que permitieran ampliar la superficie regada, y con ello la producción agrícola exportable. Además, estos embalses serían compatibles con el aprovechamiento del agua para la producción de energía eléctrica.

En conclusión, más allá de los vaivenes y fluctuaciones de la agricultura respecto de una economía cada vez mas condicionada por el exterior, la crisis de la agricultura española revelaba síntomas propios e inequívocos de atraso. La falta de inversión y de mejoras técnicas mantenían en el campo español unos sistemas tradicionales inadecuados e incapaces de dar respuesta a las necesidades de la población. La escasez de capitales en las grandes explotaciones y en las pequeñas explotaciones familiares, como consecuencia de la falta de recursos, favorecían el inmovilismo de la agricultura, que seguía practicando, en general, sistemas extensivos, como el cultivo del cereal basado en el barbecho. Si la superficie de cultivo había aumentado, los rendimientos seguían siendo bajos. La ganadería estaba muy limitada por la ausencia de forrajes y por el barbecho de que los escasos recursos disponibles se empleaban en mantener la enorme cabaña de caballos, mulas, asnos y bueyes, que constituían la principal fuerza de tracción. Los sectores mas dinámicos seguían representando un escaso porcentaje de la producción agraria.

7.3.4. La debilidad del capitalismo español y la dependencia exterior: El ejemplo de la minería.

El retraso del desarrollo siderúrgico se debe a la debilidad financiera del Gobierno, con una Hacienda en déficit y muy endeudada, y a la rapacidad de las sociedades extranjeras de capital. La construcción del trazado ferroviario, que pudo haber significado el despegue de la siderurgia, se realizó en beneficio de l plantas europeas.

Así pues, la construcción del ferrocarril no generó riqueza de manera directa. Lo mismo sucedió con la minería. Los recursos del subsuelo habían pertenecido tradicionalmente a la Corona. A mediados de siglo se convirtieron en propiedad del Estado. Los dispersos yacimientos fueron explotados por compañías extranjeras a partir de 1868, obteniendo largas concesiones que les permitieron modernizar los procedimientos y agotar los recursos. Los principales metales extraídos fueron el plomo, el cobre y el mercurio. Las minas de plomo se extendían de forma dispersa por toda Sierra Morena, desde el norte de Córdoba hasta enlazar con Murcia y Almería. Los anticuados sistemas de explotación por arriendo del sudeste perdieron su importancia ante la explotación de plomo en Jaén y Córdoba. En el último tercio de siglo la producción de plomo obtenida en España fue la mas importante del mundo, sólo sería superada en las décadas finales del siglo por la de Estados Unidos.

Algo parecido sucedió con la producción de cobre obtenida en el norte de Huelva. La explotación de las compañías británicas y francesas en las cabeceras de los ríos Tinto y Odiel llegaron a suponer las dos terceras partes del cobre mundial hasta los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. La demanda de este metal había aumentado con el desarrollo de la energía eléctrica. España casi no recibía beneficios, ya que exportaba prácticamente en bruto casi toda la producción.

En conclusión, la construcción del ferrocarril y la explotación del subsuelo se realizaron en beneficio del capital extranjero. Con la conversión en zona de aprovisionamiento de materias primas, facilitado por el tendido ferroviario, España dilapidó buena parte de sus recursos y afianzó el retraso económico, lo que le convertiría en una potencia agotada de segundo orden instalada en la periferia de un sistema económico cuyo centro ocupaban los países industrializados.

7.4. La creciente desigualdad de la sociedad de clases.

7.4.1. La sociedad de la Revolución industrial.

A medida que la legislación liberal se iba imponiendo, se fue formando la sociedad industrial de clases. Desaparecidos los privilegios estamentales, las divisiones sociales se hacían exclusivamente en función del nivel de riqueza.

Las clases superiores eran la aristocracia y la alta burguesía. Ya sabemos que la aristocracia se había visto compensada por la atribución de la plena propiedad sobre sus antiguos dominios. Se trata de los propietarios de grandes fincas dedicadas al cultivo del cereal de bajos rendimientos, que se aseguran el mercado nacional gracias a los elevados aranceles. Generalmente residen en las ciudades y no suelen visitar las explotaciones, se limitan a percibir las rentas que les entregan sus administradores. Un esquema similar ofrecen las grandes explotaciones olivareras. A menudo, una parte importante de la tierra permanece sin cultivar, como coto de caza o como dehesa. Con este grupo se identificó la burguesía agraria, que invirtió en la compra de tierras desamortizadas a la Iglesia y los ayuntamientos. Entre ellos podemos considerar a lo grandes bodegueros del sur. Muchos de ellos son de origen extranjero. También habría que incluir a los propietarios de las haciendas y empresas azucareras de las colonias. El desarrollo capitalista del país permitió a estos grupos unirse a la burguesía de los negocios y diversificar sus fuentes de rentas.

La progresiva identificación económica de entre ambos grupos, derivada de sus estrechos vínculos con los gobiernos liberales, completaban el proceso de fusión entre las familias de este bloque dominante. Esta integración ente los “aristócratas de nombre y los príncipes del dinero” produjo también una aproximación ideológica basada en la libertad individual y una rígida moral puritana de raíz católica. En algunos casos pasaron a participar en los proyectos financiados en España por el capital extranjero. En su conjunto, se observa la falta de un auténtico carácter emprendedor orientado a generar riqueza en el país.

A lo largo del siglo XIX el nivel elevado de renta capacitaba a la alta burguesía y aristocracia a ejercer derechos políticos en aplicación de los criterios restrictivos fijados por las leyes electorales. Estos grupos eran a su vez, electores y elegibles. Constituían el núcleo del Partido Moderado, formaban el gobierno de unos pocos, que los capitanes generales y en última instancia los caciques, se imponían sobre todo el territorio. Las protestas y revueltas de la mayoría de la población urbana y campesina eran reprimidas con dureza y ejemplaridad por el ejército, la policía y la Guardia Civil.

En las ciudades residían las clases medias, que estaban formadas principalmente por la pequeña burguesía. Entre ellos destacan los tenderos y pequeños comerciantes que sustituyeron al comercio artesanal de los talleres y la venta ambulante. También destacan los relacionados con al industria editorial, gracias al desarrollo de la prensa. También se incluirán en esta categoría los funcionarios, maestros, oficiales del ejército y periodistas. En su conjunto, formarían el grupo mas activo de las juntas revolucionarias formadas en las ciudades. Tendían hacia posturas democráticas y son los principales valedores del republicanismo, el federalismo o el radicalismo. Se podría incluir en esta categoría, aunque con diferencias, al grupo de labradores, pequeños o medianos propietarios, que trabajan sus tierras e incluso contratan ocasionalmente mano de obra asalariada.

Los gobiernos del liberalismo moderado eludieron el reconocimiento del derecho de reunión y de asociación. Las relaciones del trabajo debían ser libres, sin que el Estado tuviera que intervenir en las contrataciones, que fijaban el salario, la jornada o las condiciones del trabajo. La consecuencia inevitable fue la impunidad con que se alargaron las jornadas, se redujeron los salarios o se empleó a mujeres y a niños como mano de obra mas dócil y barata. Surgió así el proletario, el trabajador que sólo poseía su fuerza de trabajo alquilada por un salario. El proletario urbano se compone de artesanos arruinados y campesinos desarraigados, sin recursos, a la espera de ser contratados en las fábricas o en la construcción.

Entre las mujeres, la mayor parte delas empleadas trabajaban en el servicio domestico. A cambio de bajo jornal, techo y comida, se encargan de las labores de la casa. En el campo, los braceros sin tierras que trabajan a jornal forman los asalariados rurales. Dado el carácter de monocultivo de las explotaciones, están sometidos forzosamente al paro estacional. También los campesinos pequeño-arrendatarios deben emplearse en otras fincas en las épocas de recolección para obtener un dinero adicional con el que poder subsistir. Los asalariados del campo constituían un grupo muy importante en un país predominantemente rural. Ante la precaria situación laboral, las condiciones de vida de la población trabajadora urbana y rural se degradaron notablemente.




Descargar
Enviado por:CoqueMudo
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar