Religión y Creencias


Protestantismo: Iglesias Luterana y Calvinista


Índice

1. Introducción al protestantismo 3

2. El protestantismo al detalle 9

2.1 Introducción 9

2.2 Concepto 9

2.3 precursores del movimiento reformista 10

2.4 Causas principales de la reforma 12

2.5 Principales protagonistas 13

2.5.1 Martín Lutero 13

2.5.2 Juan Calvino 15

2.5.3 Ulrich Zwinglio 17

2.6 Historia y evolución del Protestantismo 19

2.6.1 Origen y desarrollo inicial 19

2.6.2 Desde los orígenes al racionalismo 22

2.6.3 Racionalismo y reacciones 23

2.6.4 Las corrientes teológicas del siglo XX 25

2.7 La reforma anglicana 27

2.8 Creencias y prácticas generales del protestantismo 33

2.8.1 Autoridad de las Sagradas Escrituras 33

2.8.2 Justificación por la fe 33

2.8.3 Sacerdocio universal 34

2.9 Fundamentos teológicos del Protestantismo 35

2.9.1 Doctrina luterana 35

2.9.2 Doctrina calvinista 35

2.9.3 Doctrina de Zwinglio 36

2.10 La liturgia protestante: el culto 37

2.10.1 La liturgia luterana 38

2.10.2 La liturgia calvinista 38

2.11 Rasgos del derecho canónico luterano y calvinista 39

2.12 El Protestantismo en España 39

3. Biografía de Martín Lutero 42

4. Imágenes 51

Bibliografía 54

1. Introducción al Protestantismo

Es bueno comenzar diciendo que toda gran rama protestante tiene su origen en la Iglesia Católica y siempre por descontento de algún miembro que por razones meramente humanas se aparta de la Iglesia Madre.

Recordemos que el primer protestante fue Martín Lutero (1483-1546), nacido en Eisleben (Sajonia), profesó como Fraile Agustino y enseñó Teología en Wittemberg. Según parece, esperaba que le encomendasen la publicación de unas indulgencias que concedió el Papa León X, pero estas fueron encargadas a los Frailes Dominicos. Llevado entonces por la envidia, comenzó al principio a atacar violentamente los abusos de la predicación de las indulgencias; luego pasó a atacar directamente las indulgencias en sí mismas y el poder de concederlas; más tarde comenzó a decir que la Iglesia de Roma "ya no era la Iglesia de Cristo" empezando a encarecer la fe, y la fe sola, diciendo que lo que importaba era tener fe, y que esto bastaba para la justificación y el perdón de los pecados. El punto de partida de Lutero, de su doctrina sobre la justificación, es la persuasión de que la naturaleza humana quedó completamente corrompida por el pecado de Adán y de que ese pecado original consistía formalmente en la concupiscencia.

La justificación la concibe Lutero como un acto judicial o forense por el cual Dios declara justo al pecador. La justificación, según su faceta negativa, no es una verdadera remisión de los pecados, sino una simple no-imputación o encubrimiento de los mismos. Así pues, según su faceta positiva, no es una renovación o santificación internas, sino una mera imputación externa de la justicia de Cristo. La condición subjetiva de la justificación, es para Lutero, la fe fiduncial, es decir, la confianza del hombre, que va unida a la certidumbre de su salvación, en que Dios misericordioso le perdona los pecados por amor a Cristo. Por ello afirma Lutero:"Cree y puedes pecar, porque aunque peques, si crees te salvarás". Este lema de Lutero lo deja el resumido de una forma muy sencilla: "Sola fide, sola gratia" (sólo por la fe, sólo por la gracia), basándola en las palabras de Romanos 1,17: "...el justo vive de la fe...", así por ello la salvación del hombre para Lutero, no viene ni se obtiene por las obras, sino sólo por la fe. Así, empujados por este axioma, se hace inevitable la afirmación de Calvino: "Nosotros llamamos predestinación al consejo eterno de Dios, por el cual ha determinado lo que debe hacer cada hombre. Porque no los creó a todos en una condición paralela, sino que ordena para unos la vida eterna y para otros la eterna condenación". Hoy en día esta doctrina ha sido abandonada por la mayor parte de los protestantes, prescindiendo por tanto de esa predestinación absurda, y centrando su fe en Jesucristo salvador. Así Lutero termina dando su famoso axioma de que para la fe basta única y exclusivamente las Sagradas Escrituras interpretadas por cada cual como quiera, es decir el "libre examen".

Todo esto sucedía por el año 1517, fecha en la cual el Papa, tras varias tentativas para atraerle, finalmente no lo queda más remedio que lanzar una bula contra Lutero excomulgándole, por sus doctrinas contrarias a la única fe de Cristo; Más Lutero quemó públicamente la bula y se declaró en rebelión abierta contra Roma. Así por ello, dejó la Orden de los Agustinos y se casó con una mujer que había sido antes monja llamada Catalina Bora ( 1525 ) . Luego Lutero rechazó la doctrina católica por razones meramente humanas, sociales y económicas. Siguiendo estos pasos un poco más tarde también lo hicieron Zwinglio en Suiza y Calvino en Ginebra.

Pero merece una especial mención el Rey Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547), ya que en un principio lucho y rechazó las desviaciones de Lutero e hizo incluso un tratado sobre los siete sacramentos. Pero tiempo después este Rey deseoso de un heredero varón para asegurar la dinastía Tudor, y viendo que su legítima esposa Catalina de Aragón no le había dado más que una hija, solicito la anulación de su matrimonio. Roma fue dando largas al asunto y finalmente negó la anulación. Pero el Rey Enrique VIII estaba ya apasionadamente enamorado de Ana Bolena, la que fue segunda de las seis esposas que tuvo, y por tanto el rey no podía tolerar que nadie se opusiera a su poder ni tampoco a sus deseos carnales. Así por el año 1538 y con la indicación del rey, el Parlamento Ingles anuló su primer matrimonio y ratificó el segundo; por ello Roma no tuvo otra solución que declarar la excomunión de Enrique VIII, y el rey para poder mantener su autoridad no vio otro recurso que separar la Iglesia de Inglaterra de la de Roma.

En el año 1534 era nombrado jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra el mismo rey Enrique VIII. Durante los siglos XVII y XVIII se difundió el Anglicanismo fuera de Inglaterra a favor de la expansión Maritimo-colonial. En el siglo XVIII , y del Anglicanismo nacen los Metodistas, inspirados en Wesley. En el siglo XIX y dirigidos por Nexman y como otra nueva escisión del Anglicanismo, surge el movimiento de Oxford. Tengamos por último en cuenta que no solo han surgido diferentes movimientos del Anglicanismo, sino que incluso dentro de esa misma Iglesia existe tendencias muy claras por la diversidad doctrinal: vemos en ella los "High Church" (Anglo-católicos); Los "Low Church (Evangélica); y los Modernistas. Por ello esta Iglesia Anglicana desde su invención se ha declarado a la vez católica, a la vez protestante y reformada.

Después de las anteriores menciones, han ido apareciendo más reformadores y protestantes de mil clases. Dando por ello hoy en día una total falta de "Unidad" entre ellos, ya que se han y se van multiplicando de una forma divergente en sus doctrinas, todo ello motivado por el libre examen de la Biblia y el no existir más regla que las Escrituras, la Biblia, pero interpretada como cada uno quiera, como a cada cual se le figure que le inspira el Espíritu Santo. De ello, aun a pesar de haberlo inventado el, el mismo Lutero luego se quejaba poco tiempo después de su reforma, ya que muy pronto hubo gran diversidad en la fe que profesaban. Pero incluso ni los mismos reformadores protestantes se pusieron de acuerdo: Lutero es distinto a Calvino; Calvino y Lutero distintos a Zwinglio, y los tres de Enrique VIII. Así tras varios siglos de discrepancias, de divisiones por intereses personales y particulares,..., hoy en día nos encontramos con el cínico espectáculo de encontrar centenares de sectas protestantes en el mundo entero, siendo además su rivalidad tal, que desconcierta a cualquier intento de encuesta y de descripción. Pero bien podemos englobarlas todas estas sectas en tres grandes grupos: En primer lugar los denominados Milenarios, que son grupos escatológicos polarizados hacia el fin de los tiempos y el retorno del Señor, entre los cuales a modo de ejemplo podemos mencionar a los Adventistas, a los Testigos de Jehová, a los Amigos del Hombre,...; En segundo lugar los denominados Movimientos de "acción", llamados a despertar a las Iglesias en sus letargos, entre los cuales podemos mencionar los Cuáqueros, el Ejercito de Salvación...; Y en tercer lugar sectas curadoras.

No obstante, para una mayor claridad enmarcamos un esquema, para así poder ver su origen y pertenecía de un sin fin de grupos:

LUTERANOS.

-Hermanos Moravos.

-Anabaptistas.

ANGLICANOS.

-Metodistas.

-Ejercito de Salvación.

-Presbiterianos.

-Darbystas.

-Grupos abiertos.

-Grupos estrictos.

-Ravenistas.

-Congregacionalistas.

-Apostólicos.

-Neo-apostólicos.

-Nueva Iglesia Neo-apostólica.

BAPTISTAS.

-Iglesia baptista Indete.

-Federación de Iglesias evangélicas baptistas.

-Asociación Evangélica de Iglesias Baptistas.

ADVENTISTAS.

-Iglesia de Dios.

-Adventistas reformados.

-Adventistas tiempos venideros.

-Iglesia cristiana Adventista.

-Unión, vida y advenimiento.

-Estudiantes de la Biblia.

-Testigos de Jehová.

-Los amigos del hombre.

-Rama suiza.

-Rama sayerce.

PENTECOSTALES

-Comunidad para la evangelización y activación.

-Voz de la curación.

-Asambleas de Dios.

-Iglesia Evangélica de acción.

-Asamblea de los cristianos evangélicos.

-Iglesia Evangélica de Filadelfia.

-La última lluvia.

-Pentecostales liberados.

-Iglesia apostólica.

-Pentecostales independientes.

-Alianza cristiana pentecostal.

-Evangélicos en acción.

-Bethesda.

-Misión del evangelio.

-Misión pentecostal internacional.

-Misión Franco-Suiza de Pentecostés.

-Pentecostales de aguas vivas.

-Movimiento independiente.

-Elim.

-La unión por la acción.

-Iglesia de Dios pentecostal.

-Iglesia evangélica pentecostal "Salem"

-...,y tantas otras,..

Todas estas sectas de orientación cristiana han procurado varias veces si convenían en algunos artículos, ya que todas se llaman, así mismas, Cristianas; Al efecto introdujeron la teoría de distinguir entre artículos fundamentales, que todos debieran creer, y los no fundamentales, que se dejarían en libertad de creer o no; Cosa que es anti-cristiana y absurda. Pero ni aún así pudieron convenir en uno. Hoy en día no habrá ni tres artículos en que todos convengan, y gracias si convienen en la divinidad de Jesucristo, pues no faltan sectas de las enumeradas que la nieguen. Así Bossuet les dirigió su "Historia de las variaciones de los protestantes", probándoles por ella que todas esas sectas no eran verdad ni estaban en la verdad, pues la verdad no varía.

Por tanto bien puede afirmarse que esta multiplicidad es esencial al protestantismo, y se han ido acentuando más y más cada día, pues ellos no poseen ninguna regla de fe, y por ello mismo se van permitiendo el ir variando sus doctrinas erróneas. Cada secta da su doctrina según su libre interpretación y capricho.

Otra de las características de los protestantes en su globalidad, es la traducción de la Biblia a lengua vernácula, y muchas de esas traducciones orientadas de una forma deliberada, con un designio pérfido. Así por ejemplo durante los años de la reforma, por el 1529,1532 y 1533, surgió una controversia a razón de la falsa traducción realizada por Willian Tyndale, uno de los asociados de Cramer, en cuya traducción, así como en casi todas las traducciones protestantes de la Biblia, habían cambiado y corrompido las buenas y saludables doctrinas de Cristo por sus propias herejías diabólicas, a tal punto que en muchas de ellas se había convertido en caso abiertamente contrario.

Véanse la "Hexapla" inglesa que contiene las seis versiones de traducciones a la lengua vernácula, impresa en columnas paralelas y que incluyen a Wyclif, de Tyndale y de Cramer; siendo estas de un valor inestimable para la comparación. Así y sin temor de rubor, muchos de los términos originales fueron cambiados (permutados) a capricho del traductor protestante, haciendo traducciones deliberadamente erróneas, cambiando así el mensaje real y extirpando de estas traducciones la doctrina original de Jesucristo, trasmitida fielmente por la Iglesia Católica.

De esta forma, por ejemplo, el termino "ídolos" lo tradujeron de una forma capciosa por "imágenes" forjando así un eficaz instrumento contra el culto de los santos y de la Santa humanidad de Cristo. El termino "confesar" que podía sugerir el sacramento de la penitencia, se mal tradujo por "reconocer". Las grandes palabras claves del evangelio "gracia" y "salvación" se mal tradujo por "favor" y "salud". El termino "sacerdote" fue cambiado por el de "anciano"-elder-. El termino "iglesia" se tradujo por "asamblea",...;y otros tantos términos traducidos de forma errónea.

Veamos por ejemplo, en el consejo apostólico de la epístola de Santiago:"¿Alguno de entre vosotros está enfermo? Que llame a los sacerdotes de la Iglesia y que estos recen por el después de haberle dado la unción de aceite en nombre del Señor." Es muy evidente que la referencia al sacramento de la extremaunción podía ser mantenido y por ello en su traducción protestantes ve como:"los sacerdotes de la Iglesia" se tornaron en "ancianos de la Asamblea".

De esta forma los protestantes podían tomar como testigo a la Biblia en lengua vulgar para probar que el nuevo testamento no contenía ninguna referencia que justificase las enseñanzas y las prácticas católicas contemporáneas de las doctrinas en disputa.

Así bien y a consecuencia de las traducciones tendenciosas de la Biblia y del principio de la libre interpretación, surgió lo inevitable entre los protestantes, de lo que uno de sus artífices se queja con estas palabras:"El azote de la división, tal como no se había visto desde tiempos de la pasión de Cristo, ha sobrevenido en nuestra Iglesia reformada, por instigación del diablo, porque no hemos sido oyentes diligentes de la Palabra de Dios, ni de su verdaderos predicadores,..."(Cramer).

Otro reformado expresaba:" He aquí arrianos, marcionistas, libertinos, davistas y semejantes monstruosidades en gran número; nos hace falta ayuda contra los sectarios y los epicúreos y los seudo-evangelistas, que han comenzado a sacudir nuestras iglesias con una violencia más fuerte que nunca" (carta original relativa a la reforma inglesa-Micronius a Bullinger ,año 1550,reformadores protestantes).

Es así, como hoy se ve, bien puede decirse que hay muchas sectas protestantes, pero no una iglesia protestante digna de tal nombre.

Muchas cosas más podríamos decir de los orígenes del protestantismo y de sus primeros fundadores, así como de sus doctrinas iniciales que en muchos casos han sido repugnantes incluso a la propia conciencia natural; Pongamos por ejemplo las palabras de Lutero:"Cree de firme y peca más de firme" (Pecca fortiter, sed credere fortius) (texto de una carta dirigida a Melanchthon), en esa carta dice Lutero: "Se pecador, y peca fuertemente y alégrate en Cristo, que es vencedor de la muerte y del mundo. Hay que pecar mientras aquí estemos. Basta que conozcamos, por la riqueza de la gloria de Dios, al cordero que quita los pecados del mundo, no nos separará de él el pecado, aunque en un día forniquemos y matemos mil veces". En la lectura de esta carta disparatada que escribe Lutero, nos damos cuenta perfectamente que aquí el pretende decir que las obras no son necesarias para salvarse, no dice que el evangelio no nos exige buenas obras, antes en tal caso las condena. Este y otros principios de este mismo estilo es pauta de reformadores protestantes. Así por ejemplo, Calvino niega el libre albedrío con las siguientes palabras: "Dios excita al hombre a violar sus leyes, y que el hombre cae, porque así Dios lo ha ordenado. "Otro reformador protestante llega con su doctrina a las blasfemias, este es el caso de las palabras de Zwinglio: "Dios es el primer principio del pecado".

2. El Protestantismo al detalle.

2.1 Introducción

Junto con la iglesia católica y la Iglesia ortodoxa griega, el protestantismo (Iglesia Reformada) es una de las tres primeras confesiones religiosas cristianas. El término deriva del adjetivo "protestante", y éste, a su vez, del verbo de origen latino protestare, cuyo significado etimológico es 'declarar en voz alta', 'afirmar'. En el ámbito puramente religioso, el protestantismo adquiere dos significados: en un sentido restringido del término, el protestantismo es la creencia religiosa de los protestantes; mientras que, en un sentido más extenso, también alude al conjunto de todos los credos surgidos a partir de la reforma emprendida por el monje agustino Martín Lutero, en el año 1517.

2.2 Concepto

El nombre fue aplicado originariamente a los seguidores de Martín Lutero (1483-1546) que protestaron por la publicación de un decreto aprobado por los Estados católicos en la Dieta de Espira, en el año 1529, en el que se prohibían las innovaciones religiosas y se declaraba la necesidad de la Misa y la interpretación de las Sagradas Escrituras de acuerdo con las enseñanzas tradicionales de la Iglesia de Roma. En esa reunión, convocada a instancia del emperador alemán Carlos V, seis príncipes luteranos y los dirigentes de catorce ciudades libres alemanas firmaron una protesta pública en la que manifestaban su total disconformidad con el decreto, además de reafirmarse en su nueva fe, tras lo cual, todos los luteranos pasaron a ser denominados como protestantes. Más adelante, todos los seguidores de las diversas religiones reformadas acabaron también por ser designados con el mismo adjetivo.

Los reformadores reconocían solamente la Biblia interpretada independientemente de la tradición o de la costumbre, como suprema autoridad de la fe. Así pues, el término protestantismo vino a significar la religión de todas y cada una de las agrupaciones cristianas basadas fundamentalmente en la autoridad suprema de la Biblia libremente interpretada por los creyentes. Durante la Reforma, el nombre de protestante no se aplicó a iglesia alguna, ya que los primeros guías y líderes espirituales del movimiento se consideraban asimismo evangélicos y reformadores dentro de la propia Iglesia católica, formando parte de ella. No fue hasta el estallido de la Guerra de los Treinta Años (1618-48), cuando los dos grupos principales de iglesias se separaron para formar comunidades religiosas bien definidas; la de los calvinistas, reunidos bajo la denominación de Iglesia Reformada, y los luteranos, que originaron la Iglesia Luterana. El calvinismo, por ejemplo, difería del luteranismo en su teología; una de sus principales diferencias estribaba en la aceptación de la predestinación. Muchas doctrinas calvinistas fueron luego adoptadas, bajo diversas formas y variantes, por los covenanters escoceses, por los hugonotes franceses y por los puritanos ingleses emigrados a las colonias americanas.

Independientemente de cada credo protestante, la Iglesia fue concebida desde un primer momento como una agrupación de creyentes a los que se administraban los sacramentos, se impartían las ordenaciones y se predicaba las Escrituras. Dentro de la Iglesia protestante no existe ningún credo específico, por más que sus respectivas comunidades hagan uso de ellos, al igual que tampoco se reconoce ningún tipo de organización determinada; existe una multitud de formas eclesiásticas de gobierno, entre las que destacan la episcopal anglicana y la presbiteriana.

A raíz de la Reforma luterana, se han multiplicado las sectas y denominaciones protestantes de todo tipo. Algunas de las más recientes, como la Church of Jesus Christ Scientist y la Church of Jesus Christ, presentan aspectos muy poco comunes con el movimiento protestante originario, por lo que apenas se las puede considerar comprendidas en él, al igual que las sectas que precedieron históricamente a la Reforma, como la de los husitas y valdenses. En la década de los noventa, había en todo el mundo 436 millones de protestantes, es decir, una cuarta parte del total de los creyentes cristianos.

2.3 Precursores del movimiento reformista

Desde la Baja Edad Media, empezaron a surgir amplios y numerosos deseos de acometer una labor reformista en profundidad en el seno de la Iglesia. Algunos de esos movimientos anticiparon la Reforma con sus denuncias contra la corrupción generalizada de la Iglesia de Roma, así como de aspectos importantes relativos a las enseñanzas y dogmas católicos. Al término de la Edad Media, el hombre estaba atormentado por el problema de la salvación, imbuido por una auténtica "hambre de Dios", por lo que el movimiento reformador emprendido por Martín Lutero se encontró con una coyuntura favorable y con el caldo de cultivo adecuado para su posterior triunfo.

Volviendo a la Baja Edad Media, los primeros movimientos reformistas serios nacieron con la intención de reformar las graves deficiencias que se observaban en la estructura eclesiástica en general, en el comportamiento del clero y de las órdenes religiosas, asunto del que se hicieron eco los numerosos concilios ecuménicos llevado a cabo por la Iglesia de Roma, desde Letrán I (1123), hasta el de Constanza (1414-18) y Letrán V (1512-17). Al empezar el siglo XII, apareció el primer intento reformista llevado a cabo fuera de las propias jerarquías eclesiásticas o papales, liderado por Pedro Valdo, mercader de Lyon, que logró congregar en torno a su persona a un nutrido grupo de seguidores (valdenses), los cuales defendían el retorno al cristianismo sencillo y no corrupto de la Iglesia primitiva. El movimiento, localizado principalmente en ciertas zonas de Francia y norte de Italia, logró apenas sobrevivir a la implacable persecución de la que fue objeto por parte de la Iglesia católica, apoyada por los poderes seculares, los cuales veían a los valdenses como agentes peligrosos y desestabilizadores. Durante la Reforma, muchos valdenses acabaron convirtiéndose al calvinismo. Hacia el año 1380, surgió en Inglaterra el movimiento de los lolardos, mucho más peligroso que los anteriores por las presupuestos que defendía, liderado por su fundador John Wicliff (ca.1320-1384).

Los lolardos negaban la autoridad de los prelados eclesiásticos, a los que tachaban de corruptos en el plano moral y económico, además de la transubstanciación y otra serie de enseñanzas tradicionales que constituían la piedra angular sobre la que reposaba todo el entramado dogmático y teológico de la Iglesia católica, aparte de defender con ahínco la fe en la Biblia. Al igual que los valdenses, los lolardos fueron perseguidos con saña por la Iglesia romana, pero su líder logró salvarse del castigo que le estaba reservado e influir de manera decisiva en la Reforma anglicana y, sobre todo, en las enseñanzas de otro gran reformador y auténtico preludio de la obra de Martín Lutero, el bohemio Jan Hus (1369-1415), cuyos seguidores, los husitas, reformaron la Iglesia de Bohemia y consiguieron una independencia virtual tras la ejecución de Jan Hus, previamente excomulgado por el papa Alejandro V y quemado vivo por orden del concilio de Constanza, en el año 1415. Al igual que pasara con los lolardos y valdenses, muchos husitas acabaron abrazando la doctrina luterana.

Así pues, a finales del siglo XV y principios del XVI, puede decirse que los deseos de reforma eran universales, a lo que contribuyó una serie de circunstancias y novedades. Tanto el emperador como el Papado estaban más preocupados por los asuntos políticos que por los religiosos, como el avance turco por Europa Central y el Mediterráneo, a lo que se sumó la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, que posibilitó la difusión de tratados religiosos entre la nobleza y el pueblo llano, y la preocupación del movimiento cultural renacentista, conocido con el nombre de Humanismo, con lo que éste supuso para el conocimiento de la Antigüedad grecorromana y de la antigua patrística. También, la triste experiencia pasada del Cisma de Occidente y la conciencia, entre las clases intelectuales, de que se estaba produciendo y viviendo un importante cambio de circunstancias históricas (descubrimientos geográficos, nuevas fuerzas sociales emergentes, etc.), contribuyeron de manera decisiva al surgimiento y triunfo de la Reforma protestante.

Antes de la aparición fulgurante de Martín Lutero, se produjeron en la Iglesia dos corrientes o formas de enfocar la necesaria renovación eclesiástica. En primer lugar, aquella en la que las intenciones de renovación se situaban en el interior mismo de la Iglesia y que abogaba por una reforma del comportamiento de los clérigos, de la liturgia, de la piedad, etc., pero siempre teniendo en cuenta la pertenencia a la Iglesia de Roma, de Jesucristo, de los Apóstoles, es decir, defendiendo una postura continuista y moderada, sin desfigurar, bajo ningún concepto, la imagen sostenida hasta la fecha por la Iglesia. De otra parte, surgieron las posiciones de quienes, perdiendo la conciencia de tradición o continuidad eclesial, juzgaban a la iglesia presente como el fruto de una degeneración constante cuyo resultado final era el apartamiento total de sus orígenes apostólicos, por lo tanto, el programa reformador debía pasar necesariamente por una renovación total con la edificación de una nueva Iglesia que se ajustase al modelo supuestamente originario, como pretendió y logró el protestantismo luterano, en tanto que fue y es un movimiento de ruptura o separación de la comunión cristiana y apostólica defendida por la Iglesia de Roma.

Realmente, lo que distinguió a ambos enfoques reformistas o renovadores, no fue motivado por cuestiones de aptitudes o de decisiones inmediatamente operativas, sino algo mucho más profundo y básico como fue la concepción de la propia Iglesia, la cual acabó por condicionar la actitud que se adoptase frente a ella: la concepción bíblico-patrística de la Iglesia de Roma como Cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu Santo y, por lo tanto, indefectible en su esencia; o la concepción predominantemente jurídico-sociológica de la Iglesia como simple asociación de hombres y, por consiguiente, absolutamente pecaminosa y factible de ser reformada.

2.4 Causas principales de la Reforma

Es un hecho aceptado por la mayor parte de los especialistas que la publicación de las 95 tesis clavadas por Martín Lutero en la puerta de la catedral de Wittenberg, el 31 de octubre del año 1517 (fecha de Todos los Santos), marcó el inicio como tal del movimiento reformador protestante. No obstante, determinar las causas, complejas todas ellas, de la Reforma es un acto muy complicado. El protestantismo se apoyó en tres doctrinas principales: la de la justificación por la fe, la del sacerdocio universal y la de la infalibilidad basada tan sólo en la Sagradas Escrituras. Ciertamente, estas innovaciones teológicas respondían a las necesidades religiosas demandadas por la época, ya que, de otro modo, la Reforma no hubiese logrado el éxito tan rápido y rotundo que alcanzó.

Es poco convincente y simplista la tesis que afirma que los reformadores abandonaron la Iglesia de Roma porque ésta estaba corrompida por el libertinaje y dominada por todo tipo de impurezas, pecados y actos poco eclesiásticos. En tiempos del papa Gregorio VII y de San Bernardo de Clairvaux, probablemente se dieron en la Iglesia tantos abusos y faltas de todo tipo entre el clero en general como en la época de la Reforma, y, sin embargo, no se produjo una ruptura comparable a la provocada por el protestantismo, bien porque la propia Iglesia y su poder coercitivo no lo permitieron, bien por la propia insignificancia de los movimientos reformistas. Otro hecho, también revelador, fue la conducta de una gran parte de los pensadores humanistas, como, por ejemplo, la de su mayor figura, Erasmo de Rotterdam, quien, en su obra Elogio de la locura (1511), atacó con dureza a los sacerdotes, monjes, obispos y papas de su época, aunque nunca se adhirió a la Reforma de una manera total. En sentido inverso, cuando en el siglo XVII la iglesia católica ya había corregido la mayor parte de sus debilidades disciplinarias de que se la acusaba en el siglo anterior, las diversas confesiones reformadas no regresaron a la obediencia de Roma. Todos estos hechos demuestran que las verdaderas causas, sin obviar las aludidas anteriormente, fueron más profundas que los desórdenes del clero católico, pasando por un replanteamiento drástico de tipo teológico, dogmático y doctrinal.

2.5 Principales protagonistas

2.5.1 Martín Lutero

El principal promotor de la reforma religiosa que dividió a la cristiandad en numerosas Iglesias y sectas fue Martín Lutero, hombre profundamente religioso y lleno de constantes dudas, entre la que sobresalía la de su salvación o condenación. Lutero nació en la ciudad alemana de Eisleben, Turingia, el 10 de noviembre del año 1583, y murió en la misma ciudad, el 18 de febrero del año 1546. Aunque descendía de una familia de agricultores, su padre era arrendatario de una mina y de un pequeño taller de fundición, en la ciudad de Mansfield, la situación económica de la familia distaba de ser precaria. Sus primeros estudios los realizó en la escuela latina de Magdeburgo, de donde pasó a la escuela de Eisenach y luego a la Universidad de Erfurt, donde obtuvo, en el año 1501, el título de maestro en Filosofía. Cuando iba a comenzar los estudios de Derecho, según los deseos de su padre, renunció a dicho propósito para cumplir con el voto hecho con motivo de una tormenta en la que había estado a punto de ser fulminado por un rayo, tras lo cual, ingresó en la orden de los agustinos, en el año 1505. Después de un breve noviciado, fue ordenado sacerdote al año siguiente. Por disposición de los superiores de su orden, Lutero volvió a Erfurt para estudiar Teología y prepararse para la actividad pedagógica. Luego de varios períodos de formación y al regreso de un viaje a Roma donde había sido enviado para defender a su orden contra una rama agustina de disciplina menos rigurosa, fue destinado definitivamente al convento de Wittenberg, donde se dedicó a la enseñanza en la universidad de la ciudad, así como a profundizar en el estudio de las Sagradas Escrituras, una vez que consiguió el grado de doctor en Teología. Sus primeros trabajos versaron sobre comentarios al libro de los Salmos y, más tarde, a las Epístolas de San Pablo (Romanos y Gálatas), materia esta última en la que fue una reconocida eminencia.

La lectura de las epístolas paulinas despertaron en el joven monje serias objeciones respecto a la doctrina tradicional de la Iglesia de Roma. Su interpretación personal le llevó a considerar que las buenas obras no podían alcanzar la salvación de los hombres y, por lo tanto, la única justificación provenía de la fe en Cristo, al contrario de lo defendido por la Iglesia de Roma, la cual daba más importancia a las obras en sí mismas que a la acción que provocaba tales obras. Estas reflexiones tuvieron como estímulo principal la debatida cuestión de las indulgencias que el papa León X otorgó a todos los fieles que habían contribuido, con su compra, a la edificación de la basílica de San Pedro en Roma. Lutero experimentó una viva repugnancia por los excesos que se cometían en tal sentido, ya que, para él, la venta de tales indulgencias significaba un claro abuso basado en el énfasis equivocado de la importancia de las buenas acciones.

El cisma se inició en el año 1517, cuando Lutero, que a la sazón estaba sustituyendo al párroco de la iglesia más importante de Wittenberg, reaccionó contra la predicación del dominico Tetzel, encargado de promover la venta de las indulgencias plenarias en la zona. El 31 de octubre del mismo año, Lutero mandó fijar en las puertas de la catedral de Wittenberg las 95 proposiciones sobre el efecto de las indulgencias. Las tesis, realmente, no proponían ninguna doctrina nueva, sino que recordaban la enseñanza clásica de la Iglesia primitiva, según la cual, las indulgencias no tenían ningún poder redentor, puesto que esa función sólo le pertenecía a Dios como el único capaz de perdonar la culpa de todos los creyentes que demostrasen un sincero arrepentimiento. Debido, sin duda alguna, a las fuertes críticas contra la Iglesia contenidas en las proposiciones, éstas suscitaron un gran revuelo y resonancia, cuya primera consecuencia fue la inmediata denuncia de su autor ante el tribunal de Roma. León X le conminó a retractarse públicamente de su error, a lo que Lutero se negó, por lo que se vio obligado a comparecer, en abril del año 1518, ante el capítulo de su orden, reunido en Heidelberg. Deseando explicarse, Lutero envió al Papa, asegurándole su sumisión, sus Resolutiones disputationum de indulgentiarum virtute, esfuerzo que resultó inútil pues el pontífice ya le había culpado por hereje. En julio del mismo año, recibió la orden de presentarse en Roma sin demora, en el plazo máximo de dos meses, para responder de sus errores ante el Papa. Lutero, sintiéndose amenazado, pidió al príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio, que intercediera en Roma para que el juicio se celebrase en Alemania, a lo que el Papa accedió, toda vez que éste debía ciertos favores políticos al príncipe alemán.

Martín Lutero pudo defenderse en la Dieta de Augsburgo, pero no logró convencer a nadie de sus propuestas, cada vez más intransigentes a medida que iba recabando apoyos; menos aún al cardenal y legado pontificio, Cayetano, quien simplemente esperaba del monje herético alemán una retractación pública de sus errores. El rompimiento definitivo no se produjo aún, si bien, el agustino adoptaba ya una actitud de fuerza que iba más allá del mero rechazo a las indulgencias y que implicaba algo mucho más grave: el desacato a la autoridad pontificia.

Al fracasar la misión de Cayetano, la curia papal intentó, por todos los medios, que el príncipe elector le entregase a Martín Lutero, pero las negociaciones no tuvieron éxito, lo que aprovechó el monje agustino para seguir puliendo más sus ataques y sus razonamientos contra la Iglesia de Roma. La polémica volvió a recrudecerse en la ciudad de Leipzig, donde Lutero se enfrentó en disputa pública con el eminente profesor de Teología de la Universidad de Ingolstadt, Juan Eck, que se desarrolló entre los días 4 al 14 de julio del año 1519. En el curso de los debates abiertos, Lutero sostuvo que los concilios generales no eran infalibles y que para los cristianos no había otra autoridad que la emanada de la Sagradas Escrituras. Los ataques de Lutero ya no se trataban de simples cuestiones circunstanciales. Lutero multiplicó sus ataques a la Iglesia, los cuales fueron dirigidos más contra aspectos doctrinales que contra el libertinaje de algunos eclesiásticos. En su tratado El Papado de Roma, publicado tras la disputa de Leipzig, Lutero, además de defender los mismos puntos de vista expuestos ante Juan Eck, subrayó que también el Papa estaba sometido a la autoridad de la Biblia. Tal audacia no tardó en ser castigada. El 15 de julio del año 1520, la curia romana expidió la bula Exsurge Domine, por la que se exigía al agustino su retractación, antes de dos meses, bajo pena de excomunión definitiva. Lutero, ante tal tesitura, pidió ayuda y se refugio en la opinión pública alemana, cada vez más cercana a sus posturas. En agosto del mismo año, dirigió a los numerosos hidalgos alemanes su tratado A la cristiana nobleza de la nación alemana, manifiesto en el que presentó un programa reformador de amplio alcance, en el que atacaba lo que él llamaba como "las murallas del Papado". Dos meses después, Lutero, dominado por una especie de fiebre creadora, publicó el Preludio sobre la cautividad babilónica de la Iglesia, destinado especialmente a los clérigos y teólogos, en donde redujo a dos los sacramentos fundamentales y válidos de la Iglesia, el Bautismo y la Cena, además de denunciar también la doctrina de la transubstanciación, la noción de sacrificio eucarístico y la comunión bajo una sola especie. Deseoso de probar ante el Papa la sinceridad de sus intenciones, compuso para él la obra Tratado de la libertad del cristiano, en octubre del mismo año, obra maestra de la espiritualidad protestante que no consiguió apaciguar al papado, que, con el apoyo del emperador Carlos V, emprendió la represión de la herejía y quemó todos los escritos del monje agustino. La reacción de Lutero no fue menos contundente: entregó a las llamas la bula papal, en la plaza de Wittenberg, y consumó con esa acción el rompimiento total con la Iglesia de Roma. La reacción papal no se hizo esperar y, sin medir las consecuencias dramáticas que originaría su gesto, el Papa promulgó la bula Decet Romanum Pontificem, que anatematizó a Lutero y a todos sus partidarios. Desde ese mismo momento, la Reforma protestante inició su andadura por sí sola. (Véase apartado “3. Biografía de Lutero” para más detalles).

2.5.2 Juan Calvino

Jean Cauvin, más conocido con el nombre de Calvino, fue el más importante de los reformadores protestantes después de Martín Lutero, ya que su influencia abarcó una amplia extensión del continente europeo, donde proliferaron las comunidades religiosas que se adscribieron a la Iglesia por él fundada. Por otra parte, Calvino llegó a tener un enorme poder político en Ginebra, hasta el punto de que, durante catorce años, no hubo autoridad por encima de la suya, circunstancia que no había sucedido antes ni después de él, y que le permitió conformar todo un sistema teológico que actualmente rige en las iglesias llamadas presbiterianas o reformadas, para distinguirlas de las luteranas y de la Iglesia anglicana.

Juan Calvino nació en Noyón, Picardía, el 10 de junio del año 1509, y murió en Ginebra, el 27 de mayo del año 1564. Gracias a su aprovechamiento en los estudios y a la posición de su padre, agente fiscal del obispo de Noyón, Calvino obtuvo una beca para estudiar en colegios católicos, donde recibió una formación humanística, la misma que prosiguió en Montaigne y luego en el célebre colegio de La Marche de París, lugar este último donde recibió las enseñanzas del famoso Mathurin Corlier, a quien Calvino llamó más tarde para fundar la Universidad de Ginebra. Al término de sus estudios de Filosofía, Calvino se trasladó a Orleans con el propósito de cursar la carrera de Derecho, perfeccionar su latín y adentrarse en el estudio del griego. Familiarizado con la cultura clásica, su orientación ideológica siguió en un principio las tendencias erasmistas. Probablemente fue a través de Melchor Wolmar, discípulo de Lutero y su maestro de griego, como llegó Calvino a conocer las doctrinas luteranas.

Tras la muerte de su padre, en el año 1531, Calvino regresó a París, donde se consagró primero a las Letras, tras lo cual, libre ya de la vigilancia paterna, publicó al año siguiente su primer comentario serio religioso, dedicado a Séneca, titulado De clementia, en el que según sus propias palabras "Dios alcanza y somete mi corazón a través de una súbita conversión". Calvino, no sólo llevo a cabo una ruptura con Roma, sino que experimentó una transformación profunda en la que descubrió el perdón y la gracia de Cristo, tras lo que se sintió profundamente liberado y salvado. Redactó para la Fiesta de Todos los Santos, del año 1533, el discurso del rector Nicolás Cop, cuyo contenido teológico llevó al parlamento francés a solicitar el inmediato arresto del autor, por su contenido herético. Cop logró huir a Basilea, mientras que Calvino halló refugio en Angulema, junto con un nutrido grupo de protestantes franceses, debido a la persecución que inició contra ellos el rey Francisco I. En la casa de su amigo Tillet, Calvino redactó los primeros capítulos de la Institution chrètienne. Después de una breve estancia en la ciudad de Nérac y más tarde en Ferrara, finalmente recaló en la ciudad de Ginebra mientras se dirigía a Estrasburgo, además de publicar la primera edición de su obra capital, antes aludida, compuesta de seis capítulos, que al año siguiente aumentó a diecisiete y, por último, una vez muerto Calvino, a ochenta capítulos, en 1599. En Ginebra fue convencido por Guillaume Farel para que se estableciese en la ciudad y le ayudase a llevar a cabo la reforma protestante. Calvino conoció así su primer período de actividad ginebrina, hasta el año 1538. Al año siguiente de su llegada a Ginebra, Calvino publicó el Catecismo de la Reforma, obra que fue enseguida aceptada por el Consejo de los Doscientos a modo de "constitución" para vivir según el evangelio, tal como recomendó Calvino. Pero en abril del año 1538, la reacción antiprotestante consiguió expulsar a Calvino y Farel de la ciudad, todo ello como consecuencia de la rigidez de su gobierno. Calvino, respondiendo a una llamada de otro gran reformador, Bucer, se presentó en Estrasburgo, en el año 1538, donde se casó, desplegó una intensa actividad teológica (segunda edición de la Institution), reanudó sus estudios e incrementó la actividad proselitista; además, estableció contactos con otros líderes reformistas, como el ayudante de Lutero, Melanchthon. Las luchas intestinas que se produjeron en Ginebra por el poder propiciaron a Calvino la oportunidad de recuperar su prestigio. Una vez que los guillerminos (adeptos a Guillaume Farel) recobraron el poder, llamaron a Calvino, quien tardó mucho en aceptar; lo hizo, por fin, en el año 1540, aunque no regresó hasta septiembre del año siguiente. En noviembre del año 1541, el consejo de la ciudad aceptó las ordenanzas eclesiásticas que fijaron cuatro ministros calvinistas, por las que se estableció un gobierno teocrático capaz de eliminar toda oposición, incluso aplicando sin ningún tipo de prejuicios las más drásticas medidas, como demostró en el caso del teólogo y médico español, Miguel Servet, quien murió en la hoguera por determinación de la intolerancia establecida por Calvino.

Desde Ginebra, Calvino desplegó una autoridad extraordinaria a través de su abundante correspondencia; en ella se descubre su actitud para dar todo tipo de consejos acerca de la doctrina reformada, ayudar a los príncipes y a los fieles humildes, animar a las víctimas de las persecuciones católicas, etc.

Autor de 4.271 documentos y de más de 2.300 sermones, jefe máximo de la Iglesia Reformada y amo absoluto de Ginebra, Calvino murió tras padecer una larga enfermedad que no le impidió continuar su obra hasta el final mismo de su vida.

2.5.3 Ulrich Zwinglio

Fue el iniciador de una de las tres corrientes principales del protestantismo, cuyo centro neurálgico fue la ciudad suiza de Zurich. Nació el 1 de enero del año 1484, en Wildhaus, en las tierras de la abadía de St. Gall, en el condado de Toggenburg, y murió el 11 de octubre del año 1531, cerca de la ciudad suiza de Kappel.

Perteneciente a una familia con miembros destacados en el estamento eclesiástico (dos tíos suyos eran sacerdotes, y de los once hijos que tuvo, cinco ingresaron en el clero protestante suizo), recibió una sólida formación humanística y teológica en Basilea, donde frecuentó el activo círculo humanista de la ciudad. En el año 1506, Zwinglio fue ordenado sacerdote por el obispo de Constanza, tras lo cual fue nombrado párroco de la importante parroquia de Glaris, puesto en el que permaneció hasta el año 1516. Imbuido de un fuerte sentimiento "nacionalista", Zwinglio se opuso al servicio de los suizos como mercenarios en las tropas extranjeras. Aunque rechazaba la guerra como medio de conquista, entendía que la paz podía defenderse eficazmente, siempre y cuando dicha guerra se librase de buena fe, circunstancia por la que asistió como capellán de las tropas suizas enviadas como mercenarias a Italia (batalla de Novarra y Marignano). Entre los años 1516 a 1518, fue nombrado capellán de Einsiedeln, importante centro de peregrinación mariano, tiempo que aprovechó para consagrarse al estudio profundo del Nuevo Testamento, siguiendo los pasos del humanista holandés Erasmo de Rotterdam. En el año 1518 fue llamado a Zurich para ostentar el puesto de predicador de la colegiata. Al entrar en funciones, comenzó la explicación continuada del evangelio según San Mateo, lo que atrajo pronto a un gran número de seguidores. La peste que asoló a la ciudad, en el año 1519, le atacó gravemente, pero milagrosamente se pudo restablecer por completo, lo cual aumentó aún más su evolución espiritual y teológica. En tres poemas escritos inmediatamente después de su recuperación, Zwinglio expresó una actitud de absoluta dependencia respecto a Dios, como único dueño de los designios del hombre. Entre los años 1519 a 1522, Zwinglio comenzó a distanciarse progresivamente del humanismo cristiano de Erasmo, y por consiguiente también de la propia Iglesia de Roma, acto que consumó del todo en 1522, cuando se produjo el primer conflicto serio con el obispo de Constanza. Sin duda alguna, la disputa de Leipzig (junio-julio del año 1519), entre Lutero y Jan Eck, influyó decisivamente en el ánimo ardiente del reformador suizo, quien no dudó en abrazar totalmente la Reforma.

En una primera disputa que congregó a unos 600 participantes, el 29 de enero del año 1523, Zwinglio redactó 67 tesis en las que afirmaba la independencia de la Biblia con respecto a la Iglesia de Roma; en éstas imprimió un carácter cristocéntrico muy acusado al afirmar que Cristo era el único camino hacia la salvación del hombre. Estas tesis versaban sobre todo tipo de cuestiones prácticas y formulaban una crítica acerada contra ciertos aspectos de la Iglesia institucional romana. Al término de los debates, el Consejo de Zurich, satisfecho de la labor sincera de Zwinglio como predicador y como buen patriota, no dudo un momento en prestarle apoyo y la autorización para predicar y anunciar el Evangelio con la "ayuda de Dios". Aun así, Zwinglio tuvo el tacto y la prudencia suficientes para abordar una serie de reformas parciales, de forma escalonada y sucesiva, con el propósito de no levantar sospechas ni suspicacias alarmantes entre la jerarquía eclesiástica romana. Así, sólo abolió la misa y el culto a las imágenes dos años después de sucedida la disputa; dio pruebas de cierta tolerancia al permitir que algunos miembros del Consejo de Zurich pudiesen conservar la fe romana.

En el año 1525, Zwinglio fundó en Zurich un seminario de Teología dedicado, sobre todo, a la exégesis bíblica, cuyos resultados era expuestos periódicamente en varias publicaciones creadas para tal fin. Su objetivo primordial era hacer que el trabajo de los especialistas sirviera para la edificación de una comunidad popular centrada sobre la Biblia, para ello elaboró una traducción alemana de las Sagradas Escrituras, al igual que hiciera Lutero. Las misas cotidianas fueron reemplazadas por una meditación por la mañana temprano; se instituyó un tribunal para el régimen matrimonial y para dirimir los asuntos de costumbres y moral; la comunidad eclesial fue puesta bajo el gobierno civil. Zwinglio, adoptando como modelo a los profetas del Antiguo Testamento, actuó por medio de sus predicaciones y por sus constantes intervenciones en el Consejo de Zurich. A finales de ese mismo año, con la estructuración zwingliana de Zurich concluida, Zwinglio publicó en latín su segunda exposición completa de la fe evangélica, De vera et falsa religiones commentarius, dedicada a Francisco I de Francia.

La reforma iniciada por Zwinglio llegó a Berna, Basilea, Sant Gall, Chaffhausen, Glaris y otros lugares suizos, mientras que los seis primeros cantones de la Confederación Helvética (Schwyz, Uri, Unterwalden, Lucerna, Zug y Friburgo) permanecieron fieles a la antigua fe romana. Zwinglio tuvo que hacer frente a varios movimientos opositores serios alimentados desde los cantones católicos. La Dieta de los cantones suizos convocó una disputa religiosa en Baden, a la que Zwinglio no asistió por temor a una emboscada, y que fue desfavorable para el reformador. Sin embargo, el veredicto de la Dieta no perturbó el ánimo de los protestantes de Zurich, ni disminuyó el ritmo de su influjo en otros cantones, como se pudo demostrar, dos años después, en otra disputa convocada en Berna, en la que participaron Bucer, Capiton y Haller, que reforzó de nuevo la causa evangélica defendida por Zwinglio. Con todos los apoyos a su favor, desde el año 1529 Zwinglio entró a formar parte activa en el gobierno de Zurich, como miembro permanente del Consejo, en el que su opinión se hizo preponderante.

Con Zwinglio gobernando el cantón suizo más importante se produjo el momento propicio para que estallase una guerra de religión entre cantones, toda vez que ambos grupos se coligaron en dos facciones enfrentadas. Los cantones católicos, ante la amenaza de la agrupación protestante, se aliaron con Austria, secular enemiga de la Confederación suiza. El conflicto estalló en el año 1529, como consecuencia de la ejecución de un pastor de Zurich por los agentes del cantón católico de Schwyz. Pero gracias a los esfuerzos pacificadores del Landamman de Glaris, pudo firmarse un armisticio en el mismo campo de batalla de Kappel. El armisticio no agradó a Zwinglio, que soñaba con una Suiza evangélica y con una coalición de Estados protestantes capaz de enfrentarse victoriosamente a los Habsburgo, por lo que, aprovechándose de la retirada de la alianza austríaca hacia los cantones católicos, proyectó una liga centroeuropea contra los Habsburgo, proyecto que no tuvo éxito. El fracaso, junto con las dificultades propias que la Reforma tenía en la misma Zurich, movió a Zwinglio a presentar la dimisión al Consejo, que no fue aceptada, por lo que el reformador fue obligado a seguir en su puesto. Cuando los cantones católicos, cansados del bloqueo económico que les estaban imponiendo los cantones protestantes, abrieron el frente de guerra contra la ciudad de Zurich, en el año 1531, Zwinglio tomó las armas al lado de sus conciudadanos. Resultó muerto en los enfrentamientos sangrientos habidos en el campo de batalla de Kappel, al igual que un gran número de jefes de su partido religioso y un elevado número de ciudadanos.

La derrota de Zurich acarreó consecuencias graves para la causa evangelista. Frenó en seco la expansión de la Reforma y fijó, por mucho tiempo, las fronteras confesionales de la Confederación de cantones suizos. Las posiciones del catolicismo y del protestantismo permanecieron inalteradas en los cantones, hasta comienzos del siglo XIX. El desastre de Kappel, al mismo tiempo que comprometió definitivamente el desarrollo de la nueva fe, privó a Zurich del hombre que había hecho triunfar allí la Reforma.

2.6 Historia y evolución del Protestantismo

2.6.1 Origen y desarrollo inicial

La ocasión de la ruptura luterana fue motivada por la disputa de las indulgencias, en la que Martín Lutero, después de enfrentarse a diversos teólogos católicos, y luego al legado papal, cardenal Cayetano, apeló al juicio del Papa, el 22 de octubre del año 1518, y, posteriormente, a la convocatoria de un concilio general ecuménico, para finalizar, tras la agria disputa celebrada en la ciudad de Leipzig, del 27 de junio al 16 de julio del año 1519, negando la autoridad a los concilios y apoyarse únicamente en la verdad emanada de las Sagradas Escrituras. Aunque, en realidad Martín Lutero había roto hacía tiempo la comunión con la Iglesia de Roma, ésta no se llevó a cabo de manera oficial y pública hasta el 3 de enero del año 1521, mediante la bula expedida por el papa León X, Decet Romanum Pontificem, por la que excluía a Lutero y a todos sus seguidores de la comunión eclesiástica romana. Lutero selló, un año antes, su propio destino al escribir, en julio del año 1520, las siguientes y proféticas palabras: "La suerte está echada, yo desprecio el furor y el favor de Roma, no quiero reconciliación ni comunión con ellos en toda la eternidad".

Tras reafirmarse en su postura en la dieta de Worms, celebrada los días 17 y 18 de abril del año 1521, se consumó el cisma que condujo a la organización de una comunidad luterana, la cual se estructuró respaldada en los textos escrituarios y a los escritos confesionales del propio Martín Lutero. En el mismo año de la ruptura oficial con Roma, el luteranismo naciente adquirió proporciones enormes: atrajo a un numeroso grupo de partidarios provenientes de múltiples sectores sociales y con motivos bien diversos; muchos de los cuales, en momentos posteriores, abandonaron el movimiento reformador desencantados al contemplar cómo la mentalidad de Martín Lutero se iba haciendo cada vez más radical y anticatólica, y al comprobar que dichas teorías no ofrecían el aspecto de una reforma religiosa auténtica.

A la par que la Reforma luterana contra la autoridad de Roma, tan favorecida por la reacción regionalista contra la autoridad del emperador, se produjo otro movimiento reformista en Zurich, encabezado por su líder natural, el sacerdote Ulrich Zwinglio, quien a pesar de no considerarse discípulo de Martín Lutero, no hay duda de que quiso ser su émulo. Entre los años 1519 a 1520, combatió, como él, contra las indulgencias; en 1522 contra el ayuno cuaresmal, contra el celibato y contra la autoridad conciliar y papal. Pero también, al igual que ocurría con Martín Lutero, Zwinglio evolucionó de un régimen de libertad a otro de autoridad, bajo el control republicano de Zurich. A partir del año 1525, estalló una violenta disputa entre ambos reformadores, a propósito de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que Zwinglio negaba interpretando las propias palabras de Cristo "esto es mi cuerpo" en un sentido meramente simbólico. Zwinglio consiguió establecer una comunidad disidente no sólo en Zurich, sino también en varios cantones suizos y diversas ciudades imperiales.

Otra figura relevante surgida en los primeros años de la Reforma fue el dominico de origen alsaciano Martín Bucer, que acabó instalándose en Estrasburgo. En el año 1529, Bucer consiguió conquistar el poder municipal para su movimiento, tras lo cual expulsó al obispo de la ciudad y organizó la vida municipal conforme a un luteranismo moderado. Debido a su carácter mediador, Bucer intentó en vano poner de acuerdo a Martín Lutero y Zwinglio con respecto a la controversia de la Eucaristía. Pero donde brilló con luz propia fue en la génesis y propagación del protestantismo por gran parte de Europa, gracias a que convirtió a Estrasburgo en la ciudad-refugio ideal de muchos protestantes perseguidos por las autoridades católicas, como fue el caso de Jean Calvino. Al mismo tiempo, Bucer también desempeñó un papel innegable respecto al anglicanismo, ya que al ser exiliado a Inglaterra, tras negarse a firmar el Ínterin de Augsburgo, fue profesor en la prestigiosa Universidad de Cambridge, donde dejó una huella indeleble en el gran reformador inglés Thomás Cranmer, autor del Common Prayer Book.

Calvino, el más joven de los tres hombres claves en el protestantismo, fue, también, el más sistemático, lógico, intransigente y organizador enérgico. Tras breves estancias en Basilea y Ferrara, recaló en Ginebra, donde ya se habían producido los primeros atisbos reformistas por obra de Guillaume Farel. La vida de la ciudad fue regulada, paulatinamente, sobre la gloria de Dios, tal como Calvino la entendía y se impuso por la fuerza policiaca, no sin tentativas serias de resistencia ante semejante dictadura teocrática.

Las controversias surgidas dividieron la primitiva armonía de la comunidad protestante desde el comienzo de la Reforma. La primera crisis seria surgió por parte de los anabaptistas, concentrada principalmente en Alemania y gran parte de los Países Bajos, y liderada por uno de los primeros compañeros de Martín Lutero, Andrés Carlostadio, que tuvo un importante papel en la Guerras Campesinas. Los anabaptistas rechazaron el bautismo de los niños, sacramento que reservaron a los fieles adultos. Constituidos en bandas de fanáticos, se dieron a destruir todo lo que había sido católico y redujeron, a sangre y fuego, grandes extensiones de la Alemania del sur. Lutero, presa del pánico por el hecho de que su movimiento reformista pudiera fracasar por el radicalismo anabaptista, solicitó la ayuda armada de los príncipes alemanes para que acabasen con ellos sin piedad, ya que representaban una amenaza grave política y religiosa. No obstante, el fenómeno anabaptista, una vez superado el período de las persecuciones y perdido su original carácter revolucionario y violento, inició con su nuevo líder, Menno Simons (movimiento mennonita), una nueva vía en el seno del protestantismo que volvería a hacerse presente, con luz propia, en varios momentos de su historia posterior. Influyó en movimientos, despertares y fervores, tanto en las nuevas comunidades disidentes que iban surgiendo en el seno del protestantismo, como en las primitivas confesiones protestantes. Los mennonitas adoptaron un pacifismo radical y formaron comunidades cooperativas independientes según los principios del Nuevo Testamento.

Las controversias teológicas acabaron por crear lo que se ha dado en llamar una ortodoxia protestante, en la que se distinguieron desde el principio dos grandes grupos: por un lado, el luterano, que recogió la herencia dejada por Lutero y Melanchthon; y, el segundo, organizado en torno a las enseñanzas de Zwinglio, Farel, Ecolampadio y, sobre todo, Jean Calvino. Ambos grupos quedaron definitivamente fijados y establecidos: en el año 1580, los luteranos por medio de la Fórmula de Concordia, y en el año 1618, los reformados, gracias al Sínodo de Dortdrecht. El luteranismo se extendió de manera progresiva sobre todo a partir del concilio ecuménico católico de Trento (1545-1563) y la Paz de Augsburgo, firmada el 25 de septiembre del año 1555, por la que se impuso el principio de los territorios confesionales con la fórmula cuius regio, eius religio, estableciéndose en las dos terceras partes de Alemania, los países escandinavos, Bohemia, Hungría, Polonia y Livonia. Por su parte, el calvinismo asentó sus reales en Suiza, Francia (hugonotes), Escocia (presbiteriano y congregacionistas), Países Bajos y otras regiones centroeuropeas en coexistencia, más o menos pacífica, con el luteranismo.

Mientras tanto, en la Inglaterra del rey Enrique VIII, también tuvo éxito el movimiento reformador, aunque, si bien, de una manera muy particular que se tradujo en un cisma tan antirromano como antiluterano, pero pronto influido alternativamente por el luteranismo y por el calvinismo, que, tras la breve restauración católica de María Tudor, quedó fijado por Isabel I en una confesión harto peculiar y sincrética que, aun conservando en lo externo bastantes aspectos de la Iglesia católica, ha de ser incluido en el seno del movimiento reformador protestante. Junto a esta comunidad, que se autodenominaba Iglesia Establecida, existieron desde un principio otras formas protestantes, muy perseguidas por el propio Estado, que dieron lugar a ciertas comunidades no-conformistas, congregacionalistas y puritanas, de la mano de las cuales se instaló el protestantismo en las colonias británicas de América.

2.6.2 Desde los orígenes al racionalismo

Durante los siglos XVII y XVIII, la característica más notable del protestantismo fue el asentamiento, en extensión y profundidad, de las grandes confesiones antes mencionadas: luteranismo, calvinismo, anglicanismo. Otra característica, no menos importante, fue la constituida por la proliferación de reformas piadosas espirituales que modificaron sensiblemente la imagen del protestantismo establecido y el consiguiente asentamiento de éstas en las llamadas "Iglesias libres", totalmente desvinculadas de la autoridad estatal común a las tres confesiones protestantes iniciales. Una idea común a todos estos grupos independientes era el hecho de pensar que las iglesias protestantes estables no habían ido tan lejos como hacía falta en la dirección de un cristianismo bíblico más sencillo. Estas comunidades también contribuyeron al nacimiento del ideal misionero protestante, hasta ese momento completamente ausente.

A partir de la Paz de Westfalia (1648), que finiquitó la Guerra de los Treinta Años, el protestantismo entró en una fase de consolidación en la que se definió y expuso con demasiada severidad y con un intelectualismo un tanto áspero, la ortodoxia protestante, enfatizando la autoridad de la Biblia y abogando por una lógica religiosa más rigurosa, tendencia conocida como "escolasticismo protestante", por analogía directa con la teología católica sistemática producida a lo largo de la Plena y Baja Edad Media. Al mismo tiempo, y por reacción frente al intelectualismo de la ortodoxia impuesto, surgió en Alemania el movimiento conocido como Pietismo, bajo la dirección del sacerdote alemán Philipp Jacob Spener, cuya finalidad básica fue la de poner en un primer plano la necesidad de la experiencia religiosa. El pietismo fue una reacción del corazón frente a la falta de sensibilidad de la doctrina y un reagrupamiento de los convertidos en el seno de grandes confesiones que habían perdido parte de su primigenio calor. En definitiva, lo que trajo consigo el pietismo fue la revalorización de la conversión privada y la vuelta a una piedad sencilla y activa.

La tendencia espiritualista abierta por el pietismo fue continuada por una pléyade de confesiones con parecidos presupuestos revisionistas; a partir del año 1630 se organizaron las iglesias baptistas, para quienes el bautismo de los niños iba en contra del compromiso de una fe personal; los congregacionistas, surgidos en el año 1643 y que insistían en la autonomía de cada iglesia local; los cuáqueros, aparecidos en el año 1649, con su culto misterioso por el que eliminaron toda forma ritual o jurídica en la vida eclesial y con su mensaje de la luz interior con que Dios se manifiesta personalmente a cada hombre; en 1722 fueron los hermanos moravos, con su proyección comunitaria, los que salieron a la luz. En la Inglaterra anglicana, la reacción contra las tendencias intelectualistas y formalistas se concretó en el surgimiento de varios movimientos populares, entre los que destacó el metodismo fundado por los hermanos John y Charles Wesley, ambos muy influidos por el pietismo y el arminianismo. El metodismo predicó la conversión y la inquietud por los pobres en grandes asambleas celebradas a la intemperie por toda la Gran Bretaña, provocando un auténtico renacer del fervor religioso ante las clases más humildes que se encontraban alienadas y anuladas por el extremado formalismo y por el racionalismo imperante en la Iglesia anglicana. A causa de la desaprobación oficial, el movimiento metodista acabó por separarse de la Iglesia anglicana para incorporarse a los denominados inconformistas.

La influencia del pensamiento científico y de la Ilustración en la teología protestante se reflejó en los movimientos racionalistas, surgidos entre los siglos XVII y XVIII, que contaban con corrientes predecesoras como, por ejemplo, el armianismo, doctrina elaborada por el teólogo holandés protestante Jacobo Arminio (1560-1609), que negaba por completo la doctrina básica calvinista de la predestinación, y el latitudinarismo, tendencia tolerante y antidogmática que apareció dentro de la Iglesia anglicana, durante el siglo XVII.

El racionalismo introdujo un espíritu crítico en la teología protestante al defender que se examinasen las creencias tradicionales a la luz de la razón y de la ciencia, a la vez que cuestionaba las rígidas ortodoxias surgidas durante el siglo XVII. Así pues, se abrió un período en el que los debates sobre Teología y ortodoxia estuvieron en su pleno apogeo. Las antiguas ortodoxias los sustentaban, pero fueron, sobre todo, las nuevas ideas las que verdaderamente los suscitaron. La tendencia más pura de corte racionalista que surgió fue el deísmo, concepción filosófica sobre la religión que negaba las revelaciones, los milagros y los dogmas de cualquier tipo de credo religioso. La otra forma de racionalismo protestante de relativa importancia fue la surgida, ya en pleno siglo XVIII, conocida como unitarismo, que tuvo su origen en la Europa continental del siglo XVI, concretamente en el socinianismo, llamado así por su fundador, el reformador italiano Fausto Socino, al que también se adhirió el español Miguel Servet. Los unitarios negaban la Trinidad y la divinidad de Jesucristo, además de basar toda su fe en las enseñanzas morales y ejemplos de la vida de Jesucristo. Sus discípulos establecieron una primera colonia comunitaria en Transilvania, pero donde realmente se desarrolló fue en Nueva Inglaterra, donde se crearon comunidades de unitarios y universalistas que contribuyeron al desarrollo de la Teología llamada de la Alianza, o Teología Federal.

2.6.3 Racionalismo y reacciones

El protestantismo experimentó entre los siglos XVIII y XIX un intenso proceso evangelizador y misionero en el exterior, aunque éste surgiese un poco tarde con respecto al católico. El pietismo provocó de nuevo el nacimiento de comunidades religiosas en las colonias. En este impulso colonial y misionero se distinguieron, especialmente, las "iglesias libres" (moravos, baptistas, congregacionistas, etc), que acompañaron a la expansión colonial de las naciones europeas e intentaron corregir sus efectos mercantiles y explotadores.

El siglo XIX fue, sin duda alguna, el siglo del liberalismo, propulsado precisamente por los países protestantes en su mayoría, lo que acabó por conformar el fenómeno conocido como protestantismo liberal. Esta Teología liberal, aunque influyó poderosamente, encontró reacciones importantes, englobadas bajo lo que se denominó como Teología del Despertar, surgida como reacción contra el racionalismo imperante, como un resurgir del pietismo con tintes de metodismo. El Despertar subrayó la inspiración de las Escrituras y de la divinidad de Cristo, regresando a la doctrina de la gracia expuesta por los primeros reformadores y recalcando el papel redentor del arrepentimiento y la conversión. El movimiento, surgido en Inglaterra gracias al evangelista George Whitefield, enseguida se extendió a todos los países protestantes del continente y también a América del Norte. Ahora bien, aunque el Despertar no fue en sí mismo un movimiento creador en el campo del pensamiento, puesto que sus representantes más eminentes no hicieron más que volver a las viejas fórmulas de la ortodoxia, sí fue, en cambio, extremadamente fecundo en el campo de la acción. Por intermedio de William Wilberfore, contribuyó muchísimo a la abolición de la esclavitud y representó un importante papel en la creación de las sociedades misioneras que propagaron el protestantismo por todo el mundo.

Junto con el Despertar, en el siglo XIX surgieron otras fuerzas renovadoras contrarias al racionalismo y numerosos teólogos que redescubrieron el valor de la tradición de su Iglesia. Así surgió en Alemania el neoluteranismo, cuyos representantes más destacados fueron los profesores Ernest Hengstenberg y Auguste Fréderic Vilmar. También en Inglaterra nació, poco después del año 1830, el importante Movimiento de Oxford o Movimiento Tractariano (por la publicación de los Tracts for the Times), que conmovió profundamente el mundo británico anglicano.

El movimiento de Oxford estuvo animado por teólogos de primerísima magnitud, como John Henry Newman y Edwars Purey, los cuales se propusieron reafirmar los principios de la Iglesia de Inglaterra frente al grupo de los papistas y frente al de los disidentes. Preocupados por destacar lo que les separaba de las iglesias libres, poco a poco, derivaron hacia posturas claramente católicas, hasta el punto de que varios de sus miembros, Newman entre ellos, entraron en la Iglesia de Roma. No obstante, los que permanecieron fieles a su origen, llamados anglo-católicos, contribuyeron a dar a la Iglesia de Inglaterra el sentimiento de que seguían su propio camino, la llamada "vía media", y de que su papel de mediadora entre el catolicismo y el protestantismo era decisivo. Se restauró el ayuno y la confesión, a lo que se sumó la iniciativa de fundar una serie de hermandades religiosas femeninas.

El racionalismo, rechazado por el Despertar y el confesionalismo, fue cuestionado también por el liberalismo, concretamente por el protestantismo liberal, que bajo la influencia de la filosofía idealista de Kant, redescubrió los valores propiamente religiosos del cristianismo. Pionero de este nuevo descubrimiento fue Friedrich Schleiermacher (1768-1834), figura que dominó todo el siglo XIX y cuya sombra todavía se proyecta sobre la Teología protestante contemporánea. Sin fundar escuela alguna, consiguió inaugurar un nuevo período en la historia de la Iglesia. La originalidad y el genio de Schleiermacher consistió en llevar a la religión de los dominios de la pura especulación y de la ética a los del sentimiento o la intuición, representada ésta, según el propio reformador, como un instinto sagrado. Ese sentimiento, que implicaba una especie de identificación del sujeto que siente con el objeto sentido, era el sentimiento del infinito. En definitiva, Schleiermacher interpretaba la religión como un sentimiento intuitivo de dependencia del infinito o de Dios, al que consideraba una experiencia universal de la humanidad al completo.

El desarrollo espectacular de la industria y los problemas de tipo social derivados del propio proceso industrial provocó el surgimiento de la clase proletaria, lo que llevó a cierto grupo de teólogos protestantes a una interpretación del Evangelio en clave social y al nacimiento de lo que se dio en llamar el protestantismo social. Bajo esa denominación, se agruparon diversos movimientos muy diferentes entre sí, que tenían en común el estar inspirados por la convicción de que la Biblia contenía la solución para la justa organización del orden social. Su mensaje debía encarnarse en realidades visibles y tangibles en la sociedad del momento, que debía ser vivificada de acuerdo con el ideal del Reino de Dios, tal y como estaba representado en las Sagradas Escrituras. En América del Norte, esta nueva tendencia tuvo un desarrollo mucho mayor que en Europa, agrupado bajo la denominación de Social Gospel, que llegó a constituirse en una federación interconfesional en pro de modificar la legislación social del país en favor de los trabajadores.

Al llegar a los estertores del siglo XIX, el balance del protestantismo ciertamente no podía ser considerado negativo, sobre todo por la gran expansión mundial que había experimentado. Sin embargo, las generaciones de las últimas décadas del siglo XIX no fueron capaces de afrontar dos cuestiones importantísimas. La primera de ellas aludía al hecho de cómo era posible que la "única" Iglesia de Jesucristo pudiera fragmentarse en tantas denominaciones y sectas tan dispares las unas de las otras, con el agravante de que sus respectivas misiones en el exterior competían a menudo de forma escandalosa y nada edificante. La segunda, hacía referencia a qué tipo de mensaje convincente podía ofrecer el protestantismo y, en general, el cristianismo en una época tan secularizada.

El movimiento ecuménico y la renovación teológica dominaron la historia reciente de las Iglesias protestantes durante el siglo actual.

2.6.4 Las corrientes teológicas del siglo XX

Dos fenómenos caracterizaron la historia y evolución de los protestantes en el presente siglo: el descubrimiento del ecumenismo, aún hoy día en pleno desarrollo y expansión, y una revolución teológica llevada a cabo por una pléyade de grandes teólogos, muchos de los cuales también han sido hombres de la Iglesia, tales como Karl Barth, Rundolph Bultmann, Dietrich Bonhoeffer, Paul Tillich, Oscar Cullmann, Pierre Manry, etc.

Poco después del año 1800, el confesionalismo adquirió un nuevo impulso. En el plano mundial contribuyó a la creación de grandes asociaciones en la segunda mitad del siglo. En el año 1867, la conferencia de Lambeth reunió, por primera vez, a todos los obispos anglicanos de los cinco continentes. En 1875, los herederos espirituales de la reforma calvinista fundaron la Alianza Reformada Mundial. Paralelamente a estos movimientos confesionales, comenzó a manifestar una nueva tendencia, hacia finales del siglo XIX, en la que miembros de varias familias protestantes empezaron a tomar conciencia del escándalo producido por sus constantes divisiones, circunstancia que también influyó incluso en los cristianos pertenecientes a todos los credos, los cuales comenzaron a sentir una cierta nostalgia de la antigua unidad; nació así la inquietud ecuménica. Los primeros frutos vinieron tras el final de la Primera Guerra Mundial, gracias a los esfuerzos del arzobispo luterano de Upssala, Nathan Söderblom, que, en el año 1925, reunió la conferencia de Estocolmo, de la que saldría el movimiento del Cristianismo Práctico. Dos años más tarde, tuvo lugar la conferencia de Lausana, sugerida por el obispo Henry Brent, de la Iglesia episcopaliana, de donde surgió el movimiento Fe y Constitución. Ambos movimientos tuvieron una continuación paralela. En el año 1937, se reunieron en Oxford, el primero, y en Edimburgo, el segundo. Al tener objetivos complementarios, ambos movimientos estaban llamados a fusionarse en el año 1948, con retraso a causa del estallido de la Segunda Guerra Mundial. De la unión se creó el Consejo Ecuménico de las Iglesias, al que se adhirieron todas las confesiones cristianas, con la excepción de la Iglesia de Roma.

Las relaciones del movimiento ecuménico protestante con el catolicismo han variado con el curso del tiempo. En el año 1928, la encíclica Mortalium animos, emitida por el papa Pío XI, condenó lo que él consideraba como un sincretismo cristiano. Sin embargo, paulatinamente, algunos observadores católicos comenzaron a participar en asambleas en comisiones del Consejo Ecuménico, en calidad de invitados o como meros observadores. De igual manera, algunos observadores no católicos fueron invitados al Concilio Vaticano II, invitados expresamente por el papa Juan XXIII, con el objeto de ir limando asperezas entre las dos Iglesias y buscar puntos en común.

El siglo XX, que nació como una época dorada del ecumenismo protestante, también surgió como el de la renovación teológica fundamental. La causa externa que provocó tal revolución doctrinal fue el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los pensadores protestantes más lúcidos vieron entonces que la Teología Liberal, basada en el idealismo del siglo XIX, no resistía la prueba de un conflicto tan tremendo como el de la guerra, que causó millones de víctimas. En este contexto de crisis surgió la brillante figura del teólogo protestante más importante del siglo, el suizo Karl Barth (1886-1968). La Teología que construyó puede considerarse un universalismo cristológico, por lo que se le dio, con justicia, el título de "el sistemático de la Gracia". Su influencia sobre los protestantismos, lo mismo el calvinismo-zwinglista que el luterano, fue considerable. Barth supo renovar la predicación haciéndola volver a las fuentes bíblicas. Con la rehabilitación del oficio propia de la Teología, proporcionó a la enseñanza de la Iglesia un estilo agresivo que había perdido desde hacía mucho tiempo. Barth volvió a expresar doctrinas centrales de la Reforma, como la esencia de la humanidad respecto a Dios: la doctrina de la Palabra de Dios.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo en Alemania un debate doctrinal que levantó una gran polémica en los círculos teológicos protestantes. En el origen de la controversia estuvo Rudolf Bultmann (1884-1976), profesor de la Universidad de Marburgo. En un breve artículo, publicado en el año 1941, titulado "Nuevo Testamento y Mitología", Bultmann se propuso despojar a las Escrituras de todo aquello que pudiera impedir al hombre moderno descubrir la Palabra de Dios, para lo cual prescindió de la visión cosmogónica de los autores bíblicos, limpiando los textos de todo tipo de historias milagrosas, de descensos y demás aspectos maravillosos, junto con la idea del fin del mundo, la cual, según Bultmann, carecía totalmente de significación comprensible en pleno siglo XX. En definitiva, su objetivo estribó en desmitologizar la Biblia. Finalmente, la labor emprendida por Bultmann la completó el tercer gran teólogo protestante de este siglo, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), catedrático de la Universidad de Berlín, quien abordó el papel que debía representar el cristianismo protestante en un mundo cada vez más secularizado como era el del siglo XX. Bonhoeffer pensaba que, ya que los hombres no podían ser religiosos, la Teología debía emprender una nueva tarea o misión; no debe abandonar, pura y simplemente, el lenguaje bíblico, sino que debe intentar interpretarlo de manera no religiosa; es decir, ya que el mismo Dios vivió en Jesucristo el abandono en que todo ser humano se encuentra aquí abajo con relación a Él, el "anuncio arreligioso" del Evangelio consiste en revelar al hombre que debe entrar en este mundo profano y vivir en él para los otros, participando, de este modo, en el sufrimiento de Dios.

La obra de Bonhoeffer despertó profundas resonancias en los teólogos protestantes de la nueva generación. Su problemática preside hoy día toda una serie de investigaciones, más o menos audaces. Los trabajos que de ella han surgido, al igual que los que se han hecho a partir de la enseñanza de otros maestros, como Karl Barth, Rudolf Bultmann o Paul Tillich, son ejemplo de la gran movilidad doctrinal del protestantismo durante los últimos decenios hasta hoy día.

2.7 La Reforma anglicana

Tanto en Wittenberg, como en Zurich, Estrasburgo y Ginebra, la Reforma fue llevada a cabo por hombres que, al mismo tiempo que eran teólogos de reconocida solvencia, eran dirigentes eclesiásticos de primera categoría. Pero en Inglaterra no sucedieron así las cosas. La Reforma anglicana fue, ante todo, obra de la realeza, esto es, del deseo expreso del rey Enrique VIII, que la preparó, de Eduardo VI, que la consolidó (por medio de los duques de Somerset y Northumberland) y, finalmente, por Isabel I, quien la restauró tras el breve paréntesis católico del reinado de María Tudor.

La Iglesia de Inglaterra, desde casi sus principios, siempre estuvo sometida a un particular paternalismo por parte de la realeza. Desde la conquista normanda del año 1066, hasta el reinado de Enrique VIII, el principio de soberanía del Papado fue aceptado o rechazado en virtud de las circunstancias religiosas y políticas del momento; se creó así una relación de tensión, más o menos constante, entre Roma y los monarcas ingleses, deseosos de reforzar al máximo su grado de independencia. El paradigma de tales enfrentamientos se produjo con el asesinato del arzobispo de Canterbury, Thomas Becket, a manos de oficiales del rey Enrique II, el 29 de diciembre del año 1170, por haberse negado a los deseos del rey en materia religiosa. Por lo tanto, la decidida oposición a Roma por parte de la monarquía inglesa provenía, más que de las propias ideas de la Reforma, de la política secular practicada por la realeza inglesa.

Enrique VIII subió al trono de Inglaterra en el año 1509, a la edad de 18 años, tras la muerte de su hermano y heredero al trono, el príncipe Arturo. De carácter tiránico, Enrique VIII fue también un príncipe inteligente y abierto al humanismo imperante, apasionado por la Teología (destinado en un principio a ser clérigo). Desde el comienzo de su reinado contó con la inestimable ayuda del cardenal Thomas Wolsey. Se dedicó a reformar la vida de los monjes y a mejorar la formación de los sacerdotes. Defensor a ultranza de las tesis católicas, se opuso con denuedo al incipiente luteranismo que ya estaba reclutando sus primeros adeptos, clérigos en su mayoría, en las universidades inglesas, principalmente en la de Cambridge. En el año 1521, escandalizado por la lectura del tratado De la cautividad babilónica de la Iglesia, respondió con virulencia a su autor, Martín Lutero, con el opúsculo titulado Assertio septem sacramentorum, lo que le valió que el papa León X le concediese el título de "Defensor de la fe".

Ahora bien, lo que verdaderamente motivó la ruptura entre Inglaterra y Roma no fue un movimiento popular ni religioso, sino la lentitud con que se seguía el proceso del divorcio de Enrique VIII con su primera esposa, Catalina de Aragón, hija de Fernando el Católico e Isabel de Castilla y viuda de su anterior hermano. Enrique VIII tuvo seis hijos con Catalina, de los que, salvo la futura reina María Tudor, todos murieron de corta edad. Con el propósito de tener un hijo varón, y en vista de que la reina no le daba tan deseado heredero, Enrique VIII solicitó del papa la anulación matrimonial apelando a las palabras del Levítico: "Si un hombre toma a la mujer de su hermano... es impiedad, no tendrá hijos" (Lev. 20, 21). El papa Clemente VII, al no poder disgustar al emperador alemán, Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, respondió con una negativa a la solicitud de Enrique VIII, quien aconsejado por Thomas Cranmer, profesor de Cambridge, se dirigió entonces a las más importantes universidades de Inglaterra, Francia e Italia en busca de reconocimiento y asesoramiento de sus peticiones. Como la mayoría de éstas considerasen su demanda de anulación totalmente lícita, Enrique VIII no dudó un momento en pasar a la acción directa. En febrero del año 1531, convocó a las altas jerarquías del clero inglés en Canterbury, el cual lo nombró sumo protector y supremo señor de la Iglesia y del clero de Inglaterra, lo cual fue ratificado por la cámara de los lores. El siguiente paso para la ruptura se dio el 10 de abril del siguiente año, cuando Enrique VIII prohibió entregar a Roma las rentas de los beneficios eclesiásticos del reino y, desde entonces, percibirlos él, en nombre de la Corona. El 15 de mayo, el clero renunció oficialmente a su poder legislativo y dejó la dirección de la Iglesia al rey. Este acto de total sumisión provocó la dimisión de Thomas Moro, a la sazón canciller del reino y mano derecha del rey. Después de casarse en secreto con Ana Bolena, Enrique VIII hizo anular su matrimonio con Catalina de Aragón, reconocido por Thomas Cranmer, quien gracias al apoyo prestado a la causa del rey fue elevado a la sede arzobispal de Canterbury. En julio del año 1534, el papa Clemente VII excomulgó sin remedio al rey inglés y a Ana Bolena, así como a todo el clero que apoyó la escisión.

La respuesta inmediata de Inglaterra a la iniciativa papal de excomulgar a todos los prelados rebeldes no tardó en producirse. Enrique VIII reaccionó haciendo promulgar al Parlamento una serie de leyes que quitaban al Papa el poder jurisdiccional sobre la Iglesia de Inglaterra, y que, por el Acta de Supremacía (tres actas), del año 1534, atribuía al rey y a sus sucesores las funciones de Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, con derecho de castigar a los herejes y de excomulgar, el de exigir a todo adulto del reino un juramento de fidelidad a la "única majestad del rey" y no a otra autoridad o ley extranjera y el derecho de calificar de traidor a toda persona que declarase o culpase al rey de herético o tirano. Las leyes del Acta de Supremacía no fueron letra muerta, ya que Enrique VIII encargó a Thomas Cromwell, laico elevado a la dignidad de vicario general para asuntos eclesiásticos, que vigilase su aplicación. Cromwell rompió la resistencia que encontraba haciendo ejecutar (junio-julio del año 1535) a los dos representantes de más peso partidarios de seguir con la obediencia a Roma: John Fisher, obispo de Rochester, y Thomas Moro, autor de la obra Utopía, amigo personal del propio monarca y Lord Canciller del reino. Mientras sucedían todos estos acontecimientos, Enrique VIII hizo decapitar a su segunda esposa, Ana Bolena, acusada de adulterio, para poder casarse con Juana Seymor, que antes de morir, al final de una vida conyugal muy breve, le dio el ansiado hijo varón, el futuro Eduardo VI.

Aunque Enrique VIII siempre se mantuvo dispuesto a permanecer fiel a la ortodoxia romana, aun rompiendo con la Iglesia católica, lo cierto es que con el nombramiento de Cromwell como vicario general, la Reforma anglicana comenzó a derivar, cada vez más, hacia posturas netamente luteranas, defendidas por el flamante vicario general. Enrique VIII, temeroso de una posible alianza de Carlos V y Francisco I de Francia contra su persona, se vio obligado a acercarse a las posturas de los príncipes luteranos, y concretamente a la Liga de Smalkalda. Por ello, en el año 1536 autorizó a representantes de la Iglesia de Inglaterra a reunirse con teólogos luteranos en Wittenberg. Ese mismo año, un sínodo inglés, presidido por Cromwell, adoptó una nueva confesión de fe, los Diez artículos, por los que la Iglesia anglicana se acercaba progresivamente hacia las posturas luteranas. Aunque se conservaron las ceremonias católicas, las imágenes, las invocaciones a los santos y las oraciones por los muertos, se reafirmó la transubstanciación, la Sagrada Escritura y los tres primeros símbolos de fe, tan sólo se conservaron como válidos tres sacramentos, además de reconocerse uno de los pilares básicos del luteranismo, la justificación por la fe.

Tras estas veleidades proluteranas, Enrique VIII volvió a dar muestras de una ortodoxia católica muy clara cuando, en el año 1539, hizo votar al Parlamento el Acta para abolir la diversidad de opiniones religiosas, al que se llamó popularmente el látigo de seis colas, porque se trataba de una reformada profesión de fe reflejada en seis artículos. En el primero de ellos, se afirmaba la transubstanciación y se castigaba con la hoguera a los que la negasen; el segundo declaraba inútil para los laicos la comunión bajo las dos especies; el tercero y cuarto prohibían el matrimonio a los sacerdotes y antiguos monjes; los dos últimos mantenían las misas privadas y la confesión auricular. Todas estas medidas fueron aprobadas a pesar de que dos años antes Enrique VIII mandase redactar el famoso Bishop´s Book.

La promulgación de los Seis Artículos fue el comienzo de posteriores manifestaciones del endurecimiento progresivo del rey Enrique VIII. Cuando se reanudó la guerra entre Carlos V y Francisco I de Francia, como Enrique VIII ya no necesitaba apoyo de los príncipes protestantes alemanes, publicó la Necesaria doctrina e instrucción de cualquier cristiano, en el año 1543, obra antiprotestante, conocida con el nombre de King´s Book. En esta nueva propuesta doctrinal, Enrique VIII se oponía a Lutero al afirmar que la justicia de Cristo no se podía imputar a los hombres, ni se daba solamente por la fe; además sostenía que la justificación se adquiere por la fe, la esperanza, la caridad, el temor y el arrepentimiento de Dios, gracias a una serie de esfuerzos que son posibles por el libre albedrío, negado por el teólogo de Wittenberg. A su vez, Enrique VIII recomendaba la vuelta a la devoción mariana y a los santos y prohibía la lectura privada de la Biblia. Tres años antes, Thomas Cromwell había sido ejecutado, acusado de alta traición a la Corona.

A la muerte de Enrique VIII, en el año 1547, subió al trono su hijo Eduardo VI, con tan sólo nueve años de edad. El gobierno fue dirigido, sucesivamente, por dos protectores, Somerset y Warwick, ambos protestantes, que lograron llevar al joven e inexperto monarca hacia terreno reformador. Somerset era un sincero protestante que, desde los comienzos de su protectorado, no cejó en el empeño de introducir la Reforma en Inglaterra, apoyado por Thomas Cranmer. Nombrado por el Parlamento Lord Protector del rey, en el año 1547, hizo promulgar las Órdenes Reales, por la que se exigía a los sacerdotes el estudio del Nuevo Testamento, basándose en la Paráfrasis de Erasmo de Rotterdam. Luego obtuvo del Parlamento la abolición de los Seis Artículos y de la antigua ley que promulgó Enrique VIII al comienzo de su ruptura con Roma por la cual el rey podía juzgar y perseguir a los herejes. Somerset introdujo la comunión bajo las dos especies y expropió, con destino a la Corona, las fundaciones destinadas a la celebración de las misas por difuntos. Finalmente, suprimió las imágenes de los templos y consiguió, si no la total aprobación, sí al menos la aceptación del matrimonio de los sacerdotes.

Todas estas medidas estuvieron acompañadas de una reforma litúrgica necesaria, preparada a conciencia por Cranmer y una comisión de doce miembros, de donde salió, en el año 1549, la primera redacción del Book of common prayer, libro ambiguo que no logró satisfacer ni a protestantes ni a católicos, ya que conservaba gran parte de la liturgia tradicional, pero excluía de la misa toda noción de sacrificio, la cual fue convertida únicamente en un oficio de alabanza y acción de gracias a Dios.

A pesar de la prudencia con que las autoridades llevaron a cabo la Reforma de la Iglesia, en el año 1549 se produjeron graves disturbios en varios lugares del reino, que reclamaban una vuelta a la antigua religión católica. La rebelión provocó la caída de Somerset, acusado de ser el responsable del desorden. Somerset fue sustituido por John Dudley, conde de Warwick, quien al llegar al poder adoptó el título de duque de Northumberland. Falto de escrúpulos y de cualquier tipo de convicción religiosa, olvidó pronto las promesas hechas a los católicos de restablecer el antiguo culto romano y prosiguió la tarea reformadora con más fuerza si cabe que su predecesor. Durante este período, la influencia calvinista triunfó en la corte de Londres. Cranmer adoptó el calvinismo. La Teología de los reformistas suizos apareció en la segunda edición del Book of common prayer, del año 1552, y en una nueva confesión de fe, Cuarenta Artículos, que Cranmer, asesorado por algunos discípulos del teólogo Bullinger, sacó a la luz poco antes de que el rey muriera, ese mismo años, a la edad de quince años, víctima de la tuberculosis.

La hermanastra de Eduardo VI, María Tudor, hija de Catalina de Aragón, seguía siendo católica. Al subir al trono, María actuó como una reina tolerante. Nada más entrar en Londres declaró que no quería violentar las conciencias. Pero la nueva reina quiso llevar a su pueblo a la antigua religión y restablecer la jurisdicción pontificia, no sólo por sus profundas convicciones personales, sino también por asegurarse su autoridad real, cuestionada por los que querían poner en duda la validez del matrimonio de su padre con Catalina de Aragón.

Actuando siempre con prudencia, lo primero que hizo la reina fue abolir las leyes eclesiásticas promulgadas por su hermanastro, restablecer la antigua forma de culto y, acto seguido, destituir a los obispos evangélicos. Cranmer fue encarcelado y otros muchos siguieron el camino del exilio, al no reconocer la vuelta a la antigua doctrina. El Parlamento inglés, ante semejantes medidas de fuerza, volvió a mostrarse dócil, como lo había sido en sentido inverso en los dos reinados anteriores. El 3 de enero del año 1555, votó el regreso a la obediencia a Roma. Sin embargo, la secularización de los bienes de la Iglesia, que había permitido el fácil enriquecimiento de algunos nobles, siguió en vigor, toda vez que la propia Iglesia de Roma se abstuvo de reclamarlos, medida que facilitó aún más el regreso al credo romano. Pero las hazañas sacrílegas perpetradas por una minoría de protestantes fanáticos obligaron a la reina a volver a poner en vigor las leyes que su padre promulgó contra los lolardos, que castigaban a los herejes con la pena de muerte. La terrible persecución que se desencadenó le valió a la reina el sobrenombre de María la Sanguinaria. El editor de la Biblia, John Rogers, los obispos Hooper, Ferrar, Latimer y Ridley, y el arzobispo Cranmer se encontraron entre las víctimas de una persecución que no sólo se abatió sobre los dignatarios eclesiásticos más rebeldes, sino también sobre un amplio espectro de las capas populares, lo que contribuyó a alimentar entre los ingleses un antipapismo feroz y una profunda hostilidad contra la reina católica María Tudor, que, separada de su esposo, Felipe II de España, y desolada por la imposibilidad de tener hijos, alentaba la caza de herejes con la ilusión de satisfacer la justicia de Dios.

La persecución terminó en el año 1558, con la muerte de María Tudor. Su hermanastra, Isabel I, la sucedió en el trono. Isabel I, que no era teóloga ni muy religiosa, practicó una política erastiana y fundó realmente la Iglesia anglicana, solución intermedia entre el catolicismo y el calvinismo. Con la ayuda del secretario de estado, William Cecil, puso de nuevo en vigor, en el año 1559, el Acta de Supremacía y el Book of common prayer del año 1552. Por su condición de mujer, Isabel I se abstuvo de tomar el título de Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, conformándose con el de Gobernador Supremo del Reino, tanto en lo espiritual como en lo material, en el año 1559, mucho menos molesto para sus súbditos católicos. Todo el arsenal legislativo anticatólico promulgado por su padre, en el año 1534, fue rescatado y puesto en vigor.

El bajo clero inglés aceptó el Acta de Supremacía, pero la mayor parte de los obispos nombrados en el reino de María Tudor, católicos en su mayoría, la rechazaron. Fue necesario entonces formar una nueva jerarquía episcopal, encabezada por Matthiew Parker, antiguo profesor de la Universidad de Cambridge, al que Isabel I nombró arzobispo de Canterbury, una vez que fuera consagrado por cuatro prelados supervivientes de los tiempos de Enrique VIII. Este nuevo episcopado, de una gran talla espiritual e intelectual, tardó varios años en abordar el problema de la confesión de fe, cosa que hizo en el año 1563, cuando se decidió a revisar los Cuarenta y Dos Artículos. De la revisión se definieron los Treinta y Nueve Artículos, que acabarían por conformar la definitiva profesión de fe de la Iglesia Anglicana oficial, mantenidos tal cual hasta hoy día.

En el año 1569, el papa Pío V apoyó un movimiento feudal y católico en contra de la reina Isabel I, el cual acabó en absoluto fracaso. Finalmente, el 25 de febrero del año 1570, Pío V excomulgó a Isabel I, gesto desafortunado por lo anacrónico e inútil de la medida, lo que le permitió a la reina consagrarse a la organización de la Iglesia anglicana, sin temor alguno a peligros exteriores.

Los Treinta y Nueve Artículos defendían las opciones de la Reforma continental y, más concretamente, de la Reforma calvinista, pero demostraban a veces una cierta ambigüedad. En breves líneas, la esencia de los Artículos es la siguiente:

-La Sagrada Escritura es la única base de la fe, además de asegurar el error de la Iglesia de Roma en materia litúrgica y de fe.

-La no infabilidad de los concilios ecuménicos, cuyas decisiones, para ser validados, deben emanar de las Sagradas Escrituras.

-El purgatorio, reliquias, indulgencias y el culto a las imágenes son rechazados, al igual que el empleo del latín en los oficios, sustituido por el inglés.

-Únicamente son mantenidos dos sacramentos, los cuales no operan más que sobre los que los reciben dignamente;

-La Cena es entendida en el sentido calvinista, esto es, una comunión real, pero espiritual, con Cristo, despojándola de su sentido de sacrificio.

-Abolición del celibato.

-Posibilidad para cada Iglesia particular de modificar sus propios ritos, precisando que en lo que respecta a la fe, la única autoridad reside en la Sagradas Escrituras.

A pesar de su elasticidad, los Treinta y Nueve Artículos suscitaron una doble oposición: la de los católicos, que veían en ellos la condena de su doctrina; y la de los puritanos protestantes, que, fijándose poco en el contenido protestante, no pensaban más que en promover una Reforma pura y rigurosa.

2.8 Creencias y prácticas generales del Protestantismo

2.8.1 Autoridad de las Sagradas Escrituras

El protestantismo es, ante todo, una afirmación de la exclusividad del principio escriturístico, es decir, primacía total de las Sagradas Escrituras. Proclama la Palabra de Dios, no sólo como única fuente cristiana, sino más aún, como el único camino válido para encontrar la verdad, excluyendo radicalmente la razón humana y la tradición y magisterio como carácter normativo de la fe del cristiano. Ahora bien, esta posición, un tanto drástica, no conlleva necesariamente al libre examen, circunstancia ésta que el protestantismo originario resolvió con la referencia al origen divino de las Sagradas Escrituras que el Espíritu Santo, autor de la Palabra, es el único intérprete de ella mediante una actuación carismática en cada creyente.

La afirmación del principio escrituario se prolonga con el principio de "solamente la gracia", con el que en la misma afirmación de la gracia, que es la acción salvífica de Dios, resuena la exclusión de toda cooperación por la que el hombre, guiado y llevado por Dios, coopera en su propia salvación.

2.8.2 Justificación por la fe

Quizá sea el principio de la justificación por la fe el más conocido de todos los propuestos por el protestantismo. Lutero creía fervientemente que la salvación del hombre no dependía del esfuerzo o del mérito contraído gracias a las buenas acciones, ni tan siquiera por su afán de perfeccionamiento, ya que eran fruto exclusivo de la gracia de Dios, que obra en la vida del creyente. El hombre es salvado por los méritos del propio Jesucristo, rechazando cualquier recurso a los santos o a la Virgen. Pecador natural, no le queda más remedio, si quiere salvarse, que mantener viva su fe en la gracia del redentor, único instrumento de la justificación; por el solo hecho de reconocerse vano ante Dios se verifica el traspaso de la justicia de Cristo desde el Verbo Encarnado al sujeto creyente, por lo que, para el protestantismo, todo intento de hablar de obras del hombre, aun bajo la gracia, es interpretado como pretensión de autosuficiencia, rebeldía y soberbia frente a Dios. La negación de la gracia como don intrínseco, la reinterpretación de toda la doctrina de los sacramentos y la acentuación de los aspectos psicológicos en el proceso de la justificación (propia de la tradición luterana) derivan de la idea de la justificación por la fe, de ahí la importancia de tal principio.

2.8.3 Sacerdocio universal

Los líderes de la Reforma protestante reaccionaron con una inusitada fuerza contra la institución católica del sacerdocio, exaltando el sacerdocio universal de todos los creyentes, como resultado de la mayor responsabilidad que la doctrina luterana atribuyó al individuo, tanto a la hora de interpretar personalmente las Sagradas Escrituras, como en el cultivo responsable de su propia fe, de tal modo que ésta le permite alcanzar la salvación. Hay que tener en cuenta también la decadencia y el desprestigio en el que había caído el clero católico, con un pontificado más preocupado por los asuntos temporales que espirituales y que se negaba a la celebración de un concilio que pusiera orden y acabase con los permanentes abusos, y un clero en gran parte corrupto, analfabeto, poco educado y rendido por completo a los poderes y sentidos materiales, dando la espalda al conjunto de fieles. Por lo tanto, la consecuencia lógica de tal situación fue que el pecador se sintiera a veces solo frente a Dios, máxime en una época en la que el individualismo, en sus múltiples formas, se estaba imponiendo cada vez más. Estas circunstancias indujeron al creyente protestante a sentirse un sacerdote de sí mismo y a beber directamente de las fuentes de la espiritualidad, las Sagradas Escrituras, sin necesidad de recurrir a otra clase de intermediarios. Lutero llegó a sostener que la vocación de cualquier cristiano, al contribuir a la sociedad y servir a su vecino, era tan válida ante Dios como cualquier otra vocación religiosa en un sentido convencional.

A pesar de todo lo expuesto, lo cierto es que casi todos los movimientos surgidos a partir de la Reforma cuentan con un "sacerdocio" institucionalizado, pero que cuenta con una sustancial diferencia respecto al sacerdocio católico. Mientras que el sacerdote católico es considerado como un administrador de la gracia de Dios a través de los sacramentos, es decir, un intermediario entre Dios y el cuerpo de los fieles, el ministro protestantes es un laico formado expresamente para realizar ciertas funciones dentro de la Iglesia, las cuales no le confieren ninguna preeminencia sobre el resto de los creyentes. Como consecuencia de esta creencia, el gobierno de las iglesias protestantes siempre ha tenido una tendencia democrática, muy matizada.

Dentro del amplio espectro de confesiones protestantes, se pueden distinguir tres grupos o formas de gobierno predominantes: la episcopal, en la que los obispos ejercen su autoridad, tal como sucede en la Iglesia anglicana, episcopal y metodista; la presbiteriana, en la que se elige a los presbíteros o ancianos para que representen a las congregaciones en las estructuras decisorias, como en la Iglesia presbiteriana y en la reformada; y, por último, la congregacionalista, en la que la congregación misma es la máxima autoridad, como la Iglesia congregacionalista americana y la baptista.

2.9 Fundamentos teológicos del Protestantismo

2.9.1 Doctrina luterana

Además de los tres pilares básicos ya vistos en los que se sustentó la ortodoxia luterana (la justificación por la fe, el sacerdocio universal y la primacía de las Sagradas Escrituras), recogidas en el texto fundamental del luteranismo, la Confessio Augustana, redactada por Melanchthon, la doctrina luterana elaboró otros principios doctrinales que, junto con los primeros, fueron finalmente recogidos en el Libro de Concordia, publicado el 25 de junio del año 1580, y aceptados por todos los luteranos.

La noción y concepto de Iglesia es la cuestión más difícil en lo que respecta a un posible acercamiento entre luteranos y católicos, no sólo por las perspectivas de fondo, sino porque las afirmaciones de Lutero sobre la Iglesia y su ministerio difícilmente pueden ser reducidas a un común denominador. Lutero llegó a negar la institución exterior de la Iglesia, ya que la verdadera Iglesia, según él, está oculta "[...] sólo Cristo en el cielo es la cabeza y el único que reina [...] Los signos por los que uno puede descubrir exteriormente en dónde está la iglesia en el mundo son, el Bautismo, el Sacramento y el Evangelio". Lutero no dejó lugar a dudas sobre el papel de su Iglesia cuando afirmó que "[...] el Evangelio y la Iglesia no conocen ninguna jurisdicción; esto es un invento humano tiránico [...] el que enseña el Evangelio, él solo es Papa y sucesor de San Pedro".

En cuanto a la doctrina de los sacramentos, al contrario que otras denominaciones protestantes, el luteranismo mantiene la consideración de los sacramentos como signos salvíficos. Su eficacia proviene, independientemente, de la fe de la Palabra de Dios, que fue quien los instituyó. Lutero tan sólo encontró en el Bautismo y la Cena las características esenciales del sacramento: el signo visible y la institución por Jesucristo; por eso, rechazó los demás sacramentos.

En lo referente al culto de los santos, los escritos luteranos aprueban su veneración, siempre y cuando se realice de forma adecuada. El Libro de Concordia alude a tres formas diferentes de cómo venerar a los santos: como acción de gracias porque Dios "[...] nos ha presentado en los santos un modelo de su gracia"; como fortalecimiento de nuestra fe en su ejemplo; y como imitación, primero de la fe en su ejemplo y después de las demás virtudes. La invocación de los santos para que intercedan en favor del hombre es rechazada por no ser conforme a las Sagradas Escrituras y porque se ve en ello una mengua o menoscabo a la mediación de Cristo.

2.9.2 Doctrina calvinista

Jean Calvino, a diferencia de Martín Lutero, dejó una exposición clara y sistemática de su doctrina en un tratado completo de dogmática, la Institutio.

-La absoluta primacía de las Sagradas Escrituras: según Calvino, todo lo que el hombre podía llegar a conocer acerca de Dios mediante su sola razón era una "vana locura", puesto que sólo se podía llegar a la total sabiduría dejándose instruir en total abandono por las Sagradas Escrituras.

-La predestinación: la gloria de Dios soberano (la famosa expresión calvinista de soli Deo gloria) es el pensamiento determinante y a partir del cual gira toda la Teología calvinista. Para Calvino, la predestinación era el ordenamiento eterno de Dios, en virtud del cual Él decide lo que de acuerdo con su voluntad y aparte de toda consideración humana ha de ser de cada individuo, puesto que no todos los hombres son creados con el mismo destino, sino que a unos se les adjudica la vida eterna y a otros la condenación eterna. La cuestión espinosa planteada tras esta aseveración de por qué Cristo ofrece su gracia a un grupo de elegidos mientras que a otros los condena irremisiblemente es resuelta por Calvino al afirmar que es el mayor e impenetrable misterio de la voluntad de Dios, que es tan profundo que "[...] todo entendimiento humano queda absorbido por él cuando intenta penetrar en el mismo".

-En la doctrina sobre la justificación y la santificación, Calvino subraya que es la obra del Espíritu Santo y no de la libertad del hombre. Más que Lutero, Calvino afirma que la santificación es fruto de la justificación.

Calvino también se distinguió de Lutero en su concepción sobre la Iglesia, a la que dio más importancia como sociedad visible y a su unidad, como bien demostró en su proceder contra los "herejes" (Servet, Castellio, Bolsec), a los que no dejó de perseguir implacablemente en su esfuerzo por mantener la unidad de la comunidad y la disciplina eclesiástica.

-El Bautismo y la Cena: el Bautismo fue para Calvino signo de la alianza de Dios con los hombres y, al igual que la circuncisión, es necesario impartirlo a los niños. En la doctrina sobre la Cena, Calvino adoptó una postura intermedia entre Zwinglio y Lutero, sosteniendo una presencia virtual y no substancial de Cristo. Según la Confessio Fidei de Eucharistia, Cristo ofrece en los signos del pan y del vino la participación real en su carne y su sangre, pero desprovista de presencia substancial, ya que ha desaparecido por la Ascensión de Cristo a los cielos.

2.9.3 Doctrina de Zwinglio

Debido a la gran influencia ejercida por los clásicos en la formación de Zwinglio, éste conformó una doctrina protestante original, distanciada claramente de la sostenida por Martín Lutero y Calvino. En el entramado dogmático construido por Zwinglio se pueden observar reminiscencias platónicas, aristotélicas, la huella indeleble del filósofo romano Séneca y, por supuesto, la de Erasmo de Rotterdam.

Mientras que para Martín Lutero lo fundamental era el pecado y la gracia, para Zwinglio el centro de gravedad de la verdad cristiana residía en la Voluntad eterna de Dios; ley divina a la que nada se sustrae, ni el pecado, ni el mal, ni todo el conjunto de la creación. Zwinglio sostenía que el pecado original y sus posteriores consecuencias no eran más que una enfermedad curable, no una perversión total de la naturaleza humana, gracias al permanente deseo del hombre por unirse a Dios. Por otra parte, quizá debido a las experiencias religiosas que tuvo entre los años 1515 a 1520, Zwinglio se fue separando del moralismo piadoso que había heredado de Erasmo de Rotterdam, para acercarse a un espiritualismo total.

También difirió notablemente de Martín Lutero en lo que se ha dado en llamar, por parte de los teólogos protestantes, como el radicalismo y activismo zwingliano. Cristo introduce en el hombre, por medio de la conversión, la determinación y la fuerza para hacer el bien sin reserva. La Biblia, añade Zwinglio, transmite la voluntad de Dios, y, por lo tanto, a ella solamente hay que ceñirse lo más estrictamente posible. Así, mientras Lutero conservaba algunas prácticas tradicionales, poniendo como condición que no contradijesen la idea de la justificación por la fe, Zwinglio se esforzó por analizar si esas prácticas estaban expresamente mandadas por las Sagradas Escrituras, rechazándolas en caso contrario. Zwinglio, en su calidad de reformador, más que profeta (como Lutero), simplificó los organismo religiosos: sólo admitió el Bautismo y la Cena, considerados como simples promesas o memoriales. Suprimió, además, el toque de campanas, las imágenes, los órganos, himnos y cánticos, temiendo que la emoción tuviese primacía sobre la reflexión.

2.10 La liturgia protestante: el culto

Desde el mismo momento de la aparición de las diferentes comunidades protestantes, éstas interpretaron a su modo, no solamente la doctrina cristiana, sino también la expresión de la misma en ritos litúrgicos diferenciados, los cuales, en comparación con el catolicismo romano, fueron mucho más simples y centrados en el sermón del ministro-sacerdote. Dentro de la gran variedad surgida, la liturgia protestante tuvo en común dos puntos fundamentales: el uso de las lenguas vernáculas en el culto, y la apelación constante a la autoridad de las Sagradas Escrituras como eje central de todos los discursos.

La Iglesia luterana y la anglicana, por lo general, fueron conservadoras en el tratamiento de los ritos latinos antiguos. Se limitaron a la exclusión de la liturgia de aquellos elementos que consideraron directamente contrarios a las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. No obstante, mientras los ritos luteranos tuvieron un carácter potestativo, es decir, no impuestos a la comunidad, la liturgia de la confesión anglicana, el Book of common prayer, fue impuesto por la autoridad del Estado, que exigía una uniformidad y una estabilidad que distinguió marcadamente la liturgia anglicana de todas las demás liturgias protestantes. En cuanto a las confesiones reformadas calvinistas y zwinglianistas, éstas llevaron a cabo una revisión mucho más radical, partiendo de la idea por la cual solamente deben usarse en la liturgia aquellos elementos que se encuentran explícitamente señalados, sin ambigüedad alguna, en el Nuevo Testamento. La liturgia calvinista no rechazó del todo el principio de una liturgia fija, pero, por lo general, su tendencia fue la de dejar la dirección del culto en las manos del ministro oficiante.

2.10.1 La liturgia luterana

En la evolución del culto luterano, las horas canónicas pronto fueron transformadas en sermones diarios. El oficio dominical está basado en la misa romana, pero con la omisión de todos aquellos elementos considerados no evangélicos.

Los cambios más notables introducidos por el luteranismo son los siguientes. Primero, se omite el Canon, con sus oraciones sacrificales; se recoge la doctrina de la presencia real de Cristo, pero no el concepto de sacrificio eucarístico. Segundo, todo el culto se lleva a cabo en lengua vernácula. Tercero, el sermón es considerado la parte integral e indispensable del culto. Cuarto, el canto de himnos por la congregación es considerado una parte importante del rito; es decir, mientras que en el culto católico y anglicano se pueden cantar himnos, en la eucaristía luterana es indispensable hacerlo.

Como ya se ha señalado más arriba, es típico de la tradición luterana la no exigencia de una adecuación o unificación ritual, de ahí el resultado de la gran divergencia entre las iglesias escandinavas, más conservadoras, y las alemanas, donde se ha modificado mucho la herencia litúrgica del luteranismo primitivo. Los escandinavos protestantes, por ejemplo, han conservado el altar con sus crucifijos y velas y la casulla para el celebrante, elementos que fueron abandonados por los demás protestantes.

2.10.2 La liturgia calvinista

En el culto calvinista de tipo presbiteriano se han desterrado de las iglesias todos los símbolos cristianos externos, donde no hay ni crucifijos, ni cuadros y, muy raramente, una cruz. El púlpito ocupa a menudo el lugar reservado para el altar, además de no darse importancia alguna a la mesa de la Comunión; se conforma, de este modo, un ambiente más parecido a una sala de conferencias que a una verdadera misa. El ministro encargado del oficio lleva una toga negra similar a la de los abogados catedráticos. En un principio, los calvinistas no aceptaron el uso del órgano en los cánticos de salmos y textos bíblicos, circunstancia hoy día desterrada al convertirse en uso común y aceptado por todas las iglesias calvinistas. Normalmente, el rito de la comunión se practica con los fieles sentados, muy raramente de pie: se pasa de mano en mano y en silencio un plato con pedacitos de pan y un cáliz de vino. A pesar de las intenciones de Calvino de celebrarlo una vez a la semana, la práctica normal en las iglesias calvinistas es el de celebrarlo cuatro veces al año.

2.11 Rasgos del Derecho Canónico luterano y calvinista

El fundamento de todas las comunidades luteranas particulares es la Confessio Augustana (1530), redactada por el ayudante de Lutero, Melanchthon, y concretamente los artículos 5, 7 y 18. La confesión luterana sólo tiene un ministerio y ninguna jerarquía. El ministerio puede desarrollarse hacia arriba en funciones meramente directivas (obispo, superintendente) y en la comunidad en otras formas ministeriales (diácono, lector). Debido a la preocupación de Lutero por evitar todo tipo de legalismo, es propio de los luteranos un cierto minimalismo en el Derecho eclesiástico, aunque siempre respetando la tradición válida. Debido a que el verbum externum ('la palabra escrita') está en el centro de la predicación y de la administración de los sacramentos por medio del ministerio, el luteranismo ha podido evitar, en un alto grado, posibles divisiones internas, pero los sínodos y los rasgos de tipo colegial con vistas a una unificación supranacional están débilmente desarrollados. En el siglo XIX, se aceptaron y se refundieron algunas formas sinodales como consecuencia de las influencias mundiales y reformadas que se venían desarrollando dentro del propio protestantismo. Todas las comunidades luteranas de Europa han conservado, aunque sólo en parte, el ministerio episcopal. En América, los luteranos se han visto obligados, por necesidad, a acomodarse a las formas jurídicas de las iglesias libres de sus alrededores.

Los calvinistas conciben a todo el conjunto de sus comunidades como "la Iglesia Reformada" por excelencia, "según la palabra de Dios", por lo tanto, no se ven como una comunidad confesional. Como "comunidad de elegidos", ponen un fuerte acento en la disciplina de la comunidad. Tienen así rasgos jurídicos mucho más acentuados que el luteranismo; toman directamente del Nuevo Testamento cuatro ministerios: pastores, doctores, séniores y diáconos. Como tipo principal del ministerio, el presbiteriado, ha dejado una huella profunda. La organización interna calvinista presenta una cierta mezcla de elementos aristocráticos y democráticos, acentuando la decisión colegial y rechazando las formas directivas de la monarquía, en particular, el episcopado, que sólo es admitido por los calvinistas de Hungría.

2.12 La Reforma protestante en España

Los ecos de la Reforma protestante iniciada por Martín Lutero, en el año 1517, llegaron pronto a España, en donde el nombre de Lutero apareció en documentos fechados en el año 1519. El interés teológico del emperador Carlos V, así como las estrechas relaciones entre España y los Países Bajos, fueron factores primordiales que explican el temprano conocimiento de la Reforma entre los intelectuales españoles. Sin embargo, la adhesión que ésta despertó afectó a una minoría intelectual. Las causas del temprano freno a las ideas reformistas deben buscarse en la gran labor prerreformista del cardenal Cisneros, muerto en el año 1517, pero que dejó el suficiente poso, y en el estricto control del cumplimiento de la ortodoxia católica que llevó a cabo la Inquisición española desde sus inicios, siempre alerta a cualquier brote herético. Así, en marzo del año 1521, el inquisidor general de España, Adriano de Utrech (futuro papa Adriano VI), ordenó la entrega de cualquier escrito luterano para su destrucción, medida que halló un eco favorable ante toda la prelatura castellana y aragonesa. Un gran número de especialistas han señalado el origen de ese temprano celo antiprotestante en la raíz del temor de que la nueva herejía alemana pudiera reactivar la recién fenecida revuelta comunera castellana, estableciéndose de ese modo una estrecha relación entre la pura disidencia religiosa protestante y la desestabilización política. Tal circunstancia fue proyectada en los siglos venideros por los poderes religiosos y políticos españoles, sin excepción.

El fermento espiritual de la época había desembocado en diversas corrientes de introspección mística en Castilla, tales como el iluminismo y el quietismo, ambos de origen concomitante con la Reforma luterana. A éstos se les sumó el erasmismo, lanzado a la búsqueda de una religiosidad purificada de máculas y restos medievales. Así, la interiorización del sentimiento religioso puso en peligro la ortodoxia de credo impuesta recientemente en toda la Península. Aunque tales vías religiosas no llevaron a un luteranismo completo, lo cierto es que lo rozaron en ocasiones muy concretas, como por ejemplo el caso de Juan Valdés. Salvada la década de los años veinte, con algunos titubeos, en adelante se iría imponiendo la vía represiva como solución a la sospecha y a la disidencia religiosas, del tipo que fuese.

Hasta la aparición de los primeros grupos protestantes organizados en Valladolid y Sevilla, en el año 1557, apenas puede hablarse de luteranismo español. La entrada siempre clandestina de libros protestantes y la actuación del clero, que estigmatizó la Reforma ante el pueblo, imposibilitó su difusión. El encarcelamiento del arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Carranza, en el año 1559, acusado de luterano, fue la excepción, aparte de que en ese caso concreto hubo implicaciones de tipo político y personal contra la figura del prelado castellano. Se comprende así el impacto que produjo en la sociedad española el descubrimiento de los dos focos luteranos antes aludidos, dotados de una organización litúrgica muy acusada, y entre cuyos miembros se encontraba un gran número de los nobles y frailes más relevantes de las ciudades. Con los autos de fe de los años 1559 y 1561, respectivamente, se puede hablar del fin del protestantismo español y la vía forzosa del exilio para sus adeptos, hasta bien entrado el siglo XIX. A partir de esas fechas, se impuso en España una visión monocroma y maniquea del protestantismo europeo.

Detenido el avance luterano en España, el problema siguiente fue el de regular y controlar a la colonia de extranjeros residentes o presentes en España, comerciantes y marineros, especialmente. Ante el acoso constante que sufrían por parte del Santo Oficio, su situación fue negociada entre España y los diferentes países reformados. El primer paso se dio en el año 1576, referido a los súbditos ingleses, en los acuerdos de Cobham-Alba, tratados posteriormente renovados en 1604, 1630, 1670, 1713, 1763 y 1783. Con Holanda se firmaron en 1609, 1612 y 1648. En todos ellos se incluyeron cláusulas de libertad de conciencia para los extranjeros transeúntes, pero nunca para residentes, en las que se prohibía cualquier manifestación pública de la fe reformada.

3. Biografía de Martín Lutero.

Hasta 1517 firmaba como Luder. Fue el principal promotor de la gran revolución religiosa del siglo XVI y el fundador del Protestantismo, nació en Eisleben el 10 de Noviembre de 1483 y murió allí mismo el 18 de Febrero de 1546. Su padre, Hans Luther, minero de oficio, habíase traslado de Möhra (de donde era originario) a Mansfeld, según unos en busca de trabajo más remunerado en aquellas grandes explotaciones mineras, según otros, entre ellos algunos escritores protestantes, por un homicidio cometido en un ataque de ira. Tanto él como la madre (Margarita Ziegler) educaron con extremada severidad a Martín. Según el misino cuenta, su padre le pagó una vez, tan sin piedad, que él, exasperado, escapó de casa; en otra ocasión por una nuez, la madre le castigo hasta hacerle derramar sanare. En la escuela no halló trato mucho más suave, pues, según testimonio también del mismo, en una mañana fue castigado 15 veces: no cabe duda que algo debió contribuir tan duro tratamiento a aumentar la terquedad y rebeldía connaturales en el niño Martín. A los catorce años (1497) estudió bajo la dirección de los Hermanos de la Vida Común en Magdeburgo, donde ganaba lo bastante para comer, cantando por las calles, hasta que halló albergue en casa de la respetable señora Úrsula Cotta (muerta en 1511). El año siguiente vivió en Eisenach, y en 1501 se matriculó en la universidad de Erfurt, de la asignatura de Derecho. En 1502 obtuvo el título de bachiller, y el 6 de Enero de 1505 el de maestro, y en este mismo año, el 7 de Julio, entró Lutero en el monasterio de los Agustinos de aquella ciudad. Se ha disputado mucho sobre los motivos de tal determinación; parece que la muerte de un amigo íntimo, ocurrida en una pendencia, había hecho fuerte impresión sobre el joven Martín, de suyo inclinado a graves pensamientos: coincidió casi con esto que, volviendo a Erfurt de una visita la casa paterna, le sorprendió una tempestad, y al ver su vida en peligro por un rayo que cayó cerca de él, hizo voto de entrar en religión si salía salvo de la tormenta. A pesar de la oposición de su padre (a quien nunca acabó de satisfacer la conducta de su hijo en este punto), y de otros amigos, se mantuvo Martín firme en su resolución, y se dedicó, una vez realizado su propósito, a alcanzar la verdadera paz del alma y el espíritu de su nueva vocación. Ya entonces empezó a sufrir escrúpulos,

tristezas y temores excesivos a propósito de su predestinación, y tanto su maestro de novicios (de quien después afirmó “que a pesar de la maldita capucha, era un varón excelente y verdadero cristiano”), como el vicario general de los agustinos alemanes, Staupitz, le dieron muv acertados consejos para que se librara de esas penosas congojas del espíritu: pero él, dejándose llevar de su propio parecer, y por cierta afición morbosa, a semejantes dudas y preocupaciones, no se aquietaba del todo con las reglas e instrucciones recibidas. A pesar de estas luchas internas, permaneció constante en su decisión de abrazar la vida religiosa, y como, por otra parte, los superiores de la orden estaban satisfechos de su conducta, concluido el año del noviciado, hizo su profesión, y no mucho después, se ordenó de sacerdote y dijo su primera misa el 2 de Mayo de 1507; la carta que con esta ocasión escribió al vicario de Eisenach, Juan Braun, muestra que Lutero estaba contento con sa vida monástica.

Empezó en seguida sus estudios teológicos, que continuó en Wittenberg, donde al mismo tiempo era lector de dialéctica y ética; en 1509 obtuvo el título

de Baccalaureus Biblicus, que le daba el derecho de explicar públicamente la Sagrada Escritura. Vuelto a Erfurt, en el otoño del mismo año comenzó explicar el Maestro de las Sentencias. Se ha conservado el texto de que se sirvió Lutero en la cátedra y en él se ven numerosas acotaciones de su puño y letra. Dogmáticamente consideradas, no dan pie a ninguna crítica; pero si llama la atención el lenguaje osado e intemperante del joven profesor, que tan poca instrucción aun tenía en teólogía, contra los filósofos y teólogos de su tiempo y aun contra Escoto, y ya apunta aquí cierta aversión a la escolástica, lo que no es de extrañar, si se tiene en cuenta que reinaba entonces en la enseñaza superior una excesiva inclinación a la sutileza, con daño de la verdadera solidez y profundidad de los estudios. Un indicio de la gran estima de que ya gozaba Lutero entre los suyos nos da la elección que de él se hizo en 1510 ó 1511, para ir a Roma defender la causa de los Conventos de la Observancia contra los ataques del grupo opuesto a la reforma iniciada felizmente por el piadoso Andreas Proles (muerto en 1503). Falso es que el espectáculo de la decadencia religiosa que por aquellos años estaba en su apogeo en Italia debilitara su fe, aunque si hizo en el joven y mal formado religioso malísima impresión y contribuyó sin duda debilitar el fervor y diligencia que tuviera en el cumplimiento de las obligaciones de su estado. Es muy creíble lo que algunos dicen, que Lutero pidió permiso para quedarse por diez años estudiando en Italia sin vestir el hábito religioso, permiso que, por faltar la aprobación de sus inmediatos superiores, le fue negado. Vuelto de Roma. abandonó la causa de la Observancia, y poco después se le ve en Wittenberg, cuyo convento era opuesto a aquella. Aquí obtuvo (18 de Octubre de 1512) el doctorado en teólogía, y empezó a explicar la Escritura, por cuyo estudio siempre había mostrado un interés apasionado, consiguiendo hacerse con un diccionario hebreo, que era una rareza en aquel entonces.

En Wittenberg comenzó a operarse en Lutero aquella evolución ética y doctrinal, cuyo término fue la herejía de la justicia imputativa en el orden intelectual y el quebrantamiento de los lazos que le unían con la Iglesia y de los votos con que se había obligado Dios y su religión. Enemigo decidido de la reforma claustral llamada Observancia, emprendió una activa campana contra sus adversarios (contra “los fariseos y santos fingidos”, como los llamaba), tanto en sus relaciones de cátedra, como en el pulpito; en esta polémica, que, después de elegido vicario del distrito (1515), aumentó en violencia haciendo tanto en sus sermones de aquel tiempo como en sus comentarios a los Salmos (1513-1515) numerosas digresiones sobre este punto, atacando con gran dureza y aun destemplanza, a sus hermanos de religión. Con todo, en sus escritos de este tiempo no se puede decir que haya errores heréticos, propiamente dichos.

Al contrario, en su comentario la epístola de San Pablo a los Romanos, de los años 1515-16, hallase una buena parte de sus errores dogmáticos sin ambigüedad alguna expuestos; la doctrina de la justicia imputativa, según la cual el justo no tiene en sí justicia ni santidad alguna interna, sino que tan sólo se le imputa externamente la santidad y rectitud de Cristo; la enseñanza de que la concupiscencia es la esencia del pecado original, y de que el hombre peca actualmente en todo cuanto hace, pues la concupiscencia, mancha todas sus acciones; la afirmación de la imposibilidad de cumplir la ley de Dios y la negación de la libertad; la negación asimismo de toda distinción entre el pecado mortal y venial y de todo mérito de la vida eterna en el justo: todas estas tesis, fundamentales de la herejía luterana, están claramente expuestas en estas lecciones; lo único que falta para completar el sistema es la doctrina de la apropiación de la justicia de Cristo por la fe y la de la seguridad certísima de la justificación que debe tener todo justo luterano.

Por lo dicho se ve que Lutero, ya antes de la disputa sobre las indulgencias, que comenzó a fines de 1517, había ideado un sistema doctrinal irreconciliable con las enseñanzas infalibles de la Iglesia y que rompía con toda la tradición cristiana acerca de la esencia de la justificación; la disputa tan sólo fue ocasión de que la atención universal se fijara en estos errores, que ya antes había defendido el teólogo de Wittenberg en conclusiones teológicas y en sermones, con no poco escándalo y aun oposición de parte de los que estaban más próximos al teatro de su actividad.

Las causas de este cambio fueron varias. Lutero concibió muy pronto una profunda aversión la filosofía y teología escolásticas, que no conoció sino por medio de los representantes de las mismas en el tiempo de su decadencia; nunca procuró obtener una idea más exacta de sus doctrinas en los grandes doctores del siglo XIII Tomás de Aquino, Buena Ventura y Escoto, y así, en sus escritos posteriores se hallan doquiera huellas indudables de su absoluta ignorancia en estas materias. Comprueba la verdad de esta apreciación lo que afirmó varias veces Lutero acerca de la justicia de Dios, ó sea, que antes de él, nadie la había entendido en el sentido de justicia que Dios da al hombre, sino en el de justicia vindicativa; siendo así que todos los comentadores de la Edad Media, incluso aquellos cuyas obras, como profesor, tenía que leer Lutero, enseñan todo lo contrario, pues no hay ninguno que no entienda que el lugar citado habla de la justicia que Dios infunde en nuestras almas para santificarlas y asemejarlas a la naturaleza divina en cuanto lo sufre la naturaleza criada, y ninguno interpreta la justicia de que allí se habla (si se exceptúa tal vez a Abelardo) de la justicia vindicativa de Dios. Al mismo tiempo que Lutero descuidaba por completo el estudio más profundo de la escolástica se dedicaba con pasión al estudio de la Biblia, y a la lectura de algunos escritos de San Agustín, de Tauler y de la obra Teología alemana, en que se expone la doctrina mística, pero con expresiones nebulosas. De estas obras apenas retuvo más que el aroma de su lenguaje, no sirviendo ellas sino para acrecentar enormemente la confusión de ideas que durante esta época se agitaban en la cabeza de Lutero con la fuerza de un torbellino.

A estas causas de orden especulativo se juntaron otras de orden práctico: el cargo de vicario de su distrito llevaba aneja la alta dirección de 11 conventos; absorbían, además, Lutero, el tiempo, las prelecciones en la universidad, la dirección espiritual y doctrinal de los jóvenes estudiantes del convento de Wittenberg y las preocupaciones que traía consigo el gobierno y administración económica de este convento en que había 32 sacerdotes y 12 estudiantes, a lo cual hay que añadir que se le llamaba a cada instante para predicar en la iglesia parroquial, y que de gran parte de los sermones dentro del convento se encargaba él. Él mismo decía en una carta de 1516 a su hermano en religión íntimo amigo Lang: “Dos secretarios me hacen falta, apenas hago otra cosa en todo el día que escribir cartas”, y en otro lugar de la misma carta dice: “Raras veces hallo tiempo para rezar las horas canónicas, ni para celebrar, sin contar con las peculiares tentaciones que sufro de parte de la carne, mundo y demonio”. Confirma lo que se dice, del trabajo que pesaba sobre él, el hecho que en una ocasión efectuó la visita de los 11 conventos confiados a su vigilancia en unos dos días, permaneciendo en uno tan sólo una hora. Un cúmulo tal de ocupaciones exteriores ponían evidentemente en peligro la vida interior del joven religioso, si éste no se esforzaba en fortificar su alma con la oración y trato con Dios, y ya se ve por lo que se dijo antes, que no era esta su norma de conducta.

En sus explicaciones de la Escritura seguía atacando sin mesura la conducta de los frailes de la Observancia y desautorizando, con la sugestiva fuerza de su popular elocuencia, el afán y la diligencia en el cumplimiento de las buenas obras y la guarda de las reglas del monasterio. De vez en cuando su conciencia despertaba y se apoderaba de él terribles angustias, tanto de cuerpo como de espíritu; todo lo cual se aumentaba con ataques de escrupulosidad, a que siempre estuvo inclinado. Entonces, según él mismo cuenta, se encerraba en su cuarto y quería, rezando siete veces seguidas el oficio, suplir su negligencia durante toda la semana, hecho que manifiesta al mismo tiempo su ignorancia teológica y confusión de ideas, pues la obligación del rezo no puede cumplirse sino en el día que corresponde.

Lutero había ya defendido, en varias disputas escolásticas, algunas de las ideas indicadas, cuando la predicación por el dominico Tetzel, de una indulgencia recientemente concedida por el papa León X al arzobispo de Maguncia, Alberto de Brandeburgo, le dio ocasión para llamar la atención de toda Alemania hacia sus nuevas teorías teológicas. Había, sin duda, abusos en la concesión y en la predicación de estas indulgencias, y parece cierto que Tetzel se excedió dando por ciertas desde el pulpito algunas doctrinas que no pasaban de ser opiniones de escuela; pero investigaciones modernas han demostrado que Tetzel no era el fraile ignorante y codicioso que aparece en la leyenda protestante, sino un teólogo nada vulgar, religioso de conducta ejemplar y notable predicador.

Lutero no se contentó con desautorizar la predicación de Tetzel en el confesionario y el pulpito, sino que, además, en 31 de Octubre de 1517 colocó a la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg 95 tesis en que atacaba las indulgencias y muchos otros puntos de la doctrina católica, de forma que tendía a enajenar al pueblo de la sede romana. En unas dos semanas dieron las tesis la vuelta de Alemania, encontrando entusiasta acogida en los círculos humanísticos opuestos la Iglesia, sin que faltaran hombres de ideas ortodoxas, pero disgustados con los abusos eclesiásticos existentes, que vieran con gusto el atrevido golpe del joven religioso, cuyos errores no supieron de momento discernir. Le respondió al pronto Tetzel, ayudado de su profesor Wimpina, con otras 122 tesis, tomando parte en la controversia los dominicos Silvester Prierias, maestro del Sacro Palacio, y Hoogstraten, quien poco antes haba sido objeto de incalificables ataques de los humanistas heterodoxos.

El arzobispo Alberto envió un ejemplar de las tesis a Roma, donde al principio se esperó arreglar el asunto por medio de los superiores de la orden; Lutero, sin embargo, con ocasión del capítulo de su orden en Heidelberg, hizo defender (26 de Marzo de 1518) por uno de sus discípulos algunos de los puntos más salientes de su doctrina y escribió una defensa de sus tesis que llamó Resolutiones, que envió al Papa (30 de Mayo) con una carta muy humilde y aun servil en la forma, pero en la que decía no poder retractarse. A principios de Julio se la citó comparecer en Roma dentro de sesenta días para responder a los cargos que se habían formulado contra él, pero, por medio de la intervención del duque Federico y otros, se obtuvo que la causa se examinara en Alemania por el legado Cayetano con ocasión de la dieta de Augsburgo. Lutero no quiso retractarse, y después da infructuosas negaciones, en la noche del 20 de Octubre huyó de la ciudad, dejando una apelación “del Papa mal informado, al Papa bien informado”. El 28 de Noviembre del mismo año apeló a un Concilio Universal, paso que ya entonces estaba prohibido bajo graves penas, pues sin otros inconvenientes, hacia imposible el castigo de ningún perturbador de la vida cristiana.

Infructuosa y contraproducente resultó la misión del camarero secreto Militz: Federico de Sajonia, a pesar de haber recibido, después de repetidas peticiones, la rosa de oro, apoyaba secretamente a Lutero quien, en las negociaciones de Altenburg prometió, a lo más, callar, si callaban también sus adversarios. Un paso más, y éste de importancia decisiva, dio en la disputa de Leipzig. En esta lucha teológica procurada, no por Eck, sino por Carlstadt y Lutero, se disputó desde el 21 de Junio hasta el 4 de Julio. El primero, que era vicecanciller de la universidad de Ingolstadt, ganó sin dificultad la victoria. En 4 de Julio entró en la liza Lutero misino y duró la discusión hasta el 14 del mismo mes, girando sobre la autoridad de la Iglesia en materias de fe. Lutero era indiscutiblemente un gran orador y su elocuencia tribunicia ejercía gran fascinación sobre las masas, pero era cosa muy distinta cruzar armas con un hombre como Eck, delante de un auditorio culto e inteligente. La imperturbable serenidad, profunda y sólida erudición teológica, portentosa memoria e indiscutible habilidad dialéctica, aseguró sin duda la victoria del teólogo de Ingolstadt, quien de tal manera supo acosar su contrincante, que le arrancó la gravísima afirmación de que ni el Papa ni los Concilios ecuménicos eran infalibles v que debía prevalecer sobre sus decisiones la opinión de un solo cristiano que trajese en su favor mejores argumentos. Era la primera vez que afirmaba Lutero, sin ver todo su alcance, el famoso principio del juicio privado en materias religiosas. Muchos comenzaron a ver claro adonde iba a parar el temerario doctor agustiniano, y él mismo quedó muy descontento del resultado de la disputa.

Avanzando siempre en el terreno de la lucha contra la Iglesia, se alió con los nobles revolucionarios Sickingen, Hutten y Schaumburg, y no tardaron en ver la luz tres escritos populares que se han llamadó los escritos reformatorios en que rompió abiertamente con la Iglesia; son éstos, el manifiesto a la Nobleza Alemana, Del cautiverio de Babilonia en la Iglesia, y De la libertad del hombre cristiano. En el primero niega la distinción entre el estado eclesiástico y el seglar, el poder del Papa de convocar los Concilios y de interpretar infaliblemente las Escrituras; excita al Estado que reforme por sí y ante sí las cosas eclesiásticas, que se apodere de los Estados Pontificios y demás bienes eclesiásticos, que se quiten los días de fiesta trasladándolos los domingos; los ayunos deben declararse libres, desterrarse la enseñanza de la escolástica de las universidades y permitirse al clero el matrimonio. En el segundo, después de exponer que la Iglesia se halla padeciendo un humillante cautiverio en poder de los pontífices romanos, reduce los sacramentos a dos o tres; en el último expone su teoría de la justificación por la fe.

Entretanto se había terminado el proceso de Lutero en Roma en que contribuyeron las Actas de la Disputa de Leipzig llevadas Roma por Eck y en la bula Exurge, del 15 de Junio de 1520, León X condenó 41 proposiciones de Lutero, amenazándole con la excomunión, si no se retractaba dentro de sesenta días. Respondió Lutero con el escrito Contra la Bula del Anticristo, y quemó la bula con un ejemplar del Corpus juris canonici, públicamente en Wittenberg en 10 de Diciembre de 1520.

No tardó en seguir a la condenación papal, la sentencia también condenatoria del poder civil, que se dio en la dieta de Worms (1521), en donde, protegido por el salvoconducto del emperador, se presentó Lutero, pero negándose toda retractación. Las famosas palabras, tan comentadas por algunos historiadores protestantes y con las cuales, según ellos, terminó su discurso Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa, no son auténticas. Al retirarse de Worms fue atacado aparentemente por sorpresa, pues lo sabía Lutero de antemano y secuestrado por los soldados del elector Federico, quien le hizo conducir secretamente al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, para que estuviera seguro de las consecuencias del edicto imperial publicado contra su persona. En la soledad de Warthurg, en donde permaneció hasta 1º de Marzo de 1522, se despertó su conciencia, que habla estado como aturdida por la multitud v trascendencia de los sucesos en que acababa de tener tanta participación, y le hizo padecer verdaderas agonías de remordimiento con las terribles preguntas que sin cesarle acosaban “¿acaso, era el él único que iba acertado? ¿qué razones tenía para predicar y urgir tan radicales transformaciones en la cristiandad? ¿no iba a ser responsable delante de Dios de una revolución política y social, de la destrucción de la unidad y caridad cristiana y de la ruina, por consiguiente, de innumerables almas?” Desechó, con todo, estos pensamientos como inspirados por el demonio. A esto se juntó un como incendio de sensualidad, tanto más difícil de vencer, cuanto que al mismo tiempo que abandonaba la oración y demás armas espirituales, propias de tales luchas, soltaba la rienda su desordenada inclinación por los placeres de la mesa: excesos que su vez le produjeron terribles sufrimientos corporales. Todo esto no era muy propósito para suavizar su irascible carácter, y ello bien se echa de ver en los escritos polémicos de este periodo, en que lanza verdaderas oleadas de injurias y vituperios contra todos sus adversarios. En este, tiempo escribió su Opinión sobre las Ordenes Monásticas, que no es sino una exhortación a los sacerdotes religiosos y religiosas a romper el voto de castidad y entrar en el estado de matrimonio. Con una ardorosa impetuosa elocuencia defiende la imposibilidad de resistir a las pasiones sensuales, afirmando que su satisfacción es tan inevitable como la de cualquiera otra necesidad corporal. En esta obra llevó al colmo la inexactitud histórica, la tergiversación y caricatura de la doctrina católica sobre el estado religioso y la ignorancia de los doctores escolásticos quienes quiere combatir. Por desgracia, sus efectos no fueron por eso menos desastrosos; antes de cumplirse el año de su publicación, hacía Staupitz, su antiguo superior, la rara observación, que los más ardientes abogados de las doctrinas de Lutero eran los frecuentadores de casas de dudosa fama; numerosos fueron los religiosos agustinos de ambos sexos que, seducidos por el lenguaje de fuego del reformador y de su propia debilidad, se unieron en sacrílega unión.

Durante su estancia en Wartburg comenzó su traducción de la Escritura al alemán; en tres meses estuvo preparado el Nuevo Testamento que apareció en Septiembre (por lo cual se llamó antonomásticamente Biblia de Septiembre), siendo tal la aceptación que va en Diciembre era necesaria una secunda edición. Difícil sería exagerar sus méritos lingüísticos (según se ve después); pero, considerada desde el punto de vista teológico, las supresiones y adiciones que en el texto figuran, y las tendenciosas y falsas observaciones y notas que lo acompañan, hacen que la traducción carezca de la primera y más esencial condición de esta clase de obras: la fidelidad. El 4 de Agosto de este mismo año envió su respuesta al libro Defensa de los Siete Sacramentos, escrito por el rey de Inglaterra Enrique VIII, en un libelo lleno de verdaderas groserías y que por la pasión que rebosaba puede decirse que contribuyó poderosamente impedir que la Reforma alemana penetrase en el reino insular, por el odio y desprecio que excitó contra su autor en el rey, a pesar de las serviles excusas que más adelante dio Lutero. Su conducta en la controversia con Enrique VIII le creó la enemistad de Erasmo de Rotterdam, cuyo libro De libero arbitrio (1524) contestó Lutero con el De servo arbitrio (Diciembre, 1525).

Entretanto Carlstadt en Wittenberg iba sacando las consecuencias últimas de los principios luteranos y poniéndolas en práctica. El día de Navidad (1521) subió, vestido de seglar, al púlpito, predicó sobre la “libertad evangélica” de comulgar bajo las dos especies, ridiculizó la confesión y absolución y atacó los ayunos como contrarios a la Escritura. Dijo después misa en alemán, dejando a un lado todo lo que se refería a su carácter de sacrificio, omitió la elevación de la Hostia y distribuyó la comunión bajo las dos especies, sin que hubiese precedido confesión; poco después (Enero de 1522) promovió un ataque las imágenes de los santos. Aumentó la confusión la llegada de los profetas de Zwickau que pretendían fundar el reino de Cristo y hacían la guerra toda clase de ciencia y rechazaban el bautismo de los niños. Cuando amenazaba una anarquía completa, abandonó Lutero (1 de Marzo de 1522), su Pathmos (así llamaba a su retiro, de Wartburg); y volviendo Wittenberg, con ocho días de predicación continua, consiguió restablecer de nuevo el orden. Sus escritos desde entonces fueron menos violentos y de tendencia más conservadora. Las obras siguientes se refieren más bien a la organización de la Reforma. Entretanto, los escritos de Lutero habían producido otros resultados no menos temibles para la prosperidad social de su patria, que para su tranquilidad religiosa: entre ellos figura en primer término la Guerra de los campesinos movimiento que no logró apaciguar Lutero, con dos de sus escritos. Mientras Alemania se desgarraba de tan triste manera y en todos los ámbitos de la nación se oían los lamentos de las viudas y huérfanos, preparaba Lutero su matrimonio con la monja cisterciense Catalina de Bora (13 de Junio de 1525), sellando con este sacrilegio su apostasía de la Iglesia. La famosa carta griega de Melancton a Camerario (16 de Junio de 1525) da idea de la impresión que semejante conducta produjo, aun entre sus más allegados.

Lutero se puso ahora enteramente en manos de los príncipes seculares, quienes eran los únicos que podían salvar la naciente institución de la anarquía que le amenazaba. Ya en 1526 se prescribió en la Sajonia electoral una liturgia compuesta por Lutero, y por medio de una visita eclesiástica se implantó por la fuerza en los años siguientes (1527-28); en lugar de las decretales de los papas se sustituyeron las ordenanzas de los príncipes; en Enero de 1529 compuso Lutero el Grande Catecismo, y pocos meses después, al Pequeño Catecismo, que habían de servir de norma para la predicación instrucción de la juventud. Por estos mismos años ardía la disputa entre Lutero por una parte y Carlstadt y Zwinglio por otra, acerca de la presencia real del Señor en la Eucaristía; el reformador sajón haba conservado el artículo de la presencia real, aunque mezclado con sus errores de la impanación y de la ubicuidad de la humanidad del Señor; en cambio los otros, interpretando los textos evangélicos sobre la Eucaristía, como Lutero interpretaba los que se referían al primado del Papa, sacaron en consecuencia que Jesucristo no estaba realmente presente, y que el pan y el vino no eran sino símbolos de Cristo, en quien sólo había que buscar la salvación. Lutero, que no había tenido reparo en preferir sus opiniones particulares las enseñanzas seculares de la Iglesia, no pudo sufrir que otros hombres disintieran de él, y de ahí una polémica de increíble furia en que, como acostumbraba, agotó el diccionario de la injuria contra, sus adversarios, resultando inútiles todos los esfuerzos del landgrave Felipe para unir las dos ramas de los disidentes en el coloquio de Marburgo (1529).

Se prosiguieron en la dieta de Augsburgo (1530) los esfuerzos para conciliar los católicos y protestantes. Lutero no apareció en la dieta, por estar bajo la condenación imperial, pero ejerció gran influjo desde Coburgo, donde moraba. En la Confessio Augustana, escrito preparado principalmente por Melancton, se exponía la nueva fe de la manera más parecida posible con la antigua doctrina católica y se hablaba tan sólo de las principales diferencias disciplinares; la aprobó Lutero, aunque ningún gusto tenia en todos estos conatos de unión. De hecho a nada condujeron todas las deliberaciones, sino a un nuevo escrito de los protestantes refutando la respuesta de los teólogos católicos la Confessio, que se tituló Apología confessionis Augustana. Se formó entonces la Liga de Esmalcalda entre varios príncipes y ciudades para defender la Reforma; al separarse Lutero, enfermo, de sus amigos de Esmalcalda. sus últimas palabras fueron: Deus vos impleat odio Papae (Dios os llene de odio hacia el Papa). Igualmente estériles fueron las reuniones de Hagenau, Worms y Ratisbona (1540-41), pues tales eran las ventajas materiales que los príncipes, ciudades y nobles habían obtenido con la confiscación de los bienes eclesiásticos, que era ilusión pensar en su vuelta la Iglesia; a esto se añadía que el peligro continuo de parte de los turcos ataba las manos al emperador para tomar medidas enérgicas contra los innovadores. Grandes apuros proporcionó en 1539 a Lutero la aprobación que dio al landgrave de Hesse para contraer segundo matrimonio viviendo aun su primera mujer; al dar la aprobación había pedido con gran instancia que, tanto esta, como el mismo hecho del matrimonio, se mantuvieran del todo secretos; pero no era esa la idea del landgrave, fuera de que un asunto en que tantos habían de intervenir, no podía tardar mucho tiempo en hacerse público. Melancton se puso mal de vergüenza; Lutero, sin embargo, aconsejó al landgrave que lo negara todo, llegando a decir a los consejeros hessianos en Eisenach (1540) “¿qué daño se conseguiría si un hombre para llevar a cabo cosas buenas y por el bien de la Iglesia cristiana, dijera una buena y fuerte mentira?” Ddoctrina que tenía fundamento en otros muchos dichos parecidos suyos.

Los últimos años del heresiarca fueron amargados por enfermedades crónicas, por el espectáculo de la horrorosa corrupción moral, consecuencia de la Reforma, por la defección de muchas de las personas más influyentes que al principio se habían adherido al movimiento, pero después, disgustadas por los amargos frutos, se fueron retirando y, finalmente, por las luchas que tenía o imaginaba tener con el demonio, de las cuales salía extenuado (física y moralmente. Le volvieron a angustiar de nuevo con terrible intensidad las dudas sobre la verdad de su misión, persiguiéndole el pensamiento “toda esta confusión la has producido tú“.

En este estado de desequilibrio moral, escribió su último ataque al pontificado Contra el Papado establecido por el demonio (1545); verdadero libelo difamatorio; como ilustración se publicaron las famosas caricaturas del Papa por Lucas Cranach, con versos aclaratorios por Lutero. La bajeza de esta publicación fue tal, que los mismos amigos del exfraile se apresuraron a suprimirla tan pronto como pudieron. Murió en la mañana del 18 de Febrero de 1546 de un ataque de apoplejía, en su pueblo natal de Eisleben, adonde había ido para apaciguar ciertas discusiones entre los condes de Mansfeld.

Lutero tuvo de su mujer tres hijos y una hija: Juan (nacido en 1526 y muerto en 1575), fue consejero de los hijos del príncipe elector Juan Federico, y después estuvo a las órdenes del duque Alberto de Prusia; Martín (nacido en 1531 y muerto en 1565), que fue teólogo; Pablo (nacido en 1533 y muerto en 1593), que fue médico de la corte sajona; Margarita, que al casarse tomó el nombre de Künhim.

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4º A y 4º C




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Enviado por:Valjham
Idioma: castellano
País: España

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