Biografía


Miguel de Cervantes


Cervantes en su vivir

Infancia

Cervantes nació en Alcalá de Henares (Madrid), se cree que fué el 29 de Septiembre de 1547 (Día de San Miguel). El 9 de Octubre fué bautizado bajo el nombre de Miguel de Cervantes Saavedra. Nacido después de dos hermanas mayores, Andrea y Luisa, Miguel es el tercero de los cinco hijos que tuvo el cirujano -si no nombramos dos más, que murieron en la infancia-. Un hermano menor, Rodrigo, así como una hermana, Magdalena, vendrán luego a completar el cuadro.

Su abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, fue abogado y familiar de la Inquisición y, la mujer de éste, Leonor de Torreblanca, pertenecía a una familia de médicos cordobeses. En cuanto a Rodrigo, el padre de Miguel, se casa hacia 1542 con Leonor de Cortinas, perteneciente a una familia de campesinos oriundos de Castilla la Vieja; teniendo éste un modesto oficio de cirujano itinerante.

De los veinte primeros años de su vida y, más especialmente, de su formación académica, no se sabe nada seguro. Tampoco se puede asegurar que compartiera las estancias sucesivas de su padre, primero en Córdoba y luego en Sevilla: el testimonio de Berganza, en El coloquio de los perros, no basta para afirmar que Miguel fuera alumno del colegio fundado allí por los PP. Jesuitas. Cervantes se encuentra instalado con su familia en Madrid en 1566.

Tres años después, Cervantes inicia su carrera de escritor con cuatro composiciones poéticas incluidas por su maestro, el humanista Juan de López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa, en la Relación oficial que se publica con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois. En ella el editor le llama «caro y amado discípulo», sin que esta breve mención nos permita apreciar el grado de estudios alcanzado por un muchacho que no llegó a matricularse en ninguna Universidad, recibiendo, en el siglo XVIII, el calificativo, a todas luces inexacto, de «ingenio lego».

Al volver a Madrid tras la batalla de Lepanto y el cautiverio, inicia una vida marcada por varios episodios íntimos: unos presuntos amores con una tal Ana de Villafranca, también llamada Ana Franca de Rojas, esposa de un tabernero, que le dará una hija natural, Isabel, nacida en otoño de 1584; y, en diciembre del mismo año, su unión por legítimo matrimonio con Catalina de Salazar, hija de un hidalgo recién fallecido de Esquivias, tierra de viñedos y olivares. Este casamiento le lleva a afincarse en el pueblo de su mujer, sin perder por ello contacto con los medios literarios de la Corte.

Lepanto

El mismo año en que esta relación sale de las prensas, Cervantes se va a Roma: partida repentina, ocasionada tal vez, por una provisión real encontrada en el siglo XIX en el Archivo de Simancas, por un duelo en el que resultó herido Antonio de Sigura, un maestro de obras que pasaría más tarde a ocupar el cargo de intendente de las construcciones reales. A juzgar por el contenido del documento, el culpable -un tal Miguel de Cervantes, estudiante- había huido a Sevilla y era condenado en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano derecha y a ser desterrado del reino por diez años. Fuese o no autor de dicha herida, Miguel, quizá recomendado por uno de sus parientes lejanos, el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete, pasa unos meses en Roma, al servicio del joven cardenal Acquaviva, como se infiere de sus posteriores confidencias a Ascanio Colonna, en la dedicatoria a La Galatea.

Pero pronto abraza la carrera de las armas, en una fecha incierta, aunque parece situarse en el verano de 1571, alistándose en la compañía de Diego de Urbina, en la que ya militaba su hermano Rodrigo. Esta determinación, tomada en el momento en que la Armada de la Santa Liga, a las órdenes de don Juan de Austria, va a hacer frente a la amenaza turca, acrecentada por la conquista de Chipre, le lleva a embarcarse en la galera Marquesa, llegando a combatir -«muy valientemente», al decir de sus compañeros- en la batalla de Lepanto. En esta circunstancia, a pesar de padecer calentura, se niega a «meterse so cubierta», ya que «más quería morir peleando por Dios e por su rey»; y, en el puesto de combate que se le asigna -el lugar del esquife-, situado en la popa del navío y particularmente peligroso, recibe dos disparos de arcabuz en el pecho, en tanto que un tercero le hace perder el uso de la mano izquierda; de ahí el sobrenombre que le daría la posteridad: «El manco de Lepanto».

Una vez recuperado de sus heridas en Mesina, Cervantes toma parte en las acciones militares llevadas con desigual fortuna, en 1572 y 1573, por don Juan de Austria en Navarino, Corfú y Túnez. Profundamente marcado por sus años de Italia, donde transcurre parte de la acción de varias de sus novelas (Curioso impertinente, Licenciado Vidriera, Persiles y Sigismunda, etc.), parece haber conservado especial recuerdo de los meses pasados en Nápoles: allí se le supone introducido en varios círculos literarios, llegando tal vez a conocer al pensador antiescólastico Bernardino Telesio, metamorfoseado, en La Galatea, en la noble y ambigua figura del sacerdote Telesio.

Finalmente, decide regresar a España para conseguir el premio de sus servicios, con cartas de recomendación de don Juan y del duque de Sessa. El 26 de septiembre de 1575, la galera El Sol, en la que había embarcado tres semanas antes, cae en manos del corsario Arnaut Mamí, no en las inmediaciones de las Tres Marías, como se pensó hasta hace poco, sino, como ha demostrado Juan Bautista Avalle Arce, a la altura de las costas catalanas, no lejos de Cadaqués.

Cautiverio

Llevado a Argel como esclavo, Cervantes padece un cautiverio de cinco años que dejará profunda huella en su obra, y muy especialmente en sus comedias de ambiente argelino -Los tratos de Argel y Los baños de Argel- así como en el cuento del Cautivo, interpolado en la Primera parte del Quijote. Este cautiverio corresponde a un período que conocemos en sus grandes líneas: gracias a las declaraciones reunidas en las dos informaciones que, en 1578 y 1580, se hicieron a petición de Cervantes, las cuales recogen deposiciones de amigos y compañeros de milicia y esclavitud; gracias también a las pruebas que se conservan de las gestiones emprendidas por la familia de Miguel para obtener su rescate y el de su hermano; gracias, por último, a los datos que nos facilita la Topographía e historia general de Argel, publicada en 1612 a nombre de fray Diego de Haedo, pero que, en años más recientes, ha sido parcialmente atribuida por algunos al Dr. Antonio de Sosa, compañero del futuro autor del Quijote, y por otros al propio Cervantes: una obra de sumo interés, en la que se nos dice que del cautiverio y hazañas del manco de Lepanto «pudiera hacerse particular historia».

Entre estas hazañas cabe destacar sus cuatro intentos frustrados de evasión, dos por tierra, y dos por mar, en las cuales siempre quiso asumir la responsabilidad exclusiva de las acciones. La última vez, en noviembre de 1579, es denunciado por un dominico oriundo de Extremadura, el doctor Juan Blanco de Paz, y comparece ante Hazán bajá, rey de Argel, que tenía fama de vengativo y cruel. Sin embargo, no se le castiga con muerte. La razón que se nos da -«porque hubo buenos terceros»- tal vez remita a una posible colaboración en los contactos de paz que los turcos intentaron establecer entonces con Felipe II, por medio de un renegado esclavón, llamado Agi Morato, incorporado más tarde por el escritor a sus ficciones.

Finalmente, en tanto que su familia realiza grandes esfuerzos por conseguir su libertad, es rescatado el 19 de septiembre de 1580, al precio de 500 ducados, por los PP. Trinitarios.

Retorno a las letras

Cervantes se mete en la industria del espectáculo, este esfuerzo que no dio los resultados esperados, con varias piezas, de entre las cuales dos nos han llegado en copias manuscritas: El trato de Argel, inspirado en los recuerdos del cautiverio argelino, y la Numancia. Pero mal se puede apreciar, por falta de testimonios, la acogida que recibieron del público, a pesar de haber sido representadas, si hemos de creer al autor, «sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza». Por otra parte, se ignora el paradero de las veinte o treinta comedias que Cervantes declara haber compuesto por aquellos años, limitándose a darnos el título de diez de estas obras. Pero, sea de ello lo que fuere, el hecho es que él mismo evocaría, no sin nostalgia y decepción, aquellos tiempos en el prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses.

De modo simultáneo, redacta la Primera parte de la Galatea, dividida en seis libros y que, en marzo de 1585, sale de las prensas al cuidado del librero Blas de Robles: un hito significativo en la trayectoria de la narrativa pastoril, inaugurada a mediados del siglo XVI por La Diana de Montemayor. Cervantes, años más tarde, recordará con ironía los tópicos del género en El Coloquio de los perros.

No obstante, La Galatea es más que una obra de mero principiante: expresa en una mezcla de prosa y versos intercalados, a través de la búsqueda de una imposible armonía de almas y cuerpos, el sueño de la «Edad de Oro».

Comisiones andaluzas

A principios de junio de 1587, se encuentra Cervantes en Sevilla, tras haberse despedido de su mujer en circunstancias mal conocidas. Tal vez frustrado en sus aspiraciones literarias, y poco dispuesto a dedicar el resto de su vida al cuidado de los olivos y viñedos de su suegra, tal vez atraído por ocupaciones más acordes con su deseo de independencia, aprovecha los preparativos de la expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II, para conseguir un empleo de comisario, encargado del suministro de trigo y aceite a la flota, bajo las órdenes del comisario general Antonio de Guevara.

Proveído con este cargo, recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y canónigos prebendados, aun más reticentes después del desastre, en el verano de 1588, de la Armada Invencible. Deseoso de conseguir un oficio en el Nuevo Mundo, presenta el 21 de mayo de 1590, acompañado con su hoja de servicios, una demanda al Presidente del Consejo de Indias, destinada al Rey. En ella menciona, entre «los tres o cuatro que al presente están vaccos», «la contaduría del nuevo reyno de Granada», la «gobernación de la provincia de Soconusco en Guatemala», el de «contador de la galeras de Cartagena» y el de «corregidor de la ciudad de la Paz», concluyendo que «con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo, inserta al margen del documento una negativa expresada en los siguientes términos: «Busque por acá en que se le haga merced».

Por sus experiencias vivídas en Sevilla aprovechó y elavoró algunas de sus obras de ambiente sevillano, como la comedia de El Rufián dichoso o, entre las Novelas ejemplares, El Celoso extremeño, Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros.

Encarcelamiento

En agosto de 1594 se ofrece a Miguel de Cervantes Saavedra que ostenta desde hace cuatro años un segundo apellido, tomado sin duda de uno de sus parientes lejanos una nueva comisión que lo lleva a recorrer el reino de Granada, con el fin de recaudar dos millones y medio de maravedís de atrasos de cuentas. Al cabo de sucesivas etapas en Guadix, Baza, Motril, Ronda y Vélez-Málaga, marcadas por enojosas complicaciones, finaliza su gira y regresa a Sevilla. Es entonces cuando la bancarrota del negociante Simón Freire, en cuya casa había depositado las cantidades recaudadas, incita a su fiador, el sospechoso Francisco Suárez Gasco, a pedir su comparecencia. Pero el juez Vallejo, encargado de notificar esta orden al comisario, lo envía a la cárcel real de Sevilla, cometiendo, por torpeza o por malicia, un auténtico abuso de poder.

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río, la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

No conocemos la fecha exacta en que Cervantes recobró la libertad. Pero conservamos la respuesta del rey a su demanda, por la que se conminaba a Vallejo soltar al prisionero a fin de que se presentara en Madrid en un plazo de treinta días. No se sabe si éste cumplió el mandamiento, pero al parecer, se despide definitivamente de Sevilla en el verano de 1600, en el momento en que baja a Andalucía la terrible peste negra que, un año antes, había diezmado Castilla.

En la Villa y Corte

Tras el regreso de la Corte a Madrid, Cervantes se establece con su familia en el barrio de Atocha. Un año más tarde, se muda a la calle de la Magdalena, y luego, en 1610, a la calle de León, en lo que se llamaba entonces el «barrio de las Musas». En los primeros meses de 1612, se traslada a una casa próxima, en la calle de las Huertas. Por fin, en el otoño de 1615, abandona esta morada por otra, situada en la esquina de la calle de Francos y de la calle de León.

Durante aquellos ocho años que le quedan de vida, no se aventura mucho fuera de la capital, salvo para breves estancias en Alcalá y Esquivias. La única circunstancia en la que su destino estuvo a punto de tomar otro rumbo fue, en la primavera de 1610, abrigó el sueño de formar parte de su corte literaria del conde de Lemos, pero no consiguió la confirmación de sus promesas.

Varios acontecimientos de índole familiar marcan la vida del escritor durante esos años: en primer lugar, sus desavenencias con su hija Isabel y sus dos yernos sucesivos por asuntos de dinero y por la posesión de una casa situada en la calle de la Montera; y luego, una sucesión de muertes: la de su hermana mayor, Andrea, ocurrida súbitamente en octubre de 1609, la de su nieta Isabel Sanz, seis meses más tarde, y la de Magdalena, su hermana menor, en enero de 1610.

El taller cervantino

Ahora bien, lo que más llama nuestra atención, durante estos años, es el retorno definitivo del escritor a las letras, en un momento en que su fama empieza a extenderse más allá de los Pirineos.

La Galatea fué una de sus primeras novelas publicada en Alcalá de Henares en el año 1585 con el título de Primera parte de la Galatea, dividida en seis libros. Pero la obra ya estaba escrita tiempo antes, es de supones que Cervantes las redactó cuando volvió a Madrid después de su cautiverio en Argel (en Diciembre de 1580), puede colocarse entre primeros de 1581 y finales de 1583

Mientras, salen a luz nuevas ediciones del Quijote -en Bruselas en 1607, en Madrid en 1608-, Thomas Shelton pone en el telar The Delightful History of the Valorous and Witty Knigh-Errant Don Quixote of the Mancha, en una sabrosa versión inglesa que aparecerá en 1612. Por su parte, en 1611, César Oudin comienza a verter el Quijote a lengua francesa: necesitará cuatro años para rematar su tarea.

Entretanto, Cervantes acaba de componer las doce obras que van a formar la colección de las Novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo; El celoso extremeño; La Gitanilla; El coloquio de los Perros; El amante liberal; La Española Inglesa; El licenciado Vidriera; La fuerza de la sangre; La ilustre fregona; Las dos doncellas; La señora Cornelia; y El casamiento engañoso.

Nada más salir de la imprenta, las novelas cervantinas van a conocer un éxito fulgurante: mientras se publican en España cuatro ediciones en diez meses, a las que seguirán veintitrés más al hilo del siglo, los lectores franceses le rinden un auténtico culto: traducidas en 1615 por Rosset y d'Audiguier, reeditadas en ocho ocasiones durante el siglo XVII, las Novelas ejemplares, abiertamente preferidas al Quijote, serán el libro de cabecera de todos los que presumen de practicar el español.

Cervantes prosigue esta labor creadora en un momento en que la pasión por el teatro, vivida por él desde la adolescencia, se ha apoderado de España entera. Las reticencias de Cervantes ante la comedia lopesca nos permiten entender el rechazo que, desde de su regreso a Madrid, recibió de los profesionales del gremio -los todopoderosos «autores de comedias»- que se negaron a incorporar a su repertorio las obras que había compuesto al volver a su «antigua ociosidad». Queda patente su desilusión, tal como la confiesa con acento conmovedor en lo que será el prólogo a sus Ocho comedias. Así se nos explica su decisión de prescindir de los comediantes. El 22 de julio de 1614, en la Adjunta al Parnaso, había revelado su nuevo designio: en vez de hacer representar sus piezas, darlas a la imprenta, ofreciéndolas a un público de lectores adictos. En septiembre de 1615, se cumple esta insólita determinación, el librero Juan de Villarroel pone en venta un volumen titulado, de modo significativo, Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.

Las obras así reunidas se compusieron, al parecer, en distintos momentos, sin que nos sea posible reconstruir su cronología. Pero no hay duda de que su publicación las salvó de un irremediable olvido.

Avellaneda

Va a hacer, durante aquellos años, la continuación de las aventuras de don Quijote y Sancho: una Segunda parte anunciada por el autor al final de la Primera, con la promesa de que la última salida del ingenioso hidalgo acabaría con su muerte. Se suele afirmar que inició su redacción pocos meses después del regreso a Madrid, tal vez a petición de Robles. En el verano de 1613, Cervantes informaba a su lector que pronto iba a ver la segunda parte de las hazañas de don Quijote y Sancho Panza. Un año más tarde, durante el verano de 1614, en poco más de dos meses, no redacta menos de 23 capítulos. Es entonces cuando aparece en Tarragona, al cuidado del librero Felipe Robert, el Segundo tomo de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas.

Este Quijote apócrifo era producto de una superchería, corroborada por una cascada de falsificaciones que afectan a la vez a la aprobación del libro, al permiso de impresión, al nombre del impresor y al lugar de publicación. Además, el nombre de Avellaneda no era más que una máscara, detrás de la cual se escondía un desconocido que, hasta la fecha no se ha podido identificar.

Cualquiera que sea la identificación propuesta, el prólogo de Avellaneda, hirió profundamente a Cervantes, al invitarle a bajar los humos y mostrar mayor modestia, además de burlarse de su edad y acusarle, sobre todo, de tener «más lengua que manos», concluyendo con la siguiente advertencia: «Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus Novelas: no nos canse».

Cervantes contestó con dignidad a estas acusaciones. Primero, reivindica en el prólogo su manquedad, nacida, según adelantamos, «en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros»; luego, en la misma narración, hace que don Quijote llegue a hojear el libro de Avellaneda, al coincidir en una venta con dos de sus lectores, decepcionados por las necedades que acaban de leer; por fin, incorpora a la trama del suyo a don Álvaro Tarfe, uno de los personajes inventados por el plagiario, dándole oportunidad para conocer al verdadero don Quijote y comprender que el héroe de Avellaneda se hizo pasar por otro que él.

Este último episodio es inmediatamente anterior al fin de las aventuras verdaderas del caballero. En enero de 1615, quedan concluidos los últimos capítulos del libro. A finales de octubre, están redactados el prólogo y la dedicatoria al conde de Lemos. En los últimos días de noviembre sale a luz la Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quixote de la Mancha. Por Miguel de Cervantes, autor de su primera parte.

Agonía y muerte

Durante los últimos meses de su vida, Cervantes dedica las pocas fuerzas que le quedan a concluir otra empresa iniciada hace tiempo, luego suspendida durante años, y que quiere ahora llevar a su término: Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Tras prometer el Persiles, año tras año, en el prólogo de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso y la dedicatoria de la Segunda parte del Quijote, Cervantes concluye su redacción cuatro días antes de su muerte. Será su viuda la que entregue el manuscrito a Villarroel, quien lo publicará póstumo, en enero de 1617.

El viernes 22 de abril, Miguel de Cervantes rinde el último suspiro. Al día siguiente, en los registros de San Sebastián, su parroquia, se consigna que su muerte ha ocurrido el sábado 23. Cervantes fue inhumado en el convento de las Trinitarias, según la regla de la Orden Tercera, con el rostro descubierto y vestido con el sayal de los franciscanos. Pero sus restos fueron dispersados a finales del siglo XVII, durante la reconstrucción del convento. En cuanto a su testamento, se perdió.




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Enviado por:Lily
Idioma: castellano
País: España

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