Literatura


Literatura hispanoamericana contemporánea


Literatura de los pueblos de México, Centroamérica, Sudamérica y el Caribe cuya lengua madre es el español. Su historia, que comenzó durante el siglo XVI, en la época de los conquistadores, se puede dividir a grandes rasgos en cuatro periodos. Durante el periodo colonial fue un simple apéndice de las literaturas, pero con los movimientos de independencia que tuvieron lugar a comienzos del siglo XIX, entró en un segundo periodo dominado por temas patrióticos. Sin embargo, durante la etapa de consolidación nacional que siguió al periodo anterior, experimentó un enorme auge, hasta que alcanzó su madurez a partir de la década de 1910, llegando a ocupar un significativo lugar dentro de la literatura universal. La producción literaria de los países latinoamericanos forma un conjunto armónico, a pesar de las diferencias y rasgos propios de cada país.

Las primeras obras de la literatura latinoamericana pertenecen tanto a la tradición literaria española como a la de sus colonias de ultramar. Así, los primeros escritores americanos —como el soldado y poeta español Alonso de Ercilla y Zúñiga, creador de La Araucana (1569-1589), una épica acerca de la conquista del pueblo araucano de Chile por parte de los españoles— no habían nacido en el Nuevo Mundo.

Las guerras y la cristianización del recién descubierto continente no crearon un clima propicio para el cultivo de la poesía lírica y la narrativa, por lo cual la literatura latinoamericana del siglo XVI sobresale principalmente por sus obras didácticas en prosa y por las crónicas. Especialmente destacadas en este terreno resultan la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España (1632), escrita por el conquistador e historiador español Bernal Díaz del Castillo, lugarteniente del explorador también español Hernán Cortés, y la historia en dos partes de los incas de Perú y de la conquista española de este país, Comentarios reales (1609 y 1617), del historiador peruano Garcilaso de la Vega, el Inca. Las primeras obras teatrales escritas en Latinoamérica, como Representación del fin del mundo (1533), sirvieron como vehículo literario para la conversión de los nativos.

El espíritu del renacimiento español, así como un exacerbado fervor religioso, resulta evidente en los textos de comienzos del periodo colonial, en el que los más importantes difusores de la cultura eran los religiosos, entre los se encuentran el misionero e historiador dominico Bartolomé de Las Casas, que vivió en Santo Domingo y en otras colonias del Caribe; el autor teatral Hernán González de Eslava, que trabajó en México, y el poeta épico peruano Diego de Hojeda.

México (actualmente Ciudad de México) y Lima, las capitales de los virreinatos de Nueva España y Perú, respectivamente, se convirtieron en los centros de toda la actividad intelectual del siglo XVII, y la vida en ellas, una espléndida réplica de la de España, se impregnó de erudición, ceremonia y artificialidad. Los criollos superaron a menudo a los españoles en cuanto a la asimilación del estilo barroco predominante en Europa. Esta aceptación quedó de manifiesto, en el terreno de la literatura, por la popularidad de las obras del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca y las del poeta, también español, Luis de Góngora, así como en la producción literaria local. El más destacado de los poetas del siglo XVII en Latinoamérica fue la monja mexicana Juana Inés de la Cruz, que escribió obras de teatro en verso, de carácter tanto religioso —por ejemplo, El divino narciso (1688)— como profano. Escribió asimismo poemas en defensa de las mujeres y obras autobiográficas en prosa acerca de sus variados intereses. La mezcla de sátira y realidad que dominaba la literatura española llegó también al Nuevo Mundo, y allí aparecieron, entre otras obras, la colección satírica Diente del Parnaso, del poeta peruano Juan del Valle Caviedes, y la novela Infortunios de Alonso Ramírez (1690), del humanista y poeta mexicano Carlos Sigüenza y Góngora.

En España, la dinastía Borbón sustituyó a la Habsburgo a comienzos del siglo XVIII. Este acontecimiento abrió las colonias, con o sin sanción oficial, a las influencias procedentes de Francia, influencias que quedaron de manifiesto en la amplia aceptación del neoclasicismo francés y, durante la última parte del siglo, en la extensión de las doctrinas de la ilustración. Así, el dramaturgo peruano Peralta Barnuevo adaptó obras teatrales francesas, mientras que otros escritores, como el ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa Cruz y el colombiano Antonio Nariño, contribuyeron a la difusión de las ideas revolucionarias francesas hacia finales del siglo.

Durante esta segunda época, surgieron nuevos centros literarios. Quito en Ecuador, Bogotá en Colombia y Caracas en Venezuela, en el norte del continente, y, más adelante, Buenos Aires, en el sur, comenzaron a superar a las antiguas capitales de los virreinatos como centros de cultura y creación y edición literarias. Los contactos con el mundo de habla no hispana se hicieron cada vez más frecuentes y el monopolio intelectual de España comenzó a decaer.

El periodo de la lucha por la independencia ocasionó un denso flujo de escritos patrióticos, especialmente en el terreno de la poesía. La narrativa, censurada hasta el momento por la corona de España, comenzó a cultivarse y, en 1816, apareció la primera novela escrita en Latinoamérica —Periquillo sarniento, del escritor y periodista mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi. En ella, las aventuras de su protagonista enmarcan numerosas vistas panorámicas de la vida colonial, que contienen veladas críticas a la sociedad. La literatura y la política estuvieron íntimamente relacionadas durante este periodo en que los escritores asumieron actitudes similares a las de los tribunos republicanos de la antigua Roma. Desde sus inicios dan claras muestras de su preocupación por destacar los aspectos costumbristas de la realidad así como de su interés por los problemas de la crítica social y moral. El poeta y cabecilla político ecuatoriano José Joaquín Olmedo alabó al líder revolucionario Simón Bolívar en su poema `Victoria de Junín' (1825), mientras que el poeta, crítico y erudito venezolano Andrés Bello ensalzó la agricultura tropical en su poema Silva (1826), similar a la poesía bucólica del poeta clásico romano Virgilio. El poeta cubano José María Heredia se anticipó al romanticismo en poemas como Al Niágara (1824), escrito durante su exilio en los Estados Unidos. Hacia ese mismo año, en el sur, comenzó a surgir una poesía popular anónima, de naturaleza política, entre los gauchos de la región de La Plata.

Durante el periodo de consolidación que siguió al anterior, las nuevas repúblicas tendieron a dirigir su mirada hacia Francia aún más que hacia España, aunque con nuevos intereses regionalistas. Las formas neoclásicas del siglo XVIII dejaron paso al romanticismo, que dominó el panorama cultural de Latinoamérica durante casi medio siglo a partir de sus inicios en la década de 1830. Argentina entró en contacto con el romanticismo franco-europeo de la mano de Esteban Echeverría y, junto con México, se convirtió en el principal difusor del nuevo movimiento. Al mismo tiempo, la tradición realista hispana halló continuación a través de las obras llamadas costumbristas (que contenían retratos de las costumbres locales).

La consolidación económica y política y las luchas de la época influyeron en la obra de numerosos escritores. Muy destacable fue la denominada generación romántica argentina en el exilio de oponentes al régimen (1829-1852) del dictador Juan Manuel de Rosas. Este grupo, muy influyente también en Chile y Uruguay, contaba (además de con Echeverría) con José Mármol, autor de una novela clandestina, Amalia (1855), y con el educador (más adelante presidente de Argentina) Domingo Faustino Sarmiento, en cuyo estudio biográfico-social Facundo (1845) sostenía que el problema básico de Latinoamérica era la gran diferencia existente entre su estado primitivo y las influencias europeas.

En Argentina, las canciones de los bardos gauchos fueron dejando paso a las creaciones de poetas cultos como Hilario Ascasubi y José Hernández que usaron temas populares para crear una nueva poesía gauchesca. El Martín Fierro (1872) de Hernández, en el que narra la difícil adaptación de su protagonista a la civilización, se convirtió en un clásico nacional, y los temas relacionados con los gauchos pasaron al teatro y a la narrativa de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil.

La poesía en otras zonas del continente tuvo un carácter menos regionalista, a pesar de que el romanticismo continuó dominando el ambiente cultural de la época. Los poetas más destacados de esos años fueron la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, autora también de novelas, y el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, cuya obra narrativa Tabaré (1886) presagió el simbolismo.

La novela progresó notablemente en este periodo. Así, el chileno Alberto Blest Gana llevó a cabo la transición entre el romanticismo y el realismo al describir la sociedad chilena con técnicas heredadas del escritor francés Honoré de Balzac en su Martín Rivas (1862). Escribió la mejor novela histórica de la época, Durante la reconquista (1897). Por otro lado, María (1867), un cuento lírico sobre un amor marcado por un destino aciago en una vieja plantación, escrito por el colombiano Jorge Isaacs, está considerada como la obra maestra de las novelas hispanoamericanas del romanticismo. En Ecuador, Juan León Mera idealizó a los indígenas de América al situar en la jungla su novela Cumyá (1871). En México el más destacado de los realistas románticos fue Ignacio Altamirano, en la misma época en que José Martiniano Alencar inició el género regional con sus novelas poemáticas e indianistas románticas (cuentos de amor entre indios y blancos), como El Guaraní (1857) e Iracema (1865). La más famosa es Cumandá (1879) del ecuatoriano Juan León Mera. Los novelistas naturalistas, entre los que se contó el argentino Eugenio Cambaceres, autor de Sin rumbo (1885), pusieron de manifiesto en sus obras la influencia de las novelas experimentales del escritor francés Émile Zola.

El ensayo se convirtió en este periodo en el medio de expresión favorito de numerosos pensadores, a menudo periodistas, interesados en temas políticos, educacionales y filosóficos. Un artista y polemista muy característico del momento fue el ecuatoriano Juan Montalvo, autor de Siete tratados (1882), mientras que Eugenio María de Hostos, un educador y político liberal portorriqueño, llevó a cabo su obra en el Caribe y en Chile, y Ricardo Palma creó un tipo de viñetas narrativas e históricas muy peculiar denominada Tradiciones Peruanas (1872).

El modernismo, movimiento de profunda renovación literaria, apareció durante la década de 1880, favorecido por la consolidación económica y política de las repúblicas latinoamericanas y la paz y la prosperidad resultantes de ella. Su característica principal fue la defensa de las funciones estética y artística de la literatura en detrimento de su utilidad para una u otra causa concreta. Los escritores modernistas compartieron una cultura cosmopolita influida por las más recientes tendencias estéticas europeas, como el parnasianismo francés y el simbolismo, y en sus obras fundieron lo nuevo y lo antiguo, lo nativo y lo foráneo tanto en la forma como en los temas.

La mayoría de los modernistas eran poetas, pero muchos de ellos cultivaron, además, la prosa, hasta el punto de que la prosa hispana se renovó al contacto con la poesía del momento. El iniciador del movimiento fue el peruano Manuel González Prada, ensayista de gran conciencia social a la vez que osado experimentador estético. Entre los principales poetas modernistas se encontraban el patriota cubano José Martí, el también cubano Julián del Casal, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José Asunción Silva, aunque fue el nicaragüense Rubén Darío quien se convirtió en el más destacado representante del grupo tras la publicación de Prosas profanas (1896), su segunda obra mayor, y él sería el verdadero responsable de conducir al movimiento a su punto culminante. Solía mezclar los aspectos experimentales del movimiento con expresiones de desesperación o de alegría metafísica, como en Cantos de vida y esperanza (1905), y tanto él como sus compañeros de grupo materializaron el mayor avance de la lengua y de la técnica poética latinoamericana desde el siglo XVII. A la generación más madura pertenecieron escritores como el argentino Leopoldo Lugones y el mexicano Enrique González Martínez, que marcó un punto de inflexión hacia un modernismo más íntimo y trató temas sociales y éticos en su poesía. El uruguayo José Enrique Rodó aportó nuevas dimensiones artísticas al ensayo con su obra Ariel (1900), que estableció importantes caminos espirituales para los autores más jóvenes del momento. Entre los novelistas se encontraban el venezolano Manuel Díaz Rodríguez, que escribió Sangre patricia (1902) y el argentino Enrique Larreta, autor de La gloria de Don Ramiro (1908). El modernismo, que llegó a España procedente de Latinoamérica, alcanzó su punto culminante hacia 1910, y dejó una profunda huella en varias generaciones de escritores de lengua hispana.

Al mismo tiempo, otros muchos escritores ignoraron el modernismo y continuaron produciendo novelas realistas o naturalistas centradas en problemas sociales de alcance regional. Así, en Aves sin nido (1889), la peruana Clorinda Matto de Turner pasó de la novela indianista sentimental a la moderna novela de protesta, mientras que el mexicano Federico Gamboa cultivó la novela naturalista urbana en obras como Santa (1903), y el uruguayo Eduardo Acevedo Díaz escribió novelas históricas y de gauchos.

El relato breve y el teatro maduraron a comienzos del siglo XX de la mano del chileno Baldomero Lillo que escribió cuentos de mineros, como Sub terra (1904), y de la de Horacio Quiroga, autor uruguayo de historias de la jungla quien, en Cuentos de la selva (1918), combinó un enfoque de tipo regional centrado en la relación entre los seres humanos y la naturaleza primitiva, con la descripción de fenómenos psicológicamente extraños en unos cuentos de misterio poblados de alucinaciones, mientras que el dramaturgo Florencio Sánchez enriqueció el teatro de su país con sus obras sociales de carácter local.

La Revolución Mexicana, iniciada en 1910, coincidió con un rebrote del interés de los escritores latinoamericanos por sus características distintivas y sus propios problemas sociales. A partir de esa fecha, y cada vez en mayor medida, los autores latinoamericanos comenzaron a tratar temas universales y, a lo largo de los años, han llegado a producir un impresionante cuerpo literario que ha despertado la admiración internacional.

Poesía

En el terreno de la poesía, numerosos autores reflejaron en su obra las corrientes que clamaban por una renovación radical del arte, tanto europeas —cubismo, expresionismo, surrealismo— como españolas, entre la cuales se contaba el ultraísmo, denominación que recibió un grupo de movimientos literarios de carácter experimental que se desarrollaron en España a comienzos del siglo. En ese ambiente de experimentación, el chileno Vicente Huidobro fundó el creacionismo, que concebía el poema como una creación autónoma, independiente de la realidad cotidiana exterior, el también chileno Pablo Neruda, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, trató, a lo largo de su producción, un gran número de temas, cultivó varios estilos poéticos diferentes e incluso pasó por una fase de comprometida militancia política, y el poeta colombiano Germán Pardó García alcanzó un alto grado de humanidad en su poesía, que tuvo su punto culminante en Akróteras (1968), un poema escrito con ocasión de los Juegos Olímpicos de México. Por otro lado, surgió en el Caribe un importante grupo de poetas, entre los que se encontraba el cubano Nicolás Guillén, que se inspiraron en los ritmos y el folclore de los pueblos negros de la zona.

La chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura (1945) otorgado por primera vez a las letras latinoamericanas, creó una poesía especialmente interesante por su calidez y emotividad, mientras que en México el grupo de los Contemporáneos, que reunía a poetas como Jaime Torres Bodet, José Gorostiza y Carlos Pellicer, se centró esencialmente en la introspección y en temas como el amor, la soledad y la muerte. Otro mexicano, el premio Nobel de Literatura de 1990 Octavio Paz, cuyos poemas metafísicos y eróticos reflejan una clara influencia de la poesía surrealista francesa, está considerado como uno de los más destacados escritores latinoamericanos de posguerra, y ha cultivado también la crítica literaria y política.

Teatro

El teatro continuó su proceso de maduración en gran cantidad de ciudades latinoamericanas, en especial Ciudad de México y Buenos Aires, en las que se convirtió en un importante vehículo cultural, y vivió un periodo de afianzamiento en otros países, como Chile, Puerto Rico y Perú. En México pasó por una completa renovación experimental, representada por el Teatro de Ulises (que comenzó en 1928) y el Teatro de orientación (en 1932), activados por Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Celestino Gorostiza, y que culminaría con la obra de Rodolfo Usigli y continuaría con la de un nuevo grupo de dramaturgos, con Emilio Carballido a la cabeza. Por otro lado, entre los más destacados autores de teatro argentinos se encuentra Conrado Nalé Roxlo.

Ensayo

Los ensayistas posteriores al modernismo han sido muy activos, han adoptado una dirección nacionalista y más universal, y han ofrecido una gran variedad de puntos de vista intelectuales. La generación del Centenario de la Independencia de 1910 tuvo representantes como José Vasconcelos, conocido por su sueño utópico de una “raza cósmica” (La raza cósmica, 1925), el erudito dominicano Pedro Henríquez Ureña, autor de Ensayos en busca de nuestra expresión (1928) y Alfonso Reyes, supremo mexicano universal, humanista completo y autor de Visión de Anáhuac (1917). Por otro lado, el ensayista colombiano Germán Arciniegas sobresale como un cualificado intérprete de la historia en El continente de siete colores (1965) y el argentino Eduardo Mallea, autor de Historia de una pasión argentina (1935), destaca entre los novelistas de ese país.

Narrativa

A partir de comienzos de siglo, la novela latinoamericana en español ha experimentado un enorme desarrollo que ha pasado por tres fases: la primera, dominada por una gran concentración en temas, paisajes y personajes locales se vio seguida por otra en la que se produjo una extensa obra narrativa de carácter psicológico e imaginativo ambientada en escenarios urbanos y cosmopolitas, para llegar finalmente a una tercera en la que los escritores adoptaron técnicas literarias contemporáneas, que condujeron a un inmediato reconocimiento internacional y a un continuo y creciente interés por parte del mundo literario.

La narrativa de carácter regional tuvo en el argentino Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra (1926), la culminación de la novela de gauchos; al colombiano José Eustasio Rivera creador de La vorágine (1924), de la novela de la jungla y al venezolano Rómulo Gallegos Freire, autor de Doña Bárbara (1929), de la novela de las planicies. La revolución mexicana inspiró a novelistas como Mariano Azuela, autor de Los de abajo (1915), y a Gregorio López, que escribió El indio (1935). La situación de los indígenas atrajo el interés de numerosos escritores mexicanos, guatemaltecos y andinos, como el boliviano Alcides Arguedas, que trató el problema en Raza de bronce (1919), y el peruano Ciro Alegría, autor de El mundo es ancho y ajeno (1941), mientras que el diplomático guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que recibió en 1966 el Premio Lenin de la Paz y en 1967 el Premio Nobel de Literatura, se reveló como un excelente autor de sátiras políticas en su obra El señor presidente (1946).

En Chile, Eduardo Barrios se especializó en novelas psicológicas como El hermano asno (1922), y Manuel Rojas se alejó de la novela urbana y cultivó una especie de existencialismo en Hijo de ladrón (1951). Otros escritores, entre los que se cuenta María Luisa Bombal, autora de la novela La última niebla (1934), cultivaron el género fantástico.

En Argentina, Manuel Gálvez escribió una novela psicológica moderna acerca de la vida urbana, Hombres en soledad (1938). En este país, así como en Uruguay, se desarrolló una rica corriente narrativa donde se hacía gran énfasis tanto en los aspectos psicológicos como fantásticos de la realidad. Así, el argentino Macedonio Fernández abordó el absurdo en Continuación de la nada (1944), mientras que Leopoldo Marechal escribió una novela simbolista, Adán Buenosayres (1948), y Ernesto Sábato una novela existencial, El túnel (1948). Jorge Luis Borges, por otro lado, fue en sus comienzos un poeta ultraísta y, más tarde, se convirtió en el escritor más importante de la Argentina moderna, especializado en la creación de cuentos (Ficciones, 1945), traducidos a numerosos idiomas. Colaboró en varias ocasiones con Adolfo Bioy Casares y despertó el interés por la novela policiaca complicada y por la literatura fantástica. Bioy Casares fue pionero en el terreno de la novela de ciencia-ficción con La invención de Morel (1940), y el uruguayo Enrique Amorim inauguró la novela policiaca larga con El asesino desvelado (1944). Otro de los escritores que obtuvieron inmediato reconocimiento internacional por su brillantez y originalidad fue el argentino Julio Cortázar, en especial debido a su antinovela experimental Rayuela (1963). Entre los autores uruguayos centrados en la novela psicológica urbana se encuentran Juan Carlos Onetti con El astillero (1961) y Mario Benedetti con La tregua (1960).

La nueva novela mexicana evolucionó a partir del crudo realismo como consecuencia de la influencia de escritores como James Joyce, Virginia Woolf, Aldous Huxley y, especialmente, John Dos Passos y William Faulkner. Con un escenario y una trama de carácter local, a la que añadieron nuevas dimensiones psicológicas y mágicas, José Revueltas escribió El luto humano (1943) y Agustín Yáñez Al filo del agua (1947). Juan Rulfo escribió en un estilo similar su Pedro Páramo (1955), mientras que Carlos Fuentes, en La región más transparente (1958), alterna lo puramente fantástico y psicológico con lo regional, y Juan José Arreola, autor de Confabulario (1952), destaca por sus fantasías breves, de carácter alegórico y simbólico. Otros novelistas han experimentado con técnicas multidimensionales, como, por ejemplo, Vicente Leñero, creador de Los albañiles (1964), y Salvador Elizondo, que escribió Farabeuf (1965).

Entre los restantes novelistas latinoamericanos que han escrito en español y que han conseguido reconocimiento internacional, el antiguo regionalismo ha sido superado por nuevas técnicas, estilos y perspectivas extremadamente variadas. La etiqueta estilística realismo mágico se puede aplicar a muchos de los más destacados narradores —aquellos capaces de descubrir el misterio que se esconde tras los acontecimientos de la vida cotidiana. El novelista cubano Alejo Carpentier añadió una nueva dimensión mitológica a la novela ambientada en la jungla en Los pasos perdidos (1953), al tiempo que su compatriota José Lezama Lima consiguió crear en Paradiso (1966) un denso mundo mitológico de complejidad neobarroca. Por otro lado, el peruano Mario Vargas Llosa descubrió a sus lectores variadas perspectivas escondidas en el aparentemente cerrado mundo de una academia militar en La ciudad y los perros (1962), mientras que el colombiano Gabriel García Márquez, galardonado con el Premio Nobel en 1982, se dio a conocer internacionalmente con su novela Cien años de soledad (1967), en la que, a través de una mágica e intemporal unidad, logró transcender el ámbito puramente local en el que se desarrolla la trama narrativa. Con la obra de estos escritores, la novela latinoamericana escrita en español no sólo alcanzó su mayoría de edad, sino que parece estar atrayendo la atención de un público internacional cada vez más numeroso.

APUNTE BIOGRÁFICO DE D. MARIO BENEDETTI

1920: Nace en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó (Uruguay), el 14 de septiembre.
1928: Inicia sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo.
1934: Entra en la Escuela Raumsólica de Logosofía.
1935: Estudios secundarios. Un curso en el Liceo Miranda, el resto en condición de libre. Desde los catorce años trabaja ocho horas diarias en la «Will L. Smith, S.A., repuestos para automóviles».
1938: Entre este año y 1941 reside casi continuamente en Buenos Aires.
1945: Entra a formar parte del equipo de redacción del célebre semanario Marcha; allí se forma como periodista junto a Carlos Quijano. Permanecerá en el equipo hasta su clausura en 1974. Publica su primer libro de poemas La víspera indeleble que no se volverá a editar.
1946: Se casa con Luz López Alegre.
1948: Dirige la revista literaria Marginalia. Publica el volumen de ensayos Peripecia y novela.
1949: Miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época. Publica su primer libro de cuentos Esta mañana.
1950: Publica Sólo mientras tanto (poesía), editado por Número.
1951: También Número se hace cargo de las ediciones de Marcel Proust y otros ensayos y El último viaje y otros cuentos. Ambas obras quedarán posteriormente integradas a otros títulos.
1952: Participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos. Es su primera acción de militante.
1953: Publica su primera novela, Quién de nosotros.
1954: Director literario de Marcha.
1956: Se publica Poemas de la Oficina.
1957: Viaja a Europa por primera vez, visitando nueve países, corresponsal de Marcha y El Diario.
1959: Aparece su volumen de cuentos Montevideanos, piedra de toque de la concepción urbana y «montevideana» de la literatura narrativa.
Viaja a Estados Unidos, donde permanece durante cinco meses.
1960: Publica La tregua, novela que será editada en veinte países, traducida a trece idiomas y trasladada al teatro, la radio, la televisión y el cine.
También publica El país de la cola de paja, ensayo sobre la crisis «moral» por la que atravesaba el país.
1961: Recopila las crónicas humorísticas, firmadas por Damocles, en el volumen Mejor es meneallo.
1963: Inventario, Poesía 1950-1958 y Poesía de hoy por hoy.
1964: Codirige la página literaria semanal «Al pie de las letras» del diario La mañana y publica crítica de teatro en el mismo periódico. Colabora como humorista en la revista Peloduro.
1965: Publica la novela Gracias por el fuego.
Escribe crítica de cine en La tribuna popular.
1966: Viaja a La Habana para participar en el jurado de novela del concurso Casa de las Américasy a París, donde reside durante un año.
1967: Publica Letras del continente mestizo en el que reúne ensayos y artículos referidos a literatura Latinoamericana.
Vuelve a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro con Rubén Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores.
1968: Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”. Publica Sobre artes y oficios, recopilación de artículos sobe literatura europea y norteamericana, y el libro de cuentos La muerte y otras sorpresas. Miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas. Funda y dirige el Centro de Investigaciones literarias de Casa de las Américas.
1969: Viaja a Argel, invitado al Primer Festival Cultural Panafricano. Publica Cuaderno Cubano que incluye poemas, artículos y entrevistas a propósito de Cuba y de su experiencia profesional en aquel país.
1971: Funda, junto con otros ciudadanos uruguayo, el Movimiento de Independientes “26 de marzo” que integrará, poco más tarde, la coalición de izquierdas Frente Amplio.
Publica El cumpleaños de Juan Ángel.
Es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo.
1972: Publica Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.
1973: A raíz del golpe militar renuncia a su cargo en la universidad y debe abandonar el país por razones políticas. Se exilia a Buenos Aires.
1974: Publica El escritor latinoamericano y la revolución posible.
1976: Vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas.
1977: Aparecen su libro de cuentos Con y sin nostalgias y el de poemas La casa y el ladrillo.
1979: Publica Pedro y el Capitán (obra teatral), y Cotidianas (poesía).
1980: Se traslada a Palma de Mallorca. Empieza a escribir su novela Primavera con una esquina rota.
1981: Publica su libro de poesía Viento del exilio.
1982: Publica Primavera con una esquina rota y su antología Cuentos. Inicia su colaboración semanal en las páginas de “Opinión” del diario El País.
El Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela.
1983: Traslada su residencia a Madrid.
1984: Versión cinematográfica de Pedro y el Capitán. El teatro Ictus de Santiago de Chile adapta a la escena su novela Primavera con una esquina rota. Publica Geografías, libro de cuentos y poemas y El desexilio y otras conjeturas sobre la situación de América Latina y sobre el problema del exilio.
1985: Con la restauración de la democracia en Uruguay vuelve al país. A partir de este momento residirá una parte del año en Montevideo y la otra en Madrid. Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que va a dar continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.
1986: Aparece Cuentos Completos y Preguntas al azar (poesía). Premio Jristo Botev de Bulgaria, por obra poética y ensayística.
1987: Galardonado en Bruselas por Amnistía Internacional con el premio Llama de Oro por su novela Primavera con una esquina rota.
1988: Publica su libro de poemas Yesterday y mañana.
1989: Publica su libro de cuentos, Despistes y franquezas y el de ensayo La cultura ese blanco móvil. En el volumen Canciones del Más Acá reúne sus numerosas letras de canciones que se van incorporando al repertorio de más de cuarenta cantantes.
Condecorado con la medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba.
Como ejemplos significativos de la gran difusión de su obra cabe señalar que en este año La tregua llega a la 75ª edición, Gracias por el fuego, a la 46ª, El cumpleaños de Juan Ángel, a la 30ª, Inventario, a la 31ª, Pedro y el capitán, a la 15ª y La muerte y otras sorpresas, a la 27ª.
1991: Publica el libro de poemas Las soledades de Babel y La realidad y la palabra, una aproximación a los grandes temas de la reflexión contemporánea, situados en Latinoamérica, y un interesante recorrido por los principales autores y corrientes de la literatura sudamericana.
1993: Inaugura en la Universidad de Alicante el Congreso “Literatura y espacio urbano”. Publica La borra del café.
1994: Aparece en Madrid Inventario 2 (1985-1994), recopilación de su obra poética. Imparte en la Universidad de Alicante el curso de doctorado “Un creador nos introduce en su mundo”.
Comienza la aparición en Argentina de su obra completa desarrollada en 36 volúmenes.
1995: Aparece en España su recopilación Cuentos completos y el conjunto de ensayos El ejercicio del criterio.
1996: Se publica en Montevideo y en España la biografía realizada por Mario Paoletti Mario Benedetti, el aguafiestas.
Recital “A dos voces” con Daniel Viglietti en la Universidad de Alicante.
En Argentina se publica el volumen 28 de las Obras completas y la novela Andamios.

Biografía

        Mario Benedetti nació en Montevideo el 14 de septiembre de 1920, en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó, República Oriental del Uruguay. Entre 1938 y 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires.
En 1945, de vuelta en Montevideo, integró la redacción del semanario Marcha. En 1949 publicó Esta mañana, su primer libro de cuentos y, un año más tarde, los poemas de Sólo mientras tanto. En 1953 apareció su primer novela, Quien de nosotros....pero fue con el volumen de cuentos Montevideanos, publicado en 1959, que tomó forma la concepción urbana de su obra narrativa. Con La Tregua, que apareció en 1960, Benedetti adquirió trascendencia internacional.

    La novela tuvo más de un centenar de ediciones, fue traducida a diecinueve idiomas y llevada al teatro, la radio, la televisión y el cine. En 1973 debió abandonar su país por razones políticas. Etapas de sus doce años de exilio fueron la Argentina, Perú, Cuba y España. Su vasta produccion literaría abarca todos los géneros, incluyendo famosas letras de canciones, y suma más de sesenta obras, entre las que se destacan la novela Gracias por el Fuego (1965), el ensayo El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974) los cuentos de Con y sin nostalgias (1977) y los poemas de Viento del exilio (1981). En 1987 recibió el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional por su novela Primavera con una esquina rota. Otros libros como, La borra del café (1992), Perplejidades de fin de siglo (Seix Barral, 1993) y El olvido esta lleno de memoria (Seix Barral, 1995). Su obra poética está recogida en Inventario Uno (1950-1985), e Inventario Dos (1986-1991), Cuentos Completos (1994). Su última novela es Andamios y su último libro de poesía "La vida ese paréntesis"

Mario Benedetti (1920)

            Verdadero cronista de su ciudad (Montevideo) y de su tiempo, Benedetti es un prolífero intelectual - aproximadamente 80 títulos publicados - que transíta la critica literaria, el ensayo prolífico, la poesía y, por supuesto, la narrativa. Como apuntó un periodista, a Benedetti sólo "le falta nada más que la ópera". Sus textos, inteligentes y cálidos, recuperan un país que ha transitado el memorioso recuerdo, el costumbrismo, pero también el dolor de las épocas difíciles de la dictadura. Su popularidad se extiende a todos los ámbitos de habla hispana donde habitualmente es best seller y su lectura de poemas emocionan a miles de espectadores.

            Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920, en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó, República Oriental de Uruguay, pero su familia se trasladó a Montevideo cuando sólo tenía cuatro años. De ahí es que se sienta "absolutamente motevideano". No es de extrañar, entonces, que el espacio privilegiado de su obra de ficción sea Montevideo, y que sus habitantes sean los personajes que lo habitan. La literatura ciudadana es, por lo tanto, el medio que tiene Benedetti para comunicarse con sus lectores que, en la actualidad, no son sólo los hispanoparlantes, sino también de otras lenguas por las abundantes traducciones de sus obras.

            Sus estudios primarios los hizo en el Colegio Alemán de Montevideo, donde comenzó a escribir poemas y cuentos. Debido a la inestabilidad económica familiar, pronto tuvo que trabajar, de manera que sólo pudo completar sus estudios secundarios como alumno libre. Ese contacto tan temprano con el trabajo, le permitió conocer a fondo una de las constantes que registra su literatura: el mundo gris de las oficinas montevideanas. Pero no lo abrumó; siguió escribiendo, y leyendo: Maupassant, Chejov y Horacio Quiroga, primero; luego Faulkner, Hemingway, Joyce, Henry James Proust, Virginia Woolf, Italo Svevo. Más tarde literatura uruguaya y latinoamericana, además de textos políticos.

            Entre 1938 y 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires. Allí vivió largo tiempo trabajando como taquígrafo en una editorial. Años después, en 1984, recordará: "Volver a la Argentina, después de ocho años, ha sido muy estimulante. Al segundo día fui, como cumpliendo un rito, a la Plaza San Martín, adonde iba en mi adolescencia a leer. Allí decidí ser escritor, y empecé a escribir mi primer libro de poemas que ahora lo tengo olvidado, o que trato de olvidar, porque era muy malo". Ese poemario es La víspera indeleble, que publicó en 1945, y nunca reeditado. En 1946 Benedetti se casó con Luz López Alegre. Treinta años después evocará esa duradera relación en el poema "Bodas de Perlas", recogido de La casa y el ladrillo (1977).

            De regreso a Montevideo, dirigió en 1948 la revista literaria Marginalia, que duró hasta el año siguiente, fecha en que pasa a formar parte del consejo de redacción de la revista Número, cuya primera etapa se extiende hasta 1955. Esta publicación es clave en la formación y el desarrollo de la llamada "generación del 45" o "generación crítica", integrada entre otros, además de Benedetti, por Carlos Martínez Moreno, Mario Arregui, Angel Rama, José Pedro Díaz, Armonía Somers, Idea Cilariño, Sarandy Cabrera, Ida Vitale, Carlos Maggi y Emir Rodriguez Monegal.

            También en 1949, Benedetti publicó su primer libro de cuentos, Esta mañana y un año más tarde los poemas de Sólo mientras tanto. Con Esta mañana obtuvo el premio del Ministerio de Instrucción Pública. Este galardón lo obtendrá varias veces en distintos géneros, pero a partir de 1958 renunció sistemáticamente a estos premios por discrepancias con su reglamentación. En cuanto a la actividad cuentística de ese momento, Benedetti dirá años después: "No había prácticamente ninguna posibilidad de publicar novelas en la época en que empezábamos a escribir los del cuarenta y cinco. En cambio, era posible publicar cuentos, en revistas, en los suplementos literarios de los diarios. Y eso tuvo influencia. A tal punto que cuando empezó a haber editoriales, empezó a haber novelistas".

            En 1953 apareció su primera novela, Quién de nosotros. Entre 1954 y 1960 ocupó tres veces la dirección literaria de Marcha, el semanario más influyente de la vida política y cultural del Uruguay y uno de los más importantes de América Latina. Fue clausurado en noviembre de 1974, después de sufrir numerosas suspensiones tras el golpe de estado de 1973. A la memoria de su fundador y director, Carlos Quijano, Benedetti dedicó el libro El desexilio y otras conjeturas (1985), conjunto de crónicas aparecidas en el diario El País de Madrid.

            Con Poemas de la oficina, publicado en 1956, Benedetti impactó en el desarrollo de la poesía uruguaya al insertarse directamente en una temática considerada, hasta ese momento, como "no poética". Testimonió allí al burócrata de clase media y lo interpretó a cabalidad. A partir de ese libro se originó la creciente popularidad y difusión de la obra de Benedetti. Su forma sencilla, directa y coloquial tiene su origen en la admiración que sentía por la poesía de Baldomero Fernández Moreno y Antonio Machado. Como experiencia personal, recoge la actividad del propio Benedetti: cajero en una casa de repuestos de automóvil, funcionario público, tenedor de libros, taquígrafo en la Facultad de Química. Sólo a partir de 1969, Benedetti podrá vivir del periodismo y de sus libros.

            En 1957 viajó por primera vez a Europa. Fue con el volumen de cuentos Montevideanos, publicado en 1959, que tomó forma la concepción urbana de su obra narrativa. También en 1959 viajó a Estados Unidos, hecho que lo conmueve porque "me muestra el verdadero rostro del imperialismo". En ese mismo año, a nivel continental se produce un acontecimiento que marcó no sólo a Mario Benedetti sino a todos los intelectuales latinoamericanos: la Revolución Cubana. Este hecho es fundamental para el desarrollo literario y político del escritor uruguayo. Como el mismo ha declarado, le hizo mirar a América Latina cuando la mayoría de los intelectuales vivían encandilados por lo europeo y también "me sirvió para comunicarme con mi país, para ver de una manera distinta el Uruguay, y frutos de eso son evidentemente ciertos cambios que se establecen en el orden literario". En 1966 visitó por primera vez Cuba y, entre 1968 y 1971, trabajó en la Casa de las Américas, institución cultural cubana.

            En 1959 publicó los ensayos El país de la cola de paja este libro es la primera reflexión de Benedetti sobre el Uruguay oficial, por eso "estalló como un trueno en el limpio cielo montevideano". Con La tregua, que apareció en 1960, Benedetti adquirió trascendencia internacional. La novela tuvo más de un centenar de ediciones, fue traducida a diecinueve idiomas y llevada al teatro, la radio, la televisión y el cine.  Ambos textos son la denuncia y toma de conciencia frente a una sociedad en crisis, cuya manifestación extrema será el golpe de estado en 1973 y su dolorosa secuela.

            La actividad posterior de Mario Benedetti se multiplicó. A su intensa labor de escritor y periodista, se sumó una cada vez más activa participación política. En 1971 fue uno de los fundadores del Movimiento de Independientes 26 de marzo, que integrará más tarde el Frente Amplio. Pero esta alternativa en desarrollo será frustrada por la fuerza.

            En 1973 debió abandonar su país por razones políticas. Etapas de sus doce años de exilio fueron la Argentina, Perú, Cuba y España. Su vasta producción literaria abarca todos los géneros, incluyendo famosas canciones, y suma mas de sesenta obras, entre las que se destacan la novela Gracias por el fuego (1965), el ensayo El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), los cuentos de Con y sin nostalgias (1977) y los poemas de Viento del exilio (1981). En 1987 recibió el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional por su novela Primavera con una esquina rota. Sus libros mas recientes son Despistes y franquezas (1990), Las soledades de Babel (1991), La borra del café (1992), Perplejidades de fin de siglo (1993) y su más reciente novela Andamios (1996). Su obra poetica completa ha sido recogida en Inventario Uno (1950-1985) e Inventario Dos (1986-1991) y sus cuentos en Cuentos completos (1947-1994) los tres de la casa editora Seix Barral.

            Más de diez años vivió Benedetti en el exilio, alejado de sus montevideanos. "Sin embargo, pienso que lo único positivo que hizo la dictadura uruguaya fue desparramar a mis montevideanos por todo el mundo, y seguí escribiendo sobre ellos en las distintas geografías del exilio", afirmó en una oportunidad. Así lo hizo en Buenos Aires, Lima, La Habana y Madrid, sus ciudades de paso, pero que también dejan huellas. 

Reseña

Mario Benedetti nació en Paso de los Toros, Uruguay, en 1920.

Se educó en un colegio alemán y se ganó la vida como taquígrafo, cajero, vendedor, contable, funcionario público, periodista, traductor.

De 1945 a 1975 hizo periodismo en el semanario Marcha, clausurado en esa fecha por la dictadura.

Es autor de novelas, cuentos, poesía, teatro, ensayos, crítica literaria, crónicas humorísticas, guiones cinematográficos, letras de canciones.

Ha publicado más de 40 libros y ha sido traducido a 18 idiomas.

Sus novelas y cuentos fueron adaptados a la radio, la televisión y el cine.

Su teatro ha sido representado en más de diez países.

Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, en La Habana, y del Departamento de Literatura Latinoamericana, en la Facultad de Humanidades de Montevideo.

Tras el golpe militar de 1973, renunció a su cargo en la Universidad y tuvo que exiliarse, primero en Argentina, y luego en Perú, Cuba y España.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. Apunte biográfico

“He sido capaz de escribir porque Mercedes llevó el mundo sobre sus espaladas”

“El secreto de la felicidad es hacer sólo aquello con lo que uno disfruta”.

Gabriel García Márquez nace el 6 de marzo de 1928, en Aracataca, un pueblo de la costa atlántica colombiana.

    “Gabo”, como se le conoce cariñosamente, fue el mayor de una familia numerosa de doce hermanos, que podríamos considerar de clase media: Gabriel Eligio García, su padre, fue uno de los numerosos inmigrantes que, con la “fiebre del banano”, llegaron a Aracataca en el primer decenio del siglo XX.. Su madre, Luisa Santiaga Márquez, pertenecía, en cambio a una de las familias eminentes del lugar: era hija del coronel Nicolás Márquez y de Tranquilina Iguarán, que no vieron con buenos ojos los amores de su hija con uno de los “aventureros” de la “hojarasca” (como se llamaba despectivamente a los inmigrantes), que desempeñaba el humilde oficio de telegrafista. Por eso, cuando tras vencer múltiples dificultades, Gabriel Eligio y Luisa Santiaga consiguieron casarse, se alejaron de la familia y se instalaron en Riohacha. Sin embargo, cuando tenía que nacer su primer nieto, sus padres convencieron a Luisa Santiaga de que diera a luz en Aracataca. Poco después Gabriel Eligio y Luisa Santiaga regresaron a Riohacha, pero el niño se quedó con sus abuelos hasta que, cuando tenía ocho años, murió el abuelo, al que García Márquez consideró siempre “la figura más importante de mi vida”.

    De esos primeros ocho años de “infancia prodigiosa” surge lo esencial del universo narrativo y mítico de García Márquez, hasta el punto de que, con alguna exageración, ha llegado a decir: “Después todo me resultó bastante plano: crecer, estudiar, viajar... nada de eso me llamó la atención. Desde entonces no me ha pasado nada interesante”. Lo que sí es cierto es que los recuerdos de su familia y de su infancia, el abuelo como prototipo del patriarca familiar, la abuela como modelo de las “mamas grandes” civilizadoras, la vivacidad del lenguaje campesino, la natural convivencia con lo mágico... aparecerán, transfigurados por la ficción, en muchas de sus obras ( La hojarasca, Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera ...) y el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de Aracataca se transformará en Macondo, que en realidad era el nombre de una de las muchas fincas bananeras del lugar y que según unos alude “a un árbol que no sirve pa un carajo” y según otros “a una milagrosa planta capaz de cicatrizar heridas”.

    Como el propio novelista explica: “Quise dejar constancia poética del mundo de mi infancia, que transcurrió en un casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia”.

    El paralelismo entre algunas circunstancias biográficas de García Márquez con algunos elementos de Cien años de soledad resulta evidente. Veamos algunos:

  Su abuelo, como José Arcadio Buendía, fue uno de los fundadores de Aracataca. En la novela se nos cuenta que José Arcadio, abandona su pueblo al verse continuamente hostigado por el fantasma de Prudencio Aguilar, al que se vio obligado a matar por un problema de honor. Con veintún compañeros, José Arcadio Buendía cruza la cordillera y funda Macondo. La fundación de Aracata, tal como Nicolás Marquez se la contaba a su nieto es muy parecida. También su abuelo había matado de muy joven a un hombre y “cuando no podía soportar la amenaza que existía contra él en ese pueblo, se fue lejos con su familia y fundó un pueblo”. A Gabo le solía decir siempre: “Tú no sabes como pesa un muerto”.

Nicolás Márquez era un sobreviente de las dos últimas guerras civiles y, como aquél tenía una larga progenie de “hijos de la guerra”, todos de edades parecidas, que se alojaban en su casa cuando estaban de paso por el pueblo y que doña Tranquilina recibía como propios. Como es evidente, Nicolás Márquez es asimismo el modelo del coronel Aureliano Buendía que “promovió treinta y dos guerras y las perdió todas. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisietes mujeres distintas, que fueron exterminados en una sola noche. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento”.

Úrsula Iguarán se inspira en la abuela Tranquilina - que no sólo presta su apellido a Úrsula, si no que, al igual que el personaje, murió ciega y loca. Tranquilina Iguarán es, efectivamente, el modelo de muchos de los personajes femeninos de García Márquez que Vargas Llosa define así: “un caso ejemplar de la mater familias, matriarca medieval, emperadora del hogar, hacendosa y enérgica, prolífica, de temible sentido común, insobornable ante la adversidad, que organiza férreamente la vida familiar a la que sirve de aglutinante y vértice”.

La inmensa y asombrosa casa de los abuelos la reencotraremos en las solidas y tristes mansiones de su mundo narrativo: la casa de la Mama Grande, de los Asís, de los Nasar y, indudablamente, de los Buendía. García Márquez la recuerda así: “En cada rincón había muertos y memorias, y después de las seis de la tarde la casa era intransitable. Era un mundo prodigioso de terror (...) En esa casa había un cuarto desocupado donde había muerto la tía Petra. Había un cuarto donde había muerto el tío Lázaro. Entonces, de noche no se podía caminar en esa casa porque había más muertos que vivos”.

En 1936 tras vivir un breve tiempo con sus padres en Sucre -donde Garbriel Eligio regentaba una farmacia- lo envían a estudiar bachillerato a diferentes internados: primero en Barranquilla y, durante más tiempo, en Zipaquirá, lugar del que guarda recuerdos sombríos y dolorosos y donde, paralizado por la nostalgia de Aracataca, nunca llegó a integrarse. De ese periodo y de ese lugar cuenta García Márquez: “Zipaquirá era una ciudad fría, con techos de teja desagastada, y el colegio, un gran internado donde vivíamos doscientos trescientos niños... Los sábados y los domingos había salida, pero yo no me movía del edificio porque no quería enfrentarme con la tristeza y el frío del pueblo. Durante esos años pasé encerrado la totalidad de las horas libres despachando libros de Julio Verne y Emilio Salgari”. Seguramente, esos años de soledad, reclusión y lectura fueron decisivos para su futura vocación de escritor que, según Mario Vargas Llosa, es como una “solitaria” que atenaza el espíritu.

En 1947, García Márquez se instala en Bogotá y empieza a estudiar derecho. Sus impresiones de Bogotá no son mejores que las de Zipaquirá: con sus “cachacos” que siempre “andaban de negro, parados ahí con paraguas y sombreros de coco, y bigotes”, la capital le parece “gris y yerta”, “asfixiante”, sinónimo de “aprehensión y tristeza”. Con estros rasgos describirá a Bogotá cuando raramente aparezca en su mundo ficción.

Aunque estudia los cinco cursos de Derecho -algunos en Bogotá y otros en Cartagena, donde se había trasladado su familia y donde se hace amigo del poeta Álvaro Mutis- no llega a graduarse, porque, según confiesa, “me aburría a morir esa carrera”. Lo más importante de ese periodo es el encuentro con alguna de las personas más decisivas de sus vida -especialmente, Camilo Torres, el que luego será cura guerrillero cruelmente asesinado y Plinio Apuleyo Mendoza, desde entonces uno de sus amigos más íntimos. Otro circunstancia importante es que, en Bogotá, empieza a escribir, para el periódico El Espectador, sus primeras obras: diez cuentos, de los que abjurará después, que constituyen su “prehistoria” como escritor. También es remarcable que García Márquez participase, como otros muchos estudiantes, en las manifestaciones surgidas a raíz del “bogotazo”: el asesinato en 1948 de Jorge Eliecer Gaitán, político progresista aspirante a la presidencia de la república. El asesinato de Gaitán desencadena una escalofriante y larga oleada de violencia (casi trescientos mil muertos entre 1948 y 1962) que tendrá su reflejo en la literatura de García Márquez y de otros escritores, como Fernando Garrido y Álvaro Mutis, hasta el punto de que la narativa colombiana de estas décadas ha sido designada como “literatura de la violencia”.

Pronto, García Márquez abandona los estudios de Derecho: en un viaje a Barranquilla conoce a un grupo de periodistas que le fascinan y decide instalarse allí y orientar totalmente su vida al periodismo, por lo que empieza a trabajar de columnista en “El Heraldo”, y a la literatura: se instala en un cuartucho ínfimo de un bloque de cuatro pisos llamado “el Rascacielos” y allí empieza a escribir su primera novela, La hojarasca.

Gabo se integra en el llamado “Grupo de Barranquilla”, que se reúne en el “Café Happy” y el “Café Colombia”. Miembros del “Grupo de Barranquilla” son: Germán Vargas, Álvaro Cepeda y Alfonso Fuenmayor, periodista de “El Heraldo” de gran formación intelectual, al que García Márquez le debe el descubrimiento de los autores que más tarde se convertirán en sus modelos literarios: Kafka, Joyce y, muy especialmente, Faulkner, Virginia Woolf, y Hemingway. A las tertulias del “Café Colombia” acude también Ramón Vinyes, un viejo catalán republicano, escritor, ex-librero y profesor de un colegio de señoritas, al que García Márquez homenajeará en “el sabio catalán”, junto a sus tres amigos, en las últimas páginas de Cien años de soledad.

En Barranquilla, García Márquez conocerá a Mercedes Barcha, quien más tarde se convertirá en su compañera de toda la vida.

  En 1954, convencido por Álvaro Mutis, García Márquez regresa a Bogotá. Allí, de nuevo para El Espectador, trabaja como reportero y crítico de cine. Ese periodo de apasionada dedicación al periodismo, dejará posteriormente huella en su literatura. Como señala Vargas Llosa, de allí proviene en buena medida su fascinación “por los hechos y personajes inusitados, la visión de la realidad como una suma de anécdotas” y “las virtudes de concisión y transparencia de estilo” de sus mejores libros, en los que narra con la precisión de un cirujano. Esta simbiosis de literatura y periodismo es clara en algunas sus obras narrativas publicadas, Relato de un náufrago (1955), Crónica de una muerte anunciada (1981), Noticia de un secuestro (1997).

Desde ese momento, García Márquez no abandonará nunca su actividad periodística y posteriormente será colaborador habitual en periódicos de Colombia, Venezuela, México, España y Estados Unidos.

En 1955, García Márquez va por primera vez a Europa como corresponsal de El Espectador. El que tenía que ser un breve viaje para alejarlo de las iras gubernamentales desencadenadas por la publicación de El relato de un náufrago, se convierte en una estancia de más de cuatro años: Ginebra, Roma -donde, además de cubrir la información de la enfremedad de Pío XII, se matricula en el “Centro Sperimentale de Cinematografía”- y finalmente París. Al poco de llegar a Francia, recibe la noticia de que El Espectador había sido clausurado y un cheque para el pasaje de regreso. Pero García Márquez, que había decidido seriamente ser escritor, decide quedarse en París. Afrontando grandes penalidades económicas (“Estuve viviendo durante cuatro años de milagros cotidianos”) y trabajando, como explica Vargas Llosa, “a diario, con verdadera furia, desde que oscurecía hasta el amanecer”, escribe La mala hora (1961) y paralelamente, a partir de un episodio que se le desprendió de esa obra, una de sus mejores novelas: El coronel no tiene quien le escriba (1958).

Con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza hace un viaje a los países del Este (Alemania Oriental, Checoslovaquia, Polonia, Rusia...) y luego escribe diez reportajes (al más célebre lo tituló “90 días en la Cortina de Hierro”) que quieren ser fundamentalmente objetivos, pero que contienen una serie de valoraciones contradictorias de adhesión y crítica, lo que demuestra la sinceridad e independencia de su opinión.

En 1958, tras una estancia de dos meses en Londres, decide regresar a América, entre otras cosas porque sentía que se le “enfriaban los mitos”. Primero se instala en Venezuela, donde su amigo Plinio Apuleyo Mendoza le había conseguido trabajo de redactor en la revista Momentos. Al poco de llegar a Caracas, es testigo del bormbardeo aéreo y del asalto al Palacio presidencial, hechos que concluirán días después con el derrocamiento del dictador Pérez Jiménez.

Estos hechos, especialmente la imagen, según cuenta Vargas Llosa, de la huida de “un oficial con una ametralladora bajo el brazo y con las botas embarradas” y la entrevista que le hizo al que, durante 50 años, había sido mayodormo de Palacio, sirviendo a varios presidentes y dictadores, serán decisivos en la gestación de un proyecto literario que empieza a obsesionarle: escribir una novela de tiranos, que reflexione sobre “el misterio del poder” y la capacidad de fascinación hipnótica de los tiranos. Otras experiencias recientes se imbrican con las que está viviendo en Venezuela y le ayudan a entender los mecanismos de la dictadura: el poder supremo del sumo pontífice en Roma, la fanática pervivencia del culto a Stalin que, cuatro años después de la muerte del dictador, había palpado en Moscú... Tardará 17 años en hacer realidad ese proyecto en la quinta de sus novelas: El otoño del patriarca (1975).

En un viaje relámpago a Barranquilla, se casa con su novia Mercedes Barcha, con la que pronto tiene dos hijos, Rodrigo (que nació en Bogotá en 1959) y Gonzalo (que nacería en México tres años más tarde).

Aunque su actividad periodística en Venezuela es muy intensa, García Márquez no abandona el quehacer literario: escribiendo sólo los domingos, redacta casi todos los cuentos de Los funerales de la Mama Grande (1961).

En 1960, tras el triunfo de la Revolución Cubana, vive seis meses en la Habana, trabajando para Prensa Latina, agencia de noticias que dirige el periodista argentino, amigo del Ché Guevara, Jorge Ricardo Massetti. Prensa Latina fue creada por el gobierno cubano para contrarrestar la propaganda contra Cuba. Meses antes, García Marquez había creado la sede de Prensa Latina en Bogotá. En Prensa Latina participan, además de su inseparable amigo Plinio Apuleyo Mendoza, otros destacados intelectuales como el argentino Roberto Walsh y el novelista uruguayo Juan Carlos Onetti. Uno de los grandes éxitos de Prensa Latina es interceptar y descifrar un informe donde se daban detalles del desembarco armado americano en Playa Girón. Llegaron a averiguar el lugar exacto donde la CIA preparaba la operación: una hacienda de Retahulheu (Guatemala).

En 1961 se instala en Nueva York como corresponsal de Prensa Latina. Se trata de un trabajo apasionante -por fin García Márquez dispone de un sueldo fijo y puede ejercer el periodismo con plena independencia, lejos de los monopolios capitalistas de opinión- pero es también un trabajo agotador y de mucho riesgo: es el momento más álgido de la campaña anticastrista y las continuas amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos le hacen temer por la seguridad de su familia. No será por esto, sin embargo, por lo que García Márquez renunciará a Prensa Latina: dimitirá en solidaridad a Massetti, a quien, tras el ascenso del sector más sectario y burocrático, es alejado de la dirección de Prensa Latina.

García Márquez decide establecerse en México, y probar suerte con la tercera de sus aficiones: el cine. Pero antes de abandonar Estados Unidos, recorre el sur de su admirado Faulkner. De ese viaje, que emprende sin apenas dinero, escribirá: “Son veinte días de ruta infernal por carreteras marginales, ardientes y tristes...Son veinte días de carretera, alimentándonos con leche malteada, con hamburguesas, conociendo en Atlanta un áspero rostro de los Estados Unidos (no querían recibirnos en los hoteles porque creían que éramos mexicanos) y leyendo, en otro pueblo del Sur, un letrero que decía: <Prohibida la entrada de perros mexicanos>”.

Cuando descubre que es muy difícil abrirse camino en el mundo del cine, se encarga, aunque sin escribir una sola línea, de la organización de dos revistas de gran tiraje: una revista de señoras, La Familia y otra de crímenes sensacionalistas, Sucesos. Más tarde, trabaja en el mundo de la Publicidad.

A partir de 1963, García Márquez consigue por fin trabajar como guionista. Su primer guión, El gallo de oro, lo escribe en colaboración con Carlos Fuentes a partir de un cuento de Juan Rulfo. (Dos años después, García Márquez y Fuentes volverán a trabajar juntos en la adaptación cinematográfica de Pedro Páramo, lo que demuestra la admiración que ambos sienten por la escueta e intensísima obra del silencioso escritor mexicano).

Otros trabajos de guionista de García Márquez son: Tiempo de morir de Arturo Ripstein (aparentemente una esquemática película de “charros”, pero que contiene ya algunas de las obsesiones de García Márquez: la venganza, la muerte, el destino trágico, la soledad...), H.O. también con Ripstein; Patsy, mi amor y una adaptación de su cuento “En este pueblo no hay ladrones”. Aunque García Márquez dice no estar satisfecho de ninguno de sus trabajos cinematográficos, considera que su decepcionante experiencia en el mundo del celuloide le fue de gran utilidad, pues paradójicamente le ayudó a tomar conciencia de las limitaciones del cine (que hasta este momento consideraba “el medio de expresión perfecto”) y a entender por fin “que las posibilidades de la novela son ilimitadas”.

Sin esa convicción, tal vez García Márquez no hubiera superado nunca ese periodo de sequía literaria (de 1961 a 1965 no escribió ni una sola línea de creación), consecuencia de un íntimo “sentimiento de fracaso” respecto a la obra que había escrito hasta ese momento. Así lo describe el crítico Emir Rodríguez Monegal en 1964: “Entonces García Márquez era un hombre torturado, un habitante del infierno más exquisito: el de la esterilidad literaria”.

Gabo escapa de ese “infierno” con la escritura de la que, seguramente, es la más importante de sus obras: Cien años de soledad (1967), lo cual sólo fue posible cuando, casi como en en un “milagro”, sabe de repente con qué técnica y con qué procedimientos ha de escribir la historia de ese Macondo y de ese universo mítico de su infancia que le obsesionan desde sus inicios como escritor.

La “revelación” tuvo lugar un día de enero de 1965 mientras conducía su Opel por la carretera de México a Acapulco. Inesperadamente para el coche y le dice a Mercedes: “¡Encontré el tono! ¡Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba sus historias fantásticas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo!.

García Márquez decide encerrarse a escribir su novela de Macondo y los Buendía. Logra reunir cinco mil dolares (los ahorros de la familia, las ayudas de sus amigos, especialmente de Álvaro Mutis) y le dice a Mercedes que mientras tarde en escribir su novela se ocupe de todo y no lo moleste bajo ningún concepto. Cuando después de 18 meses de duro trabajo concluye Cien años de soledad, Mercedes le espera con una deuda doméstica que sobrepasa los 10.000 dolares. Para enviar el manuscrito de Cien años de soledad a Buenos Aires, concretamente a la Editorial Sudamericana de Francisco Porrua, deben empeñar los tres últimos objetos de un cierto valor que les quedan: una batidora, un secador de pelo y la estufa.

Cien años de soledad aparece en junio de 1967. El éxito es fulminante: en pocos días se agota la primera edición y en tres años se venden más de medio millón de ejemplares. Según Vargas Llosa, “el éxito resonante deja a García Márquez mareado y algo incrédulo”, aunque feliz porque por fin puede dedicarse exclusivamente a escribir.

De 1968 a 1974 vive en Barcelona: quiere alejarse -aunque inútilmente- de la persecución cada vez más agobiante de la fama y palpar el ritmo de la vida cotidiana en una dictadura (aquí se viven los últimos años del franquismo), pues se ha decidido por fin a convertir en novela esa imagen que le persigue desde hace diecisiete años: un déspota viejísimo se queda sólo en un palacio lleno de vacas.

    En 1975 aparece por fin El otoño del patriarca, que, escrita según la técnica del monólogo múltiple (voces diferentes que cuentan, desde perspectivas diferentes, la misma historia) es para García Márquez “mi libro más experimental y el que más me interesa como aventura poética. También el que me ha hecho más feliz” .

    Entre Cien años de soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975) escribe algunos cuentos y un guión de cine, a partir de un episodio desgajado de Cien años de soledad, que finalmente se convierte en una novela breve: La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada (1972).

    Desde 1974, García Márquez alterna su residencia entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París. Desde esos años, tan difíciles para América Latina, García Márquez es consciente de su resposabilidad como intelectual de prestigio: estrecha lazos de amistad con mandatarios de tendencia progresista (Fidel Castro, Torrijos, Carlos Andrés Pérez , los sandinistas, últimamente, Hugo Chávez...), se convierte en embajador extraoficial del continente, lucha activamente en defensa de los derechos humanos...

    En 1981 escribe Crónica de una muerte anunciada, novelando unos hechos reales acaecidos en Sucre durante su juventud y asumiendo por primera vez el papel de narrador. Al escribir Crónica de una muerte anunciada, García Márquez contraria a su madre que le había pedido que no escribiera una historia en la que intervenían tantos parientes, al menos mientras la madre del hombre que inspiró a Santiago Nasar siguiera viva.

    Ese mismo año, en pleno lanzamiento de Crónica de una muerte anunciada, el gobierno conservador lo acusa de financiar al grupo guerrillero M-19. García Márquez se ve obligado a pedir asilo político en la embajada mexicana y abandona Bogotá en medio de un gran escándalo. Meses después, ya en 1982, le conceden el Premio Nobel de literatura.

    En la ceremonia del Nobel, viste con una guayabera caribeña blanca y lleva en la mano un rosa amarilla, símbolo de Colombia y su amuleto personal (Mercedes coloca cada día una en su mesa de trabajo). Elige como tema musical el Intermezzo interrotto de Bela Bartok. Su discurso de agradecimiento es un canto de amor a América Latina. Entre otras cosas dijo:

 “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíbles nuestra vida. Éste es el nudo de nuestra soledad”.

    Concluyó formulando un deseo: el de “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

    Con parte de los 157 mil dolares que gana con el Nobel, decide “fundar un diario en Colombia con periodistas menores de treinta años, para que adquieran el oficio como se debe. Un diario destinado a exaltar los valores fundamentales del hombre, sin banderías”. En homenaje a un cuento de Borges decide llamar al periódico El otro, aludiendo con ello a su “otra” vocación y personalidad.

    Involucra en el proyecto a dos de sus grandes amigos: a Rodolfo Terragno, fundador de El diario de Caracas y el novelista argentino Tomás Eloy Martínez. El proyecto, sin embargo, morirá antes de nacer, como dice García Márquez, “asfixiado por la literatura”. Una noche inquieta (a García Márquez le preocupa encontrar el tono adecuado para El otro: ¿un realismo mágico sembrado de adjetivos restallantes? ¿la precisión de cirujano de sus crónicas políticas?) sueña con “una novela en la que un viejo de 80 vive una historia de frenesí sexual con una vieja de 70”. El demonio de la literatura le ha entrado otra vez en el cuerpo y sabe que ya no puede escapar de él.

    Cuando todo está preparado para la aparición de El otro, les dice a sus amigos: “Instálense en Bogotá y empiecen a trabajar. Yo tengo que encerrarme a escribir la novela sobre los viejos”. Sus amigos, obviamente, se niegan (¿cómo El otro de García Márquez se va a escribir sin García Márquez?) y el García Márquez novelista se instala en la mágica Cartagena de Indias, donde, en “un periodo de felicidad casi completa” escribe la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza, en la que recrea el difícil noviazgo de sus padres: El amor en los tiempos de cólera (1985).

    En 1986 cumple una vieja deuda con la tercera de sus pasiones: promueve la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y funda -con la ayuda del director argentino Fernando Birri, al que conocía desde sus años en Italia- la Escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Allí cada año, García Márquez dirige un taller de guión, donde diez jóvenes inventan conjuntamente una historia. A los mejores alumnos se los lleva a México para trabajar en otro taller de guiones, éste profesional: realizan guiones para la televisión y, con parte de los beneficios, consiguen fondos para financiar la Fundación y la Escuela.

    En Cómo se cuenta un cuento (1995) relata una de las experiencias del taller de guión: inventar una historia que pueda ser contada en formato de media hora. El guión “Me alquilo para soñar” -que primero fue uno de los doce Cuentos peregrinos (1992)- es uno de los frutos de ese taller de guión, que fruto del trabajo conjunto de García Máqrquez, el cineasta brasileño Doc Comparato y diez jóvenes enamorados del cine y de la literatura.

En 1989 escribe El general en su laberinto, una nueva novela histórica donde cuenta el camino hacia la muerte de Simón Bolívar a los 47 años, por el río Magdalena de su infancia. El origen de esta novela es una frase de su manual escolar de historia, que guardaba en su memoria: “Al cabo de un largo y penoso viaje por el río Magdalena, murió en Santa Marta abandonado por sus amigos”.

    Aunque ya no lo necesita económicamente, García Márquez se ha impuesto la disciplina, “para mantener el brazo caliente”, de escribir, entre novela y novela, un artículo semanal que publica en diferentes periódicos. Una selección de estos artículos que, hablan de sus impresiones y recuerdos de las diferentes ciudades europeas en las que vivió, las recoge en Notas de prensa (1991), obra que se convierte así en una especie de memorias noveladas de sus años en Europa. Antes de editarlo en forma de libro vuelve a las ciudades emblemáticas de su juventud (Ginebra, Roma, París, Barcelona...) y escribe: “Ninguna tenía ya nada que ver con mis recuerdos. Todas estaban enrarecidas por una inversión asombrosa: los recuerdos reales parecían fantasmas de la memoria, mientras que los recuerdos falsos eran tan convincentes que habían suplantado a la realidad (...) En esos ocho meses febriles no necesité preguntarme dónde terminaba la vida y dónde empezaba la imaginación, porque me ayudaba la sospecha de que quizás no fuera cierto nada de lo vivido veinte años antes en Europa”. Tras ese viaje hacia su propia memoria, vuelve a reescribir todos los artículos.

    En 1992 escribe Doce cuentos peregrinos. Según el propio autor se trata de : “una colección de cuentos cortos, basados en hechos periodísticos, pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía”. Muchos de ellos, antes de ser finalmente cuentos, fueron historias escritas con otros fines: cinco fueron notas periodísticas; otros cinco, guiones de cine y uno, un serial de televisión.

    En 1994 publica su última novela, Del amor y otros demonios , una novela ambientada en la Cartagena de Indias del siglo XVIII, que cuenta los amores imposibles entre un cura de treinta años y una marquesita criolla de doce, a la que debía exorcizar.

     Aunque desde hace años lucha incansablemente contra un cáncer, García Márquez continúa lleno de proyectos y sigue demostrando una admirable energía. Consciente de que “nunca ni un solo minuto he dejado de ser periodista”, convence a su amigoel novelista argentino Tomás Eloy Martínez para que funden juntos un taller de periodismo, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Se trata de una escuela sin muros, donde -a través de seminarios, conferencias y cursos-se convoca a estudiantes de periodismo de todo el mundo para profundizar sobre temas que las escuelas de periodismo y las redacciones de periódicos suelen omitir. La Fundación es su personal homenaje al que sigue considerando “el mejor oficio del mundo”.

    En 1996 publica Noticia de un secuestro, un reportaje novelado de un secuestro colectivo, de diez personas (ocho de ellas periodistas), a manos de la banda de narcotraficantes de Pablo Escobar. García Márquez, que trabajó duramente en este libro tres años, definió “esta tarea otoñal como la más difícil y triste de mi vida” y como “una experiencia humana desgarradora e inolvidable”. A finales de 1995, cuando acaba de concluir Noticia de un secuestro y el país vive pendiente de otro secuestro -el de Juan Carlos Gaviria, hermano del ex presidente- lee un insólito comunicado en la prensa: los secuestradores ofrecen la liberación de Juan Carlos Gaviria si García Márquez asume la presidencia del gobierno en lugar del actual mandatario, Ernesto Samper. La respuesta de García Márquez es contundente: “Nadie puede esperar que asuma la irresponsabilidad de ser el peor presidente de la República (...) Liberen a Gaviria, quiténse las máscaras y salgan a promover sus ideas de renovación al amparo del orden constitucional.”

    Actualmente se dice que trabaja en sus memorias (que posiblemente se llamarán Vivir para contarlo) y en tres novelas. Una de ellas cuenta la historia de un hombre que morirá al escribir la última frase. García Márquez tiene la extraña sensación de que puede ocurrirle lo mismo que a su personaje. Tal vez por ello, la novela avanza lentamente...

Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (quien escribiría posteriormente con el seudónimo de Pablo Neruda) nació en Parral el año 1904, hijo de don José del Carmen Reyes Morales, obrero ferroviario y doña Rosa Basoalto Opazo, maestra de escuela, fallecida poco años después del nacimiento del poeta.

En 1906 la familia se traslada a Temuco donde su padre se casa con Trinidad Candia Marverde, a quién el poeta menciona en diversos textos como Confieso que he vivido y Memorial de Isla Negra con el nombre de Mamadre. Realiza sus estudios en el Liceo de Hombres de esta ciudad, donde también publica sus primeros poemas en el periódico regional La Mañana. En 1919 obtiene el tercer premio en los Juegos Florales de Maule con su poema Nocturno ideal.

En 1921 se radica en Santiago y estudia pedagogía en francés en la Universidad de Chile, donde obtiene el primer premio de la fiesta de la primavera con el poema La canción de fiesta, publicado posteriormente en la revista Juventud. En 1923, publica Crepusculario, que es reconocido por escritores como Alone, Raúl Silva Castro y Pedro Prado. Al año siguiente aparece en Editorial Nascimento sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. Posteriormente se manifiesta un propósito de renovación formal de intención vanguardista en tres breves libros publicados en 1926: El habitante y su esperanza ; Anillos (en colaboración con Tomás Lagos) y Tentativa del hombre infinito.

En 1927 comienza su larga carrera diplomática cuando es nombrado cónsul en Rangún, Birmania. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. En 1935, Manuel Altolaguirre le entrega la dirección a Neruda de la revista Caballo verde para la poesía en la cual es compañero de los poetas de la generación del 27. Ese mismo año aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

En 1936 al estallar la guerra civil española, muere García Lorca, Neruda es destituido de su cargo consular, y escribe España en el corazón.

En 1945 obtiene el premio Nacional de Literatura.

En 1950 publica Canto General, texto en que su poesía adopta una intención social, ética y política. En 1952 publica Los versos del capitán y en 1954 Las uvas y el viento y Odas elementales. En 1958 aparece Estravagario con un nuevo cambio en su poesía. En 1965 se le otorga el título de doctor honoris causa en la Universidad de Oxford , Gran Bretaña. En octubre de 1971 recibe el Premio Nobel de Literatura.

Muere en Santiago el 23 de septiembre de 1973 . Póstumamente se publicaron sus memorias en 1974, con el título Confieso que he vivido.

El gran escritor peruano es un personaje interesante por lo complejo y contradictorio de su personalidad y su carácter, los cuales son producto de lo que él mismo reconoce como "sus demonios", es decir, una serie de vivencias que lo fueron marcando -y a veces traumatizando- desde su infancia.

Serían esas mismas vivencias las que lo formarían literariamente para, al escribir, dejar salir todo aquello que desde el pasado siempre lo persiguió. Lo mismo puede decirse de su vida pública y política, también caracterizada por extremos y contradicciones que lo hicieron amar u odiar alguna causa, pero siempre con pasión, tal vez con intolerancia, como también lo reconoce.

Nació el 28 de marzo de 1936 en la ciudad de Arequipa, la segunda más importante del Perú. De muy niño viaja con su madre a Bolivia, país en donde pasa los primeros diez anos de su vida, creyendo que su padre había muerto, Creció por ello sin una idea clara de la figura paterna, siendo engreído por su progenitora y sus tías. Con una de estas últimas, Julia Urquidi, sostendría un apasionado romance, pese a ser familiares y ella ser diez años mayor que él. Posteriormente se casarían, pero la relación no duraría mucho. No obstante, dicha experiencia, como muchas otras de su vida, sería reflejada en un libro: "La Tía Julia y el Escribidor", el que no sólo sería un gran éxito editorial, sino que además, luego de unas polémicas declaraciones del escritor, llevaría a la señora Urquidi a escribir su propia versión de los hechos. "Lo que Varguitas No Dijo", libro que a su vez también fue un best seller. Encantadoras serían las mujeres de su familia, porque años después de su primera experiencia matrimonial, se casó con Patricia Llosa, prima suya , con quien ha tenido tres hijos, además, de continuar felizmente unidos hasta el presente.

A los diez años de edad sufriría un golpe que lo marcaría literaria y políticamente por el resto de sus días- su padre, el que le habían dicho que había muerto, reaparece en la vida familiar, pero no como un padre amoroso y comprensivo, sino todo lo contrario-. déspota y violento. Así perdió Vargas Llosa el paraíso.

En una entrevista hecha en el diario "La Nación" de Buenos Aires hace unos meses, él habla sobre este tema y lo hace con dolor. Ante el comentario del entrevistador, en el sentido que todavía no ha hecho la catarsis literaria de algo tremendamente traumático y doloroso para el escritor. Él responde: "es verdad, novelescamente no lo he hecho, He escrito sobre ello en "El Pez en el Agua" (libro de memorias), ahí he contado nuestra relación, dificilísima... Pero quizá es un material todavía tan lacerante que me he sentido como -inhibido para transformarlo en una novela. No lo había pensado pero si es muy posible. Es seguramente la relación más importante de mi vida, la que me ha marcado más fuerte". En esas memorias escribe: "Cuando me pegaba, yo perdía totalmente los papeles y el terror me hacía muchas veces humillarme ante él y pedirle perdón con las manos juntas. Pero ni eso lo calmaba. Y seguía golpeándome (...) Cuando terminaba y podía encerrarme en mi cuarto, no eran los golpes, sino la rabia y el asco conmigo mismo por haberle tenido tanto miedo y haberme humillado ante él de esa manera, lo que me mantenía despierto llorando en silencio.

En referencia a esto último, Vargas Llosa comenta, "Sí pues. Es que yo no había sentido nunca miedo hasta que entré en relación con mi padre, es la primera persona a la que yo tuve terror, y un terror que, creo, no desapareció nunca, incluso cuando yo era un hombre y él era un viejo, y teníamos una relación muy distante, pero a mí me intimidaba tremendamente, sobre todo la mirada, yo recuerdo siempre la mirada un poco fija, un poco amarilla, a mi me paralizaba -y creo que me ha marcado tremendamente. En otro sentido es una relación a la que seguramente yo debo mi vocación, creo que yo no hubiera tenido esa perseverancia para seguir" Como su padre aborrecía la escritura, el que el joven Mario escribiese, erauna manera de resistirlo, de enfrentarse a él, una manera cobarde, pero manera al fin.

El entrevistador le recuerda que la escritura es una forma de restitución, sobre todo en novelistas que han pasado por una percepción muy temprana y dramática de la pérdida. Que siendo niños, antes de llegar a la pubertad, tuvieron la vivencia traumática de una pérdida monumental y que por eso escriben, para restituir, para rehacer. En el caso de Vargas Llosa piensa que es evidente: en sus primeros diez años de vida era el rey de la casa y de repente. lo perdió todo. El responde, "Sí claro la felicidad, la inocencia, era un niño mimado, dueño de todo, y tenías esa relación con tu madre, que era una relación claro, conyugal, y de pronto eso se pierde, se quiebra con la llegada de mi padre (…) En mi caso es clarísimo, a los diez años hay una frontera traumática que me marca por completo y creo que mi literatura no se puede explicar sin eso desde luego".

Desde el punto de vista político, en dicha entrevista trata de, a partir de la relación traumática con su padre, explicar, justificar o tratar de hacer entender lo que piensa es su posición anti autoritaria, - lo que siempre he creído es que si mi padre no hubiera impuesto su autoridad de esa manera tan violenta, casi brutal, sobre mí probablemente yo no tendría esa resistencia visceral a toda forma de autoritarismo e imposición violenta y arbitraria, es algo que me subleva, creo que una de las pocas cosas en las que creo haber mantenido toda mi vida una coherencia política absoluta en ese rechazo digamos visceral contra la imposición autoritaria". "Al que no es muy cierto, que digamos, si vemos que por muchos años fue un defensor de la dictadura socialista de Fidel Castro en Cuba, como veremos más adelante.

El regresar de Bolivia al Perú, más específicamente a la ciudad de Piura en el norte peruano, también constituyó otro de los traumas que lo marcó " Yo recuerdo muchísimo -dice el escritor- lo que significó para mí llegar al Perú después de haber vivido mis diez primeros años en Bolivia, y entrar en el colegio en Piura y ser objeto de la burla generalizada por mi manera de hablar- yo hablaba como un serranito, pronunciaba las eses de los serranitos (adelantaba el morro para hacer una demostración práctica.), schhh., schhh schhh, y eso provocaba realmente la hilaridad de mis compañeros. iY qué angustia experimentaba yo al sentirme apestado! Me pasó cada vez que cambiaba de colegio, cada vez que cambiaba de amigos, que cambiaba de barrio. El sentirme distinto no era un motivo de orgullo, sino al contrario, de vergüenza, de complejos. Ahora más bien pienso que eso era una manifestación de independencia y que debería ser reivindicado, pero lo cierto es que no ocurre así, porque siempre hay una sanción social contra el que es diferente".

Al regresar a Lima, ingresa al Colegio Militar Leoncio Prado, experiencia que también lo marcara y a la que volcará en su Obra "La Ciudad y los Perros" (1963) que fue muy criticada en ese centro de estudios y por todo el establishment militar en sí porque se quemaron públicamente muchas copias del libro. El había sido expulsado del colegio militar y aun no son claras las razones que motivaron dicha expulsión. A fines de la década de los ochenta sería llevada al cine con mucho éxito. Antes, en 1959, habla publicado "Los Jefes".

El año 1962, influenciado por el marxismo-leninismo, publica "Crónica de la Revolución Cubana" en la que alaba la supuesta pluralidad y tolerancia de la revolución y describe en grandes términos su entusiasmo por Castro. Pasa a ser parte del Comité Editorial de la Casa de las Américas.

En 1969 se publican "La Casa Verde" y "Conversación en la Catedral' en la que pinta los tiempos de la dictadura del general Manuel Odría, quien gobernó al Perú entre 1948 y 1956. Es en esta obra que uno de los personajes hace una pregunta que se ha convertido en clásica cuando los peruanos analizan su situación, sobre todo en momentos de crisis: "¿En qué momento se jodió el Perú?".

Dos años más tarde de la publicación de esta novela, manda una suscinta a Haydeé Santamaria, directora de la revista "Casa de Las Américas", renunciando al comité editorial en protesta por los métodos usados contra compañeros forzados a firmar confesiones por "Traiciones imaginarias", y diciendo "este no es el ejemplo de socialismo que quiero siga mi país". Furibundo anti comunista a partir de entonces, se gana la enemistad de la mayoría de los escritores de la región, en especial la del colombiano Gabriel García Márquez (ganador del Premio Nóbel de Literatura en 1982, galardón al que Vargas Llosa ha postulado en innumerables ocasiones), quienes formaban parte del llamado "boom latinoamericano" y defendían a capa y espada a Castro y su revolución.

Como muestra de esa relación publica García Márquez: "Historia de un Suicidio" en 1971. En 1973 publica su exitosa "Pantaleón y las Visitadoras", que próximamente será llevada al cine. Dentro de la crítica literaria, en 1978 publica "Flaubert y Madame Bovary: la "Orgía Perpetua", y en 1981, una novela en la que trata un tema no peruano, que es la rebelión de los Canudos en Brasil a fines del siglo pasado: 'La Guerra del Fin del Mundo". Cuatro años después es publicada su "Historia de María" en la que pinta un sombrío panorama de un Perú dominado por la violencia subversiva. Y en 1986 aparece "¿Quién Mató a Palomino Molero?" En 1989 se publicaría "El Hablador", en 1993 "El Elogio de la Madrastra," polémica obra de corte erótico y en 1996 "Los Cuadernos de Don Rigoberto", también en la misma línea.

Volviendo a otras de sus actividades, en 1980 es co-fundador del Instituto Libertad y Democracia, junto al economista Hernando De Soto, con la finalidad de impulsar las ideas económicas neoliberales. Prolongaría el exitoso libro de este último, "El Otro Sendero ",

En mayo de 1980 la organización terrorista Sendero Luminoso inicia sus acciones en el Perú durante el segundo gobierno del arquitecto Fernando Belaúnde Terry. Inicialmente ordena que la policía se encargue del problema. Esta es derrotada y a fines de 1982 se ordena el ingreso de

las fuerzas armadas en Ayacucho, departamento en el que se concentraban las acciones terroristas. En enero de 1983, en la lejana comunidad ayacuchana de Ucchuracay, ocho periodistas son asesinados por los comuneros de esa localidad. Belaúnde ordena una investigación y se le encarga a Vargas Llosa y a otras personas que elaboren un informe sobre lo que realmente sucedió Su informe reveló que la "guerra popular" en el Perú era mucho más complicada que la dicotomía buenos versus malos, de la que hablaban algunos. Se puede decir que esta fue su primer actuación política.

En 1987 y ya durante el desastroso gobierno de Alan García, después que éste decretara la estatización de la banca privada., Vargas Llosa y De Soto formarían el Movimiento Libertad, que no pretendía ser un partido político. Dos años más tarde ambos personajes se distanciarían cuando Vargas Llosa decide aliarse con los partidos tradicionales Acción Popular de Belaúnde y el Partido Popular Cristiano de Luis Bedoya Reyes- De Soto había captado muy bien el nuevo humor político peruano-, rechazó a esos mismos partidos tradicionales con los que se aliaba su ex socio y con los que conformaría el Frente Democrático o FREDEMO.

Su primera prueba electoral se daría en las elecciones municipales de noviembre de 1989, en las que los candidatos del gobernante partido aprista, el candidato del FREDEMO y el candidato de la izquierda, fueron derrotados fácilmente en la capital de la república por Ricardo Belmont: un exitoso empresario y hombre de televisión. Esta fiesta electoral fue la primera gran demostración que De -Soto estaba en lo correcto, pero aun así Vargas Llosa no hizo caso y decidió postular a la presidencia en las elecciones de abril de 1990.

El país estaba totalmente polarizado entre el partido aprista y el FREDEMO. Pocos dudaban que la victoria de estos últimos era algo seguro: tenían a su disposición mucho dinero y así pudieron contratar a los mejores técnicos del medio para redactar un verdadero plan de gobierno que presentar al electorado peruano. Este se asustó por la dureza de las medidas Socio-económicas que podía tomar el candidato Vargas Llosa para poder salir de la crisis en la que Alan García y Abimael Guzmán habían dejado al Perú. Una muy buena contra propaganda aprista ayudaría en ello.

Mientras tanto, un desconocido ingeniero agrario llamado Alberti Fujimori, había organizado un movimiento llamado "Cambio 90" con la sola intención de llegar al Senado. Aliado con los evangelistas y con muy pocos recursos y con una propaganda tipo "hormiga" de boca a boca pronto comenzó a subir en las encuestas. Algunos asesores de Vargas Llosa le hicieron ver lo peligroso en que devenía este nuevo fenómeno político que amenazaba con traerse abajo todo el esfuerzo y la inversión de los socios del FREDEMO, pero el arrogante candidato prefería escuchar los consejos de gente como su hijo Alvaro y Alfredo Barnechea. Estos lo hicieron mirar por encima del hombro a Fujimori

La Constitución peruana establecía que habría un candidato en primera vuelta electoral sólo si alcanzaba más del 50% de los votos válidamente emitidos. El domingo 12 de abril de 1990 se llevó a cabo esa primera vuelta, terminando Vargas Llosa y Fujimori en primero y segundo lugar, respectivamente, pero lejos del 50%.

Los apristas, la izquierda y los estratos menos favorecidos se unieron para cerrarle el paso a Vargas Llosa. Antes de la segunda vuelta electoral que se llevaría a cabo el domingo 10 de junio, ambos candidatos polemizaron por televisión. Todo el mundo creía que el escritor daría fácil cuenta de Fujimori, más no fue así. Se batió muy bien y lo derrotó por amplio margen.

El candidato del FREDEMO reconoció su derrota pero en el fondo nunca le perdonó ni a Fujimori el haberlo derrotado, ni al pueblo peruano no haber votado por él. Lo mismo sucedió con su hijo Alvaro, quien ejerciendo el periodismo desde Miami, nunca dejó de atacar al gobierno de Fujimori

El 5 de abril de 1992 y ante la falta de cooperación de los parlamentarios de oposición, quienes eran mayoría en el Congreso bicameral, para derrotar a la creciente amenaza del terrorismo homicida de Sendero Luminoso y el MRTA, Fujimori tomó la drástica decisión de cerrar el Parlamento y otras instituciones que no cumplían sus funciones, como el poder judicial, el cual entró en reorganización. Los índices de aprobación a esas medidas fueron de más del 85% de las personas encuestadas a nivel nacional. Entre las principales razones que dieron para manifestar su apoyo al Presidente fue lo que consideraron la corrupción y el fracaso de la clase política tradicional. Los años venideros sólo acentuaría la tendencia en esa dirección.

Las críticas del clan Vargas Llosa, no se hicieron esperar y comenzaron a despotricar contra el gobierno peruano desde diversas tribunas periodísticas de América y Europa. No obstante que nadie le impedía volver a nuestro país, decidió no solo radicarse definitivamente en España, sino que aun más, adoptó la ciudadanía de ese país. Entre los argumentos que expuso para tomar esa medida fue el de un supuesto plan de Fujimori para quitarle la nacionalidad peruana, algo que sí hizo en ocasiones el gobierno militar que gobernó el Perú entre 1968 y 1980. En el caso que nos referimos era imposible hacerlo porque lo prohibía la Constitución aprobada en un referéndum a fines de 1993. El escritor pretendió armar un escándalo internacional sin fundamento alguno y, ya afincado en Europa, de vez en cuando se dedicó a atacar a Fujimori.

Lo que muchos, muchísimos peruanos no lo perdonaron fue la posición que asumió durante la guerra no declarada que enfrentó al Perú y al Ecuador a principios de 1995. Los hechos; se produjeron porque tropas ecuatorianas se habían asentado en territorio peruano de la zona del Río Cenepa. Como las fuerzas armadas peruanas habían estado casi quince años abocados a combatir a los homicidas terroristas, había descuidado lo referente a una eventual amenaza externa. Nuestro material de guerra probó ser obsoleto porque no sólo no se le había renovado, sino que por lo agudo de la crisis en la que Alan García dejó al país, su mantenimiento fue deficiente ello fue la mejor prueba que el Perú pudo dar al mundo que no habíamos iniciado ese conflicto fraticida, sino que había sido el Ecuador, país que desde la derrota que le infligimos a inicios de 1981 en la zona de la Cordillera del Cóndor, decidió prepararse con ahínco para la venganza, aprovechando que estábamos completamente abocados a la problemática de combatir al terrorismo.

No obstante, los Vargas Llosa no lo creyeron cierto. El 8 de febrero de 1995, el escritor publicó en el diario "El País" de España un artículo titulado "La Guerra Absurda", en el que afirmaba que dicho conflicto respondía a una maniobra del gobierno de Fujimori para distraer la atención sobre los problemas que tenía, diciendo que "el momento elegido para tratar de desalojar de las orillas del Río Cenepa a los intrusos, fue oportuno para los aprendices de brujo del régimen". Según el autor, Fujimori había descendido diez puntos en las últimas encuestas y a dos meses de las elecciones del 9 de abril necesitaba utilizar electoralmente ese problema de frente externo. EI ciudadano común y corriente criticó duramente a Vargas Llosa no entendiendo su actitud anti peruana. Podía entender que tuviera una posición discordante y crítica con el gobierno de Fujimori, porque así es la democracia, pero no podía entender el que criticara a su gobierno en medio de una guerra absurda que los peruanos no habíamos desatados, sino en la que éramos agredidos. Vargas Llosa recibió duras críticas incluso de personas que habían colaborado estrechamente con él dentro del FREDEMO.

A partir de entonces, sus críticas contra Fujimori se han centrado en el supuesto carácter "dictatorial" del mismo. Por ejemplo, el 5 de noviembre de 1996 dijo que en América Latina "no se puede bajar la guardia" " porque hay "fuerzas oscurentistas, retrógradas, qué quisieran volver al pasado, llamar a los hombres fuertes, sacar tanques y acabar con la democracia". Admitió que la política de Fujimori "ha conseguido algunos logros, pero en lo político ha significado una marcha atrás en el proceso de democratización".

En el colmo de los colmos, el 25 de abril de 1997, declaró que el éxito de la Operación "Chavín de Huántar" que rescató con vida a 71 de los 72 personas que el MRTA tuvo de rehenes por más de cuatro meses, sería utilizado por el gobierno de Alberto Fujimori para limpiar las "manchas" de su régimen, al que calificó de facto, autoritario y violatorio de los derechos humanos". Dos semanas más tarde, el 7 de mayo, afirmó que "la mejor manera de ayudar a los peruanos es ayudarlos a liberarse de el presidente Fujimori". También consideró que éste "ha consolidado su dictadura"

En menos de un mes después, señaló en una entrevista, que América Latina se ha ido democratizando en los últimos años pero lamentó que las excepciones sean Cuba y Perú, donde detrás de la fachada de un presidente civil se esconde una dictadura, la fuerza bruta un Congreso servil y una pequeña oposición para dar una apariencia de pluralismo; el sistema dictatorial con un maquillaje democrático". Tales afirmaciones no son ciertas porque en el Perú, que sí existe una democracia constitucional, a diferencia de Cuba. Existe no sólo una oposición democrática, sino que ésta expresa sus opiniones a través de la total libertad de prensa que existe en el Perú.

El 24 de agosto de ese mismo año siguió vertiendo sus críticas venenosas contra el gobierno peruano, apuntando sus baterías contra el presidente Fujimori y "la cúpula militar que mantienen el control del poder en el país", tras supuestamente, haber convertido al Perú en una dictadura y en una "república bananera". Siguió en la misma línea política, a pesar de permanecer alejado de nuestro país. Al regresar al Perú para recibir una distinción académica, sus críticas no cesaron en esa oportunidad, ni han cesado después.

Definitivamente, una cosa es el Mario Vargas Llosa escritor, el eterno candidato al Premio Nóbel de Literatura, y otra es el que pretende hacer política siendo a veces desleal para con la tierra que lo vio nacer, como se comprobó a principios de 1995 durante la guerra que el Ecuador inició.

El está en todo su derecho de hacer política, de financiar políticos e incluso de volver a la palestra política, pero que lo haga respetando la verdad histórica y no falseando hechos ni denigrando personas.

Sin duda su enorme inspiración, puede dejar para la historia de las letras del Perú, una página de gloria que Vargas Llosa, se encarga diariamente en opacar.

Tema Página

Introducción a la Literatura Hispanoamericana 4

Periodo Colonial 5

Periodo de Independencia 7

Periodo de Consolidación 8

Literatura Contemporánea 11

Mario Benedetti 15

Gabriel García Márquez 22

Pablo Neruda 32

Mario Vargas Llosa 34

Bibliografía 41

Enciclopedia Temática Salvat. Tomo “Lengua y Literatura”

Enciclopedia en CD-Rom Universal Multimedia “Micronet”




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Enviado por:Francisco Ortega
Idioma: castellano
País: España

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