Literatura


Fray Luis de León. Poesía renacentista, barroca, dieciochesca, decimonónica, modernista


Luis de León, Fray (c.1527-1591), poeta y místico español de notable importancia en la literatura española del renacimiento. Nacido en Belmonte (Cuenca), fue monje y más tarde vicario-general y provincial de la orden de los agustinos. Además de profesor de teología y filosofía en la Universidad de Salamanca, fray Luis de León fue un prestigioso hebraísta y traductor. Tradujo el Antiguo Testamento, así como textos clásicos griegos y romanos y obras de escritores italianos contemporáneos. Fue encarcelado por la Inquisición durante cuatro años a causa de sus disputas teológicas con los líderes de la orden de los dominicos. Sólo se conservan 23 de sus poemas líricos, marcados todos ellos por el humanismo del autor y su profundo conocimiento de los clásicos y la Biblia. Su obra lírica no fue publicada hasta 1631 y se encargó de hacerlo Francisco de Quevedo con el fin de mostrar lo que era el estilo de los primeros y grandes poetas renacentistas. De estas obras destacan Vida retirada, una imitación del Beatus illa de Horacio y las odas A Salinas y Noche Serena. Entre sus obras en prosa destacan De los nombres de Cristo (1583) y La perfecta casada (1583).

CUENCA

Cuenca es una provincia serrana, alcarreña y manchega, con unas muy bajas densidades de población, 12 hab/km2, aunque sus hombres siempre han destacado en aventuras varias (Gil de Albornoz, Álvaro de Luna, Hernando de Alarcón, Alonso de Ojeda, Fray Luis de León).

Escuela salmantina, grupo de poetas del siglo XVI cultivadores de una lírica en la que el sujeto expresa su intimidad ligada a cuestiones de índole religiosa, moral y filosófica. El modelo que los vincula es Fray Luis de León. Entre ellos sobresalen Francisco Sánchez de las Brozas, fray Basilio Ponce de león, Malón de Chaide, Francisco de la Torre, Francisco de Figueroa, Francisco de Medrano. Se identifican por su búsqueda de un lenguaje ajustado, por la tendencia a las combinaciones estróficas breves (como la lira) y la alternancia de rimas consonantes y asonantes (véase Versificación). También se llama escuela salmantina la que prosperó a finales del siglo XVIII y que, presidida por José Cadalso y, en una segunda etapa, por Juan Meléndez Valdés, se guiaba por los principios de la poesía filosófica e ilustrada expuestos en la Epístola de Jovellanos. Además de su gusto por los temas mitológicos y la poesía de Anacreonte y Horacio, sus autores españoles predilectos eran Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León y Esteban Manuel de Villegas.

Española, Literatura, literatura de España, escrita en español, desde el siglo XI hasta nuestros días. Para más información sobre obras escritas en las otras lenguas de España y de obras escritas en español fuera de España, véase Literatura vasca; Literatura catalana; Literatura gallega; Literatura hispanoamericana y también las literaturas de cada país americano de habla española.

La edad media

La literatura medieval española se caracteriza por ser un crisol en el que se desarrollaron temas profanos y religiosos en diversos géneros literarios con claras influencias de las ricas culturas judía e islámica que florecieron en la península Ibérica en aquel periodo.

Los siglos XI y XII

Las obras más antiguas en lengua española son unas breves composiciones líricas de tema amoroso denominadas jarchas, composiciones escritas en lengua romance que datan de mediados del siglo XI y figuraban al final de las moaxajas o muwassahas, unos largos poemas escritos en árabe o hebreo en España. A continuación en el tiempo se sitúan los poemas épicos compuestos por los juglares, que los recitaban o cantaban en las plazas públicas o en los castillos. Los temas principales de estas epopeyas eran las luchas que enfrentaban a los caudillos de los diversos reinos cristianos de la península Ibérica contra los moros que habían conquistado la península a comienzos del siglo VIII, así como las rivalidades suscitadas entre los nobles castellanos y los de los otros reinos cristianos. La épica española reflejaba la influencia de la poesía germánica, árabe y sobre todo francesa, pero se distingue de sus modelos en que aborda los acontecimientos históricos de la época en lugar de temas antiguos o mitológicos. La elección de los temas manifestaba un gusto por la representación concreta de la realidad en el arte, que con el tiempo se convertiría en una característica de la literatura española. El ejemplo más antiguo que se conserva del arte de los juglares es el anónimo Cantar de mio Cid (c. 1140), que narra las fortunas y adversidades de Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Esta composición —verdadera obra maestra del arte narrativo que exalta las virtudes del coraje, la lealtad y la entereza— destaca por el realismo y la fuerza de sus personajes. La leyenda de los infantes de Lara, El cerco de Zamora y El poema de Fernán González son otros cantos épicos importantes.

Siglos XIII y XIV

En el siglo XIII los escritores cultos comenzaron a refundir las vidas de los santos, las leyendas moralizadoras y otros relatos antiguos —todos los cuales eran comunes en latín— en verso castellano. Esta actividad poética, conocida como mester de clerecía, se desarrolló primeramente en los monasterios, caracterizándose, a diferencia del mester de juglaría, por una estricta observancia de la métrica. El poeta más representativo del mester de clerecía es Gonzalo de Berceo, quien refundió las narraciones piadosas dándoles forma de poemas y confiriéndoles una frescura y fervor renovados.

Como resultado de la labor de Alfonso X el Sabio, Castilla fue uno de los primeros estados europeos en desarrollar una literatura en prosa. Una multitud de jurisconsultos, historiadores, traductores y especialistas en diversos campos del saber trabajaron bajo su supervisión en un formidable intento de recopilar todo el conocimiento de la época. Recurrieron a fuentes islámicas, judías y cristianas, pues el reino de Castilla era en aquella época un punto de encuentro para las personas doctas de las tres culturas. Este trabajo en conjunto estimuló el flujo de la cultura oriental hacia el occidente europeo. La prosa castellana, que con Alfonso X se convirtió en un poderoso medio de expresión, alcanzó la madurez artística en la obra de Don Juan Manuel —sobrino de Alfonso—, quien escribió la colección de relatos didácticos El conde Lucanor (1335). Hacia 1305 apareció el primer libro de caballerías español de cierta longitud —El caballero Cifar—.

La poesía de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, forma parte de lo más selecto de la literatura española. Sus ideales y recursos estilísticos eran en principio los de la edad media, pero supo expresar su individualidad de una manera que se asemeja más a los escritores renacentistas que a los medievales. Su Libro de buen amor es una colección de poesías escritas en forma de autobiografía satírica y contiene ejemplos de prácticamente todas las formas y temas poéticos de la edad media. Al igual que su contemporáneo Geoffrey Chaucer, Juan Ruiz contempla la vida con un aguzado sentido del humor.

Siglo XV

Durante el siglo XV la producción literaria española aumentó de un modo espectacular. Los poetas más destacados de este periodo son el Marqués de Santillana, Juan de Mena y sobre todo Jorge Manrique, quien en las Coplas a la muerte de su padre dio expresión perfecta a la aceptación cristiana de la muerte. Las historias de los poemas épicos estaban reunidas en los romanceros, colecciones de romances que se cantaban con acompañamiento instrumental. Con las modificaciones introducidas por los juglares, el romancero adoptó su forma definitiva, ocupándose también de los acontecimientos de cada época.

Durante el siglo XV floreció la literatura satírica e histórica. Los Reyes Católicos promovieron el estudio de las humanidades. El humanista más destacado de la época fue el gramático y lexicógrafo Antonio de Nebrija, autor de la Gramática de la lengua castellana (1492). En este periodo cobró también forma definitiva la novela de caballerías española más famosa e imitada, el Amadís de Gaula (1508). A semejanza suya se publicaron muchas novelas de caballerías durante el siglo XVI.

La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea (1499), escrita por Fernando de Rojas, es otra de las obras más significativas de la literatura española; la más importante es, probablemente, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. La Celestina es una novela dialogada que combina elementos narrativos y teatrales. Las fuentes literarias de esta obra, que ejerció una influencia considerable en el desarrollo de la literatura española, son latinas y medievales, pero expresan un concepto de la vida que difiere con radicalidad del espíritu religioso de la edad media. El argumento, que refleja de manera realista la vida del hampa en una ciudad imaginaria española durante el renacimiento, desarrolla la historia de dos nobles amantes, Calisto y Melibea, que requieren los servicios de una alcahueta llamada Celestina para favorecer su amor. Las vidas de estos tres personajes se entrelazan de tal manera que es la causa de su perdición. Nunca hasta entonces se había presentado la tragedia de la vida en la literatura española con tal profundidad psicológica y tanta maestría en el manejo de los medios de expresión. La madurez artística y el dominio de los registros estilísticos de Fernando de Rojas fueron un modelo valiosísimo para los escritores del siglo de oro español, que se inició poco después de la publicación de esta obra pionera.

El renacimiento y el siglo de oro

Bajo el reinado de Carlos I, España dominó gran parte de Europa y estableció un imperio colonial en América. Durante este periodo los escritores españoles siguieron las tendencias filosóficas y artísticas del renacimiento. En el campo de la ideas Erasmo de Rotterdam fue quien ejerció mayor influencia. Las obras de algunos de sus discípulos españoles, entre los que se encontraban el filósofo Luis Vives y el teólogo Juan de Valdés, fueron muy leídas y se tradujeron a diversas lenguas europeas. Lo mismo cabe decir de las obras de su contemporáneo fray Antonio de Guevara, divulgador e historiador franciscano. Durante este periodo se escribieron diálogos humanísticos, especialmente por parte de los seguidores de Erasmo, y se cultivó la historiografía. Los historiadores más importantes del renacimiento y el siglo de oro español son Diego Hurtado de Mendoza y el jesuita Juan de Mariana.

Temas y estilos poéticos

La poesía bucólica o pastoril, que pinta la vida y costumbres de pastores imaginarios, o en la que los personajes se hacen pasar por pastores, es otro de los géneros que florecieron durante el siglo de oro. Los temas y ambientes de la poesía pastoril, junto con formas métricas italianas como el soneto, la octava, la canción, el terceto y el verso libre, fueron utilizados por primera vez de manera habitual por Juan Boscán y Garcilaso de la Vega. Garcilaso fue no sólo un innovador en el uso de la métrica italiana y los temas bucólicos, sino también un excelente poeta capaz de transmitir sentimientos auténticos en versos de una serenidad clásica.

En la literatura española, más que en la de otros países, la innovación rara vez sustituye por completo a las tradiciones establecidas. De este modo, los usos poéticos antiguos y nuevos coexistieron durante el siglo XVI. La vida religiosa en España se intensificó a mediados del siglo XVI, en parte como consecuencia de la preocupación que sentían los católicos españoles por la Reforma protestante. El nuevo estilo poético se acomodó a la expresión de actitudes espirituales muy alejadas de la poesía pastoril. El primer gran poeta de este género fue fray Luis de León, en cuyos versos la devoción cristiana se conjuga con el culto a la belleza, el amor a la naturaleza y la búsqueda de la serenidad clásica característica del renacimiento. San Juan de la Cruz, contemporáneo de fray Luis, compuso lo que para muchos críticos son los versos más intensos y radiantes de la lengua española. En estos poemas intenta expresar —en términos de amor humano— la inefable experiencia mística de la unión del alma humana con Dios. Véase Mística. Otro poeta importante de esta época es Fernando de Herrera, quien cultivó el estilo barroco característico del siguiente periodo de la literatura española.

La poesía barroca, que se caracteriza por la proliferación de metáforas y otros recursos retóricos típicos del renacimiento, alcanzó sus cotas más altas en el siglo XVII. Los mejores ejemplos corresponden a las complejas y en ocasiones rebuscadas obras de Luis de Góngora y Argote. De su nombre procede el término 'gongorismo', con el que se designa el estilo típico de la poesía española del barroco. Góngora ha sido criticado con frecuencia por la tremenda complejidad y artificiosidad de gran parte de su obra, pese a lo cual sigue siendo considerado uno de los maestros indiscutibles de la poesía española. Otra figura señera de la literatura española es Francisco de Quevedo y Villegas —poeta, novelista, ensayista y satírico—, cuyas principales obras se caracterizan por la gran profundidad de sus sentimientos y por su prodigioso ingenio.

Prosa religiosa

Durante los dos últimos tercios del siglo XVI diversos autores místicos y ascéticos escribieron obras de considerable importancia. Entre ellos cabe destacar al dominico fray Luis de Granada —cuyos escritos reflejan tanto su ascetismo como su profundo amor a la naturaleza— y, sobre todo, a la mística santa Teresa de Jesús, que creó una nueva simbología para expresar sus experiencias místicas. En sus tratados alcanza la espontaneidad y la frescura de la lengua coloquial. El teólogo más importante del siglo de oro fue el filósofo escolástico Francisco Suárez, cuyas obras están escritas en latín.

Nuevos géneros literarios

Hacia 1550 surgen varios géneros literarios hasta entonces desconocidos. Entre ellos se encuentran la novela pastoril, la novela morisca y la novela picaresca.

La novela pastoril —que narra las aventuras y desventuras amorosas de pastores idealizados— es un género que ya había florecido con antelación en Italia y Portugal. El ejemplo más notable de novela pastoril en lengua española es La Diana del portugués Jorge de Montemayor.

La novela morisca fue una invención española que combinó las tendencias literarias de los siglos anteriores con las del siglo XVI, presentando los relatos caballerescos de la guerra contra los moros en forma de novela. Su primer ejemplo es el relato anónimo El abencerraje (1598).

Tanto las novelas pastoriles como las moriscas presentan imágenes idealizadas de la naturaleza humana. Por el contrario, la novela anónima El lazarillo de Tormes (1554) muestra una visión pesimista de la sociedad a través de los ojos de un pícaro que sirve a diversos amos. Esta obra es el prototipo de la novela picaresca que floreció a comienzos del siglo XVII. El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y la Historia de la vida del Buscón, de Quevedo, son los ejemplos más sobresalientes del género picaresco. Este género literario alcanzó un gran éxito en España y en el extranjero, influyendo de manera determinante en la novela europea del XVIII.

Los escritores de novela picaresca presentan una visión sombría de la humanidad, no menos distorsionada a su manera que la imagen idealizada de la literatura bucólica o de caballerías. En contraposición a esa visión deformada de la naturaleza humana, la obra de Miguel de Cervantes, y en especial Don Quijote de la Mancha (1605-1615), presenta una imagen completa de la humanidad, reflejando tanto su grandeza como sus debilidades. Es probable que Cervantes comenzara a escribir el Quijote con la única intención de tramar una historia divertida y burlarse de la moda de los libros de caballerías, que constituían la literatura de evasión en aquella época. Desde las primeras páginas, sin embargo, el libro presenta una historia cuya naturaleza multidimensional alcanza un grado al que hasta entonces ni siquiera la narrativa europea se había aproximado. Loco y sabio, grotesco y admirable, Don Quijote se muestra ante el lector como un ser humano verosímil y creíble a pesar de su compleja naturaleza y de los vaivenes a que lo somete el enfrentamiento de su mundo onírico con la realidad. Igual de creíble y complejo es el personaje de su escudero, Sancho Panza. El prosaico punto de vista del escudero contrasta, moderándolas, con las ilusiones de su señor; y lo cómico es que Sancho, al mismo tiempo, las comparte. El libro ofrece un cuadro completo de la sociedad española y universal en una asombrosa diversidad de temas, personajes, ideas y técnicas narrativas.

La influencia de Don Quijote de la Mancha se extiende a lo largo de los siglos. Cada periodo sucesivo de la cultura europea ofrece su propia interpretación de la novela y la considera un modelo para nuevos tipos de narrativa. Los 12 relatos que componen las Novelas ejemplares (1613), obra también de Cervantes, tienen una gran fuerza narrativa, y su imaginativa novela Los trabajos de Persiles y Segismunda (1619) es una de las obras maestras de la prosa barroca española.

Prosa no narrativa

Las obras no narrativas próximas al ensayo fueron uno de los principales logros de la literatura española del siglo XVII. Entre los ejemplos más destacados de este género se encuentran las Empresas políticas (1640), de Diego de Saavedra Fajardo, en las que el autor analiza su idea del príncipe cristiano ideal; la sátira Los sueños (1627), de Quevedo, una serie de fantasmagorías que se proponen fustigar los vicios de la sociedad; y la novela alegórica El criticón (1651-1657), de Baltasar Gracián, que presenta una interpretación pesimista de todas las experiencias humanas, exceptuando el esfuerzo intelectual. Todas estas obras emplean el estilo denominado conceptismo (véase Barroco: Culteranismo y conceptismo), que se caracteriza por su extraordinaria concisión.

Una de las figuras más importantes de la historia de la literatura española es Francisco de Quevedo, cuyos brillantes escritos analizan los males políticos, económicos y sociales de España. Los ensayos políticos —Política de Dios (1635), La vida de Marco Bruto (1644)— representan sólo un aspecto de su prosa, que también incluye obras ascéticas, filosóficas y satíricas. Obsesionado con la grandeza del pasado y la decadencia del presente, Quevedo quiso reflejar también el desencanto, la violencia y lo grotesco. Su poesía, que abarca desde lo amatorio hasta la política y la sátira, es rica y variada. Manejó con maestría tanto el tono clásico como el popular.

Teatro

En el siglo de oro español, el teatro fue el género literario que más tardó en alcanzar su pleno desarrollo. Entre las primeras piezas teatrales se encuentran las obras líricas escritas durante las primeras décadas del siglo XVI por el fundador del teatro clásico portugués, el poeta y dramaturgo Gil Vicente, que escribió parte de su obra en español. En la dramática de este primer periodo destacan también los entremeses de Lope de Rueda y de Cervantes. A imitación de las comedias renacentistas italianas aparecieron también una serie de obras teatrales. El poeta y dramaturgo Juan de la Cueva escribió dramas históricos de concepción clásica. Otro dramaturgo importante del siglo de oro fue Guillén de Castro, cuya obra más conocida es Las mocedades del Cid (1619).

Nadie representa mejor el genio español que Lope de Vega. Toda su obra, incluida la poesía, la narrativa y en especial su abundantísima producción dramática, rezuma el encanto y la naturalidad del arte popular, aunque fuera Lope un hombre de letras muy admirado por su magistral dominio de la técnica literaria.

La "comedia nueva española", definida y perfeccionada por Lope, es una obra en tres actos que combina elementos de la comedia y de la tragedia. Está escrita en verso utilizando diferentes estructuras métricas y se desentiende de los preceptos clásicos de la construcción dramática. Más dinámico y poético que psicológico o filosófico, este tipo de teatro pretendía agradar a todas las clases sociales, desde las más doctas hasta las más incultas. Aunque las obras de Lope se sirven de una enorme variedad de temas y argumentos, la mayoría de ellas abordan asuntos históricos derivados de los viejos romances, temas rurales y conflictos relativos a la afirmación de la dignidad personal. Se conservan unas 500 obras teatrales de Lope de Vega, aunque escribió muchas más. Algunas de las más conocidas son Fuenteovejuna (1612-c. 1614), Peribáñez y el Comendador de Ocaña (1614-c. 1616) y El caballero de Olmedo (1620-1625).

Algunos aspectos de la "comedia nueva española" fueron perfeccionados por aventajados discípulos de Lope de Vega como Tirso de Molina —cuyo El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630) es la primera obra literaria formal en la que aparece como personaje el legendario Don Juan— y Juan Ruiz de Alarcón, que dio un contenido moral a sus comedias corteses de costumbres.

El teatro del siglo de oro alcanza su esplendor con Calderón de la Barca, el gran poeta dramático del barroco. Sus obras teatrales tienen estructuras simétricas y complejas, y un grado de coherencia que falta en las piezas de Lope de Vega. En la obra más conocida del teatro español —La vida es sueño (1635)— Calderón hace ver lo efímero de la existencia y, al mismo tiempo, demuestra el origen divino de la vida. El alcalde de Zalamea es el ejemplo perfecto de drama rural centrado en un conflicto de honor. Calderón es asimismo el maestro indiscutible de una de las creaciones más interesantes del siglo de oro, los autos sacramentales, que es una forma de drama religioso basada en el uso de la alegoría. Entre los escritores influidos directamente por Calderón cabe citar a Francisco de Rojas y a Agustín Moreto.

Siglos XVIII y XIX

España comenzó a declinar en el plano político y económico en el siglo XVII; hacia finales del siglo comenzó a decaer también en el terreno de la creatividad artística. La decadencia continuó a lo largo de la guerra de Sucesión (1701-1714) y durante los reinados (1700-1759) de los primeros monarcas borbónicos. El único escritor español de auténtico mérito durante la primera mitad del siglo XVIII fue Benito Jerónimo Feijoo. Auténtico paladín de la libertad, la razón y el conocimiento científico, Feijoo combatió de una forma radical con sus ensayos la ignorancia y la estrechez de miras de sus contemporáneos.

Neoclasicismo

Durante el reinado del ilustrado Carlos III (1759-1788), la influencia francesa en España condujo a la adopción de formas artísticas neoclásicas y a una nueva manera de ver e interpretar el mundo. Estas tendencias, que no llegaron a ser aceptadas por el pueblo, fueron introducidas en la literatura dramática española por Nicolás Fernández de Moratín y más tarde por su hijo Leandro Fernández de Moratín, cuya obra más famosa es El sí de las niñas (1805). Por otra parte, don Ramón de la Cruz continuó la tradición española con sus sainetes (comedias de un solo acto sobre temas populares).

Los neoclásicos españoles demuestran por lo general un conocimiento muy limitado del arte del siglo de oro; su poesía lírica refleja influencias tanto extranjeras como de ciertos poetas renacentistas españoles, en especial fray Luis de León, y emplean la métrica tradicional española.

Las contribuciones más duraderas a la literatura durante este periodo se encuentran en las obras de Nicolás Fernández de Moratín y de su hijo Leandro, de Gaspar Melchor de Jovellanos y de Juan Meléndez Valdés. José de Cadalso destaca tanto por su poesía y su obra dramática como por sus ensayos, entre los que se incluyen las Cartas Marruecas (1793), que ofrecen una visión crítica de la sociedad española. Las polémicas en torno a los méritos de la tradición y la cultura españolas son características de este periodo.

La invasión napoleónica (1808) y el régimen absolutista (1814-1833) de Fernando VII coartaron la actividad literaria durante las tres primeras décadas del siglo XIX. Los mejores poetas de este periodo, como Manuel José Quintana, expresaron actitudes románticas en obras de forma clásica.

Romanticismo

Pese a que el siglo de oro español había servido de inspiración y modelo a escritores románticos de otros países, España no alumbró autores románticos significativos hasta la década de 1830. El romanticismo fue introducido con éxito en el teatro español por Ángel de Saavedra, duque de Rivas, con Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Discípulo del duque de Rivas fue el poeta y dramaturgo José Zorrilla, quien comparte con aquél el mérito de haber recuperado los temas legendarios e históricos en brillantes poemas narrativos. El espíritu romántico de rebeldía está representado por José de Espronceda, considerado por algunos críticos como el mejor poeta español de este periodo. Para muchos, sin embargo, la obra de Espronceda se ve superada por la de Gustavo Adolfo Bécquer, quien quizá compuso los poemas románticos más delicados de la lengua española.

La prosa romántica de mayor calidad se encuentra en los escritos de los costumbristas, autores que describieron al pueblo y sus costumbres desde una nueva perspectiva. Este tipo de prosa está impregnada de un afilado tono satírico en los artículos de Mariano José de Larra, que también escribió varias obras teatrales y una novela. Si bien sus obras no figuran entre las más destacadas de los escritores románticos españoles, Larra fue uno de los autores más interesantes de ese periodo debido a lo atormentado de su existencia y al alto grado de introspección que alcanza en su obra.

Realismo

La segunda mitad del siglo XIX fue la época de la prosa realista en España, al igual que en otros países. El realismo español alcanzó su máximo esplendor con la obra de Benito Pérez Galdós, quien figura entre los grandes novelistas europeos de todos los tiempos. En una serie de 46 relatos históricos agrupados bajo el título de Episodios nacionales (1873-1879 y 1897-1913), Galdós interpreta la historia del siglo XIX de España en forma novelada. Por otra parte, Galdós escribió novelas de tesis, es decir, novelas que abordan los problemas religiosos, sociales o políticos. Su tesis principal —la maldad de la intolerancia religiosa— es desarrollada con vigor en su novela Doña Perfecta (1876), pero sus obras maestras son una serie de novelas realistas, entre las que destaca Fortunata y Jacinta (1880), que retratan la sociedad madrileña.

Otros novelistas describieron la vida en diversas regiones españolas: José María de Pereda retrató la vida de Santander; Pedro Antonio de Alarcón y Juan Valera, la de Andalucía; y la condesa Emilia Pardo Bazán, la de Galicia. Pardo Bazán y Clarín (seudónimo del novelista Leopoldo Alas) adoptaron las técnicas del naturalismo. Valera, por el contrario, se distingue de los realistas por su afán de perseguir la belleza más que la exactitud. Los otros dos novelistas de este periodo que adquirieron renombre internacional son Armando Palacio Valdés y Vicente Blasco Ibáñez. Contemporáneo de los realistas fue el crítico e historiador de la literatura Marcelino Menéndez Pelayo.

La generación del 98

Durante la última década del siglo XIX España entró en una fase desacostumbrada de actividad creadora. El grupo de escritores conocido como la generación del 98 —que incluye a figuras tan dispares como Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán, Antonio Machado, José Martínez Ruiz (Azorín), Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y hasta Jacinto Benavente— llevó a cabo una profunda transformación del estilo y las técnicas literarias españolas. En la poética estuvieron influidos por el modernista nicaragüense Rubén Darío, que se caracterizó por la gran originalidad de sus imágenes, ritmos y rimas.

Pese a que los miembros de la generación del 98 poseían estilos muy diferentes, tenían en común una actitud crítica e interrogativa, una conciencia de la necesidad de liberalizar y modernizar España, y una noción sentida y profunda de la idiosincrasia española. Los escritos de Unamuno, en concreto sus vigorosos ensayos y poemas, expresan una filosofía que tiene ciertas similitudes con el existencialismo. Las obras de Valle-Inclán expresan la actitud artística conocida como esteticismo, es decir, la concesión de importancia primordial a la belleza, anteponiéndola a los aspectos intelectuales, religiosos, morales o sociales. El paisaje, la historia, las gentes y el espíritu de Castilla reciben la expresión más auténtica de los últimos tiempos en los poemas de Antonio Machado y los artículos y ensayos de Azorín. Pío Baroja, autor de los 20 volúmenes que componen las Memorias de un hombre de acción, es, para algunos, el mejor novelista español después de Pérez Galdós. Benavente —autor de Los intereses creados (1907)— recibió el Premio Nobel de Literatura en 1922 y fue el dramaturgo español más distinguido de su época.

El siglo XX

En el siglo XX la corriente literaria iniciada por la generación del 98 se apagó por un tiempo durante la guerra civil (1936-1939), cuando la mayoría de los intelectuales fueron silenciados u obligados a tomar el camino del exilio, pero recuperó su vigor después de la II Guerra Mundial. Véase Literatura española del exilio.

La sensibilidad y la absoluta pureza formal, en las obras de los escritores de comienzos del siglo XX, caracterizan la poesía de Juan Ramón Jiménez, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1956. El filósofo y ensayista José Ortega y Gasset, maestro de la prosa, es muy conocido como uno de los principales intérpretes del espíritu de su época. Otros escritores destacados de este periodo son el novelista, poeta y crítico Ramón Pérez de Ayala; el novelista y ensayista Gabriel Miró; el novelista, dramaturgo y crítico Ramón Gómez de la Serna —autor de las greguerías—, que fue el máximo exponente del vanguardismo y el expresionismo literario en España; el crítico y ensayista Eugenio d'Ors; los ensayistas Salvador de Madariaga y Gregorio Marañón; y el crítico y catedrático Ramón Menéndez Pidal.

Poesía

Una brillante generación de poetas, conocida como la generación del 27, floreció a finales de los años veinte y durante toda la década de los treinta. El más conocido de estos poetas es Federico García Lorca, quien dio expresión al espíritu popular de España en sus poesías y obras teatrales. Otros poetas destacados de esta generación son Jorge Guillén, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre. La obra de Guillén se agrupa, bajo el título de Aire nuestro, en tres libros: Cántico, Clamor y Homenaje. Guillén tuvo que exiliarse por motivos políticos en 1939, y sus versos reflejan un pesimismo creciente. Aleixandre, que obtuvo el Premio Nobel en 1977, ejerció una considerable influencia sobre otros poetas españoles. Su obra poética, que comienza con Ámbito (1928), adapta con inmensa creatividad la experiencia renovadora del surrealismo. Antología total (1975) es la más reciente colección completa de sus obras. La influencia de esta formación generacional se reflejó en poetas como César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Octavio Paz, entre otros. Al grupo al que en ocasiones se hace referencia como generación del 36 pertenecen Germán Bleiberg, Carmen Conde, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo y, así también, Miguel Hernández, quien fue elogiado de forma unánime tras la publicación de El rayo que no cesa (1936). La generación de 1936 se caracteriza por la expresión de su fe religiosa y por un intimismo. Fueron poetas disconformes con la situación política y social creada tras la guerra civil pero que en vez de enfrentarse con el régimen establecido optaron por una poesía personal y sincera sobre la naturaleza, la fe religiosa y otros temas íntimos.

Nueve poetas dominan la generación que sucede a la de 1936; se trata de Rafael Morales, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Victoriano Crémer, José Hierro, Eugenio de Nora y José María Valverde. El verso de Hierro representa el antiesteticismo, el compromiso social y la preocupación por España que caracteriza al grupo en su conjunto. Otras características del grupo son: 1) poesía subjetiva del individuo en conflicto con el mundo exterior, como en los poemas iniciales de Blas de Otero; 2) actitud realista —ni trágica ni exasperada, sino serena y de religiosidad íntima—, como en la obra de Valverde y la poesía última de Blas de Otero; y 3) tendencias objetivas y poesía social, como en la obra de Gabriel Celaya, Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. En la poesía actual española todavía hay dos generaciones encontradas, poetas que se iniciaron en los años sesenta y setenta aún dominados por los temas sociales pero que pronto se centran más en una poesía estética —con toques surrealistas, intuitivos y personales, como José María Caballero Bonald, Ángel Crespo, José Gil de Biedma, Claudio Rodríguez o Félix Grande; y las últimas generaciones— con obras consolidadas que aportan modernidad, intuición y estética, como Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Antonio Rodríguez Sarrión, Leopoldo María Panero entre otros. Es difícil, por no decir imposible, fijar criterios de unidad estilística con criterios clásicos por falta de perspectiva histórica y por la convivencia en la actualidad de géneros y estilos.

La novela

La novela es el género más floreciente de la literatura española contemporánea. Max Aub es autor, entre otras obras, de El laberinto mágico —amplio panorama sobre la guerra civil— y La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (1960). Una de las mejores novelas de Francisco Ayala, crítico y sociólogo además de novelista, es Muertes de perro (1958), que describe el mundo esperpéntico de una dictadura americana. Las novelas La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y Nada (1944), de Carmen Laforet, figuran entre las más destacadas de un nuevo tipo de realismo conocido como tremendismo, que se caracteriza por la presencia del antihéroe y la insistencia en los aspectos más sórdidos y desagradables de la vida. Cela, galardonado con el Premio Nobel en 1989, ha escrito novelas de estilos muy diferentes y es también conocido por sus libros de viajes. La colmena (1951) es para algunos su mejor novela.

Una variante más tradicional de realismo es el que representan las obras de escritores como Ignacio Agustí, a quien se debe el ciclo La ceniza fue árbol, centrado en la burguesía de Cataluña, y José María Gironella, autor de Los cipreses creen en Dios (1953), que inauguró una saga de conflictos familiares que simbolizan las disputas políticas que condujeron a la Guerra Civil española. Miguel Delibes destaca por sus libros de viajes y novelas realistas, entre las que sobresalen La sombra del ciprés es alargada (1947) y Cinco horas con Mario (1966). Ana María Matute que ingresó en la Real Academia Española en 1996, y que suele emplear un realismo exagerado pese a sus arranques líricos, encuentra en la infancia uno de sus temas habituales y es autora de libros como Los niños tontos (1956) y Primera memoria (1959). El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, es una novela objetiva en extremo, de estilo innovador en su época que su autor no tardaría en abandonar. Las novelas de Juan Goytisolo abordan problemas existenciales y son un alegato contra el vacío histórico de la sociedad española; entre sus obras más famosas se encuentran Reivindicación del conde don Julián (1970) y Paisajes después de la batalla (1982). Entre las novelas de Ramón J. Sender, considerado por algunos como el novelista más importante de esta generación, se incluyen Mr. Witt en el cantón (1935), Crónica del alba (1942) y Réquiem por un campesino español (1962). El mismo proceso que llevó la poesía postbélica se dio en la narrativa. Pero en este caso las influencias foráneas desde James Joyce a Willliam Faulkner, John Dos Passos, Franz Kafka o André Gide supusieron innovaciones temáticas y estilistas cuyo resultado es una rica diversidad de obras y autores, de tal manera que se puede afirmar que de "los cinco millones de procedimientos que hay para contar una historia" —según Henry James— se están empleando todos. Entre los autores importantes de la narrativa actual, sin que ello suponga detrimento para los no nombrados, cabe citar a Alfonso Grosso, Juan Marsé, Juan García Hortelano, Mercedes Salisachs, Eduardo Mendoza, Aquilino Duque, Lourdes Ortiz, Luis Mateo Díez, Julián Ríos, Adelaida García Morales, Arturo Pérez-Reverte, Almudena Grandes, Quim Monzó, Rafael Chirbes, y los contenidos en esta enciclopedia.

Teatro y ensayo

Dejando a un lado las tragedias lírica y simbólicas de García Lorca, el teatro moderno español no ha estado a la altura de los otros géneros. Cabe citar entre los dramaturgos a Alejandro Casona, de cuyo simbolismo es muestra la Dama del alba (1944), y a Antonio Buero Vallejo, cuya Historia de una escalera es un buen ejemplo de su teatro realista con alusiones existencialistas. También son dignos de mención Alfonso Sastre, autor de Escuadra hacia la muerte (1953) y Fernando Arrabal, polémico autor, cuyas primeras obras que él denominó 'pánicas' revolvieron la escena española.

En el terreno del ensayo Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset, hizo algunas contribuciones importantes al género durante la posguerra. Américo Castro, Dámaso Alonso y Joaquín Casalduero son algunos de los críticos literarios más destacados. Entre la multitud de eminentes ensayistas contemporáneos se encuentran José Gaos, Pedro Laín Entralgo, José Ferrater Mora, María Zambrano, José Luis L. Aranguren, Francisco Ayala, Guillermo Díaz Plaja, Ricardo Gullón y Guillermo de Torre.

Generación del 27, nombre con el que se identifica al grupo de escritores españoles ligados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte.

La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia sustancial con el movimiento ultraísta (véase Vanguardias): mientras éste proponía una búsqueda constante de lo nuevo, en la generación del 27 se produce un encuentro entre ciertos principios de las vanguardias literarias y la poesía española clásica, desde la lírica popular, Gonzalo de Berceo o Gil Vicente, hasta poetas barrocos, además de Góngora, como el conde de Villamediana, Pedro Soto de Rojas, Bocángel, Polo de Medina y, entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis de León, a quien la revista Carmen, dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje en 1928, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. En efecto, como muy bien definiera al grupo del 27 uno de sus poetas representativos, Rafael Alberti, ellos eran "vanguardistas de la tradición". Tienen incluso una actitud de reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más interesados por una literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de asuntos relacionados con las debilidades de la estructura social española. No obstante, un escritor joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta con La deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética del 27.

Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del pensamiento de Ortega y Gasset, la generación del 27 tuvo especial admiración por Juan Ramón Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que implicaba, en su afán de superar las formas del realismo, un culto de la imagen (que también realizó, a su manera, el ultraísmo) y una elaboración del sentimiento ajeno al desborde y a la emoción fácil. Al mismo tiempo proponían la pluralidad de estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo, que permitió incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños hasta otros lenguajes (las hipérboles numéricas en el poeta Federico García Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar impurezas tales como la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones. Destacan, por su clara filiación surrealista, obras como La flor de California (1926) y La sangre en libertad (1931) de José María Hinojosa (1904-1936); Sobre los ángeles (1929) de Rafael Alberti (1902); Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda (1902-1963); Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (1898-1936). Esta obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y Comedia sin título, y el guión cinematográfico Viaje a la luna, fueron el resultado del viaje del poeta a Nueva York en 1929 y revelan una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyo cortometraje Un chien andalou (Un perro andaluz) se había estrenado ese mismo año en París, al que siguió L´âge d´or (La edad de oro), con guión sólo de Buñuel.

Los componentes

La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente probada porque en ella se incluyen autores como Pedro Salinas (1891-1951), traductor de Paul Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y signo (1931), La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), entre otras obras; Jorge Guillén (1893-1984), premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi pura, en la que abunda el "esprit géometrique" de que hablaba Valéry y una visión afirmativa de los seres a través de una emoción que depura y condensa en libros como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963), obra esta última donde se detiene en ciertas personalidades históricas y en algunos horrores contemporáneos, sin renunciar a un 'Resumen' alentador:

"Amé, gocé, sufrí, compuse. Más no pido.

En suma: que me quiten lo vivido".

Vicente Aleixandre (1898-1984), premio Nacional de Literatura en 1934, premio Nobel en 1977, autor de Ámbito (1928), Espadas como labios (1932), Pasión de la tierra y La destrucción o el amor (1935), Sombra del paraíso (1944), Historia del corazón (1954), Diálogos del conocimiento (1974); Dámaso Alonso (1898-1990), premio Cervantes en 1978, estudioso de Góngora, especialmente de la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades, de quien cabe mencionar El viento y el verso (1923-1924), Hijos de la ira (1944), Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985); Luis Cernuda (1902-1963), entre cuyas obras sobresalen La realidad y el deseo (1936-1964) y sus estudios críticos sobre poesía en general, poesía española y poesía inglesa del siglo XIX; Rafael Alberti (1902), premio Nacional de Literatura en 1925 por Marinero en tierra, premio Cervantes en 1983, autor, entre otros, de un poemario como Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), en el que rinde homenaje a actores del cine mudo (Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd); Gerardo Diego (1896-1987), partícipe junto con Juan Larrea del ultraísmo, realizó en 1932 una antología de la Poesía española contemporánea 1915-1931 y escribió Versos humanos (1925), canciones, sonetos, odas y una Fábula de Equis y Zeda (1932), homenaje paródico al gusto barroco por las fábulas mitológicas. Mención aparte merecen escritores como Emilio Prados (1899-1962) y Manuel Altolaguirre (1905-1959), fundadores de la revista Litoral (véase Revistas literarias). Muchos de los escritores del 27 debieron exiliarse al estallar la Guerra Civil española: Salinas en Puerto Rico, Emilio Prados y Luis Cernuda en México, Rafael Alberti en Argentina e Italia, Manuel Altolaguirre en Cuba y México.

Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la generación del 27, cabe recordar que algunos de los poetas ya citados también escribieron en prosa narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas (Víspera del gozo, La bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, José María Hinojosa. Hubo dos vertientes principales: la novela lírico-intelectual y la humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y Locura y muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina (Pájaro pinto, 1927, y Luna de copas, 1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel Poncela, sobre todo con Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931, muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.

Lírica, forma poética que expresa tradicionalmente un sentimiento intenso o una profunda reflexión, ambas ideas como manifestaciones de la experiencia del yo. Esta definición debe matizarse cuando se traten ciertas formas de la lírica moderna en la que, como ya ocurría con el haiku japonés, el yo se desvanece en favor de la imagen o de una escena cuya emoción se desliga de la subjetividad del poeta. La lírica griega se cantaba o recitaba con el acompañamiento de la lira. Formas líricas populares en la época clásica eran las elegías y las odas. Entre los poetas líricos de la antigua Grecia figuran Safo, Alceo y Píndaro; entre los romanos, Horacio, Ovidio y Catulo. También se encuentra poesía lírica en la India y la China antiguas.

Formas

Los trovadores y troveros de la edad media francesa desarrollaron formas líricas tales como la canzone y el rondeau para ser cantadas. En Alemania, los primeros poetas líricos fueron los minnesingers. Aunque la mayor parte de los poemas líricos medievales eran anónimos, se destacan dos nombres: el de François Villon, en el siglo XV francés, y Geoffrey Chaucer, inglés, en el siglo XIV. También las baladas, a menudo clasificadas como poemas narrativos, se consideran formas de la poesía lírica por su relación con el canto.

A principios del renacimiento, el término lírica se aplica también a los versos no cantados. La lírica cantada abarca el madrigal, de origen popular, a diferencia de la canción y el soneto. El poeta italiano Petrarca se destacó por sus sonetos y por los cuatro madrigales que se incluyen en su Cancionero y son una temprana manifestación de esta forma lírica. En España sobresalen Gutierre de Cetina y Francisco de Quevedo. Otra forma lírica, la llamada lira garcilasiana (véase Versificación), fue vehículo en la España renacentista de la oda de Horacio y admitió también desarrollos originales en fray Luis de León y san Juan de la Cruz.

Poesía lírica de los siglos XVIII y XIX

Los poetas líricos más importantes en Alemania, en el siglo XVIII y principios del XIX, fueron Johann Wolfgang Goethe, Friedrich von Schiller y Heinrich Heine. En Inglaterra destacan Thomas Gray y William Collins, además de Robert Burns. Durante el periodo romántico inglés, deben mencionarse William Blake, Wordsworth, Keats y Shelley. En el siglo XVIII español, Juan Meléndez Valdés, quien recupera la cuarteta lírica de siete sílabas, prácticamente en desuso desde la época de Lope de Vega. Entre el siglo XVIII y el XIX merece mencionarse el poeta italiano Giacomo Leopardi.

En el siglo XIX, sobresalen los poetas simbolistas franceses: Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Stéphane Mallarmé, que lograron influir de manera profunda en buena parte de la lírica moderna de diferentes países, lo mismo que el poeta estadounidense Walt Whitman, cuya influencia es visible en poetas como Federico García Lorca, Fernando Pessoa y Pablo Neruda, entre otros.

La lírica moderna

Sin pretender agotar la lista de poetas importantes del siglo XX, resultan destacables: Robert Frost, Ezra Pound, T.S. Eliot y e.e. cummings, en Estados Unidos; W.H. Auden, Stephen Spender, Dylan Thomas, en Inglaterra; Stefan George y Rainer Maria Rilke, en Alemania; Paul Valéry en Francia; Salvatore Quasimodo, Eugenio Montale y Sandro Penna, en Italia; Miguel Hernández, Luis Cernuda, José Ángel Valente, en España; Octavio Paz, en México; Juan Gelman, Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, en Argentina; Constandinos Cavafis, en Grecia.

Universidad de Salamanca, institución estatal de enseñanza superior, cuyo nombre oficial es Universidad Literaria de Salamanca, situada en esta ciudad española, bajo la jurisdicción de la consejería de Educación de la comunidad de Castilla y León. La Universidad se fundó en 1218 por Alfonso IX, rey de León, como universidad real y fue reestructurada por Alfonso X, rey de Castilla y León, en 1254. La institución alcanzó la cima de su influencia durante el siglo XVI, cuando tenía unos 6.800 estudiantes. Más tarde, inició su declive, al igual que las demás universidades españolas. Renació a mediados del siglo XVIII como foco principal del movimiento renovador que trajo la Ilustración, alentado por su rector Meléndez Valdés, pero volvió a decaer con el absolutismo de Fernando VII.

De entre los numerosos edificios con los que cuenta la Universidad destaca uno de planta cuadrangular, con patio central, que tiene una fachada (1553) con una de las decoraciones más grandiosas del plateresco español. Por sus aulas han pasado insignes profesores, de los cuales dos en especial han marcado su impronta en la institución: en el siglo XVI el religioso y escritor Fray Luis de León, y en el siglo XX el pensador, filósofo y literato Miguel de Unamuno, que fue rector de la misma.

Reactivada en 1940, la Universidad de Salamanca está compuesta por las facultades de biología, química, bellas artes, geografía e historia, derecho, medicina, farmacia, filología, filosofía y pedagogía y ciencias, así como diversas instituciones asociadas. Se obtiene el título de licenciado tras un periodo de cinco a siete años de estudios; el doctorado se concede tras un periodo adicional de dos años y la realización de una tesis. De especial interés es la biblioteca de la Universidad que contiene, además de los volúmenes obligados, colecciones de incunables, libros raros y manuscritos.

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"Cuenca (provincia)", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 97 © 1993-1996 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

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