Lenguaje, Gramática y Filologías


Enseñanza de Lingüística General; Ferdinand Saussure


Curso de lingüística general, de Ferdinand de Saussure

Capítulo I

El estudio de los “hechos de la lengua” ha vivido tres períodos distintos a lo largo del tiempo:

En un primer período se fundó en una base lógica, carente de cualquier tipo de valoración científica, lo cual reducía su espacio de trabajo. Adoptó el nombre de gramática, y se ocupó de establecer una serie de reglas que distinguieran lo correcto de lo incorrecto.

La segunda etapa corresponde a la de la filología, materia de esencia científica que se centra en “fijar, interpretar y comentar los textos”, abordando a su vez sus relaciones con la historia y la humanidad. Utiliza un método crítico, y si entra en la lingüística es para comparar textos separados en el tiempo, creando así la lingüística histórica. Su error radica en que antepone la lengua escrita a la lengua viva.

La tercera fase es la de la gramática comparada o filología comparativa. Dentro de este campo destaca el nombre de Franz Bopp, quien trabajó las relaciones del sánscrito con diferentes lenguas antiguas, advirtiendo que esto mismo podía componer una ciencia independiente basada en comprender una lengua a través de otra. En este terreno fue vital el descubrimiento del sánscrito, anterior a lenguas como el griego o el latín, lo que daba la posibilidad de apreciar su evolución.

Aparecieron después otros lingüistas entre los que destacaron Max Müller por sus razonamientos, Georg Curtius por su mediación entre la gramática comparada y la filología clásica, y sobre todo August Schleicher, el cual se preocupó de sistematizar los resultados obtenidos. Sin embargo, estos estudiosos no crearon una ciencia, pues no fijaron un objeto de estudio, y consecuentemente, carecían de método alguno. Así pues, sus investigaciones no seguían un rumbo determinado; ejemplo de ello es la comparación que Schleicher realizaba entre lenguas según su el aspecto de las palabras, sin tener en cuenta su peso gramatical. Ésto supuso resultados erróneos, que, por otro lado, nos evitan repetir la incorrección en el estudio.

La llegada de la lingüística, que se ocupa de “las condiciones de vida de las lenguas”, situó a la comparación como una mera herramienta de trabajo. Romanistas, apoyados en el latín y en los documentos conservados, y germanistas, sólo ayudados por estos últimos, condujeron a la lingüística hacia su objetivo, obteniendo nuevas conclusiones. Finalmente, la nueva escuela de los Neogramáticos situó a la lingüística en “perspectiva histórica”.

A pesar de toda esta evolución en el estudio de la lengua no se han resuelto las incógnitas más básicas.

Capítulo II

La lingüística acoge como materia “todas las manifestaciones del lenguaje humano”, que son todas aquellas formas de expresión dadas en el espacio y en el tiempo. Además, la lingüística debe remitirse a los textos escritos como único modo de llegar a aquellas formas de expresión emitidas en el pasado.

Su tarea es la de la descripción de las lenguas y el análisis de su historia, interesándose por la historia de las familias de las lenguas y la recuperación de las lenguas madre. También ha de crear las leyes generales que afectan al lenguaje, al igual que definirse y establecer sus propios límites.

Por otro lado mantiene relaciones con otras ciencias, como con la psicología, pues el punto de partida de la expresión en el lenguaje es meramente psicológico, y en tanto, se pregunta el autor si es la lengua psicología o no. Hay ciencias relacionadas con la legua, de las que pide aclaraciones que no recibe (ej: fisiología) y otras con las que no comparte su objeto de estudio, con lo que no mantiene relación alguna.

La utilidad de la lingüística es evidente para todo aquel que se relacione con los textos y, además, es un elemento importante dentro del conocimiento cultural general.

Igualmente, la lingüística debe desechar las ideas incorrectas y absurdas que habitualmente surgen en su seno.

Capítulo III

Punto1º

El objeto de la lingüística es difícil de definir pues no lo tiene desde un principio, como sucede en otras disciplinas. De esta manera, un observador puede analizar un elemento lingüístico, como una palabra, desde diferentes ángulos, siendo todos ellos igual de válidos: puede analizarse desde el sonido, el cual no puede desligarse de los órganos humanos que lo producen (una unión de elementos fisiológicos y mentales) y al cual la lengua “no se puede reducir”, pues es una simple herramienta de la expresión del pensamiento. Puede analizarse el lenguaje a su vez teniendo en cuenta su condición social a la vez que individual. Por último, en el lenguaje se aprecia la unión de un sistema aceptado en el momento en que se analice y de una evolución anterior, los cuales forman una unión casi inseparable, y que por el mero hecho de ser elementos que provocan una variación constante se imposibilita el realizar cualquier tipo de estudio aislado.

De todo esto, podemos obtener que la lingüística carece de un “objeto entero” de estudio. Explica Saussure que de estudiarse uno solo de ellos se perderían las otras características, y de estudiarlos todos a la vez, la materia sería tan amplia que llevaría a la confusión. Así que la lingüística debe ser mirada desde el apoyo que le aporta la lengua.

A la lengua, la cual responde a un prototipo creado por la sociedad para el entendimiento de sus miembros, y por lo tanto irregular, se le otorga el primer lugar dentro del lenguaje. Tal es la importancia de la lengua, que es considerada una “totalidad en sí”, pues no se presta a clasificación.

Hay quien objeta que la lengua es tan solo una habilidad adquirida que debería ser subordinada al lenguaje, que nos viene por naturaleza. En respuesta a estas afirmaciones, Saussure asegura que no está probado que el lenguaje sea un elemento natural, a lo que Whitney añade que la lengua es un ente social cuyo instrumento es el que es por una simple casualidad. Saussure explica que dicho instrumento posiblemente pudiera haber sido “impuesto por la naturaleza”, si bien lo interesante es que el signo que se utilice no tiene la menor importancia, y sí el que la lengua sea una “convención” para el ser humano, algo natural en la esencia del hombre. Se trata de una capacidad, una virtud, un producto de la vida social (desde el principio de los tiempos) que conlleva la aparición de una lengua en cada sociedad.

Por otro lado, comenta que en la mente se entremezclan los modos en que plasmar el lenguaje, los instrumentos de expresión, pero siempre dentro de la “facultad que gobierna”, dentro de la facultad lingüística.

En conclusión, la lengua se encuentra en ese primer lugar al ser la que crea la comunicación, si bien es cierto utiliza unos medios que podían haber sido cualquier otros.

Punto 2º

La lengua, como hecho individual, posibilita la existencia del circuito de palabra, que es un acto que se da entre más de un individuo si es completo. El circuito de palabra parte del acto psíquico que se produce en el cerebro de uno de los individuos, donde se da la unión o “asociación” de un concepto mental con una imagen simbólica. De aquí, se pasa a la parte fisiológica del proceso, en que la que una imagen es reproducida mediante órganos de nuestro cuerpo. Seguidamente, y en una tercera fase física, la imagen (acústica, gestual, escrita, etc.) llega a otro individuo, que procede a una asociación conceptual que derivará en un nuevo proceso físico-fisiológico.

Este proceso es igualmente divisible según lo que es externo (fuera del cuerpo) o interno, según lo psíquico (asociación) y lo que no lo es, según lo activo (asociación y emisión del mensaje por nuestra parte) y lo pasivo, y dentro de la parte psíquica, según lo ejecutivo (asociación del concepto a la imagen que vamos a crear) y lo pasivo (de la imagen al concepto).

Destaca la relevancia de la facultad de asociación y coordinación, que se encarga de realizar una especie de archivo del sistema de signos en nuestra mente. Dicho archivo no es individual, es común al conjunto de individuos de la comunidad, a causa de la actuación de las facultades receptiva y coordinativa, que dejan un residuo en cada uno que comprende las mismas asociaciones entre signos y conceptos, si bien no absolutamente todas serán las mismas, por lo que la lengua se completa en el conjunto del colectivo.

En la distinción antes realizada dentro de la parte psíquica comprendíamos lo ejecutivo y lo pasivo. Pues bien, esa ejecución es conocida como habla y mantiene unas diferencias notorias con la lengua. La lengua es social, pues se adquiere pasivamente en el colectivo, y “esencial”; el habla individual, “accesorio” y provoca la una clasificación. En el habla destaca la habilidad personal y las posibilidades mentales y corporales de cada uno para la expresión; la lengua, como elemento social, es externa al individuo y se basa en la asociación general entre imagen y concepto, y en tanto es “homogénea”, algo necesario para entendernos. Además, ésta requiere aprendizaje y puede y debe estudiarse de un modo aislado. Por último, la lengua es algo concreto, a pesar de que su localización sea cerebral, ya que sus imágenes son unas determinadas, bien sonoras o bien visibles. Saussure prefiere la lengua porque es el hecho objetivo, lo general, y es esto lo que se puede y debe describir y estudiar.

Punto 3º

La lengua, como pertenencia de la masa social, se engloba dentro de los “hechos humanos”. Como ya hemos dicho, se trata de un sistema de signos, entre los cuales es el más importante. Si se creara una ciencia que estudiara la vida de éstos, recibiría el nombre de semiología, y sus funciones serían las de determinar qué son y señalar cuáles son sus leyes. Como parte de la semiología, a la lingüística le correspondería determinar el lugar de la lengua en ella, y a la psicología, a la que la semiología pertenece, determinar su “puesto” absoluto.

Sin embargo no podemos hablar de ciencia porque sus problemas no se han resuelto, ya que la lengua es necesaria para ello y no ha sido estudiada de un modo conveniente. A la hora de estudiar la lengua se han olvidado su cualidad social y su condición de ente “ajeno a la voluntad humana”. Para realizar un estudio adecuado debería ser comparada con otros sistemas de signos y su resultado sería el fin del “problema lingüístico”, que es el no tener objeto de estudio, convirtiéndose además en necesidad la función de la semiología: “agrupar los signos y determinar sus leyes”.

Capítulo IV

El hecho de ubicar la lengua conlleva el de ubicar la lingüística. La lengua es un sistema de signos cuyas herramientas de creación de imágenes quedan fuera de su propio objeto de estudio, pues las variaciones evolutivas que dichas herramientas puedan sufrir no influyen en la lengua, sólo en la interpretación de las imágenes. Dicha evolución se produce por el cambio que el uso individual provoca en el uso social. Estos posibles cambios son fácilmente calculables, y en tanto, no presentan mayor importancia.

La lengua se encuadra dentro del estudio del lenguaje, que se divide en dos: por un lado está la parte psíquica, cuyo objeto es la lengua, que, como ya hemos dicho, tiene carácter social, y es por ello que queda fuera de nuestra voluntad; por el otro, la parte psicofísica, cuyo objeto es el habla (personal, dependiente del sujeto), y es menos relevante. El habla, en contraposición a la lengua, al tener carácter individual, responde a nuestra voluntad, por lo que comprende las combinaciones y las peculiaridades fónicas que queramos hacer.

Las dos están muy unidas: la lengua resulta imprescindible para que el habla se comprenda, y el habla, como elemento anterior a la lengua, da lugar a la existencia de ésta. Además, el habla fuerza la evolución de la lengua, según la influencia que la forma de hablar de otras personas ejerce en nosotros.

Capítulo V

Tomando la definición de lengua, apartamos lo que a ésta le es “extraño”, lo que no la varía, lo cual forma parte de la denominada lingüística externa. En ésta se incluyen:

· Las relaciones entre lengua y etnología (entre la historia de la lengua y una raza o civilización), según las cuales la lengua “hace nación” y ésta influye a su vez en la otra.

· Las relaciones entre la lengua y la historia política (ej: conquistas). De ahí el cambio de significado de términos como burgués.

· Las relaciones entre la lengua y las instituciones, vinculadas al desarrollo literario, cuya lengua (la literaria) se separa de la lengua hablada (es artificial). Este aspecto es inseparable de la historia política, y además presenta el conflicto entre la lengua y los “dialectos locales”.

· Características en cuanto a extensión geográfica y convivencia con distintos dialectos.

Equivocadamente se ha comentado que el estudio de la lengua es inseparable de estos factores; equivocadamente porque no son indispensables y porque su separación facilita dicho estudio.

Por otro lado encontramos la lingüística interna, que aborda lo relacionado con el sistema y sus reglas, porque sólo es interno aquello que cambia el sistema, lo que lo varía en mayor o menor grado. Según Saussure, “la lengua es un sistema que no conoce más que su propio orden”.

Capítulo VI

Punto 1º

Nuestro objeto de estudio, que es la lengua, es distinta según el grupo lingüístico, es decir, existen muchas lenguas, de las cuales el lingüista debe sacar lo “universal” que hay en ellas. Las lenguas se conocen principalmente por la escritura (ej: lenguas lejanas en el espacio o en el tiempo) y como ésta es un elemento extraño al sistema de la lengua deben conocerse “su unidad, sus defectos y sus peligros”.

Punto 2º

Lengua y escritura son dos sistemas distintos (la escritura es una herramienta de representación) que se entremezclan, quitando la esta última el “papel principal” a la primera.

Se dice que la escritura retarda los cambios evolutivos, que conserva el idioma, que lo salvaguarda, lo que no es cierto al mantenerse formas de cuando no había escritura o al evolucionar la pronunciación por separado: son independientes, hecho que no remarcaron los primeros lingüistas.

Esta hipervaloración de la escritura se debe a que la imagen se ve más consistente y duradera frente al sonido, a que la lengua literaria la ensalza, y a que ante la disciplina que la regula, la ortografía, la lengua tiene todas las de perder en sus disputas puesto que las soluciones vinculadas a la escritura son más “cómodas”.

Punto3º

Dentro de la escritura podemos distinguir dos tipos de sistemas:

· el sistema ideográfico: relaciona una palabra con un solo signo, por lo que éste resulta extraño al sonido que se le asocia (ej: escritura china).

· el sistema fonético: puede ser silábico o alfabético (“reproduce los sonidos que forman una palabra”).

Como ya hemos dicho, la escritura tiende a imponerse al sonido. Esta tendencia es mucho más fuerte en el sistema ideográfico, en el cual ante una confusión en el sonido, se recurre a la expresión escrita para anular las dudas. Además, palabras con el mismo significado pertenecientes a distintos dialectos (y en tanto, con diferentes valores sonoros) se corresponden con el mismo signo.

En el sistema fonético, a pesar de tratarse de una expresión más “racional”, la armonía entre el sonido y la grafía se pierde.

Punto 4º

La lengua tiene una tendencia a evolucionar (ej: /roa/) contrapuesta a la tendencia estática de la escritura (roi). En un principio, la escritura trata de amoldarse a la pronunciación; después, acaba por mantenerse sin cambios: la escritura queda “extraña a la lengua”. De ahí que haya grafías que carezcan de correspondencia sonora alguna.

Hay más motivos para que sonidos y letras no se correspondan. Ante conquistas u otras situaciones en que un pueblo toma el alfabeto de otro se producen errores de adecuación, aplicándose, por ejemplo, dos grafías a un sonido. También pueden crearse falsos antecedentes etimológicos, que igualmente favorecen el desacuerdo, o preciosismos sin motivo fónico alguno, sólo embellecedor.

Punto 5º

Dicho desacuerdo crea ciertas “inconsecuencias”:

· que aparezcan múltiples signos para un sonido, y viceversa.

· que surjan las “grafías indirectas”, como apoyo para la pronunciación, y que confunden a la vista.

· que se den incongruencias, como en el francés, en el que se ven consonantes dobles cuando la teoría dice que no existen.

· que surjan dudas ante la carencia de reglas, dándose alteraciones, asociando dos grafías a un sonido...

El resultado es que la escritura acaba por dejar de ser la imagen de la lengua. Se dice que tal palabra se pronuncia de tal modo, creando una dependencia de la lengua respecto de la escritura, y fomentando la no relación letra-sonido. En último término, la escritura modifica la lengua, hecho cada vez más frecuente.

Se debe recordar que la pronunciación depende de la etimología de la palabra y no de su ortografía. La escritura está para ayudar a la lengua, no para obligar a la pronunciación.

Capítulo VII

Punto 1º

Sustituir la escritura por la lengua aporta “una masa informe” para el estudio. Pero el hecho contrario, colocar en primer lugar lo “natural” (sonido) y después lo “artificial” (letra) es el acertado y los lingüistas modernos lo respaldan. Sin embargo, esto será imposible mientras no se estudien los sonidos. Este estudio sería el de la fisiología de los sonidos. En ocasiones se le llama erróneamente fonética, ciencia histórica que estudia las evoluciones; el nombre correcto es el de fonología, que está “al margen del tiempo” pues estudia los movimientos del aparato vocal. Se trata de una disciplina auxiliar (los sonidos no constituyen la lengua), que no ha resuelto el problema de la lengua.

Punto 2º

La lingüística exige un medio para representar los sonidos, que no de lugar a dudas. En éste, cada “elemento de la cadena hablada” debe corresponderse con un signo.

Este alfabeto debe estar “al servicio del lingüista”. El que fuera adoptado universalmente favorecería la aparición de particularismos en cada idioma, y en consecuencia, la confusión. Además, se perdería la distinción entre las palabras que suenan igual.

Punto 3º

La fonología nos permite tomar precauciones frente a la escritura, que solo tiene valor si su testimonio es interpretado. Por tanto, en cada idioma, es el sistema fonológico lo único que “interesa al lingüista”. Así pues, a la hora de crear un sistema fonológico cuando estudiamos una lengua del pasado se tienen ciertos recursos:

· Indicios externos: Testimonios de los contemporáneos, los cuales son poco seguros, pues no tenían un sistema fonológico.

· Indicios externos e internos (usados al mismo tiempo): Los indicios internos son de varios tipos: pueden ser sacados de la regularidad de las evoluciones fonéticas, conociendo el punto de partida, por analogía con evoluciones paralelas, o conociendo los puntos de partida y llegada al buscar una pronunciación intermedia; pueden ser indicios contemporáneos, que permiten apreciar, por ejemplo, el acercamiento que se ha podido dar entre sonidos, al conocer cómo son hoy en día.

También sirven como referencia aquellos textos poéticos que basan su belleza en la sonoridad, los juegos de palabras, etc.

Cuando ese sistema ha de hacerse para el estudio de una lengua viva, se debe establecer un sistema de sonidos reconocible por la “observación directa”, análisis in situ, y se debe observar el sistema de signos que representa a los sonidos. Las lenguas vivas son las únicas que ofrecen la posibilidad un sistema lingüístico con garantías.

APÉNDICE: Capítulo I

Punto1º

A la hora de analizar los fonemas deben tenerse en cuenta el acto de fonación (la creación de sonido por los órganos) y la impresión producida por el oído, base de toda teoría, pues al escuchar se distinguen automáticamente las unidades fonológicas. Según la cualidad de impresión, nuestro oído nos permitirá saber si un sonido ha variado o sigue siendo el mismo, único, homogéneo, y además percibiremos la división de los sonidos en tiempos homogéneos, “punto de partida del estudio fonológico”. Es por esto que alfabetos como el griego sean destacables en tanto se asimilan en gran manera a la escritura fonológica, al respetar la idea de 1 grafía-1 sonido-1 tiempo homogéneo; otras lenguas, en cambio, no se preocuparon de ello (ej: dos grafías para un sonido).

Para llevar a cabo la delimitación de los sonidos hay que apoyarse de nuevo en la impresión acústica. Sin embargo, para describirlos hay que fijarse en el acto articulatorio, pues el sonido es “inanalizable”: 1 sonido-1 acto articulatorio. Las unidades que obtengamos, los fonemas serán elementos complejos condicionados por ambos campos (acústico y articulatorio).Estos fonemas son unidades “irreductibles que no se pueden considerar al margen del tiempo”, es decir, a cada uno le corresponde un tiempo. Si bien se puede apartar una unidad y tomarla ”in abstracto”, olvidándonos de su relación con el tiempo y fijándonos tan sólo en su “carácter distintivo”.

Una vez analizado un número suficiente de fonemas en lenguas diferentes se llegan a conocer y clasificar, sin olvidar que si no nos fijamos el “matiz” recibido en nuestra impresión en el oído, el número de fonemas resultantes sería ilimitado.

Punto 2º

Los partes del cuerpo humano que permiten la creación de sonido son las cavidades nasal, bucal y laríngea, cada cual con sus elementos correspondientes, entre los que destacan las cuerdas vocales.

La glotis, donde se encuentran dichas cuerdas, en la cavidad laríngea, permite el paso de más o menos aire según su apertura. La cavidad nasal es un órgano inmóvil al que el aire no llega si se levanta la úvula. La cavidad bucal permite multitud de posibilidades al ser capaz de aumentar y disminuir de volumen y longitud.

El sonido se debe a la movilidad de estos órganos y al paso del aire por ellos. El sonido laríngeo es uniforme, la cavidad nasal funciona como resonadora y la bucal como creadora de sonido. Si la glotis está muy abierta, las cuerdas no suenan y el sonido lo crea la boca; si sucede al contrario, harán un sonido que la boca se encargará de modificar.

Para la producción de sonido se dan ciertos factores, que son: la expiración, la articulación bucal, la vibración laríngea y la resonancia nasal. Así presentados no son “elementos diferenciales” entre fonemas; lo serán si reportan alguna distinción entre éstos (ej: si uno presenta una cualidad de la que otro carece). Unos son “constantes, necesarios y suficientes”: expiración y articulación bucal, mientras que otros son pueden presentarse o no: vibración de la laringe y resonancia nasal. Estos elementos conforman la identificación del acto fonatorio, y en tanto ésta sea realizada, se habrá identificado al fonema que los manifieste.

Funcionan como elementos diferenciadores sólo los tres últimos factores (la expiración se da siempre). Si alguno no es reconocido, la identificación del fonema es incompleta. Mediante todas las combinaciones posibles de éstos, se fijan todos los fonemas esenciales.

Punto 3º

Es el aspecto según el cual se suelen clasificar los sonidos, teniendo en el grado de apertura de la boca y se establecen siete niveles. En la función articulatoria se distinguen además los órganos que permanecen activos o pasivos a la hora de crear sonido. Así la presencia o ausencia de cualquiera de ellos permite establecer elementos distintivos entre fonemas. Los niveles son lo siguientes:

Apertura cero: Oclusivas. Son fonemas obtenidos por la oclusión completa, es decir, por un cierre total y puntual de su punto de articulación. Pueden ser labiales (p,b,m) al juntar los labios, dentales (t,d,n) al tocar los dientes con la punta de la lengua o guturales (k,g,) al llevar el dorso de la lengua al paladar posterior.

Su variante nasalizada (m,n,) son oclusivas por el cierre de la boca, pero funciona la cavidad nasal. Además, cada tipo de oclusiva presenta una variante sorda (p,t,k).

Apertura uno: Fricativas o espirantes. Se caracterizan por un cierre incompleto de la boca, por el que pasa aire que provoca un cierto “frotamiento”. De raro uso son las labiales (oclusivas p y b); las más comunes son las labiodentales (f,v) en las que el labio inferior se acerca a los dientes y las dentales, que se dividen en subgrupos según la postura de la lengua.

La impresión acústica nos permite distinguir si se produce una articulación anterior (palatal) o posterior (velar).

Apertura dos: Nasales. Se corresponden con las oclusivas nasalizadas (m,n,).

Apertura tres: Líquidas. Pueden producirse de dos maneras: en las de articulación lateral, la lengua toca el paladar, pero deja pasar aire por uno o los dos lados ( l ); se distinguen dental ( l ), palatal ( l´) y gutural o velar ( l´´ ). Suelen ser sonidos sonoros, aunque el sordo es posible y el nasal raro.

En las líquidas de articulación vibrante, la lengua está más lejos del paladar, y se produce una serie de batimientos, si bien el grado de apertura equivale al de las laterales. Es el caso de la r, y se produce de dos modos: acercando la lengua hacia los alvéolos (ej. del francés roulé) o echándola hacia atrás (graseyé). En cuanto a sordas y nasales, igual que las laterales.

Superando el tercer grado, nos encontramos con las vocales, en las que la boca funciona como un mero resonador y es el sonido laríngeo el que predomina. A mayor apertura bucal, mayor será ese predominio.

Apertura cuatro: i, u, ü. Es la apertura más cercana a las consonantes (vocales de grado bajo). Para i, los labios se retraen ( ¯ ) y la articulación es anterior; para u, los labios se redondean ( º ), acompañados de articulación posterior; para ü, la articulación es anterior y la posición labial es ( º ). Las sordas se producirían por aspiración (ej. hi).

Apertura cinco: e, o, ö. (vocales de grado medio).Su articulación se corresponde con las de i, u, ü, pero la apertura es un poco mayor. Se encuentran nasalizadas y sordas (por aspiración). En algunas lenguas se distinguen cerradas y abiertas, si su grado de apertura es mayor.

Apertura seis: a. Es la apertura máxima. Las nasales son un poco más cerradas, y la sorda, igualmente, aspirada.

Capítulo II

Punto1º

La investigación del principio fonológico se centra en el estudio de la unidad, lo cual nos aporta ciertos datos útiles, si bien se desvía de lo realmente interesante. La sílaba muestra la extensión de los sonidos en el tiempo y al ser un conjunto de ellos comprende inevitablemente una regla que los rije.

Tal es la importancia de la sílaba que las primeras escrituras se basaban en ésta en lugar de en los fonemas. Si se creara una ciencia que estudiara estos grupos de fonemas, mostraría la dificultad para la pronunciación que entrañan, que requiere coordinación, y las limitaciones a la hora de ligarlos por parte de la articulación (“elementos mecánicos y acústicos que se condicionan recíprocamente). Esta “mecánica regulada” es universal. Los grupos silábicos, por otro lado, sufren evoluciones distintas según sus características de naturaleza y orden.

Punto 2º

Los sonidos que se caracterizan por una articulación cerrante son conocidos como implosivos ( >) y los abrientes como explosivos ( < ). Habitualmente entre la realización de un movimiento y otro se producen momentos de reposo (ap-to), pero si la forma segunda es de mayor abertura que la primera, se mantiene una salida de sonido aunque los órganos no se mantengan en movimiento (tenue o articulación sistante) (ej: gorra).

Los movimientos necesarios de implosión y explosión deben distinguirse del grado de apertura; cualquier fonema puede ser implosivo o explosivo, si bien estas cualidades se distinguen de peor manera a mayor grado de apertura. En las vocales i y u se llega a hacer distinción, escribiéndose j y w las abrientes (más breves) e i y u las cerrantes; con la e y la o la distinción es ya más difícil y en la a ya ni se da.

Éstos elementos son formas concretas e irreductibles que tienen lugar en el espacio y en el tiempo. Por ejemplo, la familia P es una abstracción, no es real, y no se corresponde concretamente con p o con p (que sí son concretas), al igual que dos fonemas no tienen valor si no se los caracteriza con la explosión o la implosión.

Punto 3º

Las combinaciones de estos dos elementos se clasifican en cuatro grupos:

El primer grupo es el grupo explosivo-implosivo (< >). Su pronunciación es siempre posible sin necesidad de romper la cadena hablada, pues viniendo de una articulación abriente son posibles todos los movimientos.

El segundo grupo es el grupo implosivo-explosivo (> <). También es siempre posible, pero la implosión deja los órganos en una postura en que se hace necesario un “movimiento de acomodación” que permita la explosión; este movimiento no es siquiera apreciable.

El grupo número tres es el del eslabón explosivo (< <). Se rompe la sensación de continuidad si el segundo fonema es de un grado de apertura menor o igual (ej: pt). Si el grado de apertura es cada vez mayor, el eslabón puede estar formado por más de dos elementos (ej: bla).

El último grupo es el del eslabón implosivo (> >). Éste mantiene su unidad o continuidad si el segundo o demás fonemas son de grado menor (ej: art); si no, se pierde (ej: Conrad). En algunos casos concretos: rt hace que la r no necesite explotar al ser la t de menor apertura, y en rm la m cubre la explosión.

La cadena hablada normal es una “sucesión de eslabones explosivos e implosivos”.

Punto 4º

Si en la cadena hablada se produce un paso de implosión a explosión, se establece una frontera de sílaba. En ella se produce una coincidencia mecánica y acústica, y es posible de realizarse con todos los fonemas.

Por otra parte, cuando se pasa de un silencio a una primera implosión o de una explosión a una implosión se produce un efecto conocido como punto vocálico. Igualmente, esta unidad ha sido nombrada como sonante, quedando como consonantes el resto de los sonidos que la precedan y/o sigan. Esta clasificación es realizada según las funciones de los sonidos; es importante no confundirla con la que se efectúa según las especies: vocales y consonantes. Así los fonemas de mayor apertura suelen ser sonantes, y los de menor, consonantes.

Punto 5º

En la cadena hablada el oído percibe sílabas, a cada cual corresponde una sonante.

Una de las explicaciones que se ha dado es que la sílaba se relaciona con la “sonoridad de los fonemas”. Las incongruencias que se han interpuesto a esta teoría es que, por ejemplo, i y u no siempre forman sílaba, que s sí lo hace, y que en algunas ocasiones el elemento menos sonoro es capaza de formarla (wlkos).

Otros, como Sievers, certifican el doble valor de i y u, condicionado a que reciban o no el acento silábico, al que da la cualidad de formador de sílaba. Sin embargo no explica si éste se establece libremente o según unas leyes, las de la sílaba, que no nos son dadas.

En cambio, según el método de Saussure, utilizando unidades irreductibles podemos definir el límite de sílaba y el punto vocálico. Al conocer las condiciones fisiológicas comprendemos que las sílabas se establecen según la forma más natural de articulación. Al mismo tiempo, no desaparecen los problemas que suponen la ruptura de eslabones implosivos (hiatos) y explosivos voluntaria o involuntariamente, que conllevan la aparición de nuevas sílabas o cambios en su pronunciación.

Así pues, la silabación depende exclusivamente de la sucesión de implosiones y explosiones.

Punto 6º

Las duraciones de explosión e implosión son diferentes: la explosión es muy rápida y no da sensación de vocal, mientras que la implosión, que sí es apreciable, da la sensación de mantenerse más tiempo en la vocal por la que se empieza.

En el caso concreto de los grupos formados por oclusiva o fricativa seguida de líquida, la vocal puede ser larga o breve según la articulación, como en el caso de los de tr. Para éstos pueden darse eslabones implosivos (a-t-r-á-s), explosivos (t-r-e-s) o grupos implosivo-explosivos (at-rás), por ejemplo.

Punto 7º

Como ya hemos dicho, los fonemas i y u tienen un doble uso según se utilicen con impresión de vocales (i y u, cerrantes) o consonantes (j y w, abrientes). Ejemplos de esta diferenciación son el uso de la i en cita o en columpiarse. De aquí surge el caso del diptongo, que es un “caso especial del eslabón implosivo”. En el diptongo, el segundo de los fonemas que lo forma tiene una cierta abertura, y en tanto recae sobre él el efecto vocálico (es sonante), mientras que la i o la u serán consonantes (ej: colump-ia-rse).

Lo que los fonólogos llaman diptongos ascendentes, no lo son realmente, sino que se corresponden con conjuntos explosivo-implosivos en los que el primer elemento está “relativamente abierto” (tya). Igualmente, los grupos uo e ia en los que el acento recae sobre el primer elemento no dan sensación de unidad, ya que dichos sonidos recogen el efecto vocálico y actúan como vocales (ej: comisar-í-a). Además, los grupos de aspecto ou y ai no pueden ser pronunciados como un eslabón de dos implosiones, pues resultaría rota la sensación de continuidad.

Lo que es más conveniente en el diptongo es determinar el comienzo de la sonante.

Por último, es conveniente resaltar lo erróneo de la postura de algunos estudiosos de la lengua, como el ya mencionado Sievers. Para ellos no hay necesidad de utilizar diferentes signos en casos como el de i-j (cerrante o abriente, que además deben diferenciarse de la especie I ). De esta manera, desaparecería la distinción, la cual según Saussure debería extenderse a todo el sistema de escritura, pues denotaría los puntos vocálicos y los límites de sílaba.

Primera parte. Principios generales: Capítulo I

Punto 1º

Para algunas personas, la lengua no es más que una nomenclatura (los términos se corresponden con las cosas). Éste es un enfoque “simplista”, que sin embargo, muestra que la lengua es una cosa doble y que hay “ideas formadas que preexisten a las palabras”.

Los sonidos de la lengua se unen en nuestro cerebro a un concepto determinado mediante el proceso de asociación; lo físico del signo, la imagen acústica que nos llega a través de los sentidos, queda unida al concepto de la realidad. Este carácter físico se muestra cuando hablamos con nosotros mismos.

Al analizar las imágenes acústicas que antes hemos citado, es mejor hablar de sílabas o sonidos que de fonemas, que hacen pensar en procesos articulatorios.

Volviendo al signo, recordemos que tiene dos mitades: la del concepto (ej: un árbol que podamos hallar en la naturaleza) y la de su imagen (la palabra árbol). De la combinación de ambas surge el signo. En cambio, habitualmente se trata como signo sólamente a la palabra de la lengua, y para aclarar esa incorrección, Saussure llama signo a “la totalidad”, al conjunto de concepto e imagen, significado al concepto (el ser vivo real que es un árbol) y significante a la imagen acústica ( la palabra árbol).

Punto 2º

El signo lingüístico comprende la unión de significante y significado, que es arbitraria. No se da una relación entre el sonido y el concepto con el que se corresponde; prueba de ello son los diferentes nombres de las distintas lenguas para designar la misma cosa. La arbitrariedad no se regula por ninguna ley, pero está bien presente en la lengua. La arbitrariedad implica que no se da ningún tipo de relación natural entre significante y significado.

Cuando se cree la semiología, deberá ésta determinar si los “modos de expresión se apoyan en signos completamente naturales”. Es palpable que todo medio de expresión se basa en la costumbre o la convención, que vienen a actuar como meras reglas. Por tanto, son los signos arbitrarios de la lengua los que mejor realizan el “ideal de procedimiento semiológico”.

En ocasiones se utiliza la palabra símbolo para designar al significante, lo que lleva a error, ya que el símbolo, por definición, no es enteramente arbitrario; tiene una cierta unión natural con el concepto, pero no es definitiva.

Algunas objeciones que se presentan a estas afirmaciones tienen que ver con las onomatopeyas y con las exclamaciones. De las primeras se dice que su significante no es arbitrario; empero, sufren evoluciones fonéticas, son una especie de aproximaciones de la lengua hacia los sonidos de la naturaleza, y son diferentes en cada idioma. Las segundas igualmente son distintas en cada lengua, sufren evolución y no mantienen necesariamente ningún lazo entre significante y significado.

Punto 3º

El significante, al ser material sonoro, se extiende sólo en el tiempo. Así pues, “representa una extensión” y, al desarrollarse sólo en la dimensión del tiempo y no en la del espacio, “es una línea” (sus elementos van uno tras otro, no son simultáneos). Es éste un principio fundamental del que depende todo el sistema de la lengua.

Por otro lado, cuando la línea sonora se representa mediante la escritura, ésta comprende también la otra dimensión: la del espacio. En la escritura, a pesar de que pueda aparecer más de un elemento en un espacio (tildes, diéresis...) tampoco se da simultaneidad.

Capítulo II

Punto 1º

En la relación entre idea y significante, se da una contradicción: se considera ésta una relación libre en tanto el signo se establece arbitrariamente, al tiempo que resulta impuesta a causa de su peso en la sociedad. Ni el individuo ni el colectivo están en posibilidad de modificar cualquiera de estas relaciones.

Se cree que en cierta ocasión se tomó la decisión de identificar un concepto con una imagen, libremente claro, de modo arbitrario, pero no puede demostrarse ya que la lengua nos vienen siempre como algo heredado. Por eso, la lingüística debe centrarse en el idioma “ya constituido” por ciertos factores históricos, en los que radica la causa de la inmutabilidad del signo; su origen carece de interés.

Los factores que condicionan la lengua son igualables a los que lo hacen con el resto de las instituciones, libertad y tradición. El peso de la tradición en la lengua es dominante sobre el resto, y evita así que la sociedad pueda llevar a cabo un “cambio general y súbito en ella”. Este hecho se apoya en circunstancias tales como la convivencia de distintas generaciones de personas durante el mismo periodo de la lengua, lo ya de por sí costoso de su aprendizaje, el que los hablantes de la lengua no conozcan las leyes por que se rige o el que normalmente la gente esté a gusto con la lengua que habla.

A estas argumentaciones, Saussure añade otras que considera más acertadas:

-El carácter arbitrario del signo: Este hecho hace que la relación del signo pueda quererse modificar; sin embargo, tan buena es una como otra, pues no tienen una relación racional.

-La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua: Al ser infinita la cantidad de signos no tiene sentido una cambio (que se concibe para mejor). Lo tendría de ser ésta limitada.

-Carácter demasiado complejo del sistema: Éste es el lado no arbitrario. Requeriría la intervención de especialistas, pues los hablantes raramente conocen el funcionamiento del sistema. Nunca han tenido éxito intervenciones de este tipo.

-La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística: Todos los individuos usan la lengua constantemente, y en tanto la influyen, por lo que sería “imposible una revolución”.

Así que La lengua no es libre, porque nos viene como herencia del pasado y por su fijeza en el tiempo. Lo arbitrario de sus relaciones, su libertad, es anulada por su posición en el tiempo.

Punto 2º

El tiempo cubre a la vez la función de asegurar la continuidad de la lengua (su inmutabilidad), y la de alterar sus signos (su mutabilidad). En esta aparente contradicción, domina la continuación de la “materia antigua” de la lengua de una época a otra, lo que hace que no notemos cambios sustanciales en nuestros idiomas.

“El principio de alteración -que es un desplazamiento en la relación del signo: significante y significado- se funda en el principio de continuidad” (principio de semiología general). La lengua no puede hacer nada contra los factores del desplazamiento, que es una consecuencia de la arbitrariedad (la arbitrariedad permite el que el significante pueda ser cualquiera para cualquier concepto), en la que hizo hincapié Whitney, si bien no recaló en que este hecho la diferencia de las demás instituciones, las cuales ponen medios para llegar a un fin; en cambio, en la lengua, los medios -significantes o imágenes- son ilimitados.

La evolución en la lengua es el hecho más complejo. La masa social en que la lengua se establece hace que no pueda ser variada, pero el tiempo, en el que también se sitúa, la altera inevitablemente. El ejemplo que reafirma esta sentencia es el de las lenguas artificiales: pueden ser controladas mientras no se expongan a la sociedad; cuando lo hacen, irremediablemente sufren desplazamientos, a causa de los agentes de la evolución, que alcanzan a sonidos y sentidos. Estos factores de la alteración son imposibles de descubrir para el investigador, pero sí puede remitirse a los factores de continuidad, que le permiten observar el desplazamiento general.

En conclusión, el principio de continuidad anula la libertad de la lengua, e implica la alteración de ésta.

Capítulo III

Punto 1º

El elemento tiempo hace a la lengua separarse en dos ramas opuestas. La mayoría de las ciencias no hacen distinción en este aspecto, pero la lingüística, que es un sistema de equivalencias, responde a una “necesidad interior” que la lleva a ello.

Para las ciencias sería positivo señalar sus ejes, representados por una cruz (distinguiendo el extremo izquierdo como A, el derecho como B, el superior como C y el inferior como D). El eje de las simultaneidades sería el AB, y en él se incluiría el estudio de las “cosas coexistentes”; el tiempo queda fuera de él. El segundo eje sería el CD, señalando con una flecha la dirección de C a D, en el que se estudiaría una sola cosa al mismo tiempo, pero que las incluiría todas con sus variaciones en el tiempo.

Según Saussure, “para las ciencias que trabajan con valores”, ésta es una “necesidad práctica”, a veces “absoluta”. Este hecho, dice, se impone con más fuerza al lingüista.

La legua, pues, puede seguirse en el tiempo o como un sistema de valores en un momento concreto. Cuanto más complejo es un sistema más fuertemente se le impone la necesidad de ser estudiado en sus ejes, y es la lengua aquel en que esto sucede de un modo más acentuado, ya que sus cualidades (infinidad de signos, valores, interdependencias, etc.) no son igualables por ninguno otro de ellos. Esto impide que se puedan estudiar a la vez las relaciones en el tiempo y en el sistema en un momento, lo que impone el surgimiento de dos lingüísticas: la evolutiva, que se centra en los factores que hacen variar la lengua, que llamaremos diacrónica, y la estática, que se refiere a los estados de la lengua fuera del tiempo, que llamaremos sincrónica.

Punto 2º

El hablante de una lengua se sitúa sólo en un estado de ésta, no hace caso de la sucesión en el tiempo. El lingüista, si quiere entender esa lengua, deberá olvidarse del tiempo; la lengua puede sólo describirse y regularse sólo en un estado concreto.

La lingüística moderna está muy influida por la diacronía, lo la desvía del camino correcto. Los clásicos, en cambio, pretendían basar su estudio en la sincronía, en los estados de la lengua, lo cual es lo acertado, si bien su actuación no era del todo correcta, omitiendo, por ejemplo, el diferenciar la palabra escrita de la hablada. A pesar de criticársele el ser poco científica, la gramática clásica está mejor orientada que la moderna, fundada por Bopp, la que se encuentra a medio camino entre los dos ejes.

Así, la lingüística volverá a una posición de análisis de lo estático, incluyendo nuevos métodos y salvando los errores de los clásicos.

Punto 3º

La oposición entre lo sincrónico y lo diacrónico es total, “absoluta”. Por ejemplo, el cambio de significado de una palabra por su similitud (ej: en francés décrépir (revocado) y décrépit (decrépito), usándose la forma décrépit para las dos ideas) es un hecho que se da en un estado de la lengua determinado, es un hecho sincrónico. A pesar de que esto se deba a causas provenientes del pasado, éstas no tienen que ver con una situación estática semejante.

Otro ejemplo es de de las variaciones de las formas del singular y del plural en una palabra, que deben estudiarse independientemente. En una primera época la relación del singular (ej: fot, del inglés pié) y el plural (foti) sería una concreta, y en la segunda (fot (“foot”) y fet (“feet”))otra.; éstas son relaciones estáticas. Igualmente, podrían estudiarse las relaciones diacrónicas (fot-fot y foti-fet), pero cada una independientemente de la otra y de la sincronía.

De estas consideraciones diacrónicas, el autor remarca que cada una de ellas es relativa a sí misma y que de ellas no se pueden hacer reglas generales para el resto del sistema. Añade que ni siquiera tienden a modificarlo, que los cambios recaen únicamente en las palabras que han variado, pues el sistema como tal es inmutable. También dice que el paso de un estado a otro es “fortuito” y no pretende una mejora en las relaciones de los signos, pues, debido a la arbitrariedad, lo mismo da uno que otro. Por último, recuerda la oposición entre sincronía, que toca términos simultáneos, y diacronía, la evolución en el tiempo de una palabra, o de una convención como pueda ser la acentuación de las palabras en un sílaba en concreto en una lengua (última en francés) provenida de otra (penúltima en latín).

Resumiendo, la lengua debe estudiarse sincrónicamente, y sus variaciones diacrónicamente, ya que se producen fuera del sistema, no atañen directamente a éste.

Punto 4º

Para mostrar nuevamente la separación entre lo sincrónico y lo diacrónico, Saussure compara la sincronía a una proyección de la diacronía, pues se trata del estudio de la segunda en un momento dado, si bien, el estudio de la diacronía, como sabemos, no aporta los saberes de la sincronía, no la incluye.

Contrasta también la lengua con el juego del ajedrez. Comienza señalando que ambos son sistemas de valores (cuyos signos varían según su posición), que sufren modificaciones, y que parten de una inmutabilidad previa a su puesta en marcha.

Las variaciones que se producen en ambos son “aisladas”, no se refieren a todo el sistema, pero sí le afectan, creando nuevas sincronías. El cambio de una pieza o signo no pertenece a ningún estado, pero son éstos lo único importante; los cambios no tienen cabida dentro de los estados, que son iguales para el que conoce los factores diacrónicos que produjeron dichos cambios y para el que los ignora.

La única diferencia entre la lengua y el ajedrez es que éste tiene continuamente “la intención” de introducir variaciones en el sistema, mientras que en la lengua se producen de modo fortuito.

Punto 5º

De la oposición entre lo sincrónico y lo diacrónico obtenemos que es lo primero más importante entre ambos, pues es lo que conocen los hablantes. Para el lingüista es igual, porque al estudiar lo diacrónico no es una lengua lo que le llega, sino sus modificaciones.

Sus métodos igualmente difieren: la sincronía se basa en el testimonio de los hablantes de un momento concreto en el tiempo; la diacronía responde a dos visiones, una que sigue el paso del tiempo, y otro que vuelve hacia atrás sobre éste. También lo hacen sus límites: lo sincrónico trata sólo aquello que está relacionado con la lengua, por lo que debería llamársele idiosincrónico; la diacronía utiliza términos que no tienen que estar necesariamente ligados a la lengua, si tienen un vínculo histórico.

Su total alejamiento hace que los hechos pertenecientes a cada parte sean “irreductibles entre sí”. Sincronía es la “relación de elementos simultáneos”, diacronía la “sustitución” de uno por otro en el tiempo.

Punto 6º

Los hechos de la lengua no se rigen por leyes.

Las leyes sociales son imperativas y generales, dentro de unos límites de espacio y tiempo. Las “leyes” de la lengua deben ser estudiadas según la separación en sus ejes: las hay sincrónicas (como las que regulan la acentuación de las palabras) y diacrónicas (como las que muestran evoluciones en aspectos concretos de la escritura o de la pronunciación), pudiendo ser unas resultado de las otras, por ejemplo, si a partir de una evolución en la escritura se puede establecer un número de letras por las que inevitablemente acabarán todas las palabras.

Las leyes sincrónicas son generales, pero no imperativas; se imponen por el uso colectivo, pero no conforman una “obligación” para el hablante; reflejan un “estado de cosas” y denotan una regularidad.

Las leyes diacrónicas recogen factores para los cambios. Este elemento imperativo no le otorga el verdadero valor de ley, ya que sus efectos se remiten sólo a casos aislados y no a la generalidad.

Hechos semánticos (cambios de significado) y alteraciones gramaticales o fonéticas son sucesos históricos aislados que no representan un modificación general del sistema, sino pequeñas variaciones. Si bien pueden generalizarse, no hacen más que tomar la apariencia de las leyes que no llegan a ser.

Por otro lado, decir que las transformaciones en la materia sonora no tienen necesariamente repercusión en las palabras, compuestas por caracteres de otra naturaleza. Todo esto a pesar de que las palabras dependen de los fonemas, cuyas variaciones pueden repercutir en otros campos.

Punto 7º

Hemos visto que leyes de tipo jurídico no caben en la lengua, pero sí las naturales, que trascienden el tiempo, y son de tipo pancrónico. Por ejemplo, el hecho de que siempre vayan a producirse cambios fonéticos supone una ley pancrónica, un “aspecto constante del lenguaje”.

Lo pancrónico se refiere a lo general y no hace caso de hechos “concretos, particulares, tangibles”. De este modo podemos diferenciar lo que es lengua de lo que no lo es, pues un hecho concreto “susceptible” de explicarse mediante la pancronía no puede pertenecer a la lengua.

Punto 8º

Pueden darse dos casos:

-Se estima la “verdad sincrónica” como la negación de la “verdad diacrónica”. A pesar de ser cosas totalmente contrapuestas, no se anulan; son distintas. No se debe anteponer ninguna a la otra porque por sí solas no constituyen la lengua ninguna de las dos, y además muestran tan sólo una parte de la realidad, que queda incompleta a falta de la otra.

-Ambas verdades pueden “concordar” llegando a un punto en que no se diferencien y lleven a la confusión, o lleven a creer innecesario separarlas. Volviendo al ejemplo de los singulares y plurales en distintas épocas, no se pueden mezclar los aspectos sincrónicos con los diacrónicos, a pesar de que compartan elementos iguales; debe hacerse una clasificación completa y separada que distinga las relaciones en un estado o en el tiempo.

Punto 9º

Hemos reconocido así la segunda distinción dentro de la lingüística: primero fue entre lengua y habla, y ahora entre sincronía y diacronía.

Puede establecerse el principio que dice que “todo lo que es diacrónico en la lengua lo es solamente por el habla”; es el habla el que fomenta modificaciones o innovaciones a partir, en principio, de unos pocos individuos. Sólo las modificaciones que acepte la comunidad deben ser tenidas en cuenta, y se convertirán en “hechos de la lengua”. En la lengua, las exigencias de la práctica se imponen más fuertemente que en las demás ciencias.

Por último, no interesa estudiar el pasado para conocer un estado de lengua actual, por ejemplo; hay que saber distinguir entre las dos partes y sus métodos, y comprender que la unidad máxima de conocimiento para el mejor estudio de las lenguas sería el conocimiento de todos los idiomas, por lo que la sincronía (que estudia “relaciones lógicas y psicológicas que unen términos coexistentes y que forman un sistema”, según la “conciencia colectiva”) y la diacronía (que estudia “relaciones que unen términos sucesivos no percibidos por una conciencia colectiva” y no forman sistema) no lo solucionan todo.

Segunda parte. Lingüística sincrónica: Capítulo I

El fin de la lingüística sincrónica es “establecer los principios fundamentales de todo el sistema idiosincrónico”, de los estados de lengua. A ella le corresponde la gramática, pues las relaciones que estudia sólo pueden darse en éstos estados.

Es más complejo el estudio sincrónico que el diacrónico, pues éste se remite a hechos más concretos, que saltan a la vista y evocan a la imaginación. “Los valores y las relaciones coexistentes” son más complicadas de analizar.

Los estados no son un punto en el tiempo, sino un período en que los cambios que se producen son “mínimos”. En el mismo tiempo, una lengua puede sufrir una gran evolución en un espacio geográfico determinado (hecho diacrónico), mientras que otra puede variar apenas nada (hecho sincrónico). Un estado de lengua absoluto implica que no se produce cambio alguno, y como esto es imposible, al estudiar un estado de lengua, se desprecian los cambios que no tienen importancia.

Acercando la lengua a la historia, se puede comparar un estado con lo que esta última denomina época (que implica unas características que perduraron en un espacio de tiempo); en cambio, se prefiere estado, pues las épocas comienzan y acaban con una revolución, lo que no se da en la lengua en el paso de un estado a otro. Además, época hace pensar en los aspectos colindantes del momento (lingüística externa), si bien sabemos que la lingüística se ciñe a sus propios hechos.

Los inconvenientes que se dan para establecer una delimitación en el espacio también se dan para hacerla en el tiempo. Así, se opta por simplificar los datos de un modo “convencional”, para facilitar el estudio.

Capítulo II

Punto 1º

Lo signos, reales, y sus relaciones son estudiados por la lingüística, y pueden ser llamados entidades concretas.

Estas entidades existen sólo por la unión de significante y significado; si uno de éstos falta, ya no hay entidad. La posibilidad de creer que se capta todo el signo teniendo sólo una de éstas partes está siempre presente, pero una no es nada sin la otra. Significado y significante pertenecen a la lengua sólo bajo su asociación; cada cual es “cualidad” del otro. Una comparación adecuada es la del compuesto químico, cada uno de los elementos del cual no puede conformarlo sin el otro.

Una entidad “sólo está completamente determinada cuando está delimitada”, separada de los demás elementos de la cadena fónica. Entonces, son unidades, las cuales se oponen entre sí.

Los signos lingüísticos, a diferencia de los visuales, no pueden distinguirse a simple vista. En la línea sonora que es la cadena fónica, no hay división alguna entre los distintos significantes, por lo que “hay que apelar a las significaciones”. Considerando tan sólo el aspecto fónico de las palabras es imposible hacer la delimitación (como sucedería con una lengua desconocida), y es por esto por lo que hay que aplicar el sentido, la significación, el papel que cada palabra tiene en la cadena, y será entonces cuando empiecen a separarse.

Así, las palabras no se presentan delimitadas en la cadena, y es la aplicación del significado, que sólo se puede hacer si se conoce la legua, la que hace que las podamos distinguir de los demás sonidos.

Punto 2º

Aquel que conoce una lengua la delimita, desde el habla, en dos “cadenas paralelas”, la de los conceptos y la de las imágenes. Los elementos de ambas divisiones deben corresponderse.

Estas divisiones se ven condicionadas por la aplicación del sentido a las palabras; así , para saber si hemos realizado una delimitación correcta y si, en consecuencia, hemos hallado una unidad, debemos probar la hipotética unidad encontrada en diferentes frases, para saber si el sentido nos permite hacer la misma delimitación en todos los casos (correspondencia concepto-imagen). Si en algún caso el sonido se corresponde con otro significado, habremos hallado otra unidad.

Punto 3º

La delimitación no es un objeto de fácil realización.

El concepto de palabra no es compatible con lo que entendemos por “unidad concreta”. De este modo, se dice que, por ejemplo, en francés cheval y chevaux son formas de la misma palabra, si bien sus sonidos y sentidos son totalmente distintos. Lo mismo sucede con palabras que se pronuncian igual pero no significan lo mismo (resto, en el tenis o como cosas que quedan), o con palabras que implicando distintos sentidos, adoptan sonoridades diferentes (mois, en francés puede tener el valor de mes y otros).

Así, la unidad concreta debe buscarse fuera de la palabra, puesto que no tienen por qué ser unidades concretas, y además pueden ser complejas (con prefijos, sufijos, etc.). O bien puede hallarse la unidad en elementos mayores que las palabras (compuesto, locuciones, etc.).

El hablante ignora estas dificultades y distingue sin dudar los elementos significativos, vengan dados como palabras o como sea; lo siente, pero no lo analiza.

Una teoría sitúa a la frase como unidad concreta. Sin embargo, la frase depende de la palabra y nosotros no hablamos por frases. Además, las frases tienden a ser distintas siempre, debido a la enorme diversidad que las caracteriza y que domina sobre ellas, y se recae de nuevo en las palabras, como los elementos comunes que destacan en ellas, volviendo a las “mismas dificultades”.

Como conclusión cabe decir que la lengua se distingue de las otras ciencias porque se basa en la oposición de sus unidades, las cuales no se perciben si no se conoce la lengua, como no sucede en las demás ciencias, en las que vienen dadas desde el principio (ej: astronomía) o en las que carecen de interés (ej: historia). Las unidades son su base, si bien su distinción es complicada, pero posible, pues es seguro que existen.

Capítulo III

Como hemos visto, la base de la lingüística sincrónica es la unidad, lo que se pretende mostrar analizando los conceptos de identidad, realidad y valor sincrónicos:

- Identidad supone que un mismo trozo de sonoridad se corresponda con una misma significación en diferentes situaciones. Este hecho supone la presencia de la identidad, si es cierto que no sucede igualmente al contrario: identidad no implica correspondencia entre sonido y significación. Del mismo modo, las diferencias que se producen en la elocución de las palabras con fines par crear una expresividad concreta en cada momento no atañen a la identidad de las palabras dadas, sino que se basan en otros elementos.

La lengua se mueve en torno a las identidades y las diferencias, que son sus “contrapartidas”. Así la idea de identidad está siempre presente en la lengua, y su problema puede confundirse con el de entidades y unidades, del cual es una “complicación”. Entendemos por identidad lo que se produce cuando dos elementos que cumplen unas mismas características que les asemejan y a su vez les diferencian de otros son entendidos como uno solo, por ejemplo como pasa con los trenes: el tren de las ocho nos parecerá siempre el mismo, a pesar de que las entidades materiales que los componen varíen de un día para otro; hay algo de inmaterial en esta idea. En cambio, un objeto que sea mío seguirá siempre siendo distinto de los demás, aunque sean exactamente iguales a él; no se da ahí identidad.

La variación de la expresividad de una palabra no tiene que ver con la identidad.

- Ser realidad sincrónica se atribuye por ejemplo a la clasificación de palabras en sustantivos, adjetivos, etc. Pero surgen excepciones, como frases hechas o grupos de palabras que cumplen con funciones concebidas para una palabra sola, que evidencian la falta de validez o el carácter “defectuoso e incompleto” de ésta.

De ello se extrae que la lengua trabaja con sistemas no válidos. Para evitarlos, debe asumirse que “las entidades concretas no se presentan por sí mismas a nuestra observación, pero si se las persigue, se entablará contacto con “lo real”, y entonces podrán realizarse esas clasificaciones tan necesarias, que podrán ser fundadas sobre otra cosa que sobre las entidades concretas.

- El concepto de valor explica cómo un elemento de un sistema pierde todo su peso y relevancia fuera de él. En el caso de la lengua, una palabra quedará sin valor fuera del sistema lingüístico, y será un “elemento real y concreto” dentro de él. Sin embargo, el valor que se relaciona a una palabra no es exclusivo de ella, es decir, que cualquier palabra puede ser “idéntica” a una primera a condición de que se le otorgue su mismo valor.

Es aquí donde pueden confundirse las ideas de identidad y valor. Y es aquí también donde valor comprende las ideas de unidad, entidad concreta y realidad. Sin embargo, si se pretende determinar cada uno de estos últimos elementos, se derivará siempre al problema de la lingüística estática: determinar la unidad.

Lo más apropiado para llevar a cabo la determinación de todos los elementos de la lengua, sería comenzar por distinguir y clasificar las unidades, luego las palabras, y seguir así sucesivamente, cumpliendo así su tarea como ciencia. En cambio, este intento nunca se ha producido, valiéndose de este modo la lengua de bases “mal definidas”.

Capítulo IV

Punto 1º

Saussure argumenta para demostrar que la lengua es una sistema de valores que basta con fijarse en sus dos elementos: ideas y sonidos. El pensamiento es una masa “amorfa” que no delimita sus ideas, por lo que sin la ayuda del signo (signos e ideas conforman la lengua) no sería posible distinguirlas; la aparición de la lengua es lo que permite hacer esa separación.

Del mismo modo, los sonidos no encierran una entidad por sí mismos, sino que son simplemente el instrumento de que se vale el pensamiento para expresar sus ideas.

Así, como ya hemos dicho, la lengua se conforma por las ideas del pensamiento ( “ideas confusas”) y por los sonidos (campo de que califica como “no menos indeterminado”). Es el “intermediario” entre el pensamiento y el sonido, conllevando la delimitación de ambos campos amorfos de modo “recíproco”para la creación de las unidades. Las entidades que se formen supondrán en último término un articulus de reciprocidad idea-sonido, significante-significado; separar uno de estos dos elementos del otro supondría volver a la abstracción.

Por todo esto, se dice que la lengua “trabaja” en el punto en que estos elementos se combinan, combinación de la cual se obtiene “una forma, no una substancia”.

La unión de una idea a un sonido es algo totalmente arbitrario; si no lo fuera, el valor del signo perdería cualidades, resultando algo impuesto; el valor es siempre relativo, a causa de la arbitrariedad en la elección del significante sonoro. Además, los valores de los signos, deben ser impuestos por la sociedad en su conjunto, que es la que puede crear una lengua, puesto que ella va a ser quien los utilice, bajo un consenso; por ello, un individuo es incapaz de establecer o modificar los valores.

En consecuencia de esto último, un término no puede ser definido sólo como la unión entre un concepto y un significante, sin tener en cuenta el valor, que implica la solidaridad y la oposición de la totalidad de los signos dentro del todo del sistema lingüístico.

Punto 2º

El valor, como representante de una idea (una de sus cualidades), se diferencia de la significación en que la significación es la contrapartida del significante, dentro del signo, como el significante lo es de ella, mientras que el valor tiene que ver con la relación entre los signos (la suma de significante y significado) dentro del sistema, surge de la presencia de los diferentes signos que se dan en la lengua, que lo determinan. El valor es un elemento de la significación.

Según Saussure, los valores se rigen por el principio de estar “constituidos por:

- una cosa desemejante susceptible de ser cambiada por otra cuyo valor está por determinar.

- cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está en cuestión.”

Como ejemplo, dice que una palabra puede ser cambiada por algo desemejante, como una idea, o por algo similar, por otra palabra. El valor de una palabra se determina por la oposición que se hace con los de las otras.

Así, podemos determinar que el valor de fish, en inglés no es el mismo que el de pez o pescado, en castellano, porque ya estamos haciendo una diferenciación que no se da en la lengua anglosajona. En tanto, las correspondencias entre idiomas no son totalmente exactas, pues los sentidos no son idénticos; ni en el uso de entidades gramaticales, como declinaciones, cuyas correspondencias son igualmente inexactas.

Lo mismo ocurre dentro de una misma lengua. En el mismo castellano, cuando utilizamos palabras como ver, mirar, observar, apreciamos que no tienen el mismo valor.

En lo referido a la flexión, sus elementos, como los tiempos verbales, son “dados de antemano” no son valores, y por ello, las no correspondencias que puedan darse entre idiomas no se deben a un problema de diferenciación en el sentido, sino a algo sistemático.

Punto 3º

El concepto de valor también tiene una aplicación material, en lo que tiene que ver con los sonidos, con las “diferencias fónicas”, más concretamente. Son éstas las que distinguen a unas palabras de otras. Así, una imagen sonora sólo se establece bajo el principio (diferencial)de la “no-coincidencia” con las demás.

Por ello, lo que aquí entra en juego es la diferencia entre significantes y no la forma de de éstos como tal; es la diferencia lo que nos llega y lo que aporta y determina un valor y no otro.

Por otro lado, decir que el sonido es algo “secundario” en la lengua, por lo que no se ha de confundir el valor, intangible y determinado por las diferencias, con el material que lo sostiene y en el que se dan las diferencias. Esto se aplica a los fonemas, cuyo número es distinto en cada lengua y que, por sus cualidades “opositiva, relativa y negativa”, crean las diferenciaciones. De esta manera, un fonema puede alterarse mientras siga diferenciándose del resto según la pronunciación.

Los mismos principios se dan si usamos la escritura como comparación: es un elemento arbitrario, el valor de sus letras es “negativo y diferencial”, estos valores se dan por oposición recíproca entre ellos, y el medio en éstos se produzcan (color, superficie...) es indiferente.

Punto 4º

“En la lengua no hay más que diferencias”, pero sin términos positivos. Lo importante no es la idea o el sonido que tenemos, sino los que lo rodean, y puede que sin cambiar lo que tenemos, simplemente cambiando los elementos que lo rodean, cambie el valor de nuestra idea o sonido.

El hecho negativo se da si tomamos significante o significado por separado. Unidos, por la oposición de sus respectivas partes dentro del sistema, componiendo un signo, suponen un hecho positivo.

En algunos hechos diacrónicos se aprecia claramente la unión de las partes del signo, pues una alteración del significante suele ser seguida por la del significado. Cuando dos sonidos se confunden por “alteración fónica”, las ideas tenderán también a confundirse.

Los cambios en las ideas o en los sonidos tienden a plasmarse en sus correspondientes sonidos o ideas.

En cuanto a los signos, entre ellos no son diferentes, sino distintos; se da la oposición.

Si nos referimos a la unidad, ésta implica la correspondencia de un fragmento sonoro con una idea. La unidad, como el valor, es de “naturaleza diferencial”. “Los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma”; la diferencia es la que crea a un signo, y es también la que crea el valor y la unidad.

Extrae Saussure de esto que unidad y hecho de gramática vienen a ser la misma cosa, pues ambas suponen una oposición entre términos, si bien destaca que la oposición que se da para crear una unidad es más “significativa”. La diferencia entre ellos es el grado de significación de la oposición, pero en última instancia, resumen por igual el “juego de oposiciones” o diferencias que es la lengua. “La lengua es una forma y no una substancia”.

Capítulo V

Punto 1º

Un estado concreto de lengua tiene su base en las relaciones, que pueden ser de semejanza o de diferenciación, creando órdenes opuestos entre sí, pero indispensables.

Las relaciones de la lengua son de tipo sintagmático o asociativo:

- Las relaciones sintagmáticas se dan en el discurso, en virtud de su extensión, según el “encadenamiento” que se establezca entre unas palabras y otras en la línea sonora. Los grupos que forman se llaman sintagmas, y éstos están compuestos por varias unidades que se siguen en el discurso. Así, es su situación en el mismo la que les aporta su valor.

Estas relaciones se basan en términos “presentes” en una cadena hablada real, existente. Un ejemplo sería el sintagma sujeto “El vecino del cuarto va a pintar la casa.”

- Las relaciones asociativas se dan entre palabras que nos ofrecen algo común a la razón, asentándose en nuestra memoria, y acercándose unas a otras por relaciones de tipo muy variado.

Estas relaciones son inmateriales, surgen sólo en nuestra cabeza. Así, pueden darse por similitudes en cuanto a prefijos, sufijos, raíces, sonoridad, sentido, etc.

Punto 2º

El término sintagma puede aplicarse tanto a palabras como a grupos de ellas. Además, se debe tener en cuenta no sólo la relación de cada una con cada otra, sino con el conjunto entero que forma el sintagma (en el sintagma “la cinta que no debes ver”, no tiene sentido observar la relación en la y cinta, pues es el conjunto de palabras al completo el que aporta el significado correcto al sintagma).

El propio Saussure establece una posible objeción: recuerda que la frase, que es el elemento principal del sintagma, es también un fenómeno del habla. Sin embargo, el habla se caracteriza por una cierta libertad, la que podría crear confusión, que en los sintagmas desaparece.

Así, frases hechas, expresiones, palabras que han sido sacadas de su contexto pero que mantiene un sentido reconocible, y demás partículas pertenecen a la lengua, pues estas peculiaridades “no pueden improvisarse”. Igualmente pertenecen a la lengua y no al habla los sintagmas que se crean sobre una base regular, los cuales crean tipos si conforman un número suficiente de ellos (ej: por terminaciones, frases con estructuras habituales, etc.).

Sin embargo, no puede establecerse una delimitación desde el sintagma que separe hechos de la lengua y del habla.

Punto 3º

Las relaciones asociativas, que se asientan en la mente, no se limitan a los elementos comunes de los términos, sino a todas las posibles relaciones existentes que se den y que como tales -asociativas- se verán reflejadas. Así pueden crearse relaciones por el sentido, por la imagen, o por ambos al mismo tiempo.

Cada palabra puede relacionarse con todo aquello que sea “susceptible” de ello.

Las familias que se forman por estas relaciones no responden a un número limitado de miembros ni a una ordenación entre ellos. El orden es siempre indefinido, pero el número puede no serlo, como sucede en los paradigmas de flexión, por ejemplo los del latín (tanto vale rosa-rosa-rosam-rosae-rosae-rosa como cualquier otro orden), o en la enunciación de cualquier verbo castellano, el valor no variará.

Capítulo VI

Punto 1º

Las diferencias “fónicas y conceptuales” que componen una lengua vienen dadas por los acercamientos asociativos y por los sintagmáticos, que constituyen y determinan el funcionamiento de ésta.

En la lengua, las solidaridades sintagmáticas representan la dependencia de cada palabra respecto de las que la rodean y respecto de las partes de que ellas mismas están formadas. Esto se ve claramente si descomponemos una palabra: en ese caso, veremos que las partes no tienen valor por sí solas, necesitan formar parte del todo que es la palabra para obtener un valor (“la totalidad vale por sus partes, las partes valen también en virtud de su lugar en la totalidad”); y al mismo tiempo observaremos que en grupos mayores (en sintagmas, en el discurso), las partes recibirán su valor concreto según el lugar que ocupen.

Como excepción a la regla cabe resaltar la presencia en la lengua de “unidades independientes” que no presentan esta relación de solidaridad (ej: sí, no, gracias...).

Dice Saussure que en la lengua todo se reduce a diferencias y a agrupaciones.

Punto 2º

Los agrupamientos sintagmáticos se condicionan entre ellos, lo que contribuye a la creación de las asociaciones, que son “necesarias para el análisis de las partes del sintagma”.

Por lo tanto, los dos tipos de agrupaciones se relacionan, como podemos apreciar al presentar un palabra (ej: reinvertir), en la que se dan relaciones sintagmáticas (re-invert-ir), y de la que nos surgen asociaciones de diversos tipos (reconducir, rehabilitar, reconstruir...; partir, mártir...; recapitalizar, refinanciar...). En tanto, las palabras son sintagmas, pues, si no existieran todas las demás que contienen esas mismas partes que componen y las asocian, pero que también las diferencian, no podría darse la oposición y serían “inanalizables”.

En nuestra memoria se almacenan todos los tipos de sintagmas, y cuando elegimos el que vamos a utilizar estamos llevando a cabo un proceso de oposición entre la idea que queremos expresar y todo el sistema al que ésta “apela”. En cada momento se conoce qué es lo que se ha de variar para conseguir un valor determinado.

El proceso de oposición atañe a todos los sintagmas y frases, mínimas unidades y sonidos, todo lo que posea valor sin importar su tamaño. Aquí, entran en juego los dos tipos de relaciones o agrupamientos, eliminando lo que “no conduce a la diferenciación”.

Punto 3º

Lo arbitrario puede serlo en distintos grados: absoluto o relativo. El grado absoluto se da sólo en algunos signos; el relativo se da en todos los demás con distinta intensidad, pero sin llegar nunca a desaparecer.

Lo arbitrario aparece de un modo relativo, por ejemplo, en las palabras que se forman por composición (ej: caradura) o en las que se crean por la adicción de fijos (ej: enmarcar, panadero). Otras son totalmente inmotivadas (ej: cara, marco, pan...); son absolutamente arbitrarias. En todas las lenguas se dan los dos tipos de palabras: no existen las lenguas totalmente arbitrarias o totalmente motivadas.

La motivación de las palabras no es calculable, pero se sabe que es mayor cuanto más fácilmente se analizan sintagmáticamente y cuanto más claramente se aprecian sus partes.

Si analizamos las partes de las palabras, veremos que unas son “transparentes” (ej: panad-ero) y otras “confusas” (enmarc-ar; todos los verbos acaban en -ar, -er, -ir, pero el valor de estas partículas no es concreto). Además, por otro lado, “la motivación nunca es absoluta”, pues si analizamos un signo motivado, veremos que la suma de sus partes no es igual al término en su conjunto (ej: panadero " panad + ero).

Así, lo relativamente motivado se aprecia tras el análisis del término elegido (que comprende una relación sintagmática) y la apelación a otros términos, según sus relaciones asociativas. Las solidaridades que unen a las palabras “limitan lo arbitrario”.

Saussure reclama que los lingüistas se preocupen por delimitar lo arbitrario, en lo cual toda lengua se apoya, y si no fuese sometido al orden al que lo lleva el espíritu, supondría el desconcierto absoluto. El sistema de la lengua se basa en lo caótico de lo arbitrario, y por ello debe estudiarse bajo la limitación de éste; en busca de lo racional que en dicho sistema haya.

Las lenguas que, dentro de los límites de la arbitrariedad o la motivación absoluta, más arbitrarias son, son las lexicológicas, y las que menos, las gramaticales. Las proporciones en que una lengua es más arbitraria o lexicológica pueden ser muy distintas, y además pueden variar según su evolución.

Capítulo VII

Punto 1º

La lingüística estática puede llamarse gramática exclusivamente cuando es un “objeto complejo y sistemático”, un juego de valores “coexistentes”. La gramática estudia la lengua como sistema de medios de expresión en un momento dado en el tiempo; no existe la gramática histórica, que simplemente es lo que conocemos como lingüística diacrónica.

En la definición habitual de gramática, que no concuerda con la que Saussure ofrece, quedan incluidas morfología y sintaxis, mientras que la lexicología (o ciencia de las palabras) se excluye.

La morfología se ocupa de las categorías de las palabras y de las formas de flexión (conjugaciones, declinaciones). Lo que la diferencia de la sintaxis es que ésta se ocupa de las funciones de las unidades, mientras que la morfología lo hace de la forma. Pero esta distinción no es satisfactoria, pues un paradigma de flexión sólo se obtiene por la asociación de una función a unas formas determinadas, y las funciones de las palabras sólo tienen que ver con morfología si se las relaciona a un sonido en concreto; ambas, sintaxis y morfología, están interrelacionadas, pues la morfología no tendría objeto lingüístico separada de la sintaxis.

En cuanto a la lexicología, cabe decir que algunas de las relaciones que se dan entre palabras pueden ser analizadas desde este punto de vista. Mientras en algunas oposiciones es la forma lo significativo (morfológicas), en otras es el significado lo que establece la distinción (ej: oír y escuchar, ver y observar) y es ahí donde entra en juego la lexicología; o en los casos en que se sustituyen palabras simples por compuestos (ej: considerar y tener en consideración), cuyas partes obedecen a los mismos principios que las palabras en la formación de los grupos de palabras.

Como resumen, la definición clásica de gramática necesita una base lógica y “superior”, que incluya estas tres disciplinas.

Punto 2º

Morfología, sintaxis y lexicología no pueden delimitarse más que por la evidencia. El único límite aplicable a la gramática es el de las relaciones asociativas y las sintagmáticas.

Los componentes de una lengua estática deben poder incluirse en una de estas dos subdivisiones. Así, la flexión pertenece a la asociación, la sintaxis a la sintagmática, etc..

En el caso de la palabra, ésta puede incluirse en lo sintagmático, con una dualidad de forma (masculino y femenino), y en lo asociativo, con la misma dualidad en el sentido.

Aplicando este criterio, se englobarían todos los hechos de la lengua a su “eje” correspondiente, lo que mostraría lo que queda por cambiar en la lingüística sincrónica.

Capítulo VIII

La entidades abstractas revelan la necesidad de observar cada cuestión de la gramática bajo su aspecto asociativo y bajo el sintagmático.

Desde el asociativo, debemos descubrir qué tipo de relaciones son las que unen a los grupos de palabras (por forma, familia, similitud, etc.). Entonces es cuando conocemos la “naturaleza” de éstas, cuando entramos en contacto con la gramática, pues la suma de las clasificaciones que hace el estudioso de la gramática, en un estado de lengua, debería ser coincidente con las que se dan en el habla.

Las asociaciones no se basan sólo en lo material de los significantes. Hay asociaciones que surgen exclusivamente del sentido; es decir, algunas palabras se relacionan con otras porque cumplen una misma función, por ejemplo, sin necesidad de coincidir en prefijos, terminaciones, etc.. De un modo más genérico, pueden crearse asociaciones tan amplias como las de todos los nombres o las preposiciones, uniendo las distintas partes del discurso.

Las asociaciones se encuentran en la lengua como entidades abstractas, y siempre parten de la base de lo material. Es un hecho determinante: “las entidades abstractas descansan siempre, en última instancia, sobre las entidades concretas”.

Si las analizamos sintagmáticamente, veremos que el valor del conjunto del discurso depende del orden en que se encuentren las partes que lo forman. El orden de sucesión de los factores puede hacer que éstos pierdan todo valor (ej: vende-dor > dor-vende), o bien que cambie ( la compra > cómprala). Además, el orden de las palabras puede hacerse exclusivo para determinados usos (ej: adjetivo delante de nombre en inglés) o puede aportar valores (ej: the house I built, en inglés, implica valor de relativo, a pesar de que no hay ningún elemento material que lo determine).

El orden de las palabras, a pesar de ser una entidad abstracta, debe igualmente su existencia a las “unidades materiales distribuidas en el espacio”. Y al mismo tiempo, la unidad material debe la suya al sentido que la reviste, a su función y no a su parte material (sonidos); como el sentido, decíamos, la debe a la unidad material. Estas dos afirmaciones, que se complementan, sirven para delimitar las unidades.




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Enviado por:Yurena Ortega Robredo
Idioma: castellano
País: España

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