Literatura
Women's Internacional Terrorist Conspiracy from Hell
W.I.T.C.H. o la conspiración terrorista de las mujeres
Por Layla Martínez
Estamos a mediados de agosto, pero el verano suele acabarse pronto en Chicago, así que la temperatura no es muy elevada. Junto a la entrada del recinto donde se está celebrando la convención del Partido Demócrata, una joven mira el reloj con impaciencia. Ninguno de los asistentes a la convención nota nada raro en ella, pero eso es porque no pueden ver lo que hay dentro de la bolsa que la joven lleva consigo. Nadie lo sabe todavía, pero esa joven se llama Sharon Krebbs y está punto de abrir una nueva grieta en la asfixiante normalidad en que está sumida la clase media norteamericana, que se resiste a renunciar a sus privilegios a pesar de la violencia creciente con que esa normalidad es asaltada por los que han sido expulsados del sistema. Cuando llega la hora, Sharon se quita la ropa y saca una enorme cabeza de cerdo de la bolsa que lleva con ella. A continuación, se pasea por el pasillo central del patio de butacas provocando la indignación y el asco de todos los que la observan. Las pocas fotografías que se tomarán de la acción no podrán ser más significativas: a los lados de una Sharon desnuda que camina con un gesto ceremonial en el rostro, se ve la expresión de repugnancia de algunas de las asistentes a la convención, que se apartan de ella como si fuese a estropearles su perfecta imitación de Jackie Kennedy. La espectacularidad desplegada por los partidos políticos en sus actos públicos está siendo contestada por otra espectacularidad aún más eficaz, ya que conseguirá introducir el asco y la repugnancia en un contexto donde solo caben los aplausos y las sonrisas llenas de blanqueante dental.
A lo largo de los años 1968 y 1969, el grupo en el que milita Sharon Krebbs protagonizará muchas otras acciones por todo Estados Unidos basadas en ese mismo principio de la espectacularidad. Las activistas de W.I.T.C.H -Women´s Internacional Terrorist Conspiracy from Hell-, desplegarán un conjunto de acciones de carácter simbólico dirigidas a atacar algunas de las instituciones clave de la dominación. Sin embargo, a pesar del carácter feminista del grupo, estas acciones no atacarán únicamente la opresión específica contra las mujeres, sino también a los poderes económicos y políticos, como demuestran sus actos frente al edificio de la Bolsa o los que realizaron con motivo del encarcelamiento de un grupo de activistas en Chicago. Para los miembros de W.I.T.C.H, la opresión de las mujeres no podía entenderse sin un análisis más amplio de las condiciones de explotación y dominación inherentes al sistema capitalista, por lo que entenderán que cualquier acción feminista debía ser también una acción contra el sistema. Al fin y al cabo, las activistas de W.I.T.C.H provenían en su mayoría de las filas de los yippies, una especie de facción fuertemente politizada del movimiento hippie. Los yippies estaban ya muy alejados del pacifismo y el apoliticismo hippie, y poco a poco irán desarrollando un discurso cada vez más radical que tendrá una de sus claves en la defensa de la violencia revolucionaria. De hecho, en el seno de los yippies se gestarán algunos de los principales grupos armados estadounidenses, y varias de las activistas de W.I.T.C.H pasarán a la lucha armada y la clandestinidad a principios de los setenta.
Pero la radicalidad del discurso de W.I.T.C.H no es la única clave interesante en la actividad política del grupo. Desde un punto de vista actual, otro de los aspectos más significativos de su discurso es su capacidad para dar con lo que estaba a punto de convertirte en dos características claves del sistema: la espectacularidad y el componente emocional. En las acciones y los textos de W.I.T.C.H hay una crítica de base a lo que entonces eran los primeros pasos de la sociedad del espectáculo en Estados Unidos, pero también a la deriva emocional del capitalismo. Las activistas de W.I.T.C.H supieron percibir y analizar correctamente los primeros pasos de esa progresiva mercantilización de las emociones, que poco a poco irían sustituyendo a los objetos como mercancías privilegiadas. Probablemente el ejemplo más claro sea su acción contra la Feria Nupcial de Nueva York de 1969, en la que repartieron un panfleto en el que el análisis feminista se conjugaba con el ataque a la espectacularización de la sociedad-“El ritual es la realidad”, rezaba el texto- y con la crítica a la comercialización de las emociones -“Las empresas transforman nuestras dudas personales y nuestras necesidades emocionales en mercancías y nos las venden a buen precio”-.
Sin embargo, su capacidad de percibir los primeros pasos de las futuras derivas del sistema no serán los únicos aspectos interesantes de su militancia. Otra de las claves será el despliegue de toda una simbología y una estética propia basada en el concepto de brujería, a la que hacían alusión con el nombre del grupo. Esto es importante no solo porque les permitía anclar el feminismo en un momento histórico muy anterior al movimientos sufragista, sino también porque suponía la elección de una estética basada en lo abyecto y lo repulsivo. Al escoger el arquetipo de la bruja, las activistas de W.I.T.C.H estaban posicionándose políticamente del lado de las mujeres que carecían de valor para el patriarcado, ya fuera porque no respondían a los deseos eróticos promovidos desde el sistema o porque no cumplían otros roles mucho más útiles, como el de virgen o el de madre. La bruja era la mujer repulsiva, insumisa, independiente, abyecta, negra, india, gorda, fea, lesbiana, subversiva. La mujer que no entraba en una talla 38, la que no sabía cocinar, la que no tenía la piel blanca ni las uñas de porcelana, la que no pasaba su tiempo libre en la peluquería, la que no aspiraba a un adosado en el extrarradio. Y ese posicionamiento político es clave, porque supone la negación de todos los roles asignados por el patriarcado. La elección de una estética basada en lo abyecto y lo repulsivo hace que las acciones del grupo tengan un potencial subversivo mucho mayor, ya que supone una sacudida más fuerte de los esquemas mentales de los espectadores de esas acciones. El espectador se ve obligado a enfrentarse a algo que le inquieta y le desagrada, a algo que le obliga a replantearse sus esquemas previos, y, por tanto, a algo que permanece durante mucho más tiempo en su retina.
Estos aspectos de espectacularización de la protesta y de subversión de los roles y la estética que el sistema diseña para las mujeres serían utilizados después por muchos grupos feministas, pasando a convertirse en una parte importante del repertorio de acción de este movimiento. Quizá el ejemplo más claro fueron las Guerrilla Grrrls en Estados Unidos, pero también se aprecian la influencia de las prácticas creadas por las WITCH en grupos actuales como la Pussy Riot, cuya simbología basada en uso de pasamontañas de colores llamativos hacía también referencia a una estética del miedo y la abyección. Más discutible sería el ejemplo de Femen, en el que sí se aprecia el uso de elementos espectaculares en sus protestas, pero no el elemento de subversión en los roles establecidos. En lugar de escoger arquetipos basados en el terror o la repulsión, Femen ha elegido una estética que reproduce un rol virginal, con mujeres hermosas y jóvenes que aparecen desnudas y con coronas de flores en el pelo. Resulta curioso que ninguna de las activistas de los distintos países sea alguien que subvierta en lo más mínimo el modelo de mujer atractiva del patriarcado, es decir, que no haya ninguna gorda, ninguna mujer mayor de treinta y cinco, ninguna poco atractiva ni ninguna con raíces en el pelo, por poner solo algunos ejemplos de entre las miles de posibilidades existentes para subvertir el modelo de belleza patriarcal. Con esto no quiero decir que las activistas de Femen no admitan en su organización a mujeres que no responden a los cánones de belleza tradicionales, pero sí que existen barreras de entrada a las mujeres que no son como ellas. El arquetipo que han elegido para su actividad política hace que las mujeres que no son así se sientan incómodas con las acciones del movimiento, lo que provoca que éste reproduzca la marginación de que son objeto estas mujeres en su día a día a manos del patriarcado. El modelo de belleza impuesto por el sistema es excluyente por definición, ya que solo tienen acceso a él un número limitado de mujeres y durante un periodo de tiempo concreto, de ahí el error que supone reproducirlo, incluso aunque sea inconscientemente. En cambio, cuando se eligen roles basados en los abyecto o lo repulsivo la inclusión es absoluta, ya que cualquiera puede convertirse en un ser repulsivo. Por otro lado, una estética repulsiva genera un impacto muy diferente que una virginal como la elegida por las Femen, ya que el arquetipo de la virgen siempre ha pertenecido a los considerados sexualmente deseables dentro del patriarcado. Por ello, la posibilidad para cuestionar la opresión de la mujer de Femen es mucho más reducida que la de otros movimientos -por no decir prácticamente inexistente-, a pesar de que sí recurran a una espectacularización efectiva de sus protestas.
En cualquier caso, se alejen más o menos de las propuestas planteadas en los setenta, es innegable la deuda de muchas de las organizaciones actuales con grupos como W.I.T.C.H, que contribuyeron a crear toda una forma de movilización vigente hasta hoy en día. Las performances, el uso político de la estética y el cuerpo y las acciones callejeras pasarán a engrosar desde entonces las herramientas de acción propias de feminismo, que conseguirá de esa forma contestar a la nueva deriva del sistema sin renunciar a una tradición de movilización que ya incluía otras muchas herramientas que se seguirán utilizando, como los boicots o las ocupaciones. Al fin y al cabo, las formas de lucha cambiaban, pero los motivos seguían siendo los mismos.
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Enviado por: | Layla Martínez |
Idioma: | castellano |
País: | España |