Literatura


Un mundo vulnerable. Ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia; Jorge Riechmann


RESUMEN DEL LIBRO: “UN MUNDO VULNERABLE” (Jorge Riechmann)

Dos apariciones: la humanidad de iguales y el mundo vulnerable. Según el poeta y lingüista español Carlos Piera a finales de 1.998: “Hubo un hecho, entorno a la Revoluciones Francesa y Americana: la aparición de la humanidad como un conjunto de iguales. Tanto la ética como la poética deben seguir tratándose de ponerse a esa altura”.

Según Paul Valery “ha comenzado la era del mundo finito”. Se trata, en efecto, de la aparición de la biosfera como una entidad finita, mortal, vulnerable y amenazada por la acción humana. La “nueva” vulnerabilidad del mundo nos interpela dramáticamente como agentes morales. La crisis ecológica plantea cuestiones morales nuevas. La “nueva” vulnerabilidad del mundo nos interpela no sólo como agentes morales, sino también como ciudadanos de una comunidad política. Sobre ética, ecología y política vamos a discurrir en este libro.

Una vida sin examen no merece la pena vivirse, nos dicen que dijo nuestro padre Sócrates. ¿Qué vida ha de ser examinada?. Mi vida: pero encuentro, de raíz, que es una vida entre otras vidas. Aislada resulta impensable, inconcebible e incomprensible.

Examinar mi vida, por tanto, usando la razón, para averiguar cómo orientar esta vida, cómo actuar correctamente. Pero la razón es lo común. El contenido mínimo de la acción ética sería actuar de manera que nuestra acción pudiese ser recomendada a los demás y justificada ante ellos. Da razón de nuestra acción. Los juicios morales deben ser universalizables. Al aceptar que los juicios éticos deben ser formulados desde un punto de vista universal, mis propios intereses no pueden contar más que los intereses de cualquier otro: el principio de igual consideración de los intereses.

Si hablamos de “consideración igualitaria de intereses”, ¿quiénes son los portadores de esos intereses?. Llamamos seres sintientes a los seres que pueden tener sensaciones. Por ello para los seres capaces de tener sensaciones tiene sentido hablar de una calidad de vida.

Los intereses de un ser vivo determinado se basan en sus concretas capacidades y vulnerabilidades determinadas por la biología propia de su especie. Hay una conexión entre la noción de interés y la noción de derecho, entendidos los derechos esencialmente como intereses jurídicamente protegidos. Los tipos de seres que puedan tener derechos son aquellos que tienen intereses.

¿Qué seres merecen consideración moral?. La consideración moral debe ditinguirse de la del significado moral. Todos los seres vivos son dignos de consideración moral, cada uno de ellos con su característica combinación de necesidades, capacidad y vulnerabilidad. Tratar moralmente a un ser vivo concreto consiste en ayudarle a vivir bien.

¿Cabe una instrumentalización de otros seres vivos que no sea éticamente reprobable?. Es posible utilizar otros seres humanos sin explotarlos, no es injusto utilizar a otros animales como medio para nuestros fines cuando con ello no contrariamos ni hacemos violencia a su telos específico.

Al proponer que todos los seres vivos son dignos de consideración moral nos estamos situando frente a un antropocentrismo excluyente que no concede a las entidades humanas sino un valor estrictamente instrumental. El antropocentrismo débil reconocer valor a ciertas entidades no humanas pero sólo en la medida en que compartan ciertas características con los seres humanos. La corriente antropocéntrica se asocia con el atomismo o individualismo moral. Por el contrario para el holismo moral los individuos son totalidades como clases sociales, comunidades étnicas, ecosistemas o la misma biosfera.

El antropocentrismo nos es necesariamente un antihumanismo, hay que intentar que haya una adecuada combinación de antropocentrismo y biocentrismo.

Los huracanes tropicales nacen de los tubos de escape de nuestros coches y de las chimeneas de nuestras centrales térmicas. En los últimos 30 años las temperatura del agua en la superficie de los océanos tropicales han aumentado en 0,5º Centígrados. La temperatura media del planeta en los últimos 100 años ha aumentado 0,7º. El nivel del mar ha subido entre 10 y 25 centímetros. Sabemos que todos estos cambios tienen que ver con la composición química de la atmósfera que resultan de la actividad de las sociedades industriales.

Hay cuatro buenas razones para una reflexión ética sobre ecología: la primera es que no hay buenas razones para no plantearla, “el gran error de toda ética es el de creer que debe ocuparse sólo de la relación de seres humanos con otros seres humanos”. La segunda razón es que nuestra relación con la naturaleza ha entrado en crisis y la consecuencia de ello son inseguridades, vulnerabilidades y desazones morales de todo tipo. La tercera razón es que la crisis ecológica global puede verse como la consecuencia de haber llenado el mundo. La cuarta es que tanto el capitalismo como el “socialismo real” han perseguido la utopía de una sociedad de la abundancia donde se disolverían por sí mismos los conflictos sociales a consecuencia de lo cual la política y la ética serían superfluas.

El psicólogo y psiquiatra Robert J. Lifton, indicó que se necesita lo que él llama imaginación apocalíptica para captar las realidades de nuestro tiempo y nuestras capacidades aparentemente limitadas.

Hoy día cabe pensar que nuestra forma de vida como un todo no es perdurable en el tiempo, ni tampoco generalizable a todos los habitantes del planeta. Por ello necesitamos estructuras sociales y tecnológicas que sean capaces de soportar la irrupción del caos y la contingencia sin daños irreparables. ¿Qué se puede hacer?.

Se pueden hacer cosas, tres son las esenciales: una transformación interior: abandonar la pasividad; una transformación personal: cambiar de modo de vida; una transformación de estructuras económico sociales.

La crisis ecológica hace necesaria una nueva ética, una nueva razón ecológica.

En un mundo en el que oímos tantas veces -la ecología “está de moda”-, la destrucción ecológica prosigue implacable, todo el mundo habla de ecología pero pocas veces se hace algo para proteger la biosfera. Se hace cada más complicada la formación de conciencia moral si los actos aparecen disociados de sus consecuencias.

Si por un lado los valores están disociados de la conducta y por otro lado los comportamientos cotidianos son sensibles a incentivos positivos y negativos hay que subraya que los cambios en los valores siguen a los cambios en la conducta y no al revés como se piensa comúnmente.

La conciencia ecológica no se transforma de manera inmediata ni automática en acción favorable al medio ambiente, es un hecho evidente que si uno decide comportarse ecológicamente, en muchos casos, ello le resultará sencillamente imposible, hay situaciones en las que sólo podemos elegir mal, la única salida es esforzarnos por cambiar el marco dentro del cual elegimos, “no hay que contentarse con cambiar la sociedad hay que cambiar de sociedad”.

Estamos interesados en reducir controladamente la complejidad excesiva de las modernas sociedades industriales, para evitar catástrofes indeseadas sólo podemos pensar en reducir esta complejidad complejamente huyendo de espejismos simplistas.

Parece caracterizar nuestra vida psíquica cierta inercia, pereza o conservadurismo cognitivo por el cual tendemos a aceptar los marcos dentro de los cuales se nos presentan los problemas o esperar “más de lo mismo”, o ignorar la posibilidad de cambios radicales. Por lo general sobrevaloramos las impresiones iniciales en relación con una persona o un problema, y si después recibimos nueva información contradictoria, tendemos a hacer caso omiso de ella. La gente tiende a asimilar la información nueva en el sentido de la información existente en vez de enfocarlo con carácter adicional.

La psicología social experimental ha acumulado numerosas pruebas de la gran importancia que los factores situacionales y contextuales tienen para la acción humana, indicaba Karl Marx que “los contextos deben hacerse humanos”. Lo que suele hacerse en un grupo social determinad, las costumbres y prácticas habituales así como las expectativas socialmente vigentes respecto al comportamiento exigible, tienen una influencia determinante sobre la conducta efectiva. De aquí se deriban dos importantes consecuencias: la primera se refiere a las oportunidades de influencia de las “minorías concienciadas” capaces de mostrar un comportamiento ecológicamente ejemplar. La segunda consecuencia sería la especial responsabilidad moral de los segmentos sociales -élites- que de hecho están hoy dotados de mayor poder y capacidad de influencia, y que pudiendo en buena medida encauzar la respuesta social ante la crisis ecológica, no cubren ni los mínimos necesarios, cuando no actúen agravando aún más la situación. La historia pedirá cuentas a estos gobernantes indignos de las tareas que se le han encomendado.

La tierra es hoy -todavía- habitable para la especie humana, su habitabilidad está amenazada, pero la amenaza no proviene de un defecto de intervención humana sino más bien de un exceso de ésta.

Nuestro tiempo es la era de la crisis ecológica global, como una era de crisis de civilización.

El tema de este ensayo -naturaleza y artificio- es a la vez antiquísimo y novísimo. Naturaleza es una palabra ambigua, Savater distingue tres sentidos filosóficos de concepto de naturaleza: primero naturaleza como conjunto de todas las cosas existentes, sometidas a las regularidades que estudian las ciencias “de la naturaleza”; segundo, naturaleza como conjunto de las cosas que existen o suelen existir sin intervención humana, con espontaneidad no deliberadas; tercero, naturaleza como origen y causa de todo lo existente.

Existe un cuarto sentido del concepto de naturaleza: la naturaleza como biosfera, como sistema organizado de los ecosistemas

Desde la misma aparición de los seres humanos estos han alterado la naturaleza y la biosfera y las sociedades humanas han coevolucionado durante decenas de miles de año, pero a mayores poderes mayores responsabilidades. Las sociedades industriales poseen un poder de intervención sobre la naturaleza que carece completamente de parangón, con las modestísimas capacidades de todas las sociedades preindustriales.

La naturaleza no puede darnos lecciones éticas, de la ciencia no se deriva ninguna ética pero sí condiciones restricción para las éticas aceptables. La actual crisis ecológica resulta de desajustes en la interacción entre biosfera y tecnosfera. La tecnosfera industrial ha crecido a lo largo de los tres últimos siglos en guerra contra la biosfera. Es cierto que hoy estamos dañando, destruyendo, y desbastando la naturaleza.

Como consecuencia de la naturaleza cada vez más técnica e instrumental de la sociedad, hemos perdido la costumbre de plantearnos cuestiones morales sobre nuestras propias técnicas e instrumentos, indagamos perfectamente sobre los medios pero no nos preocupamos por los fines.

El punto de partida para nuestra reflexión sobre ética y ecología ha de ser la crisis ecológica global. Es global porque afecta a la biosfera entera, es una crisis cuya causa son los seres humanos. No hemos causado la crisis ecológica global por ninguna necesidad histórica, y tampoco la destrucción ha de consumarse necesariamente, si no nos enfrentamos a las fuerzas destructivas no es porque no podamos hacerlo sino porque no queremos. Sabemos que el bien y el mal morales únicamente pueden predicarse de la acción humana libre, sin libertad no puede existir el ámbito moral.

La capacidad del impacto ambiental de los grupos humanos ha aumentado desde los comienzos de la revolución industrial, desde mediados de siglo la expansión del sistema socioeconómico se acelera hasta convertirse en un proceso fuera de control.

Tal vez hubiéramos de concluir que carecemos aún de una instancia colectiva que, a nivel de la humanidad toda, se pregunte por sus quiebras en el presente y por los lastres o beneficios de los que dota al futuro y que, por tanto, es esa una primera responsabilidad que de entrada a todos nos atañe.

Existen ocho rasgos y dos diferencias que estructuran la relación del ser humano con el mundo o cosmos que habita. Tenemos en primer lugar cinco grandes igualdades del ser humano con los demás vivientes:

  • Todos compartimos la misma historia evolutiva sobre el planeta Tierra.

  • Todos existimos dentro de límites espacio temporales, somos finitos y vulnerables.

  • Todos somos interdependientes.

  • Todos aspiramos a la autoconservación.

  • Todos poseemos un bien propio de nuestra especie biológica.

  • Hay a continuación otro rasgo que emparenta a los seres humanos con el resto de los seres vivos: Todos los animales, como mínimo todos los vertebrados, somos realidades sintientes capaces de sufrir y gozar; de tener una vida subjetivamente buena o menos buena.

    Las dos grandes diferencias del ser humano con los demás vivientes son:

  • Todos los seres humanos somos agentes morales. Sólo nosotros poseemos capacidades como la autoconciencia plenamente desarrollada, el lenguaje articulado, la racionalidad.

  • Sólo los seres humanos hemos creado una tecnociencia capaz de borrar a nuestra propia especie y a todas las demás especies de la faz de la tierra.

  • Cuando una especie animal es la dominante en la biosfera y resulta además estar compuesta por individuos conscientes y racionales que son agentes morales -como es el caso de la especie humana- entonces las interdependencias existentes y las nuevas interacciones hacen a todos los seres de la naturaleza y a la biosfera entera dependientes de los seres humanos. Cuanto más interactuamos con ellos más dependen de nosotros y mayor responsabilidad tenemos para con ellos.

    Formamos parte de la naturaleza; hay que volver a situar al ser humano dentro de los ecosistemas, es necesario equilibrar el sentimiento de pertenencia a la naturaleza con el sentimiento de excepcionalidad del ser humano dentro de la naturaleza.

    No parecen aceptables ni el aceptables ni el antropocentrismo fuerte ni el biocentrismo fuerte o ecocentrismo, las versiones más sensatas de tales teorías conducen a principios de justicia ecológica semejantes. Las dos diferentes teorías éticas desembocan a la postre en idénticas obligaciones morales.

    Las éticas tradicionales descansan en la premisa, más o menos implícita, de que las consecuencias de nuestros actos en la lejanía temporal y espacial son insignificantes. Tres propiedades relevantes de los ecosistemas muestran el supuesto según el cual carecen de importancia las consecuencias distantes de nuestras acciones sobre tales ecosistemas:

  • Existencia y ubicuidad de mecanismos omeostáticos.

  • La muerte de un ecosistema es irreversible.

  • Todo está conectado con toso lo demás.

  • Con el desarrollo de nuestro poder ha cambiado la esencia de nuestra acción y esta transformación de la acción humana es lo que hace necesario un cambio de acento en ética.

    Lo esencial den nuestra situación moral de hoy es precisamente que lo que se nos exige no es la relación moral con el prójimo, con el individuo, sino que para nosotros se trata de conservar a la humanidad en su conjunto y en sus descendientes.

    Una tarea esencial del pensamiento crítico, en general, es intentar romper la “naturalidad”. La tarea de una imaginación cultivada para la anticipación, estriba precisamente en romper el conservadurismo espontáneo al imaginar el futuro que nos caracteriza. Anders pensaba que producimos más de lo que somos capaces de aprehender con nuestras facultades intelectuales y emocionales. El principio de responsabilidad no puede ejercerse adecuadamente sin superar éste desfase humano o desnivel prometeico. Para ello es menester el auxilio proporcionado por la herramienta de una imaginación cultivada.

    Si pensamos en la relación entre distintas generaciones, que no conviven en ningún momento el primer y más importante rasgo que se ofrece a nuestra consideración es la asimetría de esta relación. Nosotros podemos obrar sobre las generaciones futuras pero no a la inversa. Ellas son vulnerables e impotentes con respecto a nosotros. Estamos fuera de su poder mientras que ellas se hallan sometidas al nuestro. Las últimas generaciones pesan mucho más sobre la tierra que cualquiera de las precedentes. Los efectos de nuestras acciones afectan a seres vivos cada vez más alejados en el espacio y en el tiempo.

    Parece claro que a consecuencia de nuestro hacer y dejar de hacer el planeta se vuelve crecientemente inhabitable, las opciones vitales y la calidad de vida de las generaciones futuras mengua, peligra, incluso, su mera existencia.

    A finales del siglo XX, después de varios decenios de crisis ecológica global resulta ser casi siempre un ejercicio de cinismo el mencionar que tales daños están perfectamente previstos.

    La ética se propone evitar que sean dañados los seres vulnerables. Los individuos posibles son todos aquellos cuya existencia dependerá de las selecciones que hagan determinados individuos que ya existen. Los individuos meramente posibles son ciertamente potenciales, los individuos futuros son tan poco “potenciales” como quienes están lejos de nosotros en el espacio.

    La acción moral no puede discriminar selectivamente a sus objetos ni en el espacio ni en el tiempo. Los intereses que hayan de tenerse en cuenta moralmente cuentan lo mismo, con independencia del momento temporal en que vivan los portadores de esos intereses.

    Tenemos que superar nuestro arrogante antropocentrismo y aprender a hablar en nombre del logo, en nombre de las generaciones futuras, de las restantes especies vivas, de todos aquellos que no pueden participar en nuestros consejos o asambleas pero se ve, sin embargo, afectados por nuestras decisiones.

    La crisis ecológica entra en lo que hoy en día suele llamarse -con anglicismo- evitable; llevamos veinte años hablando del mundo en desarrollo y constantemente se nos recuerda que está ensanchándose, sin embargo, hoy estamos haciendo al respecto menos que nunca, acerca del peligro ambiental y planetario y la biosfera. Parece probable que las generaciones futuras nos maldigan por lo que les estamos haciendo y tememos que las acusaciones de genocidio y biocidio no faltarán en su recriminación.

    Cada generación que recibe como herencia momentánea la tierra, tiene solamente el mandato de administrarla, con el compromiso ante las generaciones futuras de impedir todo atentado irreversible a la vida sobre la tierra y de respetar la libertad de opción, que debe permanecer total, en cuanto a su sistema económico, social y político.

    En las sociedades capitalistas avanzadas empieza a desarrollarse una planificación a largo plazo que implica cambios en el sistema energético, a sistemas de transporte, a métodos de trabajo, etc. Es importante señalar que estos planificadores de nuestra vida no están sometidos a control democrático.

    La existencia de esta planificación no democrática es una de las razones que hace imperiosamente necesaria, la anticipación social, la movilización de la fantasía colectiva para forjar proyectos de futuro y propuestas alternativas.

    Cuando hablamos de ecología, o de relación con los animales, nuestro primer problemas es muchas veces hacer visibles los problemas morales a los ojos de nuestros conciudadanos y conciudadanas.

    La agricultura y ganadería que practicamos masivamente en los países industrializados es ecológicamente insostenible, y topa con dificultades creciente para alimentar el mundo. En efecto:

    • Nuestros agroecosistemas actuales producen graves y crecientes impactos ecológicos.

    • Durante milenios agricultura y ganadería fueron eficientes sistemas de captación de energía solar, pero hoy se basan esencialmente en los recursos del subsuelo.

    • En el umbral del siglo XXI la seguridad alimentaria del planeta peligra.

    • Las capturas marinas se hallan estancadas.

    • La cosecha mundial de cereales ha descendido.

    • Los incrementos de productividad de la tierra se han frenado bruscamente.

    • Aumenta el número de países con déficit de alimentos.

    En una situación así, cuando los ecosistemas ecológicamente productivos para asegurar la alimentación humana se convierten en un bien escaso no se debe tolerar que se siga perdiendo tierra fértil para construir autopistas.

    ¿Hay alternativas?. La respuesta es sí se pueden desarrollar allternativas. Una alternativa podría cifrarse en u n programa que constase de los siete puntos siguientes:

    • Es preciso desarrollar una política de ordenación del territorio en distancias cortas.

    • Una gran parte del tráfico actual podrá ser sustituido por los pies y los pedales.

    • Es necesario la construcción y/o ampliación de un sistema de transporte local público eficiente, cómodo y barato.

    • Hace falta una red ferroviaria que se extienda por todo el país, para realizar la mayor parte del transporte de viajeros a larga distancia.

    • Se puede reducir masivamente el transporte aéreo y suprimir el tráfico aéreo interior.

    • Prescindir de una gran parte del actual transporte de mercancías y promocionar productos y servicios locales.

    • Reducción del transporte por carretera y fomento del ferrocarril.

    Aunque en las sociedades industriales la relación humano-animal se vuelve más indirecta y mediada tecnológicamente que en las sociedades agrarias o en las culturas de cazadores-recolectores, no por ello desaparece.

    En la vida cotidiana de sociedades como la nuestra, casi todos damos por sentado que el sufrimiento de los animales no humanos “cuenta menos” que el de los seres humanos. Impresiona el número de animales que anualmente mueren en experimentos realizados para la investigación básica, la industria química, farmacéutica, militar...etc. Pues bien el sacrificio de estos millones de criaturas refleja en buena medida la creciente quimización de la vida cotidiana en las sociedades industriales. Si puede parecer deseable una desquimización parcial de nuestras vidas ¿qué diremos de una desmilitarización? Parece que los intereses humanos en juego basten para justificar moralmente el inmenso caudal de sufrimiento animal. Hay buenas razones morales para prohibir completamente el empleo de animales en experimentación cosmética y militar, pero el caso que plantea más dificultades morales es el de la experimentación de nuevos medicamentos o tratamientos médicos en animales. Muchos experimentos son superfluos y podrían suprimirse , sin perjuicio ni para la ciencia ni para la seguridad de los posibles paciente humanos, en un buen nº de casos los experimentos con animales son inútiles. Sin en la actualidad no se realiza el esfuerzo preciso para descubrir y aplicar técnicas alternativas al uso de seres sintientes, es sólo porque no se toma suficientemente en consideración el sufrimiento animal.

    Si queremos el progreso de las ciencias biomédicas entonces necesitamos experimentar en seres humanos y si queremos hacer más segura la experimentación en humanos entonces necesitamos experimentación previa en animales. La experimentación con animales ha dado origen a conflictos sociales importantes en varios países. Los legisladores tienen que aprender que cuando se discute la experimentación animal, el trato que deben dar a las asociaciones médica, veterinarias, psicológicas ..etc , es el mismo que darían a la General Motors o a la Ford, cuando lo que se discute es la contaminación del aire.

    Como señaló el gran poeta argentino Antonio Porchia “hasta el más pequeño de los seres lleva un sol en sus ojos”. Aprender a mirar esos ojos y lograr ver esos soles es una de las grandes tareas para la educación moral y sentimental de los animales humanos del s. XXI.

    El consenso moral vigente en nuestras sociedades sigue valorando la clonación humana como algo éticamente inaceptable. Llamamos clonación al proceso de multiplicación asexual por el cual se producen a partir de un organismo varios individuos genéticamente idénticos al primero . Aquí tenemos que distinguir entre la clonación humana con fines reproductivos y las técnicas de clonación no reproductivas con finalidades de investigación , diagnóstico y terapia. La clonación de cualquier animal supone un avance en los procesos de cosificación y mercantilización de la materia viva y los seres vivos, ningún animal es reducible a su genoma. También conviene señalar que las técnicas actuales de clonación entrañan un nº elevadísimo de fracasos. Si una experimentación no puede llevarse a cabo sin producir errores monstruosos entonces hay que renunciar a esa experimentación. Ninguno de los usos que se sugiere para la fabricación de copias de personas es éticamente aceptable, y hay que oponerse a que se permita el desarrollo de embriones humanos clónicos para que puedan convertirse en donantes de tejidos.

    Los grandes avances científicos y tecnológicos realizados a lo largo de la Edad Moderna y sobre todo en el s. XX han conducido a modificaciones cada vez más importantes en las relaciones entre ciencia , tecnología y sociedad. Tanto la tecnología informática como la ingeniería genética son tecnologías esencialmente definidoras que dan forma nueva a relaciones sociales básicas.

    La rápida introducción de los grandes avances tecnocientíficos a lo largo del s. XX muestran pautas preocupantes, no hay más que pensar en los efectos a largo plazo de la fisión nuclear, o los plaguicidas agrícolas...etc para darnos cuenta de cómo los efectos totales van mucho más allá de los usos inmediatos, transformando y configurando la sociedad y la biosfera . La respuesta de “ debe ser un riesgo” no es aceptable si hay alternativas y sabemos que para satisfacer las necesidades básicas y los deseos razonables de todos los seres humanos de este planeta, hay alternativas para la inmensa mayoría de los procesos y productos cuyo uso puede acarrear peligros. No se puede seguir permitiéndonos el lujo de “aprender por medio de catástrofes”.

    Ecologizar nuestros sistemas socioeconómicos exige pasar de esta civilización la “sociedad del riesgo” a la “sociedad de la precaución”. La solución no consiste en bloquear los conocimientos, sino en gobernarlos, evaluando las alternativas tecnológicas y cerrando el paso a las aplicaciones que conlleven riesgos demasiado altos.

    De la imprescindible revolución cultural ecologista formaría parte una ética ecológica del trabajo. En una sociedad ecologizada no deberíamos aspirar a la supresión del esfuerzo físico, sino a su adecuado reparto. El ocio ajeno a cualquier esfuerzo físico no constituiría un valor, pero sí el trabajo consentido y el trabajo armónico de nuestras capacidades esenciales. Somos capaces de desandar lo andado distinguiendo racionalmente entre desarrollo y sobredesarrollo, entre el auténtico progreso y los falsos retroprogresos o bien la destructividad de las sociedades industriales se convierte en un problema prácticamente irresoluble.

    En semejante encrucijada nos encontramos. ¿Seremos capaces de aprender a tiempo cuál es la forma correcta de exprimir una naranja?

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    Enviado por:Eucruz
    Idioma: castellano
    País: España

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