Literatura


Un lugar sin límites; José Donoso


Un lugar sin límites José Donoso:

La novela escrita por el gran autor costumbrista Chileno José Donoso, es una regresión a la historia cultural y social de 1940 en adelante, ambientada en la zona rural contigua a la ciudad de Talca de mucha importancia en tal época, VII Región actual, en que claramente la idea de la vida del Latifundista Alejandro Cruz, miembro de una gran familia de situación y dueño de grandes viñas en la región que es claramente vitivinícola, es completamente distinta a la de su feudo, gente sumida en la miseria y sus propias vidas opacas, en la Estación el espejo, creada para que llegaran y salieran sus productos por tren, proliferan trabajadores agrícolas, todos giran en el proceso de elaboración del vino y se celebra la vendimia fiesta tradicional del vino que reúne mucha gente.

Como todo Señor que se apreciare de tal en dicha época, don Alejandro Cruz sigue además la carrera política, apareciendo en la trama el trabajo de sus mujeres que son muchas y los favores políticos que se ven en la época, el convencer a los electores mediantes promesas, y acarrear huasos a votar con promesa de dinero para que beneficien a don Alejandro. A cambio de ello, don Alejandro es un buen patrón, forma una buena familia en lo social pero su diversión es en las casas de prostitutas que abundan en la zona, todas regentadas por amigas de don Alejo como le llaman.

En las casas de prostitutas de la época, la gente se divertía con música en salones y bailaban, se tomaba mucho licor y al fulgor de la poca luz y la diversión se lograban muchos acuerdos para mejorar la zona o bien para negociar. Hay una clara importancia en el pensamiento de la regente de tales casas en el apoyo a los varones cabecillas de la época.

En su mísero pueblo, Estación lo espejo, las gentes viven en la esperanza de que don Alejandro mejorará el pueblo, logrando la esperada iluminación, cosa que nunca logrará y que provocará la desesperación de sus personajes al ver que todo se termina por la futura venta de las propiedades para parcelar la zona.

En este ambiente aparece la Manuela, un travestista que goza de bailar español, al que siempre los hombres han agredido, pero que sin embargo es querido y deseado, la fantasía que con él desarrolla Pancho Vega, lo lleva a golpearlo hasta casi matarlo, por haber sido descubierto por su compañero Octavio en sus andanzas, su afán por besar a la Manuela. La Manuela es el personaje clave de la obra, en él se depositan los miedos, las esperanzas de tener una mejor vida, el Manuel González Astica, reacciona como él, en dos oportunidades, cuando tiene una relación fingida con la Japonesa, regente del prostíbulo de la Estación al que acude frecuentemente don Alejandro, producto de una apuesta, y cuando es golpeado hasta casi matarlo por Pancho Vega y su amigo Octavio, lo golpean por ser El, figura triste pero llena de energía que brilla en los salones donde baila como española, la Manuela logra la aprobación de don Alejandro razón por la cual se siente profundamente agradecida para siempre. Producto de su relación con la Japonesa tiene a su hija la japonesita, quien le ha cuidado en el burdel cada vez que se pierde hasta por tres días y llega todo golpeado. La vida no cesará para él, ya que insistirá en seguir divirtiéndose a su modo.

El libro concluye con una reflexión larga de don Céspedes, trabajador de confianza de don Alejandro, el que analiza a don Alejandro y su relación con sus cuatro perros de nombres que recuerdan el averno. Manuela es golpeada y dejada a su suerte, por Pancho Vega y Octavio, en el mismo momento la Japonesita aparece como la futura dueña del burdel y sólo anuncia que esperará como siempre a su padre e irá a Talca a depositar el lunes en la mañana como siempre.

Análisis: Literario:

El epígrafe nos conmina a interpretar esta obra como una alegoría del infierno: está debajo del cielo, en la tierra, es el lugar donde vivimos. Así, el mísero prostíbulo de un pueblo perdido (del valle central chileno) constituye el séptimo círculo del infierno, espacio demoníaco donde reina don Alejo Cruz, cacique local. Es un lugar oscuro, no alcanzado por la luz divina (el pueblo no será electrificado), ni por la música celestial (las esferas celestes del wurlitzer no alumbrarán el salón del burdel). Acaso la única chispa, intermitente y de signo ambiguo, es el fulgor del vestido rojo en su giro circular en medio de la noche (la Manuela en la pista de baile, cual luciérnaga)

Espacio.

En un eje se dibuja el lugar de El Olivo, que tiene dos centros: arriba, el fundo, con su casa patronal (circundada por un parque dispuesto en U) y abajo, el pueblo, con su prostíbulo. A imagen y semejanza de El Olivo, en un eje paralelo, se dibuja la ciudad de Talca, donde distinguimos, arriba, el barrio nuevo (donde quiere vivir Ema, esposa de Pancho) y abajo, el famoso prostíbulo de la Pecho de Palo.

Si nos situamos en la perspectiva -enajenada- de los personajes, en El Olivo existe un cielo y un infierno, que pueden ser representados como dos círculos cuyo punto de intersección es atravesado por una línea (la del canal).

El comedor iluminado de la casa del Señor es el punto central del círculo del cielo, en medio de un parque; el cual, a su vez, está rodeado por una aglomeración bodegas y galpones, todo situado en el radio de acción del Fundo El Olivo, que se continúa en las viñas hasta el canal.

El salón de baile del burdel es el punto central del círculo del infierno, siendo la estación El Olivo su radio de acción; la alambrada, el perímetro (o límite interno) y la zarzamora, su enmarañada proyección, también hasta el canal.

Si es verdad que los personajes quieren habitar el cielo de El Olivo; también vislumbran, cual marionetas caprichosas, que ese cielo les pertenece en la justa medida en que los excluye, por su condición social o sexual. Bien sabe Manuela que si logra ingresar a ese recinto celestial, Pancho quedará excluido de ese círculo, porque “al fin y al cabo no es más que un hijo de un inquilino”). No obstante, quien se imagina entrando allí vestida de gitana y con flores detrás de la oreja, y siendo atendida como hija por Misiá Blanca; en realidad, nunca llegará a cruzar el canal, ni siquiera despojada de su raído vestido. Para Manuela, tanto el prostíbulo como la casa patronal son espacios de confinamiento, que solo le conceden una mínima seguridad -la de seguir viviendo. En ambos lugares, aparece sometida al miedo, el cual queda momentáneamente interrumpido en su número de y en sus fugas periódicas.

Pancho Vega deambula encapsulado dentro de su camión rojo, yendo primero desde el pueblo hasta la casa del fundo (donde paga su deuda contraída con don Alejo, por el camión) y viniendo, luego, en S hacia el prostíbulo a la busca de una posible redención. Su recorrido reúne los círculos del cielo y del infierno de El Olivo en una espiral que crece hacia abajo, es decir, que involuciona, como si debajo del infierno pudiera descubrirse otro cielo. Pancho está condenado al cielo de El Olivo, desde el momento en que fue privilegiado, desde pequeño, con la compañía de Moniquita y los cuidados afectuosos de doña Blanca y don Alejo. Su condena consiste en que en ese cielo es un criado: tiene un Señor a quien debe servir. Rebelde por antonomasia, cuando pequeño se resiste a aprender en la escuela, contraviniendo los deseos de su protector, siempre ha pretendido autoexiliarse de ese reino (como si pudiera, cual libre marioneta). Su camión rojo es el objeto mágico que le permite desviarse de la ruta circular del infierno para tomar la línea recta que lo lleva a Talca, espacio celeste donde las relaciones de servidumbre quedan abolidas.

Lo sexual:En el ámbito sexual donde el texto centrará infructuosamente la posibilidad de construir una estructura mediacional que se continúe en los otros ámbitos, revirtiendo el orden de todo el conjunto. Así, desconfigurando la relación masculino/femenino, la Japonesa es hembra (con don Alejo), macha (en su relación sexual con la Manuela) y madre de un ser asexuado, la Japonesita. Pancho es macho (con las prostitutas y mujeres del pueblo) y homosexual (con la Manuela); mientras que Manuela, con su “cuerpo de muñeca mentida” (103), es el lugar de coexistencia de marcas sexuales opuestas.

La mirada es el contacto visual con sucesos o personas, pero también es seducción y desafío. Frente a frente los ojos de losa de Alejandro Cruz y la mirada negra de Pancho Vega: uno, con la visión de poder de ese pequeño mundo que domina y el otro, con la vista puesta en su independencia del “señor feudal”. Ni uno ni otro parecerán, al final, librarse de un destino inexorable. Nadie. Ni la Manuela, cuya mirada seduce hasta al más hombre (o al que cree serlo). Ni Pancho Vega, que vuelve al pueblo para disfrutar con su baile; para estar con ella, pero ésta no quiere verse porque no puede. Cuando Manuela le arregla el cabello a su hija aquella misma noche, ella no quiere mirarse al espejo porque es un “índice de la realidad”: ella es Manuel González Astica, un viejo maricón disfrazado de muñeca.

El único que parece verlo todo con ojos poderosos es Don Alejo, pues hasta en la noche en que se conocieron, la Manuela se estremeció con su mirada. Asimismo, todos los hombres que asistieron a aquella fiesta nocturna por consejo de sus esposas debían acercarse para que “él (Cruz) los viera en su celebración” (p. 65). Incluso, el coito con la Japonesa Grande es cumplido por sus deseos: una casa por verla copular con el maricón. Aunque éste es un acto de amor falso para engañar, quien cae como “víctima” de la trampa es la propia Manuela.

Lo cierto es que Cruz es el único que posee, dentro de ese pueblo, la facultad de ver la realidad; los demás, de un modo u otro, enmascaran esa realidad con un sueño que no les deja ver sus propias miserias.

-La Manuela tiene temor como las gallinas: le escapa al aire que le enfría los huesos, a los bocinazos, a las manos y al cuerpo de Pancho que vendrá a golpearla hasta dejarla muerta. Pero también teme a su desenfreno ante los hombres brutos que le hacen cosas terribles. No como don Alejo que la cuidaba y la defendía. Sin embargo, ese miedo la convertirá en hombre: “que la Manuela sería capaz, que con tratarla de una manera especial en la cama para que no tuviera miedo [...] podría...” (p. 81). Aunque, la Japonesa le promete que toda la escena será una “comedia”, ella teme encontrarse a sí misma como el viejo maricón al que le exigen un coito que es capaz de realizar. Ser hombre como cuando, después de la persecución y los golpes de Octavio y Pancho, se da cuenta de que él es Manuel González Astica y entonces el miedo se le trastrueca en terror.

Cansada de rotar en prostíbulos y casas por el estilo, la Manuela llega a aquel burdel para establecerse una vez más. Pero no sabe entonces que, como por un pacto satánico, no se irá de ese infierno nunca más. En medio del calor de la fiesta, y a modo de “rito de purificación”, la Manuela iba a parar al agua quedando al descubierto su inerte dote de varón. De ahí, la atracción de la Japonesa Grande y la apuesta. Pero en ese juego de amor mentido quedan ambas (o ambos) unidas(os) para siempre; a la Manuela, la Japonesita le recordará su paternidad.

Obnubilada por una ilusión, la visión de mundo de Manuela está distorsionada en cuanto a su sexualidad y también a su condición social. No sólo se cree mujer, sino que logra que la sociedad (y el narrador también) la reconozca como tal: la Manuela. Protegida por Don Alejo, sostiene la máscara que le permite soñar con ser mujer hasta que “parada en el barro de la calzada mientras Octavio la paralizaba retorciéndole el brazo, la Manuela despertó. No era la Manuela. Era él, Manuel González Astica. Él. Y porque era él iban a hacerle daño y Manuel González Astica sintió terror” (p. 130); es por ello que quiere cruzar el río y llegar adonde está Don Alejo, para seguir soñando porque es su opción de vida y para no volver a despertar jamás.

Pancho parece el punto intermedio entre el hombre y el travesti; he aquí su indecisión por miedo de que la sociedad lo acuse de parecer lo que no es o de ser lo que parece, (como cuando era chico, jugaba a las muñecas con Mónica y todos se le reían). Pero la razón de sus actos, entonces, estaba dada por la obligación que tenía a cambio de comida. Ahora, sentía temor, no de desear a la Manuela, sino de que pensaran y le dijeran `marica' como en su infancia. Por otra parte, habría que considerar las dos líneas de pensamiento que rigen la conciencia de Pancho: por un lado, incentivado por Octavio intenta desprenderse de la “paternidad” social y económica de Don Alejo; por otro, sigue apegado a las viejas concepciones de ese pueblo sometido al designio de una mano. Porque pertenece al lugar. Es una conciencia en transformación, en transición. En cambio, Octavio no es del lugar y puede tener una visión diferente del mundo e imponer un cambio. Expresado de otro modo, es el elemento “perturbador” de un orden viejo y decadente. Pancho Vega posee en su interior, su ser sexual y posición social confusos; ahora, con su camión colorado (signo inconfundible de su miembro viril), “suyo. Más suyo que su mujer. Que su hija” (p. 119) le daba la posibilidad de librarse de tiranas deudas y materializar sus sueños en la casita que quería su esposa y en el estudio de su hijita, pasaportes para una vida mejor.

PERSONAJES

Japonesa: Regente y  dueña del burdel, mujer respetada, trabajadora y fuerte, muy amiga de don Alejandro el patrón y de todas las autoridades del lugar.

Manuela: Personaje central tragicómico, travestista que se lucía bailando como española en el burdel de la japonesa. Había recorrido muchos lugares y siempre había escapado de varios burdeles, siempre había sido agredido. Padre de la japonesita aunque sin quererlo, ella era su hija querida. Era flaca, dentuda y de piernas peludas.

Japonesita: Joven hija de 18 años de Manuela, flaca, negra, dientuda, con el pelo tieso (al igual que Manuela). Con una alta idea de su madre y padre, buena hija, regularmente deposita dinero para guardar para el futuro, al final su destino la llevará a ser dueña del burdel.

Pancho Vega: Hijo de un tonelero, violento, malagradecido, fuerte, de manos duras, borracho, grande, de bigotes, de cejas negras y cuello de toro. Su mayor logro, un camión rojo, era del fundo El Olivo pero se fue y se caso. Antes trabajaba como tractorista.

Don Alejo:  Alejandro Cruz aristócrata de la zona, de gran abolengo familiar y estirpe, viejo dueño de viñas. Con ojos azules, bigotes y cejas blancas. Formó su familia con su esposa Misia Blanca y tuvo una hijita que murió a temprana edad. Tenía relaciones con varias mujeres más y gustaba de ir a burdeles, hasta en la capital.

Ludo: Ex nana de don Alejandro y su familia, quien vivía en el lugar, amiga de Manuela , había perdido a su marido lanzando sus anteojos al féretro en señal de recoginmiento perpétuo. Mujer de edad olvidadiza que siempre estaba abrigada.

Octavio: padrino de la Normita, cuñado y compadre de Pancho.

Don Céspedes: viejo educado, trabajador de don Alejandro de toda la vida quien le ayudaba con los perros, tomaba todo el vino que quería, era de cara arrugada y llena de cicatrices.

Lucy: mujer prostituta que trabaja en la casa de la Japonesa de bailarina, de muslos blancos; era buena patrona.

Clotilde: prostituta que trabajaba en la casa de la Japonesa, de brazos flacos, tenia una cara de imbécil y era vieja.

Misia Blanca: esposa de Don Alejo, de pelo rubio pero media canosa, usaba una trenza larga.

  • Secundarios:

Las hermanas Farias: eran tres mujeres gordas, de vestidos de seda que tocaban instrumentos musicales y cantaban.

Moniquita: hija de Don Alejo.

Nietos de Don Alejo: de anteojos, callados y jóvenes.

Melchor: el carnicero.

Nelly: mujer que siempre lloraba en la madrugada.

Ambiente Físico: Talca y la estación

La casa de la Japonesa: Lugar donde se desarrollo la mayoría de los acontecimientos.

La casa de Pecho de Palo: Lugar donde se querían ir Manuela, Pancho y Octavio cuando termino la fiesta en la casa de la Japonesa.

El Olivo: Lugar donde quedaba la casa de la Japonesa. Y las viñas de Don Alejo.

La casa de Don Alejo: Lugar donde Pancho le fue a devolver lo que le quedaba de la deuda pendiente.

El correo y la capilla: lugar donde iban a misa (Don Alejo y Misia Blanca) y lugar donde Don Alejo se encontró con Pancho.

La capital: lugar en donde Don Alejo tenia otra mujer.

San Alfonso: lugar donde votaban para las elecciones.

Ambiente Psicólogico:

Lo violento que era Pancho y el temor que sentía el pueblo cuando él estaba allí.

Todo lo que aguantaba la Manuela de sus clientes, las burlas, molestias etc...

Lo sinvergüenza que era Pancho al no pagar la deuda que tenía con Don Alejo.

El cómo murió Don Alejo, como todos sabían que se iba a morir pero nadie supo el motivo, aunque dijeron que había sido porque estaba enfermo, viejo y por sus fracasos.

Criticas:

El no haber detallado más la esforzada y trabajadora vida de todas las prostitutas.

Valor literario:

Una descripción de cada detalle de la historia, fue muy realista, uno se podía imaginar fácilmente como era cada personaje o la casa de la Japonesa y el ambiente que se vivía ahí.

Valores:

La preocupación de la Japonesita por Manuela.

Que Pancho quería tener su casa.

Antivalores:

La violencia de Pancho.

La discriminación hacia Manuela por ser maricón.




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Idioma: castellano
País: Chile

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