Literatura


Tristana; Benito Pérez Galdós


Resumen por capítulos

Capítulo 1

En Madrid, en el barrio de Chamberí, vivía un hombre llamado don Lope Garrido. A sus 57 años, a pesar de que aparentaba menos edad, era un hombre elegante y sus atuendos iban acorde con lo que su poco dinero le permitía. Años atrás había tenido grandes fortunas pero, de un tiempo a esta parte, vivía como buenamente podía en una casa de alquiler. Puesto que no tenía ninguna profesión, ya que se resignaba a vivir de sus últimas pertenencias, pasaba el día en la calle adulando a las mujeres con las que se encontraba a su paso.

Con él vivían dos mujeres. Una de ellas, Saturna, una mujer alta y delgada, con los ojos muy negros. La otra era una joven de veintiún años, muy bella, delicada, esbelta, de piel muy blanca y llamada Tristana. El vecindario no sabía cuál era la posición social y familiar de esta muchacha ya que en ocasiones la consideraban la criada, en otras la hija y en otras la amante de don Lope.

Capítulo 2

Don Lope era una persona muy amable, que defendía con mucho aplomo unas ideas basadas en la caballerosidad y la generosidad. Era partidario de ayudar a sus amigos, y cuando alguno de ellos tenía algún problema él lo socorría, ya fuera económica o moralmente.

A Tristana, a su temprana edad, se le despertaron las ansias de libertad. Empezó a percatarse de la gran influencia que el señor Garrido había tenido sobre ella y de su situación social: a las mujeres se las enseñaba para casarse pero ella no podía porque estaba unida a don Lope, que a su vez era como su padre. Tristana no tenía ningún futuro claro ni poseía el control sobre su vida.

La joven muchacha cayó en las manos de don Lope Garrido cuando su padre, Antonio Reluz, murió dejando a su mujer viuda y a su hija huérfana. Antonio y don Lope eran amigos, y éste último las acogió en su casa.

Capítulo 3

Don Lope intentó seducir a Josefina Solís, la madre de Tristana y viuda de su difunto amigo, pero ésta no contestó a sus peticiones. Tiempo atrás había sido una mujer muy bella, pero los disgustos hicieron de ella una persona desequilibrada y maniática. Tanto es así, que sentía la necesidad de mudarse a otra casa continuamente y se obsesionó con la limpieza hasta un grado enfermizo. El coste de todas estas extravagancias lo pagaba don Lope y suponían un duro golpe para su frágil bolsillo. Una enfermedad reumática acabó con la vida de Josefina y Tristana se quedó en el domicilio del señor Garrido bajo su responsabilidad.

Capítulo 4

Don Lope Garrido mantenía su caballerosidad en todos los aspectos exceptuando el amor, donde todo era permisible y válido. Sostenía que entre hombres y mujeres debía existir una completa anarquía y así lo llevaba a cabo con la joven Tristana. Garrido se sentía satisfecho de su lozana conquista puesto que la muchacha era muy agraciada. Don Lope jamás se planteó desposarla ya que, según él, el matrimonio era una espantosa fórmula de esclavitud, pero no ponía impedimentos para acabar con la honra de su protegida. Tristana, a su vez, aceptaba aquella manera de vivir principalmente porque su tiránico amo le había fomentado ideas de conformidad. Pero trascurridos ocho meses sintió anhelos de libertad y comenzó a aborrecer y a sentir repugnancia de Garrido, y lo veía como un viejo perverso.

Capítulo 5

De forma no deliberada, Don Lope había impuesto algunas de sus ideas en su discípula y ésta las comentaba con su compañera y gran amiga Saturna. Tristana había heredado la animadversión hacia el matrimonio y su intención y máxima ilusión era ser libre y poder valerse gracias a un trabajo. Únicamente tres profesiones podías ocupar las mujeres de la época: casarse, dedicarse al teatro o a la prostitución. Como estos quehaceres no eran de su agrado, y se sentía capacitada para llegar muy lejos, Tristana se planteaba escribir libros, meterse en política o estudiar idiomas. Todo era apto si con ello podía obtener la libertad. Pero todas las ideas desaparecían al recordar que estaba unida a su amo.

Capítulo 6

La vejez llegaba a Don Lope con pasos agigantados y con ella se iba su buen humor. Al ver que la figura del perfecto caballero se iba transformando en un ser débil y poco agraciado el tirano se enfurecía. Su imagen cada vez era más lastimosa, las arrugas de las sienes se profundizaban, el cabello caía a mechones y las muelas se rompían en pedazos. El viejo no podía soportar su decadencia, y muy exaltado, sometía continuamente a Tristana a interrogatorios humillantes con el afán de impedir que ni siquiera mentalmente le ridiculizara.

Capítulo 7

A pesar de la prohibición impuesta por su amo, impidiéndole salir, Tristana daba un paseo todas las tardes con Saturna. Los domingos iban a ver al hijo de ésta, llamado Saturno, un muchacho rechoncho, patizambo y con la cara carnosa y mofletes colorados. El chiquillo no era muy agraciado, a pesar de que su madre lo encontrara lógicamente muy salado. El día ya mencionado las calles del barrio de Chamberí se llenaban de gente y de niños. Un día Tristana fue en busca del hijo de su amiga y se quedó perpleja al ver a un joven de buena estatura, elegante, con traje gris y una corbata de lazada hecha a mano con descuido, muy moreno y con una barba corta. La joven quedó prendada y no podía quitárselo de la cabeza. A la tarde siguiente se volvieron a encontrar y hablaron momentáneamente. Tristana había caído a sus pies y ambos se habían declarado su amor.

Capítulo 8

Se llamaba Horacio Díaz, era hijo de un español y de una austriaca. Nació en el mar, y fue criado en Orán, Savannah y en Shangai. Su padre era cónsul y la familia viajaba continuamente. Sus progenitores murieron cuando él tenía trece años y cayó en manos de su abuelo paterno, residente en Alicante. Horacio explicó a Tristana su desdichada adolescencia. A su tiránico abuelo no le agradaba la idea de que el joven tuviera maña para la pintura, ya que quería convertirlo en un hombre de cuentas y en un excelente droguero. El anciano había sido el terror de toda la familia. Prueba de ello era que sus dos hijos varones se expatriaron y sus hijas se casaron de mala manera para no tener que sufrirle. El joven Díaz se vio durante años atado a la mesa haciendo cuentas sin tener contacto con otros niños. Él, a sí mismo, se consideraba un niño y un viejo a la vez a causa de los conocimientos tan infrecuentes que poseía. Su despótico abuelo murió a los noventa años.

Capítulo 9

Tras el trágico suceso de la muerte de su tutor, Horacio se entregó por completo al arte y decidió viajar por Italia. Descubrió en él un afán diabólico que le llevaba a explotar hasta el máximo el libertinaje para sentirse más hombre. Pero con el paso del tiempo se dedicó a fondo al estudio formal de la pintura, y transcurridos unos meses volvió a Alicante. Se alojó en casa de su tía Trinidad, otra víctima del temido abuelo. Horacio creó un estudio de pintura y comenzó a trabajar duro, pero le faltaba algo a sus treinta años: el amor.

Capítulo 10

Tristana cada vez sentía más pánico de Don Lope, cuyo mal genio iba creciendo apresuradamente. La idea de que el viejo cayera enfermo espantaba a la joven ya que se vería encerrada en casa cuidándolo sin poder ver a su amor. Iba creciendo en su interior un aborrecimiento extremado hacia su amo. No lo consideraba mala persona pero le molestaba profundamente que fuera tan mujeriego. La joven anhelaba tener un padre, y si Don Lope se hubiera comportado como tal ella le hubiera perdonado e incluso le habría llegado a amar. Todos estas preocupaciones la inquietaban, y no sabía si debía revelárselas a su amado Horacio.

Capítulo 11

Tristana sentía que engañaba al joven Díaz al no contarle su secreto más guardado. No se daba por complacida hasta no confesarle a su amor que había perdido su honra con Don Lope, y que éste no era su padre, sino su amante y ella su vasalla. El joven recibió la noticia con mucha entereza y sosegó a Tristana con dulces palabras. Le pidió que abandonara esa casa apresuradamente pero ella era consciente que, en la práctica, este hecho era completamente imposible.

Regresó a su hogar muy nerviosa. Durante la cena, su señor habló con Saturna y le preguntó por sus idilios nocturnos. La señorita Reluz no le dio importancia a esa conversación hasta que este comentario la hizo palidecer: “Tristana tú también los tienes”.

Capítulo 12

Intentó negar todas las afirmaciones de Don Lope, pero éste la dominaba y la sobrecogía hasta tal punto que le era imposible mentir. Pero su rabia contenida vio la luz cuando su amo habló de honor. Tristana le reprochó que le había robado su honra, y que si sus padres vieran en lo que había convertido a su hija se sentirían avergonzados. El tirano se pronunció al respecto sugiriendo que se había hecho cargo de ella desde que se quedó huérfana, y que tenía derecho a verla como hija o mujer según le conviniera. La joven había sacado valentía y estaba dispuesta a todo. Decidió que desde ese instante Horacio y ella no pasearían más por la tarde, sino que se verían en el estudio del pintor.

Capítulo 13

Tristana se sentía invadida por el arte pintoresco y se veía capaz de dominarlo. Quería tener un trabajo con el cual ganarse la vida. No se sentía apta para ser una mujer de casa, no era su objetivo. Ella quería ser libre. Todos estos pensamientos asustaban ligeramente a Horacio, y a su vez le pasmaban profundamente.

Días más tarde Don Lope Garrido indagó entre sus amistades y descubrió la identidad de Horacio y la dirección de su estudio. Las averiguaciones ya mencionadas no fueron directas, puesto que eso iba en contra de su caballerosidad. Muy sutilmente fisgoneó entre gente conocida hasta dar con la información que buscaba.

Capítulo 14

Una tarde apacible, en el estudio del pintor, la pareja tubo una charla. Tristana se dejaba llevar por su imaginación y por sus ansias de libertad. Su punto de vista era muy claro: ella estaba enamorada de Horacio pero su autonomía era mucho más importante y, por tanto, debían vivir en casas separadas, y en el caso de que tuvieran un hijo viviría con ella. Estas afirmaciones molestaron a su pareja y le dejaron sumamente triste.

Capítulo 15

El tiempo transcurría y Tristana pasaba las horas con su amor. Se reía del comportamiento de Don Lope y de cómo había cambiado sus forma de ser con la intención de enternecerla. Pero ella se aferraba a la idea de conquistar su propia independencia, ya que como sirvienta y ama de casa se consideraba una calamidad. Cierto era, puesto que su amiga Saturna constantemente estaba sobre ella para que no equivocara las labores.

Capítulo 16

Horacio, tras pasar las tardes con su amor, al llegar a su casa se derrumbaba. Sentía que las aspiraciones de su amada eran demasiado grandes para él y le consumían. Necesitaba descansar momentáneamente de las emociones fuertes. Su tía Trinidad estaba muy preocupada. Esta anciana, de dulce carácter, tenía una debilidad nerviosa que no le permitía abrir los párpados bien, el pecho siempre dolorido y frío en pies y manos. Su delicado estado de salud la obligaba a tomar unas vacaciones. Decidió pasarlas en la casa que poseía en el Mediterráneo, donde el frío no era tan intenso como en Madrid. Horacio se dispuso a acompañarla, no sin antes haberlo consultado con su amada. Finalmente partió hacia esas tierras cálidas. En un principio ambos se sintieron bien y lo suficientemente fuertes como para soportar la separación, pero horas más tarde sus mundos se derrumbaron.

Capítulo 17

Ambos se notaban muy afligidos por estar separados, pero decidieron sobreponerse y procuraron pasar el tiempo lo mejor que pudieron. Tristana seguía viviendo de sus ansias de libertad y se las comunicaba a su amor por carta, y Horacio se dejaba llevar por el hermoso paisaje e intentaba plasmarlo en sus cuadros.

Capítulo 18

Las cartas viajaban diariamente del Mediterráneo a Madrid y viceversa. Don Lope había enfermado a causa del reuma y, mientras lo cuidaba, Tristana daba clases de inglés con una profesora llamada Malvina. Se sorprendía de la facilidad que tenía para aprender cualquier cosa que se proponía. Su amo, que desde un tiempo atrás había empezado a llamarla hija, le trajo un carro de libros para que pudiera instruirse correctamente.

Capítulo 19

Tristana también cayó enferma de reuma. Cojeaba de una pierna, pero el dolor no le impedía pensar en sus aspiraciones: quería ser actriz dramática. Se veía muy capacitada, pero el padecimiento en la extremidad inferior la devolvía a la realidad. Como había pasado bastante tiempo desde la marcha de Horacio, el rostro del pintor había empezado a desvanecerse en la mente de su amada.

Capítulo 20

Don Lope, al ver a su niña tan desmejorada por el dolor intenso, se apenaba profundamente. Decidió convertirse en un padre amoroso para Tristana y así tenerla a su lado de por vida. A pesar de la confianza que el viejo Garrido intentaba inspirar en ella, la enferma seguía negando la existencia de su amor. No tenía en cuenta que el corazón de cualquier mujer no tenía secretos para su amo, un hombre experimentado y gran conocedor de la psicología femenina. Don Lope sabía como llamar la atención de su niña: únicamente hizo falta pronunciar la palabra “destino”, en alusión a las aspiraciones profesionales de la joven. Tristana abría sus ojos y se dejaba llevar por las hermosas palabras de su amo, lo cual la alejaba cada vez más de Horacio.

Capítulo 21

El viejo Garrido dio ánimos a la enferma, y le hizo ver que en un futuro próximo podía convertirse en una bellísima actriz. Tristana, cegada por las palabras de su amo, y al no poder recordar el rostro de Horacio, comenzó a idealizarlo, inventó una nueva personalidad y otra apariencia física. El pintor se había convertido en el símbolo de la perfección. Las cartas que escribía la futura actriz parecían hechas por un autor místico alabando a su Dios.

Capítulo 22

Horacio, al ver que su amada le había convertido en un ser perfecto, se llegó a preguntar cómo era su verdadera personalidad. Llegó a la conclusión que la niña padecía más de la cabeza que de la pierna, y por ello decidió partir hacia Madrid. Pero ocurrió una fatal coincidencia: su tía enfermó y tuvo que quedarse con ella.

Por otra parte, Tristana empeoró mucho y Don Lope se desesperaba al verla sufrir tanto. Sentía tanta compasión que se ofrecía para escribir las cartas dirigidas al Mediterráneo. A pesar de que su fortuna se iba agotando, no tenía inconveniente para deshacerse de su dignidad y pedir ayuda a sus parientes de Jaén. Todo era poco con tal de ayudar a la enferma. El doctor Miquis decidió amputar la pierna para salvar la vida de la joven.

Capítulo 23

Los doctores Miquis y Ruiz Alonso, junto con un estudiante de medicina, operaron a la joven. Don Lope tenía los nervios a flor de piel y no podía soportar la imagen de la amputación. Aún y así la presenció entera.

Capítulo 24

Tras la intervención quirúrgica, la joven quedó lógicamente muy abatida y durante un largo tiempo. Ya no tenía aspiraciones ni su espíritu estaba inquieto. Esto preocupaba a sus más allegados. Pronto quiso escribir una carta a su hombre, diciéndole que esperaba que la amase igual pero que por favor se quedara lejos. No quería que la viese en aquel estado de postración. La enfermedad de la niña había acabado con la poca fortuna que le quedaba al “padre”, y éste se vio obligado a pedir ayuda a sus amigos más próximos.

Capítulo 25

Saturna convenció a su amo para que Horacio, de nuevo instalado en Madrid, pudiera visitar a Tristana. Por el bienestar de su joven chiquilla, Don Lope se apeó de su orgullo y fue al taller del pintor para hablar con él. Llegaron a unos acuerdos y como buenos caballeros que eran se dieron la palabra de cumplirlos. No obstante, Horacio sintió que su interlocutor era muy superior a él y quedó impresionado.

Capítulo 26

Al salir del estudio el viejo Garrido se sentía muy satisfecho. Esperaba encontrar un romántico con ansias de matrimonio y halló un hombre completamente distinto. Esto le alegró, porque al conocerle supo que había estado en lo cierto durante todo el tiempo y que ese amor iba a terminar en pocos días. Tristana iba a ser finalmente suya.

Cuando la joven volvió a ver al pintor le pareció un extraño que nada tenía que ver con ese hombre perfecto que ella había creado en su mente. Tras una larga conversación ambos comprobaron que el amor que anteriormente habían sentido se estaba convirtiendo en fraternal.

Don Lope estaba muy gozoso tras el reencuentro. Pudo ver como había incompatibilidad de caracteres y unas diferencias irreducibles que iban a llevar esa relación al desastre.

Capítulo 27

Horacio daba clases de pintura a su amiga cada tarde, pero ésta iba perdiendo paulatinamente el interés por el arte pintoresco. El joven dejó de ser asiduo en sus visitas, y la niña se interesó entonces por la música. Dio clases de órgano y se convirtió en una pródiga del teclado, hasta el punto que su propio maestro sentía admiración por ella. La señorita Reluz se embelesó tanto con su instrumento que se aisló del mundo por completo.

Horacio Díaz marchó de nuevo hacia el Mediterráneo y jamás volvió a Madrid. Tiempo más tarde llegaron noticias de que el pintor se casaba.

Capítulo 28

Tristana no se cuidaba, ni le interesaba estar bella. Al año de la operación parecía que hubiese envejecido dos décadas. Se aficionó a pasar las tardes en la iglesia y Don Lope buscó una casa cercana a las parroquias del barrio para que a ella le resultase más fácil acudir. Con el paso del tiempo la enferma abandonó la música para entregarse a la paz religiosa. Don Lope vivía para ella exclusivamente, y no entendía el porqué de su propia metamorfosis. Había abandonado todas aquellas normas de caballerosidad y se había convertido en un hombre que ni siquiera él conocía.

Capítulo 29

Los parientes del viejo Garrido lo salvaron de la miseria. Sus primas, residentes de Jaén, únicamente pusieron una condición: que Don Lope y Tristana se casaran. Y así fue. A pesar de que ambos habían despotricado durante años del matrimonio, no pusieron ningún impedimento, y pasaron el resto de sus días en una hermosa casa cuidando de gallinas y saboreando los platos que la señora Garrido preparaba.




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Enviado por:Nicole
Idioma: castellano
País: España

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