Literatura
Tragedia
Indice
Introducción
¿Qué es la tragedia?
Orígenes
Hamlet
Argumento
Personajes
Desarrollo
Características trágicas
Macbeth
Argumento
Personajes
Desarrollo
Características trágicas
Relación entre ambas tragedias
5. Bibliografía
Introducción
1.1. ¿Qué es la tragedia?
Obra dramática de acción grave y seria en la que el protagonista se ve conducido por una pasión o por la fatalidad a un desenlace funesto.
1.2. Orígenes de la tragedia
La dramática griega es el resultado de la evolución del ditirambo, es decir, de la oda coral entonada en honor de Dionisos (Baco) por un coro que evolucionaba en torno al altar de este Dios.
La tragedia esta compuesta de las palabras griegas tragos (macho cabrío) y ode (canción), parece aludir al sacrificio de dicho animal.
Hamlet (1601)
2.1. Argumento
2.1.1. Personajes
Hamlet, Príncipe de Dinamarca
El Rey Claudio, hermano del difunto Rey Hamlet
La Reina Gertrudis, viuda del difunto Rey Hamlet y esposa del rey Claudio
Polonio, dignatario de la corte danesa
Ofelia, hija de Polonio
Laertes, hijo de Polonio
Reinaldo, criado de Polonio
Horacio
Rosencrantz amigos de Hamlet
Guildenstern
Voltemand
Cornelio cortesanos
Osric
Francisco
Bernardo soldados
Marcelo
Fortimbrás, Príncipe de Noruega
2.1.2. Desarrollo
La obra comienza con un discurso del rey Claudio, en el que cuenta la pena que siente por la muerte de su hermano, pero que hay que seguir adelante. Después Hamlet hecha en cara a su madre que no haga guardado luto a su padre.
Horacio y Marcelo hablan con Hamlet sobre algo que vieron unos guardias una noche. Ellos no estaban seguros, pero creían que era el espectro del difunto rey Hamlet. Quedaron para asegurarse; y en efecto, esa noche lo encontraron donde Marcelo dijo. Hamlet habló con él, era el espectro de su padre, y le contó que su tío le había asesinado y que tenía que vengar su muerte.
Un día llegan unos actores a palacio, y Hamlet planea hacer una obra representando la muerte de su padre, para ver como reacciona su tío. Y como él pensaba se asustó al ver la obra.
Hamlet va ha hablar con su madre loco de ira, Polonio se esconde detrás de un tapiz de la habitación, la reina se asusta y grita, Polonio también grita y Hamlet le mata. Luego acusa a su madre de matar a su propio marido, ella lo niega, pero Hamlet la grita y la acusa de muchas cosas. En ese momento aparece el espectro y le dice que hable con ella.
Tras el asesinato de Polonio, envían a Hamlet a Inglaterra, pero en verdad, el rey le ha enviado a la muerte, muerte por Rosencrantz y Guildenstern a los que descubre y mata.
Ofelia se vuelve loca. Laertes vuelve y al ver su estado y al enterarse del asesinato de su padre jura vengarse por encima de todo.
Hamlet vuelve. Y al volver se para en el cementerio, donde van a enterrar a Ofelia, que murió ahogada.
Laertes reta a Hamlet a un duelo de esgrima. Pero el rey a pactado con Laertes en hacer trampa; la punta de la espada de Laertes estría envenenada, y el rey daría a Hamlet a beber una copa con veneno para que muriese seguro.
En el duelo, Hamlet no bebe de la copa, pero la reina si, y esta muere. Hamlet es herido con la espada y al darse cuenta del veneno hiere a Laertes y al rey con la misma. Al morir la reina, Hamlet lleno de furia hace beber al rey, y este muere. Laertes y Hamlet se están muriendo, y Laertes decide que se perdonen por las muertes, para que ninguna muerte cayera sobre ellos.
Cuando todos han muerto Fortimbrás invade el castillo, pero no hay resistencia, puesto que todos los que impartían poder habían muerto.
2.2. Características trágicas
Esta obra es una obra trágica de venganza. Se plantea la venganza como un deber impuesto a un individuo agraviado que en un principio se halla comparativamente indefenso o impotente y cuyo agravio no puede ser conocido o reconocido por el sistema social y político en que vive.
La venganza de sangre responde a un impulso elemental de justicia retributiva muy arraigado y permanente. Vengar el asesinato de un padre, un hijo o un ser querido se sigue considerando un deber al que no siempre logran poner coto las doctrinas religiosas (la venganza es pecado) ni las leyes del Estado (la venganza es un crimen). Es esta ambigüedad, esta tensión entre unas convicciones íntimas y unas normas éticas y legales lo que permite dar al tema una altura trágica. Lo que lleva a Hamlet, a preguntarse por el significado de la vida, la muerte y la naturaleza.
Al mismo tiempo, tal tensión genera un estado psíquico cuya singular exploración caracteriza a la tragedia. El agraviado que cede a la llamada del espectro y se dispone a vengarse abdica de su razón y se entrega a la ”locura”, entendida ésta en un sentido amplio y no forzosamente clínico. La nueva experiencia, que suele llevar aparejada la percepción del mal, impone un cambio radical en la psique del protagonista. La alteración, que puede manifestarse desde el principio, como ocurre en Hamlet, se despliega a lo largo de un tiempo, durante el cual el vengador examina su entorno y su estado anímico y planea la forma de vengarse. Aunque pueda parecerlo, no se trata tanto de una situación estática como de un proceso que pone en movimiento los demás elementos esenciales de la tragedia de venganza: la dilación del vengador, el recurso al ”teatro dentro del teatro”, los homicidios múltiples y la muerte del protagonista.
”¡No, no, el vino, el vino! ¡Ah, mi buen Hamlet!
¡El vino, el vino! ¡Me ha envenenado!
Muere
”¡Amigos, defendedme! Sólo estoy herido.
¡Toma, maldito danés, criminal, incestuoso!
¡Bébete la pócima!
¿Está ahí tu perla? Sigue a mi madre.
Muere el Rey
Recibió su merecido:
es veneno que el mismo preparó.
Perdonémonos, mi noble Hamlet.
¡No caigan sobre ti mi muerte ni la de mi padre,
ni la tuya sobre mí!
Muere
Cuando las pasiones actuaban sobre la razón, ésta era suplantada en ”una especie de insurrección”. En efecto, la conducta irracional se consideraba una rebelión de las emociones, y la ”locura” de un vengador abocado a la histeria suponía la ruptura de los frenos que convierten al hombre racional y civilizado. En consecuencia, la venganza a la que impulsan el honor y el deber origina en el protagonista la pérdida de sus virtudes. No debe, pues, extrañar que tanto ética como dramáticamente la muerte del vengador al final de la obra sea un requisito necesario.
Shakespeare profundiza en el tema mismo y se centra extraordinariamente en la figura del vengador.
Si a Hamlet le preocupa la ”conciencia” y teme condenarse, Laertes se arriesga a todo con tal de vengar a su padre. Laertes es el típico vengador sin escrúpulos y de retórica fatua.
”¿Cómo murió? Nada de trampas.
¡Al infierno la lealtad! ¡Al más negro diablo
juraremos! ¡Al más profundo abismo
la gracia y la conciencia! No temo condenarme.
A tal punto he llegado que no me importa nada
esta vida, la otra, cualquier cosa:
tomaré plena venganza por mi padre.”
La aversión de Hamlet a su venganza se explica no solo por su carácter sino por la naturaleza misma de su tarea. Frente a otros vengadores y más que en ninguna otra tragedia de este género, Hamlet evidencia el dilema fundamental de la venganza, insoluble para quien, sin ser ángel, sea más que una bestia.
Hamlet es conflictivo. Es irónico que Hamlet, que rechaza el fingimiento, tenga que recurrir no ya al disimulo, sino al histrionismo. Lo que siente va por dentro y no precisa de gestos luctuosos que podrían simularse. La locura fingida no es invención.
El histrionismo de Hamlet se introduce precisamente en un mundo de simulación y es la norma que regula su relación con los simuladores.
La muerte de su padre y la rápida boda de su madre han operado en él una honda transformación, que lleva consigo dos nuevas experiencias, la de la muerte y la del mal.
”¡Ojalá que esta carne tan firme, tan sólida,
se fundiera y derritiera hecha rocío,
o el Eterno no hubiera promulgado
una ley contra el suicidio! ¡Ah, Dios, Dios,
qué enojosos, rancios, inútiles e inertes
me parecen los hábitos del mundo[...]
Muerto hace dos meses... No, ni dos; no tanto. [...]
vuelve a casarse. ¡Ah, malvada prontitud,
saltar con tal viveza al lecho incestuoso!
Ni esta bien, ni puede traer nada bueno.
Pero estalla, corazón, porque yo debo callar.”
En cuanto a su abatimiento se inicia aquí la dramatización de su estado psíquico.
En Hamlet se ha producido una clara enajenación del deseo que persiste hasta su muerte.
Si el crimen es cierto, el rey Claudio debe ser castigado, pero su castigo (otro crimen) hará que Hamlet se condene.
El príncipe ha pasado de la melancolía a un tipo de excitación que volverá a repetirse.
Será precisamente él, un melancólico sin fe en la vida ni en la acción, el llamado a aplicar el castigo necesario.
El príncipe, como celoso guardián de un secreto que no comparte con nadie, está condenado al aislamiento. La sensación de estar vigilado le lleva a una actitud defensiva y le vuelve más desconfiado, despectivo y aún cruel. Es así como se manifestaría en Hamlet la pérdida de virtudes características del vengador. La primera consecuencia de la ”transformación” de Hamlet es la extraña visita que hace a Ofelia, en la que se dedica a observarla de cerca con un aspecto tan lastimoso como excéntrico.
El ”talante estrafalario” del protagonista se manifiesta explícitamente en su relación con Polonio.
Esta actitud también la adoptará con sus viejos compañeros Rosencrantz y Guildenstern.
El príncipe, que ha perdido la alegría y ha dejado todas sus actividades, está ocioso y se dedica a cavilar por la galería.
El recitado de la muerte de Príamo le recuerda su tarea y parece moverle a la venganza.
En la primera escena se intenta una vez mas penetrar en la mente de Hamlet. La tentativa, a través de Ofelia, esta precedida por el pasaje mas celebre de todo Hamlet. Importa resaltar su contraste con el soliloquio.
”Ser o no ser, esa es la cuestión
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Si, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno,
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes y las injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
Si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes de huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve menos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción.
Despliega una actitud estoica y meditativa apropiada a la ”cuestión” filosófica que analiza. Se trata del único monologo en que el príncipe no habla directamente de sí mismo ni de la situación en que se halla.
Convencionalmente, estas tragedias terminan con una representación en la que el vengador, que debe matar en simulacro al asesino y sus secuaces, los mata de verdad. Semejante desenlace subsiste en Hamlet, pero es a través de un encuentro amistoso de esgrima.
Shakespeare ha destacado explícitamente la presencia de la muerte. La indiferencia con que el sepulturero hace su trabajo es un reflejo grotesco de la impavidez con que la muerte llama a todos. Frente a la calavera, Hamlet se preguntará adónde han ido a parar los esfuerzos, triunfos, glorias y alegrías de los hombres.
”Deja que la vea. ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía,
Horacio: tenía un humor incansable, una agudeza
asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y ahora,
¡cómo me repugna imaginarlo! Me remueve el estómago.
Aquí colgaban los labios que besé infinitas veces. Y
ahora, ¿dónde están tus pullas, tus brincos, tus canciones,
esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda
la mesa? ¿Ya no tienes quien se ría de tus muecas?
¿Estás encogido? Vete a la estancia de tu señora y dile
que, por más que se embadurne , acabará con esta cara.
Hazla reír con esto.”
Y es ahora, tras su experiencia y su reflexión sobre la muerte, cuando el príncipe ha llegado a entender su caso como parte de un plan inexplicable que, sin embargo, acepta. Es con esta actitud como parece decidido a emprender su venganza.
Hamlet ha venido debatiéndose entre la llamada del honor y los dictados de su conciencia, que no le permite matar y le amenaza con la condenación. Su conflicto interno se generaliza y, ante la duda de poder obrar con sentido en un mundo adverso, le lleva a cuestionarse el fin de toda acción. Sin embargo, Hamlet resuelve ahora su dilema invirtiendo los términos. El suyo ya no es un caso de conciencia, sino un problema de destino: su propia conciencia le impide la inacción. Paradójicamente, inhibirse sería condenarse, ya que su salvación depende de su venganza.
El presentimiento de su muerte poco antes de su encuentro final con Laertes le afianza en su idea de que lo que ocurra habrá sido predeterminado.
”Nada de eso; los augurios se rechazan. Hay singular
providencia en la caía de un pájaro. Si viene ahora, no
vendrá luego. Si no viene luego, vendrá ahora. Sino
viene ahora, vendrá un día. Todo es estar preparado.
Como nadie sabe lo que deja, ¿qué importa
dejarlo antes? Ya basta.”
La muerte de Hamlet será el necesario sacrificio por una venganza que, en todo caso, no se ha ejecutado exactamente según el mandato del espectro, sino conforme a lo previsto por un poder superior.
El que una tragedia tan compleja y problemática pueda ser tan atrayente se explica en buena parte por su eficacia trágica. Las dudas y enigmas que plantea incitan a la interpretación. La última palabra de Hamlet (”silencio”) parece querer disuadirnos de hacer preguntas sobre su tragedia. Si tal fuera su deseo, no podríamos entenderlo: preguntar, intentar resolver sus problemas es sin duda lo que más nos satisface.
Los lectores de Hamlet se han visto reflejados en le príncipe: en él y en su mundo han reconocido una mente penetrante y una sensación de vida que no parecen tener límites precisos. En tanto que expresión artística del hombre moderno, complejo y escéptico, ilusionado y desilusionado, con los ideales humanísticos.
Macbeth (1606)
3.1. Argumento
3.1.1. Personajes
Duncan, Rey de Escocia
Malcolm
Donalbain hijos de Duncan
Macbeth
Banquo generales del ejército escocés
Macduff
Lennox
Ross barones escoceses
Angus
Menteth
Cathness
Fleance, hijo de Banquo
Siward, Conde de Nothumberland
El joven Siward, hijo del conde Siward
Seyton, ayudante de Macbeth
Lady Macbeth
Lady Macduff
3.1.2. Desarrollo
La historia de Macbeth comienza cuando un hombre ensangrentado informa al rey Duncan que Macbeth y Banquo han vencido al señor de Cawdor. El rey decide nombrar a Macbeth con el título de vencido. Antes de decírselo, Macbeth y Banquo van ha ver a unas brujas, que dicen a Macbeth lo del título y que será rey, y a Banquo que será padre de reyes.
Macbeth es nombrado señor de Cawdor. Comenta a su esposa la profecía que le hicieron las brujas y esta, ansiosa de poder, convence a Macbeth para que asesine a Duncan y así ser el rey. Este dudoso asesina al rey. Unas horas más tarde de encontrar el cadáver, Macbeth es nombrado rey, pero Macduff y Banquo sospechan de él.
Banquo acusa a Macbeth de no haber jugado limpio para conseguir el puesto. Macbeth le ignora y le invita a cenar, Banquo accede y antes sale a cabalgar con Fleance.
Macbeth llama a unos asesinos y les manda mata a Banquo y a Fleance. Los asesinos matan a Banquo, pero Felance se escapa. Informan a Macbeth y aunque irritado por la fuga, se queda más tranquilo.
En el banquete Macbeth ve al espectro de Banquo y se pone a gritar y ha hablar con el espectro como un histérico. Lady Macbeth le reprocha que ha descubierto sus remordimientos.
Lennox cuenta a un caballero que Macduff ha ido a Londres ha reunirse con Malcom pera formar un ejercito contra Macbeth.
Macbeth vuelve a reunirse con las brujas. Y le dan tres advertencias: que se guarde de Macduff, que nadie nacido de mujer le hará daño, y que no será vencido hasta que el bosque de Birnam no avance contra él por la colina de Dunsinane.
Después se encuentra con Lennox, que le cuenta que Macduff ha ido a Inglaterra para enfrentarse a él. Irritado manda matar a la familia de Macduff.
Ross comenta a Macduff lo sucedido a su familia, y este jura vengarse.
El ejército inglés se une a Menteth, Catheness, Lennox y Angus con sus ejércitos. Y preparan la batalla.
Macbeth oye gritos en el castillo; es Lady Macbeth que ha muerto.
Comienza la batalla y los hombres de Macbeth se unen al otro bando. Macduff mata a Macbeth.
Malcom es nombrado rey.
3.2. Características trágicas
Macbeth es una obra tenebrosa e inquietante. El tratamiento que realiza del mal -del mal que nace del ansia de poder- es trágico. A primera vista cuenta una historia de crimen y castigo, entreverada de brujería y elementos sobrenaturales.
El crimen en este caso tiene una relevancia inusitada: se trata de asesinar al rey. El regicidio era contemplado con un horror peculiar. El rey era el regente de Dios en la tierra, en él residía la divinidad. La santidad de la corona y la piedad de un rey verdadero se enfatizan constantemente en la obra. Así el asesinato del rey no es solamente una traición, sino un sacrilegio. Es la suprema violación del orden moral de universo.
Un orden similar existe entre la constitución del hombre y la del estado. El hombre es un ”pequeño reino” en el cual la jerarquía de las facultades se parece a aquella que existe en las diferentes clases sociales: la razón impera sobre el deseo, controlando los apetitos. La salud física y psicológica depende del mantenimiento de este orden y ambas se verán afectadas si se permite a un deseo en particular rebelarse contra los dictados de la razón.
La enfermedad en el cuerpo y en la mente se corresponden con la insurrección en el reino y debido a la íntima relación entre este orden psicológico y el de la sociedad, la salud del reino depende de la salud moral de su monarca. Macbeth y Lady Macbeth permiten que su deseo por el trono invada su racionalidad y su espiritualidad con el consecuente desorden en sus personalidades. El tirano y el reino están enfermos.
Macbeth en un primer momento considera una atrocidad matar al rey Ducan.
”[...] Duncan ejerce sus poderes con tanta mansedumbre
y es tan puro en su alta dignidad que sus virtudes
proclamarán el horror infernal de este crimen [...]”
Resistiéndose a la tentación de asesinarlo. En cierta forma es llevado a cumplir este papel contra su voluntad impelido por su mujer y sometiéndose a ésta.
”No vamos a seguir con este asunto,
Él acaba de honrarme y yo he logrado
el respeto inestimable de las gentes[...]
[...] ahora se presenta la ocasión
y te acobarda [...]
[...] ¿fallar nosotros?
Tu tensa tu valor hasta su límite
Y no fallaremos [...]
[...] ¿qué no podemos hacer tú y yo?[...]”
No debemos olvidar tampoco a las brujas, que introducen con su vaticinio un elemento de fatalidad o destino prefijado al cual Macbeth debe someterse, alejándole de una total consciencia de responsabilidad respecto a su execrable acto, convirtiéndose en instrumento del destino
”[...] ¡Salud a ti que serás Rey![...]”
Por todo ello la tragedia de Macbeth consiste en, a pesar de sus dudas y retrocesos, optar por el crimen consciente del horror al que se entrega y así destruir con su acto el orden natural y divina y más tarde, al descubrirse a sí mismo como el asesino, quedar inmerso en una tortura interior y un proceso de degeneración espiritual.
Su trágica transgresión le sumerge en la crueldad, la dolencia y la esterilidad. Su angustia tras el asesinato le convierte en un ser presa de temores, no sólo de ser descubierto, sino de descubrirse a sí mismo
”¿Dónde llaman? ¿Qué me ocurre
que todo ruido me espanta? ¿Qué manos
son estas? ¡Ah, me arrancan los ojos!
¿Me lavará esta sangre de la mano
todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano
arrebolará el mar innumerable,
volviendo rojas las aguas.”
Sumergidos en un infierno espiritual y una total degeneración moral Macbeth y Lady Macbeth recorren tras el asesinato caminos opuestos entre el sufrimiento y la insensibilidad. La vida normal ha quedado en suspenso, detenida, dormida, aniquilada.
”[...] La vida es una sombra tan solo, que transcurre; un pobre actor
que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario,
para jamás volver a ser oído. Es una historia
contada por un necio, llena de ruido y furia,
que nada significa.”
El tormento interior omnipresente, Macbeth encerrado, encarcelado, cautivo, preso de dudas y temores.
Avanzando a lo largo de la obra en su carrera de tirano sanguinario, consumado su proceso de insensibilización, aparece al final de la obra como una fiera salvaje, acorralada
”Si no es cierto, te colgaré vivo
Del primer árbol hasta que el hambre te seque.[...]”
Macbeth es un héroe trágico, su reinado reducido a un corto periodo de irrelevante tiranía y sus actos patrióticos simplemente relatados al principio de la obra, por lo que nos vemos tentados a considerar su muerte no como la trágica caída de un héroe, sino como la justa retribución a un villano. Para que la obra sea una tragedia debemos ser capaces de identificarnos con el héroe e identificarnos con él en su caída.
Macbeth es ciertamente el más villano de los héroes trágicos de Shakespeare, sin embargo nos identificamos con él. No hay duda de su humanidad aún cuando cometa crímenes inhumanos.
Rodeado de oscuridad y de criaturas nocturnas que habitan su imaginación y la de su mujer, entramos en su mente y compartimos sus conflictos morales y quedamos prisioneros en el mundo mental creado por sus alucinaciones, sintiendo su culpabilidad y aislamiento.
La mayor parte del drama la presenciamos desde su punto de vista. De este modo entramos en los rincones oscuros del personaje (especialmente a través de sus monólogos)
”Ser rey no es nada sin estar a salvo.
Mi temor a Banquo se me clava hondo
Y en su regio temple reina
lo que ha de temerse. [...]. No hay nadie más que él
a quien yo tema. [...] Increpó a las Fatídicas
cuando me dieron el nombre de Rey
y les mandó que le hablasen. [...].
Ciñeron mi cabeza con estéril corona
Y me hicieron empuñar un cetro infecundo
Que habrá de arrebatarme mano extraña,
Pues no tengo hijo que lo herede. Si es así,
He manchado mi alma por la prole de Banqueo,
Por ellos he matado al piadoso Duncan
Echando hiel y el cáliz de mi paz
Solo por ellos, entregando mi joya sempiterna
Al espíritu infernal para hacerlos reyes,
Para hacer reyes de la semilla de Banquo.
Antes de eso, venga el Destino a la arena
Y hágame frente hasta el fin.”
De esta forma nos vemos tentados por lo prohibido y acompañamos a Macbeth en las consecuencias espirituales de su transgresión y en el proceso de degradación y aniquilamiento. Estamos tan cerca de él que caemos en una especie de complicidad, por inconsciente que esta sea, y nos vemos empujados a asumir su culpa, aún sabiendo que no podemos perdonarlo.
Relación entre ambas tragedias
Ambas obras presentan un cierto número de características comunes. La primera y principal el hecho de pertenecer al mismo género literario: la tragedia.
Ello conlleva intensidad en las pasiones, un conflicto de grandes dimensiones y un desenlace funesco, pero además estas obras nos muestran unos seres que violan el orden natural y sufren sus consecuencias.
Permiten que sus deseos estén por encima de su razón, su lado oscuro e inconsciente se ve despertado por un acontecimiento (el espectro de Hamlet, las brujas de Macbeth) y ninguno de nuestros protagonistas es capaz de someterlo, a sabiendas, (también aquí encontramos una total relación) de que si dejan actuar esa parte infernal que habita en ellos contravienen la norma establecida y por tanto pagarán las consecuencias.
Hamlet y Macbeth se debaten entre dos ideas, dos mundos; los dos se equivocan y los dos pagan su error con sangre.
También habría que destacar la presencia de determinados aspectos que aparecen en las dos obras: sus acciones les llevan a la locura, actúan trastornados, llenos de dudas, vacilaciones y remordimientos.
Ambos cuestionan la vida y su sentido, expresando una opinión llena de sombras y totalmente pesimista.
Asimismo hay aspectos mágicos, sobrenaturales que se muestran. Tienen como fin restar responsabilidad a nuestros héroes a la hora de cometer sus actos: el hombre no es libre, manejado por el destino y la fatalidad no puede dejar de comportarse como lo hace, siguiendo los designios de un hado fatal.
Es por lo anterior por lo que aparece otra de las similitudes en ambas obras; la identificación que sufre el lector con ambos protagonistas: títeres, marionetas; nosotros les entendemos, les comprendemos y simpatizamos con sus actos, sus sufrimientos. Sabemos que son culpables y asumimos que deben pagar su culpa, pero no les odiamos. En cierta forma no es su culpa. La vida se convierte así en algo externo a nosotros mismos sobre la cual poco o nada podemos hacer, pagamos nuestros errores y así quedamos salvados. Hamlet y Macbeth mueren lavando son su sangre cualquier ofensa que hayan cometido.
Bibliografía
Enciclopedia VOX
Enciclopedia temática Larouse
”Macbeth” - Editorial Macmillan
”Macbeth” - Colección Austral
”Hamlet” - Colección Austral
Enciclopedia Plaza & Janés
Enciclopedia Británica
Paginas Internet
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