Agronomía, Recursos Forestales y Montes
Sistemas de riego en España
ÍNDICE:
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INTRODUCCIÓN.
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DE ... a. C. A LAS INVASIONES GERMÁNICAS.
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DE LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO A LA LLEGADA DE LOS PUEBLOS GERMÁNICOS.
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LOS REGADÍOS ISLÁMICOS.
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SISTEMAS DE RIEGO EN LA EDAD MEDIA CRISTIANA.
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SIGLOS XVI Y XVII: ÉPOCA DE LOS AUSTRIAS.
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SIGLO XVII: SIGLO DE LAS LUCES.
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EL REGADÍO EN LOS SIGLOS XIX Y XX.
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ALGUNAS FOTOGRAFÍAS DE SISTEMAS HIDRÁULICOS.
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CONCLUSIÓN.
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BIBLIOGRAFÍA.
INTRODUCCIÓN:
En la Península Ibérica siempre se han dado dos tipos de Agricultura:
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La Agricultura de secano con una extensión considerada en nuestra Península.
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La Agricultura de regadío que corresponde a la agricultura que proporciona los mejores resultados y la que hemos escogido para realizar el trabajo.
El regadío es uno de los temas con mayor interés en la historia rural. Para comenzar mencionar que su origen es un gran misterio y ocasiona discrepancias entre las diversas personas que han abatido el tema. En la medida que vamos abordando el tema, va quedando constancia de la existencia de una serie de sistemas de riego evolucionados anteriores a la dominación romana, viéndose éstos obligados a reformar lo que ya existía, junto con los árabes.
Por su parte, el regadío también incide sobre la historia económica, siendo una actividad laboral que otorga una serie de beneficios, al mismo tiempo que proporciona a la humanidad materias primas.
El regadío es un proceso histórico cuyo desarrollo se extiende desde los tiempos más inimaginables hasta la actualidad.
Para la regulación y el aprovechamiento correcto del agua, se llego a la conclusión de que ésta estuviera sujeta a una normativa jurídica impuesta por los poderes políticos, o bien, a una normativa jurídica de carácter popular y consuetudinario.
La implantación de sistemas de riego como: acequias, molinos, norias, azudes, pozos, presas romanas, entre otros, determina la construcción de unos sistemas sociales y de unas relaciones sociales y personales, para ello hay que ver la sociedad en la que se posibilita.
Para finalizar, mencionar que hemos elegido la fecha de 1.931 d. C. con la finalidad de poder llegar a establecer una separación lógica y sensata con la Historia. Hemos sido conscientes al dejar un margen de 70 años sin abordar (corresponden prácticamente con la segunda mitad del siglo XX), tras haber creído impropio el comparar la Historia con el presente, puesto que los sistemas de riego actuales están muy desarrollados y son muy diferentes a los de nuestros ancestros.
DE ... a. C. A LAS INVASIONES GERMÁNICAS:
El período inicial de la historia del regadío español se acomoda en la Prehistoria y en la Edad Antigua, correspondiendo a épocas sombrías, imprecisas y en las que se han manifestado circunstancias de gran peculiaridad.
El Ebro:
La depresión del Ebro se encuentra dispuesta en forma triangular. Discurre de Noroeste a Sudeste desde su vértice en la Bureba hasta su franja costera catalana. Sus márgenes quedan limitados por la cordillera Pirenaica (Norte) y la Ibérica (Sur).
La cuenca del Ebro goza de un abundante caudal para la elaboración de un sistema de cultivos de regadío; existiendo una larga tradición en la construcción de sistemas de riego como canales, embalses...
Tras la contraposición hallada en los diversos autores, sobre el origen de los sistemas de riego en la antigüedad, cabe mencionar certeramente que éstos apenas han dejado huella palpable a lo largo de los siglos.
La arqueología es la fuente fundamental para conocer las estructuras del regadío con anterioridad al 711 de nuestra era. Como consecuencia, deducir la respuesta sobre el origen de los sistemas de riego en el Valle del Ebro es muy arriesgado porque si los pobladores autóctonos crearon y utilizaron algún tipo de infraestructura de riego antes de la llegada de la colonización romana permanece oculto a las indagaciones realizadas. Las prospecciones arqueológicas permiten asegurar que el regadío en la época romana tuvo una intensidad considerable, cuyo cultivo de extenso regadío estaba basado en la explotación y en la esclavitud, cuyos principales epicentros se situaban en Calahorra, Tudela y Zaragoza.
Para el abastecimiento artificial de aguas de los campos de la vega de Calahorra encontramos vestigios romanos (obras hidráulicas):
Acueductos. Entre ellos destacan el acueducto de Alcanadre y el de Agoncillo.
Azud de derivación y presas de regulación diaria de aguas. Como la presa de Iturránduz
Los datos arqueológicos parecen indicar que en la zona de Tudela existe una tradición de los riegos que se remontan a la época de la colonización romana. Aquí, encontramos tres áreas predominantes de regadío, como son:
La situada al Sudoeste de la ciudad (margen derecho del Ebro), donde encontramos una construcción hidráulica romana denominada canal de riego, por ejemplo la derivación de la acequia de San Salvador, que tenía por objeto la fertilización de los campos de Agreda y Cervera.
Al norte de Tudela (margen izquierdo). Del siglo II d.C. data el dique romano de Cinco Villas, hecho de sillares y con una longitud de 21 metros por tres de altura y con aliviaderos de 1´10 metros. A partir del dique, los aliviaderos comunican con los canales de riego. Un ejemplo es el dique de Sábada.
La zona denominada “EL REGADÍO” donde se han hallado algunos vestigios de construcciones de aguas.
Por último, encontramos la ciudad de Zaragoza.
Margen izquierdo. Localizado en el Jalón encontramos fuentes como la de Pinseque y la de Garrapinillos. Localizadas en el Huerva encontramos el dique de Muel.
Margen derecho. Donde encontramos la presa de Almonacid de Cuba, sobre el Aguasvivas.
Por último, podemos decir que las construcciones características de la cuenca del Ebro en este período corresponden a las tipologías de la infraestructura romana destinada a la irrigación de los cultivos, como presas y diques, canales y azudes, siendo sin duda las primeras las más representativas de esta civilización. Su técnica constructiva se fundamenta en un sistema mixto cuyos principios son la erección de un muro de hormigón con sillería en el lado de las aguas y mampostería en la cara seca, sobre el que se adosaba un espaldón de tierra de lado de aguas abajo y en algunos casos unos contrafuertes del lado de las aguas. No obstante, no siempre las encontramos situadas sobre el río, sino que aparecen en cerradas secas que recibían trasvasadas las aguas de un río cercano.
El Tajo:
La cuenca del Tajo se presenta de forma asimétrica puesto que sus afluentes más importantes y caudalosos están situados en la margen izquierda.
El curso alto del río es el más beneficiado puesto que al nacer en lbarracín se beneficia de las nieves invernal0es que originan un régimen de tipo pluvio-nival; lo que lo diferencia del curso medio, ya que este posee un régimen de pluvial.
Desde el punto de vista regional se pueden distinguir tres zonas:
la Alcarria en cuyo transcurso podemos encontrar páramos, valles de erosión, presas.
La fosa del Tajo donde podemos distinguir valles, terrazas fluviales, vegas, meandros, huertas...
La penillanura septentrional extremeña donde hay un foso natural limitado por altos escarpes y acantilados.
De esta cuenca sólo posemos una pequeña recopilación para llegar a asegurar el uso de las zonas acuíferas como lugares de abastecimiento primario y cazaderos, tal y como se muestra en los yacimientos del valle del Manzanares, el valle del Jarama, ó, el del propio Tajo.
De la época neolítica se recopilan indicios de usos hidráulicos en Madrid (zona ocupada por la cultura campaniforme => carpetanos). Lo si que parece seguro, por lo menos hasta la época Imperial, es que la civilización romana apenas introdujo modificaciones en las técnicas de cultivo o en los aperos agrícolas, lo que hace suponer que para la desviación del agua utilizaban un sistema bastante rudimentario de canales y presas.
Es más probable que hasta la época de la dinastía julio-claudia no se produjera una relativa racionalización de la agricultura, al menos en la zona del Tajo, ya que los pequeños labradores tenían como objeto principal la producción de trigo. La producción de trigo estaba muy condicionada por las posibilidades técnicas y por el régimen de riego, no superado en las zonas de secano; lo que sólo posibilitaba una producción dedicada al autoconsumo.
La paz augustea trajo consigo una época de prosperidad y un cambio en los sistemas económicos agrícolas y en los hábitat, pasándose de la economía campesina a la latifundista, lo que a su vez trajo un proceso de urbanización de la población. En lo referido a los sistemas de riego del Tajo, pocas cosas cambiaron, aunque debieron intensificarse debido a la introducción de nuevos cultivos más productivos que el cereal.
Como curiosidad: Estrabón recoge la noticia de los campos plantados de olivos y vides que había en una isla de los esteros que formaba el río Tajo.
La prosperidad duro hasta la crisis del siglo III, que supuso el fin del monocultivo y la vuelta al autoconsumo propio del sistema de “villae”, sin que ello conllevase cambios en las formas de riego. Las “villae” más importantes en la cuenca del Tajo de Este a Oeste según M. C. Fernández Castro son: Gárgoles-Cifuentes, Villaverde Bajo, Cabañas de la Sagra, Las Tamujas, Rielves, Saucedo y Casas de Monte. En todas ellas se localizan con seguridad canales y presas para el riego de las huertas necesarias para completar el sistema de economía cerrada autoabastecida. Posiblemente sean los antecedentes más claros de un sistema de alquerías y grandes propiedades que permanecerá a lo largo de muchos siglos.
El Duero:
La cuenca del Duero es la más extensa de la Península Ibérica y la segunda del territorio español. Aunque con ciertas matizaciones según la localización geográfica, se considera que forman parte de ella nueve provincias como son Soria, Burgos, Palencia, Valladolid, León, Zamora, Salamanca, Ávila y Segovia. (Correspondiendo con el sector septentrional de la Meseta). Las aguas que surcan esta zona geográfica son las procedentes de una única red hidrográfica: la del Duero y sus afluentes. El Duero nace en Soria, en la vertiente meridional del pico de Urbión, como a unos 2.080 metros de altura. A lo largo de su recorrido experimenta una serie de cambios importantes y así, mientras que en su tramo inicial es un río poco caudaloso pero enérgico y precipitado dado el desnivel del relieve, va creciendo a medida que atraviesa la llanura castellana al recibir los aportes de sus afluentes, pero pierde entonces velocidad y fuerza y es muy típica del área central de la cuenca la formación de meandros y terrazas escalonadas.
Finalmente, al llegar a la zona occidental de penillanura, excava un valle mucho más estrecho y aumenta en torrencialidad. Sus afluentes dibujan un trazado con distinta inclinación según sean de la margen derecha o izquierda; los primeros van en dirección Sudoeste y los segundos en dirección Noroeste debido a la inclinación de la Submeseta Norte hacia el Oeste.
Como consecuencia de la asimetría de la cuenca, los ríos de la margen derecha o septentrional poseen mayor longitud y caudal “por la mayor pluviosidad de la Cordillera Cantábrica respecto a la de las sierras del Sistema Central”; en este sector destacan el Esla (con el Cea, Orbigo y Torío) y el Pisuerga (con el Arlanza, Arlanzón, Esgueva y Carrión). Otros ríos de menor importancia: el Airón, Ucero, Arandilla y Valderaduey - Sequillo.
En la vertiente Sur del Duero el único río destacado es el Tormes, que sobresale sobre el Tera, Rituerto, Riaza, Duratón, Eresma, Adaja, Cea, Guareña, entre otros.
Por tanto puede apreciarse que la red hidrográfica del Duero es numerosa y que debido a las condiciones climáticas resulta insuficiente, no extrañando que algunos de estos ríos estén bajo mínimos en los meses secos, sobre todo los situados en la zona de Tierra de Campos. Precisamente las duras condiciones climáticas de la Submeseta Norte constituyen otro de los rasgos característicos que la dotan de homogeneidad. Predominando un tipo de clima continental con importantes diferencias térmicas entre los meses cálidos y los fríos y con escasa precipitaciones, muy mal repartidas durante el año (inviernos: largos y fríos, con frecuentes heladas. Veranos: cortos y secos, con gran escasez de lluvias => grado de aridez importante). Este tipo de clima semiárido y mesotérmico se reparte desigualmente por la cuenca. Según las precipitaciones, cabe distinguir entre las zonas altas, que presentan rasgos de la España húmeda, dos fajas de tipo semiárido que se localizan a ambos lados del curso del Duero y que se unen en la zona oriental y, por último, “un gran manchón de tipo árido” a partir de Aranda de Duero hacia el Oeste, surcado por el río.
La visión tradicional de la cuenca del Duero referida al aprovechamiento económico corresponde a una región eminentemente agraria. Así, habría que distinguir entre unos rebordes montañosos con suelos rocosos y de poca miga, ocupados por pastizales y zonas montaraces, y la llanura sedimentaria propiamente dicha, donde se localizaría la mayor parte de los cultivos. Dentro de esta última habría que establecer también distinciones entre la penillanura, la campiña y los páramos, siendo la segunda, en líneas muy generales, la más propicia para la producción agrícola.
Una idea muy arraigada es que la producción agrícola es y ha sido siempre eminentemente cerealista y que los cultivos de regadío no han gozado apenas de relieve en el conjunto de la cuenca del Duero. La extensión del regadío en la actualidad es mínima.
Se ha afirmado a este respecto que la dureza de las condiciones climáticas obstaculiza el cultivo de determinados productos. Por otra parte, el desarrollo del regadío podría ser consecuencia del “encajamiento de los ríos dentro de su lecho mayor, que exige obras más o menos costosas”. Junto a los ríos, las aguas subterráneas pueden ser aprovechadas también para riegos y son abundantes en determinadas zonas de la cuenca del Duero. Por ejemplo, a ellas debe su actual desarrollo la zona del Páramo leonés. No obstante, en muchos casos presentan una concentración excesiva de sales, lo que imposibilita su uso para riegos.
Pese a las condiciones adversas, no puede pasarse por alto la existencia de regadío en la cuenca del Duero a largo de los siglos. Prueba de sus raíces antiguas son fértiles huertas con gran tradición en Palencia, Herrera de Pisuerga o la provincia de León. Como es lógico, las áreas más fácilmente regables son las zonas bajas próximas a los ríos. La red hidrográfica que surca la región ofrece desde este punto de vista bastantes posibilidades, pues ha construido terrazas y vegas, destacando la zona central y occidental por su número y amplitud. En la actualidad son relativamente abundantes los regadíos al Norte de la Meseta leonesa y en la provincia de León (Páramo y Bañeza), y algo menos en las huertas de Burgo de Osma y otros lugares localizados en el curso medio del Duero, con Aranda, Valladolid, Toro y Zamora. Sin embargo, las áreas dedicadas al regadío constituyen “espacios muy desigualmente repartidos y discontinuos, tanto a nivel regional como a lo largo de los cursos fluviales”. Ni siquiera los planes nacionales de riego se han preocupado demasiado de la cuenca del Duero “por considerar de menor rentabilidad las inversiones en riego frente a comarcas más cálidas”.
El problema de esta cuenca esta basado en la carencia de información concreta acerca de la introducción del regadío, por lo que es imposible pretender rastrear la presencia del regadío donde éste podía ponerse en práctica.
La Meseta en su conjunto estaba caracterizada por un primitivismo, puesto que era considerada como una zona neutra donde se localizaban las culturas periféricas.
La evolución metodológica arqueológica ha determinado que la falta de personalidad se conciba como el mayor interés con vistas a la comprensión de los influjos de carácter étnico o cultural, o de las interrelaciones regionales que se producen en la zona central. La evolución meseteña prehistórica y prerromana estuvieron marcadas por la imposibilidad de separar la Edad del Bronce y la Edad del Hierro.
Los poblados celtíberos se alzaban en el llano, dedicándose al cultivo de las zonas más cercanas a los ríos, por lo que es muy posible que empleasen técnicas de regadío que no exigiera una infraestructura demasiado complicada. Existen noticias indirectas que hacen suponer la existencia de la posible práctica del regadío. Primeramente, se consideró que los pueblos meseteños estaban experimentando un proceso de evolución hacia formas de organización cada vez más complejas durante la conquista romana (del nomadismo pasaron al sedentarismo). Posteriormente, las zonas más con mayor fluidez correspondían a las del Duero - Pisuerga, mientras que en la zona Sur del Duero se propiciaría el desarrollo ganadero por la abundancia de los montes y los suelos silíceos. La superioridad de la red hidrográfica del norte favorecería la instalación mayoritaria de la población en sus alrededores, facilitando la explotación agrícola mediante el uso de cisternas.
Con la invasión de los romanos a la península, y el poco interés mostrado por éstos sobre la cuenca del Duero se incrementan los problemas en la evolución de la producción agrícola de esta área, siendo el cereal el cultivo por excelencia. Tras las destrucciones de la conquista y el comienzo de la “Pax Romana” la cuenca del Duero se vio inmersa en un período de estabilidad y desarrollo económico que perduraría hasta el siglo II con los Antoninos, cuya crisis se mantuvo hasta el siglo Tercero, prevaleciendo una política que favorecía las formas de explotación agrarias según normas capitalistas y científicas (asegurando mayores rendimientos). Así, la única obra pública asociada a una urbe romana en la zona de la Submeseta Norte fue el Acueducto de Segovia. Aunque en la cuenca del Duero no se efectuaran obras hidráulicas de envergadura, es obvio que los romanos pusieron sus conocimientos técnicos en práctica a través del abastecimiento de aguas y de la producción agrícola, todo ello para asegurar el control político de la zona (mediante redes de comunicaciones).
La cuenca del Duero proseguía con su vocación cerealista (el cultivo más rentable), pero, debido a las necesidades de las tropas acantonadas, de los mineros y de la población se produjo un incremento en la diversificación de la producción agrícola a través de plantaciones de lino o el cultivo de árboles frutales (Clunia, Uxama y Asturica se convirtieron en focos de atracción demográfica).
Entre los siglos III y V empiezan a extenderse las “villae” rústicas (núcleos autosuficientes), convirtiéndose en la nueva base de la producción económica, que originó la consolidación del latifundio como la propiedad territorial típica del Bajo Imperio. Estas numerosas villas del Norte del Duero gozaban de un perfeccionado sistema de abastecimiento de aguas que funcionaría a semejanza de las ciudades.
En los siglos IV y V la cuenca del Duero poseyó una gran importancia económica debido al extraordinario campo de cultivadores de trigo, lo que fue probado por las tropas germánicas de Constantino III.
Con la presencia de los bárbaros decayó el auge económico debido a las luchas entre los visigodos y los suevos que destruyeron buenas zonas dentro de la cuenca.
La población que abandona la vida urbana para asentarse en el medio agrario hace florecer la producción agraria favoreciendo a los intercambios interregionales, la diversificación de productos y la aplicación de técnicas agrícolas como acequias y presas para un regadío a pequeña escala localizado en las zonas más densamente pobladas en torno a la cuenca y en las áreas bajas próximas a los núcleos urbanos.
DE LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO A LA LLEGADA DE LOS PUEBLOS GERMÁNICOS:
Este período se caracteriza por la gran escasez de fuentes e información existentes sobre la historia del regadío desde el ocaso de la dominación romana hasta la aparición de la civilización musulmana. Se supone que en estos tres siglos la irrigación de los visigodos no supuso una alteración considerable de la infraestructura de riego que heredaron de los romanos.
Se sufrió un cambio brusco en el interés de las instrucciones de derecho público por el desarrollo y ampliación de la infraestructura. Acerca de la pervivencia de los cultivos de regadío existen fragmentos localizados en las obras de San Isidoro.
Anticipamos que para encontrar un punto de inflexión en la historia del regadío hay que esperar hasta la aparición de la civilización musulmana.
El Ebro:
Para la cuenca del Ebro en este período carecemos de información, puesto que es una cuenca desconocida de la que ha sido prácticamente imposible recopilar información, por lo que lo asemejamos al período romano.
El Tajo:
Las noticias concretas sobre la cuenca del Tajo son de nuevo muy escasas, si bien poseemos varias de carácter general (Liber Iudiciorum y San Isidoro) que muestran la gran importancia que los visigodos otorgaban al uso del agua. Teniendo en cuenta que Toledo era la capital del reino, todo permite suponer que la mayor parte de esas medidas y técnicas de riego fueron aplicadas en esta zona, o en sus inmediaciones.
San Isidoro habla de los “riui ad regandum”, con sus redes de acequias y canales, y de la regulación mediante el pago de derechos por horas de utilización, de su aprovechamiento. A su vez, describe las clases de cultivos hortícolas y los artificios para extraer y elevar el agua desde los ríos o pozos, como son la noria, la “ciconia putei” (cigüeñal)... Todo esto proporcionaba una gran protección a los cultivos y a los riegos.
Se puede afirmar que dichos sistemas conformaron la infraestructura técnica del riego en la cuenca del Tajo hasta bien entrado el siglo XIX. Los cambios que se produjeron entre el siglo VII y la citada fecha se produjeron por una desmejora cualitativa y por una mayor intensidad y por la aplicación de estos procedimientos.
El Duero:
San Isidoro en sus Etimologías menciona los ríos y los riegos, afirmando que éstos podían desviarse para regar los campos y que las principales formas de cultivo y los tipos de maquinaria agrícola son: norias, garruchas, cigüeñales...
Respecto a esta cuenca no se conoce nada concreto acerca de la implantación de un sistema de riego desarrollado.
En el siglo IV la cuenca del Duero se convirtió en “el nuevo centro económico peninsular” (dejando de ser una zona periférica y de subsidencia) puesto que aquí, tras la crisis del siglo Tercero, florecieron las formas de organización de la propiedad y de explotación económica.
Desde la caída del Imperio Romano hasta la invasión germánica en nuestra Península, hay que tener en cuenta que esta cuenca está caracterizada por una diversificación de las actividades económicas (de forma complementaria). Dicha diversificación ha de hacerse extensiva a la misma producción agraria; señalando la importancia del policultivo y sobre todo la extensión de tres cultivos de la Península Ibérica como son la vid, las hortalizas y las leguminosas, sin olvidarnos de los cereales. Este policultivo no alcanzará las cotas de desarrollo del practicado en otros ámbitos.
Las “villae” (núcleos autónomos y de autoabastecimiento) van a dedicar sus sectores al policultivo. (Las familias campesinas agrupadas en un “vicus” disponen de pequeñas parcelas donde plantan lo más preciso para su manutención).
Como consecuencia, se da un regadío muy localizado y a pequeña escala en un marco económico diversificado y autosuficiente, demasiado atrasado y encerrado en sí mismo como para desarrollar prácticas agronómicas romanas que se conocían y utilizaban sin obtener grandes rendimientos.
LOS REGADÍOS ISLÁMICOS:
Esta época corresponde a un período muy importante para la valoración de la importancia de los sistemas hidráulicos españoles y su posterior desarrollo, por lo tanto, será uno de los temas tratados más extensos debido a su grado de importancia.
Los sistemas hidráulicos desde la Edad Media hasta el siglo XX han sido sometidos a diversas cuestiones debido al enigma sobre su origen, debatiendo entre si su origen era islámico o preislámico.
En la Baja Edad Media se pensaba que el sistema de riego provenía de la cultura islámica, por lo que hasta el siglo XVI la sociedad atribuía los sistemas de riego usados a los musulmanes.
En el mismo siglo, Baltasar Ortiz de Mendoza negó que el regadío español fuese de origen islámico, intentando demostrar la fundación cristiana, anterior a la invasión musulmana.
Las teorías acerca de las civilizaciones hidráulicas marcaron los estudios del siglo XIX, puesto que girar en torno a la elaboración de complejos de regadíos (presas, pantanos, canales principales, acueductos...)
En 1.813 Francisco Javier Borrull fue el primer español en aplicar la teoría basada de la búsqueda de una época hispana en la que coincidieran la paz y la riqueza. Tras el descarte de cartagineses, romanos y visigodos, encontrando la época ideal durante los califatos de “Abdalrahman III y su hijo al - Hakam II” (912 - 976).
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Markham introduce un nuevo avance metodológico al estudiar con escaso rigor el arabismo de los topónimos hidráulicos. Por el contrario Aymard rechazó lo que la mayoría de los pensadores suponían como “cierto” sobre los orígenes árabes.
Pedro Díaz Cassou a finales del siglo XIX estudió el regadío murciano, elaborando una teoría basada en la toponimia de las acequias y las leyes de aguas, clasificando las acequias en: acequias de toma abierta o cerrada y acequias de primer plano.
En 1.889 Bellver y Cacho llegaron a la conclusión de que no sabían si hubo grandes obras emprendidas por los gobernantes musulmanes en las huertas (Valencia) para la creación de un sistema de riego o si la iniciativa surgió del esfuerzo del campesinado (Castellón).
Por su parte, Julián Ribera en el siglo XX puso en duda el origen musulmán del regadío, criticando la hipótesis de Borrull, estableciendo para ello una comparación entre los sistemas de Marraquesh y Valencia, denotando que era imposible que hubieran sido fruto de la misma cultura, afirma: “Los historiadores musulmanes callan ante la huerta Valenciana, pero dejan testimonios sobre la red de Marraquesh y la inexistencia de instituciones en Oriente comparables al Tribunal de las Aguas”. Ribera es corregido por Barceló puesto que erró en su comparación (al no tener un conocimiento directo de alto grado de complejidad de la red de irrigación de Marraquesh).
Glick rechaza los testimonios de Ribera puesto que manifiestan un error al comparar Valencia con Marraquesh puesto que se dan unas condiciones climáticas distintas, entre otras. Glick destaca el carácter de síntesis tecnológica de la civilización islámica, que desarrolló y perfeccionó los conocimientos técnicos de la antigüedad. La tecnología del regadío siguió un modelo de difusión que puede verse al estudiar los puntos comunes en la transmisión de elementos hidráulicos como el azud, la noria y las norias o el “qanat” (aparecen como invenciones en el Próximo Oriente, se difunden limitadamente en la época de dominio romano, los musulmanes intensifican, perfeccionan y difunden las técnicas entre los siglos VIII y X, y por último, Al - Andalus se convierte en un nuevo foco de difusión hacia el Magreb y América).
La difusión de estas técnicas y la intensificación de la agricultura mediante irrigación estaba relacionada con la introducción de nuevos cultivos originarios de climas tropicales o semitropicales y que necesitaban más agua que la que podría proporcionar el ámbito mediterráneo sin regadío.
La organización local del regadío desarrolla recursos comunes en el Próximo Oriente y en el Mediterráneo relacionados con las condiciones del medio. Estas disposiciones fueron adoptadas desde las civilizaciones mesopotámicas hasta los sistemas medievales valencianos. Algunos de estos principios comunes son:
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reparto del agua en proporción a la cantidad de tierra.
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Responsabilidad individual hacia la comunidad de regantes (mantenimiento de acequias, turnos, compensación de daños a los regantes...
Como consecuencia de todo lo mencionado anteriormente, se puede decir que las teorías existentes sobre las civilizaciones hidráulicas expuestas desde Borrull no se habían planteado que un sistema pudiera ser el resultado de la actividad de varias sociedades distintas, lo que si estaba claro era que los sistemas de riego complejos eran el resultado de la actuación de un sistema político centralizado (idea equivocada).
En 1.985 Butzer et alii propusieron una clasificación de la hidráulica en:
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Macrosistemas=> redes de gran extensión en cuencas fluviales.
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Mesosistemas=> sistemas locales generados desde fuentes y pozos.
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Microsistemas=> terrenos individuales con depósitos.
La caída del Imperio Romano supuso el abandono de los macrosistemas, que posteriormente serían reutilizados por los mozárabes. Para demostrar la continuidad recopilan pruebas en las Leges Visigothorum, en textos de Isidoro de Sevilla y en el Calendario de Córdoba.
Para Barceló la investigación sobre los orígenes ha tenido carencias metodológicas, ya que la mayoría de los estudios realizados han pretendido extrapolar los resultados de las huertas de Levante para toda España, manifestando la ignorancia sobre los sistemas hidráulicos. La solución que aporta Barceló se basa en conocer el estado en que los musulmanes encontraron los sistemas de riego y las transformaciones que realizaron en ellos (configurando de manera distinta las redes de irrigación según las culturas).
En los siglos XI - XII nos remontamos a los textos de los Agrónomos andalusíes como pueden ser: Abu - l - Qasim al - Zahrawi, Ibn Wafid, Ibn Basal, Ibn Hadjdjadj, Abu - l - Khayr, al - Tighnari... cuyas obras plantean el problema de su transmisión. Según estos Agrónomos el agua mejora el suelo regulando su temperatura, completando los efectos del abono, facilitando los trasplantes, ayudando al crecimiento de las semillas y permitiendo la aclimatación de nuevas especies. Pero el agua ha de ser distribuida convenientemente (puede ser peligrosa): el riego mal dosificado puede conducir a la salinización de los suelos; y el contacto directo de la planta con el agua puede ser perjudicial, por lo que de se deben cavar pequeñas cubetas cercadas por una banda de tierra y evitar el estancamiento del agua.
Métodos de irrigación musulmana:
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Toma de agua mediante la instalación de un azud de derivación y un sistema de canales que distribuyen el agua por gravedad.
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Aljibes o albercas escalonados en una pendiente, para el riego de terrazas.
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Noria, ruedas elevadoras de dos tipos: la de gran tamaño movida por una corriente de agua, con antecedentes en la minería romana y la noria de tracción animal (más pequeña y la más frecuente para el riego).
El “qanat” (de origen israelí) fue el método más utilizado para las captaciones puesto que aprovecha el nivel freático.
La distribución de las aguas se realizó a través de la “fila” o hila de agua que era una unidad abstracta que define la porción del caudal total
Por último, cabe mencionar al coordinador (“Sahib al - saqiya”) y a los oficiales andalusíes (elegidos por el príncipe o el gobernador) cuya misión consistía en el reparto equitativo del agua, manteniéndola limpia y pura, en el cuidado de los azudes, la limpieza y la vigilancia de la acequia madre y en el establecimientos de turnos para el reparto del agua.
Como consecuencia de todo lo anterior, y en conmemoración a este período he de mencionar que el agua ha sido, es y será muy valiosa para nuestras vidas.
El Ebro:
La presencia musulmana supuso para el regadío de la cuenca del Ebro una mejora en los sistemas de distribución de aguas y una mejora importante en la organización de los campos regados. La mejora en los sistemas de distribución de aguas se materializó en el desarrollo de una extensa red de canales o acequias que permitían la conducción del agua desde los azudes, presas o pozos hasta los campos.
Un tratado de Jean Guy Liauzu en 1.964 trataba de reconstruir la red de acequias musulmanas en la esta cuenca a partir de una base documental publicada por Lacarra. Éste en sus conclusiones afirmaba que la implantación del regadío musulmán tuvo una clara predilección por la margen derecha del Ebro debido a la aridez de las tierras de la margen izquierda y la proximidad de los belicosos cristianos. La mayor parte de las acequias musulmanas se localizan en Alfaro - Tarazona - Zaragoza, cuya red principal de derivación estaba compuesta por las acequias de Canet, Irues y Pradiela. El objetivo de la red secundaria era situar el agua a pie de los campos.
Los musulmanes realizaron obras de ingeniería hidráulica y también aprovecharon las presas y diques existentes (la mayoría romanos), como por ejemplo las redes de acequias de Tudela.
Aportaciones de sistemas de riego musulmanas de pequeña obra hidráulica: pozos artesianos (captación de aguas subterráneas, se construían en las mismas tierras a regar, su utilización estaba restringida), cisternas o aljibes (captación de aguas procedentes de las lluvias o deshielos) y norias (artefactos mecánicos para la elevación del agua, de dimensiones variables). La noria más importante en este valle es la RUEDA.
La civilización musulmana divulga el “regadío por submersión” (el agua recorre la tierra hasta que su humedad sea considerable). Este sistema tiene su clave en la necesidad de que los terrenos estuviesen perfectamente planos, sino ocurría esto, se recurría a la disposición en terrazas para zonas de montaña, o a la utilización de canalizaciones subterráneas con depósitos o sifones - registro a modo de niveladores.
El perfil comunitario de las construcciones de ingeniería hidráulica obligó a los musulmanes de la cuenca del Ebro a regular la utilización y aprovechamiento de las infraestructuras. Ha quedado demostrado que el aprovechamiento comunitario de los riegos es práctico y se sigue utilizando hoy en día.
Alamín y Zavacequia fueron los responsables del regadío y del mantenimiento de las acequias, y velaban por el cumplimiento de los pactos que afectaban a los derechos y deberes de los usuarios.
Como conclusión decir, que estamos ante una agricultura que conoce perfectamente los defectos del exceso de agua, y que utiliza en su medida justa para regular la temperatura solar, para completar el régimen de fertilización de las plantas y para garantizar la siembra o trasplante. Lo que origina que el agricultor de regadío debe prepararse considerablemente.
El Tajo:
Hasta bien entrado el siglo XIX se puede afirmar que los sistemas de regadío romanos conformaron la infraestructura técnica en esta cuenca. Los cambios producidos del siglo VII al XIX fueron debidos a la intensidad y a la aplicación sistemática de estos procedimientos.
La época islámica supuso la racionalización de los recursos hidráulicos por la experiencia en el Creciente Fértil, la cual, conlleva a:
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La idea de la explotación metódica (convertir al regadío el mayor número de hectáreas).
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La introducción de nuevos cultivos.
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Sofisticación de la jardinera (complicando las redes de abastecimiento).
El reino de Toledo destacó por los campos de cereales (sufrieron un mayor aporte higronómico => duplicando la producción) que, según Ibn Galib: “no se estropeaban con el paso del tiempo, ni sufren alteración con el transcurso de los días; se puede almacenar su trigo en el interior de silos durante setenta años, para encontrarlo al cabo de ese tiempo sano, sin ninguna impureza ni corrupción”.
El encajonamiento en el curso del Tajo supuso que el riego se realizara mediante máquinas elevadoras (norias, aceñas) que vertieran el agua de los ríos en albercas o depósitos, para la distribución del agua
mediante canales o acequias.
Los balancines basculantes o cigüeñales se utilizaban cuando las zonas estaban alejadas de la margen del río (alquerías de páramos y planicies, elevación de aguas subterráneas o de los arroyos o torrenteras).
Las vegas del Tajo y de sus afluentes permitieron el uso del sistema tradicional de presas o azudas para la desviación del agua hasta las redes de canales y acequias, como por ejemplo en la vega de Aranjuez. Otro sistema más complicado fue el de los viajes de aguas (empleado para el abastecimiento de aguas de Madrid) que consistía en una galería subterránea, jalonada de “lumbreras” (drenaban una capa freática cuyo agua era recogida en albercas a pie de monte.
Se conoce que cuando el sistema de riego era colectivo se daba lugar a un doble sistema de división del agua (partes iguales, ó, por turnos establecidos) dependiendo del caudal acuífero del río, pero al no haber un asentamiento por parte de los musulmanes en la Meseta Norte no hubo construcciones hidráulicas en esta zona.
El Duero:
La información encontrada sobre la Ribera del Duero en este período de la Historia del regadío español ha sido insuficiente; puesto que es una zona donde los musulmanes no estuvieron; y los datos existentes, dentro de nuestras posibilidades, no tienen relación alguna con el tema que estamos llevando a cabo.
SISTEMAS DE RIEGO EN LA EDAD MEDIA CRISTIANA:
El regadío medieval considerado “cristiano” es sucesor del islámico. El paso del dominio islámico al cristiano en zonas determinadas se realizó sin que los sistemas hidráulicos se paralizaran. La conquista de al - Andalus se produjo entre el siglo XI y la caída del reino de Granada (siglo XV).
La herencia romano - islámica es muy fuerte en este período. Los repobladores cristianos encontraron al conquistar las tierras andalusíes unos sistemas de irrigación muy depurados, que se dedicaron a conservar. Las innovaciones técnicas no fueron destacables y las modificaciones sobre el panorama de la etapa anterior se deben al abandono del regadío; sólo había quedado el consolidad y desarrollar la estructura hidráulica previa.
En el Bajo Medievo se inició un proceso que aseguraría las bases de lo que puede considerarse como el regadío moderno.
El Ebro:
La cuenca del Ebro posee una zona fluvial muy beneficiosa para el cultivo de regadío, tanto en su margen derecha como en la izquierda.
El proceso histórico del regadío implica una continuidad en la infraestructura hidráulica de las conquistas cristianas.
El sistema feudal de producción determina la evolución de las estructuras y como ejemplo de todo ello tenemos al señorío en toda su acepción: señorío laico clásico, secular y monástico y el que se configura alrededor de las órdenes militares y el señorío colectivo centrado en torno alas ciudades. Y frente a ellos o con ellos el poder real que se irá afianzando frente a lo privado para terminar implantándose.
El hortelano regaba sus tierras y las cultivaba para obtener una producción que superara las necesidades de subsistencia, por lo que necesita una demanda de esos productos, llegando con ello a una distinción e4ntre el regadío rural y el urbano.
La Historia del regadío en la cuenca del Ebro posee cuatro facetas:
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Regímenes jurídicos y de utilización de las aguas.
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Infraestructura hidráulica y zonas de regadío en la cuenca.
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La propiedad y la explotación de las tierras y el agua.
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La cultura agraria del regadío y su paisaje característico.
Entre las ordenanzas de la cuenca debemos citar las de la ciudad de Zaragoza en las que se estipula la gestión administrativa y financiera de los azudes y aceñas, el régimen de alfardas y las tierras que las acequias del Ebro, Huerva, Gállego y Jalón deben regar; estas reglamentaciones quedan complementarias por la propia ciudad de Zaragoza, en los que a lo largo del siglo XV se suele incidir en la regulación de la normativa sobre el cuidad, mantenimiento y ampliación de la infraestructura hidráulica.
Fuera de las zonas de dominio de los concejos, el señorío se imponía como sistema social y económico, por lo que las regulaciones acerca del uso del agua pasaban por las manos del señorío, quien controlaba directamente al zavacequia y establecía los turnos entre los campesinos, cobraba unas rentas y vigilaba el mantenimiento y construcción de la infraestructura hidráulica; por la importancia cuantitativa que llegó a domina, hay que citar a la orden militar del Temple, existiendo conflictos y luchas por la posesión sobre el uso y disfrute de las aguas; una de las disputas más conocidas será la del río Iregua que fue un pleito entre Logroño, Albelda, Lardero, Entrena y Fuenmayor y se la conoce como pleito del mazo; para evitar estos y muchos otros conflictos, los usuarios de los sistemas de riegos procuraron unirse entre sí para regular el uso y disfrute de las aguas.
Las referencias encontradas sobre la existencia y construcción de obras de ingeniería hidráulica son innumerables, destacando el levantamiento de un presa. En dicha cuenca se cuenta con la presa cristiana más antigua de España, conocida como la presa de Almonacid de Cuba, situada sobre el río Aguas Vivas; su construcción data del siglo XIII. El núcleo central de la presa está formado por una fábrica de cantos unidos por una mezcla de mortero de cal, revestido de sillares tallados dispuestos escalonadamente en la pared de aguas abajo, quedando en vertical la pared de contención de las aguas.
Con la misma función que la presa, pero con dimensiones inferiores se construyeron azudes, los más resistentes, se levantaban con cajas de madera rellenas de tierra, aunque la inmensa mayoría se construyeron con ramas de esparto y césped, lo cual exigía un constante mantenimiento, por lo que fueron objeto de numerosas disputas.
Buena parte de los esfuerzos constructivos se orientaron a la construcción de canales y acequias, llegando a formar auténticas redes perfectamente jerarquizadas con función de situar el agua a pie de los campos.
La posesión y el dominio de las aguas y de la infraestructura hidráulica entre los siglos X y XV presenta varias modalidades: comunitaria, servil, y la libre posesión de los medios de producción.
Esta simplificación se altera y complica a finales de la Edad Media, cuando se diversifican los títulos de propiedad y se multiplica con la proliferación del sistema censual y sus variantes. Estos regímenes de posesión no se excluyen entre sí, por lo que a lo largo de los siglos se ve una coincidencia temporal y espacial.
La propiedad comunitaria de que es el poder del estado, representado por el rey quien ostenta el poder de las aguas, y éste, a través de los fueros concede la propiedad del uso de las villas y lugares que ostentaran la propiedad de dicha infraestructura. Estas comunidades formaran los embriones de las comunidades de Regantes, estando reguladas por la comunidad de habitantes, sometidas al arbitrio de los jueces y en última estancia al poder real o a sus delegados.
Frente a esta propiedad comunitaria está la propiedad de los grandes señoríos, que representan la explotación latifundista y el regadío extensivo, obteniendo el derecho por concesión real; organizando sus tierras a través de la explotación directa o cediendo el derecho a los campesinos, un ejemplo lo tenemos en las ordenes militares del Temple y de San Juan.
A partir del siglo XIII se produce una pérdida progresiva sufrida por el propietario eminente, a favor del propietario útil (campesino libre).
Los modos de administración de las aguas fueron variando a largo de los siglos medievales, de la administración directa de los medios hidráulicos por los campesinos libres o los señores, se paso en los siglos XII y XIII a la administración municipal.
En el siglo XIV se arriendan los derechos de administración, y en el siglo XV se da concesión a esos derechos.
Los regímenes de explotación fueron variando y de la explotación directa, por parte del campesino libre o por parte del señor a través de mano de obra servil, se pasó a un sistema de arrendamiento con una posterior evolución en el censo, tanto para los campesinos libres propietarios como para los arrendatarios; también fue muy importante el sistema de aparcería o mixto, conocido como “a medias”, en el que el cultivador pone parte de los medios de producción y el propietario pone la tierra y el agua, distribuyéndose los beneficios según el procesamiento acordado.
El resultado de la implantación del regadío en el valle del Ebro fue la creación de un paisaje dominado por la fuerte oposición entre las zonas de regadío, extendidas por las vegas fluviales y el secano predominante en las tierras de monte.
El paisaje de regadío se caracteriza por la alternancia entre campos cerrados y abiertos y la dedicación a cierto tipo de plantas: legumbre, plantas textiles, hortalizas, zumaque, y árboles frutales, aunque en ocasiones se benefician plantas de secano como la vid, trigo, centeno e incluso el olivo cuyos rendimientos se aumentan de manera considerable.
El Tajo:
Lo que parece claro en esta cuenca es que la tecnología y las herramientas para el cultivo no variaron hasta prácticamente el siglo XVIII, y que el régimen económico y jurídico tampoco cambió hasta el siglo XIII.
La herencia musulmana fue aprovechada por los castellanos, quienes aplicaron el principio floral (cualquier vecino del alfoz podía regar las zonas próximas a los ríos, siempre y cuando construyese la presa y el cauce necesario).
Lo que con mayor frecuencia se utilizaba para regar eran las presas (en Toledo o Talavera provienen de la época musulmana) que eran utilizadas para molinos harineros o batanes. Las ruedas de los molinos eran aprovechadas para subir el agua a las albercas destinadas al regadío.
Alfonso VIII hizo una concesión de una presa con su canal de riego donde consta una huerta y viña con su estanque.
En el siglo XII la práctica musulmana del reparto por turnos y la propiedad colectiva de ciertos instrumentos de producción seguía vigente.
Entre los siglos XII - XII y posterior a los siglos XIV - XVII se va a ir circunscribiendo a abastecimiento de productos hortícolas en las zonas más ricas de las vegas, mientras que el cereal de secano va a ser cada vez más el producto por excelencia en la cuenca del Tajo.
La permanencia de las alquerías musulmanas con sus pozos y albercas permitió durante decenios la existencia de huertas en las zonas alejadas de la ribera. La mayor parte de las huertas y las más importantes estaban sitadas en los pagos fertilizados por el Tajo y sus afluentes.
Según lo que señala el fuero (señala las normas de regulación del regadío), uno de los mayores problemas era el encharcamiento de heredades una vez usados los canales de riego.
Según Plácido Ballesteros San - José las noticias con posterioridad a los siglos XIII y XV introducen dos datos interesantes:
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Según el Ordenamiento del Agua de los Valladares: es la existencia de “regadores” profesionales (pagados por los concejos).
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Pérdida del derecho a riego de la propiedad que el propietario no tuviera bien cuidada.
El Duero:
Los estudios de la Historia rural existentes hacen un hincapié especial en la vocación cerealista de la cuenca del Duero, dejando de lado otros cultivos destacados presentes en las fuentes.
La época medieval se inicia con un proceso de reconquista y repoblación que conlleva una serie de desigualdades. El análisis de ésta época esta diferenciado en tres etapas:
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Del siglo VIII al XI con el comienzo de la invasión musulmana y seguidamente con el inicio de la reconquista y la repoblación (colonización completa de toda la Meseta Norte).
A mediados del siglo VIII el Duero se convirtió en la frontera Sur de la supuesta “tierra de nadie”. En esta etapa el agua posee un papel importante para lo concerniente a diversos aspectos históricos, siendo fundamental para la instalación de efectivos humanos, con la organización del espacio y del terrazgo y su posterior explotación.
La agricultura de regadío hasta los siglos IX y X no llegó a ser una actividad económica dominante, sin embargo, poseía un papel prioritario en los inicios de la colonización del suelo, convirtiéndose el agua en un elemento de atracción y en estímulo de crecimiento. Las tierras regadas correspondieron con las zonas más pobladas
Durante el siglo XI se afianzan con mayor fuerza las tendencias preexistentes y surgen otras nuevas. La expansión cristiana al Sur del Duero no se había terminado de asentar con lo que el mejor sector documentado fue el septentrional. En este siglo tras una continuidad se llegó a una serie de acuerdos para el riego de las tierras, manteniendo sus derechos los monasterios sobre los canales de riego. El incremento de noticias referidas a zonas ya documentadas en el siglo X como Burgos donde destaca el monasterio de San Pedro de Arlanza (dedicado a la adquisición de huertos, fuentes e infraestructuras hidráulicas). León es el aspecto más destacado en el desarrollo de los núcleos urbanos y la configuración de sectores importantes en torno a zonas donde se practicaba una agricultura irrigada, con numerosos huertos y una presa posterior que corresponde al siglo XII.
Otro sitio importante con un núcleo enclavado en un lugar privilegiado desde el punto de vista del aprovechamientos de riegos fue Valladolid, ya que cuenta con el caudaloso río Pisuerga y varios ramales del Esgueva.
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Del siglo XII al XIII se consideró una etapa de desarrollo a todos los niveles y de crecimiento demográfico y urbano.
En este período se da un predominio de enclaves castellanos, poseyendo noticias de huertos de regadío en la concordia que establecen el abad de Valladolid y el cabildo de Santa María fijando los bienes de sus mesas .
En el siglo XII hay que destacar la aparición de nuevos suburbios en León, que se continuará hasta el siglo XIII con las aportaciones de los suburbios de San Lázaro, por ejemplo.
En el siglo XIII se dirimían los derechos del cabildo de Burgos y los del monasterio de San Juan sobre el aprovechamiento de aguas de riego en los huertos de Vega, por su parte, en 1.262 el cabildo de Burgos vendía a unos vecinos un molino próximo a la iglesia de San Gil.
El crecimiento cuantitativo de la práctica del regadío y su vinculación con el desarrollo urbano se entienden en el marco expansivo general. Sólo una sociedad en aumento podía necesitar una producción agraria polivalente y más intensiva, con lo cual la especialización agraria solo era posible con unos efectivos demográficos abundantes.
En la distribución del terrazgo se aprecia la tendencia hacia una mayor racionalidad y homogeneidad, con lo que se produjo una consolidación de los antiguos dominios monásticos y la decadencia de algunos (Cardeña) y originó la creación de nuevos (cistercienses).
A finales de este siglo se es consciente de la existencia de una red de granjas dispuestas en las cuencas de los ríos que rodeaban a los monasterios.
Como conclusión decir que se ha producido un crecimiento claro de la actividad agraria irrigada (no predominante) no intensiva, que se manifiesta en el autoabastecimiento y en la comercialización de los productos en los mercados urbanos.
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Del siglo XIV (crisis) al XV (recuperador) corresponde el período de la recuperación y la expansión económica.
Los regadíos en esta época poseen un menor caudal que en siglos anteriores y se relacionan a situaciones conflictivas (pleitos, deterioros, destrozos...), siendo frecuentes los canales de aceñas y yermas (provocados por las avenidas de los ríos o por los destrozos de las infraestructuras hidráulicas. Esto origina que fuera frecuente aludir a pleitos por los derechos de riego.
En es siglo XIV se produjo el abandono de los núcleos de población, lo que afecto a las posibilidades de aprovisionamiento de agua (originando la desaparición de muchas fuentes) y produjo un disminución de la práctica de la agricultura irrigada. Posteriormente con la intensificación de las zonas irrigadas se incrementaron los núcleos urbanos, lo que ocasionó el desarrollo del comercio.
Los primeros pasos hacia la especialización de los cultivos se tradujo en una ordenación de los riegos y en una política de construcción de infraestructuras hidráulicas a mayor escala, acompañada por una nueva concepción de la explotación de las posibilidades agrarias basada en el dominio del potencial hidráulico.
La cuenca del Duero fue siempre de ámbito de secano por antonomasia. Con el fin de la Edad Media el regadío siguió siendo una actividad subsidiaria muy localizada en las zonas de gran proximidad a los ríos. El agua utilizada en esta cuenca procedía de los cursos fluviales y de fuentes y pozos. El aprovechamiento del agua en el medievo se realiza principalmente a través de las siguientes infraestructuras hidráulicas:
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Molinos hidráulicos, utilizados para el cultivo del cereal, el riego de campos. Su crecimiento se iba realizando en paralelo al incremento del terrazgo (destinado a cultivos de regadío).
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Aceñas (de origen andalusí), útiles para el cultivo del cereal.
Los canales que conducían el agua a los molinos se aprovechaban por los lados (frecuentemente salpicados de huertas en las márgenes). Las instalaciones se disponían construyendo estructuras de contención para embalsar el agua (presas) que permitieran formar una conducción, la cual podía estar sangrada por otras más pequeñas (alveum), sobre la que se asentaban los molinos. Dicho canal debía estar siempre limpio de depósitos aluviales y en buenas condiciones. Todo esto originó una jerarquización de los canales, demostrando el grado de complicación de las técnicas hidráulicas.
Un ejemplo es el inventario de la heredades adquiridas en Burgos por el monasterio de San Miguel de Busto se registra como “un linar en río, a la presa del molino de la Mata” que corresponde a una de las menciones de cultivos de regadío asociados a infraestructuras molinales.
Otras formas de aprovechar el agua corresponde a las fuentes (mencionadas anteriormente) y a los pozos (extendidos en los núcleos de población, siendo los más valiosos los de agua salada. El agua extraída del pozo se destinaba al abastecimiento familiar y al riego de los pequeños huertos próximos a las viviendas, llegaron a relacionarse con las norias). A parte de los pozos, se tienen datos sobre “aquarios” en Zamora que corresponden a los sistemas de conducción y más simples de agua.
Un caso especial de perfeccionamiento durante la Baja Edad Media es Segovia. La ciudad y sus arrabales se surtían de agua mediante el acueducto, organizándose una complicada infraestructura con origen en el agua hasta la ciudad y que constaba de res partes:
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Canal de 15 kilómetros, aproximadamente, que desembocaba en la “casa del agua”.
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“Gran arca de piedra, cerrada y cubierta” donde el agua se desarenaba.
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El acueducto que recogía el agua mediante un canal cubierto, depositándola en arquetas.
Para no variar y seguir firmes a las costumbres pasadas, los fueros y las ordenanzas seguían preocupadas en preservar la integridad de aguas, presas y canales para evitar el deterioro de la actividad molinera.
Pero en el siglo XV, la escasez de agua, prácticamente obligó al concejo de Segovia a establecer un rígido reparto del agua mediante ordenanzas y enfrentamientos debido a los abusos que de ella se producían.
Los monasterios y las sedes episcopales que eran los núcleos repobladores de primer orden (habían efectuado las ocupaciones de las aguas y las infraestructuras hidráulicas) eran los principales beneficiarios de las concesiones reales por lo que estas instituciones eclesiásticas alcanzaron un gran poder, lo que ocasionó que el aprovechamientos del agua comenzó a estar mediatizado por las grandes instituciones eclesiásticas.
El proceso de señorialización en el caso del aprovechamiento del agua es la actuación del monasterio de Santa María de Aguilar de Campóo, el cual se dedico a completar su control de las riveras del Pisuerga y de otros cauces de agua “a través de la compre de molinos y aceñas, de turnos en ellos o de tierras cercanas a los cursos de agua”, siendo de destacar que los vendedores don por lo general pequeños propietarios agobiados por el excesivos fraccionamiento de sus vienes tras los sucesivos repartos hereditarios.
Como consecuencia de todo lo anterior, afirmar la clara prepotencia de los grandes señores y sobre todo de las instituciones eclesiásticas, que son las que realmente controlaban y regulaban la actividad de riegos y las que organizaban el paisaje rural. Sin embargo, los concejos van adquiriendo más fuerza y control como lo demuestran las ordenanzas donde el regadío podía llegar a ser muy importante.
SIGLOS XVI Y XVII: ÉPOCA DE LOS AUSTRIAS:
El Ebro:
En los reinados de Carlos I, Felipe II y en menor proporción con los Austrias menores se potencia la infraestructura hidráulica del valle del Ebro, dado que el agua era insuficiente para el riego de las huertas de la cuenca por la dependencia de los regadíos con respecto a los caudales fluviales, sujetos a fluctuaciones incontrolables. Para solventar estas carencias se desarrolló una política de actuaciones hidráulicas. Un ejemplo de estas actuaciones fue el proyecto de la construcción del “Canal Imperial de Aragón”. Este proyecto se realizó con el objetivo de aprovechar el agua del Ebro para los riegos de Zaragoza. Carlos I quiso traer un canal desde Navarra a Zaragoza derivando el agua del Ebro. El emperador mandó estudiar el asunto a Gil de Morales, Juan Montañes y Juan Sariñena. Fue Morales quien proyectó la construcción de una presa en Tudela. En 1540 se había construido la presa, la casa de compuertas, la acequia hasta el Jalón y un sifón a orillas de ese río, ideado para pasar el canal por debajo de su cauce. La anchura del Ebro en Fontellas obligó a la construcción de una presa de 338 m. de anchura y 3,5 m. de altura con una anchura de coronación de 10 a12 m.; era una presa de gravedad cuyo cuerpo se hizo de hormigón de cal con sillares en la parte superior; sobre los estribos laterales se construyeron los edificios colaterales y se preparó la derivación hacia la acequia. El canal se quedó en Pinseque y ni Carlos I ni sus sucesores terminaron este gran proyecto. El proyecto se realizó en el siglo XVIII.
Otro intento frustrado fue la prolongación y ampliación del “Canal de Tauste”. En 1.552 Tauste, Fustiñana y Cabanillas acordaron la construcción y aprovechamiento de un canal que derivaría las aguas del Ebro. La envergadura de la empresa supuso para la villa que se hipotecase con créditos privados. El resultado fue el fracaso de no poder hacer frente a los prestamistas y al costo del convenio acordado con las demás villas. Esta obra fue culminada por los Borbones.
Uno más de los proyectos fue el intento de construcción del “Canal de Urgel” por parte de la Casa de los Austrias. Carlos I expidió una provisión para la construcción del canal derivando el agua desde el Segre. Felipe II trató de que a iniciativa pública se realizase el proyecto que sería sufragado a partir de unos tributos pagaderos por los beneficiarios de los riegos. En época de Felipe III los beneficiarios se comprometieron a pagar, pero a pesar de ello no se construyó.
Otro proyecto fue la derivación que la ciudad de Huesca pretendió hacer en época de Felipe IV de las aguas del Gállego. El rey inspeccionó la posibilidad de realizarlo y la estimó oportunamente siempre y cuando fuese la ciudad la que sufragase de los costos de las obras. Esto quedó en simple proyecto.
Los intentos de fomentar el regadío mediante el embalsamiento de aguas a partir de presas de gran tamaño tuvieron gran éxito. Estos proyectos se realizaron porque se ajustaban mejor a la coyuntura tecnológica y económica del país. Dos ejemplos de ello son los pantanos de Cascante de Navarra y Arguis en Huesca.
En los siglos XVI y XVII se trabajó también en la conservación y ampliación de la red de acequias destinadas a la conducción de aguas y cuyo origen es medieval. Las acciones en este terreno fueron más encaminadas a la reparación de las ya existentes.
En la espera de la aprobación de la Ley de Aguas de 1.879, que regulaba la constitución de las comunidades de regantes encargadas de administrar las aguas públicas de un cauce o canal, la historia de la organización administrativa del riego fue pasando por una serie de estadios que en los siglos XVI y XVII se materializó en las asociaciones de términos de regantes. Cada término disponía de unas ordenanzas para reglamentar el uso y mantenimiento de su sistema de regadío, aunque sobre ellos podía actuar la capacidad legislativa emanada de los concejos a los que pertenecía.
Las asociaciones de regantes de la cuenca del Ebro tenían un carácter asambleario y era la asamblea el órgano superior encargado de la adopción de acuerdos de ámbito general. Sus funciones afectaban a la estructuración del término en partidas según el criterio de antigüedad de los regantes o por la importancia de los mismos en la estructura de poder de la asociación; se estipulaba los cultivos que debían ser regados y la prioridad entre ellos. Como sujeto jurídico, las asociaciones son propietarias de la infraestructura hidráulica menor y disponen por concesión del agua y de las grandes obras de ingeniería hidráulica que superaban sus propios medios. Su financiación se consiguió a través de un sistema fiscal interno que actuaba por varios procedimientos.
El primero era la alfarda o impuesto pagado por el regante en concepto del aprovechamiento que hace de las aguas. El segundo ingreso es el procedente de los rendimientos que obtienen de los bienes propiedad de la asociación. También se recurrió al endeudamiento a través de la concertación de censos hipotecarios y empréstitos. Por último citar los ingresos obtenidos por las penas impuestas a los transgresores de las ordenanzas. A la cabeza de la estructura de poder de la asociación hay que citar la comunidad de “herederos” que forman las asambleas del término, con potestad de voz y voto en las juntas y con posibilidad de ejercer los oficios gestores de la comunidad. A los herederos se les exige una serie de condiciones: edad, compatibilidad, propiedad de tierras, etc. Los gestores reales eran los oficiales elegidos por votación en los siglos XVI y XVII. Los procurantes estaban a la cabeza del sistema administrativo y eran los que establecían el orden de riego y se responsabilizaban de que el estado de la infraestructura hidráulica fuese óptimo; el contador gestionaba el patrimonio de la sociedad o fiscalizaba a los arrendatarios de ese patrimonio; para cobrar los impuestos y para inspeccionar la infraestructura hidráulica estaban los bolseros y los visitadores.
Las asociaciones de regantes contaron con la ayuda y los servicios de profesionales y prestigiosos personajes.
Este esfuerzo de aprovechar las aguas para el riego utilizando como vía el asociacionismo evitó parte de los conflictos seculares que en siglos anteriores se habían producido.
Los epicentros fundamentales de la cuenca del Ebro en los siglos XVI y XVII vuelven a coincidir con las zonas tradicionales. El regadío de la comarca de Zaragoza ocupaba un lugar muy destacado, aunque el crecimiento de estas zonas regadas se quedó supeditado a la construcción del Canal Imperial, que no llegó a realizarse. El regadío del Cinca-Segre también fue importante. A nivel inferior hay que citar la permanencia de los riegos tradicionales en las cuencas de los ríos Martín, Genial, Guadalupe y Aguas Vivas, así como los del curso alto del Jalón en su confluencia con el Jiloca, cuya cabecera comarcana es Calatayud. Las zonas regables en el curso bajo del Aragón y Arba en la comarca de Cinco Villas. Lodosa y Logroño y los riegos del Mondayo con su prolongación a través del Queiles y Huecha hasta Tarazona y Tudela completan este panorama.
Las tierras de regadío siguen siendo en los siglos XVI y XVII muy codiciadas en la cuenca del Ebro y no se regatean esfuerzos para conseguirlas o ampliarlas. Su precio con respecto al secano es mucho más elevado y la productividad también. Los dominios monásticos trataron de apropiarse de las tierras de regadío. Los libros de cuentas de estas de estas entidades reflejan esta concentración o apropiación realizada aprovechando la debilidad del pequeño campesino, quien menor inconveniente en sus cosechas debe acudir al censo hipotecario para salvar su derecho de usufructar sus propias tierras, aunque pierda la propiedad eminente de las mismas. Las asociaciones de regantes intentaron frenar el proceso de apropiación de las tierras de regadío por parte de los grandes propietarios. Formadas por pequeños y medianos campesinos, ya cultivadores directos o indirectos, burgueses, profesionales o comerciantes, se unieron para defender sus intereses. Ellos en los siglos XVI y XVII demandaron tierras regadas, potenciaron el desarrollo de la agricultura secular, aumentaron la productividad y los precios de las tierras de regadío, intentaron multiplicar las extensiones de riego y se embarcaron en costosos proyectos de nueva infraestructura.
El Tajo:
En el siglo XV, una vez superada la crisis del siglo XIV, los señores y los propietarios de las oligarquías urbanas tan sólo se preocuparon de mantener, fortalecer y acrecentar su estatus, procediendo a un progresivo abandono de la dirección de los sistemas de producción en manos de sus mayordomos (tendencia habitual en los siglos XVI y XVII, donde el absentismo se convirtió en el mal por excelencia a solucionar). Sólo algunas personas no abandonaron la producción agrícola a su suerte. Las fuertes sequías de la década de 1.540 obligaron a que los diputados en Cortes propusieran al rey la construcción de canales de regadío en Castilla al estilo de los que realizaban en Aragón, en particular el Canal Imperial de Aragón. Por ello se pidió al príncipe Felipe que pensionase a dos personas de gran experiencia en el artificio de regar. De esta forma, presas y canalizaciones como la de Aranjuez, la Granjilla en el Escorial, Valdajos o el Canal Real del Jarama sirvieron al riego de huertas y propiedades de la Corona.
La construcción en Aranjuez del embalse de El Embocador por Carlos I respondió a la necesidad de regar los jardines de los Reales Sitios instalados en aquella localidad; sobre la vega del Tajo, en especial tras la incorporación a los mismos de la dehesa de Sotomayor.
Anteriormente a la construcción de la presa y de los canales, existía un caz largo por medio del prado de Ontígola usado para regar el de Aranjuez, conocido como prado del Regajal. La necesidad de agua para convertir el Sitio en el vergel que planificaba Felipe II le llevó a ordenar a Juan Bautista de Toledo la construcción de un sistema que permitiese recoger más aguas. Se dispuso la fabricación de un malecón de tierra en la zona del Regajal y el arreglo del terreno para albergar el agua. Una vez realizado, se hizo una pared de mampostería y cantería a cargo de Juan de Herrera, de más de 200 metros de longitud y cinco metros de anchura. Para que los canales que conducían el agua no se cegasen, se dispuso otro embalse pequeño más arriba, de tal forma que las aguas bajasen remansadas.
La primera de las dos presas de la Granjilla se sitúa sobre el río Aulencia en el Escorial, y su construcción data de 1.560 con la finalidad fundamental de abastecer a las obras y posteriormente a los jardines del palacio.
La Real Acequia del Jarama fue mandada construir por Felipe II con la finalidad de regar unos prados de propiedad real, denominados “la Boyeriza”. La presa fue proyectada por Juan de Herrera y se situaba a dos kilómetros aguas debajo de la actual presa del Rey.
La presa de Valdajos, sobre el Tajo, es una excepción, ya que se hizo en 1.530 con el fin de regar la vega de Colmenar de Oreja.
Fuera de los jardines y huertas palaciegas, y exceptuando las zonas más próximas a las vegas, la situación en el resto era bastante precaria (padecían una situación de pobreza casi en gran parte de la población).
Las Relaciones mandadas hacer por Felipe II aportan datos sobre la situación de los diferentes lugares de la cuenca del Tajo. En ellas se observa cómo, junto a los cultivos de secano de la llamada “tríada mediterránea”, se señalan tierras de regadío en exclusiva dedicadas a productos hortícolas y frutales. Su extensión era limitada, situándose cerca de las poblaciones o a orillas de los ríos y afluentes, pero casi dedicadas en exclusiva al consumo local o a un abastecimiento comarcal.
En relación con las técnicas hidráulicas, hay que decir que éstas apenas variaron con respecto a la época musulmana a pesar de los nuevos impulsos racionalistas y cientifistas del Renacimiento, que no dejaron de producir proyectos pero que en general no cesaron de ajustarse a los rudimentos tradicionales para la elevación y reparto del agua.
En esta época el regadío era de un 16'76%. Si a esto se añaden las peticiones de Cortes y los proyectos que se propondrán para permitir la navegación por el Tajo y de paso regar los feraces campos que le rodean, se puede afirmar que hasta el siglo XVIII se produjo un retroceso en el área de regadío.
En la centuria siguiente, la actitud de señores y terratenientes ante la tierra continuó igual. En el año 1.609, en el Consejo de Castilla se estudió un proyecto para hacer volver a los señores a sus tierras. Estas actitudes fueron buenas, aunque la monarquía siguió mirando por sus intereses. Así, la presa del Embocador y sus dos cazes fueron ampliados progresivamente mediante mercedes reales.
Para otras regiones y cuencas acuíferas, el siglo XVII supuso algo más que una continuidad de las tendencias anteriores para el regadío, por la expulsión de los moriscos. La expulsión trajo algunas consecuencias en contados lugares.
El Duero:
Culminando un proceso iniciado en el siglo XV, la Corona de Castilla (y sobre todo el valle del Duero) se convirtió en el centro de gravedad de la monarquía hispánica y de su extenso Imperio europeo y ultramarino.
El siglo XVI se caracterizó por el progresivo fortalecimiento de la monarquía y la organización de un Estado moderno que se pretendía centralizado. Todo esto favoreció la confección de todo tipo de censos y relaciones con vistas a una racionalización de la percepción fiscal.
El papel central de Castilla en la política hispánica de la época se debió al alto nivel de desarrollo que alcanzó en todos los órdenes.
Por otro lado, los núcleos urbanos exigían un mayor número de prácticas intensivas en su contorno más inmediato, con vistas a su abastecimiento, dado que se experimentó un aumento demográfico. En la Meseta Norte se estableció una red de poblamiento más densa que en el resto de la Península, por ello experimentaron las consecuencias de la coyuntura expansiva. Estas consecuencias repercutieron en la organización del espacio agrario de sus alrededores, lo que incrementó la extensión de las zonas dedicadas a una agricultura irrigada. Este fenómeno demuestra la puesta en práctica de una mayor intensificación agrícola. En muchas ocasiones esta práctica llegó a tener un peso económico de considerable magnitud.
El fenómeno de crecimiento se encuentra unido asimismo al fenómeno de racionalización. Siguiendo las pautas marcadas en la Edad Media, la activación de riegos y los terrenos donde la misma se ponía en práctica aparecieron perfectamente delimitados. Podía tener un papel más o menos importante según las zonas, pero las ordenanzas municipales demuestran hasta qué punto interesaba preservar su correcta aplicación y desarrollo. Los ejemplos de Paredes de Nava, San Salvador de Cantamuda o Cervera ponen de manifiesto la preocupación por el buen estado de las infraestructuras de regadío, evitando todo desperdicio de agua y manteniéndola limpia.
La mayor parte de las noticias referidas a riegos proceden del corazón geográfico de la cuenca del Duero.
En cuanto a los productos cultivados en áreas de regadío, se sabe que eran en su mayoría hortícolas. En las huertas de secano se cultivaba legumbres, aunque a veces, las legumbres aparecían mezcladas en los huertos con productos de regadío.
Capítulo de gran importancia era el constituido por las fibras textiles, extendidas al compás de las manufacturas urbanas y rurales, y objetivo a su vez de especial cuidado en los ordenamientos locales. Destacaban el lino y el cáñamo.
Por otro lado, el riego del trigo se hacía en zonas donde hubiese una mayor disponibilidad de aguas y de infraestructuras hidráulicas como podían ser las vegas de Saldaña y Carrión en Palencia o el área leonesa. En esta última buena parte de las tierras de regadío se veían sometidas a un tipo de explotación intensiva. Estaban ocupadas en su mayoría por linares y trigales. El sistema consistía en cultivar trigo un año y lino al siguiente, siguiendo una actividad de carácter rotativo. Las tierras destinadas a este tipo de cultivo eran las mejores y más productivas y se ubicaban por lo general, próximas a los pueblos.
El regadío no fue importante en el conjunto de la exportación agraria de la cuenca del Duero. El análisis de los índices de productividad está plagado de dudas porque los diezmos de productos hortícolas solían percibirse en numerario y ello dificulta el establecimiento de lo producido y de su porcentaje en relación con el resto de los cultivos. Los desvelos concejiles tuvieron un resultado positivo y la rentabilidad fue lo suficiente para cubrir las necesidades de una población en crecimiento (ya que casi no hubo importaciones hasta finales del siglo XVI).
El regadío continuaba circunscrito a aquellas zonas que, por su especial disposición geográfica o por su alto grado de concentración humana, favorecían su práctica, pero que no se puso en marcha a escala general por toda la región. En determinados casos, como en Valladolid, se dio el progreso de cultivos como viñas y huertas. Este fenómeno no llegó a ser muy frecuente; lo que más abundó fue la reconversión de tierras de cereal en viñedos, dado que era un producto muy cotizado.
Los contemporáneos sabían que había que mejorar las infraestructuras hidráulicas castellanas, aunque también eran conscientes de las dificultades que dichas mejoras planteaban. Otras veces consideraban que eran necesarios presas y pantanos, por lo que tenían que obtener la autorización de obras.
El florecimiento económico de la cuenca del Duero se tradujo durante el siglo XVI en un crecimiento de los intercambios comerciales tanto a nivel interno como externo. Los contactos más intensos se produjeron con el Norte de la Península, hasta el punto de que Bilbao y Santander se convirtiesen en los “puertos artificiales “ de Castilla desde el siglo XVI al XVII y en los objetivos prioritarios de la exportación de vinos y cereales castellanos. Este proceso se veía dificultado por la primitiva red de transportes, motivo por el cuál pronto se dejó de sentir la necesidad de mejorar la infraestructura de comunicaciones y se consideró que el transporte fluvial podía ser la vía más rápida y económica. Para ello era preciso construir una red de canales que se podían aprovechar para riegos.
Los representantes castellanos se reunieron en las Cortes de Toledo para pedir a Carlos I la organización de una comisión de expertos que viese la manera de hacer navegables los ríos. Los procuradores castellanos preferían que los comisionados fuesen personas que entendiesen de regadío.
Durante la regencia provisional de Maximiliano de Austria (estando la corte en Valladolid) las peticiones de los procuradores fueron tenidas en cuenta. Maximiliano se puso en contacto con los Függer, los cuales enviaron a Hefelger con la intención de mejorar el sistema de abastecimiento hidráulico de Valladolid y de hacer navegable el río Pisuerga. Otro de los comisionados fue Bartolomé de Herrera, el cuál viajó por la cuenca del río y presentó un informe sobre el mismo y sus posibilidades. En dicho informe consideró que los ríos no eran aptos para la navegación por causas geográficas, pero también humanas, ya que en algunos sectores se hallaban ocupados por presas y molinos; la solución a esto era la construcción de una red de canales navegables. En lo que respecta al regadío, señaló que las tierras ribereñas del Pisuerga, Carrión y Arlanzón podían regarse mediante el establecimiento de acequias y canales. Los canales de navegación que propuso como única opción ante la imposibilidad de hacer navegables los ríos castellanos podrían aprovecharse también para la actividad de regadío.
Tras el informe emitido por una nueva comisión elegida por Maximiliano, Bustamante de Herrera elaboró otro a modo de conclusión del primero. Proponía en este último la construcción de canales en el río Arlanza, en Arlazón y en el Carrión.
El regreso a Austria del príncipe Maximiliano y el agravamiento de la crisis hacendística del reino dejaron en suspenso el proyecto de Bustamante. El fin de la sequía en la década de los 50 determinó la falta de necesidad de una infraestructura de riegos.
Hubo nuevos proyectos a finales del siglo XVI centrados en la navegación. En 1.581 Antonelli presentó su “Memoria sobre la navegación de los ríos de España”, en la que se proponía la navegación por el Duero hasta Oporto. A comienzos del XVII hubo nuevos planes para hacer navegable el Pisuerga. Dichos proyectos no llegaron a ponerse en práctica.
Así, en el siglo XVI, Castilla perdió la oportunidad de organizar un sistema de regadío. Dicha organización, no se llevó a cabo porque la cuenca del Duero, cada vez más centrada en la producción de cereal, fue creando unas relaciones económicas que terminaron siendo de dependencia por cuanto suponían un obstáculo al desarrollo de la región. Otro factor decisivo fue la falta de iniciativa privada, la atonía y la desidia que aparecen presidir las actividades económicas efectuadas en la cuenca. Los grupos privilegiados optaron por la inversión masiva en censos y se convirtieron en rentistas, los cuales, una vez iniciada la crisis, se marcharon hacia la corte y los núcleos urbanos con el consiguiente abandono del campo.
Las repercusiones que estas actitudes tuvieron sobre la explotación agraria fomentaron la comodidad, es decir, el cultivo de aquellos productos que requerían menos esfuerzo y que podían llegar a altos rendimientos sin necesidad de grandes inversiones. De este modo , el regadío se estancó. Los regadíos se ponían allí donde era posible con el empleo de los instrumentos más sencillos y menos costosos, lo que tuvo como resultado un absoluto desorden.
La única manera de impedir tal desorden era establecer una racionalización en el sistema de canalización, algo que no llegó a efectuarse. A comienzos del siglo XVI Isabel la Católica había pretendido ampliar el caudal del río Zapardiel desviando las aguas del Adaja mediante un canal de derivación para favorecer a Medina del Campo. Sin embargo, los ataques nocturnos a la presa construida sobre el Adaja y de la que arrancaba el mencionado canal le hicieron desistir, intereses opuestos a la operación. Bustamante de Herrera era consciente de que si se hacían canales nuevos el agua derivada hacia ellos iba a provocar que muchos molinos y batanes se quedasen casi sin fuerza motriz, por lo que proponía que en época de estiaje se regase y navegase en días de fiesta, cuando los molinos no funcionaban.
La crisis del siglo XVII, en sus aspectos económicos y sociales, se caracterizó por el recrudecimiento y agravamiento de males hasta endémicos, pero temporales: epidemias, malas cosechas, presión fiscal excesiva, etc. Sus repercusiones más visibles fueron un acusado descenso demográfico y de la producción, tanto agraria como manufacturera.
El siglo XVII fue la segunda oportunidad perdida de organizar una infraestructura hidráulica y de riegos coherente en la cuenca del Duero.
El Renacimiento se caracterizó en el campo científico y técnico por el extraordinario grado de madurez alcanzado y por la importancia que cobra la ingeniería civil, importancia paralela al auge de lo clásico en Europa. España experimentó las influencias culturales procedentes del exterior. Fue frecuente la llegada de ingenieros extranjeros, que influirían sobre los españoles, los a su vez constituirían un grupo de alto nivel.
A partir de entonces, la monarquía hispánica se embarcó en ambiciosos proyectos de ingeniería. Sin embargo, el Duero quedó prácticamente relegado en el olvido.
Por otro lado, los instrumentos de uso cotidiano empleados para regar seguían una línea de continuidad con respecto a la Edad Media tanto durante el siglo XVI como en el XVII. En cuanto a las infraestructuras, la más utilizada para regar era el molino.
Las instalaciones molineras eran semejantes a las de la Edad Media. Los azudes elevaban levemente las aguas y permitían establecer pequeñas balsas o pesqueras en las que se almacenaba el agua suficiente para mover el molino en previsión de tiempos de escasez. Podía ocurrir que el agua almacenada se recogiese en depósitos cilíndricos o rectangulares de piedra o ladrillo o excavados en el suelo, denominados “cubos”, en cuyo caso hablamos de “molinos de cubo”.
En la Castilla de los Austrias hubo otro tipo de ingenios hidráulicos, las ferrerías.
También al igual que en los siglos medievales se emplearon para regar máquinas de elevar agua, algunas de estas máquinas son: el cigüeñal (se utilizaba para la extracción de aguas en pozos y ríos), el maizal, las norias de sangre (caracterizadas por llevar una cadena de cangilones arrollada a una rueda que giraba por medio de engranajes), etc...
Junto al uso de los citados, coexistían otros propios de la Antigüedad clásica cuya recuperación había sido posible gracias a los avances científicos y técnicos del Renacimiento. Se trata del “tímpano” (rueda de compartimentos por donde pasa el agua y con forma de tambor), la “cloaca” o tornillo de Arquímedes, la “ctesitio” (complicada máquina a base de una bomba de émbolo con válvulas, cámaras de aspiración y ruedas hidráulicas).
A este último grupo pertenecía el ingenio de Zubiaurre para abastecer de agua a la ciudad de Valladolid. La ciudad necesitaba elevar las aguas del Pisuerga. Había que satisfacer además las demandas de las viviendas señoriales, dotadas de jardines, entre las que destacaba la del valido real, el duque de Lerma. Para regar los huertos y jardines se habían instalado sistemas mediante los que se obtenía el agua de pozos impulsada por norias, pero no eran suficientes. Esto fue lo que movió al concejo a contratar a Zubiaurre, aunque su ingenio no sirvió para satisfacer las necesidades de la ciudad. El costoso mantenimiento del aparato y sus constantes averías, fueron sin duda las causantes de su abandono.
Un problema común a Valladolid y a Burgos fue la suciedad acumulada en sus esguevas. Estos problemas llegaron a hacer frecuente la recogida directa de agua en cántaros. Las fuentes eran un medio de aprovechamiento en los núcleos de población.
Los avances técnicos en la cuenca del Duero no fueron muy numerosos ni tuvieron grandes repercusiones. La obra de Bustamante de Herrera era excesivamente ambiciosa y con toda probabilidad irrealizable con los medios de la época; por otro lado, chocaba con numerosos intereses creados. Las dificultades técnicas e intereses opuestos frenaron el desarrollo económico de la cuenca del Duero durante siglos.
Otro de los campos en que se aprecia una clara continuidad respecto a siglos anteriores es el de la organización social de la explotación del agua, dado que continuaba siendo un bien personal o patrimonial controlado por los monarcas y los señores. Había grandes disputas en torno a la posesión y explotación de infraestructuras hidráulicas.
Los concejos controlaban el agua de diversas maneras; en ciertas ocasiones la preocupación municipal se ponía claramente de manifiesto en las ordenanzas, que son indicativas del monopolio ejercido por los concejos sobre sus vecinos. El intervencionismo en materia de riegos era riguroso y constante.
Capítulo destacado era asimismo él referente a la manutención en óptimas condiciones de las infraestructuras hidráulicas. Fuente de preocupación eran los regueros o vías de conducción de agua para mantenerlos en buenas condiciones.
En relación con otros concejos se seguía la misma política intervencionista siempre que se podía, y ésta podía consistir en la prohibición de desviar agua de un sitio a otro, o entorpecer el paso del agua suficiente corriente abajo. Los abusos y enfrentamientos por el aprovechamiento del agua estaban al orden del día y aquellos lugares donde los recursos hidráulicos fuesen importantes se establecían propias ordenanzas para controlar en lo posible la situación. Ejemplos de ordenamientos se dieron en Saldaña y Carrión.
Pese al control señorial, concejil o incluso estatal sobre las aguas, los particulares podían tener libre acceso a las mismas según los casos. La distinción entre dominio eminente y dominio útil era el rasgo del régimen feudal del agua. Esto conllevó a la actuación independiente y en apariencia completamente libre de los que tenían el dominio útil de la misma.
El ejercicio colectivo del dominio útil del agua podía traducirse además en el plano económico. El Duque del Infantado accedió a la petición de los pueblos del Río Nuevo de abrir un “calze”, pero con la condición de que sean ellos mismos quienes se costeen las obras.
Esto último es muy representativo del desinterés que los poderosos mostraban ante la posibilidad de mejorar las infraestructuras hidráulicas de la cuenca del Duero. La tendencia a actuar por cuenta propia demuestra el desorden en la actividad de riegos de la época.
En cuanto a las ordenanzas de que se dotaban diversos concejos de las vegas de Saldaña y Carrión, son significativas varias cosas: en primer lugar, de la importancia alcanzada por la actividad de riegos en esas zonas, que hace preciso el establecimiento de unas ordenaciones; en segundo lugar, del aprovechamiento colectivo de las aguas; en tercer lugar, de la importancia del control ejercido por los concejos; en cuarto lugar, de la necesidad de establecer un orden que evitase en lo posible los constantes pleitos y enfrentamientos que se producían en la zona.
En conclusión, el regadío no estaba muy extendido por toda la cuenca del Duero, no existía un grupo de regantes diferenciado del resto del campesinado.
SIGLO XVIII: SIGLO DE LAS LUCES:
El principio del siglo XVIII aparece marcado por la llegada de una nueva dinastía, la borbónica, al trono de España. Esta llegada produjo una serie de cambios (la centralización política y administrativa...) que se plasmaron también en materia de aguas y regadío.
Este siglo se caracterizó por una economía de subsistencia aquejada de graves crisis y agravada por un incremento demográfico.
La política reformista del siglo XVIII tuvo como objetivo el fomento y promoción económica, apoyada en las nuevas posibilidades de acción que el Estado iba adquiriendo.
Se establece una división en la política borbónica de este siglo. En los reinados anteriores a 1.759, la política económica siguió las pautas mercantilistas; la más significativa es la intervención del Estado en la vida económica. La política económica durante el reinado de Carlos III, dio un giro: frente al proteccionismo anterior, la liberalización de los diversos aspectos económicos apareció como la solución a los problemas del país.
Las transformaciones en regadío fueron parte esencial en la política de desarrollo agrario dieciochesca, y así se manifestó a través de las disposiciones legales. En el reinado de Carlos III se hizo una ley conjunto que recogía y aunaba las actuaciones en materia agraria. Esta ley fue el llamado “Expediente de la ley Agraria” de Jovellanos. El expediente venía precedido por la instrucción de numerosos expedientes realizados por iniciativa de ciertas poblaciones, particulares, autoridades e instituciones. Entre 1.766 y 1.767, Campomanes impulsó la realización de consultas a oficiales e intendentes, cuyo objeto era la estructura legal de la tierra, y que iban encaminadas a la elaboración del expediente. Se nombró una Junta de Ley Agraria que reunía aquellas consultas en un memorial ajustado junto con otros informes de la Junta de Comercio y Sociedad Económica Matritense , la Junta de Ley Agraria somete el expediente al dictamen de Jovellanos; quien redacta el “Informe de la Ley Agraria”.
El Expediente fue un serio intento del Estado Ilustrado por analizar los problemas del campo español, pero resultó un plan teórico, más que un proyecto político y sus efectos reales fueron limitados.
Jovellanos, recogió en su Informe los diversos aspectos y cuestiones de la “revolución agrícola”: libertad de comercio, cultivos y ganadería, tradición y maquinaria, corrección de suelos y abonos.
Las finalidades de la política agraria de la Ilustración perseguían la incentivación y el incremento de la producción agraria, a la que se dirigirían dos líneas principales de actuación: la liberación económica y las innovaciones técnicas.
Entre 1.724 y 1.808, la población aumentó, lo que significó una mayor demanda de tierras. Esta demanda era difícil de satisfacer, se incorporaron nuevas parcelas, pero eran insuficientes, encontrándose la mayor parte de la tierra amortizada o vinculada en manos de la Iglesia y la nobleza. Al no poderse dar una salida efectiva a la creciente demanda, la única solución a la presión social fue el incremento de la producción de las tierras ya existentes. Ese incremento se buscó a través de la liberalización económica, conseguida en 1.765 por una Pragmática de Carlos III. La medida no fue adoptada en el momento más apropiado, coincidiendo con un período de malas cosechas, la incentivación de la producción a través del mercado perjudicó al campesino y agravó la situación. Las revueltas populares del año 1.766 (motín de Esquilache) obligaron a desarrollar otras medidas dirigidas al aumento de la productividad agraria. Es el momento de la puesta en cultivo individual de tierras, de las colonizaciones de la época y de la introducción de las innovaciones y mejoras técnicas y, con ellas, la expansión del regadío.
De acuerdo con el regadío y la navegación, la monarquía ilustrada pensó en una red de canales que atravesasen la Península en dos sentidos: del mar Mediterráneo al mar Cantábrico a través de las dos Castillas hasta el Guadalquivir. Este plan no se llegó a cumplir.
La iniciativa de la puesta en marcha de las obras hidráulicas tubo un diversificado origen: por la monarquía, o por los interesados. Lo más habitual era la puesta en práctica de las obras a través de compañías (con concesiones); como son los casos del Real Canal de Murcia, del Canal del Manzanares y del Canal Imperial de Aragón. Otras obras fueron financiadas por el Tesoro. En poco tiempo se mostró la insuficiencia de las compañías privadas para afrontar los grandes gastos de las obras hidráulicas, por lo que el Estado tuvo que hacer frente a la financiación de las obras, lo que le supuso un gran esfuerzo económico, (afrontando los costes a través de la deuda pública, estos nunca llegaron ser amortizados).
Esta época, y sobre todo el reinado de Carlos III, fue decisiva para la formación de una incipiente política agraria e hidráulica. Hubo un posible balance negativo de la obra hidráulica dieciochesca, pues no aumentó la producción agrícola y no produjo apenas variaciones en el régimen de propiedad del agua. Las obras realizadas presentaron enormes fallos técnicos, a lo que hay que sumar los fracasos financieros, que llevaron al endeudamiento aún mayor de la Hacienda.
Jovellanos distinguió tres tipos de inconvenientes que se oponían al adelanto de la agricultura, eran los estorbos derivados de la legislación, los derivados de la opinión y los derivados de la naturaleza. También opinaba que la labor prioritaria para la reforma agraria tenía que ser la eliminación del primer tipo de inconvenientes.
El Ebro:
La cuenca del Ebro era un campo de experimentación para el fomento de la política de desarrollo de las obras de ingeniería hidráulica.
Las construcciones hidráulicas desarrolladas por los Borbones en la cuenca del Ebro son numerosas, la de mayor magnitud fue le del Canal Imperial, iniciada por Felipe V. Hubo que esperar a 1.768 para terminar el proyecto, que se estableció haciendo una concesión a la empresa Badín, la cual, con el ingeniero Krayendorf, se lanzó a ensanchar el canal de siete a once metros; desde Madrid se nombró una junta rectora y en Zaragoza se designó a un delegado, Pignatelli, quien se encargó del canal ante los desaciertos de la empresa concesionaria; para la financiación del proyecto se utilizaron empréstitos, anticipos de Tesoro y la emisión de vales reales. En 1.790 se terminó la presa y se hizo el acueducto del Huerva. El resultado fue un canal de 88 kilómetros, desde Tudela hasta la almenara de San Antonio; en su parte final, dos contracanales regaban los términos de Miraflores y el Burgo.
Con sincronía en el tiempo se llevó a cabo la construcción del canal de Tauste. La villa de Tauste quería que el agua del Ebro fertilizase sus tierras. Las ocho muelas de agua de que se diaponían eran insuficientes y el costo de ampliación y mantenimiento era insoportable para las economías de la comarca. En 1.775 el Estado se encargó del canal y las obras se pusieron en manos de Pignatelli, quien unió este proyecto al Canal Imperial. El canal fue ensanchado y reparado, se construyó una presa de escollerea sobre el Ebro y el agua aumentó a 20 muelas.
Otras obras menos importantes fueron: en 1.765 en Rincón de Soto; con el fin de fertilizar las huertas de la villa de El Milagro, se construyó una presa de escollera y pilotaje que derivaba aguas hacia la acequia llamada Río de San Juan; en 1.754 en la Mejana de Tudela se construyó una presa de escollera sobre el río Ebro, del que extraía aguas para alimentar la acequia de la Mejana y que fertilizaba 150 hectáreas de huerta. También se construyó en 1.728 una presa en Huerva en el término de Mezalocha.
Por la margen izquierda del Ebro, el primer enclave de regadío estaba en la villa de Lodosa. El afluente Ega diseminaba su regadío desde Estella hasta San Adrián, sumándose las comarcas de Lerín y Andosilla. El río Aragón diseminaba
Su regadío desde Jaca hasta el Milagro con importantes zonas agrícolas regadas; la primera de ellas estaba en Jaca; a la altura del afluente Irati, escasos eran los regadíos de Sangruesa, intensificándose en Carcastillo, Santa Clara, Médila, Olite y Tafalla, que tomaba aguas del Cidacos, Caparroso, Marzilla y Villafranca; los regadíos del afluente Arga eran los de Puente de la Reina, Miranda, Falces y Peralta; y por último, los riegos de la villa del Milagro. El siguiente afluente es el Arba, en el que las zonas de regadío se vieron muy beneficiadas por el canal de Tauste. Hay que incluir en la cuenca del Arba el regadío existente en la comarca de Cinco Villas, que en el siglo XVIII se extendía por los lugares de Egea, Sadava, Uncastillo y Sos. Lugares con regadío residual eran los existentes en Pola y Remolinos.
El río Gállego tenía una zona regable en su curso bajo, desde Gurrea a Zaragoza, derivando aguas a través de cinco acequias que surcaban los términos de Mamblas y Malpica, Jarandín, Rabal, Cascajo y Pasaderas y Gállego.
El conjunto Cinca-Segre alcanzó una importancia considerable por sus tierras regadas. Por lo que al Cinca respecta, los riegos comenzaban en Barbastro, que era donde se iniciaba la ribera, hasta Velilla y Zaidín. En total eran unas 3.240 hectáreas de regadío, a las que habría que añadir las del término de Huesca, que regaba a partir de los afluentes Isuela y Flumen, y las del término de Sariñera, a partir del Alcanadre. Este panorama del Cinca se completaba con los regadíos minoritarios de Benabarre y Graus. El Segre concentraba su regadío en torno a su afluente Noguera-Ribagorzana, que fertilizaba desde Andani hasta Soses unas 10.000 hectáreas y en torno a su cauce principal, desde Balaguer, regaba la Planta del Segría y los Lanos de Lérida.
En la margen derecha del Ebro, los primeros regadíos eran los de Matarraña, Guadalope y Martín. En le Matarraña, el regadío era minoritario y se concentraba en las villas de Maella, Mazaleón, La Fresneda y Favar, con 2.500 cahizadas en su conjunto. Más abundantes son los regadíos del Guadalope, que regaba unas 16.000 cahizadas de tierra. La cuenca del Martín fertilizaba unas 8.000 cahizadas entre Sástago, Escatrón, Hijar y en menores cantidades Puebla de Hijar, Castelnou, Xatiel, Samper, Albalate del Arzobispo y Oliete. Entre los términos municipales de Fuentes, Pina, Quinto, Zaida y Mediana, se encontraba una huerta fértil en el mismo cauce del Ebro, que beneficiaba unas 7.000 cahizadas de tierra, a las que hay que añadir 1.400 en Gelsa y 780 en los términos de Velilla, Alforque y Alborge. Subiendo por el río Aguas se localizaba entre Belchite, Almonacid, Lagata y Letrux otra zona importante de regadío que rondaba las 2.500 cahizadas.
Los cultivos de regadío en el siglo XVIII variaron considerablemente con respectos a siglos precedentes, aunque aún los nuevos cultivos no afectaron la primicia de los tradicionales. El primer cambio considerable fue que el regadío eventual de las tierras fue lentamente dejando paso a un regadío más continuo. La vega circundante de las ciudades siguió estando dedicada a los cultivos intensivos de hortalizas.
Cultivos extensivos siguieron siendo regados a veces presentándose en forma asociada. Las vegas de Iregua y Cidacos dedicaron extensiones de regadío al cereal y al viñedo; desde Tudela a Zaragoza, se dedicó esencialmente al cereal y a los olivos. Otros cultivos de tradicional regadío fueron las leguminosas, judías, las plantas textiles, cáñamo y lino, y la fruta de pepita, abundante desde Huesca a Daroca y desde Logroño a la campiña de Lérida. Los nuevos cultivos que se introdujeron fueron el maíz, la patata, la remolacha y la alfalfa, mientras que el arroz ocupó las pantanosas tierras de Tortosa.
La rentabilidad de los cultivos extendidos gracias a la ampliación del regadío fue muy importante para una cuenca que tenía en el cereal su principal producción.
El agricultor no propietario de tierras que cultiva y riega suele estar sujeto a fuertes detracciones que relativizan la rentabilidad de sus cosechas.
Además, el agricultor debía hacer frente al pago de posibles diezmos o primicias que grabaron la tierra y al pago del agua y de los cánones por aprovechamiento de infraestructura hidráulica pública. Pero, sin duda, el hecho más destacable en cuanto a la propiedad y explotación del regadío en la cuenca del Ebro fue el reparto de tierras en relación con la construcción de canales. En este sentido, la construcción del Canal Imperial supuso la puesta en regadío de terreno nuevo, y el campesino que entró en los repartimientos de estas tierras se vio obligado a aceptar unas condiciones económicas muy duras, pues debía pagar el quinto de los granos y el séptimo de los frutos que cultivase, así como la tasa por el aprovechamiento de las aguas. Este sistema de propiedad y explotación fue una de las consecuencias del fracaso de algunos de estos canales.
El Tajo:
La dinastía borbónica tomó más en consideración la necesidad de solucionar los problemas de la agricultura. Los proyectos, escritos, memoriales, informes, etc. se multiplicaron por doquier, pero sólo una pequeña parte de lo planteado se llevó a cabo.
Hay que señalar tres áreas de actuación: la teórica (la de los proyectos de regadío que no se llevaron a cabo), la práctica (aquella que sí dio a luz sus ideas) y los jardines de la monarquía.
Esta cuenca fue una de las zonas privilegiadas por el poder, ya que en ella priman las obras llevadas a cabo sobre los proyectos que no pasaron de tales, en particular por lo que hace referencia a la actual provincia de Madrid. El hecho de que todo girase en torno a la Corte y la política centralista y centralizadora de los Borbones ubicó la mayoría de los logros hidráulicos en torno a Madrid.
Los proyectos frustrados fueron el canal del Henares y el del Guadarrama. El primero tuvo como mentor principal al conde de Aranda, y abarcaba desde la confluencia del río Sorbe con el Henares hasta la desembocadura de éste en el Jarama. Se preveía la construcción de una acequia que permitiese el riego de las campiñas de Guadalajara y Alcalá. Para superar los desniveles en ese trayecto, se construirían un puente-acueducto y una serie de diques sucesivos para elevar el agua. Hasta 1.863 el proyecto no pasó de los papeles.
El canal de Guadarrama ( 1.786-1.789) comenzó por iniciativa del Banco de San Carlos, con la idea fundamental de transportar las piedras para la construcción de edificios desde la sierra hasta Madrid. Debía acabar desde la garganta del Guadarrama, hasta el puente de Toledo sobre el Manzanares. Se iniciaron las obras de reconocimiento y nivelación del terreno, pero sucesos políticos europeos (Revolución Francesa) retrasaron la reanudación de las obras.
De los proyectos realizados destaca el del canal del Manzanares, que se inició en 1.777. Este canal estaba ideado para la navegación. El canal hubo de ser reparado entre 1.826 y 1.831, fechas en las que se cambió su concepción original por la del regadío. Se realizaron entonces diez esclusas para distribuir el agua en pequeños estanques repartidores para el riego, a los que se añadieron pequeñas norias en su recorrido para la fertilización de árboles y semilleros.
En cuanto a la Real Acequia del Jarama, fue Felipe V quien realizó la actual traza del canal, como continuación del que en el siglo XVI había mandado construir Felipe II. El nuevo proyecto incluía su ampliación a los lugares de San Martín de la Vega, Ciempozuelos, Sesenia, Añover, Villaseca de la Sagra, Magán, Mozejón, Velilla y su desarrollo hasta Toledo. El tramo final fue abandonado debido a la aparición de suministros producidos por la disolución de los yesos existentes en el terreno. Para regular su uso y gobierno se creó en Cienpozuelos una contaduría, al tiempo que nueve guardas y un sobreguarda del Patrimonio se encargaban de su custodia.
La monarquía borbónica hizo del hermoseamiento y mejora de los jardines de sus palacios un símbolo exterior de su concepción optimista del mundo y de la naturaleza. Este es el caso del Real Sitio de Aranjuez. Para realizar este hermoseamiento de los jardines, los monarcas se vieron obligados a cometer obras de ingeniería hidráulica para proveer de aguas los vergeles, las fuentes y cascadas que se hicieron. Para llevarlas a cabo dos fueron las aportaciones de ingeniería al Real Sitio; la primera, de 1.735, consistió en la construcción de un estanque pequeño, en el que se encontraban las llaves de carga y descarga para abastecer las fuentes, surtidores y juegos hidráulicos. La otra, de 1.790, consistió en la edificación de otro estanque grande en el prado de la Cabina, que en 1801 fue destruido por una avenida. El resto sólo consistió en reforma y desarrollo de los anteriormente existentes.
Fue bastante importante para el desarrollo del regadío la implantación de industrias sederas en el Tajo, caso de San Fernando de Henares o de Plasencia, ya que el cultivo de la morera que se requería para la industria de la seda necesitaba una gran cantidad de agua. Un caso de iniciativa privada a gran escala es la construcción del Canal de Cabarrús.
Los acontecimientos políticos de la última década del siglo, dieron al traste con los fines primordiales que perseguía la política agraria de la Ilustración. La desamortización como programa político afectó al régimen de propiedad de la tierra, pero las producciones y los sistemas de explotación de la misma cambiaron.
El Duero:
El regadío en la cuenca del Duero se extendió en estos años de recuperación tras la recesión sufrida con la crisis del siglo XVII. Se puede conocer su extensión gracias al “Catastro de Ensenada”. En él no siempre se establece una diferenciación entre tierras y cultivos de secano por un lado y de regadío por otro. Hay noticias referidas a la zona donde de forma tradicional se había efectuado esta práctica con más intensidad.
Había una preeminencia generalizada del cultivo de secano. Pueblos localizados en áreas con una gran tradición de riegos presentaban pequeñas superficies dedicadas a riego frente a un secano mayoritario.
Los productos cultivados en huertos eran los mismos de siempre, sin que se hayan detectado innovaciones especiales.
Aunque en general predominaba los prados de secano, podía darse el caso también de prados de regadío documentados en La Armunia y Tierra de Campos, o de pequeños herrenales y arnales destinados a su vez a la alimentación del grano. Los regadíos más destacados tras los huertos eran los productos textiles, principalmente el lino. Al igual que en la época de los Austrias, se obtenían los mayores rendimientos cultivando dichos productos con otros productos.
Otros productos diversos fueron también objeto de riegos, como el maizal.
El hecho de que los productos regados fuesen los mismos en ésta época que los de centurias anteriores es significativo a su vez de la existencia de una mayor diversificación de la producción agraria.
Sin duda, aunque la actividad ganadera continuó siendo importante en la cuenca, fue la agricultura de secano (cultivo del trigo) la actividad económica más destacada. El siglo XVIII significó para la cuenca del Duero en materia agraria el reforzamiento del monocultivo cerealista.
La imposición de este monocultivo cerealista a sido interpretada de diversas formas. Para algunos autores no obedeció a las necesidades del mercado, sino que vino dada por las condiciones del medio geográfico y porque era el producto más fácil de obtener para cubrir las carencias alimenticias de la población. Otros han puesto el acento en la estructura de la propiedad de la tierra y en la tendencia a concentración de la misma en unas pocas manos, principalmente eclesiásticas.
En íntima conexión con el predominio triguero se hallaba el primitivismo agrario imperante en la cuenca. El atraso de las técnicas de cultivo y del utillaje agrario había sido uno de los motivos por los que el valle del Duero alcanzó un techo en su crecimiento durante el siglo XVI. La recuperación del XVIII no se efectuó sobre nuevas bases, sino que se acentuaron los rasgos arcaicos, conservadores de la agricultura castellana, que continuó siendo eminentemente extensiva y que se aferró todavía más al monocultivo cerealista en vez de diversificar su producción. El sistema de cultivo dominante era el de año y vez con agrupación del terrazgo en hojas, la escasez de bonos y la tracción animal a base de mulas sobre todo. Los resultados continuaban siendo unos bajos rendimientos. A esto habría que añadir el desinterés de los propietarios por mejorar la productividad de sus fincas. Para los grandes señores la forma más inmediata de obtener beneficios era cultivar trigo, aumentar la superficie de terrazgo trabajado y especular en el mercado, pero no invertir en utillaje o técnicas más avanzadas.
La práctica del regadío del siglo XVIII seguía anquilosada geográfica, técnica y socialmente. El conservadurismo de la cuenca en materia de riegos se puso de manifiesto en las mismas ordenanzas municipales. Constituyen un ejemplo más del inmovilismo de las estructuras económicas castellanas del Antiguo Régimen.
El establecimiento del monocultivo triguero y el conservadurismo agrario constituyen aspectos que explican el estancamiento experimentado por la agricultura irrigada castellana. Podemos citar otros fenómenos como la decadencia del mundo urbano castellano durante el siglo XVIII.
Los riegos continuaban circunscritos a las proximidades de los núcleos de población y en el caso de las ciudades era posible que se diera un retroceso; y en los mejores casos, mantenían las cotas alcanzadas con anterioridad, pero nunca las superaron. la decadencia de las ciudades y de la manufactura textil no ayudaba a su reactivación; la estructura de la propiedad de la tierra y el camino seguido por la producción agrícola no dejaba tampoco un hueco para la intensificación de los cultivos. Otro aspecto es el estado de abandono, la ineficacia y la desidia perceptibles en torno al empleo del agua.
La cuenca prosiguió encerrada en sí misma y sin visos de poder superar sus deficiencias de la estructura interna.
El reformismo ilustrado actuó desde arriba, desde las altas instancias de poder. La llegada de los Borbones a España significó un cambio radical desde el punto de vista de la política agraria. La línea de reforma agraria tuvo como manifestaciones más visibles disposiciones legales concretas encaminadas a paliar problemas también concretos, sobre todo los relacionados con las crisis de subsistencia que se habían declarado a mediados de la centuria. En 1.765 se promulgó una pragmática sobre el libre comercio de granos, también se fomentó la actividad industrial y la infraestructura de comunicaciones.
Hubo intentos para fomentar el limo y el cáñamo. La proliferación de las Sociedades Económicas de Amigos del País durante la segunda mitad del siglo XVIII resulta sintomática de los anhelos reformistas. Dichas Sociedades tenían como objetivo prioritario la potenciación de los recursos económicos de sus zonas respectivas y muy especialmente de sus manufacturas, por lo que su actuación repercutió también sobre la industria textil.
De todos los proyectos reformistas el más ambicioso y de mayor transcendencia posterior fue el del Canal de Castilla. Primeramente, la meta principal era mejorar la red de transportes de la España interior y sólo se pensaba en el riego de forma secundaria. Luego, se retomó la idea tan extendida en el siglo XVI de establecer una red de canales navegables que sacase a la cuenca del Duero de su encierro. El germen del nuevo proyecto parece localizarse en la representación dirigida por el Marqués de la Ensenada a Fernando VI en 1.751. La red de carreteras y canales navegables propuesta por Ensenada obedecía a las necesidades específicas del país, pero también a los impulsos procedentes del exterior, ya que naciones vecinas estaban inmersas en plena “revolución de transportes”.
El proceso de construcción del canal, fue largo y no se culminó hasta el siglo XIX. El primer encargo se hizo al ingeniero francés Carlos Lemaur. A partir de sus proyectos, Antonio de Ulloa presentó en 1.753 el que sería aceptado como definitivo por el Estado, el “Proyecto general de los canales de navegación y riego para los vecinos de Castilla y León”. En el mismo se contemplaba la construcción de cuatro grandes canales: el Canal del Norte, el Canal de Campos, el Canal del Sur y el Canal de Segovia.
Las obras se iniciaron en 1.753 con lo que sería el Canal de Campos. Al frente de estas obras Ensenada colocó a Antonio de Ulloa y a Carlos Lemaur. Tras el Canal de Campos, se inició en 1.758 el Canal del Norte bajo la dirección de Fernando de Ulloa, y al finalizarse su último tramo se consiguió enlazarlo con el de Campos. Por último, en 1.792 se iniciaron las obras del Canal del Sur hasta 1.804, fecha en que se paralizaron por falta de recursos.
El proyectado Canal de Castilla venía a mejorar las comunicaciones interiores y no los riegos de los campos. Se había difundido la idea de que ambos usos eran precisos para la cuenca del Duero. Sin embargo, el regadío ocupó un lugar secundario en el plan general de canales. Al iniciarse las obras del Canal de Campos, la principal preocupación era que el riego no llegase a perjudicar a la navegación por un desvío de aguas excesivo, de ahí que zonas donde el área a regar fuese más amplia se estipulasen una mayor profundidad del canal y una mayor pendiente.
Carlos III promovió un plan experimental con el que se pretendía que los labriegos vecinos del Canal de Campos empleasen las aguas para el cultivo de cereales y el riego de sus prados, pero que su uso se extendiese también a todas las especies de las que se sacasen beneficios, con lo que pretendía imponer una mayor diversificación de cultivos. Dicho proyecto constituyó un fracaso.
El fracaso de muchas de las reformas proyectadas por la Ilustración española se ha achacado al alejamiento de los reformadores, tanto desde el punto de vista de su ascendencia social como de su nivel cultural, respecto a quienes se pretendía reformar. Esto explica el fracaso de las Reales Sociedades Económicas.
Algunas de las escuelas establecidas para mejorar la producción industrial e introducir los postulados de “la nueva agricultura” obtuvieron resultados positivos, pero éstos no debieron tener repercusiones realmente intensas sobre la sociedad. En ciertos tramos del Canal de Castilla se habían erigido “casetas de riego” destinadas a la instrucción de la siembra. Todo fue inútil.
En la segunda mitad del siglo XVIII se destaca la escasa difusión del regadío. La razón de este fracaso último estribaría en la superficialidad de las reformas planeadas por los ilustrados, que no atacaron nunca los problemas de fondo.
No era posible introducir una agricultura intensiva, cuando en el medio agrario castellano todo eran problemas.
No hay por tanto durante el siglo XVIII un aumento destacable de la productividad motivado por un incremento del terrazgo regado. Las medidas adoptadas, tendrían sus consecuencias positivas, y abrirán nuevas vías de desarrollo que se irán manifestando tímidamente. Este fenómeno se produciría en el siglo XIX.
Las infraestructuras hidráulicas empleadas para el riego de los campos seguían siendo básicamente las mismas, las efectuadas para proporcionar energía motriz a todo tipo de molinos y batanes, a partir de los cuales los campesinos podían efectuar sus propios sangrados.
El Setecientos supone para los principales países europeos y también para España el inicio del fin de un derecho secular: la propiedad feudal de las aguas. Ese carácter patrimonial constituía un grave impedimento para el pleno desarrollo industrial de países que se hallaban embarcados ya en los inicios de la revolución industrial, impulsados por la extensión y desarrollo de la máquina de vapor. Las medidas liberalizadoras se adoptaron en dos fases: primero se promulgó una legislación que favorecía la extensión de los riegos, y después ya se derogaron directamente los derechos dominicales sobre el agua. En España, las Cortes de Cádiz abolieron la condición patrimonial del agua a través de sendos decretos dictados en 1.811 y 1.813. Pero hasta llegar a la derogación definitiva fue necesario recorrer un siglo en el que el espíritu reformista imperante no logró romper con los viejos esquemas.
La primera cuestión a tratar es la referida a la propiedad feudal del agua. Los grandes señores continuaban siendo sus dueños e intentando controlar en la medida que sus posibilidades se lo permitían, lo que conllevó a choques con los campesinos.
El motivo de estos enfrentamientos no era otro que el adecuado empleo del agua. Este pleito no era más que la culminación de otros anteriores que se habían planteado por los mismos motivos y venía a poner de relieve algunos de los principales problemas que desde siempre habían aquejado a los regadíos en Castilla. No se trataba sólo de los derechos feudales sobre el agua, sino también de la escasez de la misma.
El conflicto venía a resaltar otros aspectos que se consideran del mayor interés y que se producían de forma generalizada en la cuenca del Duero desde siglos atrás. Se trata de la tendencia a controlar además las tierras de regadío por parte de los grandes señores.
Los conflictos por el control del agua podían ser suscitados además por los mismos concejos urbanos.
El aprovechamiento de las aguas continuaba siendo de índole colectiva en líneas generales, siguiendo también en este aspecto las pautas marcadas en le Edad Media. Para regular dicho aprovechamiento y evitar los conflictos, el instrumento más adecuado fue las ordenanzas. Estas ordenanzas seguían el mismo esquema de las promulgadas en tiempos de los Austrias: se establecían dos alcaldes de aguas que se encargasen de su correcto empleo y que se elegirían cada dos años, a ellos se les encomendaba el control del reparto del agua, la manutención de las infraestructuras hidráulicas, etc.
No se detectan corrientes innovadoras en torno a la organización social de los riegos y al aprovechamiento del agua, sino que se prosigue una línea de continuidad respecto a centurias anteriores. En el siglo XIX se producen cambios en las estructuras que inmovilizaban al campo castellano.
EL REGADIO EN LOS SIGLOS XIX Y XX:
El Primer Plan de Obras Hidráulicas marca el fin del período de la Restauración y el paso al siglo XX en materia de regadío. En su articulado, el Plan atribuía la ejecución de las obras de riego a particulares o empresas de riego mediante el sistema de concesiones. Pero este sistema reafirmaba la tendencia intervencionista estatal iniciada en el período anterior.
La ley de 1.911 supuso la alteración del régimen de concesiones, esta ley permitía que las obras de transformación en regadío fuesen construidas por el Estado con el auxilio económico de los propietarios de las tierras regables; en casos excepcionales, la obra podría correr por cuenta exclusiva del Estado.
Esta ley es un nuevo intento de dar impulso al Plan Nacional de 1.902, pero no fue suficiente para ponerlo en marcha.
A partir de la ley de 1.911 se inauguró un nuevo período en la evolución del régimen de subvenciones y financiaciones de las obras, que culminó con la dictadura de Primo de Rivera. En el período 1.911-1.931 fue el Estado quien realizaba directamente las obras hidráulicas. La dictadura supuso la consolidación de la función del Estado en materia de regadíos, se dieron los primeros pasos de una política hidráulica coordinada y efectiva, formulada legalmente. El costismo supuso una influencia fundamental para ello, en una línea de continuidad que llegó a su punto más alto durante la dictadura del General Franco.
La política hidráulica de Primo de Rivera se enmarca dentro de una política económica que pretende el aumento y mejor distribución de la renta nacional a través de la mejora de la agricultura, el fomento de la industria y el desarrollo del comercio exterior, y con una especial dedicación a los servicios y obras públicas.
El año 1.926 fue el punto de partida de la articulación de la nueva política hidráulica de la dictadura. En ella se determinan dos líneas principales de actuación con objetivos complementarios. De una parte, se trataba de conseguir la efectividad de las obras ya realizadas, así como de las realizables en el futuro. El Real Decreto-ley de 1.926 estableció la obligatoriedad de transformar en regadío las tierras afectadas por obras de riego, dando para ello un plazo máximo de 20 años. En caso contrario, será posible proceder a su explotación. Pero no hubo tiempo para ponerla en práctica y los principales responsables de las reticencias siguieron demostrando desinterés.
La segunda línea de actuación fue la adopción de nuevos procedimientos y criterios de actuación, más coherentes. El paso fundamental fue la creación de las Confederaciones Sindicales Hidrográficas, por el Real Decreto de 1.926. Manuel Lopez Pardo fue la figura principal en su acuñación, partiendo de los planteamientos de Joaquín Costa.
La función de las Confederaciones fue la elaboración y puesta en marcha de los planes de aprovechamiento coordinados de las aguas de cada una de ellas. El Real Decreto las definía como organismos públicos dependientes del Ministerio de Fomento; disponían de amplias facultades y se beneficiaban de los incentivos económicos previstos por la legislación de obras públicas. En apoyo de las Confederaciones se creó el Consejo de Energía, para la coordinación de las Confederaciones, y en 1.929 el Comité Central de las Confederaciones Sindicales Hidrográficas, para ayudar a éstas a aunar normas y bases de actuación.
La escasa transcendencia real de estos nuevos organismos se debió en primer lugar a su corto período de vigencia, acentuado por la crisis política de los años 20. Con la llegada de la Segunda República se reconvirtieron en las Mancomunidades Hidrográficas.
Las Confederaciones Sindicales Hidrográficas de la dictadura fracasaron, debido a que a las intenciones estatales de transformación agraria se opusieron los intereses de los grupos dominantes, que eran el apoyo del régimen y quienes están realmente representados por este Estado.
El principio del siglo XIX apareció como una continuación del período ilustrado en los problemas planteados y en las soluciones a adoptar. El éxito de la Revolución francesa produjo en España un involucionismo político.
El esfuerzo principal de este período lo hizo Jovellanos, el cuál dirigió a la reforma a aquellos “estorbos de opinión”.
Con la llegada del Trienio Liberal, el orden de los problemas volvió a invertirse: los problemas estructurales vuelven a su lugar prioritario, como paso previo a cualquier difusión y enseñanza técnica. El Trienio aparece como la última síntesis de los temas y propuestas iniciados por los ilustrados, pero al mismo tiempo demuestra la superación de éstos.
Tras el fin del reinado de Fernando VII, las medidas legales dirigidas a la implantación del régimen burgués y a la extinción del Antiguo Régimen se aceleraron, y también lo hicieron en materia de aguas. En el primer tercio de siglo, las Cortes de Cádiz proclamaron la libertad de cultivo del suelo, y de la facultad para construir molinos y artefactos aprovechando la fuerza motriz de los ríos. Los decretos de 1.811 y de 1.813 abolieron los privilegios señoriales y los que ejercía el Real Patrimonio en determinadas provincias sobre las aguas. Todas estas disposiciones quedaron en suspenso con la llegada al trono de Fernando VII, la ley aclaratoria de 1.823 reiteró la abolición señorial sobre las aguas, que quedaron para el libre uso de los pueblos.
Tras la muerte de Fernando VII retornaron las medidas liberalizadoras. Por un Real Decreto de 1.835 la Corona cedió en los antiguos reinos de Aragón, Cataluña y Valencia la propiedad de las aguas de los ríos. Fue éste el primer paso efectivo en la reforma de la legislación que culmina con la liberalización.
Durante el Trienio, la Ley Orgánica de 1.823 encomendaba a ayuntamientos y diputaciones provinciales la “policía y distribución” de las obras destinadas a artefactos, riegos y navegación. En 1.836 se restableció aquella ley de 1.823, sometiendo a las autoridades administrativas el conocimiento de los asuntos de aguas, lo que se reafirmó en 1.839. Las atribuciones de diputaciones y ayuntamientos en aprovechamiento de aguas se vieron ampliadas y concretadas, además, en las leyes de 1.845 para la regulación de estos organismos.
Otro cuerpo numeroso de leyes iba dirigido al fomento y estímulo de la puesta en riego. Este estímulo se procuraba a través de exenciones fiscales. En 1.819, las rentas de capitales que se invirtiesen en la construcción de obras de riego quedaban exentas de la contribución los 10 primeros años una vez finalizadas las obras. Ambas medidas se ratificaron en 1.849, por Ley y Reglamento de 24 de mayo.
Hasta mediados del siglo XIX las diversas disposiciones legislativas aparecieron sin una normativa general que las enmarcase. Fue a medidos de siglo cuando se inició una auténtica política de riego (las medidas de fomento de la obra hidráulica se hicieron más amplias y complejas y, sobre todo, se elaboró una normativa general en materia de aguas: la ley de 1.866).
El fomento de las obras se emprendió a través de un plan más completo que las exenciones fiscales. El Estado hizo inversiones de capital en este fomento. Se realizaron estudios y memorias como la “Memoria sobre el estado de Obras Públicas en España”, en los años 1.856 y 1.868, a cargo de la Dirección General de Obras Públicas dentro del Ministerio de Fomento; redacción por parte de la Junta Consultiva de Caminos, Canales y Puertos de un Programa para el estudio hidrológico de las cuencas de los ríos, en 1.864. En la misma línea se reforzaron las funciones de los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en la supervisión, vigilancia y ejecución de los proyectos y obras hidráulicas.
La ley de 1.866, sobre Dominio y Aprovechamiento de Aguas, es el primer código español y europeo dedicado en exclusiva a esta materia. Una nueva comisión fue nombrada para la redacción de ese proyecto, convertido en ley el 3 de agosto de 1.866. Aunque la ley sufrió una serie de modificaciones posteriormente.
A lo largo del siglo XIX se fueron creando empresas y sociedades de capital privado que se dedicaban a la realización de obras de riego. A ello contribuyó la acumulación de los primeros capitales de la burguesía (capitales procedentes de la incipiente industrialización). La ejecución de las obras hidráulicas se confió a empresas de riego de corte capitalista a través del régimen de concesiones.
Se seguía rechazando la intervención directa del Estado en las obras públicas, y se mantenía y reforzaba el sistema de concesiones a empresas privadas de riego, apoyándolo en la legislación. José Echegaray, en su preámbulo al Decreto-ley de bases de 1868 estableció que las obras públicas se debían regular por la ley de la oferta y la demanda. Así, la Ley de Canales de Riego y Pantanos se mostró favorecedora de las empresas.
La Restauración aparece como la etapa decisiva en la consolidación de esa política de riegos iniciada a mediados de siglo. Es el momento de la acuñación del término “política hidráulica” referido a un plan de conjunto político, económico y social en torno al regadío. Se iniciaba con la Restauración un período en el que la preocupación por la agricultura se canalizó en una sola dirección: la política hidráulica.
Elemento fundamental de la acuñación de todas las bases ideológicas de la política hidráulica fue el Regeneracionismo. Esta corriente de pensamiento tenía como objetivo dar una salida al atraso que presenta España frente a otros países europeos y regenerar el país.
Fue Joaquín Costa el pensador regeneracionista que más insistía en la defensa del regadío, y en quien la política hidráulica adquirió su expresión más completa y definida. Otro autor regeneracionista fue Ricardo Macías Picavea, el cual expuso sus teorías sobre la política hidráulica (la política hidráulica como parte de la obra reconstituyente del país, junto a la política pedagógica). Según su planteamiento, en una economía agraria, el desarrollo del campo era la condición fundamental de la regeneración del país. El mayor obstáculo del desarrollo en España era la falta de humedad; por ello el progreso de la agricultura, y con ella del país, había de basarse en su transformación en regadío.
La política hidráulica que Costa planteaba no se limitaba a la construcción de obras e infraestructuras para el riego, sino que se trataba de un plan muy completo de actuaciones que recogía aspectos técnicos, financieros y educativos para una verdadera transformación. Estas habían de completarse con mejoras en otros ámbitos, ajenos a la política hidráulica.
Los beneficios agrarios concretos que a corto plazo conllevaría la transformación en regadío serían numerosos.
La política hidráulica aparecía como el instrumento que permitiría resolver todos los problemas del campo español: la transformación de la tradicional agricultura extensiva en moderna e intensiva permitiría el desarrollo global y equilibrado del país, y por otro lado, el freno al proceso de polarización social y proletarización que empezaba a manifestarse en el campo español.
La política hidráulica de Costa tiene un importante componente de proyecto social. El incremento de población ponía en cuestión las anacrónicas estructuras de propiedad. La solución regeneracionista a este problema fue una reforma moderada a partir de la revalorización de la tierra conseguida con la aplicación a gran número de campesinos, labradores, jornaleros, artesanos, y convertirlos en pequeños propietarios agrarios. Estos, viendo aumentar su número y peso social, apoyarían la política hidráulica restauradora, hecha a la medida de sus intereses, al tiempo que frenarían la expansión de movimientos agrarios más radicales.
La obra fundamental del período restaurador en materia de regadíos fue la Ley de Aguas de 1.879. Con ella se pretendía la uniformidad administrativa. Esta ley regulaba únicamente las aguas terrestres y superficiales, y lo hace imbuida de un espíritu progresista. Establece las prioridades en el aprovechamiento de aguas, entre las que el riego y la navegación ocupan un tercer y cuarto puesto, respectivamente.
Se regula la figura de las Comunidades de Regantes, dotándolas de amplios beneficios. Estas comunidades quedaron establecidas como corporaciones de derecho público, cuya finalidad era velar por la eficacia y justa distribución de los riegos. Además de las desgravaciones fiscales establecidas para toda transformación en regadío, estas Comunidades de Regantes recibirían auxilios especiales cuando emprendiesen colectivamente las obras para el riego de sus tierras, contemplándose la concesión a perpetuidad. En el caso de las concesiones a empresas de riegos, éstas tendrían un límite máximo de 99 años, al cabo de los cuales las tierras beneficiadas quedan libres de canon o renta y las presas, acequias y demás obras para riegos pasan a las Comunidad de Regantes respectiva. Se establece también que, cuando un plan de riego sea aceptado por la mayoría, todos los afectados quedarán obligados al pago del canon o renta establecida. Estas condiciones fueron muy favorables a Comunidades y Sindicatos de regantes de ciertas zonas.
La política de protección y fomento de las Comunidades de Regantes como asociaciones de propietarios se mantienen en la Ley de 1883 de Grandes Regadíos, estas fueron favorecidas a la hora de las concesiones, recibiendo además fuertes subvenciones.
La ley de 1.883 (Ley Gamazo) es el punto de partida de una política subvenciones estatales para las obras hidráulicas. En ellas se establecen condiciones muy favorables a la construcción de canales y pantanos de gran caudal
La Ley Gamazo regula un sistema de subvenciones cada vez más necesario, debido al poco éxito del régimen de concesiones. Y marca con ello el inicio de un proceso que, aún con moderación se fue generalizando hasta la ley de 1.911.
La Restauración se convirtió en un período de inflexión, en lo que a financiación y realización de obras hidráulicas se refiere, entre los siglos XIX y XX. La ley Gamazo fue el punto de partida de la intervención del Estado en la construcción de esas obras, permitiendo que éste construya por su cuenta las obras principales de los nuevos regadíos. Se establecía así un sistema mixto de compañías privadas y Estado, con una importancia creciente del Estado, que se encamina hacia lo que será la práctica habitual en el siglo XX.
La segunda aportación de la Restauración en materia de riegos fue el inicio de su organización administrativa. Las medidas fueron diversas y con perspectivas bastante amplias. Era la primera referencia administrativa a la idea ya antigua de planificación agraria a través de la colonización por regadío. En 1.889 se creó el Servicio Hidrológico, primera organización administrativa del uso del agua. Por el Real Decreto de 1.900 se reorganizaba este Servicio, con la creación de las Divisiones de Trabajos Hidráulicos.
El Primer Plan Nacional de Obras Hidráulicas, aprobado por el Real Decreto de 1.902, recogía más de 200 obras hidráulicas. El resultado es un plan muy ambicioso, pero poco elaborado, que manifiesta la falta de experiencia y de capacidad de la Administración ante semejante empeño. Se limitó a ser un catálogo de obras.
Como primer intento planificador del uso del agua, el Plan Nacional de 1.902 se convirtió en punto de referencia obligado para toda la política hidráulica hasta 1.933.
El Ebro:
De la ocupación napoleónica hasta la Primera República es el marco de referencia tomado en la cuenca del Ebro.
Muchos son los cambios que se produjeron desde el punto de vista social, económico y político. La reforma económica tuvo su punto axial en la desamortización de bienes de manos muertas, lo que supuso la puesta en circulación de una cantidad considerable de tierras de regadío. Junto a la alteración de los sistemas de propiedad variaron también los sistemas políticos y legislativos. Los centros de poder que habían sido básicamente los municipios y el Estado Central se vieron fragmentados por otros intermediarios; la provincia se erige después de la reforma administrativa de Javier de Burgos, como la división territorial por excedencia, que tuvo en los gobernadores civiles a los mandatarios que representaban el poder central y en las Diputaciones a la representación de los poderes locales.
En cuanto al análisis de la infraestructura hidráulica de regadío, hay que decir que los canales tuvieron que compaginar su puesto privilegiado con la construcción de embalses y pantanos.
Las actuaciones llevadas a cabo a fin de fomentar las canalizaciones de aguas derivadas de los ríos tuvieron una preferencia considerable por la margen izquierda de la cuenca hidrográfica del Ebro. La de mayor envergadura fue la construcción del Canal de Tamarite. Fue en 1.806 cuando los ingenieros Rocha e Inchauste presentaron el primer proyecto diseñado a instancias de Carlos IV. En 1.834 el gobierno liberal concedió a una empresa privada los derechos de construcción y explotación a fin de regar 200.000 cahizadas de tierra tomando aguas del Esera y del Cinca. Ante la falta de cumplimiento de compromisos por parte de la empresa concesionaria, en 1.850 se revocó la concesión. Las actuaciones subsiguientes condujeron a la formación de la Real Compañía del Canal de Tamarite de Litera, cuyo objetivo fue la construcción de canales de riego. En 1866 quedó instituida esta compañía; 10 años después se renovó la concesión y el nombre del canal, que pasó a ser el Canal de Aragón y Cataluña.
Por el constante incumplimiento de la empresa concesionaria, en 1.891 tuvo que declararse caducada la concesión, y fue entonces cuando la iniciativa popular representado por Joaquín Costa presionó al gobierno conservador para que el Estado asumiese definitivamente la responsabilidad de construir el canal. En el año 1.910 se finalizaron las obras.
El proyecto más ambicioso ideado para fomentar el desarrollo del regadío en la Cuenca del Ebro, fue el Plan de Riegos del alto Aragón. Fueron los proyectos de Bergues en 1.865 los que intentaron la construcción del ahora llamado Canal de Sobrarbe, antes canal de la Princesa de Asturias, con el fin de regar fanegas de tierra situadas entre los ríos Cinca, Vero y Alcanadre. En 1.902 el plan general de canales de riego se preocupó de esta zona y su filosofía se plasmó en la Ley de Riegos del Alto Aragón, aprobada en 1.915. Las intenciones de esta legislación preveían la puesta en regadío de 3.000 hectáreas, beneficiando a pueblos de Huesca y Zaragoza. Se debía construir el Canal del Cinca y el Canal de los Monegros. En 1.926 la Confederación Hidrográfica del Ebro se hizo cargo del desarrollo del plan.
También destinados a beneficiar el regadío de las tierras de la margen izquierda de la cuenca del Ebro fueron los canales de Cherta o de la Derecha y el Canal de Urgel. El canal de la derecha fue concluido en 1.858 y su objetivo fue poner regadío 11.7800 hectáreas de tierra del delta derecho entre Amposta y la isla de Buda. Los beneficios del canal fueron considerables. Se introdujo el cultivo del arroz gracias a la posibilidad de utilizar abundante agua corriente. El Canal de Urgel fue construido entre 1.853 y 1.861. Se utilizó para ello el sistema concesional. El proyecto preveía la puesta en regadío de los Llanos de esta comarca derivando aguas del Segre y distribuyéndolas a través del canal y de una red de acequias.
La margen derecha de la cuenca continuó con el sistema de riegos ya construido en los siglos procedentes. Las actuaciones para su ampliación fueron menos importantes que las de la margen izquierda.
La situación del regadío en la cuenca a mediados del siglo XIX queda bien reflejada en las estadísticas que presenta Llauradó. según este autor , el total de las hectáreas regadas era de 236.107, lo que suponía el 2,86% de la extensión de la cuenca. De todo ello se deduce la escasa incidencia del regadío en el curso superior. Fue en el valle medio en donde se desarrolló en gran medida el regadío.
El aumento de 236.000 hectáreas que se regaban a mediados del siglo XIX pasaba necesariamente por un mejor aprovechamiento de la infraestructura hidráulica, y más concretamente de los canales Imperial, Tauste, Urgel y Cherta.
En 1.904 el Ministerio de Agricultura publicó un estudio sobre el regadío peninsular recogiendo en cifras las cantidades de tierras irrigadas.
El crecimiento del regadío en la cuenca hidrográfica se debió a una actuación en el marco político y jurídico. Tres son los hitos fundamentales en este sentido. El primero de ellos fue la Ley de Aguas promulgada en 1.866. Inspirada en esta ley surgió otra actuación legislativa plasmada en 1.870 en la ley sobre concesiones de canales de riego. En 1.879 una nueva ley de aguas posibilitó las concesiones para fomentar el regadío, reforzándose esta política en 1.883 y 1.884, cuando fueron aprobados los modelos de ordenanzas y reglamentos para los sindicatos y jurados de riego. Fruto de esta legislación fue el fomento de construcciones hidráulicas y la reglamentación de su aprovechamiento a través de las comunidades de regantes. Los canales ya construidos se reglamentaron del mismo modo en este período de efervescencia legislativa; surge así la Junta Administrativa del Canal Imperial, puesta como paradigma de esta explicación.
El segundo dato a tener en cuenta es el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1.902, que sirvió para establecer la política de construcción de canales, pantanos y embalses para el desarrollo del regadío. La rentabilidad de este esfuerzo planificador no se vio con inmediatez. Después de la Guerra Civil, años 50 y 60, cuando se percibió más nítidamente el aumento de las extensiones regadas en la cuenca del Ebro como consecuencia de este esfuerzo de principios de siglo.
El tercer hito hace referencia a la creación en 1.926 de la Confederación Hidrográfica del Ebro. En plena dictadura de Primo de Rivera tomó bajo su responsabilidad la gestión pública del regadío de toda la cuenca y actuó de forma considerable en la finalización de numerosos proyectos de construcción de presas, pantanos y canalizaciones.
Otra característica importante de este regadío era la resultante de la relación existente entre lo que denominamos “ tierras de regadío constantes” y “ tierras de regadío eventual”.
Sobre los cultivos beneficiados por el agua se pueden dar algunas cifras. El trigo y la cebada fueron los cultivos más irrigados en muchas de las provincias de la cuenca.
La propiedad de las tierras de regadío a lo largo de toda la cuenca se caracterizó por su división en parcelas de tamaño reducido.
Los sistemas de explotación eran los de carácter directo entre el pequeño agricultor propietario y una masa considerable de agricultores arrendatarios. Los precios de los arrendamientos resultan de difícil constatación por la variedad con que nos encontramos y por la escasez de referencias documentales.
El Tajo:
El siglo XIX fue el período de cambios en la estructura política y económica de España. El cambio burgues-liberal y el capitalismo afectaron al regadío de la cuenca del Tajo, esto está explicado en el “Diccionario Geográfico-Estadístico” de Madoz.
El Diccionario abarca todo el ámbito peninsular español. Para organizar información, en la parte que afecta al Tajo, señaló los lugares más importantes por provincias. Estos lugares son:
· Guadalajara: se hacen menciones del río Henares, que fertilizaba las vegas de Horna, Mojares y Jadraque. El encajonamiento del río impedía su uso para el riego, como es el caso de Alcuera.
En las “Relaciones” de Felipe II se hace mención de otras localidades de Guadalajara: Albalate de Zorita (se hace referencia a acequias para el riego, aprovechando las aguas de los arroyos que circulan por su término), Almoguera (se regaban 200 fanegas de terreno), Almonacid de Zorita (se regaban 400 fanegas de tierra, sin embargo producían muy poco) y Auñón (está en medio de una vega, cuyo terreno es fértil y recompensa regularmente los afanes del labrador).
. Toledo : se hacen referencias a Escalona y Talavera de la Reina. En la primera, apunta Madoz una de sus críticas a los usos agrícolas de Castilla la Nueva, como es el cultivo de cereales en lugar de los frutales o el pastoreo, ya que las tierras de Escalona son más propicias para esto último. Con respecto a las zonas de riego comenta: “ Hay varios puntos en la jurisdicción con algunas huertas, siendo muy buenas las que están a las orillas del río, pero la mayoría estan abandonadas o destinadas a la siembra de granos y legumbres, en todas ellas hay pozos para el riego”.
Lo que se refiere a Talavera continúa la tradición de regadío proveniente de época musulmana, gracias a la rica vega del Alberche, cuyo sistema de riego seguía siendo el tradicional.
En las “Relaciones” de Felipe II aparecen dos localidades: Bargas (cuyo terreno es de secano y no contiene mención al regadío) e Illescas (donde se habían producido cambios desde el siglo XVI. Las tierras de Illescas son ricas y se riegan gracias a la Acequia Real del Jarama).
· Madrid: es la provincia sobre la que mayor cantidad de información se tiene. En el Diccionario se hacen referencias a Alcalá de Henares, Ambite, Aranjuez, Chinchón, Getafe, Griñón, río Jarama, Leganés y Talamanca de Jarama.
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Alcalá de Henares: terreno fértil, aunque mal aprovechado.
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Ambite: 200 fanegas de regadío se regaban con las aguas del Tajuña por medio de una presa construida en él. Otras 250 se regaban por medio de acequias.
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Aranjuez: se realizaron reformas y reparaciones, como la limpieza del Mar de Ontígola en 1.842.
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Chinchón: era uno de los ejemplos de lo que Madoz colocaba en lo que debería ser el uso agrícola apropiado a la calidad del terreno y sus posibilidades. En Chinchón estaba el puente de Molincaído, cuyos ojos de sillería servían de presa para dar aguas a los cauces que regaban el trazo de la vega, situados San Juan a través de seis arroyos. El lugar poseía veinte fuentes. La vega de este lugar era fértil, estrecha y larga, dividiéndose en cuatro trozos: Villaverde, Monasterio, Casasola y San Juan, con terrenos de riego y secano a un lado y otro, combinando según la naturaleza del suelo trigo, cebada, ajos, melones, judías, patatas, viñedos, etc.
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Getafe : había fuentes para el lavado de Chinchón, el pilón para el abastecimiento y lavado, que se usaba también para el riego.
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Griñón : esta población se encontraba rodeada de huertas, pero resaltan dos de carácter privado. En un caso se trata de una gran huerta, en el otro se trata de cuatro casas de recreo.
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Río Jarama: regaba los términos que le eran propios, aunque destacan por su fertilidad el soto y vega de Pajares, pertenecientes a la Corona, y donde se construyó en el siglo XVIII la presa que daba agua a la Real Acequia del Jarama.
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Leganés : ejemplo de buena combinación entre el conocimiento de la tierra y su aprovechamiento óptimo. A parte de las huertas regadas por el arroyo de Butarque, el principal cultivo era el de la vid.
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Talamanca del Jarama: la riqueza de este lugar, debido a la presencia de cultivadores moriscos, dedicados casi en exclusiva al regadío. El cultivo principal eran viñedos y olivares, quedando sólo algunas huertas.
Por otro lado, en cuanto a Madrid, lo más resaltable son las referencias a la Real Acequia del Jarama y su abandono al entrar en la provincia de Toledo, al canal del Manzanares y al futuro canal de Guadarrama. Este último se intentó reanudar en 1.842 gracias a la constitución de una Sociedad Anónima del Canal de Guadarrama, cuyo objeto era acabar lo iniciado y administrar un canal, pero no se finalizó la construcción.
· Cáceres : la mayor parte del terreno estaba dedicada a pastizales, sin que figurasen apenas cultivos propios de huertas y arbolado.
Plasencia era una villa rodeada de una campiña, regada por el Jerte.
· Madrid, además de ser incluida como provincia y capital, también aparece como Audiencia Territorial, abarcando toda Castilla la Nueva.
El terreno era excelente y las tierras generalmente fértiles; pero se las veía consumidas por la sequedad, a causa de la poca ventaja que se sacaba de corrientes de agua que la surcaban, y de las cuales la mayor parte, proporcionaban riegos abundantes.
Las grandes construcciones regantes de la cuenca en el siglo XVIII seguían siendo la Real Acequia del Jarama, los jardines y huertas de Aranjuez, con las acequias de la presa del Embocador a la cabeza. Fuera de ahí, el regadío seguía limitado a las vegas fértiles, donde el establecimiento de técnicas para la elevación y distribución de aguas, no conllevaba grandes esfuerzos de inversión económica ni de planificación de ingeniería.
Los sistemas de riego y producción no variaran hasta el siglo XIX. En 1.484 las cosas empezaron a cambiar. Así , en 1.850 se construyeron en los afluentes y arroyos del Tajo más de doce represamientos.
A pesar de los cambios en la estructura económica y de la propiedad, apenas se dejó traslucir nada real en la mejora de los sistemas de riego hasta bien entrado el siglo XX. Nuevos usos de carácter industrial se dieron a las aguas de esta cuenca, pero los proyectos para regar las superficies de las vegas apenas llegaron a realizarse. En 1.890 los aprovechamientos de la vega del Tajo se reducían a las presas de Valdajos y del Embocador y a los canales del siglo XVIII.
Aparte de las presas construidas en la provincia de Cacéres en 1.850, las cosas seguían como en tiempos de Madoz. Pero los proyectos e intentos de reanudación eran muchos.
En 1.856 se proyectó prolongar el caz de las Aves de Aranjuez. Hacia 1880, salvo dos autorizaciones para usar el agua sobrante de este caz a dos particulares, nada se había hecho.
En 1.861 se concedió otra autorización para construir un canal que tomando sus aguas del Tajo regase en la zona de Fuentidueña, Estremera, Villarejo de Salvanés y Villamanrrique de Tajo. La concesión no pasó a ser realidad y el proyecto no pasó tampoco.
En cuanto a los afluentes del Tajo la situación varía un poca más. En el Jarama, a parte de la acequia y el riego del Porcal, habían dado autorizaciones a particulares para derivar agua del río. En Lozoya se realizó un canal del mismo nombre, diseñado para el riego de los campos de Madrid y para el abastecimiento de la villa. Sin embargo, y en virtud de un Real Decreto de 1.876, pasó a ser de hecho un canal de abastecimiento para la capital del Reino. Siguiendo en el Lozoya, el canal de Cabarrús, de propiedad particular, fue expropiado en 1.876.
En el Henares se intentó hacer realidad el proyecto de Aranda, que iría desde Humanes hasta Alcalá. La explotación del mismo se dio en 1.878 a la Compañía Ibérica de Riegos. En 1.886 traspasó todos sus derechos a la Compañía del Canal de Henares, que abandonaría las obras.
El Tajuña fue el ejemplo de aprovechamiento óptimo de sus posibilidades.
Por último, Alberche, Tietar, Jerte y Alagón no presentaron nada de novedoso.
Las mejores vegas del Tajo como los terrenos más propicios para el aprovechamiento de sus aguas se encontraban y se encuentran en la margen derecha del Tajo. El total del área regable de la cuenca se acercaba a las 40.000 hectáreas.
El riego dependía en gran medida de las estaciones, siendo muy abundantes los caudales desde el otoño hasta la primavera, y muy escasos en los meses de julio, agosto y septiembre.
La solución al problema del estiaje pasa por la construcción de pantanos.
El encajonamiento del Tajo se realizó a finales del siglo XIX, gracias a la revolución científica y técnica. Fue esta nueva posibilidad de construcción la que llevó al entonces ministro de Fomento, Canalejas, en 1.902 a elaborar un plan de obras para toda España.
Los proyectos que se realizaron en el siglo XX fueron los siguientes:
. En 1.910 se acometió la finalización de la Real Acequia del Jarama y la reanudación de aquel tramo que llegaba hasta Toledo. Se terminó en la década de 1.970.
. En el Henares, en 1.926, se constituyó la Comunidad de Regantes de este río, que con la ayuda del Estado adquirió la propiedad del canal con la finalidad de explotar todas sus posibilidades. Con este objetivo se creó una Junta Administrativa encargada de acometer la finalización de las obras y la construcción de la presa de Palmaces, en el río Cañamares, se terminó en 1.954.
. En Cáceres se construyeron dos nuevos embalses, el pantano de la Maside en 1.919 y la presa de Ribera de Mula en 1.920. En la década de 1.930 fue una de las zonas más importantes de regadío de la cuenca por la gran cantidad de pantanos.
. En Madrid se construyó el pantano de Santillana, sobre el Manzanares en 1.920.
Por otro lado, los sistemas de riego del Real Sitio de Aranjuez pasaron en 1931 al Patrimonio de la República, quien dos años después los entregó al Ministerio de Obras Públicas, procediendo éste a la reparación de las obras, revestimiento de los canales y prolongación del canal de las Aves. Estas obras fueron finalizadas en 1.936. La actuación del poder central marcó un basculamiento acusado hacia la margen derecha. Madrid se vio favorecida por la política de riegos seguida por éste.
El crecimiento de la población y la demanda en la capital de productos hortícolas favorecieron la ubicación de huertas y regadíos en sus cercanías, lo que contribuyó a esta centralización.
Este proceso no se rompió hasta bien entrado el siglo XIX.
Madrid como el punto de referencia obligado y Aranjuez como centro geográfico y ejemplar de la cuenca, han dado a esta provincia un protagonismo en la historia del regadío de la red hidráulica del Tajo.
El Duero:
A lo largo del siglo XIX la cuenca del Duero se vio inmersa en un proceso de cambio de largo alcance y de trascendentales consecuencias que supuso su progresiva inclusión en el sistema socioeconómico capitalista y la anulación de los antiguos lazos feudales.
La evolución hacia el capitalismo no fue fácil y no se la puede considerar completa. Los avatares políticos subsiguientes entorpecieron su evolución y la mantuvieron sumida en un retraso.
El análisis de la práctica del regadío pone en relieve la existencia de dos etapas determinadas por diversos avatares políticos, económicos y sociales. La primera comprendería los dos primeros tercios del siglo XIX y la segunda cubriría el último tercio del mismo y el primero del siglo XX, hasta el advenimiento de la II República.
La evolución demográfica experimentada por la cuenca del Duero siguió un ritmo ascendente más o menos uniforme a lo largo de toda la decimonovena centuria, caracterizado por su escasa fuerza y por los períodos de recesión intercalados entre otros más brillantes. La lentitud evolutiva y los numerosos escollos que jalonaron el camino fueron decisivos en la tardía superación del modelo demográfico antiguo en nuestra región. Durante el primer tercio del siglo XX la emigración y el alto índice de mortalidad contribuyeron a que los efectivos poblacionales de la cuenca no llegaran a desarrollarse a la par que el resto del país.
Otro aspecto es la progresiva ruralización de Castilla-León, dado que en el siglo XIX se produjo una pérdida de importancia de las ciudades castellanas frente al campo.
Respecto al regadío, en el último tercio del siglo XIX se adoptaron unas formas de organización y explotación tributarias de los siglos anteriores, pues todavía no se había conseguido superar los límites en la concepción de la práctica de riegos, que impedían su desarrollo y extensión. A partir de entonces se inició una política hidráulica seria para la obtener el máximo aprovechamiento de los ríos de la cuenca y para transformar en la medida de lo posible unas estructuras agrarias ancladas en el pasado.
A partir de los años veinte se detecta una fase de recuperación de la crisis de la Guerra de la Independencia. El aumento de la población requirió otro en paralelo de la producción agrícola, que pudo darse gracias a una nueva fase de roturaciones y ampliación de los terrenos cultivados.
La recuperación de los efectivos demográficos debió verse acompañada por un incremento de la producción intensiva. Pero dicho incremento no fue espectacular. La economía castellana se siguió sustentando sobre la producción de cereal.
La producción de huertos se destinaba al autoconsumo y no a la comercialización al igual que pasaría con plantas textiles como el limo y el cáñamo. En esta época nos hallamos en un contexto de ruralización y de pérdida de importancia del medio urbano, con el consiguiente descenso de la actividad industrial y de la demanda de materias primas textiles.
La organización establecida en torno al regadío siguió estando regida por unos ordenamientos locales. Las ordenanzas establecían el reparto equitativo del agua, los turnos para regar linos y huertas y la preocupación por evitar el uso libre e independiente del agua.
Dentro de esta primera etapa hay que hablar de los efectos producidos sobre el medio agrario por las desamortizaciones y sus repercusiones en lo que se refiere a la agricultura irrigada. La desamortización (aunque liberó parte del terrazgo de las ataduras señoriales) no supuso una mejora de la estructura social en el sentido de hacerla más igualitaria, sino que mantuvo las diferencias o incluso pudo llegar a acentuarlas desde el momento en que se sacaron a la venta los bienes municipales de aprovechamiento común. Otra medidas liberalizadoras de la propiedad de la tierra, como la abolición de los mayorazgos, no tuvieron consecuencias espectaculares, pero sí consiguieron la inclusión en el sector de los propietarios de elementos burgueses, con lo que el panorama agrario se flexibilizaba. Se inicia a partir del segundo tercio del siglo XIX el paso decisivo del Antiguo Régimen al Nuevo.
Efectuada la desamortización en la cuenca del Duero estaba dispuesta para asimilar las influencias exteriores y para cubrir las necesidades de una población en proceso de crecimiento. Una de las consecuencias más inmediatas del contexto expansivo fue el incremento del terrazgo cultivado gracias a la extensión de las roturaciones; de forma paralela, se asistió al aumento del cultivo de cereales, sobre todo trigo, gracias a la favorable coyuntura comercial incentivada por una férrea política proteccionista que aseguraba precios y mercados al trigo castellano. Las evidentes mejoras experimentadas por el agro castellano seguían siendo insuficientes para la provocación del cambio de la estructura agraria (anclada en viejas tradiciones). Todo esto originó que no se dieran los factores necesarios para una intensificación de los cultivos y de las inversiones.
A partir del segundo tercio del XIX se detectan en la región elementos nuevos. El primero de ellos es la introducción de nuevos cultivos o el mayor papel representado por otros antiguos; se trata de la patata, atestiguada desde 1.832, y de las leguminosas. El cultivo de la patata y de la alubia actuó como palanca en la transformación del terrazgo de la zona leonesa. Así, se estableció durante estos años una diferenciación muy clara entre el Páramo de secano, especializado en cereales y viñedos, y el área ribereña, donde se extendía la patata, la alubia y los productos hortícolas en general. Estas modificaciones no supusieron todavía cambios importantes.
La situación de la cuenca del Duero antes de iniciarse el último tercio del XIX es contradictoria, pues se ve afectada por nuevos elementos incentivadores de la economía, pero contrarrestados en mayor o menor medida por otros tradicionales que frenan, resultando estos últimos vencedores en el caso concreto del regadío.
Hacia 1.870 se había llegado a un cierto agotamiento de los recursos económicos. La gran extensión de las roturaciones había alcanzado en algunos puntos concretos los límites máximos de espacio y la producción agraria comenzó a estancarse y sufrir un paulatino retroceso. El impulso comercial se había intensificado con la introducción del ferrocarril; además, los nuevos cultivos que se habían ido extendiendo poco a poco. Así, pronto se alzaron voces en pro de una mayor modernización de la agricultura castellana.
Para considerar las mejoras perseguidas en el campo se consideró como instrumento fundamental la elaboración de una política de riegos coherente.
Así se inició la etapa política conocida como la Restauración (1.875-1.902), donde se generalizaron las posturas del regeneracionismo decimonónico, uno de cuyos capítulos más importantes es el hidráulico. Los hechos concretos que informan de este nuevo interés estatal suscitado son las diversas leyes promulgadas a lo largo del último tercio del siglo XIX, empezando por la Ley de Aguas y Ley de Regadíos de 1.870, que fue completada con la Ley de Aguas de 1879 y la de grandes regadíos de 1.883 para culminar en 1.902 con la elaboración Plan Nacional de Obras Hidráulicas. Decisivo fue el peso de los escritos de Joaquín Costa, que consideraba que la regeneración del país debía basarse en el desarrollo del campo y que éste no podía darse sin una ampliación de los regadíos.
En 1.870 la situación del campo castellano era de estancamiento, en años sucesivos fue empeorando de manera paulatina. A finales del XIX se produjeron algunos cambios importantes que tuvieron decisivas repercusiones sobre su economía: en primer lugar, la constitución de un mercado mundial de productos agrarios incidió gravemente sobre las exportaciones castellanas de cereal y de harina, que no podían competir con los precios del exterior; de este modo, la cuenca del Duero comenzó a perder sus primitivos y más importantes clientes, las regiones periféricas del país, que empezaron a consumir cereal extranjero. La pérdida de las colonias en 1.898 constituyó el golpe final de la crisis al suponer el cierre de unos mercados hasta entonces asegurados donde Castilla podía colocar sus excedentes. Estos sucesos determinaron el abandono de las tierras menos productivas y la extensión del paro; por otra parte, el viñedo, que había sido tras el cereal el cultivo más importante de la región, sufrió una grave recesión al extenderse la filoxera, que devastó buena parte de los campos castellanos. Los resultados de la política proteccionista no fueron positivos y se declararon varios motines y revueltas representativos del desconcierto social.
Por otra parte, se efectuaron algunas obras que venían a mejorar la infraestructura hidráulica de la región.
Las obras no dejaban de ser meras iniciativas aisladas sin una repercusión importante sobre el conjunto de la cuenca. Pesaba mucho más sobre la misma las circunstancias adversas que caracterizaron la coyuntura del fin de siglo, entre las que revestía especial gravedad el incremento de la emigración del campesinado, con el consiguiente descenso de los efectivos demográficos y el entorpecimiento que esto suponía para el pretendido desarrollo de una agricultura intensiva necesitada de un buen número de brazos. Hay que señalar el abandono de algunas tierras, muchas de las cuales se transformaron en eriales, aunque en algunos casos se ocuparon con otros cultivos como el viñedo, patatas o legumbres. No se produjeron intentos serios por renovar las estructuras y mejorar así la situación.
La provincia donde los riegos se encontraban más arraigados y extendidos era la de León, seguida por Avila. Frente a ambas, la más atrasada en este campo era Salamanca. En todas las provincias se daba una evidente infrautilización de recursos y un sistema de regadío caracterizado por el mal aprovechamiento del agua y el desorden de su organización.
En las provincias que configuraban la cuenca del Duero seguían empleándose las viejas presas construidas años atrás y caracterizadas por efectuar tomas de escasa importancia.
La extrema sencillez y simplicidad de estas obras hidráulicas demuestran la situación de atraso y abandono en que se hallaban sumidos los regadíos del Duero al comenzar el siglo XX pese a la nueva preocupación hidráulica desarrollada por el Estado durante el último tercio del siglo XIX. El segundo aspecto que definía esta situación era el primitivismo de los métodos de cultivo y el utillaje agrario. La escasa expansión de los riegos determinaba el empleo de los sistemas de año y vez o al tercio en el cultivo de cereales, con el desaprovechamiento consiguiente de grandes extensiones de terreno en barbecho y el bajo índice de rendimientos. Por otra parte, apenas se empleaban abonos y los que se utilizaban eran de origen animal, ya que los químicos no empezaron a extenderse por la zona hasta el primer tercio del siglo XX. Ambos aspectos, unidos a la falta del capital necesario para invertir en una renovación de técnicas y utillaje y a la ausencia de una educación agraria suficiente entre el campesinado, mantenían a la cuenca anquilosada en sus viejas estructuras.
En el siglo XX, conscientes del atraso generalizado en el que estaba sumido el país, los contemporáneos promulgaron una línea política en la que la reforma agraria ocupó un papel de primer orden. La idea de esta reforma, se desarrolló desde los primeros años de la centuria con un objetivo prioritario, que no era un nuevo reparto de la propiedad del terrazgo, sino la introducción de reformas técnicas que sacasen al campo español de su secular atraso y que supusieran en última instancia una auténtica política colonizadora del suelo. Esta política encontraba en la cuenca del Duero la región ideal para ponerse en práctica, pues la crisis y la emigración masiva la estaban sumiendo en estado de abandono.
En 1.901 se promulgó otro Real Decreto por el que se establecía el registro de los aprovechamientos de aguas y finalmente, se aprobó el primer Plan Nacional de Obras Hidráulicas.
En este Plan se señalaba la cantidad de hectáreas que tenían que ponerse en regadío, también señalaba la necesidad de terminar las acequias del canal del Duero.
En 1.883 nació en Valladolid un sector de opinión que proponía la transformación del Canal de Castilla en canal de regadío ante la decadencia de la navegación desde la construcción del ferrocarril. La oposición dedicada de los propietarios de las fábricas de harina y la falta del capital necesario frenaron las iniciativas. La idea se retomó a comienzos del siglo XX y en el Plan de Obras Hidráulicas se contempló la construcción de los pantanos de Entrepeñas, Peña-Caballera y Recozones, así como la de los Otero y la Hoz de Alba. En 1.909 se creó una Jefatura del Canal de Castilla, que se encargó de estudiar el proyecto, y ese mismo año las Cortes autorizaron la construcción del canal de regadío. Las medidas adoptadas no dieron los resultados apetecidos y las obras apenas se realizaron.
Durante la dictadura de Primo de Rivera, al crearse las Conferencias Hidrográficas de cada cuenca, se dio un impulso a la extensión del regadío y a las obras del Canal de Castilla. En 1.929 el riego directo del Canal sequía siendo escaso. Sin embargo, ya por entonces se pretendía derivar del mismo importantes canales y acequias. Esto se puso de manifiesto en el IV Congreso Nacional de Riegos, donde se enumeraron las siguientes infraestructuras: canal del Pisuerga, la acequia de Palencia, el pantano del Príncipe Alfonso y el pantano de la Requejada. Las obras se realizaron con mucha lentitud.
Se habían introducido en el Duero innovaciones y mejoras importantes, pero pervivían numerosos rasgos arcaicos que frenaban al despegue económico.
En el primer tercio del siglo XX se produjeron dos hechos importantes: la extensión del cultivo de remolacha y del empleo de abonos químicos. La pérdida de las colonias había traído el cierre del suministro de azúcar, por lo que fue preciso producirlo en el mismo país, a través del cultivo de remolacha. El cultivo de ésta exigía mucho agua y un buen abonado, exigiendo también una mayor preparación técnica y una mejor infraestructura agraria, que favoreciese el desarrollo industrial de los alrededores.
En 1.931 funcionaban en la cuenca del Duero siete fábricas de azúcar y la remolacha se había extendido, además de León, por Valladolid, Toro, Aranda del Duero y Norte de Palencia.
Este cultivo de remolacha proporcionó unos beneficios que podían invertirse en mejoras agrarias.
El segundo aspecto de importancia, es la extensión del empleo de abonos y sobre todo de abonos químicos, que tuvieron asimismo efectos revolucionarios sobre la agricultura.
Tanto la introducción de la remolacha como la de los abonos químicos se vieron favorecidas e impulsadas por las coyunturas positivas. La primera fue la pérdida de las colonias. La segunda fue la I Guerra Mundial, porque significó para España la apertura de nuevos e importantes mercados en el exterior que nuestro país podía cubrir al hallarse en situación de neutralidad. Se convirtió en fuente de suministro de los países en guerra.
El Estado había iniciado la construcción de las infraestructuras hidráulicas necesarias para el desarrollo agrario de la cuenca.
Pero la agricultura seguía basándose en sus líneas maestras en el cultivo extensivo de cereal siguiendo el sistema de año y vez, con muy escaso abonado y pocos avances técnicos.
No había tampoco un sistema de crédito la suficientemente desarrollado como para cubrir las necesidades de capital de un campesinado que debía recurrir a la usura y que no podía invertir como hubiera sido preciso en mejoras de la producción. Estas deficiencias estructurales de la agricultura condicionaban el desarrollo de la región, cada vez con menos peso específico en el conjunto nacional.
Desde el siglo XIX la cuenca del Duero había iniciado la última fase en su peculiar transición al capitalismo, pero todavía en 1.931 le quedaba mucho camino por recorrer. Desde el punto de vista agrario, las grandes transformaciones en los cultivos no se produjeron hasta mediados del siglo XX; desde el punto de vista del regadío, los grandes planes proyectados no se llevarían a la práctica del todo hasta una vez finalizada la Guerra Civil, y aún así no alcanzan todavía en la actualidad las cotas de extensión que sería de desear.
ALGUNAS FOTOGRAFÍAS DE SISTEMAS HIDRÁULICOS:
Noria.
Restos de una acequia.
Reguera para el suministro a los prados.
Boca de pozo.
Presa.
Canales para el riego en los árboles.
Puente de madera.
Canales del riego.
CONCLUSIÓN :
El regadío en España ha tenido un papel secundario a lo largo de toda la historia.
Muchas son las reformas e infraestructuras realizadas para el desarrollo y al fomento del regadío. La mayoría de estos intentos fueron fallidos. Otros sirvieron para su potenciación. El informe Jovellanos o las desamortizaciones de Madoz y de Mendizabal son ejemplos de intentos por mejorar la situación del regadío en España (aunque lo dejaron, en realidad, como estaba).
La situación del regadío fue mejorando a partir de 1931, se realizaron ambiciosos proyectos que no se pusieron en marcha a causa del comienzo de la Guerra Civil (1936). El comienzo de la guerra frenó la realización de estos proyectos.
La situación del regadío mejora a partir de 1939 (fin de la Guerra Civil) aplicándose los proyectos pendientes desde 1931.
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