Historia


Sindicatos y trabajadores en Sevilla; Encarnación Lemus y Leandro Álvarez


Sindicatos y trabajadores en Sevilla

Con “Sindicatos y trabajadores en Sevilla”, nos encontramos ante una obra de carácter colectivo elaborada por personal docente e investigador de la institución universitaria hispalense unido para la explicación de la evolución del movimiento obrero organizado desde la época del sexenio revolucionario que destronó a Isabel 2ª hasta la denominada transición democrática.

En el primer capítulo, se nos ofrece una visión general acerca de las condiciones de vida de los obreros sevillanos durante los últimos años del s. XIX y los primeros del s. XX. Para ello, el autor de este primer artículo examina indicadores relativos a la demografía histórica tales como la nupcialidad, los índices de celibato definitivo, el crecimiento demográfico, los fenómenos migratorios, las tasas de mortandad, etc. Por otra parte, para una mejor comprensión de las condiciones de vida que sufrían los obreros sevillanos del periodo al que nos estamos refiriendo, el autor estudia las viviendas que habitaban los mismos (los patios), el acceso a la sanidad o a la educación, etc.

De la lectura de este primer artículo-capítulo de “Sindicalismo y trabajadores en Sevilla”, se desprenden unas condiciones de vida que, lejos de propiciar la estabilidad social y el consenso necesarios para mantener cualquier régimen político (o la ligazón al mismo por parte de las masas), fomentó una enorme conflictividad social y un descontento generalizado entre las clases populares que desembocaron en la creación de distintas organizaciones obreras para la defensa de los intereses.

Así, la vida de los trabajadores sevillanos se nos muestra en este primer capítulo como la de unas personas que se hacinan en los patios de vecinos donde, por otra parte, se dificulta la adquisición de las nuevas costumbres sanitarias (a causa tanto del hacinamiento como del analfabetismo crónico que padecía la clase obrera de la época). Además, los bajos salarios hacen que la población popular sevillana se viera condenada a un estado de pobreza difícilmente superable (la intensa inmigración rural escasamente cualificada pero abundante, hacía que existiera un importante ejército laboral en la reserva que permitía a los patrones mantener los salarios y las penosas condiciones laborales) que, además, hacía necesarias las manos de los niños para complementar los salarios de sus padres y, ello, los apartaba definitivamente de las escuelas en edades muy tempranas. En cuanto a demografía, se observa en Sevilla un importante número de personas que optan por el celibato definitivo (especialmente femenino causado por las labores domésticas en casas ajenas, las vocaciones religiosas y, sobre todo, por la acuciante falta de viviendas que dificultaba en mucho el establecimiento de nuevas familias. En el caso masculino, este celibato definitivo se tradujo en la llamada “Edad de oro de los burdeles”. Un descenso en la mortalidad y un éxito en las tasas de natalidad que supondrían el nacimiento de una demografía moderna… aunque, esta, se produciría en España, y en Sevilla, a un ritmo más lento que en el resto de Europa.

En cuanto al éxodo migratorio, el autor observa que, hasta los años 30, Sevilla se constituye en destino de primer orden (sobre todo a partir del inicio de la 1ª Guerra Mundial, que trajo consigo un descenso importante en la migración ultramarina), para pasar después a estabilizarse y convertirse en ciudad emigratoria sobre todo a partir de los años 50 del s. XX.

El segundo capítulo está dedicado a la evolución del Movimiento obrero desde la Restauración canovista a la Dictadura de Primo de Rivera. Su autora es Ángeles González Fernández.

En el artículo se defiende la idea de que las masas obreras, no tenían un ideología determinada y que tan solo respondían a los llamamientos de las organizaciones obreras (que dirigían individuos que sí estaban politizados) en aquellos momentos en los que el cambio social parecía próximo o cuando se producían crisis que empeoraban aún más las condiciones de la vida proletaria. En este sentido, la autora establece como momentos de especial efervescencia popular aquellos momentos en los que la legislación se hace más permisiva para con las organizaciones obreras (1881) así como en épocas de crisis económica en las que se recrudecen las condiciones de vida de los explotados (1898-1902, 1909-1913 y 1918-1920).

El anarquismo, fue la ideología que más militantes aglutinó a lo largo del tiempo. Así, desde que en 1868 a raíz de la revolución que costó el trono a Isabel 2ª y de la visita de Fanelli, el anarquismo entró en la provincia de Sevilla asistiendo un delegado de Arahal al congreso constitutivo de la FRE que tuvo lugar en Barcelona en 1870. En 1871 se creará la federación sevillana que, en 1872, contará con 462 afiliados que se mantendrán fieles a la acracia cuando los marxistas sean expulsados (y creen en 1872 el PSOE). En 1873, a raíz de los levantamientos cantonalistas, de la participación anarquista en los mismos y de la posterior represión gubernamental, la FRE será ilegalizada hasta que los liberales lleguen al poder en 1881, cuando renacerá bajo el nombre de FTRE (Federación de los Trabajadores de la Región Española).

Esta nueva etapa del asociacionismo, optó por los métodos legalistas de los colectivistas y, a ello, se opusieron los revolucionarios. Liderados en Sevilla por Miguel Rubio; estos, empezaron a difundir el ideario anarcocomunista y fueron expulsados de la FTRE. Sin embargo, esta etapa no duró mucho… los sucesos de la Mano Negra y la represión que les siguió para con los militantes de Sevilla y Cádiz acabó con la organización que solo renacería en 1889 a raíz de la conmemoración del 1º de mayo (en recuerdo de los mártires de Chicago de 1870). Sin embrago, esta conmemoración tuvo escaso éxito entre el proletariado sevillano y, ello fue interpretado por sus organizadores como consecuencia de la falta de organización por parte de los trabajadores. En efecto, estos se dedicaban a crear organizaciones apolíticas de carácter asistencialista y, que, en ningún caso pretendían una revolución que subvirtiera el orden burgués. Con ello, los anarquistas y sus organizaciones quedaron reducidos a pequeños grupos de afinidad que tenían como objetivo mantener vivo el ideal libertario. En cuanto a la FTRE, ante el enfrentamiento entre revolucionarios y sindicalistas quedó reducida a poco más que unas siglas.

A partir de 1899 se optará por una política de integración en las sociedades obreras y en nuevas discrepancias entre los que predican esta opción (adoptar una táctica dentro de la legalidad que aspire a la consecución de talleres colectivos, germen de la nueva sociedad) y los que veían en la práctica sindical un camino para llegar a la huelga general revolucionaria que derrocara al sistema capitalista. Entre 1901 y 1903 se convocaron varias huelgas generales con escaso éxito… los libertarios se vieron una vez más reducidos a grupos de afinidad y se dieron nuevas disputas entre benévolos e intransigentes.

En 1904 se celebra en Sevilla el 4º congreso de la FSORE (Federación de Sociedades Obreras de la Región Española, creada en 1901 en Madrid bajo influencias revolucionarias) ante la pasividad de los trabajadores de todo el estado español. Se autodisolvería en el siguiente congreso.

En 1907, los anarquistas empezaron a difundir la práctica del socialismo revolucionario que culminó en 1910 en la creación de la CNT (a la que asistieron 6 delegados de distintas localidades sevillanas, pero ninguno de la capital que se vieron aislados de las nuevas tendencias tanto por su falta de organización como por la permanencia del ideario anarcocomunista). Poco después se creó el Sindicato de Oficios Varios en Sevilla para la reorganización de las sociedades obreras bajo su influencia, sin embargo, los libertarios tuvieron escaso éxito en su pretensión inicial (por la resistencia de los obreros a adoptar unas tácticas que ya habían fallado en 1901 y por la competencia socialista).

El llamamiento a la huelga general que tuvo lugar en septiembre de 1911 en solidaridad con los obreros bilbaínos (por la UGT en el día 18 y por la CNT los días 18 y 19) fue un éxito en su primera jornada, sin embargo, en la segunda hubo enfrentamientos a causa de que los ugetistas habían vuelto al trabajo. La supresión de garantías constitucionales trajeron consigo la ilegalización de la CNT sevillana que no volvería a reorganizarse hasta 1913-1914. De nuevo los anarquistas volvieron a constituir núcleos de afinidad para preservar la pureza del ideal.

La labor de reconstrucción de la anarcosindical se desarrolló durante la 1ª Guerra Mundial y solo culminarían en 1918, año de la creación de la regional andaluza en un congreso celebrado en Sevilla. En estos años de reconstrucción la afiliación libertaria creció enormemente.

Y, en el Trienio Bolchevique, a causa de la inflación, el paro el triunfo revolucionario en Rusia la CNT entró en un periodo de enfrentamiento directo tanto entre puristas y moderados como contra el capital, la afiliación aumentó enormemente. En cuanto a Barcelona, esta política de enfrentamiento directo con el capital traería consigo una brutal represión y el traslado de los órganos de dirección estatal a Sevilla y, aquí, la práctica desintegración de estos y, a nivel estatal la imposibilidad de una respuesta libertaria al golpe de estado de Primo de Rivera. A raíz del golpe de estado la CNT optó por autodisolverse y no volvería a reaparecer hasta el agotamiento del régimen dictatorial.

En cuanto al PSOE, tuvo aún mayores dificultades para integrarse en la sociedad sevillana. Surgió el primer núcleo en 1900 que, por entonces no contaba con los 10 militantes necesarios para establecerse en agrupación.

No será hasta 1902 cuando el PSOE de Sevilla empiece a tener sus primeros éxitos. La agrupación socialista “1º de mayo” contaba con 21 afiliados y se consiguió el ingreso en la UGT de los guanteros y de los petaqueros. En las elecciones municipales de 1903 el PSOE solo obtuvo 12 votos.

A raíz de la crisis libertaria de 1903-1904 el PSOE sevillano lanzó una campaña propagandística que obtuvo algunos éxitos: crearon nuevas sociedades de resistencia y se les acercaron algunas de las ya existentes. Sin embargo, el fracaso se tradujo en los 232 votos socialistas para las elecciones convocadas en 1904 para la creación de la JRS.

Los socialistas sevillanos buscaron aumentar sus influencias participando en la Casa del Pueblo (adscrita al republicanismo federal). Fruto de esta colaboración fue la elección de un vocal socialista en las elecciones a la JRS de 1908. Sin embargo la militancia aumentaba a duras penas y, con el tiempo, los socialistas serán desplazados de la Casa del Pueblo republicana.

El declive socialista se acaba en 1917 como consecuencia del impacto de la 1ª Guerra Mundial. Cuando, en otoño, los socialistas parecían haber desplazado a los anarquistas y constituyeron su propia Casa del Pueblo (bajo la dirección de Egocheaga, un militante poco disciplinado y con unas opiniones divergentes a las que la UGT y el PSOE transmitían de manera oficial).

Sin embargo, este aumento afiliativo se vería cortado cuando entre 1920 y 1922 se funde el PCE como consecuencia de las escisiones del PSOE y de la resolución del Komitern que unificó al PCOE y al PCE en el PCE como único representante español de la 3ª internacional. Cuando llegue el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera el PSOE y todas las organizaciones de la izquierda proletaria se encontrarán en una profunda crisis.

Durante la dictadura, el PSOE, en un alarde del oportunismo que le ha caracterizado desde entonces, participó en las instituciones y, solo se opuso a la dictadura una vez que la crisis se hizo palpable y era evidente que esta caería por su propio peso. El caso sevillano no presenta ninguna excepción en este sentido.

En el tercer capítulo, José Manuel Macarro nos ofrece su visión acerca de la evolución de las organizaciones obreras durante el segundo periodo republicano de la historia de España.

Para este autor, la historia del movimiento obrero, es la historia de sus organizaciones y, en este sentido, la capital hispalense durante la época que nos ocupa se muestra como un lugar especialmente interesante por estar representadas, en mayor o menor medida, las 3 variantes de la izquierda obrera de la época: el anarquismo, con una importante implantación (causada, a ojos del autor por la tradición histórica), de ideología eminentemente revolucionaria y que nunca aceptó a la República y a sus instituciones; La CNT fue su organización sindical (para los anarcosindicalistas el sindicato sería el órgano que gestionaría la sociedad una vez hubiese triunfado la revolución libertaria) que, por otra parte, estaría en continua oposición tanto con el Partido Comunista como con el PSOE.

La otra gran organización en cuanto a su implantación en Sevilla fue el Partido Comunista de España. Creado entre 1920 y 1921 de sendas escisiones del PSOE causadas por la no anexión de este a la 3ª Internacional, encontró en Sevilla su principal bastión (“Sevilla la roja” era el calificativo con el que se conocía por esta época a la capital hispalense). En Sevilla, el PCE fue fundado por antiguos anarcosindicalistas, que salieron de CNT y se propusieron refundarla bajo la ideología de la 3ª Internacional y que, tras el fracaso de este propósito, llegaron a fundar sus propios sindicatos que, en muchos casos, disputaron la hegemonía anarcosindical e, incluso fueron quienes dominaron en determinados oficios (en otros lo hizo CNT, en los secundarios UGT y en algunos estuvieron enfrentadas 2 o 3 de estas organizaciones sindicales).

El PCE “vendía” una revolución opuesta a la libertaria. Para los comunistas, la República y sus instituciones eran ilegítimas y había que derrocarlas para instaurar la Dictadura del Proletariado según el modelo soviético. Ello le hizo enfrentarse (incluso a tiros) tanto con la CNT, como con el PSOE, por considerarlo reformista.

Ambas organizaciones fueron muy combativas durante el primer bienio republicano llegando a convocar juntas una huelga general en 1931 que terminó con enfrentamientos entre los trabajadores y la policía, e incluso con el ejército desplegado por la capital hispalense. Posteriormente fueron cerrados los sindicatos y las sedes comunistas.

Tanto el PCE como la CNT dormitaron durante el bienio negro para volver a aparecer después de la victoria del Frente Popular.

Distinto es el caso del PSOE y, sobre todo de su organización sindical: al UGT. Con escasa implantación en Sevilla, su influencia se centraba sobre todo en los oficios que no dominaban los anarquistas y los comunistas (que eran pocos). Sin embargo, el oportunismo que ya hemos dicho que ha caracterizado a los socialistas españoles es de tal calado que, después de haber participado en las instituciones de la dictadura de Primo de Ribera, solo se separó de esta cuando su caída era inminente. Y, no solo se separó de la dictadura, sino que además fue firmante del Pacto de San Sebastián para instaurar la república y, como no, volver a lucrarse de la participación institucional (en los Jurados Mixtos, en los ministerios….).

En este orden de cosas, decir que el PSOE sevillano concurrió a las elecciones de 1931, participó en el gobierno de la ciudad y participó en los jurados mixtos provocando la afiliación de algunos trabajadores de la ciudad y de muchos del campo (a los que, a diferencia de la CNT, sí tenía organizados en una federación propia: la FNTT. Por otra parte, la reforma agraria que contemplaba la constitución de 1931 y su política de participación en las instituciones republicanas consiguieron no pocas adhesiones en el ámbito rural).

Cuando la CEDA gane las elecciones de 1933 el PSOE y, sobre todo la UGT tomarán un discurso revolucionario (que no impedirá que sigan participando en las instituciones) y que hará enfrentarse en numerosas ocasiones al sindicato y al partido socialistas (Besteiro contra Largo Caballero) que dejan de ser considerados por el gobierno republicano como legitimistas que defienden la legalidad republicana y pasen a ser considerados revolucionarios e insurreccionalistas. Ello provocó un paso atrás en la legislación social.

En 1936, después de varias disputas internas entre caballeristas (los que habían dejado de considerar legítimas las instituciones republicanas) y los partidarios de Indalecio Prieto (quienes continuaban defendiendo la república), el PSOE participó en las elecciones coaligado con otras fuerzas de la izquierda (tanto obrera como burguesa) en el Frente Popular. La historia del socialismo español a partir de entonces la comentaremos más adelante.

Pero, no todos los trabajadores sevillanos participaron en las organizaciones sindicales de la izquierda. Existieron también organizaciones conservadoras y católicas que trataron de encontrar las simpatías del proletariado sevillano. Esto es lo que Leandro Álvarez Rey Analiza en el capítulo 4º.

Los antecedentes del asociacionismo obrero católico se remontan a principios del siglo XX cuando, en 1901, el cardenal Espínola fundara en Sevilla la Liga Católica, que tendría su periodo de mayor apogeo durante los años 1914-1920. La Liga Católica tenía como objetivo primordial la solución de la Cuestión agraria desde un estricto respeto a lo establecido.

Por otro lado, tenemos a los Círculos Católicos, con cierta implantación y que aglutinaban tanto a patronos como a obreros. Dentro de estos Círculos Católicos se desarrolló un debate entre quienes entendían que estas uniones interclasistas eran efectivas para solucionar la Cuestión Agraria, y, quienes defendían que era necesario crear sindicatos católicos (por supuesto de carácter conservador, es decir, teniendo de sindicato solo el carácter obrero). Ganaron los últimos en torno a 1910.

En torno a1916, el cardenal Almaraz emprendió una labor propagandística en torno al sindicalismo católico que culminaría en la posterior creación de la Federación de Sindicatos Católicos de Andalucía.

Desde 1913, estaban, en las dependencias de “El Correo” las oficinas de la Liga Católica y determinados locales para el servicio de los obreros como cooperativas, economatos, etc. Como es de imaginar, estos sindicatos fueron promocionados por la patronal al considerarlos un “antídoto efectivo contra la conflictividad que emanaba de los sindicatos de clase”. Con todo, las fuerzas conservadoras, vieron útiles los sindicatos católicos y se llegó, en 1919 a la creación de una confederación que aglutinaba a todas las organizaciones obreras de inspiración católica.

Durante la dictadura, ante la participación “socialista” en las instituciones estatales, el sindicalismo cristiano se mantuvo en Sevilla más mal que bien. Sin embargo, de sus filas saldrán los promotores de la Unión Patriótica (aunque también del partido maurista).

No será hasta el periodo republicano cuando los 2 principales partidos de las derechas sevillanas, la Unión Tradicionalista Carlista y Acción Popular, creen sus propias organizaciones obreras: La Agrupación Gremial Tradicionalista los carlistas y Acción Obrerista y la Federación Andaluza de Trabajadores por parte de Acción Popular.

En todos los casos, se trata de organizaciones de derechas y eminentemente católicas propiciadas y financiadas por la patronal y, en las que los obreros vieron una posibilidad de encontrar trabajo en unos tiempos en los que la conflictividad laboral y el paro eran la tónica dominante en la sociedad sevillana.

Sin embargo, esta modalidad de sindicalismo católico, de derechas, antimarxista y profundamente católico no arraigó en Sevilla hasta ser ayudado en sus propósitos por el yugo que asfixió al resto de organizaciones obreras durante 40 años y las flechas (por no decir balas, garrotes…) con las que el estado franquista asesinó a sus militantes.

Con posterioridad al 18 de julio de 1936 la represión de los alzados contra el régimen republicano para con los sindicalistas y los militantes de los partidos de la izquierda obrera fue brutal. En el 5º capítulo de la monografía que nos ocupa, Julio Ponce Alberca estudia esta represión basándose en los archivos de la Prisión Provincial de Sevilla, y, aunque se obvia la represión no carcelaria (asesinatos en plena calle, fusilamientos de personas que, ni siquiera pasaron por la cárcel, etc.) este capítulo del libro nos parece de vital importancia al sacar a la luz los datos acerca de los encarcelamientos que sucedieron al alzamiento militar y, sobre todo, las condiciones de vida que sufrieron los presos antifranquistas en los penales sevillanos (que no solo fue la Prisión Provincial, sino que, a esta, se sumaron una serie de centros improvisados como la plaza de toros o los bajos de la Plaza de España).

Con el alzamiento del 18 de julio y la rápida caída de la capital hispalense (en la que solo se produjeron algunos intentos de resistencia), la represión carcelaria alcanzó unas cotas nunca antes vistas.

La Prisión Provincial se llenó, pero también lo hicieron la plaza de toros y otros lugares acondicionados para la represión de todo aquel elemento que militase en las distintas organizaciones sindicales o en los partidos de la izquierda sevillana… o que fuese sospechoso de simpatizar con ellos.

Tras el golpe militar, la población reclusa con filiación política o sindical aumentó de tal manera que, esta situación solo es entendible desde la óptica represiva que alcanzó la situación en aquellos días. Después del 18 de julio de 1936 las prisiones sevillanas (o los establecimientos penitenciarios, como el de Dos Hermanas… que, además era militarizado…) se sobrellenaron y, en este contexto, la vida en la penitenciaria, si no lo era ya de antes (cosa que ponemos en duda), se convirtió en un infierno: los presos se hacinaban, la comida escaseaba, las condiciones sanitarias, como es de imaginar, eran de una calidad paupérrima (Julio Ponce habla en su artículo de celdas con 250 presos y un solo urinario, etc.), los presos eran torturados continuamente, sacados de sus celdas en plena noche y asesinados en cualquier cuneta…

Las condiciones penitenciarias solo podían paliarse mediante el trabajo voluntario, y, para ello, el preso tenía que no haber participado en la resistencia al alzamiento y demostrar que, antes del 18 de julio, no había militado en ninguna de las organizaciones prohibidas por “el Nuevo Estado”. Ante esto, muchos intentaron suicidarse… algunos lo consiguieron.

Sin embargo, otros y, especialmente los comunistas, emprendieron la labor de reconstrucción de sus organizaciones en la cárcel. Ello, les proporcionó por una parte la solidaridad que necesitaban para sobrevivir a una situación como la descrita antes y, por la otra, que la represión franquista se cebase especialmente con ellos y que, en consecuencia, estuvieran más tiempo encarcelados que sus compañeros anarquistas y socialistas. En conclusión, decir que la situación en las cárceles de la postguerra era una versión multiplicada de la sufrida en la calle.

Para el estudio de la represión carcelaria entre los años 1936 y 1945 Julio Ponce ha utilizado los Archivos de la Prisión Provincial de Sevilla de los que ha extraído muestras con las que ha elaborado los estudios estadísticos presentados. No nos pararemos en ellos por razones de espacio.

El capítulo 6 de “Sindicatos y trabajadores en Sevilla” está referido al Sindicato Vertical que Franco y sus colaboradores construyeron para mejorar con ello la coacción y el control ejercidos sobre la población. María Soto Medina es la autora del presente capítulo.

Los sindicatos verticales tenían el antecedente directo en los Sindicatos Autónomos creados por la Falange con anterioridad al 18 de julio.

En el caso de Sevilla, estos sindicatos fueron creados en 1934, y, desde su fundación protagonizaron duros enfrentamientos con sus homónimos comunistas, socialistas y anarquistas.

Sin embargo, será con el alzamiento militar y con la rápida caída sevillana en manos nacionales cuando se pongan en funcionamiento las instituciones del Nuevo Estado y, entre ellas, los sindicatos verticales (CNS y OSE) a veces incluso antes que en el resto de la zona nacional. En este sentido, se puede considerar que en la Sevilla de Queipo de Llano durante la guerra se pudo ver lo que sería la España de Franco después de la misma.

Con todo, se organizaron en Sevilla los distintos organismos sindicales de modo que estos presentarían el embrión de la nueva sociedad sirviendo estos para encontrar trabajo, para tener opción de acceso a una vivienda barata, o para esquivar las posibles sospechas de ser contrario al nuevo régimen.

Por ello, no fueron pocos los que decidieron entrar a formar parte de los Sindicatos Verticales, en los que, además de los obreros, estaban los técnicos y los empresarios, eso sí, debidamente separados en sus propias organizaciones (o secciones).

Si alguna vez se vio un atisbo de participación ciudadana en este franquismo temprano, esta se dio en el aparato sindical: en las elecciones sindicales o en las de Jurado de empresa. También se vio cierta participación popular en las elecciones municipales de 1948, en las que los sindicatos tenían un tercio de participación en el ayuntamiento y, los cabezas de familia otro tercio.

El séptimo capítulo está dedicado a la resistencia antifranquista durante el primer franquismo. Su autora es María del Carmen Fernández Almeniz y, para su elaboración ha utilizado principalmente los testimonios orales recogidos en el Archivo Histórico de Comisiones Obreras de Sevilla al no encontrar a disposición pública (en condiciones para ser consultados) la parte referente a estos temas del Archivo Provincial de Sevilla. Para la elaboración del estudio que se nos presenta, la autora también ha utilizado los periódicos de la época. Se ha centrado el estudio en el PCE por ser este partido el que, desde principios de la dictadura comenzó a reorganizarse (resulta obvio que de forma clandestina) de una manera eficaz y duradera en el tiempo.

El Partido Comunista de España comenzó a reorganizarse con las primeras liberaciones que tuvieron lugar durante el bienio 1940-1941; aunque, cabe aclarar que esta reorganización comunista tuvo como principal objeto la institucionalización de la solidaridad para con los presos políticos y sus familiares (la autora establece una primera etapa en la historia del PCE clandestino a la que denomina de apoyo a los presos).

Entre los años 1942 y 1945 tuvo orígenes la verdadera reorganización del Partido Comunista en Sevilla. Entre estos años los comunistas trataron de organizar la Unión Nacional con socialistas y anarquistas que vieron con malos ojos esta intentona de unidad antifranquista (segunda etapa).

Esta primitiva reorganización comunista vio su fin con la primera “caída” importante de militantes y, entre 1945 y 1948 la organización comunista vio su época de mayor apogeo, en la que se dieron menos “caídas” de militantes y en la que se desarrollaron, por parte de sus militantes, ciertas manifestaciones políticas de alguna importancia (tercera etapa).

Desde 1948 y, por una importante “caída” de la que se resintieron tanto su Comité Provincial como el Regional, la organización comunista sevillana solo mantuvo su organizaciones con enormes dificultades (sus comités “caían” una y otra vez en manos de la policía y vieron entorpecidas sus relaciones).

El modelo organizativo que optó el PCE durante la tercera etapa de sus historia en la clandestinidad fue la causa del reducido número de “caídas” de importancia. Esta nueva organización consistía en la organización de sus militantes en células de 3 personas para evitar con ello que las “caídas” afectasen a un alto número de efectivos. Con el mismo objetivo, los comunistas empezaron a utilizar apodos o “nombres de guerra” con los que se conocían entre ellos (y evitar que los detenidos pudieran dar los nombres reales de sus “camaradas”)

Capítulo aparte merece la disciplina que definió a la militancia comunista, capaz de enfrentarse directamente al régimen franquista tanto en los campos, a tiros, como en las ciudades, mediante huelgas, plantes e incluso manifestaciones.

El siguiente periodo de la historia de España es el de la modernización económica, el apoyo estadounidense, los tecnócratas y el 600. A este periodo dedica Ángeles González Fernández su artículo, que se corresponde con el capítulo 7º de la obra que nos ocupa.

En 1957 Francisco Franco nombrará un nuevo gobierno marcado por la presencia de ministros del Opus Dei que pasarán a la historia con el apelativo de “tecnócratas”.

Estos nuevos ministros, que se hicieron cargo de las carteras económicas, tuvieron como misión la modernización del estado español en materia económica… y, lo lograron… con sus Planes de desarrollo y el Plan de Estabilización presentado al FMI y a la OECE acabaron en cierta medida con la autarquía de la primera etapa del régimen franquista, crearon una nueva clase media y ampliaron el consumo hasta unas cotas nunca vistas en la historia española.

Gracias al desarrollismo, en muchas ciudades españolas, fueron construidos polos de desarrollo, en los que se asentaron distintas industrias (es el caso de Huelva). Asimismo, el empleo industrial creció de una forma espectacular, se extendió el consumo de automóviles y electrodomésticos y se creó una nueva clase media cuyos valores no eran los mismos valores conservadores que los que mantenían la ya existente con lo que posibilitó, además, que fueran muchos los que se acercaran a los sindicatos de clase clandestinos.

Por tanto, decir que, aun con ciertos periodos de crisis, la sociedad y la economía españolas se modernizaron durante el periodo 1958-1975 gracias, no solo a la nueva política económica de los tecnócratas; sino, además, a las divisas que enviaban los emigrados, al turismo, o al apoyo económico que prestaron Estados Unidos y sus instituciones internacionales al régimen franquista (a cambio, como no, de establecer bases militares en el territorio español con las que poder hacer frente a una posible amenaza soviética o musulmana).

En cuanto al caso sevillano, este es estudiado en el 9º capítulo por José Ignacio Martínez Ruíz.

Durante los años de la Guerra Civil y los 40, se instalaron en Sevilla una serie de grandes empresas HASA, SACA, Elcano o HYTASA dedicadas a la metalurgia (las 3 primeras) y al textil (la última). Estas empresas, auspiciadas por el INI (o por el sector privado, pero pasando más tarde al amparo estatal), constituyeron la base del empleo industrial sevillano.

Sin embargo, con la llegada de la liberalización económica inscrita en el Plan de Estabilización y en los distintos Planes de Desarrollo, estas empresas empezaron a ser privatizadas y a ver mermadas sus ayudas estatales. De esta manera, y, a causa de la crisis en que se vieron muchas fábricas sevillanas a raíz de la pérdida de la protección estatal, no fueron pocos los expedientes de regulación de empleo que sufrieron sus trabajadores como tampoco fueron pocas las empresas que optaron por cerrar sus instalaciones y despedir a sus trabajadores.

Esta desindustrialización trató de ser paliada mediante la construcción del Polo de Desarrollo, sin embargo, el resultado fue la instalación de las empresas ya existentes en este polo (para beneficiarse de las facilidades que se les ofrecían) y la no instalación de nuevas industrias en el suelo sevillano.

La desindustrialización sevillana también pudo ver su fin en la instalación de una planta de fabricación de automóviles FORD, en la posible construcción de un nuevo canal en el Guadalquivir (que acercase al mar a la capital hispalense) y en la instalación de la llamada IV Planta Siderúrgica Integral. Finalmente, la planta siderúrgica fue a parar a Sagunto, el canal nunca se construyó y la fábrica de FORD fue a Almusafes (Valencia).

Con todo esto, Sevilla vio terciarizarse su economía y, los sevillanos irse a las fábricas que, durante algunos años (pocos) produjeron en su ciudad textiles, aviones, electrodomésticos, etc. Siendo este el contexto en el que se desarrolló el nuevo movimiento obrero que viniera a recoger el testigo de los luchadores de Sevilla la Roja… eso sí, después de un largo paréntesis.

En el capítulo 10, Custodio Velasco Mesa nos instruye acerca de la vida, toma de conciencia y militancia en las Comisiones Obreras sevillanas de algunos de sus más destacados militantes de los años 70. Para ello, el autor, utiliza el método de la Historia Oral. En su estudio, Custodio Velasco, examina las “historias de vida” de 15 dirigentes obreros sevillanos recogidas en el Archivo Histórico de CCOO de Andalucía.

En todos los casos estudiados, los protagonistas de la lucha sindical sevillana de los años 70 del siglo XX provienen de orígenes humildes. Del mismo modo, en todos los casos responden a familias emigradas a Sevilla después de la Guerra Civil y, también en todos los casos pasaron levemente por la escuela.

Aquí, en los patios de vecinos donde vivían hacinados y en precarias condiciones económicas, conocieron la solidaridad de sus vecinos (a los que no les quedaba otra si querían sobrevivir que ayudarse mutuamente) y, sobre todo, tuvieron las primeras noticias de militancia obrera (en todos los casos se habla de vecinos, tíos, abuelos… anarquistas, comunistas o socialistas) de antes de la dictadura. También, es de destacar, el trato discriminatorio sufrido por muchos de ellos por parte de los maestros a los que acusaban de ser “niños pobres” o “niños rojos”.

En muchos casos, el paso por la escuela fue de poca duración y su formación autodidacta. Estos casos estarán marcados por una pronta entrada en el mercado laboral. Sin embargo, en otras ocasiones, los que serían dirigentes obreros, pasaron por las escuelas profesionales de distintas empresas ubicadas en el suelo sevillano antes de incorporarse plenamente al mercado laboral. Aún así, en todos los casos, pasado el tiempo, se alcanza una cierta estabilidad laboral producida por la especialización (la alta especialización y la dedicación al trabajo son sintomáticas del dirigente obrero sevillano de esta época).

En unos casos, los que serían dirigentes obreros, militarían en su juventud en las organizaciones que la iglesia había creado para dar salida a las inquietudes sociales de la juventud española (JOC, HOAC y VO) (a pesar de la falta manifiesta de fe) y, de estas, terminarían pasando a las Comisiones. En otros, la entrada en CCOO (y en el Sindicato Vertical, candidaturas a los Jurados Míxtos…) se produjo de la mano del PCE.

En cualquier caso, es de destacar la presencia de distintas influencias y valores en el seno de las Comisiones Obreras y, sobre todo, la procedencia humilde de sus dirigentes, la presencia en sus familias o entornos cercanos de antiguos militantes obreros, su toma de conciencia e ingreso en las organizaciones de clase (ya fueran estas las católicas o las comunistas) para terminar en las Comisiones Obreras y, presentando una oposición sindical al régimen tanto desde sus instituciones (los Jurados Mixtos, los enlaces, etc.) como desde la forma sindicalista tradicional: la huelga, los plantes, las manifestaciones etc.

En el capítulo 11, Eloisa Baena Luque analiza la evolución del movimiento obrero sevillano entre los años 1958 y 1970. Para ello, la autora analiza los testimonios orales de 15 obreros y sindicalistas sevillanos recogidos en el Archivo Histórico de CCOO.

Con la promulgación de la ley de Convenios Colectivas (1958) y las elecciones a Jurados de Empresa, sumado ello al cambio de estrategia política surgido en el PCE, y a la aparición en la sociedad sevillana de distintas organizaciones cristianas de base (JOC, HOAC y VO) el elemento obrero consciente empezó a ver (y a utilizar) las instituciones de representación laboral que el régimen franquista había instaurado.

El contexto del inicio de la participación obrera en los Jurados de Empresa hay que entenderlo en un contexto bien definido: las condiciones laborales eran pésimas (jornadas interminables, condiciones sanitarias lamentables…), la presión por parte de los patrones era cada vez más intensa (algunos hablan de “condiciones carcelarias”). Todo ello responde al proceso de taylorización que emprendieron las empresas en los inicios de la época referida. De la misma forma, es de destacar que el valor real de los salarios continuaba a unos niveles menores que en 1936.

Así, vemos como en 1958 empiezan a organizarse los primeros grupos informales de obreros que se reúnen a la hora del bocadillo o durante otros descansos para tratar de los temas laborales. Con el tiempo, estos grupos de obreros, irán consolidándose, haciendo peticiones a la patronal e incluso protagonizando incipientes protestas y organizando asambleas.

De esta forma, la organización irá consolidándose hasta el punto de organizarse uniones sectoriales (la primera fue la del metal) que se reunían periódicamente en las dependencias del Sindicato Vertical. Esta evolución favorable del movimiento obrero sevillano durará hasta 1970 cuando una convocatoria de Huelga General se salde en fracaso por varias causas: el PCE había conseguido imponer sus posiciones, un nuevo comisario fue trasladado a Sevilla y la represión al movimiento sindical se endureció, el sindicalismo se encontraba agotado y descabezado (después del periodo 1965-67, cuando la ciudad hispalense se vio especialmente agitada por continuas huelgas en todos los sectores), y sobre todo, por la división que causaba que, en determinados sectores, se hubieran conseguido convenios. La huelga de 1970 se saldó con un alto número de despidos y detenciones. El movimiento obrero sevillano no volvió a levantar cabeza hasta 1975.

Mención aparte merece el perfil sociológico del dirigente obrero sevillano de esta época. Los hombres que consiguieron hacer resucitar la lucha sindical en “Sevilla la Roja” no fueron los que las habían protagonizado durante los años 30, ni, en la mayoría de los casos, tener contactos con ellos. Por el contrario, los líderes sindicales sevillanos del periodo 1958-1970, fueron hombres jóvenes, que no habían vivido la Guerra Civil y la feroz represión de Queipo de Llano, y, sobre todo que no tenían repulsa a participar en las instituciones del régimen (al contrario que sus compañeros más mallores).

Sin embargo, el acceso a los Jurados de Empresa, al principio, contó con pocas simpatías (era todavía patente el recuerdo de la represión ejercida por el “carnicero de Sevilla” y las antipatías que suscitaba el régimen entre las masas trabajadoras eran la viva imagen de la legitimidad que le respaldaba).

Pero, las proclamas del PCE a favor de la participación en las instituciones del franquismo como medio de oposición (por esta época abandona la política de oposición frontal al régimen y se ponía fin a la lucha armada que, desde finales de la Guerra Civil venía desarrollando) terminaron por favorecer la participación de los comunistas en los Jurados de Empresa. Los cristianos de base ya lo hacían, y, tanto cristianos de base como comunistas y trabajadores sin filiación política encontraron objetivos comunes en las CCOO, las verdaderas protagonistas de la lucha de clases durante la época que nos ocupa.

Si, uno de los grandes protagonistas en la organización de las CCOO fue el PCE, las organizaciones cristianas de base no se quedaron atrás en la organización y lucha sindical.

A este respecto, José Hurtado Sánchez, nos relata en el capítulo 12 el desarrollo de 3 de estas organizaciones desde la época en que nacen, los primeros años 50 hasta mediados de los 70. No nos extenderemos demasiado en estas organizaciones por falta de espacio.

Para el autor, el nacimiento de estas organizaciones, surge de la intención de las jerarquías eclesiásticas de extender la fe cristiana entre la clase obrera. Con el final de la Guerra Civil, los trabajadores se habían alejado de las prácticas cristianas, desde hacía mucho tiempo, el pueblo español era cristiano porque se bautizaba, sin embargo, las iglesias permanecían vacías. En consecuencia, la iglesia vio la necesidad de organizar asociaciones que aglutinasen a los trabajadores para que se produjera un reencuentro entre esta y las masas proletarias (desinteresadas por la religión al ver como esta era uno de los pilares fundamentales del régimen franquista).

La iglesia vio necesario acercarse a los trabajadores no ya con el discurso triunfalista que utilizaba de manera oficial, sino, por el contrario, con la creación de una serie de organizaciones destinadas a obreros y que presentaban a la fe cristiana bajo unas nuevas concepciones que, desde luego, permitieron a los trabajadores sevillanos acercarse a estas organizaciones y utilizarlas para la lucha política y sindical contra el aparato franquista. Las organizaciones estudiadas son la HOAC y la JOC, surgidas del seno de AC, y VO, surgida de los jesuitas.

La HOAC y la JOC (sus juventudes) nacieron en Sevilla en 1954, sus militantes participaron desde el nacimiento de estas en los Jurados de Empresa y en la creación de las primeras Comisiones Obreras y, además fueron represaliados por ello.

Lo que más las distinguirá será el cambio filosófico que presentan respecto a la doctrina oficial de la iglesia católica. Para estas organizaciones el modelo a seguir es el de la revisión de vida que consistía primero en ver la realidad en la que vivían (tanto ellos como el resto del mundo) para luego juzgar a través del evangelio si estas condiciones de vida eran justas o no y, por último actuar en función del resultado del juicio. Esta nueva filosofía adoptada por las organizaciones cristianas de base fue la que impulsó, a ojos del autor, a sus militantes a participar en la lucha activa contra el régimen franquista. Esta nueva filosofía permitió también a no pocos militantes cristianos adoptar el marxismo y entrar en el PCE.

De la misma forma los jesuitas fundaron la VO que adoptó la misma filosofía de revisión de vida que llevó a sus militantes al mismo rumbo que los de sus homónimos de la HOAC y la JOC. Cabe decir que hubo intentos de fundir las organizaciones cristianas que nunca llegaron a buen término.

En el siguiente capítulo se estudian las organizaciones sindicales durante el tardofranquismo y la transición democrática. Su autor es Diego Caro Cancela y, no nos pararemos en este epígrafe tanto por cuestiones de espacio como por la propia naturaleza del mismo. (Es decir, que, al esbozar este capítulo las líneas principales del movimiento sindicalista en España desde la crisis franquista hasta la ruptura sindical y versar el presente trabajo sobre la ciudad de Sevilla, entiendo que no es necesario profundizar en el presente capítulo(

Aún así, destacaremos la entrada en escena de la UGT, la fundación de sendas juntas por la democracia tanto por el PSOE como por el PCE (y otras formaciones de la oposición antifranquista), la fundación oficial de las CCOO como sindicato en el sentido tradicional y los intentos de unidad sindical a los que se opusieron tanto la UGT como la USO.

Este periodo histórico está caracterizado además por la agonía que venía sufriendo el régimen, por el enfrentamiento entre inmovilistas y reformistas. Condiciones estas que ayudaron a refundar el movimiento político y sindical y al intento de creación de organizaciones de unidad contrarias al régimen franquista.

También es de destacar la profunda aversión que producía el franquismo fuera de nuestras fronteras (donde fueron numerosas las manifestaciones contra el franquismo y, sobre todo, contra sus asesinatos. En este periodo hubo incluso países que retiraron a sus embajadores de la España Grande y Libre).

Agustín Galán García y Miguel Rodriguez-Piñedo Royo son los autores del capítulo 14. En él, se estudia la evolución de las leyes laborales durante el periodo de transición.

Los autores defienden la existencia de una transición laboral paralela a la transición política. Es en el periodo 1976-1982 cuando se produce la adecuación legislativa del estado español al marco internacional, y, en este contexto, se liberalizan las relaciones entre el trabajador y el empresario, se les reconocen derechos colectivos (a la sindicación, a huelga…), se anula la sindicación forzosa y se producen leyes relativas a la nueva forma de representación obrera en las empresas… los Jurados de Empresa dan paso a los Comités de empresa (que son elegidos en elecciones a las que las distintas organizaciones sindicales presentan sendas listas)… eso si, todo ello dentro del marco constitucional que había sustituido a las leyes fundamentales del régimen franquista.

Paradójica ven los autores la perduración de ciertas aptitudes de defensa del trabajador (en su forma individual) en las leyes laborales heredadas del régimen anterior… para quien escribe esta reseña, sin embargo, este mantenimiento de la protección del trabajador en el ámbito legislativo tiene una doble lectura: por una parte, podríamos interpretar que la circunstancia que nos ocupa, lejos de ser paradójica tiene una posible causa en la intensa conflictividad obrera que vivía España durante el proceso de transición, fue causa de que los legisladores que elaboraron las leyes no se atrevieron a recortar los derechos individuales cuando ampliaron los colectivos. Por otra parte, causa añadida, podría ser la circunstancia de que la España constitucional nunca rompió directamente con la versión Grande y libre de la misma porción geográfica, y que, en consecuencia, resulta lógico que queden resquicios tanto en las leyes, como en otros ámbito sociales (Prueba de ello es que el jefe del estado que Franco eligió continúe ejerciendo las funciones casi 34 años después de su muerte. Otra muestra de ello es la presidencia de Manuel Fraga del gobierno gallego hasta hace bien poco. Y, sobre todo, que elementos como los nombrados anteriormente no hayan sido juzgados).

El capítulo 15 nos muestra la evolución de los sindicatos en la ciudad hispalense durante el tardofranquismo y la transición. Su autor es Alberto Carrillo-Linares. Para su redacción, el autor ha utilizado tanto testimonios orales recogidos en el Archivo Histórico de CCOO como material de archivo tradicional y hemerográfico.

Es destacable durante la etapa que se nos describe en el presente capítulo la recuperación de la UGT, la preponderancia de CCOO y la reorganización de la CNT. Asimismo, durante los años estudiados se dan enormes huelgas parciales (sobre todo en 1970 y de 1973-74 en adelante) e incluso huelgas generales (1970 y 1976). Pero, sobre todo, destacan los intentos de unidad (tanto en lo orgánico como de acción) con cierto éxito (se consiguió la unidad de acción en algunas ocasiones y se intentó la orgánica, sin embargo, ante la importancia de CCOO (que se había debilitado durante años debido al proceso 1001 y que solo se reorganizaría en 1974-75), la UGT decidió abandonar este proyecto -la Coordinadora de Organizaciones Sindicales- poniendo como precepto para continuar formando parte del mismo, el abandono de los puestos sindicales por parte de CCOO y USO. (Ello respondía a la política ugetista de no participación en las instituciones sindicales) Además de los Pactos de la Moncloa, representativa de esta época es también la identificación del PCE con CCOO y del PSOE con UGT (siendo sus cuadros prácticamente los mismos).

En el último capítulo Encarnación Lemus López nos versa acerca de la vida sindical entre los pactos de la Moncloa y 1982. Estos años están marcados por los distintos pactos entre sindicatos y el estado, por la desmovilización de la clase obrera, etc. No voy a entrar de lleno en el último capítulo por entender que este poco contribuye a las conclusiones que he extraído de la lectura de Sindicatos y trabajadores en Sevilla a las que, sin más, paso a continuación.

De la lectura de la obra colectiva Sindicatos y trabajadores en Sevilla se pueden extraer numerosas conclusiones causadas por tratarse de una obra de síntesis en la que es estudiado, no ya el movimiento obrero de la capital andaluza, sino, además, los parámetros sociológicos, económicos, etc. Que nos acercan a las condiciones de vida que padecían aquellas personas que hicieron brillar con luz propia la luz de la lucha de clases en Sevilla.

En este sentido, entiendo necesarios capítulos como el primero, el 8º, 9º, etc. Con los que se pone al lector en situación antes de emprender el análisis del movimiento obrero sevillano propiamente dicho.

Además, el uso de nuevas fuentes documentales como las de la historia oral, los archivos de las prisiones, o, de los sindicatos y partidos, que protagonizaron la conflictividad obrera, da a los distintos estudios un trasfondo más humano al que nos tiene acostumbrados la historiografía tradicional. Por tanto, entiendo de vital importancia la inclusión dentro de los diferentes capítulos de fragmentos de los testimonios de los obreros de estas épocas.

Asimismo, la inclusión de un capítulo en el que se analizan las organizaciones obreras creadas por la derecha durante el periodo republicano, da un valor añadido a la obra que nos ocupa al no estar contempladas estas organizaciones en la mayoría de las síntesis sobre el movimiento obrero español que existen hasta la actualidad.

Aún así, es necesaria una crítica: en esta, obra, como en muchas, la lucha obrera parece tener un final predefinido en la democracia constitucional surgida de la muerte de franco. Para quien escribe esta reseña, sin embargo, las luchas obreras, por definición son antisistema, y, en este sentido deben se tomadas en cuenta.

Por tanto, la consecución del régimen liberal capitalista que sucedió al franquismo, no es más que la consecuencia de una serie de choques entre el sistema vigente -el franquismo- y un sistema alternativo que proponían las distintas organizaciones en lucha. Estos choques, debidamente mediatizados por la oligarquía franquista más propensa al cambio (que, con sus maniobras consiguió desplazar al bunquer inmovilista) dieron lugar a un nuevo sistema mixto que contiene rasgos esenciales tanto del franquismo como del sistema defendido por los sindicatos.

En este contexto, los pactos que se sucedieron tras la muerte de Franco y que dieron lugar al sistema vigente, fueron el resultado de negociaciones en las que tanto franquistas como opositores tuvieron que ceder en determinados puntos por la creación de un Nuevo Estado que surgiría del consenso (sin embargo, las organizaciones sindicales han manifestado en numerosas ocasiones la escasa rentabilidad extraída del consenso).

Pero, este nuevo sistema que vino con la muerte de Franco y con el consenso de las fuerzas políticas, lejos de ser un fin en si mismo, no es más que un nuevo estado intermedio en la historia de España, y que, con el tiempo desaparecerá.

De hecho, es notable que todavía hoy, a 30 años de que fuera proclamada la constitución y a 28 de que se hiciera lo propio con el estatuto de autonomía, siguen existiendo grupos políticos tanto a la derecha como a la izquierda del sistema que rechazan el marco constitucional.

Otro aspecto a destacar, que puede interpretarse de la lectura de la obra es el tradicional oportunismo del PSOE (al que ya he hecho referencia) que le permite adaptarse en todo momento a la situación política que vive el país para conseguir puestos en la administración, el gobierno o el protagonismo en la lucha de clases. Este oportunismo, lo llevó a formar parte del gobierno durante la dictadura de Primo de Rivera, a oponerse a ella y firmar el pacto de San Sebastián para la instauración de la 2ª República, -que, por otra parte, solo consideró legítima mientras estuvo en el poder- a oponerse al franquismo (probablemente porque no contó con ellos para la formación del Nuevo Estado -si el PSOE hubiera sido consultado para formar parte de las familias del régimen, probablemente, otro gallo hubiera cantado, especialmente para sus órganos de dirección- y a participar en la construcción de la monarquía constitucional del heredero de Franco.

Por tanto, acabar diciendo, que Sindicatos y trabajadores en Sevilla constituye una obra interesante para la reconstrucción de la Historia del pueblo sevillano y, sobre todo, por su novedad metodológica, debe ser tenida en cuenta para la reconstrucción de la memoria perdida por los 40 años de dictadura y los 30 de democracia que se han ocupado de hacer olvidar al pueblo español que la historia la hacen los hombres… y su lucha… y que, reyes, caudillos y presidentes solo ocupan sus cargos por que el pueblo se lo permite…




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