Literatura
Ruben Darío
ANTOLOGIA DE RUBÉN DARÍO
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Abrojos (1887)
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Canto épico a las glorias de Chile (1887)
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Rimas (1887)
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Azul (1888) - Cuentos y poesías
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Autumnal
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Caupolicán
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El velo de la reina Mab
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Aguafuerte
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Un retrato de Watteau
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Naturaleza muerta
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Palomas blancas y garzas morenas
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Para una cubana
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Para la misma
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Bouquet
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Margarita
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Mía
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Dice mía
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Ite, Missa Est
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El cisne
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Peregrinaciones (1901)
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Cantos de vida y esperanza (1905)
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¡Torres de diós! ¡Poetas!
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Canto de esperanza
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Poema de otoño (1910)
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Canto a la Argentina y otros poemas (1912)
RIMA - VI
Hay un verde laurel. En sus ramas
un enjambre de pájaros duerme
en mudo reposo,
sin que el beso del sol los despierte.
Hay un verde laurel. En sus ramas
que el terral melancólico mueve,
se advierte una lira,
sin que nadie esa lira descuelgue.
¡Quién pudiera, al influjo sagrado
de un soplo celeste,
despertar en el árbol florido
las rimas que duermen!
¡Y flotando en la luz el espíritu,
mientras arde en la sangre la fiebre,
como «un himno gigante y extraño»
arrancar a la lira de Bécquer!
RIMA - VII
Llegué a la pobre cabaña
en días de primavera;
la niña triste cantaba,
la abuela hilaba en la rueca.
—¡Buena anciana, buena anciana,
bien haya la niña bella,
a quien desde hoy amar juro
con mis ansias de poeta!
La abuela miró a la niña.
La niña sonrió a la abuela.
Fuera volaban gorriones
sobre las rosas abiertas.
Llegué a la pobre cabaña
cuando el gris otoño empieza.
Oí un ruido de sollozos
y sola estaba la abuela.
—¡Buena anciana, buena anciana!
Me mira y no me contesta.
Yo sentí frío en el alma
cuando vi sus manos trémulas,
su arrugada y blanca cofia,
sus fúnebres tocas negras.
Fuera, las brisas errantes
llevaban las hojas secas.
RIMA - VIII
Yo quisiera cincelarte
una rima
delicada y primorosa
como un áurea margarita,
o cubierta de irisada
pedrería,
o como un joyel de Oriente
o una copa florentina.
Yo quisiera poder darte
una rima
como el collar de Zobeida,
el de perlas ormuzinas,
que huelen como las rosas
y que brillan
como el rocío en los pétalos
de la flor recién nacida.
Yo quisiera poder darte
una rima
que llevara la amargura
de las hondas penas mías
entre el oro del engarce
de las frases cristalinas.
Yo quisiera poder darte
una rima
que no produjera en ti
la indiferencia o la risa,
sino que la contemplaras
en su pálida alegría,
y que después de leerla
te quedaras pensativa.
RIMA - IX
Tenía una cifra
tu blanco pañuelo,
roja cifra de un nombre que no era
el tuyo, mi dueño.
La fina batista
crujía en tus dedos.
—¡Qué bien luce en la albura la sangre!...
te dije riendo.
Te pusiste pálida,
me tuviste miedo...
¿Qué miraste? ¿Conoces acaso
la risa de Otelo?
RIMAS - X
En tus ojos un misterio;
en tus labios un enigma.
Y yo fijo en tus miradas
y extasiado en tus sonrisas.
AUTUMNAL
Marqués (como el Divino lo eres), te saludo.
Es el Otoño, y vengo de un Versalles doliente.
Había mucho frío y erraba vulgar gente.
El chorro de agua de Verlaine estaba mudo.
Me quedé pensativo ante un mármol desnudo,
cuando vi una paloma que pasó de repente,
y por caso de cerebración inconsciente
pensé en ti. Toda exégesis en este caso eludo.
Versalles otoñal; una paloma; un lindo
mármol; un vulgo errante, municipal y espeso;
anteriores lecturas de tus sutiles prosas;
la reciente impresión de tus triunfos... Prescindo
de más detalles para explicarte por eso
cómo, autumnal, te envió este ramo de rosas.
CAUPOLICÁN
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
"¡El Toqui, el Toqui!", clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo: "Basta",
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
El velo de la reina Mab
La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, caminando sobre un rayo de sol, se coló por la ventana de una buhardilla donde estaban cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lamentándose como unos desdichados.
Por aquel tiempo las hadas habían repartido sus dones a los mortales. A unos habían dado las varitas misteriosas que llenan de oro las pesadas cajas del comercio; a otros, unas espigas maravillosas que al desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros, unos cristales que hacían ver en el riñón de la madre tierra, oro y piedras preciosas; a quiénes, cabelleras espesas y músculos de Goliat y mazas enormes para machacar el hierro encendido, y a quiénes, talones fuertes y piernas ágiles para montar en las rápidas caballerías que se beben el viento y que tienden las crines en la carrera.
Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le había tocado en suerte una cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.
Aguafuerte
¿Pero para dónde diablos iba?
Y se entró en una casa cercana de donde salía un ruido metálico y acompasado.
En un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras, trabajaban unos hombres en la forja. Uno movía el fuelle que resoplaba, haciendo crepitar el carbón, lanzando torbellinos de chispas y llamas como lenguas pálidas, áureas, azulejas, replandecientes. Al brillo del fuego en que se enrojecían largas barras de hierro, se miraban los rostros de los obreros con un reflejo trémulo. Tres yunques ensamblados en toscas armazones resistían el batir de los machos que aplastaban el metal candente, haciendo saltar una lluvia enrojecida. Los forjadores vestían camisas de lana de cuellos abiertos, y largos delantales de cuero. Alcanzábaseles a ver el pescuezo gordo y el principio del pecho velludo; y salían de las mangas holgadas los brazos gigantescos, donde, como en los de Amico, parecían los músculos redondas piedras de las que deslavan y pulen los torrentes. En aquella negrura de caverna, al resplandor de las llamaradas, tenían tallas de cíclopes. A un lado, una vantanilla dejaba pasar apenas un haz de rayo de sol. A la entrada de la forja, como en un marco oscuro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre aquel fondo de hollín y de carbón, sus hombros delicados y tersos que estaban desnudos, hacían resaltar su bello color de lis, con un casi imperceptible tono dorado.
Ricardo pensaba:
-Decididamente, una excursión feliz al pais del arte...
Un retrato de Watteau
Estáis en los misterios de un tocador. Estáis viendo ese brazo de ninfa, esas manos diminutas que empolvan el haz de rizos rubios de la cabellera espléndida. La araña de luces opacas derrama la languidez de su girándula por todo el recinto. Y he aquí que al volverse ese rostro, soñamos en los buenos tiempos pasados. Una marquesa, contemporánea de madame de Maintenón, solitaria en su gabinete, da las últimas manos a su tocado.
Todo está correcto; los cabellos que tienen todo el Oriente en sus hebras, empolvados y crespos; el cuello del corpiño, ancho y en forma de corazón, hasta dejar ver el principio del seno firme y pulido; las mangas abiertas que muestran blancuras incitantes; el talle ceñido, que se balancea, y el rico faldellín de largos vuelos, y el pie pequeño en el zapato de tacones rojos.
Mirad las pupilas azules y húmedas, la boca de dibujo maravilloso, con una sonrisa enigmática de esfinge, quizá en recuerdo del amor galante, del madrigal recitando junto al tapiz de figuras pastoriles o mitológicas, o del beso a furtivas, tras la estatua de algún silvano, en la penumbra.
Vese la dama de pies a cabeza, entre dos grandes espejos; calcula el efecto de la mirada, del andar, de la sonrisa, del vello casi impalpable que agitará el viento de la danza en su nuca fragante y sonrosada. Y piensa, y suspira; y flota aquel suspiro en ese aire impregnado de aroma femenino que hay en un tocador de mujer.
Naturaleza muerta
He visto ayer por una ventana un tiesto lleno de lilas y de rosas pálidas, sobre un trípode. Por fondo tenía uno de esos cortinajes amarillos y opulentos, que hacen pensar en los mantos de los príncipes orientales. Las lilas recién cortadas resaltaban con su lindo color apacible, junto a los pétalos esponjados de las rosas té.
Junto al tiesto, en una copa de laca ornada con ibis de oro incrustado, incitaban a la gula manzanas frescas, medio coloradas, con la pelusilla de la fruta nueva y la sabrosa carne hinchada que toca el deseo; peras doradas y apetitosas, que daban indicios de ser todas jugo, y como esperando el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada; y un ramillete de uvas negras, hasta con el polvillo ceniciento de los racimos acabados de arrancar de la viña.
Acerquéme, vilo de cerca todo. Las lilas y las rosas eran de cera, las manzanas y las peras de mármol pintado, y las uvas de cristal.
¡Naturaleza muerta!
Palomas Blancas y Garzas Morenas
Mi prima Inés era rubia como una alemana. Fuimos criados juntos, desde muy niños, en casa de la buena abuelita que nos amaba mucho y nos hacía vernos como hermanos, vigilándonos cuidadosamente, viendo que no riñésemos. ¡Adorable, la viejecita, con sus trajes agrandes flores, y sus cabellos crespos y recogidos como una vieja marquesa de Boucher!
Inés era un poco mayor que yo. No obstante, yo aprendí a leer antes que ella; y comprendía -lo recuerdo muy bien- lo que ella recitaba de memoria, maquinalmente, en una pastorela, donde bailaba y cantaba delante del niño Jesús, la hermosa María y el señor San José; todo con el gozo de las sencillas personas mayores de la familia, que reían con risa de miel, alabando el talento de la actrizuela.
Inés crecía. Yo también, pero no tanto como ella. Yo debía entrar a un colegio, en internado terrible y triste, a dedicarme a los áridos estudios del bachillerato, a comer los platos clásicos de los estudiantes, a no ver el mundo -¡mi mundo e mozo!- y mi casa, mi abuela, mi prima, mi gato, -un excelente romano que se restregaba cariñosamente en mis piernas y me llenaba los trajes negros de pelos blancos.
Partí.
Allá en el colegio mi adolescencia se despertó por completo. Mi voz tomó timbres aflautados y roncos; llegué al período ridículo del niño que pasa a joven. Entonces, por un fenómeno especial, en vez de preocuparme de mi profesor de matemáticas, que no logró nunca hacer que yo comprendiese el binomio de Newton, pensé, -todavía vaga y misteriosamente,- en mi prima Inés.
Luego tuve revelaciones profundas. Supe muchas cosas. Entre ellas, que los besos eran un placer exquisito.
Para una cubana
Poesía dulce y mística,
Busca á la blanca cubana
Que se asomó á la ventana
Como una visión artística.
Misteriosa y cabalística,
Puede dar celos á Diana,
Con su faz de porcelana
De una blancura eucarística.
Llena de un prestigio asiático,
Roja, en el rostro enigmático,
Su boca púrpura finge
Y al sonreírse ví en ella
El resplandor de una estrella
Que fuese alma de una esfinge.
Para la misma
Miré al sentarme á la mesa,
Bañado en la luz del día
El retrato de María,
La cubana-japonesa.
El aire acaricia y besa
Como un amante lo haría,
La orgullosa bizarría
De la cabellera espesa.
Diera un tesoro el Mikado
Por sentirse acariciado
Por princesa tan gentil,
Digna de que un gran pintor
La pinte junto á una flor
En un vaso de marfil.
BOUQUET
Un poeta egregio del país de Francia
Que con versos áureos alabó amor,
Formó un ramo armónico, lleno de elegancia,
En su Sinfonía en Blanco Mayor.
Yo por tí formara, Blanca deliciosa,
El regalo lírico de un blanco bouquet,
Con la blanca estrella, con la blanca rosa
Que en los bellos parques del azul se vé.
Hoy que tú celebras tus bodas de nieve,
(Tus bodas de virgen con el sueño son)
Todas sus blancuras Primavera llueve
Sobre la blancura de tu corazón.
Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios,
Cuellos de los cisnes, margarita en flor,
Galas de la espuma, ceras de los cirios
Y estrellas celestes tienen tu color.
Yo al enviarte versos de mi vida arranco
La flor que te ofrezco, blanco serafín:
¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco
La más roja rosa que hay en mi jardín!
MARGARITA
¿Recuerdas que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
Cuando cenamos juntos, en la primera cita,
En una noche alegre que nunca volverá.
Tus labios escarlatas de púrpura maldita
Sorbían el champaña del fino baccarat;
Tus dedos deshojaban la blanca margarita
"Sí... no... sí... no..." y sabías que te adoraba ya!
Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías;
Tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
Tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.
Y en una tarde triste de los más dulces días,
La Muerte, la celosa, por ver si me querías,
Como á una margarita de amor, te deshojó!
MÍA
Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste...
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
DICE MÍA
- Mi pobre alma pálida
Era una crisálida.
Luego mariposa
De color de rosa.
Un céfiro inquieto
Dijo mi secreto...
-¿Has sabido tu secreto un día?
!Oh Mía!
Tu secreto es una
Melodía en un rayo de luna...
-¿Una melodía?
ITE, MISSA EST
Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al son de una dulce lira crepuscular.
Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar:
su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.
Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente
me mirará asombrada con íntimo pavor;
la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!
EL CISNE
Fué en una hora divina para el género humano.
El Cisne antes cantaba sólo para morir.
Cuando se oyó el acento del Cisne wagneriano
Fué en medio de una aurora, fué para revivir.
Sobre las tempestades del humano oceano
Se oye el canto del Cisne; no se cesa de oir,
Dominando el martillo del viejo Thor germano
Ó las trompas que cantan la espada de Argantir.
¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena
Del huevo azul de Leda brotó de gracia llena,
Siendo de la Hermosura la princesa inmortal,
Bajo tus blancas alas la nueva Poesía
Concibe en una gloria de luz y de harmonía
La Helena eterna y pura que encarna el ideal.
¡TORRES DE DIÓS! ¡POETAS!
¡Torres de Dios! ¡Poetas!
¡Pararrayos celestes,
que resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas,
como picos agrestes,
rompeolas de las eternidades!
La mágica esperanza anuncia el día
en que sobre la roca de armonía
expirará la pérfida sirena.
¡Esperad, esperemos todavía!
Esperad todavía.
El bestial elemento se solaza
En el odio a la sacra poesía,
y se arroja baldón de raza a raza.
La insurrección de abajo
tiende a los Excelentes.
El caníbal codicia su tasajo
con roja encía y afilados dientes.
Torres, poned al pabellón sonrisa.
Poned ante ese mal y ese recelo
una soberbia insinuación de brisa
y una tranquilidad de mar y cielo...
CANTO DE ESPERANZA
Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno del Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombra la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.
¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.
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