Historia
Revoluciones Industriales en España
La Revolución Industrial
Introducción:
La noción de Revolución Industrial se atribuye generalmente a Arnold Toynbee, Paul Mantoux la adoptó en una obra publicada en 1906. Uno y otro describen el proceso que conmovió a Inglaterra de 1760 a 1840. En realidad, Marx ya había realizado en el primer en el primer volumen del Capital (1867) la descripción del fenómeno. Este sistema de desarrollo económico es propio del occidente europeo, única zona del mundo que lo ha experimentado. Pero, “la auténtica universalidad reside en su singularidad”. En efecto, el desarrollo capitalista es el único que ha permitido no sólo la transformación del mundo entero, sino la universalidad de la historia.
La revolución industrial afectó en primer lugar, a Inglaterra en el Siglo XVIII, y luego al resto del mundo en el período siguiente. Se puede hablar de una segunda revolución industrial a finales del Siglo XIX, y de una tercera, que corresponde a la época contemporánea.
El pensamiento científico occidental se formó entre 1570 y 1660; Galileo, Kepler, Descartes, Bacon, Newton. En Inglaterra se fundó una sociedad de científicos, la Royal Society of London (1660), protegida por el rey que mantenía contactos regulares con los obreros y colonos que le proporcionaban la base de experimentación científica. En el Siglo XVIII, se desarrolló y difundió una nueva filosofía, la filosofía de la naturaleza. El Siglo de las Luces descubrió la noción de progreso y estableció las relaciones entre la ciencia y la tecnología ( Newton en Inglaterra).
Características generales:
Por primera vez, la ciencia se aplicó al proceso de producción; lo que permitió el descubrimiento de nuevas materias primas ( hierro, acero), de nuevas fuentes de energía ( el carbón y el vapor, la electricidad, el petróleo, y la energía nuclear), y de máquinas automáticas ( primero, mecánicas, luego eléctricas, y por fin electrónicas).
La actividad económica se concentró, se especializó: la fabrica constituyó la nueva organización del trabajo: por primera vez, la producción, desbordó el marco local o familiar para alcanzar el marco nacional e internacional.
Las comunicaciones experimentaron un desarrollo y las ciudades alcanzaron un impulso sin precedentes. La producción agrícola dejó de ser la producción básica: el hambre y la pobreza desaparecieron y la producción industrial adquirió una importancia considerable.
Aparecieron y se desarrollaron nuevas clases sociales: la burguesía industrial y el proletariado moderno.
Las condiciones indispensables para el desarrollo de la revolución industrial fueron: la existencia de un capital importante, la presencia de una mano de obra disponible y el progreso de la tecnología.
El desarrollo del capital
La base de toda superproducción social y de toda civilización es la superproducción agrícola. Pero, mientras ésta continuó como una renta de especies (productos agrícolas diversos), el dinero y el capital sólo ocuparon un lugar muy limitado en la sociedad. Es cierto que los grandes propietarios acumulaban riquezas, pero éstas seguían manteniendo el aspecto de acumulación de un valor en uso (trigo, vino, metales preciosos).
En Occidente como en Oriente, esta acumulación era despilfarrada en un consumo no productivo por parte de una minoría de propietarios. Pero con la aparición de la moneda, el dinero que las antiguas clases propietarias utilizaban para adquirir unos productos de lujo acabó yendo a parar a manos de los comerciantes y los usureros. La primitiva forma de existencia del capital cuyo préstamo con grandes intereses a los poderosos, permitió la recuperación y el beneficio.
A finales de la Edad Media, el capital usurero, sufrió un declive en provecho del capital comercial. Éste nació primero, por incursiones a los países de Oriente, de África, y luego de América, en el siglo XVI. Este capital se amplió por la creación de un mercado mundial de artículos de lujo, que supuso una auténtica revolución comercial. El aumento de la cantidad de metales preciosos en circulación dio como resultado una revolución de los precios, cuyo aumento no compensó la pérdida de valor de la moneda.
La base de la Revolución Industrial consistió en la introducción en el mundo de la producción del capital acumulado. La industria doméstica presenció el progresivo triunfo del comerciante sobre el artesano: los comerciantes empezaron a financiar a los artesanos del campo que producían a domicilio y recibían de ellos las materias primas y los medios de producción; de este modo, acabaron por trabajar a cambio de un simple salario. (Siglos XVI-XVII)
La industria doméstica aportaba al pequeño productor de artículos, primero, del control de su producción, y a continuación, del control de sus medios de producción. Pero un desarrollo intenso de la producción supuso la acumulación bajo un solo techo de los productores de la industria doméstica: se trataba del sistema de la manufactura, en el que, por derecho, el obrero sólo obtiene un simple salario que no guardaba relación con el precio del producto acabado.
La manufactura, permite dividir cada oficio y cada proceso de producción, reducir las operaciones de trabajo a procesos mecánicos y simplificados, para aumentar el rendimiento y utilizar una mano de obra no cualificada y mal remunerada. El fenómeno, tuvo un notable desarrollo en el sector textil, por ejemplo, en Leiden ( primer centro textil europeo en el Siglo XVII).
Desde entonces, la concentración del capital y su incorporación en la producción, sólo pretendían una mejora tecnológica y la liberalización de la mano de obra, todavía ocupada en la tierra, para que pudiera crear la industria moderna.
Numerosas civilizaciones, como las de la antigua China o Islam, conocieron el capital usurero y el capital comercial, pero el continuo pago de las rentas en productos naturales y no en dinero impidió la introducción de la economía monetaria en la economía campesina.
En Europa la acumulación del capital monetario, usurero o comercial, fue llevada a cabo del siglo X al XVIII por la burguesía. La constitución de la clase, como sabia de sus intereses, comenzó en las comunidades urbanas libres de la Edad Media, y su poder se extendió a partir del Siglo XV.
Por el contrario, en las demás civilizaciones, la clase comerciante permaneció sometida bajo el poder de un estado absolutista que la explotaba y le confiscaba sus bienes.
Más adelante, la intervención de Occidente en el Siglo XIX, les impidió un desarrollo autónomo moderno.
La revolución agrícola: la aparición del proletariado
La aparición de una mano de obra disponible para las empresas modernas, se consiguió por medio de una revolución que expulsó de los campos a la población hasta entonces principalmente campesina.
El desarrollo de la ganadería redujo, inicialmente, la mano de obra necesaria para los campos. Luego, empezó en Inglaterra (Siglo XV) el movimiento del cercado de los campos (enclosures): consistía en repartir entre los propietarios, básicamente los grandes propietarios, los terrenos comunales, a los que los campesinos de la Edad Media tenían acceso libre.
El movimiento tendía a la construcción de grandes propiedades cercadas, que precisaban de una mano de obra reducida para ser mantenidas. En Inglaterra, el movimiento fue atacado, en sus comienzos, por las leyes y los representantes del gobierno. Pero, en el siglo XVIII, el poder favoreció el reparto de los comunales y la formación de grandes fincas de un solo dueño.
En la misma época una revolución en los sistemas de producción agrícola, aceleró el crecimiento: la sustitución de los barbechos y el paso del sistema de rotación trienal de cultivos a una alternancia de ambos, introdujeron la agricultura científica que se extendió rápidamente por Inglaterra. Además, la reducción de la necesidad de mano de obra y el aumento de las contribuciones territoriales, aceleraron la expropiación de los campesinos pobres. Éstos vieron como era sustituido el sistema de arrendamiento que les garantizaba el uso del suelo durante unos cien años, por un arrendamiento de nueve años, con un aumento de la renta progresivo. Por último, la desaparición de la rotación trienal de cultivos hizo poco rentable la explotación de parcelas distantes.
A finales del siglo XVIII, la multitud de campesinos, al quedarse sin medios de subsistencia, debido al reparto de los comunales, abandonó el campo para dirigirse a las ciudades.
En Francia, este movimiento fue débil en los siglos XVII y XVIII, y no tuvo un desarrollo importante hasta después de la revolución de 1789.
En el siglo XVIII, se produjo en Inglaterra un doble movimiento; uno que tendía a crear en las ciudades un conjunto de productores privados del control en sus medios de producción, y otro que tenía como finalidad crear un gran grupo de trabajadores expulsados del campo, dónde les era imposible subsistir. Del encuentro de esta nueva clase, con los propietarios de un capital importante nació la forma moderna de la industria. Una clase propietaria de los medios de producción y una clase productora en desarrollo.
La aparición de los sistemas de producción capitalista:
La aparición de la gran producción industrial supuso la baja de precio de los productos fabricados la constante ampliación del mercado, a través de la mecanización de las industrias. Esta mecanización empezó en el ámbito textil, y continuó en el industrial de la hulla y del hierro, sin olvidar el descubrimiento de la máquina de vapor.
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Revolución textil
En el aspecto textil, la industrialización se inició en el siglo XVIII con la invención, en 1733, de la lanzadera volante de John Kay. Este hecho trastornó la relación entre hiladores y tejedores; anteriormente, se necesitaban cuatro hiladores por cada tejedor; la aceleración del tejido por este procedimiento exigió un importante aumento del número de hiladores. Desde este momento, se hacía necesaria una modificación de los procedimientos de fabricación del hilo.
Entre 1764 y 1769, James Hargreaves puso en marcha la máquina de hilar (spinning jenny), mientras que sir Richard Arkwrigt intentaba el water frame, en 1769. Esta máquina de hilar, que utilizaba la energía del agua, producía un rendimiento muy superior al de la jenny, impulsada a mano. Samuel Crompton, inventó en 1779 una máquina que permitía evitar los inconvenientes de la jenny (hilo sólido, pero demasiado grueso): su aparato reunía las ventajas de los dos anteriores. En lo fundamental, era semejante a las máquinas más modernas. Sin embargo, mientras que para hilar se utilizaban máquinas extremadamente modernas, el tisaje seguía realizándose a mano.
Edmund Cartwright inventó en 1785 el telar mecánico, pero esta invención fue impopular hasta 1800. Ya que a principios del siglo XIX, las hilaturas contaban con varios miles de brocas, pero sólo funcionaban un centenar de telares automáticos en toda Inglaterra. En cambio, a partir de entonces, la industria del algodón se desarrolló con gran rapidez.
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Revolución en la siderurgia
La producción del hierro y del acero en cantidades industriales motivó el desarrollo de otras industrias. Pero la metalurgia inglesa continuaba sin ninguna reforma: el único combustible conocido era el carbón de leña, amenazado por la desaparición progresiva de los bosques. El hierro importado de Suecia se había encarecido mucho, y la metalurgia inglesa se apagaba lentamente. De 1709 a 1735, los Darby, metalúrgicos, descubrieron el procedimiento de la fundición de coque y perfeccionaron su uso. Hasta entonces no se había podido utilizar la hulla cruda, puesto que despedía unos compuestos sulfurosos que hacían la fundición muy frágil. Por medio de un procedimiento de cocción de la hulla, se obtuvo el coque, que hacía inútil el uso de carbón de leña.
Pero cuando se logró conseguir la fundición en grandes cantidades, surgió la necesidad de encontrar un procedimiento más rápido que el tradicional a base de la utilización de un crisol situado a ras de tierra. El pudelado fue inventado por Onions y Henry Cort. Este procedimiento permitió transformar la fundición de hierro maleable batiendo la masa en fusión con la ayuda de un gancho, o una barra. Hay que añadir la invención del laminador realizada por Cort, que sustituyó al martilleo tradicional y permitió producir 15 Tm en el mismo tiempo en que antes se producía una Tm de hierro.
Hacia 1750, Huntsman descubrió un procedimiento de fabricación del acero fundido, mezclando en la fundición pequeñas cantidades de carbón de leña, y de vidrio triturado. Se instalaron nuevos centros metalúrgicos en Yorksire, en las afueras de Sheffield, en la baja Escocia, en el País de Gales. Entre 1776 y 1779, John Wilkinson hizo el primer puente de hierro, sobre el Severn.
A partir de este momento, empezó el uso generalizado del hierro en las construcciones de barcos, tuberías, etc., siempre a iniciativa de Wilkinson.
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Los grandes inventos en Inglaterra:
La aparición de una fuerza motriz distinta de la energía humana o animal, se inició con la utilización del agua. Pero la gran industria moderna, supone la existencia de una fuerza motriz que no dependa de los inconvenientes impuestos por el agua, como por ejemplo la ubicación de los ríos.
En 1698, Thomas Savery presentó un modelo de bomba para expulsar el agua de las galerías de las minas. Estaba compuesta por dos depósitos separados por una espita, la máquina se llenaba y se vaciaba por la acción de la presión atmosférica y de la presión de vapor. La máquina de Thomas Newcomen, llamada “máquina atmosférica” inventada en 1705, constaba de una caldera comunicada con un cilindro donde se movía un pistón. Cuando el vapor elevaba el pistón, se enfriaba el cilindro con el contacto del agua fría, y la presión atmosférica lo hacía descender de nuevo.
Por último, la maquina que inventó James Watt fue la primera que utilizó como refrigeración la circulación del vapor por un condensador. La máquina de simple efecto, patentada en 1769, disminuía en tres cuartas partes el gasto de combustible. Pero esta máquina en la que le vapor sólo actuaba sobre una de las caras del pistón, no resultaba práctica para el trabajo regular de las fábricas. La maquina de doble efecto, combinada con la invención de la biela y de la manivela, transformó el movimiento del pistón a uno circular, más efectivo.
A partir de entonces, la máquina de vapor se aplicó a todas las industrias: hiladoras y telares para el algodón, fuelles y laminadores metalúrgicas… La maquina de vapor se convirtió en un elemento de uso corriente en al industria textil de principios del siglo XIX. Los industriales como Matthew Boulton, constructor de las máquinas de Watt, generalizaron el empleo de los nuevos procedimientos de fabricación
La aparición de los sistemas de producción capitalista, concentración y modificaciones económicas
El maquinismo ocasionó una concentración a mayor escala que la de la manufactura. Mientras que en la industria de la metalurgia, cada empresa, liberada de los inconvenientes del carbón vegetal, podía contener varios altos hornos. La concentración geográfica, provocada primero por el algodón, debido a la necesidad de instalarse cerca de los cursos de agua, se unió, a partir de 1785, a la concentración cerca de los yacimientos de hulla, y más adelante, cerca de los mercados o de los grandes centros de mano de obra. En Estados Unidos, donde Eli Whitney inventó en 1793, un procedimiento mecánico para la recolección del algodón, la producción pasó de 1'5 millones de libras a 85 millones. En 1717, los Darby produjeron de 500 a 600 Tm de fundición anual; en 1790, de 13000 a 14000 Tm.
Las crisis de superproducción empezaron a surgir; la crisis del algodón en 1788, y sobre todo el crac de 1793. Aparecieron abundantes y nuevas contradicciones: el ludismo, o destrucción de las máquinas por los obreros, a los que ellas dejaban sin medios de existencia, provocó violentas revueltas.
La población de las ciudades creció desmesuradamente y se desplazó hacia zonas industriales; en el siglo XVIII, más de las tres quintas partes de la población inglesa se hallaba concentrada en una franja que se extendía entre el canal de Bristol y Londres. En 1800, la población se desplazó hacia el norte, hacia el Lancashire. Este desplazamiento hacia el norte y el oeste, hizo que se duplicara la población de la región de Birmingham entre 1700y 1800. El Lancashire, en el mismo plazo de tiempo, pasó de 240.000 habitantes a 670.000. En doce años Manchester, centro básico de la industria algodonera, dobló su población. Mas tarde, las ciudades del hierro como Birmingham experimentaron un desarrollo más lento. Aparecía un nuevo paisaje, el de la Inglaterra industrial.
El aumento de la producción provocó la conquista de los mercados nacionales e internacionales: las exportaciones británicas de algodón pasaron de 6.000 libras en 1680 a 200.000 libras en 1765, y a 30 millones de libras en 1850. La escuela de Manchester organizó una campaña, a partir de los años 1840, a favor de la unificación del mercado mundial.
En los demás países, el capital tuvo que superar, en primer lugar, las barreras heredadas del feudalismo: en 1783, con la formación de la república federal de los Estados Unidos; en 1795, en Francia; en 1834 con la creación del Zollverein en Alemania. El libre cambio fue la base indispensable para el desarrollo del capitalismo industrial.
El desigual desarrollo de la revolución industrial
Primeramente, debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Por qué Inglaterra fue la primera en beneficiarse del movimiento industrial? La comparación entre Francia e Inglaterra en esta época es reveladora: Inglaterra poseía recursos naturales de carbón más importantes que los de Francia y la ciencia se aplicó allí a la invención tecnológica de un modo más sistemático. Pero los inventores franceses como Vaucanson y Jacquard jamás conocieron el éxito obtenido por sus homólogos ingleses.
Francia, en el siglo XVIII, disponía de un capital más abundante, pero también de una deuda pública que aumentaba día a día. La población francesa era superior a la inglesa, pero la libertad de la mano de obra no se llevó a cabo hasta después de la revolución de 1789. Sin embargo, en Inglaterra era ya una realidad en el siglo XVIII. El mercado interior francés era más importante que le mercado inglés, pero el Reino Unido disponía del mercado colonial americano.
El sistema de transportes, experimentó en Inglaterra una expansión superior a la de Francia; además de la superioridad marítima, el sistema de comunicaciones interiores inglés era infinitamente superior. En 1800, existían el doble de canales en Inglaterra que en Francia. Por último, y sobre todo, el poder político inglés no dejó de favorecer la expansión industrial, desde la revolución de 1688, la burguesía inglesa intentó retener las riendas del poder, y la aristocracia inglesa ocupó su lugar en el movimiento industrial y comercial. En Francia, el poder de la aristocracia se mantuvo hasta 1789; más tarde, las medidas proteccionistas posteriores a 1848, no hicieron más que agravar el relativo atraso de Francia.
Holanda invirtió lo esencial de su capital en el extranjero, lo que influyó negativamente en su desarrollo. En Alemania, no existía una unidad económica y política, y en EEUU el movimiento industrial no llegó a ser importante hasta la segunda revolución industrial ( a partir de 1860).
El proletariado industrial
La existencia de una gran masa de mano de obra extranjera, permitió a la burguesía capitalista ejercer una presión sobre los salarios y aumentar el tiempo de trabajo: este aumento de horario de trabajo, sin que aumentaran los salarios produjo el aumento de la plusvalía absoluta. En el siglo XVIII, una jornada normal de trabajo en Inglaterra duraba de trece a catorce horas. En las hilaturas de algodón, la semana de trabajo, a mediados del siglo XVIII, era de 75 a 80 horas. Descendió a 75 horas a finales del siglo XVIII, pro volvió a aumentar a 80 en 1804. Un día de paro, equivalía a un día sin pan: ante tal miseria, Napoleón se mostró generoso cuando se negó a prohibir el trabajo dominical.
Pero la organización de la resistencia obrera, provocó, a mediados del Siglo XIX, una limitación legal de la duración de la jornada de trabajo: primero, a doce, luego a diez horas, finalmente, a ocho horas en el siglo XX. Para aumentar la plusvalía, el capital intentó reducir el horario de trabajo necesario para producir el valor del salario pagado al obrero. Se trataba del aumento de al plusvalía relativa, es decir, el aumento de la productividad del trabajo: es el resultado de una división del trabajo más pesado, de una organización más autoritaria en la fábrica y del empleo de nuevas máquinas.
Los precios de los productos de consumo corriente descendieron: una cantidad de hilo que costaba 16 chelines en 1779, en 1800 sólo costaba 7 chelines, y en 1830, algo más de un chelín. Pero el tiempo de trabajo necesario par fabricar los productos descendió todavía con mayor rapidez ( en Estados Unidos se precisaban mil horas para fabricar cien pares de zapatos en 1860, y en 1895 eran suficientes menos de cien horas). La intensificación del trabajo gracias a la aceleración de su ritmo y al aumento del número de máquinas controladas por cada obrero, provocó una acrecentada explotación del trabajador
La introducción del maquinismo provocó, en primer lugar, un paro considerable, seguido de una reducción de salarios: en 1824-1825, la incorporación del telar mecánico provocó una reducción del 50 % en los salarios de los tejedores ingleses. El paro de una masa de obreros se convirtió en un arma de reserva industrial que influyó en los salarios. El maquinismo industrial devaluó el conjunto del trabajo manual, al transformar a los obreros cualificados en obreros no cualificados o semicualificados. Después de las primeras reacciones luditas, la clase obrera concentrada en las grandes fábricas, adquirió, progresivamente conciencia de su fuerza e intentó organizarse contra la explotación patronal. Era la aparición de los sindicatos.
La segunda y tercera revolución industrial
En el último cuarto del siglo XIX, aparecieron profundos cambios en el sistema económico industrial: una revolución energética dio paso, al lado del vapor y del carbón, al motor de explosión y al motor eléctrico. El belga Zénobe Gramme, inventó la dinamo en 1871. Edison la lámpara eléctrica en 1878-1879. La energía hidráulica fue utilizada por vez primera en 1869, para producir electricidad. A. G. Bell inventó el teléfono en 1876. Eduard Brandly y G. Marconi pusieron en marcha la TSH entre 1890 y 1901.
El motor diesel se inventó en 1897. En la misma época, la siderurgia se vio enriquecida con la incorporación del convertidor del inglés Henry Bessemer que transformó el acero en una materia prima barata.
Estados Unidos y Alemania sacaron mayor provecho que los demás países de esta segunda revolución industrial: en 1870 la producción norteamericana de acero Bessemer se elevaba a 30.000 Tm; en 1890, a 1'9 millones de Tm. El acero sustituyó al hierro en las fabricaciones de tipo corriente, especialmente de raíles, en 1850, existían cerca de 35.000 Km. De vías férreas en le mundo; en 1914, se alcanzó el millón. El tonelaje de los barcos alcanzó los cinco millones de toneladas métricas en 1850 y 50 millones en 1914. En 1910 ya existía una producción de dos millones de coches anuales.
En Gran Bretaña, el centro de gravedad económica, se desplazó de Manchester a Birmingham. El arsenal de inventos anteriores a la primera Guerra Mundial, permitió un desarrollo económico sin precedentes en el período comprendido entre las dos guerras. La producción de aluminio entre 1905 y 1960 experimentó un salto similar al experimentado por el acero entre 1850 y 1900. Entre 1913 y 1960 la producción del carbón sólo aumentó un 50%, mientras la electricidad y el petróleo crecieron a un ritmo más rápido.
Se aceleró la concentración industrial. La industria química experimentó en Alemania un notable desarrollo. Numerosos países de reciente formación entraron a formar parte del mercado mundial (Japón, Rusia, Italia), dónde muy pronto se organizaron de acuerdo con las estructuras industriales más modernas de las demás naciones: Predominio de empresas gigantescas, concentración del capital, empleo de las nuevas técnicas de producción. Los acuerdos entre capitalistas dieron paso al capitalismo monopolista.
A partir de los años cuarenta del siglo XX hicieron su aparición los síntomas de una tercera revolución industrial basada en la energía nuclear y en el uso de las máquinas electrónicas. En el mundo de la producción, los procedimientos semiautomáticos dejaron paso a la automatización pura y simple: las funciones de vigilancia fueron asumidas por las máquinas electrónicas. El resultado fue un trastorno total del sistema económico: descendió el número de trabajadores empleados en la producción.
Revolución Industrial en España:
A principios del siglo XIX, España seguía siendo un país eminentemente agrario. España fracasó en su intento de figurar entre los primeros países que accedieron a la industrialización. Las razones del fracaso estarían en los negativos resultados de las dos desamortizaciones, del suelo y del subsuelo, que malograron la base natural, agrícola y minera, en que debía haberse asentado la revolución industrial. Las medidas desamortizadoras del suelo produjeron una expansión de la producción agrícola, a costa de una notable disminución de la productividad, dando forma al latifundismo y al minifundismo. Mientras que con la ley de bases de 1868, se concedieron las minas a perpetuidad, tanto a nacionales como a extranjeros, siempre que se pagara un canon al estado. Su aplicación puso la riqueza minera de España en manos de Francia e Inglaterra.
El problema básico, consistió en la inadaptación del sistema político y social a las nuevas realidades económicas planteadas después de la pérdida de las posesiones continentales de América.
Para desarrollarse la industria del siglo XIX, necesitaba contar con un mercado interior desarrollado y cierto grado de división del trabajo. Al fallar ambas condiciones cada sector tuvo que desarrollarse por su cuenta sin llegar a componer, una verdadera economía nacional.
Debemos añadir la incidencia de los apuros de la Hacienda, condicionados por leyes desamortizadoras y la restricción del mercado de capitales para la industria, y la imposición de una red ferroviaria inadecuada. En este aspecto, hacia 1830, se solicitaron las primeras concesiones en España para el carril de hierro de Jerez de la Frontera ( 1829) y de Jerez de la Frontera a Puerto de Santa María y San Lúcar de Barrameda (1830), si bien no se realizaron al no encontrar subvenciones. Las primeras líneas en explotación fueron las de Barcelona a Mataró ( 28 de octubre de 1848), Madrid a Aranjuez ( 1851) y la de Langreo ( 1855).
La escasez de capitales y la necesidad de acudir a inversiones extranjeras determinó un proceso de dependencia de España respecto a los países europeos y una inversión de los capitales en negocios rentables a corto plazo, pero que no contribuyeron a crear las bases de una estructura industrial sólida.
Los únicos logros parciales de la industrialización en esta época fueron el desarrollo de la producción textil en Cataluña y la industria siderúrgica en Vizcaya. En el primer caso el proceso industrializador fue posible gracias a la capitalización de los beneficios obtenidos en la exportación de productos agrícolas, a la capacidad de ahorro de las clases medias y a la conversión de los antiguos artesanos en pequeños empresarios. En el segundo caso, la riqueza en carbón y mineral de hierro de Asturias y Vizcaya potenció la formación de la gran siderurgia vasca.
Entre 1832 y 1869, la industria textil tuvo un gran auge debido a la introducción del telar mecánico y de la máquina de vapor. Hacia 1844 se introduce la hiladora automática y se inicia el desarrollo de la energía hidráulica y la obtenida del vapor. La producción hullera asturiana empezó a desarrollarse en 1860, cuando los ferrocarriles españoles adquirieron una mayor densidad, y todavía más en 1880, momento de gran expansión de la siderurgia vasca. El desarrollo de la industria siderúrgica se produjo en varias etapas: la de 1832 a 1855 caracterizada por la construcción de altos hornos, la de 1855 a 1880 caracterizada por la inversión paulatina a favor del mineral de hierro sobre la hulla gracias al descubrimiento del procedimiento Bessemer; la de 1880 a 1900 caracterizada por el predominio de la siderurgia vasca y el empleo efectivo y sistemático de los procedimientos Bessemer, Siemens, y Thomas. Se incrementa la producción notablemente, pero sólo una mínima parte se dedicaba al consumo nacional, lo que indica el débil desarrollo de la industria de bienes de equipo.
El predominio de la industria textil frente al fracaso de la industria de bienes de equipo determinó el estancamiento del proceso industrializador sufriendo el país un retroceso respecto a otras naciones industrialmente más jóvenes.
Las condiciones históricas de España en el siglo XIX y primer tercio del siglo XX: industrialización de la periferia y estructura precapitalista en el centro, determinadas por la ausencia de una revolución burguesa como la que habían sufrido Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII. La burguesía no pudo realizar la revolución democrática y liberal, y tuvo que convivir con elementos residuales del Antiguo Régimen, que eran los que controlaban la máquina del Estado. La impotencia de la burguesía implicó la no realización de la reforma agraria, que en Europa había sido el modo para destruir el poder de las clases que mantenían el orden feudal y precapitalista. Sin reforma agraria, se perpetuaron y acentuaron los desequilibrios regionales. Esto significó para la burguesía la imposibilidad de ampliar el mercado consumidor y la necesidad de recurrir a un proteccionismo arancelario, que permitiera, con poca producción, obtener beneficios suficientes. Mercado reducido, salario bajos y proteccionismo, configuraron la empresa industrial, evitaron la concentración económica, y dieron a la industria española su carácter raquítico y fracasado.
PAIS VASCO
HISTORIA DE LA INDUSTRIA:
El proceso de industrialización del País Vasco ha alcanzado grados desiguales en uno y otro lado de la frontera debido a razones principalmente políticas que exigen que nuestra aproximación al tema se efectúe en dos apartados, el dedicado a la industrialización del País Vasco peninsular y el dedicado al continental.
El país vasco peninsular. Podemos dividir el proceso en cuatro etapas:
I Etapa: 1841-1914.
II Etapa: 1914-1936
III Etapa: 1939-1973.
IV Etapa: 1973-1982.
Primera etapa: 1841-1914
Los antecedentes históricos del moderno proceso de industrialización vasco se remontan a las actividades fabriles medievales de las ferrerías. La vocación vasca hacia las ferrerías, especialmente en Guipúzcoa y Vizcaya, puede explicarse en parte debido a la escasez de recursos agrícolas y abundancia de otros como bosques y minas de hierro que obligan a los habitantes de estos territorios a ampliar el abanico de posibilidades para sobrevivir.
En estos centros, una industria de carácter artesanal y tradicional elabora hierro basándose en mineral de la zona y carbón vegetal procedente de la madera de los bosques. La utilización conjunta de estos dos elementos generó una prospera industria metalúrgica cuyos productos, aperos de labranza, rejas, armas, anclas, etc., tuvieron difusión en Castilla, Europa y América. Hasta el siglo XVII se localizaron en los montes, cerca de las minas y de los bosques, pero desde 1650, fecha en que se empieza a utilizar la energía hidráulica de los ríos como fuerza motriz se instalaron en sus vertientes.
En el siglo XVI, en Guipúzcoa y Vizcaya existían más de 300 establecimientos. En 1626 el número bajo a 118 y sólo Guipúzcoa contaba con 103 centros en 1775.
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La crisis de las ferrerías:
Al final del XVIII y principios del XIX comienza la crisis definitiva de este sector productivo y se asiste a un progresivo estancamiento y regresión.
Las causas de la decadencia de las ferrerías, fueron la falta de madera y el encarecimiento de ésta debido al agotamiento de los bosques, excesivamente talados durante el XVIII para roturar nuevas tierras, que originó una subida en el precio del hierro y una disminución de la demanda.
Por otra parte, en Europa se habían dado ya los primeros pasos de la Revolución Industrial, lo que suponía una ruptura con los sistemas tradicionales de producción y la adopción de técnicas modernas entre las que encontraban los altos hornos y el carbón mineral en el caso de la siderurgia.
Como consecuencia se abarató el precio del hierro producido en los hornos europeos y las ferrerías vascas, ancladas en los viejos sistemas de producción, y utilizando carbón vegetal, no podían competir con aquéllos, por lo que las ventas de hierro vasco a Francia, Bélgica, Inglaterra y al interior de la península, donde ya se habían instalado algunos altos hornos, fueron decreciendo. A esto hay que añadir la falta de marcado americano debido a la independencia de las Américas españolas y la existencia de aduanas en el Ebro que dificultaba la entrada en el mercado peninsular a la vez que los productos extranjeros se vendían libremente en el País. La actividad de las ferrerías fue decayendo durante la primera mitas del siglo XIX, especialmente de 1814 a 1860. En este último año, Guipúzcoa sólo contaba con 31 establecimientos, y en el resto del país, prácticamente no funcionaba ninguno.
En Álava desaparecen en 1855 y en Vizcaya en 1867. Guipúzcoa se mantuvo más tiempo aferrada a este tipo de fabricación y tardó algunos años en liquidar todas sus ferrerías: la última se cerraría en 1880. El resto de las actividades industriales experimentaron una evolución paralela a la de la metalurgia. Los establecimientos de trituración del trigo, curtido de pieles, harineras, textiles y de alpargatas, fracasaron por la imposibilidad de superar las desventajas económicas que suponía la situación arancelaria, dado que no podían competir en precio con las producciones de otras regiones españolas.
La decadencia industrial de estos años se vio agravada por la invasión francesa y primera guerra charlista. Sin embargo, esta crisis fue el repulsivo del que nacería una moderna industria en Guipúzcoa y Vizcaya, ya que entonces comenzaron los movimientos de renovación de las tradicionales ferrerías en estas provincias. En 1841, fecha en que finaliza la 1ª guerra charlista y se trasladan las aduanas a los Pirineos, lo que supuso una protección para las ventas vascas al interior de la península y una barrera arancelaria a los productos extranjeros, marca el punto de partida de este proceso que respecto al europeo resultó tardío. En el resto de las provincias vascas peninsulares, la falta de tradición industrial arraigada y de recursos naturales, unida al sistema de comunicaciones radial español que marginaba a Navarra, generó una situación de inmovilismo y conservadurismo económico que impidió todo proceso de industrialización, continuando las zonas rurales y aportando en muchos casos mano de obra barata para las provincias industrializadas. En estas provincias los únicos centros manufactureros de carácter artesanal importantes eran los de curtidores, azucareras, destilerías, fabricación de abonos, naipes, cemento y serrerías.
En Vizcaya, la industrialización se inicio con la extracción y exportación masiva de mineral de hierro que luego pasó a ser moderna siderurgia y metalurgia de transformación. La presencia de yacimientos de hierro de buena calidad localizados en la región de la ría, cerca del puerto de embarque, como Somorrostro, Galdames, Sopuerta, El Regato, Alonsótegui, y el propio Bilbao, puede explicar el comienzo de la explotación masiva, cuyos artífices fueron capitalistas vizcainos y sobre todo varias compañías inglesas que compraron concesiones, construyeron ferrocarriles, etc., para explotar un mineral que exportarían a las siderurgias de aquel país.
La ría bilbaína del Nervión, enclavada en la región minera y con características idóneas para la construcción de un puerto marítimo de grandes dimensiones, es punto de confluencia esencial en el País Vasco: el Ibaizabal con el Arratia le abre las puertas de Guipúzcoa y Alava y el propio Nervión le pone en contacto fácil con el post-país castellano. Estas posibilidades naturales contribuirán a convertirla en el lugar de mayor concentración industrial del País.
La explotación de las minas, realizada anárquicamente en etapa tradicional con vistas al abastecimiento de las ferrerías y a la exportación, tendrá su punto de partida moderno con carácter masivo en 1856, año en que el Fuero de Vizcaya suprime el gravamen a la exportación y sobre todo desde 1862, fecha en que se empieza a aplicar el sistema Bessemer que permite el tratamiento de minerales no fosforosos, con lo
que aumenta la demanda inglesa hacia el hierro vasco.
En el último tercio de siglo la cantidad extraída se estimó en 90 millones de Tm. Y se calcula que el 80% se destinó a satisfacer las necesidades de la siderurgia inglesa.
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La primera siderurgia:
Mientras languidecían las ferrerías y se explota y exporta mineral de hierro, surgen los primeros intentos modernos de siderurgia en el País Vasco.
En 1843 se construyen tres altos hornos en Sta. Ana de Bolueta. En 1854 se montan dos altos hornos al coque en Baracaldo, que constituyen entonces las únicas excepciones a la utilización de carbón vegetal y horno de pudelar, técnicas ya caducas en Europa y todavía vigentes en el País Vasco.
El período 1855-1880 supone el apogeo de las exportaciones de mineral y el de la creación en la ría de una serie de siderurgias modernas, pero todavía mediocres, base de la eclosión posterior: Ntra. Señora del Carmen de Baracaldo, fundada en 1859 por Ibarra y Compañía, con ocho altos hornos del sistema Chenot y que sustituirá dos de ellos por otros al coque en 1873. En 1860 se amplía Sta. Ana de Bolueta. A partir de 1865 se empieza a utilizar el flete de retorno de los buques ingleses para la importación de hulla con la que abastecer las siderurgias propias. Desde esta fecha el horno de Baracaldo funciona con hulla inglesa. En 1872, Ibarra, asociado a varios capitalistas ingleses, crea la “Orconera Iron Ore”.
En 1876 se levantan las instalaciones de fundición de hierro de Recalde y Castrejana. La actividad extractiva sirvió de base para la capitalización de empresas propias y creación de una burguesía vizcaina. Vizcaya pasó de ser una zona minera a ser una región industrial moderna con un foco siderúrgico importante localizado en torno a la ría, todavía anticuado respecto a Europa y una sombra de lo que supone la avalancha exportadora de mineral que entre 1864-1868 conoce un crecimiento fabuloso de la mano de seis compañías inglesas y una belga. A partir de 1880 se crearán varias empresas siderúrgicas autóctonas de gran empuje que generarán el capital que será principal sustento del posterior desarrollo industrial.
En este año se funda la “Sociedad Vizcaina” con varios altos hornos al coque en Baracaldo. En 1882 constituye la “Sociedad de Altos Hornos y fabrica de Hierro y Acero de Bilbao” que absorbe por compra la vieja planta de Guriezo y Ntra. Sra. del Carmen de Baracaldo. Esta ultima será entonces la única empresa española con instalaciones de laminación, fundición de piezas especiales y fabricación de aceros Siemens y Bessemer.
En 1887, la “Sociedad Iberia” comienza en Sestao la construcción de una planta para la fabricación de hojalata. En 1892 la “Compañía Vasconia” crea la acería de Basauri.
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El esplendor de la ría bilbaína:
El hecho más importante con que culmina la etapa siderúrgica creadora fue la aparición de la “Sociedad Altos Hornos de Vizcaya” en 1902, que constituyo el primer ejemplo español de integración horizontal y vertical en la siderurgia. Absorbió una empresa de Begoña, las sociedades de Baracaldo, la fábrica de hojalata de Sestao y la acería de Basauri, a la vez que pasó a ser propietaria de cuatro minas de hierro y de un pozo de hulla asturiano. A esta última etapa del siglo XIX corresponde la aparición de una serie de empresas que van configurando a la ría como primer centro siderometalúrgico del país, al generar la producción de hierro una metalurgia de transformación: “Alambres del Cadagua”, Talleres de Deusto”, “Tubos y forjados”, “La Maquinista Bilbaína” de motores eléctricos, “Aurrera”, “fabrica de clavos de Echeverría”... todas ellas de producciones pesadas derivadas del hierro y el acero. En este proceso de industrialización vizcaino conviene destacar el papel jugado por las instituciones financieras. La creación de la Banca Vasca supuso el sostén de la industria naciente, ya que dado el tamaño de las plantas las inversiones eran muy elevadas y los hombres de empresa no podían llevarlas a cabo sin la ayuda de organizaciones de crédito.
Desde el principio del proceso se dieron en Vizcaya formas de integración y cooperación entre hombres de empresa y entre éstos y la banca, fenómeno característico de la moderna siderurgia provincial. En 1867 nace de la mano de un grupo de comerciantes bilbaínos, el Banco de Bilbao, que inmediatamente ejercerá una función de crédito respecto a los primeros conatos fabriles avanzados. Desde 1880 inicia una política de cooperación y participación en las grandes empresas que se van constituyendo: “Altos Hornos”, “Papelera”, “Iberduero”, etc.
En 1891 comienza su andadura la Bolsa de Bilbao y en 1901, nace patrocinada por una serie de empresarios, el Banco de Vizcaya, que absorbe a otras compañías financieras existentes. De esta forma se sientan las bases de una cada vez mayor participación de la Banca en la industria pesada. En la financiación de la industrialización vasca no hay que olvidar la aportación del capital repatriado con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 que se invierte en industria. La construcción naval, al igual que la siderurgia, paso durante todo el XIX por una serie de altibajos coincidentes con el hundimiento de los métodos tradicionales y con el lento proceso de creación de una siderurgia moderna que permitiera su readaptación a las nuevas exigencias de la navegación.
Hasta mediados del siglo XIX se trabajaba todavía a la vieja usanza en los astilleros situados a lo largo de la ría. La introducción de la navegación a vapor y de los cascos de hierro planteó la reconversión que duró hasta finales de la centuria, es decir, cuando ya la siderurgia había despegado. Por el contrario, las exigencias de la marina mercante, con un comercio cada vez más voluminoso, estimularon la producción siderúrgica.
A finales del siglo XIX y principios del XX se crean en Vizcaya nuevos astilleros amparados por el Estado y por la recién nacida siderurgia. En 1888 se crea en Sestao los “Astilleros del Nervion” y en 1900 se funda la “Sociedad Euskalduna” de construcción y reparación de buques y posteriormente, en 1916, la “Sociedad Española de Construcción naval” instala sus astilleros en Sestao. La ría bilbaína aglutina la mayor concentración productora nacional en este sector. La fundación de navieras, “Aznar”, “ La Bilbaína”, “Cía. Naviera Vascongada”, y “Cía. Ibarra”, afirma el predominio de la ría, lógico en función de sus posibilidades naturales e industriales.
Otro sector que se desarrolla al amparo de la siderurgia, pesada es el de la construcción de material ferroviario, raíles, locomotoras, también en la ría.
En este año nace la fabricación de explosivos con carácter moderno, impulsando la fabricación de ácido sulfúrico.
A pesar de que fueron la siderúrgica y la construcción naval los principales sectores de producción en los primeros tiempos de la revolución industrial vizcaina, otras ramas fabriles comenzaron su andadura en esta época diversificando y enriqueciendo el panorama productivo, entre ellas las papeleras, cuyo foco principal se localizó en Guipúzcoa.
Durante los primeros años del siglo XX decrece la exportación de hierro en el comercio exterior, pero la ría bilbaína acaba de configurarse como el primer centro peninsular de la industria pesada: la mitad del acero y hierro producido sale de sus instalaciones. Se consolidan definitivamente los astilleros, talleres mecánicos y de forja, y las fábricas de material ferroviario.
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La industrialización de Guipúzcoa
En Guipúzcoa, el paso a la moderna industrialización revistió caracteres diferentes respecto a Vizcaya. Esta provincia quedó atrás en el proceso, puesto que carecía de mineral y de hierro y carbón de piedra con los que comenzar el desarrollo industrial.
Las ferrerías que en el siglo XVIII habían conocido momentos de apogeo con la fabricación y exportación de armas, junto con la construcción de bajeles y manufactura textil, van languideciendo como las del resto del país a medida que se encarece el carbón vegetal y se agotan los yacimientos rentables, haciendo menos competitivo el producto y dependiendo del exterior para el abastecimiento de materias primas. Desde 1860 el número de ferrerías desciende, mientras en Vizcaya se incrementaba la producción de hierro en industrias de mayor envergadura. Las ventajas comparativas que conseguirá esta provincia en la obtención del metal férrico a costes cada vez más bajos, obligarán a Guipúzcoa a abandonar gran parte de la producción de este metal.
Los intentos de renovación industrial en el XVIII tomaron forma en la creación industrial de la “Real Sociedad Bascongada de Amigos del País” que fomentó a investigación, pero esta iniciativa no cristalizó n modernas creaciones, y el horno que se levantó en Vergara desapareció sin lograr una continuidad. Las primeras décadas del siglo XIX fueron muy duras, especialmente de 1800 a 1814 Guipúzcoa sufre una etapa de decadencia general: la ocupación francesa y la guerra carlista paralizan la industria.
A partir de 1841, la paz supuso el sosiego y el inicio de la recuperación favorecida por el traslado de las aduanas al Pirineo que amparó el desenvolvimiento industrial al abrir el mercado interior y dificultar la entrada de productos extranjeros. Este puede considerarse el punto de partida de la industrialización contemporánea guipuzcoana.
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Las papeleras:
Ante la diversidad de industrias que aparecen en Guipúzcoa destaca la fabricación de papel, alrededor de la comarca de Tolosa, cuyas bases se establecen entre los años 1841 y 1876 y que iba a constituir el primer gran ejemplo de una industria moderna con todas las peculiaridades que ello suponía en cuanto a tecnología, capital, asociación y mano de obra que absorbía. Esta industria requería: abundante madera ( y trapos), agua, capital y mano de obra. En un primer momento surgió al amparo de la industria textil tradicional que podía proporcionar trapos como materia prima para las primeras papeleras.
En 1841 se funda la primera fábrica de papel continuo de España llamada “La Esperanza” por la Cía. Brunet, utilizando las técnicas más modernas del momento. A sí se inicia en Guipúzcoa el paso de un capitalismo comercial a un capitalismo industrial. Después nacieron otras compañías con técnicas avanzadas en las que la necesidad de financiación requería la asociación de varios capitalistas.
La actividad papelera, iniciada en Tolosa, fue irradiándose sobre zonas cercanas, las razones para la inclinación del capital comercial donostiarra en la inversión papelera, serían la imposibilidad de seguir con la producción férrica por falta de materias primas, y la falta de unión de estos comerciantes con las ferrerías, la estabilidad política y la posibilidad de convertir a Guipúzcoa en una región papelera competitiva por falta de competencia nacional. Guipúzcoa se colocó a la cabeza de la producción papelera nacional. A partir de 1850, las nuevas industrias lo iban a ser por asociación de varios capitalistas, dándose un proceso de concentración de empresas, no en su forma física pero sí en su dependencia financiera. Una vez establecidas las bases, los años posteriores a 1876 supondrían la consolidación de industrias de mayor capacidad productiva, con un claro signo de asociación y absorción entre empresas del mismo ramo.
En esta segunda fase de 1876 a 1902, el capital invertido en papeleras se triplica, el avance y el crecimiento de la industria papelera esta en relación con la utilización de máquinas de vapor en vez de fuerza hidráulica, invento y aplicación de nuevas satinadoras, perfeccionamiento de las máquinas de tirar papel, y sobre todo del uso de pasta de madera y paja como materia prima.
Estos avances estimulan la creación de instalaciones cada vez mayores, el incremento de la producción y abaratamiento del producto obtenido. El capital que financió estas industrias procedía fundamentalmente de los comerciantes donostiarras y de origen francés y catalán instalados en San Sebastián desde épocas anteriores, sin olvidar a los indianos enriquecidos deseosos de emplear sus rentas en negocios provechosos.
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Las algodoneras.
Otra rama de actividad que despertó en los albores de la moderna industrialización guipuzcoana fue la manufactura algodonera, al amparo de la producción catalana, en pleno apogeo de crecimiento y renovación, que a partir de 1841, impulsada por el espíritu de asociación y empresa, se extiende fuera de sus fronteras regionales e invierte en otras provincias, entre las que se encontró Guipúzcoa - Algodonera San Antonio Vergara -, donde se empiezan a fabricar los indianos azules de dos caras en 1844.
En 1845 los Brunet crean la fabrica de algodón de Lasarte. Estas primeras instalaciones textiles fueron el preámbulo de la aparición de otras en las que se complementaban operaciones textiles de esta rama industrial. En estas empresas no se dieron las concentraciones financieras y materiales que se efectuaron en el papelero. Y subsistían los establecimientos antiguos con técnicas y sistemas artesanales como los de alpargatas en Azcoitia, con una producción muy restringida y que más que empresas eran talleres de artesanos hábiles. Unicamente Bergara se desarrollará como centro textil de gran relevancia.
En esta rama se produjo una proliferación y dispersión geográfica de centros manufactureros. Las grandes fábricas estaban sostenidas por capital catalán y esta competencia hizo que los capitalistas donostiarras no se inclinaran a la inversión en este sector como lo hicieron en el papelero. Las actividades del mueble y alimentación, tuvieron cierta relevancia.
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La metalurgia guipuzcoana
La rama industrial de mayor arraigo en Guipúzcoa, la producción férrica en su forma tradicional, tardó en desaparecer, y antes del cierre definitivo de las ferrerías hubo intentos de modernizar el sector, como consecuencia de iniciativas vizcainas, por ejemplo la construcción del “horno de Ibaeta” a carbón vegetal, y “ La Fundición y Hierro Batido”, “ San Pedro de Elgoibar”, con dos altos hornos.
Guipúzcoa no podía asemejarse a Vizcaya, pues carecía de materias primas; pero la fuerza de la tradición, la existencia de una potente siderurgia controlada fundamentalmente por Vizcaya y la acción estimulante de la demanda de otras actividades fabriles de la provincia, influyeron en el desarrollo de la industria de los productos del hierro sobre todo en el último cuarto siglo a partir de la aplicación de la electricidad como energía que permite la renovación en el proceso de fabricación.
Segunda etapa: 1914-1936:
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La coyuntura bélica:
A partir de 1914 y en relación con la primera guerra mundial, se produce en Vizcaya y Guipúzcoa, un espectacular crecimiento de la producción siderúrgica y metalúrgica. Estas provincias, aprovechando la coyuntura bélica y proteccionista, se convierten en abastecedoras de los mercados beligerantes, creando nuevas fábricas y aumentando la producción de las existentes.
Desciende la extracción de mineral, por la guerra, y también la importación de la hulla inglesa, ya que los buques de transporte sufrían las amenazas de los submarinos alemanes, esto obligó a la siderurgia vizcaina a comprar carbón asturiano, y el hierro, al disminuir las posibilidades de exportación, empieza a alimentar a las fundiciones asturianas, afirmando la unión asturiano- vizcaina, que se mantuvo una vez acabada la guerra por el proteccionismo estatal hacia la industria propio.
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Enviado por: | Artagan |
Idioma: | castellano |
País: | España |