Historia
Revolución Francesa
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
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INTRODUCCIÓN.............................................................3
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FRANCIA AL BORDE DE UNA REVOLUIÓN...........4
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CÓMO EMPEZÓ LA REVOLUCIÓN FRANCESA....5
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LA REDACCIÓN DE UNA CONSTITUCIÓN.............7
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LA ASAMBLEA LEGISLATIVA...................................8
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EL COMITÉ DE SALUD PÚBLICA..............................9
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LA LUCHA POR LA LIBERTAD.................................10
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EL TERROR TRAJO LA REACCIÓN DE THERMIDOR.................................................................. 11
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EL DIRECTORIO........................................................... 12
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EL CONSULADO............................................................ 13
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EL IMPERIO.................................................................... 14
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LA CAÍDA DEL IMPERIO NAPOLEÓNICO. EL CONGRESO DE VIENA................................................. 15
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CONCLUSIONES............................................................ 16
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BIBLIOGRAFÍA.............................................................. 17
INTRODUCCIÓN
Para comenzar, hemos decidido hacer un breve resumen de lo que fue la revolución francesa.
La revolución francesa fue un proceso social y político acontecido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que generaron la Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense.
Con este trabajo pretendemos que muchos de los factores que hicieron posibles la revolución francesa, queden aún más claros de lo que hoy en día lo están.
Finalmente creemos que hay que tener muy en cuenta que si no hubiera sido posible la revolución francesa, hoy en día no gozaríamos de vivir en un país regido por una democracia, ya que obviamente esta revolución fue el primer paso que dieron los hombres para que se tengan en cuenta sus derechos como personas y deberes como un ciudadano.
FRANCIA AL BORDE DE UNA REVOLUCIÓN
Una revolución, que es un cambio de clase dirigente, puede ser consecuencia de un fracaso de los dirigentes: de excesos de injusticias, miseria o derrota militar. Más algunas de las revoluciones son desencadenadas por la dimisión de una aristocracia que no cree ya en sí misma ni en sus propios derechos. En 1788, Francia era el Estado más poderoso de Europa. Tenía veintiséis millones de habitantes, o sea un 16% de la población total del continente, en una época en la que Gran Bretaña contaba con apenas doce millones y Prusia ocho. Francia acababa de ganar la guerra de América; su prestigio militar y naval no había sido tan grande jamás.
Las victorias de los ejércitos revolucionarios serían debidas no sólo a la admirable energía del Comité de salud pública, sino a la fuerza latente de la nación y a los instrumentos legados por el antiguo régimen.
Sin embargo Francia rebosaba descontento, y su gobierno había perdido toda autoridad, porque la antigua constitución ya no funcionaba.
¿Podía el rey convocar a los Estados Generales? Sí, pero desde 1614 no los había convocado. ¿Podía el Parlamento hacer respetar la costumbre? Sí, pero el parlamento se había convertido en defensor de los privilegiados. La nación no era disconforme a la monarquía. Era la monarquía quien en otro tiempo, había reformado los abusos y dominado a los señores feudales y quien había hecho la unidad de Francia.
El país ponía toda la esperanza en el Rey, a condición de que el Rey tomara partido por el país.
El feudalismo había dejado a las parroquias y las aldeas más libertad que los Intendentes. La gabela, la taille y demás impuestos eran pretexto para una constante fiscalización, producía horror al campesino francés.
Todos los franceses aclamaban al rey, pero al protector, no al explotador.
Las supervivencias feudales no eran ya toleradas por la opinión pública. La exención de impuestos había sido antaño otorgada a la nobleza a cambio de sus servicios militares. Pero hacía ya largo tiempo que el señor no defendía militarmente sus dominios. Desde que vivía en Versalles, había, incluso, dejado de administrarlos. En 1789 los nobles ricos y poderosos no residían ya en sus tierras; los que vivían en ellas eran pobres y despreciados por los Administradores. En Inglaterra, los grandes señores, los jefes políticos del país, colaboraban con la burguesía. En Francia muchos burgueses eran más ricos que los gentileshombres; habían leído los mismos libros y recibido la misma educación; las dos clases usaban el mismo vocabulario y hablaban sin tasa de la “sensibilidad” de “virtud”; más a pesar de esta identidad ideológica; subsistía entre ellos una profunda desigualdad social, que ya no era aceptada.
CÓMO EMPEZÓ LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La revolución francesa no empezó por un tumulto, sino por un idilio. Al anunciar Necker el 1º de enero de 1789 que el Rey convocaba los Estados Generales, concediendo al Tercer Estado una doble representación, la noticia fue acogida con entusiasmo enternecido y la bondad de Su Majestad Luis XVI hizo verter “torrentes de lágrimas”. Robespierre, abogado de Arrás y honorable burgués, hablaba de Luis XVI como de un hombre oportuno predestinado por el cielo para dar cima a una revolución. Más las ideas eran menos claras que vivos los sentimientos. ¿Se votaría por órdenes o por cabezas? El ministro no había dicho nada de esto. De votarse por órdenes todos los efectos de la doble representación quedarían anulados. ¿Y qué significaba una consulta electoral en un país sin educación política? A falta de candidatos y de profesiones de fe, se pidió a los electores que fueran quienes redactaran los programas, en forma de cuadernos (Cahiers)
Algunos folletos les daban advertencias y consejos. El más célebre fue el de abate Sièyes, sacerdote agriado, frío, razonable. “¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente? Nada. ¿Qué quiere ser en adelante? Algo.” Este folleto conoció un éxito entusiasta y se vendieron 30000 ejemplares.
A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los exámenes estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría controlar los Estados Generales.
A partir del 15 de mayo, una docena de sacerdotes demócratas respondieron a esta llamada; en unión de ellos, los diputados del Tercer Estado se proclamaron en Asamblea Nacional (17 de junio)
Esta Asamblea ilegal esperó ser disuelta desde el primer día, pero no lo fue. La asamblea juró no separarse jamás y reunirse en cualquier parte donde las circunstancias lo exigieran hasta que la Constitución estuviese firmada sobre sólidos cimientos.
La toma de la Bastilla es uno de los acontecimientos de los que no es fácil ni siquiera equitativo hablar objetivamente. Una vez tomada la Bastilla, el gobernador y otros soldados fueron asesinados cuando ya estaban indefensos. El efecto de la toma de la fortaleza fue prodigioso. Inmediatamente el pueblo conoció toda su fuerza. Robespierre resumió así el balance de la jornada: “La libertad pública conquistada, poca sangre vertida, sin duda alguna cabezas caídas, pero cabezas de culpables..... ¡Oh señores; a este motín debe la nación su libertad!” el 14 de julio de 1789 había sido, pues, la primera de las grandes “jornadas revolucionarias”, dramas rápidos que cada vez, en pocas horas de levantamiento o motín parisiense, debían cambiar la faz de Francia.
El 14 de julio, el rey cazó durante todo el día; después fatigado se fue a acostar. El día 15, por la mañana, el Duque de Liancourt le despertó para anunciarle lo que ocurría. “¿Es una revuelta?”, preguntó Luis XVI. “No, Sire; es una revolución”. El rey prometió retirar las tropas; la monarquía renunciaba a defenderse. La Asamblea se sintió, ante todo, consternada; en una gran mayoría era burguesa, opuesta a toda violencia. Desbordada, cerró el paso a las multitudes de París, que ahora se encaminaban a la Bastilla para demolerla. El astrónomo Bailly, héroe del juego de la Pelota, fue nombrado alcalde de París, y La Fayette, héroe del Yorktown, se puso al mando de la guardia Nacional. El 17 de julio, Luis XVI fue a París, acudió al Hôtel de Ville y recibió la escarapela tricolor. Aceptaba, por lo tanto, La Revolución, pero sin inteligencia y sin entusiasmo, de modo que no sacó ningún beneficio de su actitud.
La multitud colgó “de la linterna”, sin juicio, al consejero de Estado Foulon, encargado del abastecimiento de París. En las provincias los municipios se esforzaron, por asegurar una trancisión ordenada y pacífica. Más dos temores engendraron pronto lo que se llamó “el gran miedo”; uno de ellos, fue el temor del hambre, porque los trigos no circulaban por el país; el otro fue el temor de los bandidos.
En la noche del 4 de agosto, en la Asamblea, el Vizconde de Noailles, uno de los compañeros de La Fayette en América, afirmó que siendo el único motivo de esta agitación el mantenimiento de los derechos feudales, el único medio de hacerla cesar era abolirlos. La Asamblea aplaudió con delirio a este joven que así adhería al Evangelio del Tercer Estado; los diputados lloraban y se abrazaban. En el entusiasmo de esta sesión cada uno quería renunciar a algo: a la caza, a los placeres, a las frivolidades. El Tercer Estado se declaró enternecido por esta “orgía de generosidad” de los privilegiados. Y en efecto, el 4 de agosto fue un día de unión y de amor, del que la nación pudo estar orgullosa.
A decir verdad, la abolición de los derechos feudales no fue del todo completa; la mayoría eran simplemente rescatables. La abolición no fue absoluta hasta julio de 1793.
Jamás un régimen se suicidó tan rápidamente. En abril la Monarquía parecía todopoderosa; en agosto no le quedaba casi nada de sus antiguas instituciones.
LA REDACCIÓN DE UNA CONSTITUCIÓN
Ya en París la Asamblea se reunió en el picadero de Las Tullerías. “Están en el picadero—se decía--, pero los caballerizos, están en el Palais Royal”. A decir verdad, los caballerizos, los fanáticos, estaban cada día en las tribunas contando las faltas y errores. En la sala no faltaban hombres de talento. A la izquierda, Barnave, el romántico Buzot, el bello Pétion, Alexandre Lameth, veterano de la guerra de independencia americana, y Robespierre, abogado de Arrás, hombre puro, consagrado a la causa popular. En el centro, grandes señores liberales como Clermont-Tonnere y Liancourt, y sacerdotes demócratas como el abate Gregoire. A la derecha, algunos hombres de valor, pero sin influencia, y que no se sentaron allí por mucho tiempo. En la tribuna, Mirabeau. Era el más grande orador de esta Asamblea, pero su fama de hombre voluptuoso y venal le desacreditaba. Después de las jornadas de octubre, el conde de La Marck le pidió una Memoria para el Rey. Mirabeau redactó un texto rebosante de admirable lucidez. En él aconsejaba al soberano que abandonase París e hiciese una llamada a Francia: “las provincias piden leyes”. El Rey no debía pasar las fronteras, aconsejando Mirabeau, añadiendo que, El Rey no debía levantarse contra la revolución.
La Asamblea Constituyente no tenía ninguna experiencia política. Según frase del gobernador Morris, ministro de los Estados Unidos, quería “una constitución a la americana con un rey en vez de presidente”, sin reflexionar en que “Francia no tenía ciudadanos americanos para sostener esta Constitución”, le faltaba también aquella sólida educación política que había sido el town meeting. La Asamblea ignoraba la necesidad de un reglamento; toleraba el desorden; se exponía a la presión de las tribunas; impedía al rey tomar sus ministros de la Asamblea. Absurda decisión que privó a Francia de un ministerio Mirabeau. En suma quería el parlamentarismo sin ninguna de las condiciones que hacen posible el parlamentarismo. Además el poder auténtico estaba fuera de la Asamblea. Una sociedad denominada de los Jacobinos, peor cuyo nombre auténtico fue primero Sociedad de la Revolución y luego Sociedad de los Amigos de la Constitución.
En 1790, los Jacobinos no imaginaban que pudieran pasarse sin la monarquía y así la Constitución elaborada por la Asamblea fue monárquica. Gracias a Mirabeau, el rey había obtenido derecho a veto; podía ejercerlo ilimitadamente durante dos legislaturas, o sea cuatro años. La Asamblea se había protegido contra el ejército del rey, prohibiéndole acercarse a menos de treinta millas del Cuerpo legislativo. El sufragio no era universal; sólo votaban los ciudadanos activos, es decir, los contribuyentes. La Revolución se apoyaba sobre la fuerza popular, pero la Constitución era burguesa. Desde el punto de vista administrativo, la Asamblea había roto los antiguos cuadros provinciales, creando 83 departamentos, a fin de acabar con los autonomismos y separatismos. La célula inicial era La Commune, que nombraba su municipio, sostenía su guardia nacional y percibía impuestos
LA ASAMBLEA LEGISLATIVA
La nueva Asamblea, llamada legislativa, debió componerse de hombres nuevos, ya que los miembros de la Constituyente se habían excluido ellos mismos. La derecha del antiguo régimen había desaparecido; la de la Legislativa se componía de Feuillants, disidentes moderados del jacobinismo. Este solo hecho permite medir la rapidez con que el revolucionario de ayer se convertía en el reaccionario de mañana. Los Feuillants seguían siendo lo que siempre habían sido siempre: monárquicos constitucionales; a los ojos de los Cordeleros eran ya contrarrevolucionarios. En el centro se sentaban los diputados que se llamaban “independientes” y que en realidad, permanecían indecisos. A la izquierda, los que más tarde se llamaron los Girondinos, porque los diputados de Burdeos representaban importante papel entre ellos: eran en realidad, Jacobinos, a los que en 1971 se llamó Brissotinos, del nombre de uno de sus jefes, nacido en París. Dos hombres les dominaban: Jacques Brissot y Pierre Vergniaud.
En la extrema izquierda figuraban algunos representantes de los Cordeleros, pero los verdaderos jefes ---Robespierre, Marat, Danton—estaban fuera de la Asamblea.
Danton, hijo de campesinos, había llegado a París para terminar sus estudios de Derecho, casándose con la hija de su cafetero y conquistando pronto las simpatías de su barrio, el Distrito de los Cordeleros.
A diferencia de Robespierre, Danton amaba al amor; Robespierre sólo se amaba a sí mismo, y, para los otros, la igualdad. Danton gustaba de la lucha; Robespierre, de la adulación. Danton era demasiado accesible; Robespierre, incorruptible. Danton tuteaba a todos sus amigos; Robespierre no tuteaba más que al pueblo, que admiraba más las virtudes de Robespierre: su castidad, su honradez, cuanto entonces se practicaban muy raramente. Danton sostenía a Robespierre, que se apoyaba en esta fuerza porque la necesitaba, pero a quien irritaba “la truculencia del Titán” y proyectaba ya prescindir de ella.
El Rey acudió a la Legislativa, donde fue muy aplaudido. Habló de restablecer el orden en el ejército y de preparar a la defensa de Francia. Este tema debía agradar a los Girondinos. Muchos de ellos deseaban declarar la guerra a la Europa Feudal. ¿Acaso los peores enemigos de la Revolución no eran los emigrados de Coblenza y el Emperador de Austria? Una campaña contra el propio hermano de la reina permitiría colocar la política francesa en pie de la guerra, actuar severamente contra los emigrados y los clérigos refractarios y obligar al rey a tomar un partido. La situación anterior seguía siendo mala: faltaba el pan; bajaban los asignados.
El 10 de agosto de 1791, Marat predicó la matanza de los nobles y de los sacerdotes. Precisaba aterrorizar el país. El 2 de septiembre, la Commune, amenazada por la Asamblea, asustada por el avance de los emigrados y de los prusianos, desencadenó sus operaciones. El 20 de septiembre de este mismo año la Asamblea Legislativa se disolvió y se creó la Convención Constitucional.
EL COMITÉ DE SALUD PÚBLICA.
Fuera de París, las elecciones a la Convención habían pasado en calma, casi con indiferencia. En provincias apenas se había pronunciado la palabra República, pero nadie se atrevía a declararse realista. Los diputados elegidos parecían tener tres ideas dominantes: mantener la abolición de los privilegios, evitar una contrarrevolución, que hubiese provocado represalias, y proteger la propiedad.
En su conjunto la Convención era burguesa. Con 750 miembros, la Convención contaba con cerca de 165 girondinos.
De todos los hombres que formaban la Convención, Jean-Paul Marat era el más capaz de comprender una revolución social.
Entre la Gironda y la Montaña se extendía otro partido de espera y de silencio: era el Marais.
La Montaña tenía un programa: Salud Pública, estado de sitio, depuración y dictadura.
Al principio pareció que sería la Gironda la que regiría la Asamblea. Se eligió presidente a Pétion, por 235 votos entre 253 votantes. Después hubo que regular la cuestión del régimen “Nada de nuevo por hoy—anota Morris--, si no es que la Convención se ha reunido para declarar que ya no habrá rey...” el pueblo de París acogió el decreto a los gritos de “¡Viva la República!”. Mas la palabra no había sido pronunciada por los diputados. Solo después de esta manifestación, decidió La Asamblea que la República sería “una e indivisible”.
La Convención no podía declarar la unidad y la indivisibilidad; porque no podía realizarlas. Ella misma estaba dividida no en partidos sino en facciones.
La Gironda responsable de tantos desordenes, venía a ser el partido del orden y no veía otra salvación que la formación de una guardia departamental que viniese a proteger la Asamblea contra la Commune. Los Girondinos, burgueses, liberales y cultos, temían al pueblo y respetaban los principios. La Montaña saludaba desdeñosamente los principios y se apoyaba en el pueblo para completar la Revolución. “La aristocracia de los ricos sobre las ruinas de la aristocracia feudal—decía Robespierre--; yo no veo que el pueblo, que debe ser finalidad de toda institución política, gane gran cosa con esa clase de arreglo”. Robespierre y sus amigos pensaban que oponiendo la Commune popular a la Gironda tendrían más posibilidades de eliminar al Rey, a los nobles y al clero.
¿Debía procesarse al Rey? La Gironda no lo deseaba. Temía la división de Francia, temía irritar la opinión provinciana y dividirse ella misma.
La Constitución de 1791 había declarado inviolable la persona del Rey. A lo cual respondían algunos que, desde el 10 de agosto, Luis XVI se había convertido en un simple ciudadano. En tal caso no era responsable de sus actos sino a partir del 10 de agosto, su proceso no dependía de la Convención en funciones de Tribunal Supremo de Justicia. En el proceso del Rey la Gironda fue débil. Se dejó imponer en el proceso y en la ejecución de éste.
LA LUCHA POR LA LIBERTAD
Los ejércitos austriacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austriacos gracias a ciertos errores del alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La posterior invasión de Francia provocó importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población se canalizó en un asalto a las Tullerías, la residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea Legislativa declaró el estado de excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la guerra contra Francia. Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se solicitaron voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de Marsella llegaron a París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como La Marsellesa. El descontento popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían expresado su apoyo a la monarquía y habían rechazado la acusación de deserción presentada contra La Fayette, hizo aumentar la tensión. El malestar social, unido al efecto que generó el manifiesto del comandante aliado, Charles William de Ferdinand, duque de Brunswick, en el que amenazaba con destruir la capital si la familia real era maltratada, provocó una insurrección en París el 10 de agosto. Los insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la capital y voluntarios nacionales que se dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a la Guardia suiza del rey. Luis XVI y su familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones de la Asamblea Legislativa, que no tardó en suspender en sus funciones al monarca y ponerle bajo arresto.
Los montagnards, liderados por Danton, dominaron el nuevo gobierno parisino y pronto se hicieron con el control de la Asamblea Legislativa. Esta cámara aprobó la celebración de elecciones en un breve plazo con vistas a la constitución de una nueva Convención Nacional, en la que tendrían derecho a voto todos los ciudadanos varones. Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil monárquicos y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados.
Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional. La primera decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía y la proclamación de la I República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la Convención no fue más allá de la aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo, ninguna facción se opuso al decreto presentado por los girondinos y promulgado el 19 de noviembre, por el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos oprimidos de Europa. Las noticias que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas francesas habían conquistado Maguncia, Frankfurt del Main, Niza, Saboya y los Países Bajos austriacos. Sin embargo, las disensiones se habían intensificado seriamente en el seno de la convención. La primera gran prueba de fuerza se decidió en favor de estos últimos, que solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo de traición y consiguieron que su propuesta fuera aprobada por mayoría.
EL TERROR TRAJO LA REACCIÓN DE THERMIDOR.
El reinado del Terror gobernó durante 3 años desde el año 1792 hasta el año 1795. El Rey había sido asesinado el 21 de enero de 1793 en la guillotina. Fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334 votos en contra.
Este sistema de gobierno sobre todo de ejecución fue ideado por el líder Jacobino Maximiliem de Robespierre, con él pretendía erradicar la contrarrevolución, imponer el orden, ganar la guerra contra el Estado Austriaco y redactar una Constitución que nunca se promulgó.
Para explicar el Terror se ha dado diversos pretextos: el asesinato de Marat, las conjuras realistas, y, sobre todo, los reveses militares durante el verano de 1793. Según Mathiez, los miembros del Comité actuaban “en estado de legítima defensa”. No solo defendían sus ideas, sus personas y sus bienes, sino que al mismo tiempo, defendían la patria. ¿Es cierto que el terror salvo a la República? Guillotinar generales patriotas como Custine, Beauharnais, Biron, Luis de Flers, fue, a la vez, un crimen y un error.
Mas la crueldad pasó durante algún tiempo por fortaleza de alma.
En Septiembre de 1793, las secciones pidieron que la Convención pusiera “el Terror a la orden del día”. Pronto no se buscó ya solamente a los culpables, sino también a los sospechosos. Como tales se distinguían: los nobles y sus parientes, a no ser que se hubiesen manifestado adhesión reconocida a la Revolución; todos los funcionarios cesantes; todos cuantos habían emigrado, aun cuando hubieran vuelto en las treguas prescritas; todos los que habían expresado opiniones hostiles a la Revolución o los que no habían hecho nada por ella.
La guillotina, nueva invención, con la simplicidad de su mecanismo, aceleró la carnicería. Aunque las matanzas de Septiembre hubieran “vaciado las prisiones”, hubo cerca de 2800 guillotinados en París y 14000 en provincias. Más otras formas de ejecución (fusilamientos) habían cobrado también a sus víctimas y muchos de los que pertenecían a lo más selecto de Francia. Aparte de algunos casos aislados, las acusaciones carecían de fundamento. “Del 10 de agosto al 9 thermidor no hubo una sola conspiración realista”. Mas el gobierno, incapaz de asegurar el aprovisionamiento, organizaba el resentimiento.
El Tribunal Revolucionario actuó sin tregua durante catorce meses. El Acusador Público, Fouquier-Tinville, espantoso granuja de labios pálidos y frente estrecha pedía cabezas y más cabezas, que caigan con sangrienta monotonía. Aunque las cabezas caían “como granizo”, París parecía tranquilo.
Tanto Danton como Camille Desmoulins quedaron consternados ante el proceso y la muerte de los Girondinos. Danton, su adversario pero no su enemigo, lloraba diciendo: “¡Y no podré salvarlos!” tras la muerte de su esposa se había casado con una muchacha de 16 años y se refugiaba en este amor. Robespierre observaba con desagrado a Indulgentes y Enragés. Sus virtudes eran innegables, había llegado a una dictadura por su fama de incorruptibilidad. Incluso Robespierre terminó en la guillotina tras haberle roto la mandíbula un pistoletazo de la multitud.
EL DIRECTORIO.
Los convencionales habían dado el golpe de Thermidor por miedo; el pueblo les había dejado de hacer por hambre.
Muerto Robespierre y abolida la tasa los precios ascendieron verticalmente y los burgueses moderados firmaron la paz con algunas potencia extranjeras, ya que durante el gobierno del Terror Francia había entrado en guerra con toda Europa.
No se encontraban los zapatos que en 1790 valían cinco libras, costaban doscientas en 1795, dos mil en 1797. Debido a que los obreros, habían perdido el derecho de asociación no habían obtenido el derecho de voto, estaban furiosos. La miseria les parecía tanto más insoportable cuanto que los nuevos ricos, los aprovechados de la Revolución, exhibían por las calles de París su lujo, su baile, sus mujeres ataviadas con vestidos transparentes y ruinosos. Las barrigas vacías veían engordar a las barrigas doradas, que eran también las “barrigas podridas”. La venta de los bienes nacionales había dejado millares de millones de beneficiosos.
Los nuevos ricos bailaban sobre las ruinas de una sociedad. A su lado sólo había una clase dichosa, el campesinado, que había comprado casi todos los prados, viñas, campos, procedentes de los bienes de los emigrados. Pese a la carestía de la vida, el campesino estaba seguro de comer.
Los campesinos y Jacobinos seguros querían poner fin a la revolución ya que no querían perder todos sus beneficios. Los realistas deseaban y esperaban la vuelta del antiguo régimen. Los Muscandins (petimetres realistas) trataban de excitar al pueblo contra la Convención.
El pueblo de París hubiera querido que se pusiera en vigor la Constitución que nació muerta en 1793, pero Tallien, Barras y los thermidorianos hicieron votar una Constitución del año III que servía mejor a sus intereses, pues era republicana sin ser democrática. El poder ejecutivo residía en un directorio compuesto de cinco miembros elegidos por las Cámaras y renovable a razón de un miembro por año. Dos Asambleas, la de los Quinientos y la de los Ancianos, representarían a “la imaginación y la Razón”: El régimen sería censitario, esto es, que para ser elector precisaría se propietario. Ello significaba favorecer a los obreros. No se preveía mecanismo ninguno para resolver cualquier conflicto que pudiera surgir entre el poder ejecutivo y el legislativo. En desquite, para otorgar mayor prestigio a los miembros del Directorio, se le cubrió de plumas y de bordados. No por ello debían de ser más respetados.
El Directorio tomó el poder. Los “Cinco Sires” elegidos por la Asamblea eran cinco regicidas. El vizconde Paul de Barras era un libertino, sensual que despreciaba a los hombres; los otros cuatro tenían fama de ser austeros republicanos entre ellos estaban Napoleón Bonaparte un joven militar que había sido proclamado héroe durante la guerra. Es importante observar que el puñado de granujas que formaron el Directorio, constituirían la clientela del Consulado.
EL CONSULADO.
El 18 brumario no pareció a los franceses de la época de un atentado contra sus libertades. A los ojos de los parisienses, que el gobierno se llamara Directorio o Consulado era uno y lo mismo. Algunos departamentos protestaron sin tener éxito. La burguesía, tranquilizada hizo subir el “tercio consolidado” de once a veinte francos. Los realistas esperaban que Bonaparte fuese un Monk, los republicanos que fuese un Washington, pero en realidad Bonaparte gobernaría como general.
No obstante, Bonaparte no sabía si aún continuaba la Revolución, por ello durante este período “marchaba al día”. Esta era la clave de su éxito. Francia era una enferma grave: después de cinco años de fiebre alta, había caído en una natural postración.
El consulado fue el gobierno establecido en Francia el 10 de noviembre de 1799, a raíz del derrocamiento del Directorio a manos de Bonaparte.
La caída del Directorio tuvo lugar el 10 de noviembre de 1799, un día después de que se produjera el 18 de brumario del año VIII de la República
Los miembros de la Asamblea Legislativa francesa del periodo del Directorio que apoyaron el cambio de régimen nombraron tres cónsules para gobernar Francia. Napoleón fue elegido primer cónsul, en tanto que Emmanuel Joseph Sieyès y Pierre Roger Ducos, los otros dos cónsules, prestaban sus servicios como consejeros. Ambos fueron pronto reemplazados por Jean Jacques Régis de Cambacérès y Charles-François Lebrun. Este acercamiento a un tipo de gobierno monárquico se confirmó a través de la nueva Constitución, aprobada mediante un referéndum el 24 de diciembre de 1799. En ella se disponía la creación de un Senado compuesto por sesenta miembros designados con carácter vitalicio, una asamblea de tribunos con cien miembros, una cámara legislativa de trescientos diputados y tres cónsules propuestos por los órganos del senado para un periodo de diez años, susceptibles de ser reelegidos. No obstante, las atribuciones de estas instituciones eran muy limitadas, mientras el primer cónsul disfrutaba de un poder casi absoluto, verdaderamente dictatorial.
Napoleón, como primer cónsul, fijó su residencia en el palacio de las Tullerías, situado en París, que había sido tradicionalmente la residencia de la familia real francesa. Se le volvió a elegir para un nuevo mandato de diez años en mayo de 1802, y en agosto de este mismo año se le nombró primer cónsul con carácter vitalicio en virtud de una enmienda introducida en la Constitución. El Consulado se disolvió el 18 de mayo de 1804, cuando Napoleón fue proclamado emperador por el Senado tras los brillantes éxitos obtenidos por medio de su belicosa política exterior durante las primeras Guerras Napoleónicas.
EL IMPERIO.
Napoleón había recibido del Papa la Corona de Carlomagno. ¿Soñaba acaso con reconstruir su antiguo imperio? Muchos lo creían así. Se complacía, curiosamente en residir en Aquisgrán; corrió a milán en busca de la corona lombarda. Quería tener una corte; atajó y mimó a la antigua aristocracia; creó duques y príncipes; hizo reyes a sus hermanos. Más era demasiado inteligente para no juzgar este espectáculo con ironía: “¡Ah, José—decía el día de la Consagración--, si nuestro padre nos viera!” mas todavía quedaba algo de subteniente corso, jacobino y cínico en Napoleón. A partir de 1805 las cosas le arrastran. Él hubiese querido la paz, al menos por algún tiempo, el preciso para reorganizar Francia y dotarla de una Gran Marina. Más Inglaterra había jurado perderle. La creación del Imperio francés asustaba a los soberanos de Europa. En 1804 se formó la tercera coalición: Inglaterra, Austria, Rusia, Suecia, Nápoles, se reunían con el objetivo de volver Francia a sus antiguas fronteras. De todos modos se guardaron en declararlo abiertamente. Europa había aprendido a conocer las reacciones de los franceses, siempre que está en juego el honor nacional. Prudentemente se limitaban a hablar de las inquietantes ambiciones del Emperador y de la necesidad de poner un término a sus conquistas. A los ojos de Napoleón la situación era bastante clara. Necesitaba vencer a Inglaterra o ser aplastado por ella. El emperador creía que si la Marina le concedía, por tres días o por tan sólo uno, el dominio del canal de La Mancha y si podía hacer que lo cruzaran 200000 hombres, no tardaría en revistar sus tropas en el parque de Saint-James. Imaginaba que “la canalla” de Londres acogería a los franceses como a liberadores. Pero Napoleón se equivocó en este punto, ya que las tropas inglesas combatieron admirablemente, además de que el aprovisionamiento de municiones de las milicias francesas era escaso. Todas las flotas francesas estaban espiadas, bloqueadas por las flotas británicas. El emperador ordenó a Villenueve, que mandaba una flota franco-española, fuese a las Antillas, fingiera presentar batalla, atraer allí a los ingleses y volver a toda vela al canal de La Mancha, para asumir las pocas horas de mando necesarias y suficientes. Mas en 1805 Napoleón supo que Villanueva no se había dirigido hacia Boulogne sino que se había refugiado en el puerto gaditano. Bruscamente actuó Napoleón y dictó órdenes para una campaña continental. Jamás fue Napoleón tan admirado y adorado por sus soldados como durante esta breve y deslumbrante campaña. En Ulm, Napoleón recibió una terrible noticia. Villanueva que no combatió cuando era necesario, había salido de Cádiz cuando no debía y la flota franco-española fue aniquilada en Trafalgar, por Nelson. Inglaterra quedaba así como dueña de los mares, Napoleón no podía vencerla sino cerrándole el continente. Por ello Viena no le bastaba. Quedaban un peligro ruso y otro prusiano.
Con gran escándalo de los generales, a Rusia no le pide nada, ya que codiciaba la amistad con el Zar.
Conquistó Portugal en 1807 y España en 1808 nombrando a su hermano como Rey.
LA CAÍDA DEL IMPERIO NAPOLEÓNICO. ELCONGRESO DE VIENA.
La alianza de Bonaparte con el zar Alejandro I quedó anulada en 1812 y Napoleón emprendió una campaña contra Rusia que terminó con la trágica retirada de Moscú.
Después de este fracaso, toda Europa se unió para combatirle y, aunque luchó con maestría, la superioridad de sus enemigos imposibilitó su victoria. Sus mariscales se negaron a continuar combatiendo en abril de 1814. Al ser rechazada su propuesta de renunciar a sus derechos en favor de su hijo, hubo de abdicar, permitiéndole conservar el título de emperador y otorgándosele el gobierno de la isla de Elba. María Luisa y su hijo quedaron bajo la custodia del padre de ésta, el emperador de Austria Francisco I, y Napoleón no volvió a verlos nunca, a pesar de su dramática reaparición. Escapó de Elba en marzo de 1815, llegó a Francia y marchó sobre París tras vencer a las tropas enviadas para capturarle, iniciándose el periodo denominado de los Cien Días. Establecido en la capital, promulgó una nueva Constitución más democrática y los veteranos de las anteriores campañas acudieron a su llamada, comenzando de nuevo el enfrentamiento contra los aliados. El resultado fue la campaña de Bélgica, que concluyó con la derrota en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. En París las multitudes le imploraban que continuara la lucha pero los políticos le retiraron su apoyo, por lo que abdicó en favor de su hijo, Napoleón II. Marchó a Rochefort donde capituló ante el capitán del buque británico Bellerophon. Fue recluido entonces en Santa Elena, una isla en el sur del océano Atlántico. Permaneció allí hasta que falleció el 5 de mayo de 1821.
Los representantes de todas las potencias europeas, excepto del Imperio otomano, acudieron al Congreso, que se interrumpió brevemente a partir de que en febrero de 1815 Napoleón huyera de su exilio en la isla de Elba. El más destacado de los monarcas asistentes fue el zar de Rusia Alejandro I, que defendió causas tan impopulares para el resto de los reunidos como la unificación de los estados alemanes y la implantación de un gobierno constitucional en Polonia. Pero también contó el Congreso con la presencia del emperador de Austria, Francisco I (que había sido el último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Francisco II), y la del rey de Prusia, Federico Guillermo III.
El diplomático que desempeñó el papel más destacado en las negociaciones fue el príncipe Klemens Metternich, el ministro austriaco de Asuntos Exteriores, que presidió la conferencia. Aunque las principales potencias —Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria— habían decidido que Francia, España y las potencias de segundo orden no intervinieran en ninguna de las principales decisiones, el diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, que actuaba en representación de Luis XVIII (el monarca francés restaurado en el trono en 1814) consiguió que Francia tomara parte en las deliberaciones en igualdad de condiciones. Gran Bretaña se halló representada por su ministro de Asuntos Exteriores, Robert Stewart, vizconde Castlereagh, y por el general Arthur Colley Wellesley, duque de Wellington. El principal delegado de Prusia fue el príncipe Karl August von Hardenberg.
CONCLUSIONES
En realidad, no es nada fácil explicar el acontecimiento que supuso la Revolución Francesa, ya que ha habido una serie de factores que la hicieron posible, como por ejemplo el cobro desigual de los impuestos, la prioridad que tenían la nobleza y el clero frente al tercer Estado, además de la obtención de cargos importantes únicamente adquiridos por la nobleza. Creemos que la revolución francesa no sólo ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la historia sino, que ha sido uno de los primeros pasos que dio el hombre para defender sus derechos, y por consiguiente también la mujer.
Con respecto al reinado del Terror, creemos que ha sido una de las peores etapas de la Revolución, ya que se produjeron cerca de 3500 guillotinados en toda Francia, se puede decir que ha sido una de las negras etapas por las que ha pasado la humanidad en todos nuestros tiempos, a parte de la crueldad y la frialdad con la que los acusadores dictaban sentencia, incluso tratándose de gente inocente.
También hemos podido observar la competitividad que han tenido los partidos constitucionales, pero incluso, a pesar de este sentimiento, algunos, como por ejemplo Danton lloraron por la muerte de sus adversarios.
Con respecto a Napoleón, hemos de decir que es un gran ejemplo de una persona avariciosa, inconformista y perseverante. Su único mal fue querer lo mejor para su país y las ganas que tenía por dominar a toda Europa y mantenerla en su poder. No se conformó con dominar gran parte de Europa Occidental sino que pretendía gobernar toda Europa incluyendo a su gran rival: Inglaterra.
Finalmente hemos de decir que con este trabajo nos hemos instruido bastante sobre la Revolución Francesa y que a pesar de lo poco que hemos puesto consideramos que es lo más esencial e importante.
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Enviado por: | KZG |
Idioma: | castellano |
País: | España |