Historia


Revolucion Cubana


LA REVOLUCIÓN CUBANA

He elegido este tema para mi trabajo por la relevancia y trascendencia que ha tenido en la historia no sólo de Cuba sino de Latinoamérica y el mundo entero, la Revolución Cubana caracterizada por la imagen de Fidel Castro. Dado que estos acontecimientos no están acotados en una franja corta y delimitada en el tiempo, sino que incluso en la actualidad aún Fidel Castro da mucho que hablar, he preferido centrarme en lo sucedido desde que el dictador cubano comienza a idear su rebelión contra Batista, el anterior dictador del país.

Más adelante, he dedicado una parte en especial a lo acontecido en Bahía de los Cochinos, dirigido y maniobrado por el gobierno norteamericano para derrocar el gobierno de Fidel Castro cuando parecía que finalmente el comunismo empezaba a ser una amenaza contagiosa para el resto de Latinoamérica. La intervención norteamericana fue un rotundo fracaso cuando por entonces presidía el gobierno J.F. Kennedy.

He excluido parte importantes para no extenderme excesivamente en la historia y evolución cubana, como por ejemplo en el protagonismo tan acentuado que tuvo Rusia durante este período y la guerra fría que esto generó con los EEUU y que se prolongó durante tanto tiempo llegando incluso a plantearse la 3ª guerra mundial.

Principalmente, la bibliografía que he usado y que más me ha interesado ha sido la del libro escrito por un periodista español, Enrique Meneses, y titulado «Fidel Castro» porque relata el desarrollo de la revolución desde sus inicios, pasando por todas las etapas relevantes.

CÓMO EMPEZÓ

Poco antes de las cinco de la madrugada del 26 de julio de 1953, las calles de Santiago de Cuba estaban más frecuentadas que de costumbre a esas horas. El día había sido de fiesta, y numerosos santiagueros aún festejaban a su Patrono. Por eso, a nadie le extrañó el paso de una caravana compuesta de 26 vehículos que se dirigía hacia el cruce de las avenidas Trocha y Garzón. Ahí, los vehículos se dividieron en tres grupos que tomaron la Avenida de las Enfermeras. En el último grupo, un hombre alto fijaba su mirada miope en los vehículos que precedían y aferraba sus manos a una metralleta. Aquel hombre se llamaba Fidel Castro y con sus dos centenares de compañeros, iba a tallarse un nombre en la historia contemporánea.

Aquella expedición que avanzaba por las calles de Santiago sigilosamente, tenía por finalidad atacar a las guarniciones de Bayamo y Santiago. Treinta hombres estaban ya situados frente a la confiada guarnición de Bayamo y 170 se acercaban al cuartel Moncada, la segunda guarnición de Cuba. Dos posibilidades habían sido previstas por Fidel Castro: reducir a los defensores del Moncada logrando un éxito singular sobre el régimen de Batista, o tener que retirarse capitalizando sobre la publicidad que el ataque tendría en toda Cuba. En ambos casos, la audacia de los atacantes se vería recompensada.

Todo había sido planeado durante varios meses. En el elegante barrio habanero del Vedado, en la calle 25 y O, Fidel Castro había estudiado esta operación en sus mínimos detalles junto con sus más fieles amigos. Todos eran miembros del Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás, y todos se sentían frustrados por la toma del poder por Batista, que, el 10 de marzo de 1952, había depuesto al presidente Prío Socarrás. Este golpe de fuerza echaba al suelo las esperanzas de todos los que aguardaban con impaciencia las elecciones del primero de junio. Pese a ser miembros del Partido Ortodoxo, Fidel Castro, Abel Santamaría, Jesús Montané, René Guitart y otros muchos, representaban los «jóvenes leones» del partido y no gozaban del apoyo absoluto de sus mayores, quizá porque éstos tenían otra edad y corrían más riesgos por ser personajes conocidos del nuevo Gobierno.

Los insurrectos trabajaron duro preparando el ataque. Obtuvieron fondos empeñándose, sacando dinero de sus familias y hasta falseando firmas de cheques, según sus adversarios. En una finca de Siboney, cerca de Santiago de Cuba, el propietario, Ernesto Tizol, comenzó a esconder las armas que le eran enviadas, ayudado por Haydee Santamaría, hermana de Abel.

¿Por qué había elegido Fidel Castro Santiago de Cuba para esta prueba de fuerza con el Gobierno de Batista? Por un lado tuvo en cuenta el tradicional descontento de la población oriental, que siempre estuvo convencida de que los Gobiernos cubanos se ocupaban más de La Habana que de la segunda ciudad del país. La provincia oriental, según sus habitantes, era simplemente una parte de la isla que debía producir minerales y productos agrícolas sin aspirar a tener el nivel de vida de los habaneros. Encontrar apoyo para un movimiento insurreccional entre una población satisfecha e indiferente, es mucho más difícil que hacerlo con gentes obsesionadas por la injusticia y el abandono en que se las tiene. También es importante señalar que muchos de los insurrectos eran orientales y conocían muy bien la región.

A las tres de la madrugada del 26 de julio, Fidel Castro había dado sus últimas instrucciones. Los hombres de Bayamo ya estaban en aquella localidad listos para el ataque. En Santiago, Pepe Suárez, Montané y Guitart debían apoderarse de los centinelas del cuartel Moncada por sorpresa. Para ello, contaban con una fecha festiva, por lo que los uniformes rebeldes podrían ser confundidos con los de soldados permisionarios que regresasen al cuartel.

Raúl Castro, hermano de Fidel, pese a sus veintidós años, recibió orden de ocupar el Palacio de Justicia, situado frente al cuartel, para instalar con sus hombres una ametralladora en el tejado. Abel Santamaría, con su grupo, tenía que ocupar el hospital Saturnino Lora, situado frente a la entrada principal del cuartel.

Otro grupo debía ocupar una emisora de radio por la que radiarían, en caso de victoria, la cinta magnetofónica del último discurso de Eduardo Chibás pronunciado frente las cámaras de televisión antes de suicidarse en los estudios de CMQ. También se debía leer una proclamación de Fidel Castro que comprendía nueve puntos, y en la que, junto con sus planes para una nueva sociedad cubana, el jefe insurrecto subrayaba que los motivos de aquella rebelión se debían exclusivamente al deseo de todos los cubanos de restablecer la Constitución de 1940, violada por Fulgencio Batista al tomar el poder mediante la fuerza.

Abel Santamaría, el médico Muñoz, Julio Trigo, Haydee Santamaría y Melba Hernández, estas dos vestidas de enfermeras, ocuparon el hospital sin problemas. Su misión era, junto con el médico, prestar auxilio a los heridos.

A las 5,15 de la madrugada se hicieron los primeros disparos. Eran los de Fidel Castro, obligado a cubrir con su fuego la salida de los rebeldes, que se encontraban en uno de los coches que había volcado accidentalmente. Este incidente suprimía el elemento sorpresa que tanto había cuidado Fidel Castro. Otro error fue el poco conocimiento que los atacantes tenían del interior de la fortaleza. En el patio del Moncada se dirigieron a la armería, encontrándose con la barbería del cuartel.

Un fuego nutrido caía sobre los atacantes que se encontraban en medio del patio sin saber a dónde ir. Guitart cae muerto. Fidel Castro ordena la retirada. Los rebeldes huyen deshaciéndose de sus uniformes y quedándose con sus ropas civiles que llevaban debajo en previsión de esta eventualidad. Los hombres de Castro huyen en tres direcciones: unos, a refugiarse en el hospital ocupado por Santamaría; otros, a casas de amigos en pleno Santiago y, un tercer grupo, hacia la finca de Siboney, primero, y la Sierra Maestra, después.

Los que buscaron refugio en el hospital, lo lamentaron muy pronto. Después de disfrazarse de pacientes vendados para escapar a la búsqueda que el Ejército no dejaría de hacer, se metieron en las camas libres. Los soldados no tardaron en venir, y ya se retiraban al comprobar que allí sólo había enfermos, cuando un empleado del hospital denunció a los rebeldes. El Ejército apresó a veinte hombres y a las dos falsas enfermeras. Al salir del hospital, un soldado dio muerte por la espalda al Dr. Muñoz.

Los que se habían escondido en Santiago de Cuba tampoco fueron muy afortunados. Uno tras otro iban siendo descubiertos por la Policía batistiana, que registraba todas las casas de la ciudad. El general Martín Díaz Tamayo vino urgentemente a Santiago. Traía órdenes de La Habana para actuar con el máximo rigor. Por cada soldado caído en el ataque, diez prisioneros rebeldes debían ser fusilados.

Fidel Castro, entretanto, se había retirado junto con algunos compañeros a las laderas de la Sierra Maestra. El arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes, se entrevistó con el coronel Alberto del Río Chaviano y le pidió que respetase la vida de los rebeldes que se rindiesen.

El Ejército buscaba ahora en la Sierra Maestra a los restantes atacantes del Moncada. El teniente Pedro Sarria conocía personalmente a Fidel Castro, y fue elegido para mandar una patrulla encargada de localizar al jefe rebelde. Agotados, hambrientos, sin municiones, Fidel Castro y dos de sus hombres se toparon con la patrulla de Sarria. En lugar de reconocerlo, el teniente murmuró al oído de Castro, mientras lo registraba, pidiéndole que no se identificase, pues su vida peligraba.

En lugar de llevar a los presos al cuartel de Moncada o ejecutarlos en el acto, como tenía orden, Pedro Sarria los llevó a la cárcel municipal de Santiago, donde, aunque se supiese la identidad de Fidel Castro, no corría un peligro inmediato. Como consecuencia de su acto, el teniente Pedro Sarria fue destituido del Ejército.

El coronel Chaviano redactó un informe en el que trataba a los atacantes del Moncada de «maleantes». También decía que muchos de los hombres que siguieron a Castro lo hicieron engañados y que, cuando realizaron su error y quisieron huir, Fidel Castro y sus amigos los mataron por la espalda. En total, bajo la causa 37, como se denominó el proceso de los insurrectos, se iban a juzgar 120 hombres y dos mujeres. Otros más no pudieron ser juzgados por haber sido muertos en sus celdas o torturados, hasta el punto de ser impresentables ante la Corte.

Los enjuiciados fueron encerrados en la cárcel de Boniato hasta que se celebrase el juicio fijado en Santiago para el 21 de septiembre de 1953. Un millar de soldados guardaban el trayecto por el que debían pasar los presos hasta llegar al tribunal. Se temía en Santiago que los presos más importantes fuesen muertos aplicándoseles la «ley de fugas», pero todo el país estaba pendiente del juicio, sobre todo en Santiago de Cuba, donde la Policía había cometido excesos al registrar las casas en busca de fugitivos.

En el juicio, el fiscal quiso demostrar que la organización del ataque había sido financiada por el ex presidente Prío Socarrás desde Miami, pero Fidel Castro, que actuaba como su propio defensor, deshizo el argumento sacando de su bolsillo una lista completa de los gastos de la malograda expedición. Los 16.480 pesos que había costado el ataque eran producto de donativos de los mismos participantes.

Suspendido por unos días, el juicio se reanudó el 26 de septiembre sin la presencia de Fidel Castro. Cuando la Policía alegó que el preso no podía presentarse por encontrarse enfermo, Melba Hernández, que también se defendía a sí misma por ser abogada, sacó de su mono un rollito de papel que entregó al presidente del Tribunal. Este leyó un mensaje de puño y letra de Fidel Castro en el que declaraba encontrarse en perfecto estado de salud y acusaba al Gobierno de planear su eliminación. Pedía al Tribunal que nombrase un delegado para investigar su enfermedad así como vigilar las idas y venidas de los presos entre cárcel y Tribunal con el fin de evitar la aplicación de la «ley de fugas». El presidente accedió a la solicitud, pidiendo que se realizase un examen médico del jefe rebelde.

El 28 de septiembre la acusación dijo que los rebeldes habían utilizado puñales para asesinar soldados, pero los expertos del Tribunal, oficialmente nombrados, negaron que los muertos militares presentasen heridas de arma blanca.

Por su lado, Haydee Santamaría denunció el asesinato del Dr. Muñoz, así como otros 25 presos, entre los que se encontraba su hermano Abel. Refiriéndose a éste, Haydee dijo que la Policía le había traído hasta la celda un ojo arrancado a su hermano, pidiéndole que evitase los sufrimientos de Abel confesando la participación de Prío Socarrás en el movimiento. Al negarse Haydee, le trajeron el segundo ojo.

Fidel Castro basó su defensa sobre el hecho de que no podía acusárseles de intentar derrocar al Gobierno constitucional, puesto que precisamente era Batista el que había derrocado a dicho Gobierno el 10 de marzo. En cuanto a atacar la inconstitucionalidad de Batista por medios jurídicos, Fidel Castro subrayó que lo había hecho ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y el Tribunal de Urgencia de La Habana sin resultado alguno.

Pese al impacto que Fidel Castro obtuvo en su defensa, ante los presentes, el juicio no obtuvo eco inmediato en el país porque Batista había impuesto la censura junto con la suspensión de garantías constitucionales al día siguiente del ataque al Moncada.

Durante las cinco últimas horas que habló Fidel Castro en su defensa, habló de las torturas de la Policía y el Ejército batistianos, de sus proyectos para el futuro de Cuba, del imperialismo y del paro obrero. Habló para el «guajiro» analfabeto, para el estudiante idealista, para «los jueces justos», para todos los resentidos del país. Pidió que no se le hiciese trato de favor a la hora de sentenciar, y concluyó gritando: «¡ Condénenme ! ¡ No importa I ¡ La Historia me absolverá ¡».

Fue condenado a 15 años de penitenciaría en la isla de Pinos, la famosa «Isla del Tesoro» de R. L. Stevenson, en la parte sur occidental de Cuba.

Doscientos hombres habían tomado parte en el ataque a Bayamo y al Moncada. Setenta habían muerto en combate o en las celdas de la Policía o del Ejército. Fidel Castro había fracasado en su intento insurreccional, pero había sembrado para futuras cosechas. Al provocar la violenta y hasta cierto punto inútil represión batistiana, había ganado mucho más que una victoria militar. Con sus mártires, aún frescos, había logrado despertar el odio hacia un régimen, sacudir la inercia de los grupos políticos de oposición y crear la atmósfera propicia para una guerra civil.

FIDEL CASTRO Y FULGENCIO BATISTA

Pero si el primer asalto en el combate que oponía Fulgencio Batista y Zaldívar a Fidel Castro Ruz había concluido a favor del presidente de la República de Cuba, el «match» aún no debía considerarse terminado. Dos hombres se habían opuesto por la violencia en el escenario cubano. Dos hombres totalmente distintos en lo físico como en lo humano. Batista cuenta cincuenta y dos años y Castro veintisiete cuando tiene lugar el ataque al Moncada. El presidente es bajo, de tez cetrina, rasgos de mestizo, mientras su oponente es muy alto, tallado en atleta, muy blanco de piel. El primero es militar, aunque desde el grado de sargento se haya elevado al de general por sus propios deseos. El segundo es abogado y busca más las causas sociales que los pleitos burgueses. El presidente ha nacido en Oriente, como Castro, pero mientras Batista lo hace en un hogar muy humilde, el rebelde viene al mundo en una familia de terratenientes bien avenidos.

¿Pero quiénes son estos dos hombres que van a ensangrentar Cuba y convertirla en uno de los puntos neurálgicos del mundo?. Veamos quién es el primero, Fulgencio Batista.

El 12 de agosto de 1933, el dictador Gerardo Machado es derrocado. Durante las tres semanas que siguen a su caída, el caos y la anarquía se apoderan del país. Venganzas, saqueos, criminalidad se instalan en toda la isla. La intervención del Ejército, hasta entonces ajeno a los acontecimientos políticos, se hace sentir cada vez más. El orden y la disciplina son añorados por muchos de los que han contribuido a deshacerse del régimen corrompido de Machado. Los primeros en desear la vuelta a la normalidad son los elementos conservadores del país.

Fulgencio Batista y Zaldívar es taquígrafo del Ejército, y por su especialidad tiene un conocimiento absoluto de cuanto se dice y hace en las fueras armadas. El 4 de septiembre de 1933, aprovechando la situación caótica de Cuba, y con la ayuda de otros compañeros de armas de su mismo escalafón, toma el poder y se nombra coronel y jefe de los Ejércitos. Este golpe militar pasa a la historia con el nombre de «la revuelta de los sargentos».

Batista, para afianzar su poder, persiguió adversarios políticos, directores de periódicos de oposición y, en general, a todos los contrarrevolucionarios del momento. Sin embargo, estas persecuciones no tendrían entonces la fuerza y el énfasis que lograrían veinte años más tarde.

El presidente Batista busca, pese a su gobierno autoritario, atraerse las simpatías del país. De clase humilde y mestizo, desea fervientemente pasar a la historia de su país como un hombre querido por su pueblo. Aunque ha tomado el poder por la fuerza, muchos consideran que ha restaurado el orden y la paz en el país y que ese solo hecho es suficiente para tolerarlo.

Pasan los años y, siempre deseoso de ser popular, Fulgencio Batista se dispone a celebrar elecciones. Como no está seguro de lograr el apoyo electoral, autoriza en 1938 el partido comunista, con lo cual puede atraerse unos votos importantes. En efecto, dos años más tarde es elegido, y recompensa el apoyo comunista nombrando a dos de sus miembros ministros sin Cartera. Además, Batista regala al partido una emisora y un periódico.

Presionado por Norteamérica y también confiado en haber ganado el apoyo militar, Batista organiza elecciones en 1944, y esta vez, cosa rara en la historia de Cuba, son elecciones limpias. Las gana un médico: el Dr. Ramin Grau San Martín, jefe de la oposición. Batista sale del país y el nuevo presidente rige los destinos de Cuba hasta 1948.

Grau San Martin pertenecía al partido Auténtico o PRC (Partido Revolucionario Cubano), y en él militaba Carlos Prío Socarrás. En las elecciones presidenciales de 1948, Prío, hasta entonces ministro de Grau San Martín, obtiene el triunfo. Su primera medida consiste en deshacerse de Lázaro Pena, secretario general de la Confederación de Trabajadores Cubanos (CTC) y notorio comunista. La segunda, autorizar el regreso de Batista, que residía en Daytona Beach (Florida).

En 1952 debían celebrarse elecciones presidenciales, y se fijó la fecha del 1 de junio. Entre los candidatos se destacaban tres: Carlos Hevia, Batista y Roberto Agramonte. Este último era jefe del recién formado partido del pueblo o Partido Ortodoxo, cuyo fundador era Eduardo Chibás. La meta de este partido era luchar contra la corrupción gubernamental.

Hay que señalar que tanto Machado como Batista y Prío Socarrás habían favorecido toda clase de corrupción. Sumas astronómicas fueron desplazadas por estos tres presidentes a Bancos norteamericanos y europeos. Media ciudad de Daytona Beach era propiedad de Batista. En aquellas circunstancias, un partido que se elevase contra los abusos, contra la inmoralidad del juego que atraía a los más famosos tahúres del mundo, de las «loterías» privadas que se repartían los amigos y familiares del gobernante de turno, tenía todas las simpatías del país. Todos los domingos, por la noche, Eduardo Chibás denunciaba la corrupción de los gobernantes y hablaba de un futuro justo y honesto para Cuba en la emisora de televisión CMQ. Un domingo, agotado por su lucha, según unos, por haber hecho falsas acusaciones sin pruebas, según otros, Eduardo Chibás se suicidó en la estación de televisión.

La muerte de Chibás y el dramatismo que la envolvió aumentó las posibilidades electorales del Partido Ortodoxo y de su candidato a la presidencia, Roberto Agramonte. También tuvo por resultado el que un joven abogado, recién licenciado en la Universidad de La Habana, se hiciese miembro del partido: Fidel Castro Ruz. Tan pronto se unió a los Ortodoxos, se presentó como candidato al Congreso.

Tres meses antes de las elecciones, las encuestas públicas daban como favorito a Agramonte, seguido por Hevia y Batista en tercer lugar. Pero estas elecciones no tendrían nunca lugar.

El 10 de marzo de 1952, a las 2,40 de la madrugada, Fulgencio Batista entraba en el campamento de Columbia, la primera guarnición del país, situado a pocos kilómetros de La Habana. En menos de doce horas, Batista había depuesto a Carlos Prío Socarrás y, sin un disparo, se había adueñado del país nuevamente.

Pero volvamos atrás y veamos lo que era la vida de Fidel Castro hasta que el golpe de Estado de Batista truncase sus aspiraciones electorales.

Como Batista, Fidel Castro nació en Oriente, el 13 de agosto de 1926, en la finca de su padre, en Birán, distrito de Mayarí, en la costa norte de la provincia de Oriente. Su padre, Angel Castro y Argiz, era gallego. Vino a Cuba como soldado en 1898, durante la guerra de Independencia. Luego, una vez desmovilizado decide quedarse en la isla y entra a trabajar en la Nipe Bay Co., una filial de la United Fruits. En 1904 es contramaestre para la United Fruits, a la que vende en 1920 un terreno estratégico, por lo que obtiene una cantidad importante. A partir de este momento su fortuna va aumentando poco a poco, y cuando muere, el 21 de octubre de 1956, deja a su familia más de treinta millones de pesetas. Numerosos adversarios de Fidel Castro aseguran que la fortuna paterna se logró a base de atropellos con los campesinos de la zona de Birán.

Casado con una maestra de escuela, Angel Castro tiene dos hijos: Lidia y Pedro Emilio. Luego, con Lina Ruz González, cocinera de la familia y gallega como él, tiene otros cinco descendientes: Angela, Ramin, Fidel, Raúl y Juana. También los detractores de Fidel Castro afirman que el padre sólo se casó con la cocinera a la muerte de su legítima esposa, cuando Fidel tenia doce años.

En 1942, Fidel Castro es enviado a La Habana, donde prosigue sus estudios secundarios en el colegio de jesuitas de Belén. En el Libro de Honor del colegio, correspondiente a junio de 1945, figura el siguiente comentario escolar redactado por sus profesores: «Tiene buena madera, y no le faltan cualidades de actor». Además de ser un buen estudiante en letras, Fidel Castro es un excelente nadador, magnífico andarín y buen jugador de baloncesto. Algunos compañeros de estudio de aquella época lo describen como «muy sucio y descuidado en su aspecto exterior».

En el otoño de 1945, después de veranear en Birán con su familia, regresa a La Habana y se matricula en la Facultad de Derecho.

La Universidad de La Habana, como la casi totalidad de las Universidades hispanoamericanas, era entonces un foco de insurrección. La política dominaba entonces la vida del «Alma Mater» y las asociaciones estudiantiles eran puras células de los partidos políticos. Castro entra en estos círculos con todo el ímpetu que lo caracteriza.

Sólo lleva dos años en la Universidad cuando Fidel Castro se mete en su primera aventura insurreccional. En 1947, se une a un grupo que prepara una invasión de la República Dominicana a partir de Cayo Confites. El general dominicano Juan Rodríguez pagaba los gastos desde el exilio. Ramón Grau San Martín era entonces presidente de Cuba y se hacía la vista gorda mientras proseguían los poco discretos preparativos de desembarco que se llevaban a cabo en Oriente.

En Petrópolis (Brasil), por aquellas fechas tenía lugar una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Pan-Americana. El delegado dominicano acusó a Cuba de preparar la expedición contra su país. Los datos eran tan precisos que Grau San Martín se ve obligado a dar órdenes a sus fuerzas armadas para que se impida la invasión. La marina de Cuba se encarga de interceptar a los expedicionarios, y Fidel Castro ha de huir a nado con su metralleta al cuello para no caer en manos de la Policía Naval cubana.

Este fracaso, como muchos más que tendría en el futuro, empujan a Fidel Castro a dedicarse con más ahínco a la política.

Es interesante ver que en la Universidad habanera Fidel Castro buscó el apoyo de los comunistas para hacerse elegir vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho, pero que tan pronto logró su propósito se lanzó en violentos ataques contra los comunistas, siendo obligado a ir siempre armado y tener que esconderse hasta que las cosas se calmasen. Estas tácticas obligaron al presidente de la Asociación a presentar su dimisión, de lo que se benefició Fidel Castro, quien ocupó automáticamente su vacante.

No ha transcurrido un año desde el fallido intento de derrocar a Trujillo por la fuerza cuando Fidel Castro, acompañado por su amigo Rafael del Pino y otros estudiantes cubanos, llega a Bogotá. El 9 de abril de 1948 debía de celebrarse en la capital colombiana la IX Conferencia de la Organización de Estados Americanos con la presencia, en la delegación norteamericana, del general George C. Marshall, entonces secretario de Estado.

Paralelamente a la Conferencia de la OEA, y con ánimo de perturbarla, se había organizado también en Bogotá un Congreso de Estudiantes anticolonialistas y antiimperialistas. Fidel Castro y sus compañeros eran delegados de Cuba y organizadores de este Congreso.

El día 3 de abril, Castro y su grupo son expulsados del teatro Colón, de Bogotá, por echar octavillas antinorteamericanas. Además de la oposición colombiana, el partido comunista de este país y los estudiantes participantes en el Congreso Antiimperialista procuraban boicotear la IX Conferencia por todos los medios.

Entre los puntos que Fidel Castro había señalado en su agenda para el Congreso de Estudiantes figuraban tres principalmente: independencia de Puerto Rico, derrocamiento de la dictadura trujillista en la República Dominicana y control del Canal de Panamá por los panameños. Colombia no figuraba en sus planes escritos.

El Gobierno colombiano, en el momento en que se celebra la IX Conferencia de la OEA, era conservador. Los liberales, en la oposición en aquel momento, denunciaron, sin embargo, las maniobras de los comunistas por hacer fracasar la Conferencia de la Organización de Estados Americanos. Uno de los que hizo esta denuncia era el popularísimo liberal Jorge Elecier Gaitán.

El 9 de abril, y a petición de los estudiantes reunidos para el Congreso Anti-Imperialista, Elecier Gaitán aceptó tomar parte en un coloquio que debía celebrarse en la redacción del diario El Tiempo. Antes, Gaitán acudió al Capitolio para seguir un poco los debates de los 21 ministros de Asuntos Exteriores de otros tantos países allí reunidos.

Elecier Gaitán abandonó el Capitolio en compañía del director de El Tiempo, Roberto García Peña. El trecho que debía de recorrer hasta llegar al periódico no merecía tomar un vehículo. En camino, Gaitán saludaba a numerosos transeúntes conocidos y comentaba con ellos brevemente la actualidad del día. A dos pasos del periódico, en Carrera Séptima, y en el cruce con la Avenida Jiménez Quesada, un hombre se abalanzó sobre Elecier Gaitán y le disparó a bocajarro. La muchedumbre que presenció el hecho se precipitó sobre el asesino y lo maltrató hasta el punto de que el hombre murió en el lugar, mientras Gaitán, gravísimamente herido, lo haría poco después en el hospital.

La noticia del asesinato corrió como la pólvora por toda la ciudad, donde los liberales gozaban de mucha simpatía y, sobre todo, Gaitán contaba con numerosos amigos. Los estudiantes liberales iniciaron una marcha hacia el Capitolio. Entre ellos se encontraba Fidel Castro junto a Del Pino.

En un lateral del Capitolio estaba situada una comisaría de Policía. El jefe era liberal, y tan pronto se enteró, por los estudiantes, que Gaitán había muerto, empezó a distribuirles armas. Los manifestantes, ahora armados, se volvieron contra el Capitolio y lograron penetrar destruyendo varias salas antes de que la fuerza militar encargada de la protección del edificio los rechazase. Entonces los estudiantes avanzaron por la ciudad como una marabunta destrozando todo bajo su paso. Las tiendas fueron destruidas después de saqueadas.

Entretanto, los comunistas se habían organizado rápidamente y recorrían la ciudad con altavoces que anunciaban el principio de la «Revolución izquierdista de América». Una hora más tarde los comunistas de Barranquilla ocupaban el palacio del gobernador, haciendo ondear la hoz y el martillo.

En el cuartel general de los liberales, Fidel Castro no lograba encauzar el movimiento estudiantil encolerizado. Cuatrocientos policías estaban del lado de los estudiantes, pero sin consignas ni instrucciones concretas aquella fuerza armada no servía para nada. Comunistas por un lado, liberales por otro y, frente a todos ellos, el Ejército. Numerosos edificios de la ciudad ardían por los cuatro costados. El presidente Ospina no perdió un momento y reunió a los jefes del partido liberal llegando rápidamente a un acuerdo con ellos, ya que era absurdo culpar a los conservadores, que estaban en el poder, de asesinar a un jefe liberal el mismo día en que eran huéspedes del país veintiún ministros de Asuntos Exteriores de toda América. Al comunicar por radio los resultados del acuerdo, el presidente Ospina acusó a los estudiantes cubanos de haber promovido todos los disturbios del día anterior. Fidel Castro y Rafael del Pino no tuvieron más remedio que refugiarse en la embajada de Cuba, de donde salieron para La Habana escondidos en un avión que transportaba ganado.

Difícil es saber exactamente el papel desempeñado por Fidel Castro y sus compatriotas en lo que pasó a la historia bajo el nombre de «el bogotazo». Lo cierto es que el mismo Gaitán había avisado a sus compatriotas de que el partido comunista intentaba promover disturbios durante la IX Conferencia de la OEA y que fue asesinado por una persona que, por la rapidísima manera en que fue linchada, nunca pudo decir quién le había empujado a cometer el crimen. En todo este asunto el papel de Castro y los estudiantes cubanos es más bien oscuro, hasta el punto de que son muchos los que aseguran que este asesinato fue obra de Fidel Castro, quien pretendía provocar una indignación tal entre la muchedumbre que la empujase a echarse a la calle. El acuerdo entre liberales y conservadores desbarató los planes de insurrección, fuesen de quien fuesen.

Dos meses después del «bogotazo», el 12 de octubre de 1948, Fidel Castro se casa con una compañera de Universidad, Mirtha Díaz Balart. La boda tuvo lugar en Banes, provincia de Oriente. La luna de miel en Miami no fue de toda tranquilidad por causa de las dificultades económicas de la joven pareja. Hasta entonces, Fidel Castro venía del dinero que mensualmente le daba su padre para que siguiese sus estudios.

El 1 de septiembre de 1949 nace Fidelito cuando su padre aún no ha concluido sus estudios de Derecho. El aumento de familia hace que Fidel Castro se pase la vida pidiendo prestado a sus padres y hermanos con el fin de poder terminar el mes.

En 1950, Castro obtiene su licenciatura de Derecho y se pone a trabajar en asociación con otros dos abogados. Pero el atractivo que siente Fidel Castro por las causas que pueden tener repercusiones sociales y políticas le empuja hacia los pleitos que no dan dinero, aunque sirvan de publicidad.

Entretanto, la fama de Eduardo Chibás y su Partido Ortodoxo no ha cesado de aumentar. Fidel Castro se afilia al partido que lucha contra la corrupción de los gobernantes de turno. Poco después es candidato al Congreso por un barrio habanero y se dispone a ganar aquellas primeras y únicas elecciones suyas el día 1 de junio de 1952, fecha fijada para acudir a las urnas al concluir el término presidencial de Prío Socarrás. Estas son las elecciones que Batista impidió con su golpe de Estado del 10 de marzo.

Cuando un año más tarde el fiscal del Tribunal de Santiago de Cuba preguntó a Fidel Castro las razones por las que había atacado a la guarnición del Moncada en lugar de luchar jurídicamente, el hombre ignoraba que el rebelde lo había hecho en dos ocasiones. La primera, dos días después de la toma de poder de Batista al presentar Fidel Castro una denuncia por quebrantamiento de la Constitución de 1940 por parte de Fulgencio Batista. La segunda vez, días más tarde, ante el Tribunal de Urgencia de La Habana, señalando que Batista había quebrantado la Constitución en tantos artículos que se hacía acreedor a más de 100 años de cárcel.

Fidel Castro sólo obtuvo una respuesta. El Tribunal de Garantías Constitucionales rechazó su petición, basándose en el hecho de que la revolución es fuente de las leyes, y al haberse proclamado Batista presidente por medios revolucionarios, no podía considerársele presidente inconstitucional.

Meses más tarde, con 200 hombres, Fidel Castro atacó la guarnición del Moncada haciendo suya la respuesta que le diera el Tribunal de Garantías Constitucionales.

En octubre de 1953, Fidel Castro fue enviado a la lsla de Pinos donde se reúne con sus demás compañeros, condenados antes que él. Entre ellos se encuentra su hermano Raúl, sobre el que han recaído trece años de presidio.

Fidel Castro, desde que llega a la penitenciaría, organiza una escuela en la que será el único profesor. Bautiza su «establecimiento docente»: «Academia Abel Santamaría». Es una oportunidad excelente, desde esta improvisada cátedra, para distraerse y al mismo tiempo estudiar los medios de luchar en el futuro. Las lecciones o charlas de Fidel Castro van desde filosofía a historia, pasando por política contemporánea. Los compañeros de Castro no son todos universitarios, y por ello encuentra fácilmente un coro de adeptos entre gente humilde y sin formación. Hasta tal punto revoluciona el penal, que la dirección acaba por separar a Fidel Castro de sus compañeros y lo aísla.

Mientras los presos cumplen su condena, Batista, tranquilizado por su victoria, suprime la censura y restablece las garantías constitucionales. Entonces, aunque con muchos meses de retraso, los periódicos y revistas de Cuba se lanzan en la narración completa y detallada del ataque al Moncada y del juicio que siguió. Cuba entera aprende por la prensa cómo, por qué y quiénes organizaron el ataque a la guarnición santiaguera, así como las acusaciones que Fidel Castro hizo, durante el juicio, contra la Policía y las Fuerzas Armadas. De todos modos, los diarios y revistas no dedicaron demasiada atención a las torturas y muertes de prisioneros. No hay que olvidar que muchos de los órganos de prensa cubana percibían mensualmente sobres con dinero directamente del Palacio Presidencial.

En este momento, Batista anunció nuevas elecciones para el 1 de noviembre de 1954, con lo que se brindaba una fórmula electoral a la indignación de muchos cubanos que acababan de enterarse de lo sucedido el 26 de julio de 1953. El candidato de la oposición fue Grau San Martín, quien recibió dinero de Batista para financiar su campaña electoral. Abandonó la idea de presentarse ante las urnas cuando se convenció de que Batista no tenía intención de volver a celebrar elecciones tan limpias como las de 1944. Sin oposición, Fulgencio Batista ganó fácilmente, y el 24 de febrero de 1955 inauguraba un nuevo período presidencial de cuatro años.

El nuevo triunfo de Batista asegurado, muchos fueron los que levantaron su voz para que el presidente amnistiase a los presos políticos. La Cámara de Representantes era partidaria de la amnistía, aunque Batista se hacía el oído sordo. Por fin, y después de hacerlo la Cámara, Batista accedió, el 13 de mayo de 1955, a la amnistía.

Dos días más tarde, el día 15, los familiares de los presos se agolpan ante las puertas del penal. Faltan la mujer de Fidel Castro y su hijo Fidelito. Las relaciones entre Fidel y Mirtha no son buenas, siendo una de las razones principales, además de que es incapaz de mantener una familia con la clase de vida que lleva, el hecho de ser Mirtha hermana de Rafael Díaz Balart, amigo íntimo y colaborador de Batista. De toda la familia Castro, sólo su hermana Lidia está esperándole en la Isla de Pinos.

En Nueva Gerona, la capital de la isla, los hombres del Moncada reciben una calurosa bienvenida por parte de la población. Lo mismo sucede al día siguiente al llegar los recién liberados a la estación de ferrocarril de La Habana. Ahí se encuentran todos los altos cargos del Partido Ortodoxo, con su jefe, Raúl Chibás, hermano del fallecido Eduardo.

Todo el mundo quiere ver y oír a Fidel Castro, y las emisoras de Radio y Televisión le hacen proposiciones halagueñas, pero el ministro de Telecomunicaciones, Ramón Vasconcelos, logra impedir que se produzca ante las pantallas. Con ello, Fidel Castro se convencía aún más de que no podría luchar con Batista por las buenas, y que era preciso tomar el camino del exilio. Su decisión había sido tomada en la Isla de Pinos, y pocos días después de regresar a La Habana, salió para Méjico, donde le aguardaba ya su hermano Raúl con otras veteranos del Moncada. Todos estaban ya preparando la invasión de Cuba a partir de territorio mejicano.

En la capital azteca, Raúl Castro presentó a su hermano un médico argentino que acababa de conocer: Ernesto Guevara. Como es conocido el uso y abuso que los platenses hacen de la palabra «ché», pronto empezaron los cubanos a llamar al argentino «Ché Guevara».

Guevara, aunque nacido en Córdoba (Argentina), vivió casi toda su vida en Buenos Aires, donde su padre ejercía como abogado. Estudió medicina en la capital argentina, pero, sin terminar sus estudios, se fue en autostop hacia el norte, llegando a Guatemala en 1954. El Gobierno izquierdista de Arbenz le brindó la oportunidad de trabajar como médico militar, pero Guevara hubo de salir huyendo del país cuatro días más tarde al ser derrocado Arbenz por el coronel Castillo Armas. «Ché» llegó a Méjico, donde conoció a Raúl Castro y al grupo de exiliados cubanos.

Contrariamente a Fidel Castro, Ché Guevara es amigo de más acción que palabras. Es callado y reflexivo, pero tiene una facilidad diabólica para organizar y planear.

Otra amistad que hizo Fidel Castro en Méjico fue con el ex coronel Alberto Bayo, exiliado español nacido en Camaguey (Cuba) en 1892. En España estudió en la Academia de Infantería, y combatió en Marruecos durante 11 años, razón por la que se le consideraba en Méjico un experto en «guerrilla», olvidándose de que fue el desgraciado organizador de una operación de desembarco en Baleares durante la guerra civil española. Pese a ello, los cubanos creyeron que aquel era el hombre idóneo para entrenar una fuerza expedicionaria que debería reconquistar Cuba.

Bayo, después de liquidar sus negocios en Méjico, alquiló una finca en Chalco, a 40 kilómetros del volcán Popocatepelt. El terreno se prestaba a un entrenamiento en zona montañosa y salvaje.

Mientras Bayo comenzaba el entrenamiento de los cubanos, Fidel Castro recorría Miami, Nueva York y Chicago recogiendo fondos de los compatriotas exiliados. En Chalco, las marchas diarias aumentan. Bayo llegó a hacer caminar a sus hombres durante quince horas sin interrupción En algunas de estas marchas tomó parte Fidel Castro, aunque su búsqueda de fondos, seguir al tanto la política interior de Cuba y comprar armamento, le absorbían casi totalmente.

Batista, entretanto, no perdía de vista a los exiliados, y sus espías por un lado y sus diplomáticos por el otro hacían la vida imposible a los rebeldes en territorio mejicano.

En Cuba, el Partido Ortodoxo se había dividido en dos grupos después del ataque al Moncada: los que creían en una lucha electoral ante las urnas y los que, como Fidel Castro, preconizaban como única solución la insurrección armada. No llegándose a ningún acuerdo entre los dos bloques, en marzo de 1956 Fidel Castro se separa totalmente del Partido Ortodoxo y funda su propio movimiento insurreccional que denomina «26 de Julio», por ser la fecha en que atacó el cuartel Moncada. Al mismo tiempo que Fidel Castro hacía pública esta decisión, también subrayaba que no tenia intención de asociarse a ningún partido político, alegando que el pueblo cubano estaba harto de palabrería de políticos y prefería acción de insurrectos.

En Cuba, la agitación iba en aumento. El afán de interceptar a agentes castristas y controlar las actividades del «26 de Julio» en Méjico obligaba a los medios policíacos a una alerta continua. Un complot militar fue descubierto en La Habana y desbaratado a tiempo. Una organización llamada Monte Cristi atacó el fuerte de Goicuría siguiendo métodos fidelistas. La inquietud se iba apoderando del país conforme se iban confirmando los deseos de Fidel Castro de desembarcar en Cuba antes de que concluyese el año.

En Méjico, la Policía mejicana detuvo el automóvil de Fidel Castro por equivocación, y descubrió un verdadero arsenal de armas. Como consecuencia, la base de Chalco fue descubierta y los mejicanos consideraron que Fidel Castro y sus hombres estaban abusando de la hospitalidad de que gozaban.

Un segundo golpe cayó sobre los hombres del 26 de Julio tan pronto como rehicieron sus provisiones de armas. Un soplo permitió a la Policía cubana avisar a la mejicana, y ésta se incautó nuevamente del arsenal castrista. Los hombres estaban perfectamente entrenados, pero sin armas.

Cuando Fidel Castro quiso adquirir una lancha de desembarco norteamericana, los vendedores pidieron informes a la embajada cubana en Washington, y Batista supo así, días más tarde, que se precisaban los planes de desembarco que bullían en la cabeza del jefe rebelde.

Batista se hizo más duro ante el peligro de una invasión. Luis Orlando Rodríguez, director-propietario del diario La Calle, donde Fidel Castro había colaborado, vio su empresa confiscada con imprenta y todo y hubo de refugiarse en Méjico, donde se unió a Fidel Castro.

Por fin, después de muchos esfuerzos, Fidel Castro pudo hacerse con un barco y armamento para equipar a sus hombres. El barco era un yate denominado «Gramma» con una capacidad de diez pasajeros. Castro pensaba llevar en él 82 hombres con armas y municiones. La compra del yate, aunque muchos lo negaron, se hizo con dinero del Partido Auténtico de Prío Socarrás, según aseguraron más tarde los miembros de este partido.

El día 25 de noviembre de 1956, el «Gramma» enfiló el río Tuxpan camino del Golfo de Méjico. Desde el primer momento, la mayoría de los 82 hombres se mareó, y hubo fallos en los dos motores. Había previsto Castro seis días para realizar el viaje, pero la sobrecarga y los fallos mecánicos iban a impedirle respetar la fecha del 30 de noviembre como fecha de llegada. El problema se complicaba por haberse sincronizado el desembarco con un sublevamiento en Santiago de Cuba. También ese día tenía que aguardarles Crescencio Pérez, con cien hombres, en la Sierra Maestra, al sur de Oriente.

Pese a los esfuerzos que se realizaron para acelerar la marcha del yate, Fidel Castro tuvo que escuchar por la radio de a bordo los detalles del sublevamiento de Santiago y su fracaso. Decidió, no obstante, proseguir aquella aventura.

El día 2 de diciembre de 1956, el «Gramma» llegó a un lugar denominado Belic, al este de Niquero. La sobrecarga impidió que el barco se acercase suficientemente a la orilla, y hubo que descargar todo con el agua por el pecho. La zona de tierra cubana que acababan de alcanzar los fidelistas era una ciénaga. Para colmo, poco después eran tiroteados por la aviación y fuerzas del Ejército que no lograron impedir que los insurrectos se adentrasen en la Sierra Maestra.

Pese a que los rebeldes avanzaban hacia el este, hacia el interior de la Sierra Maestra, el Ejército cerraba el cerco a su alrededor. Ya las noticias corrían por la isla de que Fidel Castro y 42 hombres habían sido derrotados al tomar tierra en Cuba. Lo cierto es que estaban vivos, pero en mala posición. Mientras descansaban antes de intentar un ataque frontal que les permitiese romper el cerco, los rebeldes fueron sorprendidos bajo el fuego enemigo. Castro ordenó retirarse hasta unos cañaverales, pero el bombardeo de la aviación los incendió. Los rebeldes se separaron entonces en grupos pequeños para aumentar las probabilidades de escapar al cerco. De estos grupos, uno de trece hombres, al mando de Manuel Márquez, se vio obligado a rendirse bajo palabra de que serian tratados como prisioneros de guerra. Fueron muertos tan pronto se rindieron.

El grupo de Fidel Castro se redujo mucho por las bajas. Durante cinco días tuvo que esconderse entre los cañaverales, junto con Universo Sánchez y Faustino Pérez. Eran los tres únicos supervivientes del grupo. Se alimentaron de caña de azúcar. No tenían agua.

Por su lado, Raúl Castro no contaba ya más que con Ciro Redondo, René Rodríguez y Efigenio Almejeiras. Este grupo vivió una semana sin comida ni bebida. Cuando Fidel Castro reorganizó sus fuerzas, el panorama era descorazonador. De 82 hombres quedaban doce. La casi total pérdida de víveres y municiones les obligaba a depender totalmente de la ayuda de los indígenas. La Sierra Maestra tiene una extensión de 2.500 km2 y una población de 50.000 guajiros.

Situada en la parte sur de la región oriental de Cuba, es una zona de montañas llenas de selvas donde nacen salvajes la caña de azúcar, el tabaco y el café, las tres riquezas de Cuba. Sin embargo, no hay comunicaciones, no existen escuelas, ni hospitales, ni médicos, ni funcionarios gubernamentales de ningún tipo. En esta vasta región, Crescencio Pérez, un gigante de pelo y barba blancos, siempre armado con un «colt» 45, era la Ley. Casado con tres hermanas, Crescencio Pérez era abogado, juez, sheriff, consejero y patriarca de los 50.000 guajiros.

Tener a Crescencio Pérez de su lado era, para Fidel Castro, en aquel momento la baza número uno de su revolución. Ganar la confianza del guajiro era ganar, en gran parte, la lucha contra Batista. Desde sus primeros contactos con el campesino, Fidel Castro pagó por lo que él y sus hombres comían. Aquello no lo habían visto jamás los campesinos, acostumbrados a las raras patrullas de soldados que se llevaban sin pagar lo que querían y más. Aquella política de Castro dio sus frutos.

La víspera de Navidad, Fidel, su hermano Raúl, Ché Guevara, Camilo Cienfuegos, Calixto García, Calixto Morales, Efigenio Almejeiras, Universo Sánchez, Faustino Pérez, Ciro Redondo, Juan Almeida y René Rodríguez, alcanzaron la cima del Pico Turquino, el pico más alto de Cuba.

El comportamiento de los rebeldes con la población permitió a Fidel Castro disponer de un magnífico servicio de informaciones además de una intendencia. Pronto empezaron a llegar a la Sierra fondos del resto del país, y esto permitió a Fidel Castro ir comprando su comida a los guajiros e incluso crear depósitos de víveres en lugares estratégicos. Este procedimiento permitía a los doce rebeldes caminar por la zona sin entorpecer sus movimientos con pesadas cargas. Cada hombre llevaba lo necesario para veinticuatro horas.

En La Habana, Batista y su Gobierno se esforzaban por demostrar que Fidel Castro y sus hombres habían sido aniquilados. Sin posibilidad para desmentirlo, el jefe rebelde envió a Faustino Pérez a La Habana con orden de traerse un periodista extranjero conocido. Así es como Herbert Mathews voló de Nueva York a La Habana, y luego, siguiendo a los guías que Castro había puesto a su disposición, llegar hasta la falda de la Sierra Maestra donde le esperaba el jefe rebelde.

Herbert Mathews, que pasó unas horas en compañía de Fidel Castro, hizo estallar una bomba, periodísticamente hablando, cuando su periódico, el New York Times, publicó la noticia de la entrevista. Aquello deshacía la tesis batistiana y daba ánimos a los más optimistas que aún creían que Fidel Castro se encontraba en Méjico preparando su invasión. Sin embargo, fue necesario un segundo artículo con la foto de Castro y Mathews para que el Gobierno de Batista cesase en su empeño de hacer creer que los rebeldes habían sido exterminados.

Se enviaron más fuerzas del Ejército a la Sierra Maestra, y se puso precio a la cabeza de Fidel Castro, que alcanzó 100.000 $. Pero el Ejército no se sentía a gusto en los senderos de Sierra Maestra. Los guajiros los engañaban constantemente, robaban sus municiones y se las llevaban a Fidel Castro, señalándole en todo momento por dónde se encontraban los soldados de Batista.

El 13 de marzo de 1957, a las tres de la tarde, un camión se detuvo ante el Palacio Presidencial de La Habana. Hombres armados bajaron de él y rápidamente se internaron en el edificio cogiendo a todo el mundo desprevenido. Pero Batista había abandonado el segundo piso, donde tenía su despacho, para descansar de un dolor de cabeza en su apartamento situado en la tercera planta.

Esto impidió que tuviese éxito la operación, ya que la guardia fue avisada y 25 atacantes fueron aniquilados. Los organizadores eran miembros del Directorio Revolucionario, grupo de estudiantes activistas de la Universidad habanera.

Entre los papeles de uno de los atacantes la Policía encontró el nombre del Dr. Pelayo Cuervo, conocido abogado de la capital. El coronel Orlando Piedra, jefe del Buro de Investigaciones, envió dos coches patrulla o «perseguidoras», como se les llama en Cuba, a casa del abogado. Estaba ausente, pero mientras les explicaba esto la esposa del Dr. Pelayo Cuervo, una «perseguidora» recibió noticias por radioteléfono de que había sido visto en el número 3.206 Avenida 47, en el barrio de La Sierra. Allí lo encontraron los miembros del Buró de Investigaciones cuando se encontraba en compañía de don Ignacio Aguirre Oteiza. La Policía se lo llevó hacia la laguna, y allí, el sargento Rafael Gutiérrez lo mató de un tiro.

El asesinato del Dr. Pelayo Cuervo fue, en todo el país, un escándalo que movió los cimientos de todas las instituciones cubanas, no solamente por la personalidad del muerto, sino por las circunstancias de su muerte.

La represión aumentaba conforme pasaban los días y el Ejército mostraba su incapacidad para capturar a los doce rebeldes de Sierra Maestra. Conforme transcurría el tiempo, más hombres emprendían el camino de las montañas para luchar contra Batista. Este era, generalmente, el que empujaba a la gente a unirse a Fidel Castro. Los prisioneros eran torturados en las comisarías de Policía, y los que lograban huir o los que tenían un hermano o un padre que había sido torturado por las fuerzas policíacas, se refugiaban en la Sierra. Pero Castro no podía alimentar hombres que no viniesen con armas. Con frecuencia hubo de deshacerse de muchos prometiéndoles admitirlos en su grupo si regresaban con un arma. Como consecuencia, los soldados de Batista ya no podían descuidarse un instante, porque en todas las ciudades de Cuba había quien, deseoso de lograr un fusil, podría apuñalarlos en cualquier esquina.

Por aquella época, el jefe de la Resistencia del 26 de Julio en La Habana, Armando Hart, logró escaparse de manos de la Policía cuando lo llevaban a juicio. Aquel incidente hizo las delicias de toda la isla, porque el policía encargado de la custodia del preso se quedó con la chaqueta de Hart en las manos.

Otro golpe de publicidad para el «26 de Julio» fue el hecho de que tres jóvenes norteamericanos, hijos de oficiales de la base naval de Guantánamo, se fuesen a la Sierra a luchar con Fidel Castro. La prensa norteamericana se hizo eco de la noticia y la causa fidelista fue presentada al público de Estados Unidos bajo una luz harto favorable.

Calixto Sánchez se disponía, por aquella época, a traer de Méjico un nuevo grupo expedicionario entrenado por Bayo. Su meta era la Sierra de Cristal para reducir la presión que Fidel Castro sentía en la Maestra por parte del Ejército batistiano. Veintisiete hombres lograron desembarcar del «Corintia», pero se dejaron rodear por soldados disfrazados de guajiros que se les acercaban gritando «¡Viva Castro!». Aunque se rindieron sin disparar, el coronel Fermín Cowley mandó matar a 17 de ellos. Los otros diez se dispersaron por la montaña y se pusieron a trabajar clandestinamente en las ciudades de la región.

El 28 de mayo de 1957, Fidel Castro ataca una guarnición de sesenta hombres situada en Ubero. Su triunfo le dio otras cuantas páginas en la prensa nacional, además de armas, de las que estaba necesitado para equipar voluntarios que acudían a él con las manos vacías. Los rebeldes estaban, pues, vivos y atacaban. Eso era lo que la gente deducía al leer los detalles del combate.

Los sabotajes aumentaron en proporciones alarmantes. Un equipo del «26 de Julio» voló en La Habana unas instalaciones eléctricas y dejó a la capital sin electricidad durante cincuenta horas.

Aquellas fechas fueron las elegidas por el Padre Guillermo Sardiñas para abandonar su parroquia de Nueva Gerona e irse a la Sierra Maestra. El semanario humorista zig-zag sacó una portada en la que se veía a un sacerdote de espaldas ascendiendo por un sendero hacia una montaña. El titular decía: «¡La Sierra está de padre y muy señor mío! » Aquel gesto del párroco de la Isla de Pinos fue una nueva victoria de Fidel Castro, porque mostraba que la Iglesia, o por lo menos cierto clero, estaba con los revolucionarios.

Mientras, en La Habana, el embajador de los Estados Unidos, Arthur Gardner, era sustituido por Earl T. Smith. El 12 de julio de 1957, después de conferenciar en la Sierra con Raúl Chibás y Felipe Pazos, Fidel Castro lanza su primera proclamación al país, desde su desembarco. En ésta pide la unidad incondicional de todos los cubanos para derrocar a Batista.

Poco después llega a Cuba el nuevo embajador de los Estados Unidos y sus primeras declaraciones causan buena impresión al no comprometerse demasiado con el régimen batistiano.

El día 31 de julio, Smith llega a Santiago de Cuba para visitar la segunda ciudad de la isla. Pero el día antes, Frank País, un maestro de escuela muy joven, había sido muerto por el coronel Salas Cañizares. Un mes antes, exactamente, Josué, hermano menor de Frank, había caído bajo las balas de los mismos hombres. Los hermanos País eran los jefes de la resistencia santíaguera y su familia era muy apreciada. Se dice que Salas Cañizares había acudido al cementerio durante el entierro de Josué y había pedido a la señora País que aconsejase a sus hijos «para que se estuviesen quietos». La madre de Frank, según testigos, contestó que aún tenía dos hijos «para dárselos a Cuba». Un mes más tarde perdía el segundo.

En estas circunstancias que enlutan a la capital de Oriente, llega Earl T. Smith a visitar la ciudad. La víspera, y por órdenes de Fidel Castro, Frank País ha sido enterrado en uniforme de coronel del Ejército rebelde, grado que jamás logrará ningún miembro del «26 de Julio», incluido el propio Fidel.

El embajador norteamericano baja de su coche y se encuentra frente a una manifestación de mujeres pidiendo que intervenga para que no se mate a sus hijos. La Policía carga a las manifestantes con violencia, y horas más tarde Earl T. Smith declara a la Prensa que condena toda brutalidad de la Policía en cualquier forma que sea. Esto y su prudencia en las primeras declaraciones que hizo al llegar a Cuba le valen las simpatías de numerosos cubanos.

El 5 de septiembre de 1957, oficiales de la Marina se hacen con la ciudad de Cienfuegos y distribuyen armas a la población. Esta operación debía de sincronizarse con un sublevamiento de fuerzas de aviación y otras fuerzas navales de La Habana, pero éstas, al último momento, no se movieron. Los marinos sublevados perdieron poco a poco terreno frente a un adversario que disponía de vastas fuerzas para reprimir la insurrección. Muchos lograron huir hacia la Sierra del Escambray, pero no uno de los jefes de aquel motín, el teniente José San Román Toledo, que fue trasladado en avión a La Habana, donde después de violentos interrogatorios y torturas, fue muerto de una bala en la nuca por mano del teniente Julio Laurent, jefe del Servicio de Inteligencia Naval.

La revuelta de Cienfuegos excitó la imaginación de los cubanos tanto como les deprimió al ser aplastada. Un gesto, que se sitúa por aquellas fechas, del general norteamericano Truman H. Landon viene a provocar nuevos brotes de resentimiento contra los EE.UU. El general Landon, comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en la zona del Canal de Panamá, acude a Cuba para condecorar al coronel Carlos Tabernilla, jefe de la aviación batistiana, con la medalla del Mérito. Tabernilla era el hombre que había aplastado la sublevación de Cienfuegos.

El 1 de noviembre de 1957, en Miami, la oposición a Batista representada por diversos partidos políticos, firman un acuerdo de diez puntos para unificar los esfuerzos insurreccionales. Varios representantes de Fidel Castro en Florida firman en su nombre. Tan pronto se entera el jefe rebelde del contenido del acuerdo, despacha al Dr. Antonio Buch, quien entrega el 31 de diciembre la respuesta de Castro al manifiesto. Acepta la ayuda de cualquier grupo siempre que no se comprometa su movimiento revolucionario con ninguno de los partidos políticos existentes antes de la revolución. Una de las cosas que más irritaban a Fidel Castro era tener que rehusar voluntarios por falta de armas mientras a diario, por la radio, escuchaba la lista de armas capturadas por Batista a los partidarios de Prío Socarrás.

En la carta a los exiliados, Fidel Castro tachaba de «criminal» que se perdiesen cientos de miles de dólares en armas y que él careciese de ellas. En este mismo documento, y por primera vez, Fidel Castro menciona al Dr. Manuel Urrutia Lleo, magistrado del Tribunal de Apelación de Santiago de Cuba, como presidente provisional de la República que debería suceder a Batista. Urrutia era el juez que durante el proceso de la Causa 37, sobre el ataque al Moncada, declaró que era «legítima la insurrección armada contra el Gobierno cuando éste había tomado el poder por la fuerza».

Para terminar esta carta, fechada el 14 de diciembre de 1957 en Sierra Maestra (aunque sólo llega a ser entregada en Miami el último día del año), Fidel Castro rehusa participar en el gobierno provisional que se cree después de derrocar a Batista, reservándose él y el «26 de Julio» la tarea de garantizar la ley y el orden en el país.

En los primeros meses de 1958, Fidel Castro da orden de quemar las plantaciones de caña de azúcar con el fin de debilitar la economía cubana. Los rebeldes empezaron por quemar las plantaciones de la madre de Fidel por indicación de éste mismo, que deseaba dar el ejemplo. Pero pronto ha de abandonar esta táctica, ya que causa el descontento entre gentes que, según sus medios, está colaborando con la rebelión.

LA VICTORIA

En La Habana todo eran preparativos para la huelga general tanto por el lado antigubernamental como por los batistianos. Millar y pico de estudiantes, distribuidos en comandos de cinco hombres, estaban alojados en casas de simpatizantes, listos para echarse a la calle.

Por su lado, el senador Masferrer y sus hombres preparaban su propia contraofensiva. El «26 de Julio» se enteró de que en un cuartel de San Cristóbal, se estaban fabricando uniformes del «26 de Julio» con el fin de que los masferreristas pudiesen hacerse pasar por rebeldes y controlar, en cierto modo, la huelga general sembrando el desconcierto.

El Movimiento de Resistencia Pública hizo una proclamación fechada el 14 de marzo en la que se daban las siguientes instrucciones al pueblo de Cuba:

  • La huelga general será decretada en cualquier momento a partir de ahora. Todo el mundo debe prepararse a ello.

  • Conserve reservas de alimentos u objetos necesarios tales como aceite, queroseno, velas y botiquín.

  • Tan pronto reciba la orden de huelga, sabotee su lugar de trabajo y abandónenlo con sus compañeros.

  • No vuelva a su trabajo hasta que haya caído el tirano.

  • No se quede en ningún lugar donde pueda ser localizado por las fuerzas de la represión.

  • Escuche las instrucciones del Movimiento «26 de Julio» sobre grandes ondas, alrededor de los 1.000 kc., y en onda corta sobre la banda de 40 metros.

  • No tome ningún autobús conducido por policías o antihuelguistas. Es extremadamente peligroso.

  • Los propietarios de empresas que permanezcan abiertas pueden considerarse como colaboradores del dictador y, por consiguiente, debe de ayudar a cerrar estos establecimientos.

  • Empresarios que acusen empleados o actúen como informadores han de ser considerados y juzgados como colaboracionistas.

  • Si un militante le pide refugio, debe dárselo. Es lo menos que puede hacer por un combatiente de nuestra libertad.

  • Intercepte las calles con basuras, cubos, maderos, vehículos, botellas, etc.

  • Fabrique cócteles Molotov para atacar coches oficiales. Un cóctel Molotov se prepara de la siguiente forma: llene una gran botella con 3/4 de queroseno y 1/4 de aceite quemado que se encuentra en cualquier garaje. Cierre la botella y rodee el tapón con algodón atado. Vierta gasolina sobre el algodón y préndalo antes de lanzarlo.

  • Tiren aceite y clavos en las calles.

  • Si es usted digno del uniforme de las Fuerzas Armadas que lleva, no dispare sobre sus hermanos, deserte y únase a ellos. Es una oportunidad para ganarse la amistad de sus hermanos.

  • «Libertad o Muerte Movimiento del 26 de Julio»

    El 28 de marzo, un avión salido de Méjico logró aterrizar en Sierra Maestra por primera vez. Cuatro toneladas de armas que traían Pedro Miret y sus siete compañeros permitieron equipar a muchos voluntarios.

    El 1 de abril, Raúl Castro alcanza la Sierra del Cristal y los rebeldes empiezan a cortar postes telegráficos y vías férreas por el valle que separa esta Sierra de la Maestra.

    Por estas fechas imprime el partido comunista un manifiesto en el que pide a la población que se una a sus esfuerzos y admita delegados comunistas en el seno de sus comités de huelga. Pero Faustino Pérez reacciona y emite un manifiesto poniendo a la población en guardia contra esta maniobra. En este manifiesto Faustino Pérez declara que el «26 de Julio» es un movimiento democrático que mantendrá sus relaciones con las grandes democracias mundiales y respetará las inversiones extranjeras que «tanto necesita el país».

    Los fondos con los que el «26 de Julio» contaba principalmente eran los que proporcionaba el llamado «Salario de la Libertad», y que consistía en el pago del equivalente a un día de sueldo por mes.

    Entretanto, el embargo había sido decretado por los EE.UU. sobre pedidos de armas de Batista. Esta noticia fue escamoteada por la prensa batistiana, ya que representaba una mala publicidad para su régimen. Fulgencio Batista se volvió entonces hacia Inglaterra, Santo Domingo y Nicaragua para adquirir dichas armas y aviones. Pero varios pilotos cubanos encargados de transportar estas armas en aviones de línea prefirieron desertar y posarse en Miami pidiendo asilo político. Fueron tan numerosos que estuvieron a punto de constituir su propia compañía aérea en el exilio. Trujillo, quien había sostenido relaciones tibias cuando no hostiles con el régimen de Batista, justificaba su venta de armas alegando que Fidel Castro recibía armas rusas que submarinos soviéticos desembarcaban al sur de Cuba. Cualquiera que conozca la región y la vigilancia que ejercen los EE.UU. desde la base de Guantánamo puede darse cuenta de que era sólo un pretexto destinado a excusar la colaboración del dictador dominicano con el presidente Batista.

    Fue tal la discreción tomada con respecto a la fecha y hora de la huelga general, que cuando fracasó, el día 9, a las dos horas de iniciada, muchos eran los responsables del «26 de Julio» que aún no sabían la fecha en que debía comenzar.

    El 9, por la mañana, en casa de Piedad Ferrer se había instalado en una habitación destinada a guardarropas una emisora de onda corta. Debajo de las camas abundaban las medicinas mezcladas con municiones y armas. Numerosos jóvenes fumaban, nerviosos, en el salón mientras Piedad y sus dos criadas negras servían café a todo el mundo. Un joven rubio teñido, con guayabera blanca, llegó sobre las diez. Era el jefe de un comando encargado de lanzar una proclamación por la emisora de TV CMQ . Se reunió con sus hombres, y dada la proximidad de la emisora no salieron hasta un cuarto de hora antes de las once.

    Habían muerto 140 muchachos de los comandos, en parte porque no habían llegado los famosos camiones con los cócteles Molotov, y en parte porque el Ejército y la Policía los estaban esperando.

    La emisora estaba dando partes de victoria. La represión no se hizo esperar, y tan pronto se aplastó el sublevamiento, la Policía con los prisioneros que había hecho, supo dónde habían estado alojados durante los días que precedieron la huelga. Así cayeron muchos comandos. Nadie se atrevía a dormir en la misma casa aquella noche por temor a haber sido localizado mediante confesiones de compañeros presos.

    Veinticuatro horas después de la huelga general, había 95 cuerpos acribillados en el depósito de cadáveres. Un centenar más se consideraba desaparecido.

    Las excesivas precauciones tomadas por los dirigentes del «26 de Julio» habían hecho fracasar la huelga. Pero este fracaso se había limitado a La Habana. En el resto del país había tenido éxitos notorios. Fidel Castro y sus hombres, que, como prometió, se habían lanzado al llano, se replegaron sobre la Sierra Maestra después de haber comprobado la impunidad con la que podían moverse en la provincia de Oriente.

    En la campaña de prensa batistiana que siguió el fracaso de la huelga general, se hizo énfasis sobre la participación comunista. En realidad, el partido comunista sirvió de rompehuelga al no haber logrado las promesas sobre el futuro que pidió al «26 de Julio» como contrapartida por su colaboración en los acontecimientos del 9 de abril.

    También se mencionó que la voladura de un polvorín en Santiago de Cuba había destrozado la imagen de la Virgen del Cobre, cosa que era falsa, aunque hubo algunos daños causados involuntariamente en el santuario. Cuando el arzobispo monseñor Enrique Pérez Serantes quiso desmentir la noticia, la censura se lo impidió.

    También quiso Batista ver una relación entre la fecha de la huelga y el «bogotazo», pero no existía más que coincidencia ya que esta fecha del 9 de abril de 1958 fue elegida después de haberse fijado el «26 de Julio» tres o cuatro fechas anteriores que fueron abandonadas por los retrasos en la llegada de armas y explosivos.

    Un mes después de la fracasada huelga, las fuerzas rebeldes no solamente estaban intactas, sino que habían aumentado y afianzado sus posiciones. Raúl Castro aprovechó la ocasión en que los Estados Unidos sirvieron 300 cohetes al Gobierno de Batista para raptar un grupo de «marines» de la base de Guantánamo con civiles norteamericanos y canadienses. La verdad es que los Estados Unidos no habían quebrado su embargo de armas a Cuba, sino que habían servido, antes de dicho embargo, 300 cohetes sin cabeza explosiva debido a un error en el pedido. Lo que los EE.UU. hicieron es, con fecha 17 de mayo de 1958, pedir a la base de Guantánamo sustituir los cohetes inservibles por otros buenos teniendo en cuenta de que se trataba del mismo pedido efectuado antes del 11 de enero de aquel año fecha desde la que el Gobierno norteamericano ya no había hecho ninguna venta a Batista. Los rebeldes se hicieron con documentos que probaban la entrega de 17 de mayo, sin mencionar que era solamente una rectificación por un error cometido muchos meses antes. Según Raúl Castro, la razón por la que había raptado aquellos extranjeros era, principalmente, mostrarles los estragos causados por los cohetes de Batista, aunque también estaba en sus cálculos el atraer la atención de la prensa internacional y, sobre todo, del Departamento de Estado.

    Tan pronto como Fidel Castro se enteró de lo ocurrido en la Sierra del Cristal, pidió a su hermano que soltase a todo el mundo, lo que se hizo por medio de helicópteros de la base de Guantánamo y después de las negociaciones del cónsul norteamericano de Santiago de Cuba.

    Fidel, entretanto, reorganizaba sus fuerzas y se disponía a dar el último golpe a la dictadura batistiana. Envió a dos fieles compañeros, Haydee Santamaría y el doctor Antonio Buch, a Miami, y fue tal la labor de ambos, que empezaron a llegar pronto dinero y armas en cantidad.

    Por radio, desde Caracas, Tony Varona habló con Fidel Castro llegando al acuerdo que Castro rechazara en su manifiesto de diciembre de 1957 sobre la constitución de un Frente Cívico Revolucionario. El acuerdo se firmó en Caracas el 20 de julio sobre un texto transmitido por Fidel Castro vía Radio Rebelde. Principalmente se pedía la unidad en la lucha dentro de todas las esferas de la sociedad cubana.

    Pero Batista no permanecía inactivo. Durante aquellos meses había preparado una gran ofensiva contra los insurrectos y por fin la lanzó en agosto de 1958. Se combatía en cuatro de las seis provincias cubanas. Las armas ya no llegaban a Castro por complicados conductos a través de la isla o por desembarcos arriesgadísimos en las costas orientales. Ahora, los pilotos exiliados en Miami aterrizaban con sus cargas de armamento y dinero en plena Sierra Maestra o Sierra del Cristal.

    El 29 de junio, Fidel Castro había logrado, con 350 rebeldes, derrotar a mil batistianos en Santo Domingo de Cuba. Hasta el 11 de julio, Castro hubo de enfrentarse al comandante José Quevedo, ex compañero de Universidad de Fidel. No quería rendirse pese a los mensajes que Castro le enviaba brindándole tal oportunidad. Quevedo aguardaba importantes refuerzos de Batista, pero estos cayeron en manos de los rebeldes, incrementando su fuerza y disminuyendo las probabilidades de Quevedo de salvarse rompiendo el cerco rebelde. Dividió sus fuerzas en tres grupos, y cada uno intentó salirse de tan mala postura por un lado distinto. Dos grupos hubieron de regresar al punto de partida en tanto el tercero se rendía. El cerco era tan cerrado que los suministros del Gobierno enviados por avión caían también en manos rebeldes. El 20 de julio, Quevedo se rendía a Fidel Castro. La situación se había vuelto insostenible para las tropas del Gobierno principalmente, porque el código en vigor entonces estaba en manos de los rebeldes y estos dirigían por radio la aviación de Batista e incluso la obligaban, con sus falsos informes, a bombardear sus propias fuerzas.

    En agosto, Fidel Castro decide extenderse en varias provincias más. Ciro Redondo recibe orden de avanzar sobre Las Villas, donde tomara el mando de todas las fuerzas rebeldes. «Che» Guevara, con la Columna Ocho, junto con la Columna Dos mandada por Camilo Cienfuegos, avanzarían hacia la mitad de la isla intentando cortarla en dos.

    El avance de «Che» Guevara y Camilo Cienfuegos no fue fácil. Los choques con el Ejército eran constantes, pero la audacia de los rebeldes que habían confiscado camiones para mejorar sus medios de transporte, los importantes avances nocturnos y la prudencia que guardaban durante el día, ayudaron al conjunto de la operación. El 6 de octubre, Guevara y Cienfuegos se unían a los grupos existentes en la Sierra del Escambray.

    Las elecciones organizadas por Batista estaban previstas para el 3 de noviembre. Castro había amenazado a todo el que tomase parte en ellas, tanto electores como candidatos. Tres cuartas partes de los habaneros se abstuvieron de votar, y en el resto del país las abstenciones fueron aún superiores, alcanzando el 98 por ciento en ciertos lugares.

    La Habana, pese a su constante desfase con el resto del país en materia de insurrección, se fue recuperando, de la fracasada huelga de abril. Manolo Ray «Campa» reorganizó su red de resistentes habaneros.

    Por todo Oriente, las consignas del Ejército batistiano son: «reagrupación». Muchos cuarteles pequeños, mal situados, sin posibilidad de auxilio, se retiran a otros más grandes y de mejor defensa. Esta estrategia permite al Gobierno disponer de muchas menos bases, pero más fuertes.

    En contrapartida, los rebeldes logran así una libertad de movimientos que les permite establecer puestos de control de vehículos en todas las carreteras orientales. Fidel Castro inicia su nueva salida de la Sierra Maestra. Se dirige con su Estado Mayor a Bueycito, donde se entera al llegar que la guarnición se ha retirado al saber que venía. Cerca de Bayamo, 600 rebeldes hacen 200 muertos y 21 prisioneros de un total de 1.800 soldados.

    Raúl Castro, que disponía entonces de 2.000 hombres, toma Sagua de Tanamo, mientras «Che» Guevara amenazaba Sancti Spiritus, y Cienfuegos Yaguajay. Santiago de Cuba y Las Villas eran los objetivos inmediatos de Fidel Castro. Con el primero lograba la segunda ciudad de Cuba, lo que le permitía establecer un gobierno provisional, y el segundo cortaba la isla en dos dejando al Ejército gubernamental de Oriente totalmente aislado de La Habana. Guevara y Cienfuegos se lanzaron contra Santa Clara (77.000 habitantes) ayudados por el Directorio Estudiantil. El 24 de diciembre, Guevara ocupa Sancti Spiritus, mientras Fidel Castro toma Palma Soriano. Aquella noche, el jefe rebelde cena con su madre, Raúl y sus hermanas, siendo estas las primeras Navidades que pasan juntos desde muchos años.

    Guevara avanza sobre Santa Clara, mientras a su paso las ciudades van cayendo unas tras otras. El avance de los a rebeldes, doblado por la resistencia local, hacen que el Ejército se rinda casi siempre, aunque no falten ejemplos de poblaciones que se tomaron casa por casa. Ciertos altos oficiales del Ejército en aquellas provincias sabían que no podían salvar su vida en ningún caso, por lo que llevaban la lucha a ultranza.

    El 28 de diciembre de 1958, a las ocho y media de la mañana, Fidel Castro recibe la visita, en helicóptero, del general Eulogio Cantillo, comandante de la fortaleza de Moncada, la misma que atacara Fidel Castro más de cinco años antes. Esta visita de Cantillo era el resultado de una serie de contactos que los dos hombres habían mantenido hasta llegar al momento de encontrarse. Cantillo indicó a Castro que Batista estaba dispuesto a marcharse si se dejaban intactas las estructuras del Ejército. Castro siente su fuerza. La entrevista viene a demostrarle que Batista renuncia a una victoria sobre la rebelión. Pero para Fidel Castro la proposición viene a brindarle dos cosas que no quiere a ningún precio. La primera es la marcha de Batista, ya que quiere juzgarlo ante el pueblo de Cuba. La segunda es que siempre ha estado contra los Ejércitos sudamericanos por el apoyo que, en muchos casos, han brindado a diversas dictaduras, tales como la de Somoza, en Nicaragua; Trujillo, en Santo Domingo, o Pérez Jiménez, en Venezuela. Rehusa totalmente la proposición. Cantillo, entonces, ofrece organizar un golpe contra Batista, dándole como primera prueba de fe el cuartel Moncada sin disparar un tiro al día siguiente, a las tres de la tarde. Castro acepta.

    Al día siguiente, a las cinco de la madrugada del 29 de diciembre, Guevara se prepara para el último asalto a Santa Clara. Un tren gubernamental llega con 400 hombres y un millón de dólares para ayudar a la guarnición de la ciudad. Los rebeldes están enterados y tienden una trampa en las afueras de la ciudad que impide al tren avanzar o retroceder. El tren descarrila al intentar huir. El convoy se rinde. Aquellas armas permiten a Guevara organizar nuevas fuerzas con los resistentes, hasta entonces poco activos por estar desarmados.

    El 30 de diciembre Cantillo manda un mensaje a Castro diciéndole que ha de retrasar su proyecto hasta el 6 de enero porque ciertas dificultades han surgido. Fidel Castro no confía en Cantillo, sobre todo después de ver que la guarnición de Moncada no se había rendido el día prometido.

    Fidel toma El Caney amenazando directamente Santiago de Cuba. Yaguajay estaba en manos de Cienfuegos, el cual, tan pronto tomó la ciudad, se lanzó hasta Santa Clara para unirse con «Che» Guevara.

    Todo estaba perdido en el país para Fulgencio Batista. El 1 de enero de 1959, el presidente redactó un mensaje a la nación en el que anunciaba las razones por las que abandonaba el país, siendo, según el, a petición del Ejército y para evitar más derramamiento de sangre. Después de firmar el documento, Batista se dirigió hacia su avión donde le esperaban sus familiares, sus maletas y algunos batistianos que sabían que no podrían lograr clemencia de los rebeldes. Al pie del avión, en Campamento Columbia, hizo sus últimas recomendaciones a Cantillo, sabiendo probablemente que con aquellos esfuerzos, si salvaba su vida y la de los suyos, no lograba salvar al Ejército ni a sus jefes. A las 2,10 de la madrugada, Batista despegó con el DC-4 hacia la República Dominicana.

    A las nueve de la mañana del 1 de enero de 1959, Fidel Castro se enteró de la huida de Batista, pese a que Cantillo intentaba mantener la noticia secreta hasta permitirle organizar los restos de su Ejército y de un régimen que se había hundido con la primera noche del año. Castro no sintió la alegría que hubiese de esperarse. Allí, en Palma Soriano, paseó como un león, con sus manos tras la espalda y su cigarro entre los dientes. Para los presentes, aquella noticia era la mejor que el año podía haber traído, pero para el jefe insurrecto significaba que Batista se había escapado a su venganza con algunos de sus colaboradores íntimos, y el hecho de que Cantillo, del que desconfiaba, quedase encargado del país le hacia sospechar un «golpe militar».

    Lo primero que hizo fue lanzar un mensaje a todas las fuerzas rebeldes del país para que prosiguiesen la lucha en todos los frentes y con más intensidad que hasta entonces, fueran cuales fueren las noticias que viniesen de La Habana. Para asegurarse el éxito pidió una huelga general aunque exigía que nadie tomase la justicia por su mano para evitar los desórdenes que siguieron a la caída de Gerardo Machado en 1933. «No más soldaditos para tranquilizar a los conservadores», soltó Castro después de firmar la orden de huelga. Luego volviose hacia sus capitanes y dijo: «Santiago inmediatamente».

    Pero pese a los avisos de Castro, la población habanera ya se había desbordado destrozando los casinos, las maquinas tragaperras, los parquímetros que eran un negocio del cuñado de Batista, y hasta liquidando algunos sospechosos de colaboración con el régimen batistiano.

    Armando Hart sale de su cárcel de Isla de Pinos liberado por su carcelero de la víspera. Santiago cae en manos de Fidel Castro el día 2, y sus 163.000 habitantes se echan a la calle. La fortaleza de Moncada ha caído sin un tiro. Para Castro es el momento más emocionante de su vida.

    En este cuartel de Moncada, a las 1,30 de la madrugada, Fidel Castro lanza su primer discurso ante una gran masa. En el mismo sitio donde habían muerto el Dr. Muñoz, Guitart y muchos otros compañeros suyos, cinco años, cinco meses y siete días después, Fidel Castro cumplía su promesa de liberar a Cuba de Fulgencio Batista. Doscientos hombres, de los que quedaron setenta; setenta que, junto a otros doce, constituyeron los 82 que desembarcaron en Belic; 82, de los que quedaron doce al cabo de una semana en la Sierra; doce, que se convirtieron, en 25 meses, en un Ejército que barrió a 30.000 soldados profesionales. Muchas emociones aguardaban a Fidel Castro por su recorrido a través de la isla y hasta llegar al palacio presidencial de La Habana, pero, probablemente, ninguna tan significativa, tan llena de dramatismo, como la de su discurso del Moncada, aquella madrugada del 2 de enero de 1958. Junto a el se encontraba el nuevo presidente de Cuba, Manuel Urrutia Lleo, y al otro lado, monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, el hombre que no solamente había bautizado a Fidel Castro, sino que le salvó la vida cuando atacó al Moncada sin éxito.

    Con más de un millar de hombres, Fidel Castro emprendió su marcha de más de mil kilómetros hasta La Habana. Raúl se quedaba en Santiago como comandante en jefe de la provincia de Oriente.

    La marcha hacia la capital fue larga. Muchos observadores extranjeros no llegaban a comprenderla, siendo regla en casos similares que el insurrecto se apodere del palacio presidencial lo antes posible. Castro no sentía prisa. Urrutia era el presidente y ya había salido camino de aquel palacio presidencial. El, numerosas veces, había mencionado su falta de interés por cualquier cargo político dentro del nuevo Gobierno. Aceptaba la delegación de las Fuerzas Armadas Rebeldes acerca de la presidencia un poco como si no quisiese exagerar su modestia. Pero Castro, detrás de su «modestia» llevaba un plan bien estudiado. Satisfacer su ansia de publicidad, gozar de todo aquello que le había faltado durante 25 meses, especialmente el aplauso de las masas, y darle a la imagen de su personaje una dimensión aún más grande de la que había logrado en las cumbres de Sierra Maestra. No es igual imaginarse un héroe a través de las fotos de la prensa a tenerlo al lado, poder tocarlo, escuchar su voz sin artificios de la radio. Por otro lado, Cienfuegos había ocupado Campamento Columbia, símbolo de Batista; «Ché Guevara» estaba instalado en la fortaleza de La Cabana; Urrutia estaba en la capital con Humberto Sori Marin como ministro de Agricultura; Carlos Rafael Rodríguez, ministro del Interior; Julio Martínez Paez, ministro de Salud Publica; José Miro Cardona, primer ministro; Roberto Agramonte, ministro de Asuntos Exteriores, y Manuel Ray, ministro de Obras Publicas.

    Sólo quedaba un problema de índole militar: los miembros del Directorio Revolucionario se negaban a entregar el palacio presidencial, que ocuparon los primeros, sin antes recibir garantías de Castro sobre el respeto a las demás fuerzas revolucionarias que no fuesen miembros del «26 de Julio». Castro no les hizo caso. Seguía pronunciando discurso tras discurso, fuese la hora que fuese y estuviese en la ciudad donde estuviese. Iba deshilvanando todo el rosario de ideas políticas y de reformas que tenia para Cuba, la nueva Cuba que empezaba con el año. Por fin, apresurándose por recomendación de sus más allegados, Castro alcanzó La Habana, donde se encontró con su hijo Fidelito, terminando el recorrido junto a el hasta llegar al palacio presidencial, donde Urrutia había llegado a un acuerdo con el Directorio. Su discurso desde el balcón del palacio fue breve, pues su idea era dar el mayor discurso de su carrera en Campamento Columbia. Allí hubo suelta de palomas, y una se posó sobre su hombro, aumentando, a los ojos del pueblo, el providencialismo del que se le había adornado desde hacia años. Habló durante horas.

    EL DESEMBARCO EN BAHÍA DE LOS COCHINOS. LA BRIGADA 2506

    A finales de 1960, la Administración de Eisenhower ya tiene bajo estudio las diversas posibilidades de deshacerse de un peligro como el que representa Fidel Castro en todo el continente. Las elecciones de 1960 han dado la victoria al joven John F Kennedy, y este entra en funciones de presidente de los Estados Unidos en enero de 1961. Es heredero de una situación, de un problema que se incrusta dentro de la guerra fría. Cuba esta a unas millas de los Estados Unidos, y si no representa una amenaza física al territorio norteamericano, si representa una posible infección. para toda Hispanoamérica. Los EE.UU. se encontrarían entonces antela paradójica postura de estar combatiendo el comunismo en Asia, África y Europa, mientras Fidel Castro se lo coloca en la puerta de su casa.

    Así, con este problema pendiente de resolución, que se agrava día tras día y al que hay que poner un tope cuanto antes, llegamos al mes de abril de 1961, en que un grupo de 1.400 cubanos exiliados va a intentar una operación para resolver un problema que para ellos es el de su patria, y para los Estados Unidos es el de la seguridad de todo el continente.

    16 de abril de 1961. Ultimas horas del día. No hay luna mientras se acerca a una playa un bote con cinco hombres. Veinte metros los separan de Cuba cuando chocan con unos arrecifes. Ignoraban que hubiese arrecifes en aquel lugar. Para aquellos cubanos, volver a pisar el suelo de su patria constituía un momento de gran emoción. Con el motor parado, reman los últimos metros. De repente, los faros de un jeep se posan sobre el pequeño grupo. Los cinco hombres se tiran al agua y avanzan hacia tierra firme disparando sus armas. Un hombre cae muerto; los demás ocupantes del jeep son hechos prisioneros. El elemento sorpresa había sido desperdiciado. Los disparos habían alertado el raro vecindario. Una ametralladora abre fuego sobre los cinco invasores que están colocando luces de señalización para el gran desembarco.

    El barco escolta «Blagar» abre fuego sobre el nido de ametralladoras a petición de los cinco invasores. El lugar se convierte en un verdadero campo de batalla cuando aún no han desembarcado las fuerzas expedicionarias que componen la Brigada 2506. Conforme llegan a la playa los invasores, sus botes se estrellan contra los arrecifes, teniendo que terminar con el agua por el pecho para llegar a la arena seca.

    En estas primeras horas de la madrugada del 17 de abril el desembarco ya ha sido comprometido por el jeep y por los arrecifes. Pepe San Roman, comandante de la Brigada, decide retrasar el desembarco de sus hombres hasta las primeras luces para esperar que la bajada de la marea permita localizar los arrecifes con mayor facilidad.

    En esta parte sur-occidental de la costa de Cuba se encuentran grandes zonas cenagosas mientras el mar presenta gran cantidad de escollos peligrosísimos en forma de arrecifes parcialmente cubiertos por el agua en marea alta. La suerte y una mala información topográfica habían cambiado todos los planes iniciales. Cuando el día se levantase, según los estudios realizados por los expertos norteamericanos, toda la Brigada debía encontrarse en sus puestos de combate. Pero las cosas no iban a realizarse según lo convenido por los estrategas.

    El plan de combate había sido trazado por el CIA (Central Intelligence Agency) y aceptado por el Pentágono. Era perfectamente claro, aunque nadie comprendiese la razón por la que se había elegido la noche para ser llevado a cabo. Durante la segunda guerra mundial hubo numerosos desembarcos en todo el mundo, pero ninguno se llevo a cabo de noche. El factor sorpresa es de poco peso en este tipo de operaciones si se le compara con las ventajas que da el tomar tierra con luz del día. Para esto, claro está, es preciso contar con un fuerte apoyo aéreo y de artillería naval, cosas con las que la Brigada 2506 no iba a contar.

    En el plan de cualquier desembarco se deja un margen bastante grande al error. Se estudian soluciones de recurso en el caso de que algo no salga como previsto. En el desembarco de Bahía de los Cochinos, no había margen para el error. Todo tenia que salir como previsto en Washington y al minuto en que se había estudiado. Un jeep armado que pasase por el lugar en el momento del desembarco de los cinco primeros hombres, los arrecifes no señalados en las cartas marinas, todo eso eran elementos que no habían sido previstos por los expertos, pero que cambiaban brutalmente la situación.

    A bordo de los buques de desembarco, los expedicionarios habían recibido con alegría la noticia de que la aviación de Fidel Castro había sido destruida en el suelo durante el ataque aéreo que había precedido al desembarco. La verdad es que sólo el 40 por ciento había quedado inutilizada y aún quedaban tres T-33, dos Sea Furies y dos B-26, con lo que podía Fidel Castro poner en jaque un intento de desembarco. Por lo pronto, estos aviones hundieron dos barcos de apoyo, perdiéndose preciosas municiones y víveres que los invasores necesitaban con urgencia.

    Pese a la destrucción de estos barcos, aún quedaban otros capaces de abastecer a los 1.400 hombres de la Brigada, pero al ver los estragos que la aviación castrista realizaba, recibieron orden de alejarse hacia alta mar.

    Pero el problema principal de los expedicionarios, motivo de numerosas controversias posteriores, fue la falta de apoyo aéreo a las fuerzas de invasión. Estas fuerzas se componían de seis batallones de infantería, un destacamento de armas pesadas y personal de Estado Mayor. No se trataba de un Ejército cuya misión consistiese en conquistar la isla, sino de una fuerza capaz de establecer una cabeza de puente y aguantar los ataques castristas durante 72 horas, el tiempo necesario para que se trasladase allí el Gobierno provisional. Una vez logrado esto, EE.UU. Y algunos países de la OEA intervendrían prestando apoyo militar al nuevo régimen. En lugar de 72 horas, los hombres de la Brigada sólo pudieron aguantar 64; sesenta y cuatro horas durante las cuales fueron puestos a prueba su resistencia física y moral contra un enemigo infinitamente superior en hombres y armas.

    La Brigada, preparada en Guatemala durante nueve meses, había recibido un entrenamiento perfecto por parte de «consejeros» militares norteamericanos. Luego, desde Nicaragua, había embarcado en barcos alquilados y pertenecientes a diversas nacionalidades. Los Estados Unidos, aunque patrocinaban la empresa, no querían aparecer como incitadores, y por ello tomaron tantas precauciones y retiraron tanto apoyo militar necesario que la empresa fracasó, dejando al descubierto a los que habían pretendido esconder la mano después de tirar la piedra.

    La unidad de choque invasora era el primer batallón, compuesto por 173 paracaidistas. Los segundo, tercero, cuarto y quinto batallones, compuestos por 180 hombres cada uno, jamas habían estado en combate, aunque tenían un entrenamiento adecuado. El sexto batallón tenia tantos novatos que se le destinaba a operaciones diversas.

    Cinco tanques M-41 con cuatro tripulantes por tanque fueron llevados por buques norteamericanos hasta un lugar en alta mar, donde fueron trasladados a lanchas pequeñas de la Brigada que debían llevarlos a tierra.

    Las fuerzas aéreas de la Brigada no eran más de quince viejos B-26, y ningún caza para apoyarlos. Estos aparatos tenían su aeródromo en un lugar de Nicaragua, bautizado para la circunstancia con el nombre de «Happy Valley» (Valle Alegre), y situado a 1.200 kilómetros de Bahía de los Cochinos. Los B-26 necesitaban cuatro horas de vuelo antes de poder empezar a bombardear, y teniendo en cuenta que tenían que regresar hasta Happy Valley, solo les quedaban cuarenta minutos de autonomía para volar sobre sus objetivos. Estos cuarenta minutos de autonomía se habían logrado sacrificando las ametralladoras posteriores del aparato para dar más cabida al combustible. Pero cualquier ataque por la cola era fatal para los aviones de la Brigada.

    En los planes de ataque se preveía la rápida captura de un aeropuerto próximo a Giron, donde podrían posarse los B-26 y cargar municiones y gasolina que habrían sido desembarcados por los buques de la Brigada, pero, como vemos, desde las primeras horas de la operación, estos dos elementos fundamentales del éxito se habían comprometido mucho.

    Las fuerzas expedicionarias habían abandonado Nicaragua el 13 de abril en cinco pequeños barcos heterogéneos, abarrotados de hombres, armas y suministros y escoltados por dos lanchas LC1 de la segunda guerra mundial, el Blagar y el Barbara J.

    Al llegar el alba del 17 de abril, los hombres del cuarto batallón desembarcaron rápidamente y sorprendieron Girón, la población más cercana al lugar de desembarco. Mientras, otros barcos daban vueltas alrededor de los arrecifes cargados con tanques y material pesado que urgía en tierra.

    Fuera de Playa Larga, a 32 kilómetros al noroeste de Girón, el Houston, uno de los cinco buques de la Brigada, penetro en Bahía de los Cochinos para desembarcar el segundo y quinto batallones, más municiones, suministros y combustible. Para realizar esta operación, el Houston había sido equipado con ocho lanchas «fuera borda» con capacidad de seis a ocho hombres. Pero el ruido de estas lanchas alertó a los milicianos castristas que aguardaban en la playa. Los disparos del Barbara J. permitieron el desembarco al mantener a los milicianos bajo el fuego continuo de sus ametralladoras de 5O m/m. Las pérdidas en material fueron, sin embargo, importantes. El desembarco de los hombres se hacia muy lentamente debido a la poca capacidad de las lanchas, las cuales, además, seguían desgarrándose y hasta hundiéndose en ocasiones, por los arrecifes. El día estaba ya avanzado y el quinto batallón aún se encontraba a bordo del Houston esperando poder iniciar el desembarco.

    Poco después, los B-26 de Castro hicieron su aparición y bombardearon a los expedicionarios. Mientras, el tercer batallón pudo tomar tierra, aunque lo hizo en un lugar que no estaba previsto.

    La operación de los paracaidistas, que componían el primer batallón, debía realizarse en seis lugares distintos y durante la noche, pero debido a los retrasos y complicaciones, lo hicieron en pleno día. Uno de los mayores problemas era que cada avión sólo disponía de una puerta para el lanzamiento, y se llegó a tardar 25 minutos para un sólo grupo de paracaidistas debido al gran número de veces que había que sobrevolar el mismo lugar para facilitar el reagrupamiento. El cuarto batallón de la Brigada logro unirse a los paracaidistas que habían tomado San Blas, pero los que habían caído en la parte más occidental del frente tenían dificultades hasta para localizar su primer objetivo.

    Al norte de Playa Larga, un grupo de 19 paracaidistas que debía controlar una de las carreteras principales que conducía a la cabeza de puente, falló su objetivo y cayó en una ciénaga. Otra unidad que debía de haber sido lanzada sobre el importante cruce de Palpite cayó a cuatro kilómetros del lugar y se perdió, dejando al descubierto un flanco vital. Esto fue uno de los fracasos más grandes de la invasión. Los suministros que habían sido lanzados en paracaídas antes que los hombres no fueron encontrados por estos, limitándoles mucho en su poder de fuego. Además, Castro tenia la carretera libre para contraatacar esa zona que sólo defendía el segundo batallón. Este, además del apoyo de los paracaidistas, contaba con el del quinto batallón, que fue desembarcado tan lejos de Playa Larga que nunca pudo enlazar ni entrar en acción. La razón se debía a que el Houston, atacado por la aviación castrista hacía agua y hubo de acercarse a los arrecifes, saltando los hombres del quinto batallón al mar para alcanzar tierra firme. Desgraciadamente, este desembarco forzado se llevó a cabo a más de 16 kilómetros de donde se encontraba el segundo batallón.

    La perdida del Houston se agravó con la del Río Escondido, que transportaba gasolina de aviación. Esto impidió disponer del aeródromo de Girón, con lo que los bombardeos de los B-26 de la Brigada seguían haciéndose después de cuatro horas de vuelo desde Nicaragua a Cuba.

    Este fue, quizá, el mayor desastre de Bahía de los Cochinos. No solamente se disponía de un aeródromo inservible, sino que los tres buques restantes de la Brigada se alejaron para evitar ser hundidos como los otros dos. Con ellos se alejaban municiones, suministros, combustible, apoyo de artillería y hasta, en cierto modo, las esperanzas de éxito.

    Las fuerzas de Castro, entretanto, llegaban en camiones, por oleadas. Afortunadamente para el segundo batallón, el enemigo tenia que venir en fila india, pues ambos lados de la carretera estaban compuestos por ciénagas intransitables. Con un solo tanque de apoyo se logró, momentáneamente, paralizar el avance castrista. Los milicianos fueron barridos hasta Yaguaramas por los hombres del cuarto batallón apoyados por los 18 paracaidistas que se les habían unido.

    Pero estos éxitos parciales no lograban tranquilizar a los invasores. Se combatía desde hacia catorce horas y aún no habían aparecido tanques ni carros blindados de Fidel Castro, que seguramente estaban en camino desde La Habana, situada a 200 kilómetros de Playa Girón. Por el momento, los que se oponían al avance de los expedicionarios eran milicianos, cadetes de una academia militar y la aviación.

    Al anochecer de aquel lunes 17 de abril, los morteros de Castro abrieron fuego cerrado. Los invasores lograron interferir las comunicaciones de radio castristas y hasta dirigir, equivocándolo, el fuego de la artillería y de la aviación fidelistas. Los tanques gubernamentales que avanzaban hacia Playa Larga hubieron de detenerse cuando el segundo batallón destruyó los dos primeros, bloqueando la carretera.

    En Covadonga, al noroeste de San Blas, las municiones disminuían peligrosamente, y hubo que evacuar a los expedicionarios hasta San Blas. La posición cerca de Yaguaramas no podía más con la presión castrista y se replegó sobre San Blas, que ahora se convertía en el punto más avanzado de los invasores.

    Cuando el martes 18 de abril ve brillar el sol, los hombres del segundo batallón sólo disponen de munición en sus pistolas, mientras en lontananza se ven los barcos de la Brigada cargados de suministros, pero inmóviles. No queda más remedio que retirarse hacia Girón por la carretera que bordea el mar. Con esto, San Blas era el único punto donde se seguía combatiendo. En San Blas, el bombardeo castrista era tan grande que los expedicionarios no permanecían dentro de la ciudad más que el tiempo necesario para abastecerse en agua permaneciendo en su periferia con el fin de disminuir las pérdidas en hombres.

    El martes por la tarde llegaron noticias optimistas. La aviación de los Estados Unidos iba a intervenir en el plazo de 15 minutos. Poco después aparecieron tres cazas de la marina estadounidense que fueron saludados con gritos de alegría por los miembros de la Brigada. Los aparatos se dirigieron hacia Covadonga, donde Castro estaba concentrando sus fuerzas para el ataque final. Pero al poco regresaron los aviones sin haber disparado un tiro y se dirigieron hacia el mar. Más tarde se supo que se habían limitado a tomar fotografías.

    Los hombres se dispusieron a soportar el choque con los castristas aunque sabían que no aguantarían 24 horas más si no recibían ayuda de los barcos o de la aviación.

    La noche transcurrió lenta, pegajosa, llena de mosquitos y cangrejos de tierra. El agotamiento se apoderaba de hombres que no habían dormido desde hacia días. Por fin, el alba iluminó un nuevo día, el del miércoles 19. Un B-26 marcado con azul bajo sus alas, sobrevoló a los agotados expedicionarios, llegó sobre Covadonga y soltó unas bombas de «napalm» sobre la concentración de castristas que se disponía a dar el asalto a San Blas. La aviación, dadas las distancias enormes que debían recorrer para repostar de gasolina y municiones, dio el máximo de su capacidad. Tres bombardeos de aeropuertos castristas habían sido estipulados en el plan inicial para destruir la fuerza aérea del Gobierno antes de iniciar el desembarco, pero solo uno fue autorizado por Washington, dejando, pues, más de la mitad de la aviación fidelista en perfecto estado. Luego, dos B 26 se perdieron mientras se llevaba a cabo el desembarco, y otros tres durante la jornada del martes. Quedaban siete aviones en estado lamentable y sin apoyo alguno que les permitiese defenderse de los cazas castristas. El ultimo ataque aéreo de la Brigada, el de «napalm», lo habían realizado cuatro pilotos norteamericanos que se ofrecieron voluntarios en Happy Valley al ver que los pilotos cubanos estaban totalmente agotados. Mientras los B-26 sufrían el ataque de los cazas T-33, un portaaviones norteamericano permanecía indiferente en alta mar, a la altura de Bahía de los Cochinos. Las llamadas de socorro de los B-26 eran escuchadas por todo el que tuviese radio, pero nadie podía intervenir.

    - Mad Dog 4! May Day May Day ! Somos norteamericanos; ayúdennos ! Ayúdennos !

    El portaaviones contestó que cumplía órdenes absteniéndose. Sólo regresó un B-26 pilotado por el cubano Herrera. Cuando tomo tierra en Happy Valley, su aparato tenia 37 agujeros. Aquella había sido la última salida de la aviación de la Brigada.

    Los hombres de la expedición estaban dispuestos a vender caras sus vidas mientras veían avanzar una columna de tanques de Fidel Castro. Seis bazookas y un tanque invasores aguardaban el choque. Un tanque ruso SU-85 que venia en cabeza de los castristas quedó inmovilizado de un disparo de bazooka.

    En el cuartel general de Giron, Pepe San Roman discutía por radio con los consejeros norteamericanos diciendo que sólo quedaba una solución: reembarcar a los supervivientes. Los consejeros dieron buenas esperanzas a San Roman y le pidieron una lista de objetivos a bombardear y su prioridad. Los hombres del Estado Mayor reunieron toda la información que se les pedía y la transmitieron por radio. Después de una larga espera llegó la respuesta: «Lo siento, Pepe, han hecho ustedes lo que podían», dijo una voz anónima. «Han luchado bien. Dispérsense. Buena suerte. No me llamen más».

    Pepe San Roman se aferró al micrófono gritando: «¡No necesitamos sus alabanzas, hijo de la gradísima puta; lo que necesitamos son sus putos reactores!»

    Mientras, la situación empeoraba. San Blas y Girón quedaron sin contacto por radio. Los paracaidistas se retiraban hacia Giron, donde la situación se hacía insostenible. Por fin hubo que abandonar también esta posición. Un grupo de hombres se lanzaron a la maleza para intentar internarse hacia las montañas y seguir luchando como guerrilleros. Veintidós hombres se hicieron a la mar en un bote donde derivaron durante 15 días. Siete vivían aún cuando fueron recogidos por un mercante norteamericano. Los buques de la Brigada se alejaron del lugar de la acción sin recoger a casi nadie.

    Mientras, un portaaviones estadounidense con un millar de «marines» seguía dando pasadas a cierta distancia de la costa sin intervenir en nada por falta de órdenes. Ahí había estado durante toda la batalla sin intervenir jamás.

    La comisión encargada de investigar el fracaso de Bahía de los Cochinos estaba compuesta por el general Maxwell Taylor; Allen Dulles, director del CIA; almirante Arleigh Burke, entonces jefe de operaciones navales, y Robert Kennedy, hermano del recién nombrado presidente de los EE.UU. El resultado de esta investigación no ha sido jamás hecho público, y sólo algunos de sus miembros dieron explicaciones después de un año y medio, cuando algunos prisioneros de Bahía de los Cochinos acusaron a los Estados Unidos de traición.

    Los principales errores, entre los muchos que hubo en aquel intento de invasión, son de dos tipos: de información y militares. El CIA estaba convencido, en abril de 1961, que una invasión de Cuba seria apoyada por una mayoría de la población cubana, lo que era totalmente falso. Fidel Castro había logrado el apoyo popular después de casi un año de permanencia en la Sierra Maestra, pero no se podía esperar que en 1961 hubiese ya un frente anticastrista suficiente para apoyar a una fuerza expedicionaria que desembarcaba en una zona con características totalmente distintas a las de Sierra Maestra. En Bahía de los Cochinos el apoyo popular debía de ser inmediato si se quería triunfar, mientras que en las montañas de Oriente bastaba con ganar tiempo hasta que se organizase el frente antibatistiano.

    Aunque el presidente Kennedy se responsabilizó por el fracaso de la operación, lo cierto es que solo llevaba tres meses en la Casa Blanca, y era lógico que se dejase influenciar por elementos tan especializados como el CIA y el Pentágono, los cuales, por otro lado, no estaban de acuerdo entre sí sobre muchos aspectos del desembarco.

    El proyecto primitivo preveía un desembarco a 160 kilómetros al este de Bahía de los Cochinos, cerca de Trinidad. Aunque era mejor lugar para establecer una cabeza de puente, había más población y fuerzas gubernamentales. El plan táctico preveía tres ataques aéreos por medio de los B-26 de la Brigada destruyendo la pequeña fuerza aérea de Fidel Castro antes de que esta despegase, y, sobre todo, antes de la hora H, Kennedy pidió que se redujesen los ataques aéreos a dos, y luego a uno, con lo que Castro tuvo suficientes aviones para destrozar a los invasores.

    Cuando la situación estaba deteriorándose rápidamente, los «consejeros norteamericanos» pidieron a Kennedy que se utilizasen los cazas del portaaviones que patrullaba la costa frente a Bahía de los Cochinos. Kennedy rehusó porque estaba decidido desde un principio a que no interviniesen los Estados Unidos abiertamente. Finalmente, autorizó vuelos de reconocimiento fotográfico de la aviación naval.

    Uno de los puntos más discutidos de esta invasión ha sido el de la promesa de Kennedy de dar apoyo aéreo a la Brigada con aparatos de la US Air Force. Algunos cubanos se basaron en esto para decir que los EE.UU. Habían traicionado a la Brigada 2506, pero Kennedy replicó que jamas se había tratado de que la aviación norteamericana interviniese. El hecho es que los cubanos habían recibido seguridades de sus «consejeros norteamericanos» de que «el cielo sería de ellos». Esto fue interpretado por los expedicionarios como promesa de apoyo aéreo US, mientras los consejeros se referían a que, después de los tres ataques de los B-26 de la Brigada, no quedaría avión castrista para sobrevolar la cabeza de puente. Claro que al sólo realizarse uno de los tres bombardeos preliminares previstos, el cielo cubano no iba a estar libre de aviones castristas.

    El 15 de abril, el éxito reducido de los B-26 de la Brigada en su primer bombardeo de San Antonio de los Banos, La Habana y Santiago de Cuba, había provocado violentas protestas en las Naciones Unidas. Pese a que Miró Cardona, desde Miami, lanzaba el bulo de que se trataba de aviones castristas que antes de desertar habían bombardeado sus aeropuertos, los neutralistas y muchos países hispanoamericanos no se lo creyeron, y el ministro de Asuntos Exteriores de Fidel Castro, Raúl Roa, denunció la invasión que se preparaba. Stevenson, embajador de los Estados Unidos en las Naciones Unidas, que ignoraba la verdad de los hechos, soportaba el fuego de los ataques en el Consejo de Seguridad. John F. Kennedy, preocupado con la opinión publica internacional, anuló el nuevo bombardeo que debía llevarse a cabo el domingo 16, dejando así el terreno mal preparado para el desembarco del día siguiente. Mientras tanto, más de 100.000 sospechosos eran arrestados por Fidel Castro, con lo que las redes clandestinas que trabajaban en Cuba y debían colaborar con los invasores quedaban desorganizadas.

    El resultado de este fracaso no ha sido aún bien estudiado por los expertos políticos y militares. Cuando se piensa en la fuerza aérea con que contaba Fidel Castro el 17 de abril de 1961 y la que tendría un año y medio más tarde, nos damos cuenta de la oportunidad que fue desperdiciada en Bahía de los Cochinos y la lección que de ello dedujo el régimen de La Habana. La historia de los cuatro años que siguieron al fallido desembarco de Bahía de los Cochinos se forja alrededor del fracaso de la Brigada 2506.

    Los Estados Unidos habían apoyado, armado y autorizado un desembarco en la costa sur-occidental de Cuba pensando que días más tarde el insoportable régimen castrista habría sido derrocado. Ante la opinión publica mundial, Washington hacia el papel de agresor mientras Adlai Stevenson mentía involuntariamente en las Naciones Unidas para defender a su país. En Miami, millares de familias alternaban la ira con la oración. Cuando las cosas salen mal, todo el mundo pide responsabilidades, y esto es lo que sucedía con Bahía de los Cochinos. El Departamento de Estado, el Pentágono, la Casa Blanca y el CIA tenían ahora un tremendo remordimiento. La ligereza con la que habían actuado complicaba las cosas de modo extraordinario. Si Castro y su régimen eran un peligro antes de abril de 1961, ahora lo iban a ser mucho más. Pero también quedaban 1.113 prisioneros en manos de Fidel Castro. Intentar rescatarlos era para Washington una forma de aliviar su conciencia.

    James B. Donavan era el abogado que había defendido al espía ruso coronel Rudolf Ivanovich Abel en 1957, a petición de la Asociación de Abogados, cobrando por ello 10.000 dólares de tras el telón de acero. Esta suma la entregó a las Universidades de Fordham, Harvard y Columbia. Una comisión de familias de los prisioneros cubanos le encargó negociar el rescate de los mismos.

    Fidel Castro aceptó la idea de liberar estos 1.113 hombres a cambio de una elevada cantidad de millones de dólares en medicinas, alimentos para niños e instrumentos de cirugía. Los Estados Unidos rehusaban negociar sobre la base de dinero o productos estratégicos. Una semana de lucha necesitó Donavan en La Habana para negociar el principio del intercambio. Mientras, los EE.UU. seguían presionando en Hispanoamérica para que no se suministrasen productos estratégicos al régimen de Castro. Al mismo tiempo, el senador Kenneth Keating, republicano, acusaba al Gobierno de los EE.UU. de tener al pueblo en la ignorancia de que seis bases de cohetes estaban construyéndose en Cuba, delante de las narices de los norteamericanos.

    Las negociaciones duraron meses por todas las interferencias que Donavan resentía por parte de los políticos, los militares y todo cuanto hiciese fluctuar las relaciones entre Cuba y EE.UU. El rescate de los prisioneros aparecía como una empresa privada, organizada por un tal «Comité de Familias Cubanas para la Liberación de los Prisioneros de Guerra»,. El asistente del secretario de Estado, Edwin M. Martin, llegó a declarar a la opinión publica que Donavan «no tenia relación alguna con el Gobierno». Sin embargo, nadie creía tales declaraciones sabiendo que Donavan se veía con frecuencia con Robert Kennedy, ministro de Justicia. En el Gobierno, este proyecto de liberar a los prisioneros causados por la ligereza del CLA y del Pentágono se denominaba «Proyecto».

    Primero, Fidel Castro pidió 500 tractores, pero cuando ya se había recogido parte del dinero para su compra especificó que se trataba de tractores de grandes dimensiones cuyo precio era siete veces superior al de los tractores normales. Finalmente, se decidió dar la cifra en dólares, de lo que el consideraba sensato: 62 millones de dólares, es decir, tres millones de pesetas por prisionero.

    Aún habiendo logrado Fidel Castro formular sus condiciones, el intercambio de prisioneros contra medicinas, instrumental quirúrgico, alimentos para niños, etc., tardaría aún meses para llevarse a cabo, e incluso estuvieron a punto de fracasar las negociaciones por causa del ultimátum norteamericano para que Rusia retirase sus bases de lanzamiento de cohetes del territorio cubano.

    Cuando los 1.113 prisioneros volvieron a pisar Miami, había transcurrido un año, ocho meses y cuatro días desde que fueron hechos prisioneros. La Brigada 2506, que debía su nombre al numero del voluntario Carlos Rodríguez, muerto durante el entrenamiento en Nicaragua, padeció más durante el tiempo que estuvo internada en las cárceles fidelistas que durante los dos días de pesadilla que pasó en Bahía de los Cochinos. Su acción, y los errores que la hablan precedido, fueron directamente responsables del nuevo rumbo que tomó el armamento en Cuba. Esta invasión había justificado el refuerzo del sistema defensivo de la isla, aunque esta afirmación se desvirtuase hasta transformar unas defensas en un verdadero arsenal atómico, segundo en América solamente comparable al de los Estados Unidos, y situado a 140 kilómetros de Key NVest.

    La Revolución Cubana Fidel Castro

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    Enviado por:Sergio Dorta
    Idioma: castellano
    País: España

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