Historia


Restauración


TEMA XI. EL SIGLO XIX. LA RESTAURACIÓN.

En el s. XIX nació una nueva sociedad, carente de privilegios jurídicos, donde existían claras diferencias entre las clases que accedían a la propiedad y las que no podían hacerlo. Se configuró una élite cohesionada: antiguos y nuevos aristócratas, y burgueses enriquecidos. Junto a ella, la clase media pugnaba por convertirse en propietaria de inmuebles, mientras campesinos y trabajadores, mayoritariamente analfabetos, vivían y trabajaban en condiciones duras.

Los cambios políticos y sociales conllevaron un esfuerzo por extender enseñanza y cultura a otros sectores. A finales s. XIX, la Restauración pareció consolidarse gracias al consenso entre liberales (evitaron una democracia de masas). El régimen se mantuvo estable, pero se alejó de la realidad política y social del país. La derrota frente a Estados Unidos (1898) y la pérdida de las colonias incitaron la reforma del sistema de la Restauración.

1. LA EVOLUCIÓN Y EL CAMBIO SOCIAL

La sociedad española del s. XIX se caracterizó por unas transformaciones demográficas que afectaron a la estructura de la población; pervivieron las élites, las clases medias y los trabajadores.

1.1. LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

La población española se caracterizó, a lo largo del s. xix, por tres ras­gos fundamentales:

  • Lento crecimiento de la población. La población española creció a un ritmo reducido, sin duplicarse en el s. XIX —de 11 millones (1800) a 18 (1900)—. La causa del escaso crecimiento fue la elevada tasa de mortalidad, contrarrestando los elevada natalidad.

  • Pervivencia del modelo demográfico antiguo. No desapare­ció (que acompaña a la industrialización), con sus rasgos vegetativos: alta tasa de mortalidad, sobre todo infantil (29 ‰ en 1900, casi la más alta de Europa, solo superada por Rusia).

  • Existencia de movimientos migratorios. Agudizados por la crisis agraria de fin de siglo. La emigración a ultramar creció desde 1880 y con índices más elevados entre 1900-1914.

Se produjo un modesto crecimiento urbano gracias al éxodo rural, por las dificultades de la vida rural más que por la atracción de la débil industria urbana. Hubo centros importantes (Barcelona, Madrid, en País Vasco y costa peninsular), pero la población española seguía siendo, en 1914, mayorita­riamente rural. Una excepción era Cataluña, con la tasa de urbanización mayor de España y similar a la de los países más desarrollados.

1.2. LAS ÉLITES Y LAS CLASES MEDIAS

El s. XIX ha sido el siglo de la burguesía porque se produjo el ascenso de esta clase social, dinamitando la sociedad del Antiguo Régimen y sus privilegios. Se registraron algunos cambios:

  • El número de nobles disminuyó. Por la reducción de privi­legios; la pérdida de la exención fiscal hizo desaparecer a los hidalgos (único privilegio que tenían como aristócratas).

  • El número de clérigos experimentó una disminución más brusca. En especial el clero regular, ya que el de curas párrocos se mantuvo.

  • Las clases medias se incrementaron. El número de empleados civiles o funcionarios del Estado se triplicó y los que ejercían profesiones liberales (abogados, técnicos, profesores) se duplicó. Así mismo, el número de comerciantes e industriales continuó aumentando.

  • LA NOBLEZA

La alta aristocracia de cuna perdió su posición relevante, aunque se adaptó a las circunstancias y conservó influencia. La mayoría la nobleza no se involucró en el crecimiento económico ni invirtió en compañías ferroviarias ni en activi­dades industriales.

Además, los aristócratas pactaron en cierto modo con las nuevas élites que se incorporaron a la cúspide de la pirámide social: eran frecuentes los casos de familias nobiliarias endeudadas que sanearon su patrimonio gracias a los matrimonios concertados con miembros de las élites burguesas. De esta forma, los rasgos característicos de la vida nobiliaria (propiedades, linaje familiar, modo de vida) se unieron a la alta burguesía, que representaba el dinero y el éxito económico. La vieja aristocracia se mostró permeable a la nueva nobleza: la élite militar (oficiales del ejército), política y económica, muchos de ellos consiguieron títulos nobiliarios concedidos por los monarcas.

  • LA BURGUESÍA

El modo de vida nobiliario fue el referente para una burguesía en ascenso durante el s. XIX: introducirse en salones y palacios nobiliarios era signo del triunfo en sociedad.

a) Burguesía de negocios, profesionales prestigiosos y altos cargos.

El crecimiento económico favoreció la aparición de una nueva burguesía de negocios, constituida por banqueros, grandes comer­ciantes e industriales, relevantes propietarios de tierras rústicas y de inmue­bles urbanos, dueños de títulos de deuda pública y especuladores en bolsa. A ellos se unieron los profesionales más prestigiosos y altos cargos del Estado y el ejército. Habitaban en las grandes ciudades y capitales de provincia; los más ricos residían en Madrid, aunque su patrimonio estaba repartido por el país. De este grupo surgieron empresarios industriales y comerciales.

b) Burguesías regionales o periféricas e indianos.

Las burguesías regionales y locales de la periferia eran más modestas, pero más dinámicas; vinculadas a actividades industriales y comerciales: en Cádiz, comercio ultramarino; en Valencia, exportación de productos agrarios; y en Asturias y el País Vasco, a la indus­tria. La burguesía catalana, dependiente de la industria, con escasa vinculación con Madrid. Se añadieron los indianos o burgueses que habían formado su patrimonio con negocios en las colonias de ultramar.

c) Clases medias acomodadas.

Por debajo estaban los propietarios de negocios, tierras, casas y rentas modestas, que ejercían actividades profesionales o tenían empleo público. Eran las clases medias acomodadas, pues su forma de vida y sus costumbres eran diferentes de las de los trabajadores manuales. Su mayor aspiración era ascender en la pirámide social mediante la obtención de propiedades inmuebles. Controlaban en gran parte la Administración pública, la cultura y la enseñanza, la información (a través del periodismo), el ejército, el comercio minorista, las manufacturas de taller y el clero.

Tanto burguesía como clases medias acomodadas difundieron en las ciudades un modo de vida basado en la familia nuclear, formada por el matri­monio y los hijos y presidida por el padre, en la que se concedía especial rele­vancia al ámbito de lo privado y lo doméstico. Además, las élites establecían diferencias con las clases populares creando espacios sociales y espectáculos propios.

1.3. LOS TRABAJADORES DEL CAMPO

El grupo social más numeroso eran clases trabajado­ras que apenas poseían bienes. La gran mayoría de ellos eran campesinos y trabajaban la tierra. La supresión del régimen seño­rial y la desamortización aumentó el número de propietarios, ya que nuevos compradores (labradores acomodados y burgueses de las ciudades) accedieron a las tierras, cosa que no pudieron hacer la mayoría de los cam­pesinos. Según su relación con la tierra, estos se distribuían en tres categorías:

a) Propietarios.

Poseían tierras. Aunque eran numerosos, la mayoría de pequeños minifundios, abundantes en el norte de España, y debían trabajar como asalariados y arrendatarios para completar sus ingresos.

b) Arrendatarios y aparceros.

Pagaban alquiler o renta por cultivar una tierra que no era suya; a cambio, percibían el total, o una parte, del producto obtenido. Estaban sujetos a contratos de corta dura­ción, cuyo precio podía fijar libremente el propietario sin las limitaciones jurídicas que imponía el Antiguo Régimen. En los casos de los foros en Galicia o de la rabassa morta en Cataluña pervivían con­tratos de rentas fijas que los propietarios pretendían modificar. Como consecuencia, el malestar en ambas regiones aumentó a lo largo del s. XIX y dio lugar, a finales de siglo, a un movimiento campesino organizado.

c) Jornaleros.

Vendían su trabajo a cambio de un salario y dependían de la periodicidad estacional de las labores del campo. Grupo más numeroso en el campo, especial­mente en el sur de la península y en Andalucía occidental, donde constituían más del 75 % de los trabajadores del campo, ocupados en los grandes latifundios. Estos jornaleros no solo no acce­dieron a la propiedad, sino que aumentaron y su situación empeoró; esto explica que los jornaleros andaluces desearan un reparto de las tierras.

1.4. LOS TRABAJADORES DE LA CIUDAD

En las ciudades, industrias y minas también había trabajadores y su número no dejaba de aumentar. Entre ellos se encontraban:

  • Trabajadores de arraigada cultura gremial. Los dedicados a los viejos oficios en pequeños talleres: albañiles, zapateros, panaderos, sastres, carpinteros, herreros y tipógrafos o trabajadores de las imprentas.

  • Servicio doméstico. Muy abundante y estaba formado mayoritariamente por mujeres.

  • Dependientes de comercio, repartidores y transportistas.

  • Obreros fabriles. Aparecieron como consecuencia de los cambios económicos, muy numerosos en Cataluña y en el País Vasco; los ferroviarios; los inmigrantes procedentes del campo, poco cualificados; y los que se incorporaban a sectores en expansión, como minería (Jaén, Huelva, País Vasco y Asturias), construcción, comercio y Administración.

LOS PROBLEMAS DE LOS TRABAJADORES

Aunque los trabajadores del campo y de la ciudad eran un grupo muy heterogéneo, compartían una situación precaria y los mismos motivos de malestar:

  • Inseguridad. Cuando perdían su puesto de trabajo, los trabajadores caían en la marginación y en la pobreza. Cualquier contratiempo (enfermedad, lesión, vejez o muerte de un miembro familiar) implicaba acabar en la mendicidad, en la delincuencia o en la miseria, ya que no existía ningún tipo de previsión social para los desempleados ni asistencia sanitaria pública.

  • Bajos jornales. Los ingresos eran escasos y obligaban a las familias a buscar otros medios para afrontar sus gastos. Era frecuente que trabajasen mujeres y niños tanto en ciudades como campo y minas (apren­dices de oficios, servicio doméstico, empleados de comercio), aunque cobraban un salario menor que los adultos o incluso en forma de ali­mentación, hospedaje y vestido.

  • Malas condiciones de trabajo. Los horarios laborales superaban las 10 horas diarias. El horario no estaba determinado y se regía por la luz solar y la finaliza­ción de la tarea diaria. En el servicio doméstico y la dependencia mer­cantil (empleados de comercio) regía un horario de trabajo permanente. Estos horarios abusivos propiciaban los acci­dentes laborales.

  • Cambios en la producción y en la forma de trabajar. La introducción de nuevas tecnologías, máquinas, sistemas de gestión empresarial y nuevos ritmos de producción afectaron progresivamente a los oficios tradicionales y al proceso productivo de los artesanos. La supresión de los gremios dejó desprotegidos a los trabajadores ante los cambios laborales.

  • Hábitat inadecuado. Los barrios populares carecían de infraestructuras (agua corriente, higiene). Las casas (de alquiler), eran pequeñas, mal ventiladas y favorecían la propagación de enfermedades. Era frecuente que varias familias compartieran una misma vivienda.

El hacinamiento extendía enfermedades e incrementaba la mortali­dad. La sensación de desarraigo de la población de origen rural en las grandes ciudades era extrema, y la pérdida de influencia de la Iglesia en las barriadas obreras, muy notable. Estas con­diciones eran más evidentes en los núcleos urbanos más relevantes, a los que afluían los inmigrantes en busca de trabajo.

2. EL MOVIMIENTO OBRERO

Durante el s. XIX, los trabajadores del campo y de las ciudades manifestaron sus protestas y su malestar recurriendo a procedimien­tos de tradición centenaria. Se puede destacar, hasta principios del s. XIX, el bandolerismo rural, endé­mico en Andalucía; y el motín o algarada popular, contra los elevados impuestos (los consumos), los incre­mentos de precios, la falta de comestibles y pan, el reclutamiento militar (las quintas)...

En otras ocasiones, las protestas se dirigían contra determinados colectivos, objeto de la ira popular por razones diversas (propietarios, especuladores, malos gobernantes, clero y extranjeros).

Estos motines tradicionales se fue­ron politizando a lo largo del siglo, pues los liberales primero y los demó­cratas y los republicanos después invo­caban la acción justiciera del «pueblo» contra el mal gobierno y le incitaban a promover cambios políticos.

2.1. EL ARRANQUE DEL MOVIMIENTO OBRERO

A medida que algunas zonas se industrializaban y el sistema político liberal, después democrático, se implantaba, se difundieron las ideas que nacieron con la Revolución fran­cesa. Los trabajadores comenzaron a utilizar nuevas formas de lucha y organización que constituyeron un incipiente movimiento obrero en su doble faceta sindical y política. En España, el desarrollo del movimiento obrero se produjo en tres etapas que giraron en torno al Sexenio democrático.

1) Las primeras décadas

Antes de la Revolución de 1868, aparecieron en España las primeras protestas espontáneas de obreros industriales, canalizadas a través del ludismo. Se produjeron motines de este tipo en Galicia y Alcoy (Alicante) a fines s. XVIII y comienzos del XIX, aunque los sucesos más graves fueron en Cataluña. Este fue el caso del incendio de la fábrica Bonaplata (1835), un establecimiento pionero en el uso de las máquinas de vapor.

A partir de 1840, la protesta de obreros catalanes derivó hacia la creación de agrupaciones que los protegieran, como la Asociación de Protección Mutua de Tejedores de Algodón (1840), sindicato apolí­tico. Desde 1839 fueron autorizadas las sociedades de socorros mutuos. Cataluña fue escenario de huelgas organizadas: 1854, contra las selfactinas y la libre contratación de mano de obra, y huelga general de 1855, contra la ilegalización de toda sociedad obrera pro­puesta por los progresistas. Esta protesta puso de manifiesto el desengaño de los trabajadores ante los gobiernos de izquierda liberal; los obreros industriales se inclinaron por demócratas y republicanos, que reivindicaban la libertad de asociación y medidas legislativas protectoras de los trabajadores.

2) El Sexenio democrático (1868-1874)

Se evidenció la desconfianza de los trabajadores hacia la democracia y la república. Como consecuencia, los obreros emplearon dos vías para reivindicar sus derechos:

  • Acción directa contra los empresarios. Huel­gas y creación de sindicatos o sociedades de resistencia estables y organizados.

  • Acción política. Destinada a presionar a las autoridades con elecciones, actos multitudinarios (mítines y manifestaciones) y formaciones políticas.

Los trabajadores pretendían mejorar sus condiciones de vida, promover una revolución política y un cambio social profundo. Los medios debían ser asociaciones y métodos de lucha exclusivos de los trabajadores. Los anarquistas eligieron la acción directa, mientras que los socialistas, inclinados al marxismo, combinaron ambas, aunque prefirieron la segunda.

La división entre anarquistas y socialistas tuvo lugar en el ámbito inter­nacional y en el seno de la Asociación Internacional de Trabaja­dores, que llegó a España a través de Giuseppe Fanelli, partidario de Bakunin. Surgieron los primeros líderes obreros del país, influidos por el anarquismo, como el tipógrafo Anselmo Lorenzo. En 1870, los bakuninistas crearon la Federación Regional Española (FRE), sección española de la AIT que, en 1873, contaba con numerosos afiliados repartidos en su mayoría por Andalucía, Valencia y Cataluña.

FRE fue moderada, pero algunos colaboraron en el movimiento cantonal (1873). Su estructura organizativa se construyó de manera autónoma, según principios anarquistas. Dejó mucha libertad a las secciones de oficio, adaptándose a las circunstancias de las diferentes regiones y se caracterizaron por la solidaridad entre trabajadores, que apoyaban los conflictos y huelgas allí donde surgiesen. La FRE se distinguió por ser apolítica y mostrar una indiferencia total hacia las elecciones.

El desprecio por el parlamentarismo, el rechazo de la centralización, y la defensa de la acción directa y la auto­nomía regional y local, hicieron el anarquismo muy popular entre los obreros de las regiones mediterráneas y los jornaleros andaluces (que practicaron incluso la violencia; formaron sociedades secretas, promovieron insurrecciones revolucionarias y ocuparon tierras). El anarquismo andaluz prefirió las teorías de Kropotkin, un anarquista que promovía el reparto de tierras, frente a las de Bakunin, partidario del colecti­vismo.

Un grupo de obreros de Madrid, expulsado de la FRE (1872) y liderado por el tipógrafo Pablo Iglesias, creó una célula de inspiración socialista marxista y en 1879 constituyó una sociedad de socorros mutuos para los tipógrafos, la Sociedad General del Arte de Imprimir.

3) Después del Sexenio democrático

En 1874, la FRE fue prohibida, por lo que sus miembros tuvieron que pasar a la clandestinidad. Más tarde (1876), la misma AIT se disolvió y el movimiento huelguístico remitió.

En 1881, la antigua FRE resurgió con el nombre de Federación de Traba­jadores de la Región Española (FTRE), donde las organizaciones andaluzas, partidarias de la acción violenta directa, adquirieron enorme influencia frente a los representantes catalanes. Surgieron sociedades secretas en Andalucía occidental que cometieron atentados y acciones criminales contra los patronos, como La Mano Negra, sociedad de pobres contra sus ladrones y verdugos, que organizó atentados y fue objeto de una durísima represión gubernamental. La persecución contra esta sociedad secreta y la división interna entre las organizaciones anarquistas condujeron a la extinción de la FTRE (1888).

En Andalucía, la esperanza en la revolución y en el reparto de tierras permaneció viva y se plasmó en acontecimientos como la toma de Jerez por jornaleros (1892).

En Cataluña, el movimiento obrero fue también apolítico; convivie­ron sindicatos moderados, como Las Tres Clases de Vapor (fundado en 1869), una federación de trabajadores del sector textil, con acciones terroristas de inspiración anarquista, perpetradas por individuos aislados.

4) La fundación del PSOE y la UGT

En Madrid, el núcleo marxista de trabajadores formó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879 y empleó la asociación de tipógrafos fundada por Iglesias para crear un sindicato afín, la Unión General de Traba­jadores (UGT) en 1888.

El PSOE fundó su periódico, El Socialista (1886); participó en la II Internacional (1889), liderada por socialdemócratas, sin presencia de los anarquistas, y rechazó toda colaboración con los partidos políticos burgueses, incluidos los repu­blicanos.

La acción del PSOE se limitaba a organizar manifestaciones pacíficas cada 1 de mayo, para reivindicar la jornada de 8 horas, y a la obtención de algunas concejalías en ayuntamientos.

La UGT se nutrió de obreros cualificados que formaban parte de sociedades de oficio (federacio­nes nacionales que se unían, por oficios, en el seno del sindicato socialista) dotado de una dirección más centralizada que la anarquista; sus miembros empleaban unas tácticas mucho más moderadas. Sus primeros líde­res fueron los tipógrafos Pablo Iglesias y Antonio García Quejido.

La UGT era una entidad independiente pero subordinada al PSOE, compartiendo dirigentes, siguiendo el modelo socialdemócrata alemán. Aunque la UGT estableció su sede en Madrid en 1899. Madrid se convirtió en el centro del movimiento obrero de signo socialista.

Durante la última década del s. XIX, los núcleos fundamentales de la UGT fueron dos:

  • Sociedades de oficio madrileñas, en torno a la Casa del Pueblo (su domicilio y centro social) entre 1898-1899, donde los tipógrafos atrajeron y organizaron a trabajadores de otras actividades (construcción, madera, metalurgia y alimentación).

  • Sociedades obreras de metalúrgicos y mineros en el norte de España: en Vizcaya agrupaciones de obreros del metal y mineros del hierro desde la huelga de 1890; en Asturias, los socialistas organizaron también (1897) las asociaciones de mineros del carbón.

5) Los círculos católicos

A partir de 1883, aparecieron los primeros círculos de obreros católicos, promovidos por eclesiásticos como el jesuita Antonio Vicent. Favorecían la cooperación entre patronos y obreros para crear juntos un movimiento confesional fundamentado en la doctrina social de la Iglesia. Tenían un carácter paternalista y constituyeron una aso­ciación arraigada casi exclusivamente entre los campesinos valencianos; no llegaron a ser auténticos sindicatos y su papel reivindicativo fue nulo.

3. LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN

3.1. LA SOCIALIZACIÓN DEL SABER: LA EDUCACIÓN

Con Isabel II se promulgó la Ley de Instrucción Pública (o Ley Moyano), en 1857 por el ministro de Fomento, Claudio Moyano, que dividía la enseñanza en tres niveles (primaria, secundaria o media y superior o universitaria).

El sistema educativo era dual:

  • Estatal o público. El Estado tenía el monopolio total de la enseñanza universitaria,

  • Privado. La enseñanza primaria y la secundaria estaban en manos de otras instituciones.

Este modelo educativo se mantuvo más de un siglo. La difusión de la educación en España chocó, en el s. XIX, con las limitaciones presupuestarias: el Estado apenas invirtió en las escuelas, y la mayor parte de los recursos públicos destinados a educación se dedicaban a las universidades.

  • Enseñanza primaria y secundaria

La deficiencia de la instrucción primaria fue paliada por asociaciones pri­vadas, como círculos demócratas, escuelas obreras e institucio­nes religiosas, que crearon una red educativa que incluía escuelas para adul­tos en horario nocturno y en días festivos. Los maestros percibían sueldos muy bajos y se veían obligados a desempeñar otro trabajo para ganarse la vida.

El número de analfabetos disminuyó, pero no en grado suficiente, va que en 1900 más del 50% de la población adulta no sabía leer ni escribir. Las más perjudicadas fueron las niñas (menos escolarizadas y con un porcentaje de analfabetismo mucho mayor), las áreas rurales y, en especial, Galicia, Valencia, las islas Baleares y Canarias y todo el sur del país (en estas zonas no se consideraba de mucha uti­lidad aprender a leer o a escribir).

En 1900 había un instituto público de enseñanza secundaria en cada capi­tal de provincia y en algunas ciudades importantes y dos en Madrid. Durante la Restauración disminuyó el número de alumnos de los centros públicos en favor de la red escolar impulsada por las asociaciones privadas y las congregaciones religiosas.

  • Enseñanza universitaria

En la universidad (con unos 15.000 alumnos en 1900), el sistema de enseñanza era totalmente uniforme y centralista: Universidad Central de Madrid única que impartía todas las licenciaturas y podía conceder el grado de doctor; el rey nombraba a los rectores de cada universidad y a los decanos de cada facultad. Las carreras que había eran Derecho, Medicina, Farmacia, Ciencias y Filosofía y Letras; junto a ellas surgieron las Escuelas Politécnicas y de Bellas Artes.

Los profesores carecían de libertad de cátedra, provocando conflictos durante el régimen de Isabel II y al comienzo de la Restauración. En esta última etapa el Gobierno apartó de sus cátedras a Castelar, Salmerón, Montero Ríos y Azcárate. Este hecho encubría una persecución político-religiosa contra los catedráticos más liberales y partidarios del krausismo y de Julián Sanz del Río, que se negaron a jurar fidelidad a la monarquía y respeto a los dogmas del catolicismo, y eran partidarios de nuevas teorías, como el evolucio­nismo darwinista y el positivismo. En 1876, Francisco Giner de los Ríos, fundó la Institución Libre de Enseñanza, un centro donde primaba el libre pensamiento, el debate científico y la forma­ción integral del individuo. Los krausistas de la Institución obtuvieron un gran número de cátedras universitarias en toda España.

3.2. LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA

La cultura no solo se difundió a través de la educación, sino también por otros medios:

  • Medios oficiales o estatales: academias (promotoras del arte y la ciencia). Además de las existentes (Real Academia Española...) se crearon otras, como el Real Conservatorio de Música de Madrid (1830). Se procedió a la apertura al público de colecciones de obras de arte o de objetos históricos: Museo del Prado (1819) y el Museo Arqueológico Nacional (1867), que reunía parte del patrimonio histórico-artístico de la antigüedad española.

  • Instituciones privadas, destacando el Ateneo Científico, Literario y Artístico o Ateneo de Madrid (1820), centro de debate que ­acogió las novedades intelectuales europeas.

Los grandes cambios políticos y sociales que se estaban produciendo e­n España repercutieron también en literatura y las artes, donde des­tacaron 2 grandes movimientos culturales o generaciones:

  • Generación romántica. Habían vivido la primera revo­lución liberal (Cortes de Cádiz, Trienio liberal) y el exilio. Alcanzó su culminación en la etapa de relativa libertad de las décadas de 1830 y 1840. En literatura abundaron poesías exaltadas, relatos costumbristas, novela histórica y teatro neomedieval que imitaba al de Lope de Vega. En pin­tura predominaron los temas históricos y los retratos burgueses.

  • Generación posromántica o realista. Autores que vivieron la Revolución de 1868, el Sexenio democrático y comienzo de la Restauración; estaban desencantados del romanticismo y la revolución. Recibieron influencias del krausismo, del evo­lucionismo darwinista, del positivismo e incluso del naturalismo (o realismo exagerado) francés. Mostraban una actitud cientificista y prosaica hacia el arte y crearon poesías escasamente líricas, novelas realistas, teatro conservador, arquitectura ecléctica y pintura realista. Fue la época del auge de la zarzuela y el comienzo del nacionalismo musical.

4. EL SISTEMA CANOVISTA DE LA RESTAURACIÓN

La Restauración de la monarquía borbónica en Alfonso XII (hijo de Isabel II) se produjo mediante uno pronunciamiento mili­tar. En esta ocasión protagonizado por el general Martínez Campos en Sagunto (Valencia) el 9 de diciembre de 1874.

El artífice del sistema político de la Res­tauración fue Antonio Cánovas del Castillo, que hizo firmar, en diciembre de 1874, a Alfonso el Manifiesto de Sandhurst (nombre de la academia militar británica donde estudiaba). Este docu­mento, publicado en España pocos días antes del golpe militar, anticipaba la Restauración monárquica, que se produjo en enero de 1875.

Aunque la monarquía perduró hasta el año 1931, el período de la Restau­ración se suele dar por finalizado con la llegada de Alfonso XIII, hijo de Alfonso XII, a la mayoría de edad (1902).

4.1. LAS BASES DEL SISTEMA: CONSTITUCIÓN Y TURNO DE PARTIDOS

Cánovas era un político pragmático que procedía de la Unión Liberal y había sido líder del partido alfonsino en el Sexenio demo­crático. Se atrajo a las élites políticas y sociales contrarias al absolutismo que rechazaban los excesos de la democracia y el desorden de la república. Su principal mérito fue dar a la monarquía restau­rada un sistema liberal y autoritario que permitía la alternancia pacífica en el Gobierno de fuerzas políticas, derecha e izquierda, liberales y moderadas, que no se marginaban entre sí ni recurrían a la insurrec­ción popular o al ejército para desalojarse del poder.

Los partidos antimonárquicos, antiliberales y antinacionales quedaron excluidos y fuera del sistema, al igual que las masas populares, ya que los resultados electorales de los dos partidos gobernantes se obte­nían gracias a la manipulación y el fraude.

Los elementos que hicieron posible el sistema político de la Restauración fueron la pacificación del país, el diseño de una nueva Constitución y la crea­ción de partidos adaptados al juego político.

1) La pacificación del país

Implicaba la exclusión de los militares de la actividad política. Aunque el nuevo régimen se apoyó en ellos para lograr acceder al poder, el ejército quedó relegado a sus funciones propias, como el final de la Tercera Guerra Carlista (1876) y de la Guerra de Cuba (1878, Paz de El Zanjón), grandes éxitos para el Gobierno de Cánovas. Ambos conflictos provocaron una serie de problemas:

  • Los carlistas fueron neutralizados como fuerza militar; su derrota supuso la supresión de fueros e instituciones vascas (1876), alimentando el nacionalismo reivindicativo, a pesar de el País Vasco conservó la autonomía fiscal incluida en los conciertos económicos (1878).

  • La Guerra de Cuba acabó, pero el conflicto rebrotó en 1895 y desembocó en la independencia de la isla y en la guerra con EE UU.

2) La Constitución de la Restauración

Inspirada en la Constitución moderada de 1845, fue el documento jurídico fundamental del período y permaneció en vigor hasta 1931, aunque fue suspendida y vulnerada en varias ocasiones.

3) La creación de partidos políticos

Se trata de configurar fuerzas políticas que aceptasen las reglas y pudieran alternarse:

  • Partido Liberal Conservador (futuro Partido Conservador). Liderado por Cánovas (hasta su muerte en 1897) y por Francisco Silvela; aglutinó a liberales moderados, a miembros de la Unión Liberal, a progresistas (Francisco Romero Robledo) y a católicos tradicionalistas (Alejandro Pidal). Políticamente, los conservadores se situaron en la derecha moderada.

  • Partido Fusionista (1880), más tarde llamado Partido Liberal. Liderado por Práxedes Mateo Sagasta, representó a la izquierda liberal. Sagasta era un antiguo progresista que había dirigido el Partido Constitucionalista durante la monarquía de Amadeo I; no colaboró con la I República y era jefe de Gobierno cuando el pronunciamiento militar de Sagunto. Aceptó la Constitución de 1876 y se atrajo a conservadores desencantados con la política de Cánovas (como Martínez Campos) y a antiguos demócratas y progresistas del Sexenio democrático (Montero Ríos, Moret, Martos). Incluso republicanos históricos (Castelar) se aproximaron y colaboraron con la monarquía, permitiendo en cierta medida la reconciliación.

4) La alternancia en el Gobierno

En el sistema de la Restauración, el candidato a presidente de Gobierno debía ser designado por el rey y contar con una mayoría sólida en las Cortes. En caso contrario, obtenía del monarca el decreto de disolución de las Cortes, promovía la convocatoria de eleccio­nes y lograba una mayoría favorable que le permitiera seguir gobernando. El proceso era inverso al de una democracia de masas auténtica, en la que primero se obtiene la mayoría en las elecciones y después se forma Gobierno.

De ahí que, para garantizar la victoria electoral, cada grupo procedía a la manipulación de las elecciones. El fraude electoral permitía que la decisión adoptada por el rey de relevar al Gobierno tuviera siempre el apoyo «popular» necesario; cada partido se comprometía a esperar su turno para acceder al poder, por lo que no denunciaba las irregularidades cometidas por sus adversarios.

A la red de relaciones personales, había que añadir los clientes o amigos políticos que les prestaban apoyo a ­cambio de favores. Cuando el partido de turno llegaba al poder, se dedicaba a repartir cargos, concesiones y privilegios a sus clientes.

A menudo, cada dirigente controlaba políticamente una comarca (vinculado por razones familiares o por tener propiedades); cuando había elecciones, movilizaba a sus clientes, que compraban o presionaban a los electores y a los poderes locales (juez, gobernador, Guardia Civil), falseaban las listas electorales, manipulaban los votos obtenidos, etc. El conjunto de prácticas fraudulentas en las elecciones recibió la denominación de pucherazo.

El Ministerio de Gobernación era el organismo encargado de controlar el proceso electoral a través de los gobernadores civiles y las personalidades locales. Este ministerio se ocupaba generalmente de elaborar el encasillado.

Los políticos eran los denominados caciques, que llegaron a ejercer un poder paralelo al del Estado. Este sistema (caciquismo), conseguía que un sector importante de las clases populares no acudiera a votar ya que las consideraba una farsa inútil. En muchas circunscripciones rurale­s ni siquiera se llegaba a proponer un candidato alternativo, ya que, a partir de la Ley Electoral de 1907, los candidatos único­s se designaban automáticamente sin votación alguna. El caciquismo era más eficaz en las áreas rurales que en las urbanas, donde la opinión pública y los votos eran difíciles de controlar; lo mismo sucedía donde había partidos que no entraban en el juego electoral. La alternancia se inició en 1881 cuando el rey llamó a gobernar a Sagasta en vez de Cánovas.

Tras la muerte de Alfonso XII (1885), su esposa, María Cristina de Habsburgo, embarazada de Alfonso XIII (nació 1886), asumió la regencia (1885-1902). Cánovas, jefe del Gobierno cuando murió el rey, acordó con Sagasta cederle el poder durante los primeros años de regencia (Pacto de El Pardo). La muerte de los líderes (Cánovas en 1897 y Sagasta en 1903) no afectó al sistema.

4.2. LA TAREA GUBERNAMENTAL

Los gobiernos de la Restauración adoptaron una serie de medidas, entre las que destacaron:

  • Aprobación de normas liberalizadoras.

Promovidas por Sagasta, durante el Parlamento largo (1885-1890). Trató de introducir los derechos individuales de 1869 que la Constitución de 1876; aprobó la libertad de prensa e imprenta, de cátedra y de asociación (Ley de Asociaciones de 1887), permitiendo la aparición de sindicatos.

Aprobaron la Ley del jurado (1888), un Código Civil (1889) y el sufragio universal masculino (1890). El mérito conservador al regresar al poder fue respetar los cambios.

  • Aproximación a los problemas sociales y a la condición obrera.

En 1883, por Segismundo Moret, los liberales crearon la Comi­sión de Reformas Sociales para estudiar las cuestiones relativas al bienestar de las clases trabajadoras. Fue el precedente del Instituto de Reformas Sociales (1903), que daría lugar al Ministerio de Trabajo.

  • Debate entre proteccionismo (conservadores y algunos liberales) y librecambismo (Moret).

Se resolvió con la adopción de medidas proteccionistas (arancel de 1891) para proteger los intereses de la industria catalana y vasca, de la minería asturiana y de los productores de cereal castellanos. El proteccio­nismo perjudicaba a los consumidores españoles.

5. LA OPOSICIÓN AL SISTEMA. LOS REGIONALISMOS Y NACIONALISMOS

El sistema se benefició de la debilidad de la oposición, compuesta por un heterogéneo grupo de formaciones que pueden clasificarse en movimientos antidinásticos y en corrientes nacionalistas.

5.1. LOS MOVIMIENTOS ANTIDINÁSTICOS

1) Carlistas.

A la derecha del sistema; tras su derrota (1876) se dividieron en 2 grupos:

  • Corriente integrista. Liderado por Ramón Nocedal. Rechazaban el régimen y no colaboraron con él. Se enfrentó al pretendiente carlista (1888) y fue expulsado del partido; se caracterizó por ser profundamente intransigente con el liberalismo.

  • Los que creyeron más conveniente formar un partido ­político y luchar en legalidad.

2) Republicanos.

A la izquierda del sistema y estaban muy desunidos tras el Sexenio democrático.

  • Castelar lideraba el grupo de los posibilistas, que colaboraron con el partido de Sagasta, dentro del régimen, lo cual constituía la única opción posible, según creían.

  • Grupo encabezado por Ruiz Zorrilla, ­organizó un pronunciamiento que fracasó (1886).

  • Salmerón y Pi y Margall estaban divididos por su concepción de la repú­blica: Salmerón dirigía a los que querían una república unitaria, mientras Pi y Margall aspiraba a una república federal. Ambos tenían gran influencia entre clases medias y traba­jadores urbanos; cuando se unían lograban mayorías electorales (en Madrid, Barcelona y Valencia en 1893).

5.2. LOS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS

Se sumaron los regionalismos y nacionalismos, con objetivos moderados (creación de instituciones propias o consecución de la autonomía administrativa) y radicales (lograr independencia). Destacaron el catalán y el vasco y, menos, el gallego y el valenciano.

1) El nacionalismo político catalán

Surgió durante el Sexenio democrático representado por el federalismo; reivindicaba una Cataluña integrada en un conjunto de estados españoles federados.

En la Restauración, Valentí Almirall fundó el Centre Catalá (1882) aglutina a catalanistas.

Otros eran partidarios de un nacionalismo catalán tradicionalista, rural y antiliberal (Joan Mañé i Flaquer, Jacint Verdaguer). La Unió Catalanista (1891) intentó unificar todas las tendencias, y promovió las Bases de Manresa (1892), documento que recogía el primer programa explícito de catalanismo e incluía un proyecto de Estatuto de Autonomía conservador y tradicionalista.

Hasta el inicio del s. XX no se formó el primer gran partido catalanista, la Lliga Regionalista, liderada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó (1901).

2) El nacionalismo político vasco

Reivindicó la defensa de los fueros perdidos y rechazó el proceso de industrialización porque fracturaba y erosionaba la sociedad tradicional vasca. Así el nacionalismo vasco identificó el capitalismo y el centra­lismo con lo español y señaló a los inmigrantes o maketos como culpables de la degeneración de la raza vasca a causa del mestizaje. Se inscribía en una línea de pensamiento católica y antiliberal que se resumía en el lema Dios y ley vieja. Desde 1898, el nacionalismo vasco osciló entre el independentismo radical y la integración autónoma del País Vasco dentro de España.

6. EL FIN DEL IMPERIO COLONIAL: EL 98 Y SUS REPERCUSIONES

6.1. LOS ANTECEDENTES: LA CUESTIÓN CUBANA

El régimen de la Restauración se vio muy afectado por la llamada cuestión cubana:

  • Brotes independentistas: guerra chiquita (1879), insurrecciones (1883 y 1885).

Estos conflictos y su represión, unidos a una larga guerra (l868-1878), alimentaron el nacionalismo popular en Cuba, al que se sumaron tanto los esclavos como los criollos ricos.

  • Burócratas, comerciantes y azucareros españoles se negaban a admitir ningún tipo de autonomía.

En la península había muchos intereses, pues el comercio con Cuba, un mercado en régimen de monopo­lio, proporcionaba a España un saldo positivo.

La abolición de la esclavitud fue tardía; el proyecto de autonomía no se llevó a cabo. Se intentó con­vertirla en provincia de España enviando allí unos 700.000 emigrantes, gallegos, (1868-1894).

  • Cuba obtenía gran parte de sus ingresos de Estados Unidos.

Al que exportaba más del 90% de la producción de azúcar y tabaco. La presión diplomática estadounidense se incrementó; en 1892, este país ­obtuvo un arancel favorable para sus productos y después financió a los ­independentistas con la intención de ejercer de árbitro cuando surgiera un conflicto entre Cuba y la metrópoli.

6.2. LA GUERRA DE CUBA Y EL CONFLICTO CON ESTADOS UNIDOS

La guerra estalló en febrero de 1895 con el Grito de Baire, como se conoce el levantamiento en la parte oriental de la isla. A continuación se proclamó el Manifiesto de Montecristi (República Dominicana), redactado por José Martí y Máximo Gómez, lídere­s civil y militar de un grupo político que habían constituido en Nueva York, el Partido Revolucionario Cubano. A la muerte de Martí, al poco de iniciarse la guerra, Gómez y Antonio Maceo, asumieron la dirección militar.

A esta se unió la revuelta de Filipinas (1896), encabezada por Emilio Aguinaldo; el general Polavieja, al mando de las tropas españolas, actuó con dureza y ejecutó al principal intelectual independentista del archi­piélago, José Rizal. La rebelión fue sofocada en 1897.

En febrero de 1898 tuvo lugar la voladura del Maine, acorazado estadounidense que se encontraba en La Habana, donde murieron 250 marinos norteamerica­nos. Aunque estalló a causa de algún accidente, prensa y Gobierno de Estados Unidos culparon a España de la voladura y se ofrecieron para comprar la isla. Los políticos de la Restauración prefirieron una derrota honrosa antes que una paz comprada; la opinión pública y la prensa españolas se mostraron muy belicistas y nacionalistas. Estados Unidos declaró la guerra a España en abril de 1898.

Los estadounidenses derrotaron a españolas en Cavite, frente a Manita, y frente a Santiago de Cuba (mayo-julio de 1898). El 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París: España reconocía la independencia de Cuba y cedía a Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam (en las Marianas), y las Filipinas. En 1899, España vendía al Imperio alemán los restos de su imperio insular en el Pacífico: islas Carolinas, Marianas (excepto Guam) y Palaos.

6.3. LAS REPERCUSIONES DEL 98

La pérdida de las colonias españolas fue conocida como el desastre del 98; repercusiones:

  • Resentimiento de los militares hacia los políticos, que los habían utilizado haciéndoles perder la guerra; la oposición política no rentabilizó políticamente la derrota.

  • Crecimiento de un antimilitarismo popular. El reclutamiento para la Guerra de Cuba afectó a los que no tenían recursos (la incorpora­ción a filas podía evitarse pagando una cantidad). Esto, unido al espectáculo de la repatriación de los heridos y mutilados, incrementó el rechazo al ejército entre las clases populares. El movimiento obrero hizo campaña contra este reclutamiento, provocando la animadversión de los militares hacia el pueblo y las organizaciones obreras.

  • Aparición de un importante movimiento intelectual y crítico, el rege­neracionismo. Rechazaba el sistema político y social de la Restauración al considerarlo una lacra para el progreso de España o, en el caso de los regeneracionistas más extremos, un símbolo fiel de la decadencia moral y espiritual de España. Entre sus repre­sentantes más ilustres cabe señalar a Miguel de Unamuno, Joaquín Costa y Ángel Ganivet. El regeneracionismo tuvo una vertiente literaria, la generación del 98, que dio nuevos impulsos a la vida intelectual y política del país.

Este movimiento destruía las máquinas, que simbolizaban los nuevos métodos de producción y acarreaban la pérdida de puestos de trabajo

Encasillado: entre conservadores y liberales por el cual se decidía antes de las elecciones, qué cargos debían recaer en el partido del Gobierno y cuáles en el de la oposición.




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Enviado por:MARTA G L
Idioma: castellano
País: España

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