Historia


Republicanismo. Movimiento obrero


El Republicanismo.

El desarrollo del movimiento obrero.

2º de Bachillerato / B / nº 8.

Los orígenes:

Según el censo de 1860 existían en España 154.200 trabajadores en las fábricas, de ellos, el 64% eran hombres y el resto mujeres y niños. Si tenemos en cuanta que la población activa era de unos siete millones de personas, la proporción que representaba a los obreros era muy alta, sobre todo en Madrid, Barcelona y el núcleo siderúrgico malagueño.

El proceso de concentración fabril se aceleró a partir de 1830, en el que el desarrollo de la industria del algodón y la primera siderurgia hicieron afluir a las ciudades a miles de trabajadores agrícolas en paro o que habían sido expulsados por la guerra o la expropiación de sus tierras. El resultado fue una emigración masiva a las ciudades a partir de los años cuarenta, que hizo crecer los barrios periféricos, en donde se acumulaban los campesinos en paro con sus familias, a la búsqueda de un empleo en la industria. La situación de estos barrios era terrible. Consistentes en barracas y chabolas construidas precipitadamente, sin saneamientos de ningún tipo, ni servicios de alumbrado, ni limpieza, sin empedrar, carentes de todo tipo de asistencia pública o privada, eran foco seguro de enfermedades infecciosas, como la tuberculosis y el cólera, que tuvieron efectos catastróficos.

Quienes podían encontrar empleo en la industria no tenían mucha suerte: jornadas de 12 a 14 horas, atendiendo el trabajo de las máquinas, con ruidos estridentes y continuos, el polvo del algodón o las partículas de metal o ceniza que hacían el aire irrespirable, carente de seguridad, con accidentes frecuentes, y sin descansos los domingos... La vida media de los obreros era de 19 años, frente a los 40 de la clase alta burguesa. Trabajaban por igual hombres, mujeres y niños de hasta 6 y 7 años de edad. Los salarios eran muy bajos y apenas permitían una alimentación consistente básicamente en pan, habichuelas y patatas. A las enfermedades infecciosas había que añadirle las sociales: alcoholismo y enfermedades venéreas, en parte inevitables en un medio social embrutecido en el que se hacinaban familias enteras en habitaciones compartidas. A todo esto hay que sumarle el analfabetismo generalizado.

Cuando se producía una crisis, las ventas caían en picado y los despidos se multiplicaban. El paro llevaba forzosamente al hambre y a la enfermedad. A menudo la delincuencia era la única opción, por lo que se convirtió en otro de los males endémicos de los barrios obreros. Para la clase alta tanto debe hablar de obreros como “vagos y maleantes”; numerosos testimonios de la época denunciaban como un peligro social las oleadas de inmigrantes que llegaban a las ciudades, los médicos y escritores que se preocuparon de estudiar y denunciar las condiciones de vida de estos barrios, coincidían en asociar el elevado índice de delincuencia a la miseria creciente, causada por las condiciones insalubres, los bajos salarios, el analfabetismo, el trabajo de niños, el paro y la continua inmigración, que amenazaba con agravar más el problema.

Los trabajadores o bien procedían de una sociedad campesina, en la que la jornada la marcaba el clima y las faenas agrícolas, y en la que las condiciones de vida eran saludables, por dura que fuera la faena, o bien venían de antiguos talleres artesanos, en los que el trabajo estaba regulado y protegidas sus condiciones de vida y vivienda. La eliminación de los gremios en los años treinta había acabado con todo el sistema de asistencia y socorro mutuo que antiguamente garantizaba al trabajador frente a la adversidad. Además, el viejo artesano realizaba un trabajo completo y controlaba todo el proceso de producción, desde la materia prima al producto acabado. Ahora se encontraba convertido en una pequeña pieza de la gigantesca maquinaria fabril, sometido a una rutina que le era incomprensible y frustrante y viendo su salario degradarse cada vez más, en parte a causa de la competencia de mujeres y niños.

Desde 1832 se incorpora a las fábricas el vapor, iniciándose la mecanización. Como las máquinas permitieron eliminar gran parte de los puestos de trabajo, se produjeron numerosos movimientos de destrucción maquinaria (luddismo), el más conocido de los cuales fue el incendio de la fábrica Bonaplata en Barcelona (1835). Los asaltantes eran campesinos y pescadores que buscaban trabajo en la industria, y fueron los propios trabajadores de la fábrica quienes intentaron evitar el incendio. Pero, en general, el luddismo apenas tubo repercusión en España.

En las décadas de los treinta y cuarenta fueron apareciendo los primeros atisbos de organización, básicamente por dos vías: la formación de sociedades de ayuda mutua y la difusión de las ideas de los socialistas utópicos. En 1839 el gobierno permitió la creación de sociedades obreras con fines benéficos o de ayuda mutua. Al amparo de ese permiso, en 1840 Juan Munts fundó la Sociedad de Protección Mutua de Tejedores de Algodón, que dos años después tenía 50.000 afiliados. Pronto proliferaron por todo el país sociedades semejantes. Al principio sólo pretendieron defender los salarios, sin llevar más lejos sus peticiones. Pero en 1844 los moderados las prohibieron, y la mayoría de ellas pasó a la clandestinidad.

En cuanto al socialismo utópico, fueron las teorías de Fourier y de Cabet las que penetraron en España: En Cádiz, donde Joaquín Abreu intentó montar un falansterio, que fue un fracaso, y en Barcelona, donde Abdón Terradas y Narcís Monturiol organizaron grupos cabetistas, que pronto se relacionaron con los republicanos. También fueron llegando las teorías de Saint-Simon, Blanquí y Proudhom, de la mano de escritores como Ramón de la Sagra o Pí y Margall.

Hasta 1854, sin embargo, la mayoría de los obreros no comprendían contra quién se enfrentaban sus intereses. Hicieron causa común con sus patronos y se opusieron a los gobiernos progresistas reclamándoles el mantenimiento del proteccionismo. Atribuían erróneamente las crisis industriales y los bajos salarios a la competencia inglesa. En aquellos años, las reivindicaciones eran muy concretas: salariales, de seguridad en el trabajo, de horarios. Nadie planteaba la necesidad de un sindicato o de un partido político. Fue a raíz de los disturbios de 1848 cuando comenzaron a relacionarse las reivindicaciones obreras con las ideas democráticas y republicanas.

Sólo unos pocos eran conscientes de la auténtica raíz de los problemas. Fueron los líderes que en los años cuarenta se dedicaron a publicar la primera prensa obrera: Sixto Cámara, Fernando Garrido, Ordax Avecilla o Francisco Pí y Margall. Fundaban un periódico, publicaban varios números y, cuando era prohibido por el gobierno, volvían a publicar otro de distinto nombre. Los más avanzados se apartaron del progresismo, en el que veían la defensa de los intereses patronales y no la de los obreros. En 1849 algunos de ellos participaron en la fundación del partido demócrata.

Hay que esperar al Bienio progresista para que de forma definitiva los trabajadores separen su movilización de la de los patronos. Tras participar en la revolución apoyando a los progresistas, el movimiento obrero cobró un gran desarrollo. Durante todo el año se sucedieron las protestas contra la generalización de hiladoras y tejedoras mecánicas (selfactinas), y los disturbios llevaron a frecuentes choques en la calle contra las tropas. En 1855 la conflictividad creció y la movilización obrera se extendió a toda la ciudad de Barcelona. La respuesta gubernamental fue la represión, con la consiguiente ejecución del dirigente obrero José Barceló fue condenado irregularmente por un crimen que no había cometido. A raíz de ello, el 1 de julio estalló una huelga general que paralizó la ciudad. Tras diez días de lucha en las calles contra las tropas, los dirigentes obreros llegaron a un acuerdo con el enviado de Espartero, el general Saravia, para mantener los sueldos y los convenios colectivos hasta que las Cortes aprobaran una nueva reglamentación laboral.

Dos líderes obreros fueron enviados a Madrid para exponer sus quejas a los diputados, eran Juan Alsina y Joaquín Molar, que representaban con escrito el respaldo de 33.000 firmas procedentes de todo el país. Pedían el reconocimiento del derecho de asociación, la reducción de la jornada a diez horas, el mantenimiento de los salarios, el derecho de negociación colectiva y el establecimiento de tribunales paritarios para dirimir los conflictos. Pero el proyecto de Ley del Trabajo que finalmente aprobaron las Cortes, defendido por Alfonso Martínez, era mucho más pobre y defendía en la práctica los intereses patronales: establecía la media jornada para los niños y un máximo de diez horas para los menores de 18 años, limitaba las asociaciones al ámbito local y siempre que no rebasaran los 500 miembros, legitimaba los convenios colectivos sólo en empresas de menos de 20 trabajadores y establecía Jurados para arbitrar conflictos compuestos exclusivamente por patronos.

La conflictividad siguió aumentando, por lo que en mayo del año 1856 se produjo una nueva oleada de protestas ante el intento patronal de aumentar la jornada los sábados. El clima fue deteriorando por todo el país hasta que el Golpe de Estado de julio desencadenó el levantamiento de barricadas y el combate en la calle contra los golpistas. En Madrid y Barcelona fueron los obreros industriales quienes llevaron el peso de la lucha, que produjo cerca de 500 muertos. Con la vuelta de Narváez fueron prohibidas de nuevo las asociaciones obreras.

El resultado del Bienio fue demostrar a los trabajadores que el partido progresista defendía los intereses de los patronos. En adelante el movimiento obrero se politizó abiertamente y sus dirigentes pasaron a apoyar al partido demócrata y a los republicanos, que incorporaron algunas reivindicaciones obreras a su programa. No obstante, la acción obrera disminuyó durante los años de la Unión Liberal, en parte por la dura represión de Narváez y O'Donnell, en exteriores, y en parte por la bonanza económica de aquellos años, que permitió cierta prosperidad en las zonas industriales e hizo disminuir el paro.

Si hay que destacar la importante labor de información cultural y de concienciación política que desempeñaron diversas academias obreras a las que acudían los trabajadores y donde, además de recibir clases de aritmética o de gramática, se discutían los problemas de las fábricas y las ideas socialistas. Desde 1847 existía en Madrid el Fomento de las Artes, y en 1861 comenzó a funcionar en Barcelona el Ateneo de la clase obrera. En ellas dieron conferencias hombres como Moret, Castelar y Pí y Margall.

A partir de 1863 volvieron las movilizaciones de la clase obrera, ahora abiertamente politizadas. Sus dirigentes y los intelectuales próximos a sus inquietudes participaron activamente en las sucesivas conspiraciones que demócratas y republicanos intentaron organizar contra el régimen de Isabel II. La represión gubernamental descargó principalmente sobre ellos y sobre la prensa obrera.

En la revolución de 1868 fue decisiva la participación de los trabajadores industriales, pese a que ya había claras diferencias entre sus líderes y los políticos demócratas y republicanos, más preocupados por las conquistas de la democracia política que por los problemas de los trabajadores. Por entonces algunos dirigentes, como Anselmo Lorenzo, estaban ya en contacto con los dirigentes de la I Internacional, y al tanto de sus congresos y decisiones tácticas. Será la decepción posterior a la revolución de 1868, el olvido por parte de los demócratas de sus reivindicaciones, lo que empuje al movimiento obrero hacia el sindicalismo y la formación de partidos específicamente socialistas.

Fundamentos Ideológicos:

El nuevo movimiento obrero es una creación de los trabajadores mismos, originada por las necesidades de su lucha y por las condiciones políticas existentes en el país. Los comunistas consideran dicho movimiento no como el patrimonio propio de tal o cual partido o grupo, sino como el instrumento de lucha de todos los trabajadores, sin distinción, que debe ser dirigido por todos los trabajadores de forma democrática.

Los partidos y grupos políticos pueden, y deben, sostener, apoyar, impulsar, el nuevo movimiento obrero; pueden y deben velar por su carácter independiente, democrático, de clase. Pero de ninguna manera tienen derecho a pretender “controlarlo” ni a determinar su orientación con medidas exteriores al propio movimiento. Esa es la regla que rige la actitud de este Partido. Son los trabajadores mismos, y sus dirigentes elegidos, quienes deben decidir en cada caso de las iniciativas y de la orientación de las Comisiones Obreras.

A pesar de la variedad de posturas, existen características comunes:

  • Propios de la primera fase de la revolución industrial prefieren la evolución a la revolución y los medios pacíficos a los violentos. Frente a la hostilidad de las clases predican la concordia.

  • No centran el cambio social en la capacidad revolucionaria sino en el convencimiento progresivo y la aceptación por la burguesía de esa necesidad de cambio.

  • Creación de modelos teóricos referentes a comunidades de producción económica en las que se simultanean actividades de tipo industrial con otras agrícolas. Estos enclaves productivos se situarían preferentemente en zonas rurales no contaminadas por las modernas formas de producción industrial. Así la New Harmony, de Owen o los falansterios de Fourier.

  • Estuvieron en contra de la propiedad privada, a la que consideraron causa fundamental de males y desequilibrios sociales. La producción se realizaría de forma colectiva y las rentas se repartirían en partes iguales a todos sus miembros. Las cooperativas de producción owenianas o los talleres nacionales de Louis Blanc, pretendían eliminar la figura del empresario, el beneficio privado capitalista y los intermediarios entre productores y consumidores.

  • El socialismo premarxista planteó algunas reflexiones sociales y laborales que después serían recogidas por movimientos posteriores.

Socialismo:

Entre 1867 y 1885 C. Marx escribe el Capital donde estudia las contradicciones del capitalismo y presenta una serie de soluciones alternativas.

La lucha de clases es para Marx y Engels una premisa indiscutible ya que siempre han existido dos grupos antagónicos: En su época son la burguesía y el proletariado los dos grupos enfrentados. El hombre actual, según este concepto defendiendo los intereses de su clase. Es esta lucha continua la que acabará con el capitalismo. Consideran que el Estado está dominado por la burguesía que defiende a través de él sus intereses.

En la historia los hombres no actúan aislados sino en grupos sociales, que condicionan a los individuos. Al estar organizada la sociedad en relaciones de producción, la función del individuo viene definida por la división del trabajo, los que se encuentran en las mismas condiciones forman una clase. Las clases son, por tanto grupos sociales que ocupan un lugar en el sistema de producción: unos son propietarios y otros no. La hostilidad de las clases es un fenómeno histórico que surge con la propiedad privada. La historia, según Marx, es una lucha entre opresores y oprimidos; esta lucha es la palanca que acabará con el capitalismo.

Para Marx el proletariado industrial, más concienciado ideológicamente, es el motor de la revolución hacia la conquista del Estado, éste, una vez destruido el capitalismo burgués, es controlado por el proletariado que con su dictadura dirige a la sociedad a través de la etapa socialista hacia el comunismo o sociedad sin clases donde se produce la socialización de los medios de producción.

La corriente marxista del movimiento obrero se organizó en 1879 aprovechando un mínimo aperturismo durante el gobierno e Martínez Campos, alrededor de un pequeño núcleo de trabajadores de imprenta y profesionales madrileños seguidores de las doctrinas de Marx Y Engels que decidieron pasar a la acción y constituir en 1879 el Partido Democrático Socialista Obrero Español, poco después denominado Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Aprovechando la Ley de Asociaciones de 1887 y la mayor concentración obrera de Cataluña se creó en 1888 la Unión General de Trabajadores (UGT), que estaba inspirado por el Partido Socialista; tanto es así que hasta su muerte en 1925, el máximo dirigente de ambas organizaciones fue Pablo Iglesias.

Las ideas básicas del programa socialista eran:

  • Exigencia de emancipación total para los trabajadores.

  • Transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera.

  • Posesión del poder político por la clase proletaria.

  • Rechazo del terrorismo, esa “política demoledora” de los anarquistas que era considerada por los socialistas una falsa vía para la liberación de los trabajadores.

  • Oposición a la expansión colonial y a las guerras.

  • El objetivo de los socialistas era la revolución, la toma del poder de forma violenta por la clase proletaria. Pero hasta que llegara el momento oportuno de llevarla a cabo era preciso atravesar una larga fase de organización y propaganda participando en el juego político y presentándose a las elecciones ya que la clase trabajadora sólo triunfaría cuando fuese más fuerte.

Desde la UGT se mantenía la conveniencia de adoptar frente a la burguesía una táctica prudente y negociadora para alcanzar mejoras concretas en las condiciones de vida de los obreros. Los socialistas se mostraron mucho más moderados en sus formas de actuación que los anarcosindicalistas.

Los marxistas de la UGT y el PSOE mantuvieron pésimas relaciones con las asociaciones obreras anarquistas, les separaban importantes discrepancias ideológicas en cuanto a los fines, tácticas y los medios.

Anarquismo:

Parte de la defensa a ultranza de la libertad personal y se enfrenta contra la desigualdad de los seres humanos. El ideal del anarquismo es una sociedad de personas absolutamente libres, que no obedecen más que a su razón. Aunque parezca una teoría unitaria hay que señalar diferencias que van desde la intervención directa (terrorismo) al pacifismo, desde la revolución universal a la individual.

Proudhon (1809-1865) critica a la democracia parlamentaria a la que considera poco representativa. Proclama la igualdad y la solidaridad como los principios de la nueva doctrina que conducen hacia el federalismo desde el punto de vista político y al mutualismo desde el social.

Bakunin (1814-1876) propone la eliminación de la herencia y de la propiedad privada. Parte del principio de que el campesinado y otros grupos sociales, de manera espontánea, pueden hacer la revolución contra el capitalismo y el poder del Estado; El Estado es un instrumento del poder, siempre represivo que hay que eliminar. Piensa que los partidos políticos no sirven para la conquista del Estado, rechazando los gobiernos revolucionarios. Su sociedad nueva, sin Estado, sin poderes institucionales, se montará sobre comunas autónomas autogestionadas y confederadas entre sí. Al llamado anarco-colectivismo de Bakunin, que supone la colectivización de los instrumentos de trabajo, el capital y la tierra, pero no de los frutos, “a cada uno según su trabajo”, sucede el anarco-comunismo de Kropotkin que propone la necesidad de colectivizar no sólo los instrumentos sino también los productos, argumentando que en una economía industrial es imposible determinar la parte de trabajo de cada uno y en consecuencia la riqueza acumulada permanece a todos.

Una variable del anarquismo es el anarco-sindicalismo español donde el sindicato es el coordinador de la revolución y el principio de organización en un mundo comunista y libertario. Frente al anarquismo que lucha contra el Estado capitalista con métodos violentos existe un anarquismo de carácter pacifista que consigue sus fines a través de la ayuda mutua y no por la fuerza.

A consecuencia del régimen de Isabel II, en 1869 llegó a España Giuseppe Fanelli, enviado por Bakunin para organizar la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional. En 1871 llegó Paul Lafargue con el fin de aglutinar la tendencia socialista. Al año siguiente los españoles siguieron a Bakunin. Tras el golpe de Estado del general Pavía el gobierno declaró ilegales en 1874 las asociaciones obreras ligadas a la AIT y se inició la persecución y represión policial con numerosas detenciones. Los anarquistas se dividieron en 2 tendencias: la de quienes proponían replegarse para esperar tiempos mejores y la de quienes proponían la del terrorismo; la Mano Negra fue signo de esto último, aunque la oligarquía andaluza exageró las acciones terroristas para acabar con toda reivindicación laboral.

Cuando en 1881 el gobierno de Sagasta autorizó nuevamente las organizaciones internacionalistas comenzó un período de intensa actividad propagandista y organizativa obrera con asambleas, congresos, creación de periódicos, publicación de manifiestos, mítines, huelgas y manifestaciones callejeras.

Ese rápido crecimiento del movimiento sindical inquietó a la burguesía conservadora y a los empresarios, pues consideraban que la AIT representaba una amenaza para el orden establecido y para sus intereses económicos.

Dentro del obrerismo español se mantuvo el predominio de la corriente anarquista entre las cuales destacó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) creada en 1881. Esta atomización condujo a los anarquistas a una ineficacia en el mundo laboral; para contrarrestarla los grupos más exaltados recurrieron al terrorismo.

En 1901 diversos grupos anarquistas comenzaron a publicar en Cataluña un periódico que en 1907 patrocinó una asociación de igual nombre y fue uno de los protagonistas de la Semana Trágica de Barcelona (1909). Un congreso reunido en Barcelona (1910), bajo la inspiración del incansable patriarca del anarco-sindicalismo español Anselmo Lorenzo, dio lugar a la constitución legal de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), cuya acción en la huelga general de 1917 fue la más destacada.

Por su falta de disciplina interna, su sistema asambleario, su apoliticismo y su implantación en todos los ámbitos laborales, fue el sindicato con mayor número de afiliados, en su mayoría jornaleros andaluces y obreros industriales catalanes y levantinos. Los principales rasgos ideológicos que definían a los anarquistas eran:

  • Rechazo de cualquier autoridad impuesta, defensa de la única autonomía individual total y abolición del Estado con todas sus instituciones.

  • Supresión de la propiedad privada y defensa del colectivismo, entendido como articulación armónica de pequeñas unidades económicamente autosuficientes donde la propiedad de los factores y medios de producción sería colectiva.

  • Defensa de la revolución violenta y del recurso a huelgas generales, insurrecciones, sabotajes y actos terroristas como medios para destruir el Estado burgués capitalista opresos y liberar a la humanidad de la explotación.

  • Apoliticismo, rechazo del juego político y de la participación en elecciones, consideradas un engaño.

  • Anticlericalismo, negación de la religión y de la Iglesia.

Republicanismo:

El republicanismo afecta a todos aquellos partidos que el sistema deja fuera por el bipartidismo. Tras la desaparición de la República seguirá con algunos líderes, pero su gran problema son las diferencias internas que continúan. Castelar sigue liderando su propio partido republicano, ahora va a cambiarlo por el nombre de Partido Republicano Posibilista donde sigue un nuevo sistema político llamado oportunismo (oportunismo político es aquel que a cambio de conseguir logros en su programa no importa sacrificar su ideología en la consecución de estos logros). En el republicanismo ocurrirá eso cuando Castelar colabora con el sistema monárquico de la Restauración ya que consideraba que daba a la Restauración solidez política. Es uno de los llamados “Republicanos Gubernamentales”.

El rasgo más característico del republicanismo fue, durante los veinticinco años finales del siglo XIX, su atomización y la división interna en multitud de tendencias irreconciliables. Formado en su cúpula por intelectuales y profesionales, en realidad nunca había constituido un partido único, de ideología nítida y táctica uniforme. Después del golpe de Pavía, la distancia que separaba a hombres como el conservador Castelar, el krausista Salmerón, el radical Ruiz Zorrilla o los federalistas Figueras y Pi, también enfrentados entre sí, se agrandó. Tras la Restauración, hubo de exiliarse, al descubrirse sus primeros intentos de organizar un pronunciamiento republicano. Desde entonces, continuó conspirando en el exilio sin mucho éxito, puesto que los diversos intentos de golpe que en la década de los ochenta se llevaron a cabo, fracasaron estrepitosamente, porque el régimen de Cánovas había conseguido desactivar el golpismo en los cuarteles.

Los demás organizaron diversos partidos republicanos. Eran grupos reducidos, partidos de notables formados por comités, que casi siempre limitaban su actuación a la época de las elecciones, y que invariablemente obtenían un puñado de escaños, asegurando así a sus líderes la supervivencia política. Los diferentes intentos de unidad chocaban con las intransigencias ideológicas y personales, pero eso no impidió que fueran vistos con recelo por parte de los partidarios del turno y de las clases dirigentes, especialmente ante el radicalismo reformista que algunos de sus programas presentan. Sus posibilidades de éxito eran en realidad muy pequeñas. Ya no tenían el respaldo de importantes sectores obreros, como había ocurrido en la etapa del Sexenio, y que ahora se encuadraban claramente en el movimiento socialista o anarquista. Tampoco tenían el apoyo de las burguesías periféricas, que ya no buscaban el respaldo a la descentralización en la República, sino en los nacientes partidos regionalistas y nacionalistas. Aún así, en la década de los noventa el movimiento republicano consiguió mejorar sus resultados electorales, gracias a la implantación del sufragio universal. Mantuvo una representación cercana a la veintena de diputados en la mayoría de las legislaturas, además de obtener alguna victoria sonada en las elecciones municipales, como en 1892, cuando logró triunfar en Madrid y en otras ocho capitales de provincia.

Frente a los llamados sindicatos de clase, algunos eclesiásticos patrocinaron asociaciones obreras dedicadas mas a la promoción personal y a la cooperación que a la reivindicación. Tuvieron escaso éxito y fueron llamados peyorativamente “amarillos”. De entre los distintos intentos de sindicalismo católico hemos de destacar el sindicalismo agrario y la Solidaridad de Obreros Vascos.

El sindicalismo Agrario, se impuso en Castilla-Leon merced a sus aciertos en la creación y dirección de entidades de crédito puramente agrícolas: las Cajas Rurales. Los diversos grupos locales o regionales se unieron en la Confederación Nacional Católico-Agraria (CNCA).

La solidaridad de Obreros Vascos fue la versión sindical del Partido Nacionalista Vasco.

Nacionalismos:

El punto de partida de los argumentos nacionalistas se halla en una afirmación: Cataluña y el País Vasco son nacionales y como tales tienen derecho a autogobernarse. Los hechos diferenciales que demuestran la peculiaridad nacional del País Vasco y Cataluña son una lengua, unos derechos históricos, una cultura y unas costumbres propias.

El nacionalismo puede ser formulado siguiendo planteamientos más o menos radicales, que irían desde la petición de autonomía manteniendo la unidad España, hasta la reclamación de autodeterminación o independencia.

  • Nacionalismo Catalán:

A lo largo de la Edad Media y hasta finales del siglo XV Cataluña fue una entidad independiente y soberana con lengua, leyes y gobierno propios. En 1715 los catalanes perdieron todos sus fueros, privilegios y derechos históricos. En el siglo XIX se reavivaron los sentimientos de diferenciación política y cultural con respecto a otras regiones de España; a ello contribuyeron determinados factores económicos como el desarrollo del proceso de industrialización y el avance de la industrialización en Cataluña en contraste con el resto del país que era más agrario.

Los momentos que configuraron la formación del regionalismo y del nacionalismo catalán fueron:

  • La aparición de la Renaixença a partir de los años 30 del siglo XIX. Su propósito consistía en difundir el pasado de Cataluña y recuperar sus señas culturales tradicionales de identidad nacional, especialmente la lengua. Por esto se impulsó a la publicación en catalán de numerosas obras historiográficas y literarias.

  • La creación del Centre Catalá en 1882. Una asociación política regionalista y catalanista que reclamó la autonomía para Cataluña dentro del Estado español. Almirall denunció la ineficacia y la corrupción de las oligarquías caciquiles.

  • La actividad de Prat de la Riba, que participó en la formación de una nueva organización autonomista llamada Unió Catalaniste (1891). Prat de la Riba redactó su programa, conocido como Las bases de Manresa, donde se pedían un régimen de autogobierno para Cataluña y se proponían un reparto de funciones entre el poder estatal central y el poder regional autónomo. No se defendía el separatismo.

  • La formación de la Lliga Regionalista en 1901, surgida tras el acuerdo varios grupos catalanistas moderados. El equipo dirigente de la Lliga quedó encabezado por Francesc Cambó y por el mismo Prat de la Riba como ideólogo de mayor valía.

Los dos objetivos primordiales del programa de la Lliga consistían en demandar la autonomía política de Cataluña dentro del Estado español y defender los intereses económicos de las cuatro provincias.

Los propósitos autonomistas de la Lliga consolidaron con el cerrado centralismo de los gobiernos de la Restauración por el gabinete presidido por el conservador Dato de la Mancomunidad de Cataluña, un organismo que agrupaba a las diputaciones provinciales catalanas con fines exclusivamente administrativos.

La Lliga mantuvo durante el primer cuarto del siglo XX el predominio de la vida política de Cataluña, obteniendo allí repetidos y notables éxitos electorales hasta el advenimiento de la dictadura del general Primo de Rivera.

  • Nacionalismo Vasco:

Los signos diferenciales que identifican a la nación vasca son el idioma euskera y los derechos privilegiados forales históricos perdidos en 1876.

El Partido Nacionalista Vasco (PNV) fue creado en 1896 por Sabino Arana Goira. Este hombre formuló los fundamentos teórico-ideológicos del PNV:

  • Defensa de la recuperación de la independencia vasca, separación de España y creación de un País Vasco con gobierno propio y fronteras internacionales.

  • Radicalismo antiespañol, en este sentido Arana hablaba de “esclavitud de la patria vasca”.

  • Exaltación de la etnia vasca, así como rechazo de los inmigrantes, en su mayoría obreros industriales procedentes de fuera de las provincias vascas.

  • Integrismo religioso católico y absoluta negación de cualquier otra religión no católica. Arana postulaba un estado vasco casi teocrático, Euskadi es cristiana, cree en Dios, sabe que Dios no abandona jamás a los pueblos que bien le sirven.

  • Promoción del idioma y recuperación de las tradiciones culturales vascas. Arana observaba con temor cómo el euskera estaba amenazado de extinción especialmente en Navarra, y se usaba cada vez menos por la población vascas a causa de la llegada de inmigrantes y de la expansión de la urbanización.

  • Apología del mundo rural vasco, en trance de desaparición, como modelo cultural mítico, idealizado sin castellanizar y sin “contaminar” por ideas modernas como el liberalismo, el socialismo o el librepensamiento.

  • Conservadurismo ideológico, tanto en el modelo social, como en la estructura política propuesta.

  • Denuncia el carácter españolista del carlismo; Arana subrayó las diferencias entre las reivindicaciones nacionalistas y el programa carlista.

Durante los primeros años el PNV encontró sus principales apoyos entre la media y pequeña burguesía, así como en el mundo rural. La gran burguesía vasca se distanció del nacionalismo, pues sus actividades e intereses económicos estaban estrechamente vinculados al contexto español. El proletariado tampoco se unirá a los peneuvistas puesto que la mayoría procedían de otras regiones del país. Vizcainos y guipuzcoanos acogieron mejor el mensaje de Arana; no sucedió lo mismo en Álava y Navarra, donde los avances nacionalistas fueron mínimos.

  • Regionalismo Gallego y Valenciano:

Una generación de intelectuales rescataron y difundieron la lengua gallega como lengua literaria, impulsando así el resurgimiento cultural de la región durante el último cuarto del siglo XIX. En 1887 ya se vendían 3 revistas diferentes en gallego. El galleguismo político tuvo un desarrollo más lento; en 1889 Alfredo Brañas publicó el libro El Regionalismo, donde defendían la descentralización política; pero fue en la I Asamblea de las Irmandades de Fala de 1918 donde el nacionalismo gallego recibió una formulación programática precisa.

En Valencia, la acción regionalista de recuperación cultural se inició con la creación en 1878 de la Societat de lo Rat Penat. El valencianismo político tuvo su punto de partida en 1904 con la fundación de la organización Valencia Nova, que reclamaba la autonomía para el país.

Bibliografía:

La información para realizar esta trabajo la he obtenido de:

  • Historia de España, 2º de Bachillerato, editorial Akal.

  • Enciclopedia Multimedia Salvat.

  • Diccionario Enciclopédico Espasa.

  • Historia de España, editorial Genil S.A.

  • Internet.

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Enviado por:Rociogg1
Idioma: castellano
País: España

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