Política y Administración Pública


República Liberal en Argentina


La República Liberal

Aspectos políticos y económicos:

En 1880 asume Julio A. Roca con el lema “Paz y Administración” similar al “Orden y Progreso” que se establecía en Brasil al mismo tiempo. De acuerdo con él evitaron los conflictos políticos mediante prudentes arreglos y se dedicaron a promover la riqueza pública y privada.

El país se prestó a una transformación demográfica respondiendo a los intensos cambios económicos que se habían producido desde que comenzaron a refinarse los ganados vacuno y ovino y a extenderse las áreas de cultivos de cereales. En 1883 se instalaron los primeros frigoríficos argentinos, que al cabo de poco tiempo fueron sobrepasados por los que se crearon con capitales británicos y norteamericanos para servir a las demandas del mercado inglés. A las exportaciones de ganado en pie se agregaron entonces las de carnes congeladas. Por la misma época la producción de cereales comenzó a exceder los niveles del consumo interno y se pudo empezar a exportarlos. Este vasto desarrollo de la producción agropecuaria se cumplió en las viejas estancias que se modernizaron utilizando reproductores de raza, pero también en las chacras, generalmente arrendadas, que explotaban agricultores italianos o españoles en las provincias litorales.

En la intensa acción de acarrear mercaderías de un lugar a otro que se advertía en los puertos ( en Buenos Aires, en Rosario, en La Plata, todos de aire cosmopolita), obligó a emprender las obras que los capacitara para soportar su creciente movimiento. Continuó la prolongación de la red ferroviaria, que comenzó a caer dentro del monopolio de los capitales ingleses por la deliberada decisión del gobierno, según el principio de que solo las rutas improductivas debían ser explotadas por el Estado, en tanto que las productivas debían quedar libradas al capital privado. Correspondía a la política económica liberal que defendieron Roca y su sucesor Juárez Celman, en virtud de la cual convenía a la nación ofrecer a los inversores extranjeros las más amplias facilidades con el objeto de que acudieran a estimular el desarrollo de las posibilidades económicas que el país no podía encarar con sus propios recursos. Garantizadas las inversiones, los grupos financieros extranjeros ofrecieron al estado argentino sucesivos préstamos. Éste fue el principio de la deuda externa argentina con el extranjero.

Quedaron en su poder los dos grandes sistemas industriales de carácter moderno que se habían organizado hasta entonces: los ferrocarriles y los frigoríficos; pero al mismo tiempo surgieron entre 1880 y 1890, especialmente en Bs. As., otras industrias menores desarrolladas con capitales medianos, especialmente en el campo de las artes gráficas, de la alimentación, de la construcción y del vestido.

Loa partidos porteños (el liberal y el autonomista ) quedaron reducidos a la impotencia frente a la organización del vasto e informe Partido Autonomista Nacional, que se constituyó con las oligarquías provincianas, cuya indiscutida jefatura asumió el propio Roca, y al que se fueron incorporando los grupos que desertaban de los viejos partidos faltos de perspectivas de poder.

Los ingentes gastos fiscales que demandaba la aceleración del cambio económico, la construcción de los puertos, de los ferrocarriles, de los edificios públicos, alteraron la estabilidad monetaria del país; comenzó una incontenible inflación que, sumada a la arbitrariedad con que se manejaron los créditos bancarios y al creciente desarrollo de la especulación con los valores de la tierra, provocó una difícil situación que Roca quiso resolver con la ley monetaria de 1881. Pero no por eso cesó la emisión de papel moneda y la crisis siguió avanzando. El gobierno, sin embargo, confiaba en el libre juego de las fuerzas económicas de acuerdo con su doctrina liberal.

Roca mantuvo sin embargo su autoridad y el manejo de los hilos que movían la política electoral. Para las elecciones de 1886 logró imponer la candidatura de Miguel Juárez Celman, con quien estaba estrechamente vinculado y al que sabía partícipe de sus ideas. Pero Celman estaba decidido a ejercer él a su turno no solo la presidencia de la Nación, sino también la jefatura del Partido Autonomista Nacional. Llegado al poder, exigió el incondicionalismo de sus partidarios y promovió con ellos la formación de un frente político cuyos miembros aprovecharon impúdicamente las difíciles circunstancias del momento para obtener ventajas con el crédito y la especulación.

Con la renuncia de Celman asumió el mando el vicepresidente Carlos Pellegrini. Aunque solo política en apariencia, la crisis era fundamentalmente económica. Durante dos años, Pellegrini se esforzó por resolver los problemas financieros del país, pero la conmoción era más profunda de lo que parecía. En 1891 quebraron el Banco Nacional y el Banco de la Provincia de Buenos Aires, arrasando con las reservas de los pequeños ahorristas, destruyendo el sistema de crédito y comprometiendo las innumerables operaciones a largo plazo estimuladas unas veces por la confianza en la riqueza del país y otras por la fiebre especulativa que se había apoderado los vastos círculos. Hasta los bancos extranjeros sufrieron las consecuencias de la crisis, y la casa Baring de Londres (uno de los emporios del mundo) amenazó con presentarse en quiebra si la Argentina no cumplía con sus compromisos. Fue necesaria toda la actividad de Pellegrini para restablecer el equilibrio financiero, y en Diciembre de 1891 se fundó el Banco de la Nación para ordenar las finanzas y restablecer el crédito.

Cuando comenzaron a discutirse las candidaturas para la elección presidencial de 1892, el Partido Autonomista Nacional se vio enfrentado por la Unión Cívica: fue la primera prueba a que se sometieron los dos conglomerados y quedó a la vista la inconsistencis de ambos. Roca controlaba firmemente los mecanismos electorales y, tras un acuerdo con Mitre, pudo imponer el nombre de Luis Sáenz Peña para la candidatura presidencial. El éxito acompañó al candidato en la elección; pero no en el ejercicio del gobierno.

Los trabajos del puerto de Bs. As. Progresaban rápidamente y se concluyeron por entonces los del puerto de Rosario. Pero los embates de sus dementores no le dieron tregua y Luis Sáenz Peña se vio obligado a renunciar a principios de 1893.

Nada pudo impedir que en las elecciones de 1898 se repitiera el cuadro tradicional de los comicios fraudulentos, y Roca fue elegido por segunda vez presidente de la República.

Pero el gobierno no pudo impedir que gracias a una modificación del sistema electoral, llegara al parlamento en Marzo de 1904 como diputado Alfredo L. Palacios, candidato del Partido Socialista.

Pellegrini criticaba enérgicamente el fraude electoral y la tendencia oligárquica del Partido, y estaba vinculado a Roque Sáenz Peña, que compartía sus puntos de vista y mantenía trato con Hipólito Yrigoyen. Pero Roca seguía moviendo los hilos de su partido, manejados en la provincia de Bs. As. Por Marcelino Ugarte, y volcó su influencia a favor de la candidatura de Manuel Quintana, que obtuvo el triunfo en comicios viciados, una vez más, por el fraude.

No mucho después de iniciarse la presidencia de Quintana, el 4 de febrero de 1905, Yrigoyen desencadenó un movimiento revolucionario que contó con apoyo militar y tuvo mucha repercusión en varias provincias. Pero el gobierno logró sofocarlo y aprovechó la ocasión para extremar la persecución sistemática del movimiento obrero.

Crecía éste considerablemente en ciudades como Buenos Aires y Rosario, a medida que aumentaba la actividad industrial y se desarrollaba el sentimiento de clase entre los trabajadores.

En el seno del gabinete compartía esa actitud Joaquín V. González, que había elaborado un proyecto de ley nacional del trabajo.

La muerte de Quintana y su reemplazo por José Figueroa Alcorta concluyó con la influencia de las figuras tradicionales del Partido Autonomista Nacional. El gobierno sancionó la ley de defensa social, que puso en sus manos al movimiento sindical. Ese año festejó la República el centenario de la independencia, y la ocasión favoreció el delineamiento de una actitud nacionalista en la oligarquía, que acentuó las tensiones sociales. Poco antes en Diciembre de 1907, había aparecido petróleo en un pozo de Comodoro Rivacavia cuya explotación comenzó de inmediato. El país comenzaba a buscar un nuevo camino para su economía, poco antes de que Roque Sáenz Peña, presidente desde octubre de 1910, buscara un nuevo camino para su política.

Roque Sáenz Peña representaba el sector más progresista de la vieja oligarquía. Solo ejerció el poder hasta 1914; pero en ese plazo logró que se aprobara la ley electoral establecía el sufragio secreto y obligatorio sobre la base de los padrones militares. Fue el fruto de sus conversaciones con Hipólito Yrigoyen y de su propia prudencia de auténtico conservador. Cuando en 1916 Victorino de la Plaza llamó a elecciones presidenciales bajo el imperio de la ley Sáenz Peña, el jefe de radicalismo H. Yrigoyen, resultó triunfante.

Aspectos sociales y culturales:

A medida que se hibridaba la población del país, con los aportes inmigratorios, la oligarquía estrechaba sus filas. El censo de 1895 acusó un 25% de extranjeros y el de 1914 un 30%; la mayoría eran inmigrantes.

La oligarquía se sentía patricia frente a esta masa heterogénea subdividida en colectividades que procuraban mantener su lengua y sus costumbres con escuelas y asociaciones, ajena a los viejos problemas del país, excepto en aquellos que lindaba con sus intereses inmediatos. Esto justificaba que la oligarquía se preocupara por si misma y cada uno de sus miembros por su propia existencia.

El país crecía. Las zonas del este del país, fértiles llanuras próximas a los puertos, acogieron más del 70% del aumento de la población (Rosario y Bs.As).

Se realizaron cuantiosas inversiones en explotaciones bastante productivas cuya vigilancia ponía en mano de los inversores un decisivo control sobre la vida nacional.

En unas y otras industrias menores comenzaron a crearse condiciones distintas de las tradicionales para los obreros asalariados que trabajaban en ellas. Largas jornadas y, sobre todo, salarios que disminuían en su poder adquisitivo a medida que crecía la inflación provocada por la crisis financiera que culminó en 1890, determinaron el desencadenamiento de los primeros conflictos sociales y la aparición de nuevas tensiones en la vida argentina.

Julio A. Roca se propuso acelerar el cambio provocado por la política económica social que habían adoptado las minorías dirigentes, apoyado en la opinión de las clases tradicionales del país, cada vez más definidas en sus tendencias y cada vez más claramente enfrentadas con la masa heterogénea que la rodeaba, mezcla de inmigrantes y de criollos.

En 1884 fue aprobada la ley de creación del Registro Civil, por la cual se encomendaba al Estado el registro de las personas, confiado antes a la institución eclesiástica; la Iglesia y los sectores católicos se opusieron enérgicamente, pero la ley fue sancionada por la Nación y adoptada luego por todas las provincias. Ese mismo año se enfrentó un problema de mayor trascendencia: el de la educación popular, que también originó largas controversias; los sectores católicos se levantaron violentamente contra el principio del laicismo que inspiraba el proyecto oficial, pero la ley 1420 de educación obligatoria y gratuita fue aprobada.

Algunos años más tarde quedaron divididas las clases tradicionales en sectores ideológicos: liberales por una parte y católicos por la otra, división que se proyectaría al cabo de poco tiempo en las luchas políticas.

El naciente proletariado industrial comenzaba por entonces a exigir mejoras y manifestaba su inquietud a través de huelgas. Eran generalmente obreros extranjeros y la política comenzó lentamente a variar de contenidos gracias a las ideas y al lenguaje que introdujeron esos inmigrantes urbanos que habían adquirido en sus países de origen cierta preparación revolucionaria. En las clases tradicionales no se advirtió respecto de ellos, al principio, sino indiferencia, o acaso desprecio, juzgándolos desagradecidos frente a la hospitalidad que le había ofrecido el país; pero la inquietud obrera creció hasta transformarse en un problema inocultable al calor de la inflación que provocaba la disminución de los salarios reales, y coincidió con la inquietud de los grupos políticos que disentían con el “unicato” presidencial y se preparaban para abrir el fuego contra el gobierno.

A principios de 1890 un club socialista compuesto por obreros alemanes promovió la formación de un “comité internacional” para organizar en Bs.As. la celebración del primero de mayo. El acto reunió a casi tres mil obreros y en él se echaron las bases de una organización de trabajadores que, en el mes de junio, presentó al Congreso un petitorio exponiendo las aspiraciones de los obreros en la naciente organización industrial del país. Poco antes, en otro lugar de la capital, los grupos políticos adversos al juarizmo habían celebrado otro motín en el que había quedado fundada la Unión Cívica bajo la presidencia de Leandro N. Alem. Era un nuevo partido, ajeno, a las inquietudes que en esos días manifestaba el movimiento obrero, y que encarnaba las aspiraciones republicanas y democráticas de un sector de las clases tradicionales y de los círculos de clase media que empezaban a interesarse por la política. Así nacieron dos grandes movimientos, uno aspiraba a representar a las clases medias y otro quería ser la expresión de la nueva clase obrera.

La Unión Cívica formó a su alrededor un fuerte movimiento de opinión. La inspiraba una juventud que anhelaba el perfeccionamiento de las instituciones y pretendía alcanzar el poder, venciendo la resistencia de las minorías que se consideraban depositarias de los destinos del país y que resolvían sobre ellos indistintamente en los despachos oficiales o en los elegantes.

La inspiraba también el grupo de Mitre, echo a un lado por las oligarquías provincianas y el grupo católico encabezado por José M. Estrada, hostil al régimen por la actitud resuelta de Roca y de Juárez Celman frente a la Iglesia Católica.

La Unión Cívica se atrajo muchas simpatías y consiguió la adhesión de algunos grupos militares, con cuyo apoyo desencadenó una revolución el 26 de julio de 1890. Dueños del Parque, los revolucionarios creyeron triunfar, pero el gobierno pudoneutralizarlos y el movimiento fue sofocado.

La Unión Cívica se dividió, constituyéndose la Unión Cívica Nacional bajo la inspiración de Mitre y la Unión Cívica Radical bajo la dirección de Alem. El Partido Autonomista Nacional acusó la presencia de un movimiento encabezado por Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña.

La Unión Cívica Radical volvió a intentar un movimiento revolucionario en 1893, que, aunque fracasó, probó la fuerza del partido en la provincia de Bs.As.

Los trabajos del puerto de Bs.As. progresaban rápidamente y se concluyeron por entonces los del puerto de Rosario; la inmigración fue estimulada otra vez por la tracción que había originado la crisis del 1890.

Las clases acomodadas veían cumplirse un programa de gobierno progresista; en cambio, las clases trabajadoras acusaban una inquietud cada vez mayor por la disminución por los salarios y por la creciente desocupación. En 1902 el problema hizo crisis y estalló una huelga general que paralizó a la ciudad de Bs.As. La respuesta del gobierno fue la sanción de la “ley de residencia” que lo autorizaba a deportar a los extranjeros que “perturbaran el orden público”. El movimiento obrero era, obra de exttranjeros en su mayoría, y la medida provocó reacciones violentas que la policía y el ejército sofocaron.

La U.C.R, que ahora obedecía a Yrigoyen, afirmó el principio de la abstención revolucionaria y no concurrió a las elecciones.

La fuerza del radicalismo había crecido mucho. Reunía a los sectores rurales hastiados de la omnipotencia de los latifundistas, a los irreductibles enemigos de Roca que conservaban la tradición del rosismo y del autonomismo de Alsina y Alem y comenzaba a acoger en su seno a un vasto sector de inmigrantes e hijos de inmigrantes que empezaban a integrarse en la sociedad y a interesarse por la política. Esta circunstancia daba fuerza en las ciudades.

Las huelgas se sucedieron y el presidente Quintana las enfrentó estableciendo repetidas veces el estado de sitio. La organización obrera se perfeccionaba y la tensión social crecía. La violenta hostilidad entre socialistas y anarquistas constituyó un obstáculo para la acción conjunta.

En el congreso, Palacios logró arrancar a los conservadores algunas leyes sociales, como la del descanso dominical obligatorio, que suponía una nueva actitud del estado frente a los trabajadores.

La defensa de los intereses conservadores se hacía cada vez más difícil, ante la irreductible oposición del radicalismo y la violencia del movimiento obrero, que se manifestó en las huelgas de 1909 y 1910.

Poco después de 1912 estalló la primera guerra europea y la Argentina adoptó una neutralidad benévola para con los aliados. Se anunciaba una era de prosperidad para los productores agropecuarios.

La derrota de los conservadores cerró una época que había inaugurado ese grupo de hombres que se hicieron llamar la Generación del 80. Con frecuencia alteraban la política con la actividad de la inteligencia, aspiraron a poner al país en el camino del desarrollo europeo.

Fundaron escuelas y estimularon los estudios universitarios porque tenían una fe indestructible en el progreso y en la ciencia. Tenían también una acentuada afición a la literatura. Eduardo Wilde, Miguel Cané, Eugenio Cambaceres, Lucio Vicente López, Julián Martel escribieron a la manera europea, reflejaron la situación de la sociedad argentina con un enfoque especial de su clase. Sus hijos perdieron grandeza. Porque unos y otros se empeñaron en defender sus intereses de pequeño grupo privilegiado, constituyeron una oligarquía; y por las ideas que los movían se los ha calificado de liberales. Su mayor error fue ignorar el país que nacía de las transformaciones que ellos mismos promovían en el que nuevos grupos sociales cobraban una fisionomía distinta a las de los sectores tradicionales del país. A principios de siglo, las clases medias y trabajadoras poseían una existencia tan visible que solo la ceguera de los que querían perderse podía impedir que se las descubriera. Cuando las clases medias advirtieron su fuerza, lograron el poder político e iniciaron una nueva etapa en la vida argentina.




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Enviado por:Rodrigo Alcón
Idioma: castellano
País: Argentina

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