Sociología y Trabajo Social


Reinserción social


VIAS ALTERNATIVAS PARA UNA AUÉNTICA REINSERCIÓN

Cada vez que hablamos de “reinserción de reclusos” oímos muchos comentarios de gente muy diversa que de todo sabe y de todo opina, gracias a la “desinformación” de los medios de comunicación, o de lo que oyó de alguien que hablaba ex cátedra, y asegura que “esa gente nunca se reinsertará, a excepción de puntuales casos, como el Lute”, etc.

El asunto es que hay poca teoría y menos práctica acerca del tema y de la honesta aplicación de los derechos de apoyo, para lograr esa reinserción de la que nos habla la Constitución, así como un escaso conocimiento de la realidad de estos “submundos” del ámbito carcelario...

Me refiero a la escasez de recursos humanos, materiales y de formación, etc.

Cuando empecé a tomar contacto con el mundo carcelario, a través de la universidad y de libros y testimonios de reclusos, quedé gratamente sorprendida cuando se hablaba de reinserción.

Sin embargo, más adelante, empecé a indagar centrando mis trabajos en este tema y me desencanté al comprobar que no había muchos datos estadísticos, y menos de actualidad, que comentar...

Por otro lado, comenzaba ya a perder cierta inocencia, y a ver que las altas tasas que seguimos teniendo de reincidencia (aunque en el Programa de Iniciativa Comunitaria EQUAL 2000-2006, punto 2.3.5.2, pág. 55 y otras publicaciones similares encontramos que “sólo el 50% de los presos reinciden 1 vez y que sólo el 10% del total reinciden por 3ª ó más veces”), pueden deberse, al menos en parte, a factores ajenos a las características personales de l@s reclus@s , es decir, que pueden estar relacionados con las mismas estructuras sociales, con una mala gestión de recursos económicos y humanos (sobrecarga de trabajo de los profesionales) con una legislación que sirve a intereses de ciertos colectivos elitistas..., etc.

El año pasado (2003) entrevisté a 2 personas vinculadas de distinta forma con el ámbito penitenciario: una psicóloga de la cárcel de Valdemoro y un pedagogo social, monitor de reinserción de APROMAR (ONG que trabaja para la reinserción de personas presas) quien anteriormente fue calumniado y tuvo que cumplir una condena de 6 años de prisión (donde estudió por la UNED Pedagogía Social).

A ambos les pregunté acerca de los recursos para hacer posible el derecho a la reinserción de las personas que están o han estado penadas de algún modo, especialmente las privadas de libertad, y me dieron visiones distintas: él decía que había un ratio de 500 reclusos/ 1 psicólogo y ella argumentaba que muchos, como estafadores, etc. no necesitaban tratamiento como aquellos que delinquieron con agresiones, por lo tanto se reducía a un 300/1 aproximadamente...

Del mismo modo, sigue pareciéndome una tremenda sobrecarga y exceso de responsabilidad para lo que puede significar el diagnóstico y seguimiento de cada caso para la persona reclusa en relación con su libertad. Me imagino que tampoco se dispondrá del tiempo suficiente o deseable para una intervención en profundidad y de calidad.

Cuando veo la realidad de los medios que no hay para hacer posible una reinserción masiva desde la cárcel hacia la sociedad, sólo me queda mirar con cierto optimismo que, dentro de lo negativo que es la privación de libertad para una persona, puede constituir o debería, una oportunidad para dichas personas para reorientar su vida hacia una convivencia menos conflictiva con su entorno, de modo que no acabe de nuevo entre rejas...

Me refiero, evidentemente, a personas que realmente necesiten nuevos elementos (alfabetización, formación profesional, terapias...etc. para aquellos que lo requieran) para desenvolverse mínimamente en una sociedad tan compleja como la nuestra.

No incluyo a aquellos que por encontrarse en el paro y no cobrar pensión alguna, se hallen en situación de necesidad y además con cargas familiares, y cometan en un momento dado un acto relativamente heroico, para cubrir las necesidades propias y de su prole, como robar un banco...

Es la historia de Robin Hood: robar a los ricos (bancos y grandes negocios, en los que no deja a nadie sin comer...) que a su vez, muchos de ellos lo son porque son “ladrones legales” -ya que se encargan de hacer las leyes a su medida o de esquivar la Justicia con maniobras económicas, etc.- que a su manera roban indiscriminadamente a toda persona, llegando a hacerles pasar necesidades, poniendo sus propias reglas (ahora los créditos suben, ahora bajan, ahora no alcanzas a pagar un techo y no es el problema de nadie más que de la persona que se queda sin refugio donde descansar... etc).

No aplaudo el robo a grandes empresas, etc. pero sí encuentro lógica y hasta honradez en el hecho de que, una persona que no logra llevar una vida digna de ninguna forma aceptada por la sociedad que le rodea y que no le ayuda lo suficiente a encontrar los recursos necesarios, decida en su desesperación atracar a una multinacional o un banco, sin causar daños a ninguna persona concreta, ni económicos serios.

Me niego a pensar que esa persona es delincuente y “sinvergüenza” y deba ser castigada por ello, por tratar de ejercer su derecho a subsistir del único modo que considera posible en un momento dado.

A este tipo de personas no le hace falta, a mi parecer, ninguna ayuda para la reinserción (pues quizá incluso tengan algún tipo de formación para un determinado empleo...), sino a la sociedad en general, a las leyes y derechos constitucionales vulnerados en ell@s, que no sean excluyentes.

Por otro lado nos encontramos con personas carentes de lazos familiares o sociales, con trastornos psicosociales, etc., con discapacidades físicas o mentales...y tantos colectivos discriminados desde su infancia y educación, a los que no podemos considerar delincuentes por una educación desajustada respecto del patrón mayoritario. Con ellos se puede dialogar para proponer un nuevo modelo de conducta que no cause choque con su entorno y lleve a consecuencias negativas, pero ¿acaso es posible y justo que, como se intenta, esos colectivos tengan que adaptarse a las leyes imperantes sin ser tenidos en cuenta en su modo de pensar, de ver el mundo y la vida? ¿Llegan a ser grupos marginales porque no se ajustan al modelo o no se ajustan a las propuestas de otros porque los marginan y no se les dan las mismas oportunidades de adaptación (educacionales, económicas...)?

Tampoco incluyo a esos estafadores o delincuentes profesionales que no buscan sólo satisfacer sus necesidades básicas, sino enriquecerse a costa de engaños causando daños a personas particulares...

Pero no trato de perderme en juicios de valor, sino romper con “la moral globalmente aceptada” para reflexionar acerca de lo realmente práctico y a mi parecer, ético y coherente...

Por ello, testimonios como los de esta mujer, religiosa de las Hijas de la Caridad, cuya vida está totalmente dedicada a gente de bajos recursos económicos y sociales, marginados y desde hace 20 años, a personas reclusas, me hacen recuperar la esperanza acerca de la bondad intrínseca del ser humano, que resurge cuando la persona es tratada con el cariño y respeto mínimos que todos reclamamos para sentirnos lo que somos: personas.

Los voluntarios y voluntarias hacen parte de la labor que no llegan a completar los profesionales y terapeutas: les dan su tiempo y atención y el trato humano que muchas veces no reciben allí de muchas personas...

Pero lo que hace además la Pastoral Penitenciaria y otros grupos es dejarles un legado para cuando se encuentren solos y no esté nadie de confianza alrededor: a través de éstos, muchos incluyen en su vida y su soledad una fuerza nueva que les acompaña siempre con una serenidad para muchos desconocida, que algunos llaman Dios.

Les enseñan a interpretar las Sagradas Escrituras, lo que constituye para una parte de ellos, fuente de reflexión en su vida, de reconocimiento de sus errores y daños causados y reconciliación con su existencia y su gente.

Hay programas específicos que trabajan por la reconciliación de la víctima con su agresor: para ello, el primer paso es que éste reconozca los perjuicios causados.

Muchos carecen de empatía con su víctima y les cuesta admitir su responsabilidad, pero con el cariño y la ayuda de los voluntarios y la Pastoral pueden cambiar de perspectiva con más facilidad.

Sor Mª Luz les anima, “en su campo de trabajo (el alma)”, a arrepentirse y a confesarse con sacerdotes con los que se puedan sentir acogidos y comprendidos, no juzgados, que les hagan sentir que, de ahí en adelante, el pasado quedó atrás y que pueden volver a ser quienes fueron antes de llegar donde están o a empezar un nuevo camino, una nueva forma de mirar al mundo y a sí mismos.

Otro aspecto muy importante es, aparte del acompañamiento dentro de la cárcel, el acompañamiento cuando salgan de permiso o definitivamente, pues muchos no conservan apenas vínculos afectivos o nunca los tuvieron y al salir no tienen dónde ir.

También nos encontramos casos como el de un chico gitano de Sevilla en cuya familia y amistades se encuentra muy presente el consumo de drogas (que ha dejado en varias ocasiones y ha recaído al volver con su familia) y otras actividades relacionadas con la delincuencia a las que él no desea ya retornar.

Ahora voy a presentar distintas personas y actividades desarrolladas para el beneficio de las personas encarceladas y en consecuencia, para toda la sociedad.

Si las personas que un día perdieron de alguna forma su dignidad logran recuperarla, es más difícil que se arriesguen a volver “al talego” (salvo excepciones de casos de necesidad extrema y otras particularidades...).

Sor Maria Luz: «Nadie es irrecuperable, he visto las mayores conversiones en la cárcel»

Esta hermana de las Hijas de la Caridad dedica su vida a atender a los presos.

Fue a visitar a un preso que convive con el sida y le advirtieron que tenían que encerrarla durante el encuentro. «¿Qué miedo me va a dar si es mi hermano!», les recriminó a los enfermeros. Cuando abrazó al paciente este se puso a llorar. Traspasa las rejas y hace la revolución. Da palabras de la Biblia a los presos y los anima. «Si la voy a palmar», exclaman sin esperanza, pero al tiempo, estas personas llenas de heridas, de amargura y con mal aspecto, se transforman en evangelizadores de otros presos. Sor Mari Luz sólo quiere «dar contento a Dios por todos los que le rechazan».

'Reinserción social'

Sor Maria Luz, en una asamblea de oración de la Renovación Carismática

Mónica Vázquez - Madrid.- (14/01/04) María Luz, aunque pequeñita y delgada, es audaz y tiene una fuerza arrasadora. Esta hermana de las Hijas dela Caridad se acerca a los presos y les da una palabra de Dios que, según ellos, les cambia la vida. «Me llaman sor Tripi, porque cuando voy a la cárcel se ponen mejor que si tomasen droga», explica la hermana Mari Luz. «Cuando tú vienes alegras el patio», «cuando usted se va queda el patio ¿con una paz!», le señalan los presos y funcionarios. Y ella sólo responde que «es la palabra de Dios la que siempre da paz». Lo que no le falta a esta monjita es valentía. En Carabanchel va por el patio sola entre internos que muchos calificarían de «peligrosos». «Pero hermana ¿no le da miedo?», le preguntan. «¿Pero cómo me va a dar miedo si son mis hermanicos!». Lo mismo repite cuando va a la enfermería. En la sala para personas que conviven con el virus del sida, en el Hospital penitenciario de Carabanchel, algunos le han dicho: «hermana aquí no viene ni Dios». «Dios sí y yo también», les contesta. «Pero hermana si entra a la habitación, tengo que encerrarla con él». Ella sin problema. Basta con que diga sonriente «oye hermanico, que yo estoy aquí porque Dios te ama mucho» para que ellos se pongan a llorar.

Nadie es irrecuperable

«En el fondo todos los hombres son buenos, pero algunos son ignorantes, nunca han oído hablar de Dios. Muchos dicen este es irrecuperable , pero yo he visto aquí las mayores preciosidades de conversión», sostiene. Sor Mari Luz ingresó a los 19 años en la congregación de las Hijas de la Caridad, aunque ya desde los siete sentía que «nadie podía llenar mi corazón más que Dios». Estudió magisterio y se dedicó a la educación de los niños hasta que comenzó a notar que muchos niños con problemas de estudios tenían algún familiar preso. Entonces le pidieron que visitara a una mujer mayor que estaba desesperada porque su hija había desaparecido. Finalmente encontraron a la joven en la cárcel de Picassent, Valencia, aunque después la trasladaron a la ex prisión de Yeserías en Madrid y Sor Mari Luz empezó a visitarla. «Al principio iba a los locutorios, porque no pensaba entrar, pero me hicieron pasar al patio de las internas y esta chica venía junto con otras para que les hablara de Dios», añade. Su obra se extendió cuando comenzó a visitar en Carabanchel a los maridos o padres de estas mujeres. Al mismo tiempo asistía a los retiros de la Renovación Carismática Católica, donde surgió el deseo de formar un grupo de oración en todas las cárceles de España. Muchos de los presos ya han estado las asambleas de oración. «Cada vez que vuelven a la prisión los funcionarios me preguntan: hermana, ¿qué les ha hecho en el permiso que todos los internos vienen llenos de alegría? Y yo les digo que es Dios, que es tan bueno y tan precioso». Muchos presos también la conoce como «Torbellino Mari Luz» por todo lo que provoca cuando va a visitarlos. En una cárcel llegó a formar reuniones de oración a la que asistían 120 personas privadas de libertad. Una vez la llamaron de Nanclares de la Oca (una cárcel de Álava) porque había un preso que se había intentado suicidar. «No tengo a nadie más que a la hermanita Mari Luz», musitó a los guardias. «Fui corriendo a ver al chaval y no veas que alegría se llevó», recuerda.

Un viento huracanado

Pero «sor Torbellino» no evangeliza únicamente en la prisión. Cuando espera el metro o el autobús observa a las personas que están con el rostro triste. Se les acerca y sin pudor comienza a hablar: «pero no estés triste, mira qué palabra tiene Dios para tí». « La gente no lo rechaza, más bien le sorprende», asegura sonriente. En una ocasión se topó con un interno que había hecho un pacto con el diablo y le exigían que violara a una mujer lo más joven posible o le matarían. «Tienes que renunciar a satanás», le decía la hermana, «no puedo, no puedo», respondía él. «Con Jesucristo puedes porque Jesús le ha vencido». Aún así advierte: «abrimos una rendija a satanás cuando nos dejamos llevar, porque entonces nuestra vida no es en verdad amor a nuestros hermanos». «Lo que quiero es darle contento al Señor, darle descanso mientras otros le rechazan. Jesús es el más pobre de los pobres, siempre tan solo en el sagrario», explica. Antes de entrar a la cárcel pide a Jesús: «la misericordia con la que tú amas a cada uno de nuestros hermanos, sólo quiero que conozcan lo maravilloso que es Dios».

Sor Mari Luz asegura que uno de los sitios en los que más cómoda se encuentra es en la prisión Herrera de la Mancha, en Manzanares, donde hay una capilla en la que puede orar antes de comenzar las visitas.

Precisamente, a pesar de su plena actividad, vive en permanente oración siguiendo las enseñanazas del fundador de su orden, San Vicente de Paul, y de su lema: «no salgáis de la oración, hijas». Sor Mari Luz sabe cuál es el secreto para «vivir la presencia amorosa de Dios contínuamente»: «Si yo puedo hacer todo esto es gracias a mis hermanitas, a mis superioras y a la Renovación Carismática».

De presos «muy peligrosos» a grandes evangelizadores

(14/01/04) Muchos son los testigos del paso de este «torbellino» de Cristo. Al principio, los presos se burlan y la toman por loca, aunque al final el corazón más frío se ablanda y llegan a ser grandes discípulos y evangelizadores. Esto es lo que ha sucedido con José Manuel, que estaba en la cárcel de Torrero (Zaragoza). «Este chico estaba lleno de pupas y con pus. Al principio me causó repugnancia pero después fui, le di un abrazo y le dije: toma esta Palabra, es para tí. Dios te ama, eres precioso y quiere hacer de tí un líder Y me dijo: Pero si yo no tengo fe ni nada. La voy a palmar . Le hablé del poder sanador de Dios y hoy es un gran evangelizandor». También a Jesús, de Alcalá II, le dijo «toma esta Palabra, léela» y hoy les habla de Dios a sus compañeros presos», relata llena de satisfacción. «Yo creo que el Señor quiere utilizarnos en cualquier momento de nuestra vida. Lamento que muchos que se hacen llamar cristianos no tomen conciencia de que la vida es preciosa y vivan como hijos amados del Padre. Este don, con el privilegio que tenemos, debemos compartirlo con los demás hasta que ellos se sientan más amados que nosotros». A pesar de que en más de una ocasión la han llamado para una conferencia, ella prefiere dedicar todo su tiempo a los presos.

  • En adelante presentaré parte de la información recogida de algunas noticias acerca de las actividades presentadas por la Pastoral Penitenciaria, la Conferencia Episcopal Española, y otros webs encontrados que traten de algún modo el acompañamiento a reclus@s dentro y fuera de la cárcel, por personas y programas que impulsen su reinserción en la sociedad, etc.

PASTORAL PENITENCIARIA: NOTICIAS

José R. Navarro Pareja - Valencia.

Máximo es un joven recluso que lleva cuatro años en la prisión, y ahora trabaja en el economato. Hace dos años participó en las catequesis «por probar», pero se dio cuenta que allí encontraba algo distinto. «Poco a poco fui notando comenta que el miedo que tenía al rechazo de la sociedad por lo que he hecho, iba desapareciendo.

Sentí el perdón de los voluntarios y del sacerdote, me sentí arropado, como si me liberara de la carga que tengo». Este sentimiento de perdón ha contribuido a que Máximo cambie su relación con los demás, «a lo largo de los meses vas tratando mejor a la gente, incluso hay personas que te lo dicen aunque ni tu mismo te das cuenta». Gracias a esta experiencia Máximo se ha reencontrado con Jesucristo, «yo que antes jamás acudía a la Iglesia nos cuenta, me encontré un día solo para preparar la celebración de la Palabra. Algo me decía que a pesar de todo tenía que hacerlo, porque no podía dejar a la comunidad sin nada».

La pasión de los voluntarios

A Rafael, interno de cuarenta y cinco años que ahora trabaja en el mantenimiento de la prisión, la comunidad le ayuda a «llevar mejor» su tiempo de reclusión, «a ver las cosas de otra manera». Rafael acude a las catequesis desde su inicio, hace tres años, y lo que más le llamó la atención fue «la dedicación y la pasión de los voluntarios, que se sacrifican y vienen a darnos su tiempo. Ellos plasman en obras las palabras de Jesucristo. A veces pienso que ni nos merecemos esa voluntad que ponen». Máximo también destaca la figura de los catequistas, «cuando les escuché hablar, les miraba a los ojos y veía esa fe tan grande que les mueve, pensé que yo quería sentir lo mismo que ellos».


   La experiencia de la comunidad, junto con el amplio trabajo que la pastoral penitenciaria lleva desarrollando en la prisión desde hace años, ha dado frutos de especial relevancia como el manifiesto del perdón que un buen número de reclusos firmó con ocasión del Jubileo del año 2000. Rafael, fue el encargado de redactar este emotivo texto en el que los reclusos piden perdón a sus victimas por el daño que les han causado. «Era una idea que estaba madurando desde hacía mucho tiempo y al darla a conocer descubrimos que muchos reclusos se sintieron identificados», comenta Rafael.


   «El objetivo de esta iniciativa era reconciliar a la sociedad con los presos», dice el capellán Ramón Devesa. «En la actualidad se están dando pasos para promover la reconciliación personal entre el delincuente y sus víctimas. Esta es la esencia del cristianismo, el pedir perdón y reconciliarse. Ambos salen ganando: la víctima porque encuentra el rostro humano de quien le ha hecho daño y al perdonar no se queda con el rencor para siempre, el delincuente se vuelve más humano, reconoce sus errores y se corrige, e incluso se podría dar la retirada de la denuncia».
   Algunos presos tienen dificultades a la hora de preparar las celebraciones o asistir a la Eucaristía, por el escaso tiempo libre o por coincidirles los actos con horas de visitas.

Veinte reclusos crean el primer grupo neocatecumenal de prisiones

Reclusos de Picassent crean una comunidad neocatecumenal en el interior de la cárcel:

Es la primera de estas características que se forma en España dentro de una prisión. Una veintena de reclusos de la prisión valenciana de Picassent ha formado la primera comunidad neocatecumenal que se crea dentro una cárcel española.

Esta iniciativa, que reúne a hombres y mujeres de diferentes nacionalidades «surgió hace tres años al ver como el Camino Neocatecumenal está llegando a mucha gente en las parroquias y haciendo mucho bien», explica Ramón Devesa, uno de los capellanes de la prisión y responsable de la comunidad. «Pensamos continua que sería positivo comenzar aquí un proceso que se pudiera completar en una parroquia».

La iniciativa surgió en la sección de preventivos de Picassent (La Razón)

Un total de 20 presos de la sección de preventivos del centro penitenciario de Picassent, en la Comunidad Valenciana, han formado por iniciativa propia el primer grupo de vida cristiana que se crea en el recinto. El fundador del Camino Neocatecumenal, comenzó su apostolado en uno de los barrios más marginales de Madrid. Hoy, su espiritualidad sigue viva y mantiene la atención vital y espiritual hacia los más desfavorecidos.

La comunidad, integrada en el Camino Neocatecumenal, fundado por el madrileño Kiko Argüello, cuyos estatutos fueron aprobados por la Santa Sede el pasado 29 de junio, acoge también a reclusas y a presos de nacionalidad extranjera, principalmente colombianos "que poseen un sentimiento religioso muy profundo", según ha indicado el sacerdote que ejerce de capellán de preventivos, Ramón Devesa.

Todos los jueves, los internos de la comunidad neocatecumenal se reúnen para desarrollar la celebración de la Palabra. Asimismo, participan de forma activa en las eucaristías del fin de semana, que se celebran, expresamente para el grupo, los sábados por la mañana para los módulos de los presos, y por la tarde, para las mujeres.

Según ha explicado Ramón Devesa, la comunidad cristiana promovida por los reclusos "pretende servir de plataforma de lanzamiento para la implicación de los internos en sus parroquias una vez abandonen la prisión".

Recientemente, en la misma prisión de Picassent, otro grupo de reclusos, esta vez del pabellón de penados, ha formado un coro de música religiosa, en una iniciativa también pionera en las prisiones de la Comunidad Valenciana. El grupo, que cuenta con un repertorio de algo más de cuarenta piezas corales, interviene en las eucaristías del fin de semana que se celebran en la cárcel y tiene previsto ampliar sus actuaciones a distintas celebraciones culturales organizadas por la dirección del centro.

El coro, que surgió a iniciativa del capellán de penados, Juan Carlos Fortón, es dirigido por dos reclusos que disponen de conocimientos musicales

Estos dos presos enseñan a los restantes internos que forman parte del conjunto, no sólo a interpretar música religiosa vocalmente, sino también a utilizar instrumentos como guitarras, bongos y teclados, según indica este capellán, que junto al sacerdote José Vicente Garrido se responsabiliza de la pastoral en el apartado de penados. Tras formarse el grupo "han sido muchos los reclusos que se han interesado en formar parte del coro, aunque por cuestiones organizativas hemos tenido que fijar un máximo de alumnos", ha precisado el capellán. Todos los viernes el grupo al completo se reúne en una de las dependencias de la cárcel para realizar los ensayos. Así, según Fortón, los presos participan activamente en la vida cultural y religiosa del centro y contribuyen a ofrecer "no sólo un nuevo servicio en la eucaristía sino también a estimular la evangelización a través de la música".

El preso sigue siendo el gran olvidado de la sociedad

Redacción18/10/2001

Ayudar a las personas privadas de libertad es una tarea muy difícil a todos los niveles, ya que estamos frente a un colectivo muy heterogéneo que, además de vivir entre rejas, tiene tras de si un historial delictivo más o menos grande. Lo que quizás no se valorara lo suficiente es que estas mismas personas también tienen un presente y sobre todo un futuro dónde pueden corregir sus actitudes y, en definitiva, reintegrarse en una sociedad que también tiene que saber acogerlas. Son los grandes olvidados de esta sociedad egoísta, hedonista y falta de muchos valores humanos.

Muchos voluntarios, sin embargo, están trabajando desde hace muchos años en las prisiones, tanto en España como por todo el mundo. Son personas que hacen un llamamiento permanente a la sensibilización de la sociedad. Los voluntarios que están al lado de los presos necesitan, por otra parte, mucha formación por diversos motivos. Uno de ellos es la necesidad de trabajar con más vigor en la acogida de la víctima del delito, un pilar básico de la pastoral penitenciaria junto con el mismo recluso y su familia. Esta atención en las prisiones, además, cuenta con la participación de profesionales, sacerdotes, religiosos, religiosas y muchos otros laicos comprometidos.

La Iglesia es, ciertamente, abanderada en el trabajo solidario, humano y cristiano en las prisiones. El preso es, desde la óptica cristiana, el gran protagonista de una pastoral que, por ejemplo en Cataluña, tiene vida y funciona bastante bien. El sábado día 6 de octubre, se celebró en Barcelona la novena edición de la Jornada de Pastoral Penitenciaria de los obispados catalanes. Un total de 123 voluntarios pusieron en común muchos aspectos relacionados con el preso, la familia y la comunidad cristiana. En Cataluña hay 6.121 personas reclusas, de las que 5.707 son hombres.

Con este importante trabajo en los centros penitenciarios de todo el mundo, la Iglesia hace sobre todo un incomparable servicio a la sociedad, a esta sociedad que a menudo cree que se llena ya con los grandes discursos pero que después muestra una gran hipocresía cuándo se trata de afrontar la reinserción de los presos. En la jornada de pastoral penitenciaria de Cataluña, la responsable del Servicio de Mediación Penal del Ayuntamiento de Sant Adrià del Besós, Maria Teresa Sánchez Concheiro, puso sobre la mesa una figura, la de la víctima, que está llamada a contribuir de forma decisiva en la reinserción de los reclusos. Por otra parte, un problema que también se planteó es el de la crisis de agentes de pastoral penitenciaria. Los que hay ahora en Cataluña se hacen mayores y hace falta, por lo tanto, una renovación que se produce sólo parcialmente.

Testimonios como el del cura de la prisión Modelo de Barcelona

“En la prisión, como en una parroquia, si los fieles no te ven más que durante la Misa dominical, no llegarás a entrar nunca en su mundo”. Esta reflexión de Andreu Oliveras, cura de la prisión Modelo de Barcelona, deja muy claro que la presencia es muy importante, y más cuando el pueblo que se le ha encomendado vive entre rejas. Por ejemplo, en este centro penitenciario, actualmente participan cada domingo en la Eucaristía una media de 60 personas. Además, hay un grupo de catequesis los sábados por la mañana, con una veintena de personas, así como grupos de plegaria o los llamados rincones de paz.

Según el Padre Oliveras, la pastoral penitenciaria tiene que marcarse como gran reto “el acercamiento entre el preso y la víctima”, un momento básico para que el delincuente se vuelva a integrar en la sociedad. Como momentos más duros, el cura de la Modelo destaca éste: “Cuando entro en la prisión y me dicen que se ha encontrado un preso muerto en el último recuento. Eso cuesta mucho digerir”.

Finalmente, no podemos olvidar el importante trabajo que hacen los mercedarios, una congregación que se dedica precisamente a la atención a los presos y que tiene como patrona a Virgen de la Mercè. En definitiva, esta acción de los cristianos para ayudar a los presos es todo un modelo para una sociedad que vive totalmente de espaldas.

24/09/2001

Voluntarios cristianos llevan la esperanza a la prisión de Picassent

El próximo lunes, día 24 de Septiembre de 2001, se celebra la festividad de la Virgen de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias y de los presos. PARAULA ha visitado la cárcel de Picassent, donde capellanes y voluntarios se esfuerzan por llevar un poco de esperanza.

'Reinserción social'

Por Eva Alcayde

 La cárcel asusta. La primera vez que uno cruza sus muros, aunque sea de visita, se inquieta ante el constante zumbido metálico de las rejas y los controles de seguridad. Ni siquiera los estridentes colores con los que están decoradas algunas de las paredes, disimulan la triste y lúgubre realidad que se respira en el ambiente.

Pero al cabo de un tiempo uno termina por acostumbrarse, y el laberinto de pasillos, módulos, celdas y barrotes, deja de ser dramáticamente desorientador.

Esto le sucedió también a Laureano Molla, que acaba de cumplir, en el Centro Penitenciario de Picassent, su tercer año de condena por tráfico de estupefacientes.

 

"Cuando llegué a la cárcel me hundí moralmente y lo pasé muy mal. Ahora es como si estuviera en una plataforma petrolífera, pienso que algún día se acabará y volveré a casa", señala Laureano, que deberá permanecer en prisión nueve años más.

 

Un mundo sin vida

Al otro lado del hormigón y las rejas, se abre un mundo desconocido que ni siquiera el cine ha logrado retratar con fidelidad.

No hay libertad, ni casi esperanza, ni vida, porque en la cárcel da la sensación que los internos sólo esperan.

El centro de preventivos de Picassent es muy amplio, pero su deteriorada estructura se repite una y otra vez.

En el medio de un recinto circular se ubica el centro de vigilancia. Desde allí varios funcionarios controlan en todo momento los accesos a seis pasillos, llenos de módulos, donde cerca de un millar de personas intentan llevar su vida.

En cada celda, de escasas dimensiones, duermen dos internos. Todas disponen de televisión, pero la luz apenas entra por un pequeño ventanuco y el espacio es tan reducido que no hay ninguna separación entre la litera y la letrina, que queda a la vista.

Un polideportivo, una piscina y un gimnasio son las instalaciones más atractivas del centro, que cubren las horas de ocio de los reclusos.

El trabajo en los talleres puede proporcionales algo de dinero, al tiempo que les ocupa y les forma para su regreso a la sociedad. Es el caso de Maika, de 27 años o Angelines, que esta semana construyen portarrollos para el papel higiénico.

Los internos también pueden estudiar, acceder a cursos formativos, como el de soldador y alicatador, o solicitar distintos destinos en la cocina, lavandería, mantenimiento o carga y descarga. Pero con todo, sigue siendo un mundo apagado, siempre sometido a una rígida y monótona disciplina de horarios y recuentos.

 

Un rayo de esperanza

Afortunadamente hay personas dentro del duro mundo carcelario que se esfuerzan para aportar un poco de color y esperanza a la vida gris de los barrotes.

La Iglesia, a través de sus voluntarios y capellanes, trabaja para que la reinserción social de los reclusos no sea un concepto abstracto, sino una realidad. Y muchas ocasiones lo consigue.

Actualmente, 80 personas, la mitad religiosos, trabajan como voluntarios en Picassent, a través del Secretariado Diocesano de Pastoral Penitenciaria, que ha animado a los jóvenes valencianos a descubrir el voluntariado en la cárcel.

Laureano Molla ha contado siempre con el apoyo de los capellanes. La cárcel, dice, le ha dado un buen escarmiento.

 

"He llegado a tener hasta seis destinos. Estuve en el centro hospitalario, he cuidado a enfermos terminales de sida y con la ayuda de los capellanes he reflexionado. Me he dado cuenta de que la droga llega a destruir a las personas, es peor de lo que imaginaba cuando estaba en la calle. Ahora me duele ver la realidad, yo soy culpable del estado de muchas de esas personas", relata Laureano atormentado.

Después de tres años, Laureano se ha acostumbrado al mundo de la cárcel, pero sufre, sobre todo por su familia. "Mi mujer y mi hijo de nueve años son los que están pagando mi condena, yo solo trato de seguir adelante, pero para ellos es más difícil, sufren porque no estoy en casa y sufren para poder venir a visitarme".

Éste es una de las partes más dolorosas del presidio. La cárcel marca también a padres, hermanos, mujeres e hijos de presos.

Por eso una de las principales labores de los capellanes es facilitar la comunicación entre las familias destruidas por la cárcel.

Decía Truman Capote en "A sangre fría" que es imposible que un hombre que goza de libertad pueda imaginarse lo que significa estar privado de ella. Estaba en lo cierto.

 

"En la cárcel los capellanes son nuestro ángel de la guarda"

La labor que los voluntarios y capellanes de la Iglesia desempeñan en el Centro Penitenciario de Picassent no pasa inadvertida entre los reclusos.

 

"Estando en la cárcel ayuda mucho tener un capellán cerca, don Ramón es nuestro ángel de la guarda, porque, aunque nos cambien de régimen o de módulo, ha conseguido mantener a nuestro grupo unido", explica Laureano Molla.

 

Don Ramón Devesa es capellán del Centro Penitenciario de Picassent desde 1998. Aunque su experiencia en el mundo de la cárcel es todavía breve, ya ha formado un grupo de catequesis al que asisten voluntariamente 20 personas.

Ayudarles a recobrar la esperanza y mantener a los presos en contacto con su familia son sus dos grandes retos.

 

Un `santo' en la cárcel

Don Joaquín Montés Molla es el director del Secretariado Diocesano de Pastoral Penitenciaria desde 1996. A sus 71 años, ya jubilado, sigue asistiendo a la cárcel de Picassent como un voluntario más.

El padre Ximo, como se le conoce popularmente, siempre ha luchado para que la cárcel sea algo más que un lugar de castigo y su labor se ha centrado en facilitar la relación y comunicacióndel preso con su familia.

 

"El padre Ximo es considerado un santo entre los internos. Ante cualquier situación de las que se vive aquí, siempre se fija en la parte positiva y siempre encuentra algo bueno en cada uno de los reclusos", afirma rotundamente Laureano Molla.

 

"Nunca ha negado su ayuda a un interno, porque él nos apoya y siempre está de nuestra parte", añade.

"Dios en la cárcel"

Virginia RÓDENAS

María del Carmen Archanco, dominica misionera de la Sagrada Familia, se sienta hoy entre unos setenta curas -no se sabe aún la cifra exacta de asistentes a las XI Jornadas de la Pastoral Penitenciaria porque la nieve ha cerrado carreteras y frenado el viaje de algunos de ellos: aparecen como por cuentagotas- con el orgullo de haber sido elegida la primera mujer capellán de prisiones en España.

Se acomoda en el salón de actos de la casa impoluta
de las franciscanas misioneras de la Madre del DivinoPastor.
«Ya va siendo hora -explica María del Carmen- de que
en la  Iglesia las mujeres dejemos de estar en ese segundo
plano, de mano de obra exclusivamente, y tengamos otras
responsabilidades. Estoy contenta porque es un primer
paso». Esta monja, de cuidadísimo aspecto y labios repasados
en un suavísimo rosa pálido, ha recibido la recompensa a
cinco años de trabajo voluntario en el penal de Arrecife, en
Lanzarote, enseñando a los presos. El trofeo, esa capellanía de la
cárcel de Santa Cruz de La Palma, lo recibe «sin plantearme
grandes metas. En esto, lo primero que hay que hacer es
ganarse a la gente, que confíen en ti, que sepan que estás
dispuesta a escucharles y a tenderles una mano. Yo lo hago
desde la fe pero lo que prevalece es el elemento humano.
Luego, esa fe les acaba proporcionando esperanza.
Perdona -se disculpa-, pero he venido aquí a trabajar
y me esperan».

En el pasillo, José Sesma, responsable del Departamento de
Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española,
ordena los grupos de discusión. Este sacerdote, que
desde 1971 ha trabajado tras los muros de varias penitenciarías
españolas, está marcado por su experiencia durante siete años
en la cárcel de mujeres de Barcelona. «He sido testigo de
historias impresionantes, he visto cómo las mujeres ''se
comen los marrones'', en el argot carcelario, de sus hombres,
autoinculpadas por dejar libres a sus compañeros, o que
eran condenadas como cómplices cuando lo único que habían
hecho era amar a sus parejas o pagar condenas muy serias,
como la de una madre a dieciséis años, por salvar la memoria
de la hija difunta... Yo creo  -hace un inciso- que si salvas a
la madre salvas a los hijos y así se crea una cadena que evita
la prisión a generaciones futuras. En esa esperanza reside la
labor del capellán y por ello es muy gratificante. Yo -dice con
rotundidad- vengo a la cárcel porque creo en la libertad y
todo lo que hago es en ese orden».

Sesma, sacerdote mercedario, conoce bien al violador del Ensanche,
el condenado López Maíllo que purgó su pena de 592 años por cien
violaciones atribuidas con diez años de cárcel y mucho fútbol. El
violador vive hoy en la casa que esta orden le ofreció. «Por ahora
-asegura- va bien. Pero el día en que se tuerza... Este muchacho
mostró arrepentimiento hasta el punto de que no quiso lucrarse
con sus crímenes rechazando las ofertas televisivas que le hicieron
dentro de la cárcel y le puedo asegurar que eran muy jugosas.
No quiso. Él sabe que hizo mal y es consciente del daño».

Las víctimas

El cura apoya la espalda en la pared de la angostura.
Desde las habitaciones contiguas llega el murmullo del trabajo
de los capellanes en grupo. Sólo se escuchan voces de fondo
tras las últimas palabras de José Sesma. Entonces irrumpe como
un golpe seco el recuerdo de las mujeres que atacó López Maíllo,
de tantas víctimas humilladas, heridas por una ferocidad atroz,
condenadas a no olvidar jamás, sin ninguna redención... Y le
preguntamos: «La Conferencia Episcopal tiene una Pastoral
Penitenciaria para atender a los reclusos pero ¿cómo es posible
que no se hayan acordado de las víctimas?». El sacerdote asiente:
«Tiene usted toda la razón. En el caso del violador del
Ensanche fueron atendidos los abogados, que cobraron; los
jueces, también; los agentes que lo detuvieron, lo mismo; el
mismo violador fue asistido en el centro penitenciario y ahora
mismo lo está siendo por el Estado... pero las víctimas no han
sido compensadas, a ellas no las ha atendido la sociedad y
nosotros que estamos en esa sociedad tampoco. Por eso
-anuncia- estamos trabajando para poner a este asunto pendiente
un remedio satisfactorio desde esta misma Pastoral Penitenciaria».

El fin del Cuerpo

La presencia de la Iglesia en la cárcel se encuentra hoy en el
último escalón del proceso iniciado con la llegada de la democracia
a nuestro país. Del denominado Cuerpo de Capellanes
de Prisiones, dependientes de Instituciones Penitenciarias,
sólo quedan cuatro sacerdotes responsables de capellanías
y que corresponden a los centros de La Coruña, Lugo,
Asturias y Salamanca. Además de estos religiosos, otros 133
capellanes, pero dependientes de las diócesis correspondientes y
sin relación laboral con el Estado, se ocupan de los presos del
resto de las cárceles. El fin del mencionado Cuerpo lo marcaron
los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979, con los que comienza la nueva
etapa de atención religiosa a los reclusos. Además, el Estado
también firmó convenios con la Federación de Entidades Religiosas
Evangélicas de España (Ferede), con la Federación de Comunidades
Israelitas y con la Comisión Islámica de España. A juicio de
Sesma, el cambio, en cuanto a la asistencia católica se
refiere, supuso la eliminación de las consecuencias negativas de aquel
Cuerpo de Capellanes, que resume en un «control progresivo de
lo religioso por la Administración penitenciaria, el aislamiento
de los presos de sus parroquias y diócesis y el desentendimiento
de estas últimas de sus presos».

Los reclusos, aunque en su inmensa mayoría -por no decir en su
totalidad- ignoran los mencionados acuerdos Iglesia-Estado
saben que los curas de la cárcel son una tumba. No en
vano, la Pastoral Penitenciaria subraya con máximo interés el
artículo II.3 del Acuerdo Básico (Roma, 28 de agosto de 1976) que
afirma: «En ningún caso, los clérigos y los religiosos podrán ser
requeridos por los jueces u otras autoridades para dar información
sobre personas o materias de que hayan tenido conocimiento por
razón de su ministerio».

«Los internos confían en ti -explica Sesma- hasta el punto de
que en una ocasión el abogado de una presa, que era funcionaria
de prisiones, me pidió a las puertas de la sala que la iba a juzgar
que la insistiera en que dijera al juez que había actuado por
amor, que estaba enamorada de aquel preso y que eso fue todo.
Ellos saben que el capellán sólo está ahí por motivos superiores,
que él no pierde ni gana. También se ha dado el caso de alguien
que me ha querido manipular y porque no me he dejado me han
retirado la palabra; pero yo seguía como si nada y al final acabó
cansándose».

Y cuando salían de permiso penitenciario o acababan
sus condenas, como López Maíllo, este cura mercedario se
llevaba a los penados a su casa. «Un día -recuerda José Sesma-
un chileno que vivía con nosotros y que había sido expulsado y
había vuelto a entrar en el país - ''le estoy hablando del año
1973", hace el inciso- estando solos en la casa, de repente, se me
volvió con un cuchillo con el fin de matarme. En ese momento no sé
qué me dio Dios y le dije: ¿Por qué me quieres matar?.
"Porque tú eres cura y a mí me han entrenado para matar''. Entonces le
contesté: Estoy en tus manos, pero debes saber que hagas lo
que hagas ésta es tu casa y yo soy tu amigo. Dejó el cuchillo
y salió. Mandé que no se tocara nada de su habitación porque yo
debía mantener mi ofrecimiento. Y un buen día apareció, entró sin
decir nada en su habitación y se encontró con que estaba tal y cómo él
la había dejado. Hoy Santi vive en Noruega con su mujer y es
uno de mis mejores amigos. En esto -termina diciendo- uno no puede
permitirse el lujo de fallar, aunque sólo sea por estima personal».

Libres de drogas

Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias.
«Que quede bien claro -repite Juan Ignacio Jiménez Frisuelos,
capellán de la cárcel de Navalcarnero- que aquí somos recalcadamente
aconfesionales». El director de la prisión, Carmelo Charfolé, un
tipo corpulento y extraordinariamente cordial, asiente.
Son las doce del mediodía y en los módulos 3 y 4, módulos libres de
drogas, una decena de internos trabajan ahora en el taller de
Punto Omega, la obra magistral de Jiménez-Frisuelos. Porque este
sacerdote, además de cura de cárcel, es el presidente de UNAD,
la mayor agrupación española de asociaciones de ayuda a los
toxicómanos, y el padre de Punto Omega, en Móstoles, un centro de
recuperación de drogadictos por medio de la metadona,
que ha conseguido devolver a la normalidad a decenas de
chicos que estaban perdidos. En la habitación de la cárcel están
trabajando el estaño al que dan forma de abanico y hacen virguerías
con la escayola. «Algunos de ellos -dice Mercedes, educadora
de Punto Omega, que trabaja con ellos desde hace dos años y
medio- luego pueden hasta vivir de estas habilidades».

Los reclusos, todos ellos de segundo grado, miran raro a los extraños.
Los escrutan y, a diferencia de los centros en los que hay preventivos,
no se dirigen al recién llegado. Ni tampoco ninguno dice que es inocente.
Condenados todos, cumplen ahora las penas impuestas, aunque, como dice
Jiménez-Frisuelos, aquí se ven algunas injusticias que claman al Cielo.

Juan Ignacio, que es, por encima de cualquier otra cosa, un hombre
bueno, dejó el instituto de Móstoles en el que daba clases de Religión
y de Filosofía por la asistencia a los presos, después de conocer
el mundo carcelario a través de sus visitas a los que un día habían
sido sus alumnos. Se jubilaba el capellán de Carabanchel y el
viejo sacerdote le tendió el testigo.

Después, llegó a Navalcarnero,
incluso antes de que lo hicieran los propios presos: en agosto de 1992
(los reclusos entraron en diciembre).

 «Yo aquí soy cura -hace hincapié- y mi objetivo es
anunciar a Jesucristo». Y anuncia a Dios dejándose el pellejo en
su Punto Omega y los módulos libres de drogas, que eligen
los propios presos, o consolando la agonía de un moribundo en la
clínica del penal porque la familia no ha querido saber ni su fin
(sólo después de fallecidos es costumbre reclamar por si se saca
algo «en limpio») o paseando con ellos por el patio, los sábados
y domingos por la tarde. «Estás ahí y compartes con ellos su
soledad, su angustia, tantas veces porque sienten haber
defraudado a su madre; su miedo. A veces, sin darte cuenta,
acabas hablando de Jesús. Se acercan a ti, sin que nadie vea
este gesto como un signo de debilidad, buscando al amigo en
que se puede confiar. Yo no le pregunto a nadie si es católico
o no, mi misión no es hacer proselitismo sino dar testimonio
de la misericordia de Dios».

Voluntarios de Capellanía

E impregnados de esa misericordia, los voluntarios de la Capellanía
buscan ropas para el que no tiene, hacen posible las conexiones
con la familia, solucionan los papeleos de documentación en el
exterior. «Aquí -añade el capellán- nunca puedes ser
impasible ni ante la situación personal de un recluso que ha
llegado hasta aquí por la droga, ni ante el analfabetismo, ante la
situación de los extranjeros, ni cuando descubres que hay alguien
injustamente o cuando ves que la cárcel no es el elemento de
reinserción y buscas apoyos y alternativas como talleres laborales,
empresas que los acojan, o se imponga el cumplimiento de penas
con trabajos sociales».

«Pero la conversión -añade el sacerdote- es también la aceptación
de la culpa, la reconciliación tiene que pasar por el reconocimiento
del daño y la compensación a la sociedad y muchas veces ésta es
la propia rehabilitación. A veces la culpa no es toda del delincuente
sino de las circunstancias que le han rodeado... Tampoco quiere
esto decir que los miremos con el paternalismo de pensar
"pobrecitos delincuentes", porque si están aquí es por algo».

Y luego, el cura de la cárcel de Navalcarnero, habla del perdón.
«El perdón cura heridas, y las del alma, que son muy profundas.
El perdón supone una actitud, un calmar odios internos y
sentimientos negativos. Cualquier herida abierta sangra y se
agranda y luego cuesta más cerrarla. Muchos de estos hombres
buscan el perdón; otros no. Hay quien no se arrepiente nunca».

Juan Ignacio, que jamás se ha lamentado de una misión que le ha
procurado la tuberculosis, oficia en la cárcel primeras comuniones
y funerales, eucaristías y celebraciones de la Palabra. Sabe que
su feligresía son ladrones, asesinos, estafadores, violadores,
terroristas... Pero aguanta el tipo, inasequible al desaliento. Hay
algo en este hombre, en sus palabras de esperanza, que inspira
una confianza infinita.

  Re: "Dios en la cárcel"

27 Feb 1999

[UNA CAMPAÑA SOLIDARIA INUNDA A UN PRESO CON MUESTRAS DE AMOR

ROMA, 14 Abril 2000  (ACI).- Un preso arrepentido de una cárcel italiana se ha convertido, gracias a una revista católica mariana, en el centro de una campaña dirigida a expresar la gratuidad del amor cristiano por medio del sencillo gesto de una carta o una postal.
La campaña de la revista mensual del Santuario Mariano de Nueva Pompeya, en Italia, se suscitó casi naturalmente entre sus cerca de 300.000 lectores, luego que el preso de una cárcel enviara una carta diciendo:
 

"Tengo 37 años, dos de los cuales transcurridos en esta penitenciaría de Siano (Catanzaro).
Con la presente me permito molestarles y me excuso anticipadamente, pero la exigencia de comunicarme con alguien, más allá de estos muros, me hace abandonar el trato social que impone la buena educación para dirigirme a través de esa sección a todos vuestros lectores, a fin de que un breve escrito, una carta o tan sólo una tarjeta postal me haga sentir vivo y pueda alejar de mí la depresión que me está angustiando".

Reinserción laboral y social

DESPUÉS DE LA PRISIÓN


La casa pastoral Monseñor Carlos Oviedo Cavada atiende a mujeres que salen de la cárcel y tratan reinsertarse en la sociedad. Aunque son libres, las ex-reclusas se enfrentan a un mundo adverso, que no las considera, que las humilla y al que deben demostrarle nuevamente que son dignas de transitar en las calles junto a personas que no han cometido delitos.

Clara Robledo: "sólo yo me destruí"

Lleva poco más de un mes en libertad. Cinco años y un día estuvo tras las rejas; la soltaron en 18 de enero a las 24 horas, la despidieron con alegría. Dice que la dejaron en la mitad del patio y le abrieron el portón, en ese instante comenzó a correr y a llorar sin mirar atrás. La esperaba la hermana Nancy y una amiga con una botella de champagne para llevarla hasta la casa pastoral penitenciaria.

Clara es de Arica, constantemente venía a Santiago porque tenía un negocio; en uno de los viajes fue sorprendida y terminó en la cárcel. Lamenta lo que hizo pero da gracias a Dios haber sido atajada a tiempo para así no hacer más daño a la gente.

Su marido se emparejó con otra mujer y tiene una hija, su padre la rechaza, vio una vez en cinco años, a su hijo y fue el año pasado. Precisamente, fue él quien le contó que había otra mujer viviendo en su casa.

Desde que salió por su vida y mente han pasado tantas cosas, que aunque suene increíble dice que vivió más feliz adentro que ahora afuera.

—Me sentía partícipe del sufrimiento que teníamos todas adentro—.

Clara fue inmediatamente juzgada a cinco años y un día de cárcel, y a pagar una multa de diez ingresos mínimos. Sino cancela hasta julio quedará detenida por otros seis meses. Este problema la agobia, no desea el encierro de nuevo y además siente que ya le pagó a la sociedad lo que hizo.

—He tenido la valentía de decir que me arrepiento, que cometí un grave error y que lo pagué con cinco años de mi vida. Ahora quiero trabajar pero no se me da la oportunidad de hacerlo, cada vez que salgo me piden papel de antecedentes y yo no lo tengo limpio, por ende no me dan trabajo y no los culpo pero no sé como explicarles que no soy una delincuente.

Yo le pido a la gente que viniera a esta casa (Pastoral Penitenciaria) para que vieran que no todos somos delincuentes. Yo jamás he portado un cuchillo, no he jalado un gatillo ni he sido agresiva con las personas. Cometí un delito por el cual solamente yo me destruí. Me deshice en cuanto a madre, esposa e hija porque durante todos estos años estuve castigada por la gente que quería, por la vergüenza que sentían. Yo provengo de una familia humilde pero con una moral y forma de vida muy rica-.

Cuando su padre la fue a ver, a los cinco meses de haber caído, le dijo que cómo era posible que ella estuviera ahí, sí él nunca había pisado una comisaria. Frase que Clara no puede olvidar.

Le dolió no haber podido votar —nunca más lo podrá hacer, la ley la imposibilita a perpetuidad—, dice que los candidatos hablaron mucho de la delincuencia y que basaron su discurso en ella y no en política. No niega que la cárcel esté hecha para los delincuentes pero también la gente que vive en ella merece ser mirada con dignidad.

-Tenemos el derecho de ingresar nuevamente a la sociedad a la que pertenecimos. La delincuencia se ataca con educación y cariño-.

Cuando estaba en la cárcel tenía rabia y sigue con ella. Dice que no hay oportunidades, que espera encontrarse con ella misma para tratar de volver a ser la mujer optimista, luchadora que siempre tenía una sonrisa para todo el mundo.

En estos momentos se siente quebrada, mira con nostalgia el pasado que quebró; desea construir su vida, doblarle la mano a la justicia y la sociedad para que se levante el velo que discrimina a mujeres como ella.

- La sociedad debe tener más corazón sino las cárceles se van a seguir llenando de gente. Nosotras necesitamos el aporte solidario sobre todo de terapeutas y profesionales que nos ayuden a reinsertarnos y aprender a decir lo que nos pasa porque durante mucho tiempo estuvimos reprimidas, nos convertimos en niños que solo obedecíamos. Entonces, salir a la libertad provoca un sentimiento que es muy fuerte-.

Clarita se ha mantenido durante este tiempo haciendo cajitas, adornos para baños y otras cositas pero dice que no le alcanza, especialmente con lo que le debe pagar al estado los vitales. Sino fuera por la pastoral no sabe lo que haría, en la casa tienen apoyo moral, espiritual que necesita y que la ayudan a olvidar esos años de reclusión

Anita: morir en paz con Dios y con el diablo

Anita, en mayo, termina de cumplir una pena por nueve años de reclusión. En estos momentos tiene el beneficio de salida diurna y trabaja haciendo aseo, cuidando niños, entre otras actividades esporádicas.

La tomaron presa con siete gramos de cocaína; en ese tiempo tenía un negocio y había dado algunos cheques a fecha, como cayó en la cárcel no los pudo pagar, entonces a la pena de tráfico se le sumó el de giro doloso de cheques.

El día que salió se sintió sola, le dieron ganas de llorar, no sabía que hacer ni a dónde dirigirse, nadie la esperaba a la salida. Debió tomar el teléfono y llamar a una amiga para que la fuera a buscar. Sus hijos viven en el extranjero y una hermana en el campo. Durante los años de encierro no recibía visitas.

-Cuando salí me dieron ganas de devolverme para dentro, me asusté además sentía que todo el mundo me miraba como sí estuviera marcada. Después fui logrando más confianza.

-Me siento humillada por la sociedad, yo quiero trabajar y ser diferente pero la misma gente te empuja a hacer cosas. Lo que le hace falta a esta sociedad es que le pongan una batería al corazón y ojalá que sea Duracell para que dure harto. Mi anhelo más grande es poner un quiosco o conseguir un local artesanal, a donde yo sea mi propio patrón para que todo dependa de mi. Ya no quiero que me manden. Quiero olvidarme que fui una presidiaria y morirme en paz con Dios y con el diablo.

Programa de Iniciativa Comunitaria EQUAL 2000-2006

2.3.5.2. Población penitenciaria y exreclusos.

La problemática de este colectivo arranca del singular rasgo que lo caracteriza: el encontrarse en prisión por la comisión de algún delito, o haber salido recientemente de ella tras cumplir una condena. Sólo este hecho implica una muy fuerte marginación con respecto a la sociedad en general, tanto en la inserción en el mercado laboral como en las más amplias relaciones sociales.

Ello se debe a que la población que ha pasado en algún momento por la cárcel se ve afectada por lo que los sociólogos llaman un proceso de “etiquetaje”. Esto es, dada una situación social “anormal” que afecta a un grupo social específico (en este caso transgredir las normas de convivencia), y elaborada por parte de la sociedad en general una imagen y concepción acerca de las dificultades y problemas que lleva consigo el integrar al grupo en cuestión en alguno de los ámbitos de la vida social (en nuestro caso, su inserción en el mundo laboral), se produce un proceso en espiral que cierra o disminuye en gran medida las posibilidades de integración.

Esto es así, puesto que no sólo es la sociedad en general quien dificulta al grupo de referencia su integración (lo que ocurre en un primer momento), sino que también es el propio grupo social concreto el que se define (en un segundo tiempo) como diferenciado e incapaz de acometer su propia incorporación al ámbito en cuestión elaborando con ello pautas de razonamiento y estilos de vida que le alejan aún más de cualquier posible vía de acercamiento a la sociedad.

Este colectivo destaca además por su muy bajo nivel educativo, puesto que la mayor parte de ellos no disponen del Graduado Escolar ni de certificado de escolaridad, la duración de su escolarización ha sido muy corta, o son analfabetos, han consumido drogas o son toxicómanos, tienen muy bajos niveles de salud con altas tasas de hepatitis, tuberculosis, SIDA y enfermedades mentales. A todo ello, cabe añadir que otra parte significativa de los presos carecen de un techo alternativo al de la propia prisión, amén de presentar una tasa de pobreza severa en sus familias.

La cuestión de la inserción laboral es más urgente para los presos que se encuentran en tercer grado (es decir que sólo acuden a la cárcel a dormir), aquellos que tienen posibilidades de acceder al régimen abierto o se encuentran en libertad condicional, es decir, para aquellos que necesitan establecer algún tipo de vehículo de integración con la sociedad.

A pesar del estereotipo social que genera el señalado proceso de “etiquetaje”, que es predominante en la sociedad española, y que define a las personas que han estado en la cárcel como no fiables en las relaciones sociales, ni en la actividad productiva, diversos estudios realizados en España han mostrado que sólo el 50% de los presos reinciden una vez y que sólo el 10% del total reinciden por tercera o más veces. En concreto, y para el año 1998 (véase el Anexo XXV), el 56% de la población reclusa penada de las cárceles españolas es reincidente.

Lo cual nos indica que una parte muy notable de los presos o ex presos no son delincuentes profesionales sino personas con bajos niveles educativos, económicos, con acusados problemas de integración social de ellos mismos o de sus familias, y que disponen de escasos recursos (psíquicos, educativos, ocupacionales, económicos) para desenvolverse en la vida exterior de la prisión.

Los datos disponibles sobre la población reclusa, facilitados por el Ministerio del Interior, nos indican que desde 1990 a 1998 este colectivo ha crecido en una tercera parte (34,2%). En concreto, ha pasado de 33.058 reclusos en 1990, a 44.370 en 1998. Para este último año hay que tener en cuenta que 7.850 presos son extranjeros, es decir, en torno a una quinta parte del total (17,7%). Por lo que respecta al género, la gran mayoría (en torno al 90%) de los reclusos son hombres, esta distribución se ha mantenido prácticamente constante desde 1990 (véase Anexo XXVI).

En relación con la edad, la gran mayoría de presos tiene menos de 40 años, tanto en los hombres como en las mujeres reclusas. En concreto, un 85,8% de los reclusos hombres tiene hasta 40 años, mientras que en las mujeres el porcentaje alcanza el 86,1%. Además si establecemos un corte más oven, nos encontramos que el 53,4% de los hombres en la cárcel no tiene más de 30 años, mientras que en las mujeres llega al 59,1% (véase Anexo XXVII).

Del total de la población reclusa en 1998, una cuarta parte (24,3%) se encuentra en situación de preventivo, mientras que los penados (es decir, con condena firme) agrupan a la práctica totalidad del resto (74,2%), (Anexo XXVIII).

Las medidas para facilitar la reinserción de la población penada pasan, en primer lugar, por su reincorporación a la vida social. En este sentido, hay que señalar la importancia que ha supuesto el subsidio de desempleo por excarcelación que permite garantizar unos ingresos mínimos entre seis y dieciocho meses (en este último caso, si se tienen cargas familiares).

Sin embargo, las medidas de reinserción no deben agotarse aquí sino que deben ir en la línea de su reubicación ocupacional. En este aspecto, el camino a seguir es el trabajar conjuntamente con las comisiones de asistencia social penitenciaria, así como con los propios planes de formación ocupacional de Instituciones Penitenciarias y de los distintos centros penitenciarios, puesto que estos son quienes mejor conocen la problemática concreta que cada grupo o individuo presenta.




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Enviado por:Maria
Idioma: castellano
País: España

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