Historia


Reinos de Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y España


Reyes y Reinas de los Reinos de Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y España

ASTURIAS

Pelayo (fallecido en el 737), caudillo astur, fundador del reino de Asturias (718-737), derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga (722). Según las crónicas cristianas del reinado de Alfonso III, Pelayo era un noble visigodo que se refugió en las montañas del norte tras la llegada de los musulmanes a la península Ibérica. Las mismas fuentes señalan que los jefes de los astures, reunidos en una asamblea, le eligieron príncipe (718), y que pocos años después acaudilló una sublevación contra los islamitas. La victoria de Covadonga fue decisiva en el surgimiento del núcleo astur (asturiano) y en el afianzamiento del caudillaje de Pelayo. Poco más se sabe de él, excepto que fue sucedido por su hijo Favila (737-739) y, más tarde, por Alfonso I, casado con su hija Ermesinda, e hijo del duque de Cantabria.

Alfonso I el Católico (fallecido en el 757), considerado el verdadero fundador del reino de Asturias (739-757). Era hijo del dux (duque) de Cantabria, Pedro, y estaba casado con Ermesinda, hija del noble visigodo Pelayo, príncipe de los astures. Alfonso I, aprovechando el abandono del norte de la península Ibérica por las guarniciones bereberes, dirigió una serie de campañas por todo el valle del Duero. Según crónicas posteriores, Alfonso I destruyó las fortalezas musulmanas y trasladó al territorio astur (asturiano) a los cristianos asentados en la Meseta norte. Con estas acciones, Alfonso I logró establecer una amplia frontera entre los musulmanes y el naciente reino de Asturias, conocida como el “desierto estratégico del Duero”. Asimismo, Alfonso I extendió los dominios del reino asturiano por toda la franja septentrional, desde Galicia hasta el territorio ocupado por los vascones.

Fruela I (c. 722-768), rey de Asturias (757-768). Hijo y sucesor de Alfonso I, Fruela I prosiguió la actividad repobladora y militar, iniciada por su predecesor, en la franja cantábrica. Durante su reinado, sin embargo, se hicieron visibles las dificultades que comportaba la integración política en el naciente reino asturiano (astur) de los territorios incorporados por Alfonso I. En efecto, Fruela I tuvo que hacer frente a las primeras rebeliones de gallegos y vascones contra la pretendida autoridad de los reyes astures. Además de estos movimientos separatistas, el monarca astur se vio envuelto en una serie de revueltas palaciegas que explican su violenta muerte y el alejamiento temporal de la corte de su hijo, el futuro Alfonso II. A Fruela I le sucedió en el trono Aurelio (768-774).

Vermudo I o Bermudo I (fallecido c. 797), rey de Asturias (788-791). Era hijo del rey asturiano Fruela I (757-768) y sobrino del monarca Alfonso I (739-757). Fue elegido por la nobleza cortesana para suceder en el trono a Mauregato (783-788). Lo más característico de su breve reinado lo representa la lucha contra el islam. Los musulmanes, encabezados por el emir Hisam I (788-796), reiniciaron la guerra contra los cristianos y reemprendieron sus tradicionales incursiones en las tierras insumisas del norte. Durante estos enfrentamientos, las tropas cristianas sufrieron una severa derrota en la denominada batalla del río Burbia. Este importante y rotundo fracaso, que tuvo lugar en el año 791, influyó definitivamente en la decisión de Vermudo I de abandonar voluntariamente el trono asturiano. El rey abdicó la corona en favor de su sobrino Alfonso II (791-842).

Alfonso II el Casto (de Asturias) (759-842), rey de Asturias (791-842). Tuvo que hacer frente a diversas expediciones musulmanas, fundamentalmente en tiempos del emir Abd al-Rahman II (822-852). Con Alfonso II, que se presentaba como heredero de la autoridad de los reyes de Toledo sobre toda Hispania, comenzó el afianzamiento del reino de Asturias. Convirtió Oviedo en la capital del reino y creó el obispado ovetense. En su política restauracionista, organizó los cargos oficiales de la corte según la tradición goda. Durante su reinado se descubrió en Iria la tumba del apóstol Santiago. El lugar se convirtió pronto en objeto de veneración y punto de peregrinación, naciendo así el denominado Camino de Santiago. La tumba del apóstol dio prestigio internacional al reino y las peregrinaciones a Santiago de Compostela vincularon Asturias con el resto de la cristiandad latina.

Ramiro I (de Asturias) (791?-850), rey de Asturias (842-850). Hijo del monarca Vermudo I (788-791), sucedió en el trono al sobrino de éste, Alfonso II (791-842), que había muerto sin hijos. Tuvo que hacer frente a numerosas rebeliones internas y en su llegada al trono sofocó un intento de usurpación de la corona protagonizado por el conde de palacio Nepociano. Las relaciones con el exterior estuvieron marcadas por sus enfrentamientos con las expediciones musulmanas que consiguieron llegar hasta León (846) y a tierras alavesas (848). También tuvo que defender el reino de los normandos que atacaron las costas gallegas y portuguesas. Sus brillantes actuaciones en el terreno artístico permiten que algunas construcciones levantadas durante su reinado se denominen ramirenses. Éste es el caso de las famosas iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo.

Ordoño I (fallecido en el 866), rey de Asturias (850-866). Hijo y sucesor de Ramiro I (842-850), con él se consolidó el sistema de sucesión patrilineal al trono astur (asturiano). Inició el proceso de expansión del reino asturiano hasta el sur de la cordillera Cantábrica. En esta labor ofensiva consiguió avanzar claramente en dirección al Duero, repoblando Astorga, León y Tuy. Igualmente fortificó Amaya y las tierras de la marca oriental del reino. Su victoria sobre Musa II de Tudela dio origen a la leyenda de la batalla de Clavijo (859), según la cual el triunfo se consiguió con la ayuda del apóstol Santiago. Durante su reinado tuvo que hacer frente a una incursión de normandos y a numerosas ofensivas musulmanas que asolaron la tierra alavesa y tomaron posiciones en la cuenca alta del Ebro.

Alfonso III el Magno (848-910), rey de Asturias (866-910). Bajo su mandato culminó el resurgimiento del neogoticismo iniciado por Alfonso II. El reinado de Alfonso III coincidió con la época de máxima expansión territorial del reino astur. Sus triunfos militares, que coinciden con un periodo de crisis en al-Andalus, se tradujeron en un avance espectacular de las fronteras meridionales del reino. Este proceso de ampliación territorial culminó antes de finalizar el siglo IX con la recuperación de las comarcas del valle del Duero para la cristiandad. Coimbra, Zamora y Toro asumirán el papel de fronteras del reino. A su muerte, sus hijos se dividieron las tierras del reino astur, hecho que señala el nacimiento del reino de León y el fin del ciclo asturiano de la Reconquista.

LEÓN

García I (de León) (fallecido en el 914), rey de León (910-914). García se sublevó contra su padre Alfonso III y se proclamó rey de León con el apoyo de las tropas castellanas (910). Tras la muerte de Alfonso III, sus hijos se repartieron los dominios del reino de Asturias: García quedó como rey de León, mientras que sus hermanos Fruela y Ordoño se proclamaban respectivamente reyes de Asturias y de Galicia. A García I se debe el traslado de la capital del reino desde Oviedo a León. Durante su reinado se completó la fortificación del Duero, gracias a los condes castellanos que avanzaron hasta esa línea con las repoblaciones de Roa, Osma, Clunia y San Esteban de Gormaz (912). García I fue sucedido en el trono leonés por su hermano, Ordoño II (914-924).

Ordoño II (c. 871-924), rey de León (914-924). Hijo del rey de Asturias Alfonso III (866-910) y de Jimena, accedió al trono leonés tras la muerte de su hermano García I (910-914), uniendo a los territorios leoneses los de Galicia. Durante su reinado, el califa Abd al-Rahman III (912-961) envió sucesivas expediciones contra los cristianos, que devastaron varias comarcas leonesas y lograron la ocupación de Osma, Gormaz y Calahorra. Una de las batallas más significativas fue la de Valdejunquera (920), donde el rey leonés, aliado con el monarca navarro Sancho Garcés I (905-925), fue derrotado. A pesar de estos fracasos consiguió ocupar La Rioja y llegar hasta Atienza. Bajo su reinado ya se evidenciaron algunos síntomas del particularismo de los castellanos, lo que provocó la decisión del rey leonés de encarcelar a algunos condes de Castilla.

Fruela II (874?-925), rey de León (924-925). Al morir Alfonso III el Magno (910), los dominios del reino de Asturias se dividieron entre sus hijos. Fruela asumió el gobierno de Asturias, mientras que sus hermanos se reservaron León (García I) y Galicia (Ordoño II). Tras la muerte de García y Ordoño, en el 914 y en el 924, respectivamente, Fruela II se proclamó rey de León (924), lo que supuso la reunificación del reino. Sin embargo, su brevísimo reinado estuvo marcado por los problemas planteados por los hijos de Ordoño II, que se negaron a reconocer a Fruela II aduciendo sus derechos al trono. La lucha dinástica se mantuvo hasta después de su muerte (925), pero finalmente se resolvió a favor de los descendientes de Ordoño II, que volvieron a dividir los dominios de la corona.

Alfonso IV el Monje (fallecido en el 932), rey de León (925-931). Su acceso al trono se produjo después del conflicto sucesorio planteado a la muerte de su padre, Ordoño II (924). En principio, se impuso como rey de León su tío, Fruela II, pero con la muerte de éste (925) resurgieron los enfrentamientos por el control de la monarquía. Tras ese conflicto latían las diferencias existentes entre los diversos territorios que componían el reino y los deseos autonomistas de la nobleza. Alfonso IV consiguió proclamarse rey en el 925, pero en la práctica la soberanía del reino estaba fragmentada. Su hermano, Sancho Ordóñez, gobernaba Galicia con el título de rey (925-929), y su otro hermano, Ramiro, Portugal. La muerte de Sancho, y la retirada de Alfonso IV en el 931 a un monasterio, permitieron a Ramiro II (931-951) reunificar el reino, no sin problemas, ya que Alfonso pretendió recuperar el trono, por lo cual su hermano hubo de detenerle.

Ramiro II (de León) (fallecido en el 951), rey de León (931-951). Hijo del monarca leonés Ordoño II, sucedió en el 931 a su hermano, Alfonso IV, cuando éste abdicó y se retiró para llevar una vida monacal. Continuó con el afianzamiento de la autoridad regia, no sin antes enfrentarse a su hermano Alfonso, quien en el 932 pretendió, sin éxito, recuperar el trono. Asimismo, Ramiro II prosiguió la importante labor de conquista territorial (proceso muy amplio conocido como Reconquista) iniciada por su abuelo, el rey de Asturias Alfonso III, y seguida después por su padre. En el 939 consiguió una gran victoria frente al califa de Córdoba, Abd al-Rahman III, a quien en agosto del 939 venció en la batalla de Simancas al frente de un gran ejército en el que participaron tropas de todos los núcleos cristianos del norte de la península Ibérica.

Nuevos éxitos de Ramiro II permitieron avanzar la frontera del reino leonés hasta el río Tormes, rebasar así el límite fronterizo del río Duero y repoblar lugares como las localidades salmantinas de Ledesma y Salamanca o la segoviana Sepúlveda. Durante la década del 940 tuvo que hacer frente en Castilla al alzamiento independentista de Fernán González. Finalmente emparentó con éste casando a su primogénito, Ordoño, con Urraca, hija del conde castellano. En el 950, un año antes de su muerte, volvió a derrotar a las tropas califales en la localidad toledana de Talavera de la Reina.

Ordoño III (fallecido en el 956), rey de León (951-956). Hijo y sucesor de Ramiro II (931-951), se enfrentó a navarros y castellanos que apoyaban a su hermanastro Sancho, en su intento por acceder al trono leonés (953). Su gobierno estuvo presidido por los conflictos en la sucesión al trono, las rebeldías internas, los ataques procedentes de al-Andalus y una sublevación en Galicia. En respuesta a las incursiones musulmanas, Ordoño III envió una gran expedición que llegó hasta Lisboa (955). Después de esta demostración de fuerza se iniciaron las negociaciones para firmar la paz con el califa Abd al-Rahman III (912-961). En el interior, el rey leonés llevó a cabo una cuidada reorganización del territorio y continuó con la obra, ya iniciada por su padre, de fortalecimiento de las instituciones del reino.

Sancho I el Craso (935-966), rey de León (956-958; 960-966). Era hijo de Ramiro II y nieto del rey navarro Sancho Garcés I y de doña Toda de Navarra. A Ramiro II le sucedió su hijo Ordoño III, en el 951, con la oposición de Sancho, que le disputó la corona. Al morir Ordoño (956), Sancho I accedió al trono leonés, pero dos años después fue destronado por los nobles leoneses y castellanos, encabezados por Fernán González, que impusieron como rey a Ordoño IV. Sancho I, sin embargo, volvió a recuperar el trono en el 960, con el apoyo de musulmanes y navarros. En los últimos años de su reinado se sucedieron las rebeliones nobiliarias y se afianzó la independencia de los condes castellanos y gallegos. A Sancho le sucedió su hijo Ramiro III.

Ordoño IV el Malo (c. 924-960), rey de León (958-960). Hijo de Alfonso IV (925-931) y sobrino de Ramiro II (931-951), tras la muerte de Ordoño III (951-956), y en medio de graves luchas civiles, fue elegido rey por los nobles leoneses que expulsaron del trono a su primo Sancho I (956-958; 960-966). Con ayuda de los musulmanes y contando con el apoyo de su abuela, la reina Toda de Navarra, Sancho I fue recuperando poco a poco sus dominios y Ordoño tuvo que replegarse hacia Asturias y Burgos. Durante su reinado, Ordoño IV fue manejado tanto por los magnates del reino como por el conde de Castilla Fernán González, quien le utilizó en sus disputas contra León. Finalmente, fueron Sancho I y sus sucesores los que se perpetuaron en el trono leonés.

Ramiro III (de León) (961-985), rey de León (966-984). Era hijo de Sancho I, a quien sucedió en el trono con tan sólo cinco años, quedando bajo la tutela de su tía, la monja Elvira, que contó en su regencia con el apoyo del clero. Con Ramiro III se acentuaron las tendencias separatistas de Castilla y Galicia, e incluso los magnates gallegos se alzaron contra el rey, proclamando nuevo monarca a Vermudo II (982), hijo de Ordoño III (951-956), quien se comportó como soberano en Galicia y Portugal. El enfrentamiento de Ramiro III con los musulmanes estuvo marcado por una severa derrota sufrida por leoneses, castellanos y navarros en San Esteban de Gormaz (976). Asimismo, durante su reinado, Almanzor reinició sus ataques a los territorios cristianos y los normandos saquearon las costas gallegas.

Vermudo II o Bermudo II (956-999), rey de León (984-999). Hijo de Ordoño III (951-956), se alzó contra el rey leonés Ramiro III (966-984). Apoyado por los magnates gallegos y portugueses, se proclamó nuevo rey en el año 982, ejerciendo como tal en Galicia y Portugal. Ya como rey de León, la pujanza de Castilla, condado independiente bajo el mando de García I Fernández (970-995), y las rebeliones internas del reino le empujaron a ponerse bajo la tutela del califato cordobés, cuya dirección militar estaba en manos de Almanzor. A cambio de esta sumisión, consiguió recuperar la ciudad de Zamora. Sofocadas las rebeldías internas, comenzó un periodo de enfrentamientos con los musulmanes que provocó numerosas despoblaciones y una importante crisis económica. Entre los años 985 y 997, Almanzor devastó Coimbra, León, Zamora y Sahagún, entre otras localidades, llegando incluso hasta Santiago de Compostela.

Alfonso V (de León) (994-1028), rey de León (999-1028). Era hijo de Vermudo II, al que sucedió siendo menor de edad. Durante su minoría, dos condes, el gallego Menendo González y el castellano Sancho I García, rivalizaron por la tutela del joven monarca y la dirección política del reino. Al llegar a la mayoría de edad (1008), Alfonso V se vio obligado a tomar medidas para pacificar el reino y controlar a la nobleza. En el Concilio de León del año 1017 dictó una serie de normas destinadas a restablecer la autoridad de la monarquía. A Alfonso V se debe también la restauración de la ciudad de León, que había sido destruida por Almanzor (998), y la concesión de un fuero a la urbe que tenía como principal objetivo la atracción de nuevos pobladores.

Vermudo III o Bermudo III (1017?-1037), rey de León (1028-1037). Hijo y sucesor de Alfonso V (999-1028), su reinado estuvo presidido por la expansión territorial del reino de Navarra, cuyo monarca, Sancho III el Mayor (1000-1035), intervino activamente en los asuntos internos de Castilla y de León. Tras el asesinato del conde de Castilla García II Sánchez (1017-1029), Sancho III se hizo valer de los derechos de su mujer, hermana del conde muerto, para imponerse en Castilla. Tras obtener las tierras situadas entre el Pisuerga y el Cea, se enfrentó a Vermudo III y ocupó Zamora, Astorga y León. A la muerte de Sancho, Vermudo recuperó los territorios leoneses, pero al intentar ocupar la Tierra de Campos, fue derrotado y muerto en la batalla de Tamarón (1037) por el hijo de Sancho III, el futuro Fernando I de Castilla y León (1037-1065).

Fernando II (de León) (1137-1188), rey de León (1157-1188). Hijo de Alfonso VII y Berenguela. Una característica fundamental de su reinado fue el enfrentamiento con Portugal, al que disputó territorios fronterizos y lugares de expansión por al-Andalus. Con respecto a Castilla, la prematura muerte de su hermano Sancho III (1158) permitió a Fernando ocupar la Tierra de Campos (1159), e incluso intervenir en la política interior castellana. Con el pretexto de tutelar a su sobrino Alfonso VIII, el rey leonés se tituló rex hipaniae. Frente a los musulmanes, las huestes del rey leonés llegaron a conquistar Alcántara (1166). La defensa de la frontera del

reino se encomendó a las órdenes militares del Hospital, Alcántara y Santiago, que recibieron cuantiosos bienes y rentas. Bajo su reinado se repobló Ledesma y Ciudad Rodrigo.

Alfonso IX (1171-1230), rey de León (1188-1230). Eficaz jefe militar frente al islam, consolidó con la ayuda de las órdenes militares las conquistas realizadas al sur del Tajo. En 1188 reunió Curia Regia en León (1188) a la que asistieron representantes de las principales ciudades del reino y miembros del clero y la nobleza. En esta reunión se ha visto el nacimiento de las Cortes leonesas. Su labor cultural más importante fue la fundación en 1218 de la Universidad de Salamanca.

Una de las facetas más características de su reinado fue su actitud de independentismo leonés y de rivalidad con Castilla. Este enfrentamiento impidió la participación leonesa en la victoria de las Navas de Tolosa (1212). Los intereses de la política fronteriza le llevaron a establecer dos alianzas matrimoniales. En 1191 se casó con su prima Teresa Sánchez de Portugal y en 1197 con su sobrina Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, rey de Castilla (1158-1214). A su muerte dejó el reino a Sancha y Dulce, hijas de su primer matrimonio. Pero será su hijo, el rey Fernando III de Castilla, habido en su matrimonio con Berenguela, quien finalmente reciba el reino de León en 1230. A partir de este momento los dos reinos no volverán a separarse.

CASTILLA

Fernando I el Magno (1016-1065), rey de Castilla (1035-1065) y de León (1037-1065). Era el segundo hijo de Sancho III de Navarra y doña Mayor de Castilla. Fue designado por su padre para regir el condado castellano con el título de rey. Con él comienza en 1035 la historia del reino de Castilla. El título real llevó aparejado una importante merma de este territorio, ya que Sancho  III engrandeció Navarra con una amplia franja del este de Castilla en la que se incluían tierras cántabras, burgalesas y alavesas. En compensación, Fernando I recibió las tierras situadas entre el Cea y el Pisuerga.

Fernando I se casó en 1032 con la infanta Sancha, hermana de Vermudo III de León, lo que le posibilitaría el acceso al trono leonés. Las rivalidades fronterizas con León fueron la causa de su enfrentamiento con Vermudo III, que fue derrotado y muerto en la batalla de Tamarón (1037). Esta victoria sobre el rey leonés permitió al monarca castellano hacer valer los derechos de su mujer sobre León. Fernando se proclamó rey de León y Galicia y fue ungido como tal en la iglesia de Santa María de León en junio de 1038. Desde entonces se autotituló imperator, dignidad que le fue reconocida por sus hermanos los reyes de Navarra y Aragón. Para atender a la reorganización del reino leonés, Fernando convocó un concilio en Coyanza (Valencia de don Juan), en el que se abordaron cuestiones civiles y eclesiásticas. Los conflictos fronterizos también se suscitaron con Navarra, enfrentándole a su hermano García IV Sánchez III el de Nájera en la famosa batalla de Atapuerca (1054), en la que murió el navarro. Al principio Fernando I ocupó sólo el noroeste de la Bureba recibiendo el vasallaje de su sobrino Sancho IV, pero después consiguió el avance de la frontera castellana hasta Castro Urdiales, Valpuesta, Lantarón, Cellorigo y Pazuengos.

En sus relaciones políticas con los musulmanes hispanos, el rey Fernando alternó las conquistas militares con la explotación económica mediante la imposición de tributos. Reconquistó en el norte de Portugal las plazas de Viseo, Lamego y Coimbra, obligando a los musulmanes a retirarse al sur del Mondego. En 1063, las tropas del rey Fernando, capitaneadas por su hijo Sancho, se pusieron al servicio de al-Muqtadir de Zaragoza. Esta alianza de castellanos y musulmanes significó la victoria frente al rey de Aragón, Ramiro I, que intentaba conquistar Graus. A los demás reinos taifas se les exigió el reconocimiento de la soberanía de Castilla en forma de parias. Por este método se logró el vasallaje de Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla.

En 1063, ante una junta de magnates y obispos, Fernando diseñó el reparto de sus reinos. Su hijo mayor, Sancho, heredaría Castilla y las parias de Zaragoza; León sería para su hijo Alfonso junto con las parias de Toledo, y García recibiría Galicia y las parias de Badajoz y Sevilla.

El reinado de Fernando I señaló el comienzo de los esfuerzos castellanos por conseguir la hegemonía peninsular, mediante una política de expansión de Castilla a expensas de Navarra y de las tierras del noreste peninsular.

Alfonso VI (1040-1109), rey de León (1069-1109) y de Castilla (1072-1109). Hijo de Fernando I el Magno, rey de Castilla y de León (1035-1065). En 1065 recibió la Corona de León por voluntad de su padre. Los primeros años de su reinado se caracterizaron por las luchas fratricidas que se desencadenaron tras la desaparición de la reina Sancha (1067). La muerte de su hermano Sancho II de Castilla (1065-1072), que se había hecho con la Corona leonesa, le permitió recuperar su trono y reclamar para sí el de Castilla. En este momento se sitúa la jura exculpatoria de su posible participación en la muerte de Sancho, que le tomó El Cid a Alfonso en la iglesia de Santa Gadea de Burgos. Para evitar una nueva lucha fratricida encarceló a su hermano García, privándole de su reino de Galicia. A partir de este momento se dedicó a engrandecer sus territorios, fundamentalmente a costa de los musulmanes, combinando la presión militar y la extorsión económica. El 25 de mayo de 1085, y después de un largo asedio, conquistó Toledo. Este triunfo significó la incorporación a su reino de la tierra situada entre el sistema Central y el Tajo. Tras esta victoria, el monarca se tituló emperador de las dos religiones. Los reyes taifas, que se vieron acorralados por la presión castellana, decidieron pedir ayuda a los almorávides.

El emir Yusuf ibn Tasfin consiguió vencer a Alfonso VI en Sagrajas, cerca de Badajoz (1086). El monarca castellano-leonés volvería a ser derrotado en Uclés (1108) donde además morirá Sancho, su único hijo varón. La Corona terminaría por ello en manos de la infanta doña Urraca.

En el terreno cultural Alfonso VI fomentó la seguridad del Camino de Santiago e impulsó la introducción de la reforma cluniacense en los monasterios castellano-leoneses. El monarca sustituyó la liturgia mozárabe o toledana por la romana.

Urraca I (c. 1080-1126), reina de Castilla y de León (1109-1126). Heredó el trono a la muerte de su padre Alfonso VI (1109). Urraca, viuda de Raimundo de Borgoña, con quien había tenido al futuro Alfonso VII, se casó ese mismo año con el rey de Aragón Alfonso I el Batallador. Este matrimonio provocó una aguda crisis política que desembocó en una auténtica guerra civil entre los partidarios de la reina y los del rey aragonés. Al calor de esta agitación se desencadenaron importantes movimientos antiseñoriales como los de Santiago y Sahagún. En 1114 Alfonso I repudió a Urraca y volvió a Aragón. En Galicia, y aprovechando la situación de crisis general, se desarrolló una rebelión de carácter independentista protagonizada por el obispo Diego Gelmírez y el magnate Diego Froilaz.

Alfonso VII el Emperador (1105-1157), rey de Castilla y León (1126-1157). Heredó el trono a la muerte de su madre, la reina Urraca. En 1111 fue coronado rey de Galicia. Tras la muerte de su padrastro, Alfonso el Batallador (1134), el monarca castellano recuperó gran parte de las tierras disputadas a Navarra y Aragón. A pesar de que fue coronado emperador (1135), Alfonso no pudo evitar la formación de la Corona de Aragón y la consolidación de la independencia de Portugal. En su lucha frente al islam su principal empresa fue la expedición contra Almería en 1147, la cual se perdió diez años más tarde por la presión de los almohades. En su testamento el reino se dividió entre sus dos hijos: Sancho heredó Castilla y Fernando el reino de León.

Sancho III el Deseado (1133-1158), rey de Castilla (1157-1158). Era hijo del rey castellano-leonés Alfonso VII y de Berenguela. Al morir su padre, se separaron los reinos, recibiendo Sancho el de Castilla. Ratificó con Ramón Berenguer IV la devolución de Zaragoza y demás plazas ocupadas en tierras aragonesas a cambio del vasallaje del conde-rey (1158). Encargó la defensa de Calatrava al abad de Fitero, Raimundo, lo que fue el origen de la Orden de Calatrava (1158). Tras enfrentarse con su hermano, Fernando II de León, firmó el pacto de Sahagún (1158), que ratificaba la separación de los reinos. Su temprano fallecimiento, aunque dejó un heredero (el futuro Alfonso VIII), originó una áspera lucha por el poder en Castilla entre dos familias de la nobleza, los Castro y los Lara.

Alfonso VIII (1155-1214), rey de Castilla (1158-1214). Heredó el trono a la muerte de su padre Sancho III. La primera etapa de su reinado, hasta su mayoría de edad, se corresponde con un turbulento enfrentamiento entre dos facciones nobiliarias encabezadas por los Lara y los Castro.

Dos de las características más importantes de su reinado fueron los continuos problemas territoriales con el reino de León y los enfrentamientos con Navarra. Las conflictivas relaciones con el reino de León se suavizaron cuando se concertó el matrimonio de su hija con Alfonso IX de León. Berenguela aportó en dote la Tierra de Campos, que había sido la causa fundamental de polémica entre ambos reinos. Sin embargo, tras la disolución del matrimonio por el papa Inocencio III se reanudó el litigio. En la lucha contra el islam, el rey Alfonso VIII intentó extender sus fronteras al sur de sierra Nevada, pero fue derrotado por los almohades en Alarcos (1195). En 1208, los monarcas de Castilla, Navarra y Aragón firmaron una alianza que permitió la derrota de los almohades en la famosa y trascendental batalla de las Navas de Tolosa (1212). Esta victoria precipitó la caída del Imperio almohade y abrió a los cristianos el paso hacia el Guadalquivir.

Enrique I (de Castilla) (1204-1217), rey de Castilla (1214-1217). Hijo de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de Plantagenet, accedió al trono siendo un niño. Su madre iba a ocupar la tutela, pero murió al poco tiempo. En esas circunstancias se hizo cargo de la misma su hermana mayor, Berenguela, pero hubo de ceder la tutela del joven Enrique a las intrigas del poderoso conde Álvaro de Lara. Éste, que se enfrentó abiertamente con Berenguela, pretendió casar al joven rey con una infanta portuguesa y, al fallar esa tentativa por la negativa pontificia, con una hija de Alfonso IX, lo que hubiera significado la unión de los reinos castellano y leonés. Pero antes de celebrar los esponsales, Enrique I falleció en Palencia de forma accidental.

Fernando III el Santo (c. 1201-1252), rey de Castilla (1217- 1252) y de Castilla y León (1230-1252). A la muerte del rey Enrique I (1217), Berenguela, madre de Fernando, heredó la corona castellana. La reina renunció inmediatamente al trono en favor de su hijo. En 1220 Fernando III se casó con Beatriz de Suabia, matrimonio del que nació el futuro Alfonso X. En 1237 volvió a contraer matrimonio con Juana de Ponthieu.

Durante los primeros años de su reinado la vida política se caracterizó por la predominante presencia de su madre Berenguela en los asuntos del reino. En 1230 murió su padre Alfonso IX de León, que en su actitud anticastellana había designado como herederas a sus hijas Sancha y Dulce, habidas de su matrimonio con Teresa de Portugal. Sin embargo, la habilidad de Fernando, la ayuda de la Iglesia y de un sector de la nobleza leonesa, junto con la habilidad de Berenguela, consiguieron que la Corona de León recayera en Fernando. La unión de Castilla y de León bajo el cetro de Fernando III terminaba definitivamente con la separación de ambos reinos. La nueva unidad política y las expectativas abiertas años atrás por la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) permitieron que desde 1231 a 1236 se desarrollaran bajo el reinado de Fernando importantes campañas victoriosas frente a los musulmanes en el ámbito de la Reconquista. Su vasallo, el arzobispo Jiménez de Rada conquistó Quesada y Cazorla (1231). En 1236 se conquistó Córdoba, antigua capital del Califato.

La fase más importante de expansión territorial frente a los musulmanes se desarrolló entre 1240 y 1248. Durante este periodo se conquistó Jaén (1246), el reino de Murcia se convirtió en vasallo de Castilla (1243), y Sevilla capituló en noviembre de 1248, después de un largo asedio en el que participó una flota del Cantábrico creada por el marino Ramón Bonifaz.

El repoblamiento cristiano de Andalucía comenzó poco después de su conquista. La extensión e importancia económica y estratégica de las nuevas tierras obligaron al monarca a repoblar el territorio conquistado de una forma efectiva. El modo utilizado fue el llamado sistema de 'repartimientos', con dos modalidades: donadíos y heredamientos. Los primeros se utilizaron para repartir los bienes inmuebles, cuyos beneficiarios fueron principalmente la aristocracia laica y eclesiástica. Por su parte, los heredamientos hacen referencia al reparto de tierras entre verdaderos pobladores, que fueron tanto caballeros de linaje y villanos, como peones. Mediante este sistema se inició en Andalucía una estructura de grandes propiedades que permitió un incremento de la autoridad de los poderosos, tanto por las tierras que consiguieron, como por los derechos jurisdiccionales que acumularon en sus manos.

Por su parte, en Castilla y León, de donde salieron la mayoría de los pobladores de las nuevas tierras, se incrementaron los grandes dominios. La aristocracia militar, eclesiástica y de los concejos castellano-leonesa adquirió rápidamente los bienes que dejaban vacantes los emigrantes que se dirigían hacia el sur.

La dedicación del rey Fernando III a la empresa de la Reconquista, sus grandes muestras de piedad y su respeto a la moral cristiana le valieron el calificativo de Santo y en 1671 su ascenso a los altares.

Alfonso X el Sabio (1221-1284), rey de Castilla y de León (1252-1284), una de las figuras políticas y culturales más significativas de la edad media en la península Ibérica y en el resto del continente europeo.

Hijo del monarca Fernando III —en el cual confluyeron definitivamente los dos tronos que habrían de constituir la Corona de Castilla— y de la primera esposa de éste, Beatriz de Suabia —hija del emperador Felipe de Suabia—; nació el 23 de noviembre de 1221, en Toledo. Contrajo matrimonio, en 1249, con Violante de Aragón, hija del rey aragonés Jaime I el Conquistador. A la muerte de su padre, reanudó la ofensiva contra los musulmanes (dentro del proceso general de la Reconquista), ocupando las fortalezas de Jerez (1253) y Cádiz (c.  1262). En 1264, tuvo que hacer frente a una importante revuelta de los mudéjares asentados en el valle del Guadalquivir. La tarea más ambiciosa del Rey fue su aspiración al Sacro Imperio Romano Germánico, proyecto al que dedicó más de la mitad de su reinado. La última familia que había ostentado la titularidad del Imperio eran los Hohenstaufen, de la que descendía por línea materna Alfonso X. Junto al Rey Sabio apareció otro candidato al Sacro Imperio, el inglés Ricardo de Cornualles. En 1257, los siete grandes electores imperiales no unificaron su decisión y durante varios años el Imperio estuvo vacante, ya que ninguno de los dos candidatos consiguió imponerse. Finalmente, en septiembre de 1273, Rodolfo I de Habsburgo fue elegido emperador y, en mayo de 1275, Alfonso X renunció definitivamente al Imperio ante el papa Gregorio X.

Los últimos años de su reinado fueron especialmente sombríos. Desde 1272, un sector de la alta nobleza se enfrentó al monarca. Además, la muerte en 1275 del infante Fernando, primogénito de Alfonso X, abrió un disputado pleito de sucesión. Los hijos de aquél, los llamados infantes de la Cerda, Alfonso y Fernando, pugnaron por la sucesión regia con el infante Sancho, segundo de los hijos de Alfonso X. Finalmente, fue este último infante el que consiguió imponerse en el trono, al que accedió en 1284 —tras el fallecimiento de su padre—como Sancho IV.

En el terreno económico, Alfonso X facilitó el comercio interior en su reino con la concesión de ferias a numerosas villas y ciudades. El Rey estableció un sistema fiscal y aduanero avanzado que potenció los ingresos de la Hacienda regia. Su más conocida disposición en asuntos económicos fue el reconocimiento jurídico del Honrado Concejo de la Mesta, institución aglutinadora de los intereses de la ganadería trashumante del reino.

Una de las facetas más importantes del reinado de Alfonso X fue su labor legisladora, indisolublemente ligada a la introducción en Castilla y León del Derecho romano. Bajo su impulso, se organizó un formidable corpus de textos jurídicos, tanto doctrinales como normativos. Sus obras más significativas en este terreno fueron el Fuero Real, el Espéculo y el Código de las Siete Partidas.

Las grandes realizaciones del monarca en el campo de la cultura le merecieron con justicia el apelativo de `Sabio'. La nota más singular de su empresa cultural fue su vinculación simultánea a Oriente y Occidente. Con él se desarrolló en la Corona de Castilla una cultura de síntesis, en la que entraban ingredientes tanto cristianos como musulmanes y judíos. La fecundidad de la colaboración entre intelectuales de las tres culturas tiene su máxima expresión en la Escuela de traductores de Toledo. Dentro de esta magnífica empresa cultural brilló con luz propia la astronomía, cuya obra más significativa fueron las Tablas astronómicas alfonsíes, elaboradas en 1272. La actividad historiográfica de Alfonso X y de sus colaboradores se concretó en obras como la Estoria de España y la Grande e general estoria, redactadas en lengua romance como prueba del importante apoyo del monarca al idioma castellano. En el campo de la poesía, Alfonso X nos ha transmitido un espléndido repertorio de Cantigas, siendo las más conocidas las de carácter religioso o de Santa María. El monarca castellano-leonés potenció notablemente los estudios musicales, y, en el terreno propiamente recreativo, destaca la obra que salió de los talleres alfonsinos con el nombre de Libros de axedrez, dados e tablas. Por lo que se refiere a la arquitectura, la obra más importante llevada a cabo durante su reinado fue la catedral de León, finalizada años después del fallecimiento de Alfonso X, el cual tuvo lugar, el 4 de abril de 1284, en Sevilla.

Sancho IV el Bravo (1258-1295), rey de Castilla y de León (1284-1295). Hijo de Alfonso X y de doña Violante de Aragón, se casó en 1282 con María de Molina. Muerto Alfonso X, y a pesar de haber sido desheredado en favor de sus sobrinos, los infantes de la Cerda, Sancho consiguió ser coronado en Toledo rey de Castilla y de León (1284). En 1288 el monarca mató a su privado (principal persona de confianza) Lope Díaz de Haro, que defendía una alianza proaragonesista, y aseguró la alianza de su reino con Francia. Sin embargo, la entronización en Aragón de Jaime II (1291-1327) posibilitó un acercamiento entre las dos coronas que permitió reanudar la Reconquista castellana. Se consiguió así una gran victoria sobre los Benimerines (dinastía bereber) que tuvo su punto culminante en la conquista de Tarifa (1292).

Fernando IV (c. 1285-1312), rey de Castilla (1295-1312), hijo de Sancho IV. La muerte de éste resucitó un antiguo problema sucesorio. Fernando IV, heredero del trono, era un niño cuando falleció su padre. Su madre, María de Molina, asumió la regencia en una situación política complicada pues parte de la nobleza vio la posibilidad de imponer su poder. Tras negociar con la nobleza, María de Molina logró ver reconocido el derecho de su hijo al trono, pero a cambio de elevados sacrificios, puesto que la Corona se encontraba en una situación de gran debilidad frente a los nobles. Castilla se vio amenazada, además de por sus problemas internos, por los reinos de Portugal y de Aragón. En 1301 Fernando fue proclamado mayor de edad y se le pretendió separar de su madre. Fernando IV alcanzó un acuerdo de paz con el reino de Granada, lo que le permitió reafirmar su autoridad en su propio reino, aunque los problemas internos con la nobleza y los exteriores con Aragón continuaron, a pesar de una intensa búsqueda de la paz. Fernando IV firmó un acuerdo, la Sentencia de Torrellas (1304), con Aragón por el que quedaron delimitadas las fronteras entre ambos reinos. También participó en la alianza acordada en 1309 con los monarcas de Aragón y Portugal para luchar de forma conjunta contra el reino Nazarí de Granada. En la campaña de 1312 Fernando IV falleció, dejando inconclusos los planes de conquista y de reforzamiento del poder de la Corona de Castilla.

Alfonso XI el Justiciero (1311-1350), rey de Castilla y de León (1312-1350). Hijo de Fernando IV y de Constanza de Portugal, la primera parte de su reinado se correspondió con su minoría de edad (1312-1325). Este periodo se caracterizó por la diversidad de pretendientes deseosos de ejercer la tutoría del reino. En 1313 se impusieron como tutores su abuela María de Molina y los infantes Pedro, hijo de Sancho IV, y Juan, hijo de Alfonso X. Tras la muerte de estos infantes en la Vega de Granada (1319) y de María de Molina (1321), varios regentes se disputaron el poder en el reino.

Cuando Alfonso XI alcanzó la mayoría de edad, se propuso imponer su autoridad. Para luchar contra los magnates buscó el apoyo de la pequeña nobleza y de los burgueses y comerciantes. En su afán por reforzar el poder monárquico suprimió las Hermandades, movimientos de carácter antiseñorial, peligrosas para el orden feudal que el rey quería restaurar. Alfonso XI suprimió también las asambleas generales de vecinos, que fueron sustituidas por concejos reducidos o regimientos. Creó la figura de los corregidores, funcionarios reales con poder administrativo y judicial en las ciudades. Su gran actividad legislativa alcanzó su máxima expresión en el Ordenamiento de Alcalá (1348).

Durante su reinado se consolidó la estructura económica ganadera de Castilla. Aprovechando la guerra de los Cien Años y la negativa de Inglaterra a suministrar lana a la industria textil flamenca, se incrementó la exportación de la lana castellana.

El final de su reinado se caracterizó por el enfrentamiento con los musulmanes por el estrecho de Gibraltar. Para hacer frente al peligro, Alfonso XI, ayudado por Alfonso IV de Portugal, derrotó a los Benimerines a orillas del Salado (1340). En el curso de estas operaciones militares en la zona del estrecho de Gibraltar, el monarca murió víctima de la peste negra.

Pedro I el Cruel (1334-1369), rey de Castilla y León (1350-1369). Hijo de Alfonso XI y María de Portugal, heredó el trono en medio de una compleja situación política y de una profunda crisis económica. Su padre había tenido diez hijos bastardos con Leonor de Guzmán, entre los que estaba el conde de Trastámara, el futuro Enrique II. Durante el periodo de 1351 a 1353, el reinado de Pedro I estuvo presidido por la figura de Juan Alfonso de Alburquerque, que con su actuación agudizó la crisis política del momento y preparó el estallido de la contienda civil. Durante el gobierno de Alburquerque, Leonor de Guzmán fue asesinada, se preparó la alianza de Castilla con Francia, y se pactó el matrimonio de Pedro I con Blanca de Borbón que se celebró a mediados de 1353. Sin embargo, el rey castellano, nada más conocer que la dote pactada no podía ser pagada, abandonó a su esposa y volvió con María de Padilla, con quien estaba unido sentimentalmente desde 1352. A partir de este momento, y aprovechando la orden de prisión que el rey dictó sobre doña Blanca, se produjo una rebelión nobiliaria capitaneada por el bastardo Enrique de Trastámara, que pretendía el trono castellano; el maestre de Santiago don Fadrique y Juan Alfonso de Alburquerque. La guerra civil no tardó en comenzar y con ella las sangrientas represiones que el rey impuso a los rebeldes y que le valieron el calificativo de Cruel. En 1354 Pedro I se casó con Juana de Castro a la que pronto repudió también.

Durante el conflicto civil Pedro I contó con el apoyo de la pequeña nobleza y las ciudades, mientras que muchos de los nobles sublevados se refugiaron en Aragón, donde Pedro IV el Ceremonioso les ofreció su ayuda. La guerra castellana, que duró desde 1356 hasta 1369, se convirtió así en un conflicto peninsular entre Castilla y Aragón.

Durante estos años, y en medio de numerosas batallas, se firmaron diferentes treguas. En julio de 1363 se concertó la Paz de Murviedro por la que Calatayud, Tarazona y Teruel pasaron a manos castellanas; el infante Fernando, hermano del rey aragonés, que también aspiraba al trono castellano, fue asesinado. Sin embargo, en 1364 Pedro I reanudó la lucha, y el conflicto peninsular entró a formar parte de la guerra de los Cien Años.

En enero de 1366 mercenarios franceses y aragoneses vinieron a España para ayudar al conde de Trastámara en sus pretensiones al trono. Con este apoyo, Enrique fue proclamado rey en Calahorra (marzo de 1366) y se adueñó de todo el reino a excepción de Galicia. Por su parte, Pedro I solicitó ayuda a Inglaterra y pactó con Eduardo el Príncipe Negro, la intervención en la contienda española. De esta manera los ejércitos trastamaristas fueron derrotados en Nájera (1367). Pero el triunfo final fue para Enrique, que consiguió la ayuda de tropas francesas mandadas por Bertrand Du Guesclin. Éstas derrotaron definitivamente a Pedro I en Montiel en marzo de 1369. En este mismo lugar el rey Pedro fue asesinado y el bastardo subió al trono con el nombre de Enrique II.

Enrique II (de Castilla) (1333-1379), rey de Castilla (1369-1379). Hijo bastardo de Alfonso XI, fue el primer rey castellano de la Casa de Trastámara. Encabezó la rebelión nobiliaria contra su hermano Pedro I el Cruel y con el apoyo de Francia y Aragón logró la victoria definitiva (1369). Bajo su mandato nació la Audiencia y se reorganizó la Hermandad, importante instrumento del orden público. Sus partidarios durante la guerra civil fueron recompensados generosamente con las llamadas 'mercedes enriqueñas', que permitieron el enriquecimiento de familias como los Mendoza, Velasco y Manrique. El rey firmó tratados de paz con Portugal y Aragón, sentando así las bases de la hegemonía castellana en la península Ibérica. Enrique II luchó al lado de Francia en la guerra de los Cien Años, derrotando a la flota británica en La Rochela (1372).

Juan I (de Castilla) (1358-1390), rey de Castilla (1379-1390), hijo de Enrique II. Nació en Épila (Zaragoza). Juan I consolidó el poder de la Casa de Trastámara, instaurada en el trono castellano en 1369 por su padre, y desarrolló la política legislativa iniciada por éste. En 1385 creó el Consejo Real. Reforzó el poder de la Corona frente al de la nobleza. Juan invadió Portugal para desbaratar los proyectos de Juan de Gante, duque de Lancaster e hijo de Eduardo III de Inglaterra, que había asumido el título de rey de Castilla, y del rey Fernando I de Portugal, situación creada en el contexto del proceso de internacionalización de la guerra de los Cien Años, conflicto en el cual Castilla se encontraba aliada a Francia. Fernando I se rindió en 1382 tras ser derrotado por la flota castellana en la batalla de Saltes (1381), y firmó la Paz de Elvas, dando su hija, la infanta Beatriz de Portugal, en matrimonio a Juan I. Tras la muerte de Fernando I (1383) Juan declaró nuevamente la guerra a Portugal, pretendiendo hacer valer supuestos derechos sucesorios a la Corona portuguesa adquiridos por su enlace, pero fue derrotado en la batalla de Aljubarrota (1385) por Juan I de Portugal. En 1386 rechazó la invasión de Juan de Gante y ambos zanjaron sus diferencias mediante el Acuerdo de Bayona (1388), por el que se concertó el matrimonio de Catalina, hija de Gante con el hijo de Juan, Enrique (más tarde Enrique III de Castilla ). En el tramo final de su reinado aparecieron los primeros signos de una grave crisis social y económica.

Enrique III (de Castilla) (1379-1406), rey de Castilla (1390-1406). A la muerte de su padre Juan I (1390) se abrió un periodo determinado por su minoría de edad, que duró hasta 1393 y durante el que se sucedieron diversas fórmulas de regencia ineficaces. En 1391, y favorecidas por el desgobierno existente, tuvieron lugar importantes revueltas antisemitas en las principales ciudades andaluzas. En 1393 comenzó el gobierno personal del rey que se caracterizó por una política autoritaria y centralizadora. Enrique III sometió bajo su poder a la alta nobleza y controló a las ciudades a través de los corregidores. Apoyó al aragonés Pedro de Luna (Benedicto XIII), elegido papa de Aviñón en el llamado Cisma de Occidente, e intentó una alianza con Tamerlán, caudillo de los tártaros, para hacer frente a los musulmanes en el Mediterráneo.

Juan II (de Castilla) (1405-1454), rey de Castilla (1406-1454), su reinado fue un enfrentamiento casi permanente entre la monarquía y la nobleza castellana y aragonesa.

Miembro de la Casa de Trastámara, era hijo del rey castellano Enrique III y de Catalina de Lancaster. Nació el 6 de marzo de 1405 en la localidad zamorana de Toro. Heredó el trono castellano al fallecimiento de su padre, en 1406, cuando apenas tenía un año. Durante su minoría de edad, el gobierno de Castilla estuvo en manos de su madre y de su tío Fernando de Antequera, quien tras el compromiso de Caspe (1412) pasó a ser rey de Aragón. La regencia de Fernando I de Antequera sobre la Corona de Castilla permitió que sus hijos, los infantes de Aragón, y sus partidarios, formaran en ella un grupo político muy poderoso.

En 1417, Juan II alcanzó la mayoría de edad y al año siguiente contrajo matrimonio con María de Aragón, hija del ya monarca aragonés Fernando I de Antequera. Uno de los infantes de Aragón (hermanos a su vez de María), Enrique, le tomó preso en 1420. Consiguió huir ese mismo año con la ayuda de su hombre de confianza, Álvaro de Luna. A partir de este momento se perfilaron en Castilla tres fuerzas políticas en lucha: el partido monárquico, integrado por la pequeña nobleza y encabezado por el valido del monarca, Álvaro de Luna; los infantes de Aragón y la alta nobleza castellana. La alianza de los grandes de Castilla con el clan aragonés supuso en 1427 el primer destierro de Álvaro de Luna. Esta alianza se rompió pronto y el valido volvió a la corte. Los infantes de Aragón fueron expulsados de Castilla en 1429, dando así comienzo a un conflicto entre los reinos de Castilla y Aragón que terminó en 1430 con las llamadas Treguas de Majano.

Durante los diez años siguientes Álvaro de Luna consiguió imponer su poder en Castilla, hasta el punto de alentar la expedición militar contra el reino Nazarí de Granada que en julio de 1431 supuso la victoria cristiana en la batalla de la Higueruela. Pero en 1439 la reacción nobiliaria ante el fortalecimiento del valido regio y su partido estimuló una nueva alianza con los infantes de Aragón que volvieron a Castilla provocando un año más tarde el segundo destierro de Álvaro de Luna. Sin embargo, la prepotencia de los infantes de Aragón, que secuestraron a Juan II (Rámaga, 1443), hizo que se coaligaran las fuerzas políticas castellanas defensoras de la autoridad regia, las cuales vencieron en 1445 a la caballería de la aristocracia castellana y de los infantes en Olmedo. A partir de este momento la pugna por el poder se estableció entre el partido monárquico y la aristocracia castellana, quedando eliminada la participación del rey navarro y futuro monarca aragonés Juan II (uno de los infantes de Aragón) en los asuntos internos castellanos.

La ejecución de Álvaro de Luna en 1453, posterior a la orden de detención dada por el propio Rey, significó la momentánea victoria de la oligarquía nobiliaria castellana. En 1447, dos años después de la muerte de su primera esposa, Juan II había vuelto a casarse, en esta ocasión con Isabel de Portugal. Juan II falleció el 21 de julio de 1454, en Valladolid. Sus hijos, Enrique IV, fruto de su primer matrimonio, e Isabel I, nacida de su segundo enlace, fueron asimismo reyes de Castilla.

Durante el reinado de Juan II, en medio de la pugna descrita, se produjo asimismo un renacimiento cultural, especialmente en el campo literario. El monarca fue mecenas de su cronista, el poeta Juan de Mena, y de otros escritores, como su escribano, Juan Alfonso Baena, o Íñigo López de Mendoza.

Enrique IV (de Castilla) (1425-1474), rey de Castilla (1454-1474). Hijo de Juan II de Castilla y de María de Aragón. En 1440 casó con Blanca de Navarra (futura Blanca II) y en 1455 con Juana de Portugal.

Hasta 1461 gobernó con la ayuda de su favorito Juan Pacheco y se enfrentó a la alta nobleza castellana. Esta crisis favoreció las injerencias en Castilla de Juan II de Aragón. Entre 1461 y 1463, los asuntos de Castilla y Cataluña se mezclaron. Enrique IV apoyó a Carlos de Viana, hijo de Juan II de Aragón que estaba enfrentado a su padre. Muerto Carlos, la oligarquía catalana le ofreció a Enrique IV el mando de Cataluña, proposición que, aunque no se materializaría de forma permanente, fue aceptada por éste en contra de la nobleza castellana. Beltrán de la Cueva y linajes como los Mendoza fueron los principales apoyos del rey durante esta etapa.

Desde 1463 a 1468 volvió a producirse el enfrentamiento entre Enrique IV y la alta nobleza, reflejado en la cuestión de la sucesión castellana. Los nobles sublevados intentaron que el rey reconociera como heredero a su hermano, el príncipe Alfonso, y propagaron el rumor de que su hija Juana era ilegítima, apodándola 'la Beltraneja' para indicar que su verdadero padre era Beltrán de la Cueva. La pugna entre el rey y la nobleza culminó en la ceremonia conocida como 'la farsa de Ávila', donde Enrique IV fue simbólicamente destronado y Alfonso proclamado rey.

La lucha entre los hermanos duró hasta la muerte de Alfonso en julio de 1468. A partir de este momento Enrique volvió a ceder a las presiones de los nobles y reconoció como heredera a su hermana Isabel (Concordia de los Toros de Guisando, septiembre de 1468). Cuando Isabel —la futura Isabel I— se reveló como defensora de la monarquía, los nobles decidieron regresar al lado de Enrique IV y defender la causa de Juana. Estalló así la guerra civil (guerra de Sucesión de Castilla) que se inició en 1474 con la muerte del rey.

Isabel I la Católica (1451-1504), reina de Castilla (1474-1504), durante su reinado se produjo el descubrimiento europeo del continente americano y la unión dinástica de la Corona de Castilla con la Corona de Aragón bajo la Casa de Trastámara.

Nacida el 22 de abril de 1451 en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, era hija del rey castellano Juan II y de la segunda esposa de éste, Isabel de Portugal (hija a su vez de Juan, infante portugués, y nieta del rey de Portugal Juan I el Grande). En 1469 se casó con Fernando II de Aragón y cinco años después, a la muerte de su hermano, el rey Enrique IV, entabló una guerra contra los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja por la sucesión al trono castellano (la llamada guerra de Sucesión de Castilla).

Su triunfo en dicho conflicto sucesorio supuso la definitiva unión dinástica de las coronas aragonesa y castellana. Isabel I y Fernando II inauguraron un Estado moderno en los reinos que habrían de acabar por conformar España. Con ambos terminó la empresa medieval de la Reconquista, se inició el camino hacia la unidad territorial —que se consumaría de alguna manera con su bisnieto, el rey Felipe II— y surgió la monarquía autoritaria con una nueva organización interna. Su objetivo político de sanear las instituciones existentes y de crear otras que pudieran servir a su autoridad, se inició con la reorganización legal de las Cortes de Toledo, y continuó con la recopilación de las Ordenanzas Reales de Castilla (realizada por Alonso Díaz de Montalvo) y con la inserción en el gobierno de un grupo de letrados adictos al poder de la monarquía, que formarán parte del Consejo Real y de los nuevos consejos, serán alcaldes y oidores de las chancillerías y audiencias, y corregidores de las ciudades.

La nobleza, que acató el triunfo de Isabel I en la guerra de Sucesión de Castilla, finalizada en 1479, fue también su colaboradora en el nuevo régimen, viendo consolidado su dominio económico y social, y generalizada legalmente la institución del mayorazgo. En un momento de calma internacional, los Reyes decidieron terminar con el último bastión musulmán en Europa occidental mediante la conquista del reino Nazarí, obtenida merced a su victoria en la guerra de Granada (1481-1492), que repoblaron con más de 35.000 castellanos.

Aunque la obra de Fernando II e Isabel I es prácticamente inseparable, fueron decisiones tomadas preferentemente por la Reina las acciones encaminadas a la consecución de la unidad religiosa mediante el establecimiento de la nueva Inquisición (1478), dirigida en principio contra los conversos que judaizaban en Andalucía y extendida después por todos los reinos; la expulsión de los judíos (1492), medida complementaria de la anterior, que obligaba a éstos mediante decreto a convertirse o emigrar; y la conversión de otras minorías religiosas como los moriscos de Granada, a los que trató de atraer mediante la tolerancia y las predicaciones de fray Hernando de Talavera y, al no conseguirlo, impuso los métodos más severos de Francisco Jiménez de Cisneros (más conocido como el cardenal Cisneros), provocando rebeliones de 1499 a 1501, seguidas de conversiones en masa al catolicismo. La selección de obispos capaces y la reforma del clero contribuyeron también a reforzar este intento de unidad religiosa.

Voluntad de Isabel I fue asimismo mantener una amistad cada vez más estrecha con Portugal, mediando ella personal y directamente en sus relaciones y en los matrimonios de su hija Isabel con el infante Alfonso, heredero del trono de Portugal (1490) y, tras la muerte de éste, ocurrida en 1491, con el rey portugués Manuel I el Afortunado (1495), así como la de su otra hija, María de Aragón, con el propio Manuel I, dos años después de que éste enviudara en 1498. Gran empeño puso igualmente en la expansión ultramarina en el océano Atlántico, que iniciada ya con anterioridad en las islas Canarias, culminaría con el descubrimiento de América en 1492. Aunque después de las primeras empresas colombinas, ni ella ni su marido, que siguieron protegiendo a Cristóbal Colón, se volcaron en la empresa, Isabel I marcó su impronta por el empeño de que se cristianizara a los indígenas y de que no fueran esclavizados según las normas jurídicas vigentes.

En política internacional, aceptó las directrices de Fernando, heredadas de las relaciones internacionales ejercidas por la Corona de Aragón. La tradicional amistad con Francia fue sustituida por el acercamiento al Sacro Imperio Romano Germánico y a Inglaterra, con los que se concertaron los enlaces matrimoniales de sus hijos Juan (casado en 1497 con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I), Juana (la futura reina de Castilla y de Aragón, más conocida como Juana I la Loca, que contrajo matrimonio en 1496 con Felipe el Hermoso, asimismo hijo del emperador Maximiliano I) y Catalina de Aragón (casada sucesivamente con el heredero inglés, Arturo, en 1501, y con el futuro rey de Inglaterra, Enrique VIII, en 1509).

Con tropas y dinero castellanos, Fernando pudo hostilizar a Bretaña (1488-1490), defender el Rosellón y la Cerdaña devueltos por el rey francés Carlos VIII y llevar a cabo la conquista de Nápoles, gracias a las campañas emprendidas entre 1494 y 1504. Fruto de esta política mediterránea sería el título de Reyes Católicos que les concedió en 1496 el papa Alejandro VI. La reina Isabel I falleció el 26 de noviembre de 1504 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo.

Le sucedieron al frente del trono castellano su hija Juana I la Loca y su yerno Felipe I el Hermoso, si bien, en 1506, tras el fallecimiento de éste, Fernando II se convirtió en regente de la Corona de Castilla.

En política internacional, aceptó las directrices de Fernando, heredadas de las relaciones internacionales ejercidas por la Corona de Aragón. La tradicional amistad con Francia fue sustituida por el acercamiento al Sacro Imperio Romano Germánico y a Inglaterra, con los que se concertaron los enlaces matrimoniales de sus hijos Juan (casado en 1497 con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I), Juana (la futura reina de Castilla y de Aragón, más conocida como Juana I la Loca, que contrajo matrimonio en 1496 con Felipe el Hermoso, asimismo hijo del emperador Maximiliano I) y Catalina de Aragón (casada sucesivamente con el heredero inglés, Arturo, en 1501, y con el futuro rey de Inglaterra, Enrique VIII, en 1509).

Con tropas y dinero castellanos, Fernando pudo hostilizar a Bretaña (1488-1490), defender el Rosellón y la Cerdaña devueltos por el rey francés Carlos VIII y llevar a cabo la conquista de Nápoles, gracias a las campañas emprendidas entre 1494 y 1504. Fruto de esta política mediterránea sería el título de Reyes Católicos que les concedió en 1496 el papa Alejandro VI. La reina Isabel I falleció el 26 de noviembre de 1504 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Le sucedieron al frente del trono castellano su hija Juana I la Loca y su yerno Felipe I el Hermoso, si bien, en 1506, tras el fallecimiento de éste, Fernando II se convirtió en regente de la Corona de Castilla.

Juana I la Loca (1479-1555), reina de Castilla (1504-1555) y de Aragón (1516-1555), apenas desempeñó el poder que tales títulos parecían suponer, dado que los verdaderos gobernantes fueron, sucesivamente, su esposo Felipe I el Hermoso, su padre Fernando II y su hijo Carlos (el futuro rey Carlos I y emperador Carlos V).

Tercera hija de Isabel I de Castilla y de Fernando II de Aragón (los Reyes Católicos), nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479, y, educada por Beatriz Galindo, fue una de las princesas más instruidas de la Europa de la época. De acuerdo con la política internacional de su padre, tendente a reforzar las relaciones con el Sacro Imperio Romano Germánico y fortalecer la política antifrancesa, en septiembre de 1496 contrajo matrimonio con el archiduque Felipe, primogénito del emperador Maximiliano I y de María de Borgoña. Tras el fallecimiento de sus hermanos Juan e Isabel en 1497 y 1498, respectivamente, y el de su sobrino Miguel (hijo de esta última y del rey de Portugal Manuel I el Afortunado) en 1500, pasó a ser heredera de Castilla y Aragón. Pese a las claras señales de enajenación mental y a las tendencias francesas de su marido, su madre Isabel la nombró heredera en su testamento, aunque especificó que en caso de ausencia o incapacidad administrase el reino Fernando II el Católico hasta la mayoría de edad de su nieto Carlos.

Juana y su marido fueron reconocidos como herederos por las Cortes de Castilla y las de Aragón en 1502. Muerta Isabel (1504), Fernando tenía esperanzas de conservar el gobierno en nombre de su hija, pero la actitud de una parte de la nobleza castellana, que se acercó a Felipe, le obligó a retirarse a Aragón. Durante un breve periodo, gobernó en Castilla Felipe el Hermoso, pero su fallecimiento (ocurrido el 25 de septiembre de 1506) y la consecuente acentuación del desequilibrio de Juana hicieron que su padre asumiera de nuevo el gobierno de Castilla en 1506.

De su matrimonio con Felipe dio a luz, además de a quien se convertiría en el emperador Carlos V (nacido en 1500), a: Leonor de Austria (1498), futura reina de Portugal (1518-1521) tras casarse con Manuel I el Afortunado, y de Francia (1530-1547) al contraer matrimonio con Francisco I; Isabel de Austria (1501), quien habría de ser reina de Dinamarca desde 1515 hasta 1523, luego de desposarse con Cristián II; Fernando I de Habsburgo (1503), futuro sucesor de su hermano Carlos en el desempeño del Sacro Imperio desde 1558; María de Austria (1505), que, en 1522, accedería al reino de Hungría y, desde 1531 hasta 1555, sería gobernadora de los Países Bajos; y Catalina de Austria (1507), la cual pasaría a ser reina de Portugal en 1525 al casarse con Juan III el Piadoso. Cuando murió Fernando II (25 de enero de 1516), el nieto de éste, Carlos, se hizo dar el título de rey de las dos coronas (la de Castilla y la de Aragón), aunque Juana siguió siendo reina y en los documentos su nombre figuraba en primer lugar. Por lo demás, permaneció alejada de toda actividad política en su residencia de Tordesillas (Valladolid), donde se encontraba cuando se dirigieron a ella los principales dirigentes de la revuelta de las Comunidades en 1520 con el objetivo insatisfecho de ganarla para su causa. Falleció en dicha localidad el 11 de abril de 1555.

Felipe I el Hermoso (1478-1506), rey de Castilla (1504-1506) y archiduque de Austria, perteneciente a la Casa de Habsburgo; fue el primer monarca de una larga y sucesiva lista de miembros de esa importante dinastía, también conocida como de los Austrias, que reinó en los territorios españoles para suceder a la Casa de Trastámara.

Nació el 22 de julio de 1478, en la hoy ciudad belga de Brujas, entonces perteneciente a Flandes, región también denominada habitualmente Países Bajos. Era el primogénito de Maximiliano I (quien desde 1493 sería emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, de ahí que Felipe fuera archiduque de Austria) y de María de Borgoña, duquesa de Borgoña y gobernadora de los Países Bajos. Precisamente, en 1482, al fallecer su madre, heredó el título de gobernador de los Países Bajos.

En septiembre de 1496, contrajo matrimonio con la que sería llamada Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos y heredera a partir de 1500 de las coronas de Castilla y de Aragón. Su heredero, Carlos de Gante, el futuro rey Carlos I y emperador Carlos V, nació el 24 de febrero de 1500 y sería el depositario de una vastísima extensión territorial. Dos años antes que Carlos, había nacido la primera hija del matrimonio: Leonor de Austria, futura reina consorte de Portugal y de Francia. En 1501, su esposa dio a luz a Isabel de Austria, que reinaría en Dinamarca y, dos años después, a Fernando I de Habsburgo, décadas más tarde sucesor de su hermano Carlos como emperador. Su quinta hija, María de Austria, nació en 1505 y se convertiría en reina consorte de Hungría y en gobernadora de los Países Bajos. Su última hija vino al mundo dos años después, se llamaba Catalina de Austria y llegaría a ser también reina consorte de Portugal.

La discutida locura de Juana I motivó que la suegra de Felipe I, la reina castellana Isabel I la Católica, nombrara en 1504 regente de Castilla a su esposo, el rey aragonés Fernando II el Católico, en caso de muestras de incapacidad de su hija y hasta la mayoría de edad de Carlos de Gante, su primer nieto. Dos años antes, las Cortes de Castilla y las de Aragón, reunidas respectivamente en Toledo y en Zaragoza, habían declarado a Juana I y a Felipe I herederos de las dos coronas.

El archiduque Felipe de Habsburgo, siempre vinculado a la corte borgoñona y con el apoyo de muchos nobles castellanos, desembarcó en España en abril de 1506 y logró que su suegro, Fernando II el Católico, se retirara a Aragón. Pero solamente pudo reinar en Castilla hasta septiembre, ya que murió súbitamente en Burgos el día 25 de ese mes. El equilibrio emocional e intelectual de su viuda se vio, desde entonces, permanentemente dañado.

NAVARRRA

Sancho Garcés I o Sancho I Garcés (fallecido en el 925), rey de Pamplona (nombre por el que se conoció, en un principio, al reino de Navarra; 905-925), el primero de la dinastía Jimena. Comenzó su reinado hostigando, con éxito, a los musulmanes del valle del Ebro, e incorporando diversos territorios en las riberas de los ríos Ega, Arga y Aragón. Años después, aliado con el rey de León, comenzó su avance reconquistador por tierras riojanas, pero el emir cordobés Abd al-Rahman III contraatacó, derrotando a los cristianos en Valdejunquera (920). No obstante, unos años después Sancho Garcés I reanudó el avance por La Rioja, logrando ocupar la fortaleza de Viguera y la antigua ciudad romana de Calahorra (923). Aunque reaccionó nuevamente Abd al-Rahman III (924), el monarca pamplonés pudo mantener incólumes sus conquistas. Simultáneamente, logró que el condado de Aragón reconociera la soberanía de Pamplona.

García II Sánchez I (rey de Navarra) (918-970), rey de Pamplona (nombre que recibió, en principio, el reino de Navarra; 925-970). Accedió al trono siendo un niño, por lo que su madre, la reina Toda, hubo de actuar como tutora. Adoptó una posición defensiva frente a los ataques de los ejércitos musulmanes cordobeses. No obstante, los pamploneses ayudaron a Ramiro II de León en la victoriosa batalla de Simancas (939). La familia real pamplonesa tuvo una estrecha relación con la de León, de lo que derivó su intervención en los asuntos internos de aquel reino. Esa política, junto con la sumisión a al-Andalus, debilitó notablemente a los cristianos. En esas condiciones, los musulmanes volvieron a lanzar aceifas, en una de las cuales recuperaron Calahorra (968). García II Sánchez I casó con la heredera del condado de Aragón, Andregoto Galíndez.

Sancho Garcés II o Sancho II Garcés (fallecido en el 994), rey de Pamplona (nombre por el que, en un principio, se conoció al reino de Navarra) y conde de Aragón (970-994), coetáneo de las terroríficas razias de Almanzor contra los cristianos. Comenzó atacando, junto a leoneses y castellanos, la plaza de Gormaz, pero los musulmanes le derrotaron. La ocupación del poder efectivo en Córdoba a cargo de Almanzor se tradujo en el lanzamiento de interminables campañas militares contra los territorios cristianos. El primer ataque contra Pamplona tuvo lugar el año 978. Unos años más tarde (982), Sancho Garcés II pactó su sometimiento a Almanzor, que se casó con una hija suya, de la que tuvo a Abd al-Rahman Sanchuelo. Años después, el monarca pamplonés intentó zafarse de esa dependencia, pero los musulmanes volvieron a atacar las tierras navarras (992), lo que supuso la ratificación de la sumisión de Sancho Garcés II.

García IV Sánchez III el de Nájera (fallecido en 1054), rey de Pamplona (denominación por la que se conoce, durante sus primeros años, al reino de Navarra; 1035-1054). Primogénito de Sancho III el Mayor, al que sucedió en el reino pamplonés, que incluía territorios vascongados y de la vieja Castilla, su reinado coincidió con la desintegración del califato de Córdoba, lo que significó el fin de los ataques musulmanes. García de Nájera, nombre por el que también es conocido, ayudó a su hermano Fernando I de Castilla en su lucha contra el monarca leonés Vermudo III, al que derrotó en la batalla de Tamarón (1037). Se enfrentó a su hermano Ramiro de Aragón, al que venció en Tafalla (1043), y recuperó de los musulmanes la plaza de Calahorra (1045). Finalmente tuvo un serio conflicto con Fernando I de Castilla, que se resolvió en la batalla de Atapuerca (1054), en la que murió el rey de Pamplona. Fundó en Nájera el monasterio de Santa María.

Sancho IV el de Peñalén (1040-1076), rey de Pamplona (nombre por el que, en un principio, fue conocido el reino de Navarra; 1054-1076). Accedió al trono siendo un niño. Comenzó cediendo a Fernando I de Castilla parte de las tierras que reclamaba, como la Bureba, lo que provocó la reacción hostil de la nobleza de su reino. Años después, pudo contener el ataque de Sancho II de Castilla gracias a la ayuda que le prestó Sancho I Ramírez de Aragón (1067). Posteriormente, logró la sumisión de al-Muqtadir, el rey taifa de Zaragoza, que se comprometió a pagar parias al pamplonés (tratados de 1069 y 1073). Esa política enturbió las relaciones con Castilla y con Aragón. El 4 de junio de 1076, Sancho IV murió asesinado en el desfiladero de Peñalén, víctima de una conjura familiar. El reino pamplonés fue invadido por castellanos y aragoneses.

Sancho I Ramírez o Sancho V (de Navarra) (1043-1094), rey de Aragón (1063-1094) y de Pamplona (nombre por el que, en un principio, se conoció al reino de Navarra; 1076-1094). Era hijo del rey aragonés Ramiro I. Accedió al trono pamplonés (1076) tras la muerte violenta de Sancho IV. Impulsó el avance aragonés hacia el sur. En dicha empresa, que comenzaba a tener un aire de cruzada, colaboraron también caballeros ultrapirenaicos. Conquistó Graus en 1083 y, un año más tarde, Arguedas, pero fracasó en el intento de ocupar Tudela (1087). Más tarde, tomó Monzón (1089) y construyó el castillo de Montearagón (1088) y la fortaleza del Castellar (1091). Colaboró con Alfonso VI de Castilla en la batalla de Sagrajas (1086), en la que vencieron los almorávides. En su reinado se introdujo en Aragón el rito romano. Tras la conquista de Luna puso sitio a Huesca, pero en dicha acción murió.

Pedro I (de Aragón) (c. 1068-1104), rey de Aragón y de Pamplona (1094-1104). Era hijo de Sancho I Ramírez, con quien colaboró activamente en las campañas contra los islamitas. Después de vencer a los musulmanes en Alcoraz, concluyó la conquista de Huesca (1096), en cuyo cerco había muerto su padre. Inmediatamente marchó a tierras levantinas, en donde prestó ayuda militar a Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid). En el año 1100 reconquistó Barbastro, que ya había estado anteriormente en poder cristiano, así como diversas localidades del valle del Cinca. Pedro I completó de esa forma el dominio cristiano de la zona prepirenaica. También recuperó Bolea y el castillo de Calasanz. En el año 1095, al predicarse en Clermont la cruzada, Pedro I se comprometió a ir a Jerusalén, aunque nunca realizó tal empresa.

García V Ramírez el Restaurador (fallecido en 1150), rey de Navarra (1134-1150), recuperó la independencia de su reino tras la muerte, sin hijos, de Alfonso I el Batallador. Se ponía fin de esa manera a la etapa en la que Navarra y Aragón habían estado unidos (1076-1134). Para mantenerse independiente frente a Aragón, García Ramírez prestó inicialmente vasallaje a Alfonso VII de Castilla y León. Pero el rey navarro hubo de mantener una política de difícil equilibrio ante sus poderosos enemigos, Aragón y Castilla, que en un momento dado llegaron a pactar el reparto de Navarra. Finalmente, gracias a la mediación castellana, se llegó, en 1146, a las treguas de San Esteban de Gormaz entre navarros y aragoneses. Al año siguiente, García Ramírez intervino con notable éxito en la campaña reconquistadora de Almería.

Sancho VI el Sabio (fallecido en 1194), rey de Navarra (1150-1194) que destacó ante todo como protector de las artes. Era hijo del monarca García Ramírez el Restaurador. Cambió la vieja denominación de 'reyes de Pamplona' por la de 'reyes de Navarra'. Realizó una importante labor legislativa, concediendo fueros a muchas poblaciones navarras. También efectuó reformas administrativas de gran eficacia. Las relaciones con sus vecinos, Castilla y Aragón, fueron muy difíciles, pues éstos, en el Tratado de Tudillén (1151) planearon el reparto de Navarra. Sancho VI se acercó a Castilla casándose con Sancha, hija de Alfonso VII, y prestando vasallaje a aquel reino hasta el año 1158. Pero después de diversas peripecias con Alfonso VIII de Castilla, Navarra perdió en 1179 La Rioja. Tras algunos enfrentamientos, alcanzó asimismo la paz con Aragón.

Sancho VII el Fuerte (1154-1234), rey de Navarra (1194-1234). Era hijo de Sancho VI el Sabio. Su posible participación en la tercera Cruzada y su estancia en el norte de África, hacia el año 1200, han contribuido a dar a su figura un aire novelesco. En su reinado los territorios de Álava y Guipúzcoa pasaron definitivamente a Castilla, por lo que Navarra se quedó sin salida al mar. Colaboró activamente con Alfonso VIII de Castilla en la victoria contra los almohades de las Navas de Tolosa, apoderándose el monarca navarro del tesoro del califa. Mantuvo excelentes relaciones con los reyes de Aragón. Fundó Viana y logró la paz entre los barrios de Pamplona. Al morir, el trono de Navarra pasó a ser ocupado por los condes de Champaña.

Teobaldo I de Champaña (1200-1253), rey de Navarra (1234-1253), el primero de la Casa de Champaña. Al fallecer sin hijos Sancho VII el Fuerte, le sucedió su sobrino Teobaldo, conde de Champaña y de Brie. La situación era novedosa para Navarra, a cuyo frente se encontraba un monarca con fuertes intereses en el extranjero. Los infanzones presionaron para que se reconocieran sus derechos. En su reinado se pusieron por escrito, por vez primera, los derechos y privilegios del reino, el denominado Fuero Antiguo. Teobaldo I introdujo en Navarra nuevas dignidades, como la de senescal y la de chambelán, y reorganizó la contabilidad de la corona. En el año 1239 marchó a la cruzada, concluida un año después sin apenas resultados positivos. Teobaldo I fue también conocido como el Trovador dada la calidad de sus composiciones poéticas, reunidas en un extenso cancionero.

Teobaldo II (de Navarra) (1235-1270), rey de Navarra (1253-1270). Accedió al trono muy joven, tras el fallecimiento de su padre, Teobaldo I, por lo que su madre, Margarita de Borbón, fue regente. Como medida para salvar el trono y aminorar la presión de aragoneses y castellanos, el joven monarca juró los fueros de Navarra en noviembre de 1253. Inmediatamente marchó a sus dominios franceses de Champaña. Allí casó con Isabel, hija del rey francés Luis IX. Al regresar a Navarra, fortalecido en su autoridad, Teobaldo II nombró un senescal champañés y buscó el apoyo de las ciudades y villas, al tiempo que pedía un nuevo juramento a los estamentos, lo que despertó la suspicacia de los nobles. En 1270 marchó a la Cruzada de Túnez organizada por su suegro, falleciendo, a su regreso, en Trápani (Sicilia).

Enrique I el Gordo (1238-1274), rey de Navarra (1270-1274), último de la Casa de Champaña. Era hermano de Teobaldo II, durante cuyo reinado había ejercido el cargo de senescal. Se encargó del gobierno de Navarra al marchar su hermano a Túnez y a su muerte fue proclamado rey. Firmó el acuerdo de Logroño (1273) con el rey de Castilla Alfonso X, pero al poco tiempo las relaciones entre ambos reinos se enturbiaron de nuevo. Enrique I siguió una política de mayor independencia con respecto a Francia que sus antecesores. En su reinado hubo importantes tensiones en Pamplona, aumentadas cuando el monarca aceptó la segregación de los burgos de San Cernín y San Nicolás respecto del barrio de la Navarrería. Su temprana muerte dejó como heredera a una niña, su hija Juana.

Juana I (de Navarra) (1272-1305), reina de Navarra (1274-1305) y de Francia (1285-1305). Hija del rey Enrique I y de Blanca de Artois, debido a su temprana edad al acceder al trono navarro, ocupó la regencia su madre, la cual buscó la protección de la corte francesa. Juana se educó en París y fue casada con un hijo de Felipe III de Francia, el futuro monarca Felipe IV. La protesta de los navarros frente al gobernador Beaumarchais motivó la intervención militar francesa, que se saldó con el arrasamiento del barrio pamplonés de la Navarrería (1276). Navarra se convertía así, de hecho, en un protectorado de Francia. El acceso al trono francés de Felipe IV (1285), casado con Juana, le convirtió asimismo en rey de Navarra (con el nombre de Felipe I). Al morir Juana I, en 1305 en la localidad francesa de Vincennes, le sucedió en el trono navarro su hijo Luis I el Hutín (el Obstinado, que reinaría en Francia como Luis X).

Felipe IV el Hermoso (1268-1314), rey de Francia (1285-1314) y de Navarra, como Felipe I (1284-1314), conocido especialmente por el conflicto que mantuvo con el Papado. Hijo y sucesor del rey Felipe III, y de Isabel de Aragón, nació en Fontainebleau. En 1284 se casó con Juana I de Navarra, por lo que accedió al reinado de Navarra y a los condados de Champaña y de Brie. Entre los años 1294 y 1296 conquistó Guyena (en el suroeste de Francia), posesión del rey inglés Eduardo I. La guerra con Inglaterra y Flandes, aliado de la primera, continuó en 1297. Felipe y Eduardo se retiraron de Guyena y Flandes (que quedó en manos francesas) respectivamente, según los términos de la tregua firmada en 1299. Sin embargo, estalló una revuelta en Brujas y el ejército francés sufrió una derrota desastrosa en la batalla de Courtrai (1302) a manos de los burgueses y artesanos flamencos.

El gran acontecimiento del reinado de Felipe fue su pugna con el papa Bonifacio VIII, originada por la intención de Felipe de establecer impuestos al clero. Bonifacio prohibió, en su bula Clericis Laicos (1296), que los religiosos pagasen impuestos al poder civil. Felipe replicó con la prohibición de exportar moneda, lo que suponía privar al Papa de las rentas francesas. Se rompió una reconciliación temporal al estallar de nuevo la disputa en el momento en que Felipe arrestó al legado papal (1301) y convocó los primeros Estados Generales franceses. Esta asamblea, compuesta por nobles, burgueses y religiosos, apoyó al Rey. El Papa se desquitó con la famosa bula Unam sanctam (1302), declaración de la supremacía papal. Los partidarios de Felipe hicieron prisionero a Bonifacio. Éste escapó pero murió poco después.

En el año 1305, Felipe logró que la elección papal recayera en uno de sus partidarios, que se convertiría en el papa Clemente V y al que obligó a residir en Francia. De este modo se inició la llamada 'Cautividad de Babilonia' del Papado (1309-1377) durante la cual los papas vivieron en Aviñón, sometidos al control francés.

Felipe detuvo en 1307 al gran maestre, de los Caballeros Templarios, Jacques de Molay, y en el año 1312 obligó al Papa a suprimir esta Orden religiosa y militar cuyas riquezas fueron confiscadas y muchos de sus miembros fueron quemados en la hoguera. Además, como consecuencia de sus necesidades financieras, elevó notablemente los impuestos, sustituyó la prestación militar personal de los vasallos por una prestación en metálico que empleó para reclutar mercenarios, devaluó la moneda en diversas ocasiones, confiscó las propiedades de los judíos y exigió grandes sumas de dinero a los banqueros lombardos. Murió el 29 de octubre de 1314 en Fontainebleau.

Luis X el Obstinado (1289-1316), rey de Francia y de Navarra (1314-1316), hijo de Felipe IV y de Juana de Navarra. Influido por su tío, Carlos de Valois, dedicó gran parte de su corto reinado a calmar el desasosiego existente entre sus nobles, a los que otorgó diversas cartas que aseguraban sus privilegios, y a una campaña militar irresoluta contra Flandes que dirigió en el año 1315. Su hijo póstumo Juan I, nacido en 1316, murió muy poco después, por lo que la sucesión al trono recayó en el hermano de Luis, Felipe V.

Felipe V el Largo (c. 1294-1322), rey de Francia y, como Felipe II, de Navarra (1316-1322), segundo hijo de Felipe IV. Se convirtió en regente por la minoría de edad de su sobrino Juan I, soberano de Francia. Tras la muerte de éste, se proclamó rey. Francia adquirió en 1320 algunos territorios flamencos a la conclusión de la guerra con Flandes, iniciada en el reinado de Felipe IV. Convocó frecuentemente los Estados Generales. Realizó reformas en la administración e intentó unificar las acuñaciones y los sistemas de pesos y medidas, pero encontró fuerte resistencia en los Estados Generales. Impuso elevados impuestos a los judíos continuando la política de su padre. Murió sin dejar un heredero varón.

Carlos IV el Hermoso (1294-1328), rey de Francia (1322-1328), y con el nombre de Carlos I, rey de Navarra (1322-1328). Fue el tercer hijo de Felipe IV, rey de Francia. En 1327 Carlos ayudó a su hermana Isabel a destronar a su marido, el rey Eduardo II de Inglaterra. Durante su reinado, aumentó los tributos, impuso gravosos impuestos, devaluó la moneda y confiscó bienes. Murió sin dejar un heredero varón, por lo que finalizó la línea directa de la dinastía de los Capetos en Francia, y se restableció una dinastía propia en Navarra.

Juana II (de Navarra) (1312-1349), reina de Navarra (1328-1349). Era hija de Luis I de Navarra y X de Francia y esposa de Felipe de Evreux (Felipe III de Navarra). Tras la muerte sin herederos, en 1328, de Carlos IV el Hermoso, quedaron vacantes los tronos de Francia y de Navarra. La tensión existente en tierras navarras desembocó en la violencia antijudaica de ese año, el mismo en que los navarros aclamaron como reina a Juana II. Un año más tarde (1329) Juana II y Felipe III fueron coronados reyes en Pamplona. Al morir su esposo, en 1343, se hizo cargo del reino, debido a la menor edad de su hijo Carlos II. En esos años, Juana II puso en práctica una política conciliadora con Castilla y Aragón.

Felipe III (de Navarra) (1301-1343), rey de Navarra (1328-1343), iniciador de la dinastía de Evreux, que tomaba el nombre del territorio francés de donde era conde, por lo cual también es conocido como Felipe de Evreux. Accedió al trono navarro en virtud de los derechos de Juana II, con quien estaba casado. Pese a su vinculación con Francia, Felipe III procuró poner en primer plano los asuntos navarros. Alcanzó un acuerdo con la vecina Corona de Aragón, que se plasmó en el matrimonio de su hija María con Pedro IV. Las relaciones con Alfonso XI de Castilla fueron en un principio tirantes, pero finalmente se llegó a una tregua entre ambos reinos. Felipe III ayudó al monarca castellano en la campaña contra los musulmanes que llevó al sitio de Algeciras, pero en el curso de dicha guerra falleció en Jerez de la Frontera.

Carlos II el Malo (1332-1387), rey de Navarra (1349-1387). Era hijo de Juana II y de Felipe de Evreux. Los asuntos franceses ocuparon buena parte de su reinado. Carlos II, que aspiraba a la Corona francesa, estuvo unas veces aliado con los reyes de Francia y otras con sus enemigos, los ingleses. Finalmente perdió sus posesiones en Normandía, aunque terminó prestando vasallaje a Carlos V de Francia. Su política peninsular fue asimismo oscilante. Estuvo al lado del rey castellano Pedro I el Cruel en su lucha contra Enrique de Trastámara —el futuro rey Enrique II de Castilla—, permitiendo el paso de los soldados ingleses del príncipe de Gales (Eduardo el Príncipe Negro) por Navarra. Los territorios fronterizos en disputa con Castilla le llevaron a enfrentarse más tarde a Enrique II, hasta que se alcanzó la Paz de Briones (1379).

Carlos III el Noble (1361-1425), rey de Navarra (1387-1425), famoso ante todo por su pacifismo. Era hijo de Carlos II el Malo. Su matrimonio con Leonor de Trastámara, hija del rey castellano Enrique II, permitió sellar la amistad entre Navarra y Castilla. Esa relación amistosa continuó en tiempos de los reyes de Castilla Juan I y Enrique III. Carlos el Noble resolvió los problemas pendientes de las posesiones navarras en Francia, mediante el acuerdo de París de 1404. También mantuvo excelentes relaciones con Aragón. Coetáneo del Cisma de la Iglesia, Carlos III se mostró favorable al pontífice de Aviñón. Convocó frecuentemente las Cortes de su reino. También destacó como impulsor de las artes, pues concluyó la catedral gótica de Pamplona e hizo edificar los palacios reales de Tafalla y de Olite. Murió en 1425 en esta última villa.

Blanca I (1386-1441), reina de Navarra (1425-1441). Hija del rey navarro Carlos III el Noble y de Leonor de Trastámara, fue casada en 1402 con el rey de Sicilia Martín el Joven, hijo del rey de Aragón Martín I el Humano. Tras el fallecimiento de aquél (1409), contrajo matrimonio, en 1419, con el heredero del reino aragonés, el futuro Juan II. En 1421 dio a luz a Carlos, quien, en 1425, el mismo año en que Blanca accedía al trono navarro, recibía el título de príncipe de Viana en calidad de heredero. La ambigüedad del testamento de Blanca, que recomendaba a Carlos que no ostentara el título regio sin consentimiento de su padre, contribuyó al inicio de una guerra civil en Navarra entre los partidarios de uno y de otro, esto es, entre los agramonteses y los beamonteses.

Juan II (de Aragón y Navarra) (1398-1479), rey de Aragón (1458-1479) y de Navarra (1425-1479), hubo de hacer frente a las luchas por la legitimidad regia en ese último reino y a la rebelión desatada en el principado de Cataluña.

Nació el 29 de junio de 1398, en la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Era hijo de Fernando I de Antequera, el primer rey aragonés perteneciente a la Casa de Trastámara, y de Leonor de Alburquerque. En 1415 fue nombrado por su padre lugarteniente general de Cerdeña y Sicilia, cargo que desempeñó hasta el año siguiente. Participó en la fracasada campaña de Nápoles que en 1435 emprendió su hermano, el rey Alfonso V, quien en 1454 le designó lugarteniente de Aragón y Valencia. Juan se convirtió en 1458 en rey de la Corona de Aragón, tras el fallecimiento sin descendencia de Alfonso V. Por su matrimonio con la princesa navarra Blanca I, contraído en 1419, había pasado a ser rey consorte de aquel territorio desde que ésta accedió al trono de Navarra en 1425, y en monarca efectivo a partir de la muerte de su esposa, en 1441.

En Castilla, donde sus dominios eran amplísimos, era uno de los infantes de Aragón, nombre por el que se conocía a los hijos de Fernando I de Antequera que intervinieron decisivamente en la política interna castellana durante buena parte del reinado de Juan II, el rey de Castilla con quien, en 1418, se había casado una de sus hermanas, María de Aragón. Su participación en los asuntos castellanos cesó con la derrota sufrida en 1445 en la batalla de Olmedo.

Al morir su esposa, Blanca I, se inició el enfrentamiento con el hijo de ambos, Carlos, príncipe de Viana, cuando éste se convirtió en rey de Navarra pese al testamento materno en el que se le obligaba a contar con el consentimiento de su padre. En ese reino se produjo a partir de entonces una guerra civil entre los beamonteses, que defendían los derechos regios de Carlos, y los agramonteses, que apoyaban a Juan II en su intento de convertirse en monarca de Navarra. Carlos de Viana fue derrotado, preso desde 1451 y desheredado cuatro años más tarde.

Dicho conflicto repercutió en Cataluña, pues las Cortes reunidas en Lérida en 1460 pidieron a Juan II que liberara a su hijo, al tiempo que le obligaron a acatar en 1461 la Capitulación de Villafranca del Penedès, por medio de la cual se limitaba notablemente la autoridad regia. Pero la muerte del príncipe de Viana ese mismo año y la actuación de Juan II, incumpliendo lo pactado, provocaron la guerra civil catalana, que coincidió con los levantamientos campesinos iniciados en 1462 y pasó a ser conocida como primera guerra de los Remensas. No obstante, en el reino de Navarra, la hermana de Carlos, Blanca II, heredó de alguna manera la controversia respecto del trono y los beamonteses la consideraron legítima reina. La hija de Juan II falleció en 1464, dos años después de ser apartada del territorio navarro por su propio padre.

En Cataluña se encontraba en aquella época como gobernadora su segunda esposa, Juana Enríquez, con quien había contraído matrimonio en 1443. Las clases dirigentes catalanas destituyeron a Juan II, ofreciendo el principado de Cataluña sucesivamente al rey de Castilla, Enrique IV (sobrino de Juan II, casado desde 1440 con Blanca II), al condestable Pedro de Portugal y a Renato de Anjou. En 1472, no obstante, Barcelona cayó en manos de Juan II, llegándose a la llamada Capitulación de Pedralbes, de espíritu conciliador, pues establecía el perdón de los rebeldes y ponía fin a la primera guerra de los Remensas.

El matrimonio de su hijo Fernando —su sucesor y futuro rey aragonés Fernando II el Católico, fruto de su enlace con Juana Enríquez— con la heredera de Castilla, Isabel, celebrado en 1469, fue un arma importante a favor de Juan II. Asimismo, el rey aragonés intentó, aunque sin éxito, recuperar los territorios transpirenaicos de Rosellón y Cerdaña, retenidos por el monarca francés Luis XI. Falleció el 19 de enero de 1479, en Barcelona. Ese mismo año, su hija Leonor, fruto de su primer matrimonio, ocupó brevemente el trono de Navarra. Juana, otra de sus hijas, habida de su enlace con Juana Enríquez, se casó en 1474 con el rey de Nápoles, Fernando I.

Carlos (príncipe de Viana) (1421-1461), rey de Navarra (1441-1461) con el nombre de Carlos IV, y duque de Gandía. Su abuelo Carlos III el Noble creó en 1425 el principado de Viana, para otorgarle tal título. Hijo del futuro Juan II de Aragón y de la princesa Blanca de Navarra, contrajo matrimonio con Ana de Clèves. Aunque le había nombrado lugarteniente suyo, Juan II asumió todo el poder a partir de 1444, por lo que en 1448 Carlos huyó de Navarra y se alió con Juan II de Castilla y su condestable, don Álvaro de Luna, en contra de su padre. Tras nueve años de guerra civil, Carlos fue hecho prisionero en la batalla de Aybar (1451). En 1455 su padre le desheredó y nombró como sucesora a la hermana de Carlos, Leonor. Tras su puesta en libertad, residió en Francia y en Sicilia y posteriormente se dirigió a la costa catalana. Fue detenido en Lérida (1460). Sin embargo, nuevas revueltas en Cataluña obligaron a Juan II a reconocer el derecho sucesorio de su hijo en 1461. Murió en ese año, probablemente envenenado, lo que motivó una sublevación de los catalanes y la reanudación de la guerra civil en Navarra.

Catalina de Navarra (1468-1518), reina de Navarra (1483-1512). Hija de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, y nieta de la reina de Navarra Leonor, sucedió en el trono a su hermano Francisco Febo en 1483, bajo la tutela de su madre. En sus primeros años tuvo que hacer frente a las pretensiones dinásticas de su tío Juan de Foix, hasta que en 1492 éste se conformó con ciertas compensaciones en la zona francesa de Navarra.

Contrajo matrimonio en 1483 con el noble francés Juan de Albret (que se convertiría así en rey de Navarra, si bien consorte, con el nombre de Juan III de Albret), en detrimento de las pretensiones de los Reyes Católicos, que habían entablado negociaciones para concertar el matrimonio con su primogénito, el infante Juan. A mediados de la década de 1490, el conde de Lerín inició una confrontación interna contra los reyes de Navarra. La intervención de Fernando II el Católico forzó una paz beneficiosa para los intereses castellanos, en la medida en que el destierro del conde de Lerín a Andalucía propició el protectorado de la Corona de Castilla sobre sus bienes.

El acceso al trono de Francia de Luis XII en 1498 (año de la expulsión de los judíos del reino de Navarra) y sus disputas con Fernando II el Católico situaron a Navarra en el centro de las tensiones franco-castellanas. Tanto los reyes navarros, manifiestamente partidarios de Francia, como las Cortes navarras, más proclives a tratar con Castilla, intentaron en sus negociaciones preservar la independencia de Navarra. El temor a una coalición entre Navarra y Francia, a tenor del enlace matrimonial entre Enrique, el príncipe de Viana (hijo de Catalina y Juan III de Albret), y la hija menor de Luis XII, endureció las exigencias de Castilla. Fernando II el Católico reclamó la confirmación de la paz entre ambos reinos y exigió la entrega de algunas plazas fuertes navarras como garantía de que Catalina y Juan III no permitirían el paso de tropas francesas. La negativa navarra a acceder a la cesión de las plazas desencadenó la intervención en 1512 del Ejército castellano, al mando de Fadrique Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba, a quien acompañó el conde de Lerín. Catalina y Juan III, los últimos reyes de Navarra (al menos de la Navarra asentada sobre el territorio de la península Ibérica), se vieron forzados a huir a Francia. Aclamado Fernando II como rey de la Navarra peninsular, procedió en 1515 a la incorporación de dicho reino a la Corona de Castilla. Pocos años después, en territorio francés se sucedieron la muerte de Juan III en 1517 y la de Catalina en 1518, que habían seguido reinando como reyes de Navarra sobre los territorios situados al norte de los Pirineos. Fue sucedida por su hijo, Enrique II.

Juan III de Albret (fallecido en 1517), rey de Navarra (1483-1512) por su matrimonio con la reina Catalina, hermana de Francisco I Febo. Juan era un noble francés, vizconde de Tartax (hijo de la condesa de Périgord y del señor de Albret). Desde el trono navarro tendió al acercamiento político con Luis XII, rey de Francia. Frente a los intentos de Fernando II el Católico de que Navarra se mantuviese neutral ante las rivalidades entre Francia y las coronas de Castilla y Aragón, Juan III firmó un tratado secreto con Luis XII en 1512 por el que permitía el paso de tropas francesas hacia Aragón; a cambio, el rey francés les respetaría sus posesiones en Francia. En 1512, Fernando, enterado del tratado, envió tropas que ocuparon la parte navarra al sur de los Pirineos, territorios que quedarían definitivamente vinculados al trono hispano.

Enrique II (de Navarra) (1503-1555), rey de Navarra (1518-1555). Hijo de Catalina de Navarra y de Juan III de Albret, cuando subió al trono, en 1518, la zona del reino situada al sur de los Pirineos formaba parte de Aragón al haber sido conquistada por Fernando el Católico. El empeño de Enrique fue recuperarla. En 1520, envió un ejército a las zonas ocupadas que reconquistó la mayor parte del territorio anexionado, incluidas las plazas de Pamplona y Estella. La reacción del rey Carlos I (el emperador Carlos V) no se hizo esperar y los navarros fueron derrotados en Quirós (30 de julio de 1521), quedando definitivamente la Navarra meridional en territorio español. Para poder mantener sus territorios al norte de los Pirineos, Enrique II se convirtió en un aliado permanente del rey Francisco I de Francia. Murió sin hijos varones, casando a su hija con Antonio de Borbón. El hijo de ambos sería Enrique III de Navarra (Enrique IV de Francia), el primer Borbón en el trono francés.

Enrique IV (de Francia) (1553-1610), rey de Francia (1589-1610), que restauró la estabilidad tras las guerras de Religión del siglo XVI. Fue el primer rey Borbón de Francia y también rey de Navarra, con el nombre de Enrique III (1562-1610). Enrique nació en Pau (entonces Navarra) el 13 de diciembre de 1553. Su padre, Antonio de Borbón, duque de Vendôme y rey de Navarra, era descendiente, en novena generación, del rey de Francia del siglo XIII, Luis IX. Su madre, Juana de Albret, era reina de Navarra y sobrina del rey Francisco I de Francia.

ARAGÓN

Ramón Berenguer IV el Santo (c. 1113-1162), conde de Barcelona (1131-1162) y príncipe de Aragón (1137-1162). Era hijo de Ramón Berenguer III. Su matrimonio con la heredera de Aragón, Petronila, concertado en 1137, hizo posible la unión de dicho reino y el condado de Barcelona. Ramón Berenguer IV, que se tituló príncipe de Aragón, prestó vasallaje a Alfonso VII de Castilla por Zaragoza. Pero de hecho el núcleo catalano-aragonés impuso un equilibrio en la España cristiana. Asimismo dio fin a la conquista del valle del Ebro, con la toma de Tortosa (1148) y de Lérida (1149). En 1151 firmó con Alfonso VII el Tratado de Tudillén, que delimitaba las futuras zonas de conquista cristiana en al-Andalus. También intervino activamente en el sur de Francia, titulándose marqués de Provenza.

Petronila (1136-1174), reina de Aragón (1137-1174) y condesa de Barcelona (1150-1174), desempeñó un papel clave en la formación de la Corona de Aragón. Era hija del rey aragonés Ramiro II el Monje y de Inés de Poitiers. La imposibilidad de cumplir el testamento de Alfonso I el Batallador, forzó a su hermano Ramiro a abandonar su condición clerical y ceñir la corona aragonesa. De su matrimonio con Inés de Poitiers nació Petronila en 1136. Se pensó casarla con un infante castellano, Sancho, pero finalmente se decidió su enlace con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Los esponsales se celebraron en 1137, cuando Petronila tenía solo un año, y la boda en 1150, en Lérida. Tras la muerte de Ramón Berenguer IV, ocurrida en 1162, Petronila abdicó el reino de Aragón en su hijo Alfonso II.

Alfonso II el Casto (de Aragón) (1154-1196), primer monarca de la confederación catalano-aragonesa conocida como Corona de Aragón (1162-1196). Nacido en Barcelona, era hijo de Ramón Berenguer IV y de Petronila. En el ámbito catalán, anexionó los condados de Rosellón y Pallars; y en el del sur de Francia, incorporó el condado de Provenza, lo que le llevó a enfrentamientos con el conde de Tolosa. Asimismo, prosiguió la Reconquista aragonesa: ocupó los valles del Guadalaviar y del Alfambra y fundó la ciudad de Teruel (1171). Tuvo buenas relaciones con Alfonso VIII de Castilla, casándose con una hermana suya, Sancha, ayudándole en 1177 en la toma de Cuenca y firmando con él el Tratado de Cazorla. A su muerte (Perpiñán, 1196), sus dominios se dividieron entre el primogénito, Pedro, para quien fueron las tierras peninsulares, y Alfonso, que heredó Provenza.

Pedro II el Católico (c. 1177-1213), rey de Aragón (1196-1213), dedicó sus atenciones preferentes a la presencia catalana en el sur de Francia. Era el primogénito de Alfonso II el Casto y de Sancha de Castilla. En 1196, tras el fallecimiento de su padre, recibió de éste el reino de Aragón y el condado de Barcelona, es decir, la Corona de Aragón. En sus primeros años de reinado gobernó, no sin problemas, bajo la tutela de su madre. Mantuvo buenas relaciones con Alfonso VIII de Castilla, con quien colaboró en sus luchas contra el reino de León y particularmente en la cruzada contra los almohades que culminó en la victoria de las Navas de Tolosa (1212). Hombre de profundas convicciones religiosas, en 1204 acudió a Roma para ser coronado por el papa Inocencio III, infeudando la Corona de Aragón a la Santa Sede. La preocupación por las tierras de Occitania (la región del sur francés cuya lengua es la provenzal) estuvo presente desde el primer momento de su ejercicio del trono aragonés. En 1204, casó con María, heredera de Montpellier, de cuyo matrimonio nació cuatro años más tarde quien sería su sucesor, Jaime I. Al morir su hermano, Alfonso II de Provenza, en 1209, trató de incorporar el señorío que éste tenía en el sur de Francia desde el fallecimiento del padre de ambos.

Asimismo, Pedro II fue un decidido protector de las órdenes militares del Temple y de San Juan de Jerusalén. Pero su gran problema se hallaba en el sur de Francia, en donde se estaba difundiendo la herejía albigense (nombre que recibieron los cátaros asentados en esa región). Frente a los herejes se organizó una cruzada que, dirigida por Simón IV, señor de Montfort, tenía también fines políticos al servicio de la monarquía francesa. Los cruzados atacaron a diversos vasallos del monarca aragonés, entre ellos al conde de Tolosa. Pedro II intentó lograr un acuerdo (entrevista con Simón IV en 1211), pero al final tuvo que luchar en defensa de sus tierras y de sus vasallos, pese a la amenaza de excomunión por apoyar a los herejes. La batalla de Muret (13 de septiembre de 1213), en la que Pedro II encontró la muerte, supuso el fin de las aspiraciones ultrapirenaicas de la Corona de Aragón.

Jaime I el Conquistador (1208-1276), rey de Aragón (1213-1276), protagonista de la incorporación a sus dominios de Mallorca y del reino de Valencia.

Era hijo de Pedro II y de María de Montpellier, nombre de la localidad francesa donde nació Jaime. Cuando accedió al trono era un niño, por lo que actuó como regente su tío Sancho hasta el año 1218. Durante su minoridad la alta nobleza se mostró levantisca.

La potenciación de la Reconquista por Jaime I buscaba, entre otros fines, canalizar los ardores de los barones en tareas que no obstaculizaran el ejercicio del dominio real. En las Cortes (Parlamento) de Barcelona de 1228 se decidió la conquista de Mallorca. La expedición, que demostró la pujanza de la marina catalana, se llevó a cabo en los últimos meses del año 1229. Inmediatamente se efectuó un repartimiento de la isla, interviniendo en el mismo gentes originarias de Cataluña. Ibiza fue ocupada en 1235. Por su parte la conquista del reino de Valencia se inició en 1232. La ciudad de Valencia se rindió en 1238. En la repoblación de la huerta de Valencia participaron tanto catalanes como aragoneses. La conquista del sur del reino concluyó con la toma de Alcira en el año 1245. En el territorio valenciano permaneció abundante población mudéjar, sobre todo en el sur. Un año antes, en 1244, había firmado con el rey de Castilla Fernando III el Tratado de Almizra, en el que se delimitaba la zona de expansión de ambos reinos. En 1258 Jaime I firmó con Luis IX de Francia el Tratado de Corbeil, que sancionaba la retirada catalano-aragonesa del sur de Francia.

Para contrapesar el poder de la nobleza, Jaime I apoyó la autonomía municipal. En 1265 se constituyó el primer consejo municipal de la ciudad de Barcelona. En otro orden de cosas proyectó una expedición a Tierra Santa, con el propósito de fundar un reino en Palestina, pero el intentó fracasó (1269). Mallorca, concedida en 1231 como señorío vitalicio a Pedro de Portugal, fue devuelta a Jaime I en 1244. Mas a su muerte —ocurrida en Valencia en 1276— tuvo lugar una división de sus reinos, entre sus hijos: Pedro, el primogénito, que recibió Aragón, Cataluña y Valencia, y Jaime, el segundo, a quien se entregó Mallorca.

Pedro III el Grande (1240-1285), rey de Aragón (1276-1285), iniciador de la expansión mediterránea de sus reinos. Era hijo de Jaime I y de su segunda esposa Violante de Hungría. Siendo infante, intervino activamente en las campañas contra los mudéjares de Murcia y de Valencia, así como en diversas campañas contra nobles rebeldes. Pedro III tiene una gran importancia en la historia institucional de sus reinos. Su propósito de fortalecer la autoridad real chocó tanto con la nobleza feudal como con las oligarquías urbanas. La alta nobleza aragonesa, que había formado la Unión, le obligó a aprobar, en las Cortes de Tarazona y Zaragoza de 1283, el Privilegio General. En ese mismo año el rey aragonés hubo de hacer concesiones a los valencianos, a los que otorgó el Privilegium magnum.

Pedro III puso las bases del constitucionalismo de la Cataluña medieval, debido a las concesiones que hizo a la nobleza en las Cortes de Barcelona de 1283-1284 y a la aprobación de las Constuetuds de la ciudad de Barcelona. Simultáneamente se desarrollaron los acontecimientos de Sicilia. Pedro III, casado con Constanza Staufen de Sicilia, podía alegar derechos a la isla, en donde se habían instalado, desde 1266, los Angevinos (familia de Anjou). Pedro III preparó cuidadosamente el terreno, logrando la neutralidad de los reinos de Castilla, Portugal, Granada e Inglaterra. En marzo de 1282 tuvo lugar en la isla la insurrección antifrancesa conocida como Vísperas Sicilianas. Pedro III, al frente de una escuadra, desembarcó en Sicilia, siendo coronado rey en la ciudad de Palermo, dejando allí a su esposa como gobernadora. La réplica de los Angevinos y sus aliados fue contundente, pues mientras el pontífice excomulgaba al monarca aragonés, Felipe III de Francia atacaba Cataluña, llegando en 1285 a Gerona, aunque finalmente hubo de retirarse. Al morir Pedro III, Sicilia pasó a su segundo hijo, Jaime.

Alfonso III el Liberal (1265-1291), rey de Aragón (1285-1291), coetáneo de las Vísperas Sicilianas. Nacido en Valencia, era hijo de Pedro III y de Constanza de Sicilia. Actuó como lugarteniente de los reinos cuando su padre fue a Sicilia en 1282. En su breve reinado se llevó a cabo la conquista de Menorca (1287). Tuvo que ceder ante la levantisca nobleza aragonesa, a la que le otorgó el llamado Privilegio de la Unión (1288). Asimismo se vio obligado, en virtud del tratado de Tarascón (1291), a retirar el apoyo a los aragoneses de Sicilia. En lo que respecta a la política peninsular, apoyó a los infantes de la Cerda, que reclamaban el trono castellano frente a Sancho IV. Alfonso III falleció en Barcelona en 1291, poco antes de celebrar su proyectada boda con Leonor de Inglaterra.

Jaime II el Justo (1267-1327), rey de Aragón (1291-1327). Hijo de Pedro III y de Constanza de Sicilia, nació en Valencia. Al morir su padre, pasó a ser rey de Sicilia (1285-1295), mientras su hermano, Alfonso III, lo era de Aragón. Por el Tratado de Tarascón (1291), Alfonso III se comprometió a no prestar ayuda a su hermano Jaime de Sicilia. No obstante, éste accedió al trono de Aragón en 1291, al morir sin herederos Alfonso III. En un principio logró mantener Sicilia, pero en el Tratado de Anagni (1295) la cedió a la Santa Sede, a cambio de Córcega y Cerdeña. En cumplimiento de lo acordado en Anagni, Jaime II combatió contra su hermano Federico, instalado en Sicilia. Pero unos años después, en virtud del Tratado de Caltabellotta (1302), Federico II era reconocido rey de Sicilia. Años más tarde, Jaime II dedicó un gran esfuerzo a la conquista de la isla de Cerdeña (1323-1325), en donde se enfrentó también a los genoveses. En el ámbito peninsular, Jaime II alcanzó con Sancho IV de Castilla el acuerdo de Montearagón (1291), por el que se repartían entre ambos las zonas de influencia en el norte de África, quedando para Aragón los reinos de Túnez, Bugía y Tremecén. Posteriormente, Jaime II apoyó a los infantes de la Cerda y ocupó, en la región murciana, la margen izquierda del río Segura, territorio que le fue reconocido a Aragón y que comprendía, entre otras ciudades, Alicante, Elche y Orihuela (1304). Preparó, por el acuerdo de Alcalá de Henares (1308), que firmó con Fernando IV de Castilla, una campaña contra los musulmanes granadinos, finalmente fallida. Jaime II, ejemplar en el respeto a las normas legales, contó con el apoyo de las ciudades frente a la ambiciosa nobleza. Fundó asimismo la Orden militar de Montesa (1317), en parte para sustituir a la disuelta Orden del Temple. Jaime II el Justo falleció el 2 de noviembre de 1327 en Barcelona.

Alfonso IV el Benigno (1299-1336), rey de Aragón y conde de Barcelona (1327-1336). Era el segundo hijo de Jaime II de Aragón, pero accedió al trono al profesar como religioso su hermano Jaime, el heredero. Siendo infante había tomado parte activa en la conquista de Cerdeña. Posteriormente hubo de enfrentarse a diversas insurrecciones sardas, en particular la de Sassari (1329). Mantuvo una guerra con Génova, que apoyaba a los rebeldes sardos e impulsó la repoblación de Cerdeña con hispanos. Asimismo planeó, conjuntamente con Castilla, una campaña contra los granadinos, pero no se realizó. Débil de carácter, creó el marquesado de Tortosa para su hijo Fernando, primogénito de su segunda esposa Leonor de Castilla. Pero ese proyecto, que significaba la partición del reino, no se llevó finalmente a cabo.

Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387), rey de Aragón (1336-1387), bajo su reinado la Corona de Aragón alcanzó la máxima expansión territorial. Nacido el 5 de septiembre de 1319, en Balaguer (Lleida), era hijo de Alfonso IV y de Teresa de Entenza. Accedió al trono tras el fallecimiento de su padre, en 1336. Con Pedro IV se produjo la incorporación definitiva del reino de Mallorca a la Corona de Aragón. El último monarca privativo de Mallorca, Jaime III, huyó tras su derrota en Santa Ponça (1343). Unos años después, éste intentó recuperar la isla, pero fue derrotado y muerto en la batalla de Llucmajor (1349). Asimismo, Pedro IV se enfrentó a las noblezas de los reinos de Aragón y de Valencia (ambos parte de la Corona de Aragón), organizadas en sus correspondientes uniones, a las que venció en 1348 en las batallas de Épila (Zaragoza) y Mislata (Valencia), respectivamente.

Pedro IV tuvo también un largo conflicto con el rey castellano Pedro I el Cruel, que tuvo lugar desde 1356 hasta 1363. El Ceremonioso apoyó al rebelde Enrique de Trastámara —el futuro rey Enrique II de Castilla—, a cambio de la promesa de la entrega del reino de Murcia. Como esa cesión no la efectuó Enrique II cuando fue rey, surgieron de nuevo tensiones entre Castilla y Aragón, resueltas finalmente en la Paz de Almazán (1375). Otro tipo de problemas a los que hubo de hacer frente Pedro IV fue el planteado con el infante de Aragón, Fernando (hijo de Leonor de Castilla, segunda esposa de su padre), a quien ordenó asesinar en 1363.

En el ámbito mediterráneo, durante el reinado de Pedro IV hubo incidentes diversos en Cerdeña, de forma que, en 1354, se vio obligado a encabezar una expedición a la isla, y, en 1377, se proclamó rey de Sicilia, tras la muerte de su yerno Federico III, que había ostentado ese título. Por último, en 1379 incorporó a sus dominios los ducados de Atenas y de Neopatria.

En 1359, se convirtió en permanente la Diputació del General o Generalitat, institución clave de Cataluña. En otro orden de cosas, a mediados del siglo XIV se difundió por los territorios de la Corona de Aragón la terrorífica peste negra, y, en 1381, la Corona de Aragón pasó por una aguda crisis financiera. Pedro IV, coetáneo del comienzo del Gran Cisma de Occidente (1378), protegió las letras y las artes, de forma que su nombre va unido al esplendor medieval de la lengua catalana. Falleció el 5 de enero de 1387, en Barcelona. Hijos suyos, fruto de su tercer matrimonio, contraído con Leonor de Sicilia en 1349, fueron su inmediato sucesor, Juan I, y el futuro heredero de éste, Martín I el Humano.

Juan I (de Aragón) (1350-1396), rey de Aragón (1387-1396). Nacido en Perpiñán, era hijo y sucesor de Pedro IV el Ceremonioso, y de Leonor de Sicilia. Siendo infante, recibió el título de duque de Gerona y desempeñó el cargo de lugarteniente general de los reinos. Fue partidario del acercamiento a Francia y a Castilla, política contraria a la mantenida por su padre. En el Cisma de la Iglesia tomó postura a favor del pontífice de Aviñón. En 1391 tuvieron lugar los asaltos a las juderías de Valencia, Barcelona, Palma de Mallorca, Gerona y otras ciudades de sus reinos. Débil de carácter, fue un apasionado de la caza y un gran amante y protector de la cultura. Al no dejar herederos, le sucedió en el trono su hermano Martín I.

Martín I el Humano (1356-1410), rey de Aragón (1396-1410). Hijo segundo de Pedro IV y de Leonor de Sicilia, nació en Girona. Fue lugarteniente general de Aragón durante el reinado de su hermano Juan I. Casó a su hijo Martín el Joven con María de Sicilia, hija de Federico III, el último monarca de la isla, donde llevó a cabo una tarea de pacificación. Al morir sin descendencia masculina su hermano Juan I (1396), Martín pasó a ocupar el trono aragonés. Su esposa, María de Luna, dirigió el gobierno hasta que Martín regresó de Sicilia en 1397, logrando en ese tiempo vencer al conde de Foix, que reclamaba el reino de Aragón. Después de entrevistarse en Aviñón con el papa Benedicto XIII, familiar de su esposa, Martín I entró en Barcelona (1397). Dos años más tarde (1399), juraba en Zaragoza los fueros de Aragón.

Martín I hubo de atender muchos frentes políticos. En el Mediterráneo nunca descuidó los asuntos de Sicilia ni los de Cerdeña. Organizó dos expediciones contra los piratas de Berbería, siendo sus objetivos Tremecén (1398) y Bona (1399), pero los resultados fueron escasos. En el interior de sus reinos, pretendió poner fin a las luchas de bandos nobiliarios en Aragón y en Valencia. Defendió a capa y espada al pontífice aviñonense Benedicto XIII, al que finalmente acogió en sus reinos en 1409. También ayudó a su hijo Martín el Joven en sus campañas contra los rebeldes de Cerdeña de ese mismo año. Al fallecer antes que él su hijo (1409), Martín I se convirtió en rey de Sicilia. La muerte de Martín I (ocurrida el 31 de mayo de 1410 en Barcelona) sin hijos, pues no tuvo descendencia de su segundo matrimonio con Margarita de Prades (1409), y sin designar un heredero, planteó un agudo problema sucesorio, que se resolvió mediante el Compromiso de Caspe (1412). Fue un monarca débil e irresoluto, aunque de temperamento liberal y amigo de la cultura.

Compromiso de Caspe, acuerdo tomado en el año 1412 en la villa de Caspe (en la actual provincia española de Zaragoza) para resolver el problema sucesorio planteado en 1410 en la Corona de Aragón al morir sin sucesión Martín I el Humano.

Los candidatos eran varios, entre ellos el conde de Urgel y Fernando de Antequera, regente de Castilla. Ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo en las Cortes, se decidió que la cuestión la resolviera una junta de compromisarios. En Caspe se reunieron nueve delegados, tres por Aragón, tres por Cataluña y tres por Valencia, uno de los cuales era el dominico san Vicente Ferrer. El triunfador debía obtener, como mínimo, un voto de cada una de las tres entidades políticas presentes. La junta se pronunció finalmente a favor de Fernando de Antequera.

Fernando I de Antequera (1379-1416), rey de Aragón (1412-1416), primero de la Casa de Trastámara en aquel territorio. Era hijo del rey castellano Juan I y de Leonor de Aragón (hija del monarca aragonés Pedro IV el Ceremonioso). Desde 1406 fue regente, junto con Catalina de Lancaster, de su sobrino, el rey castellano Juan II. Realizó una brillante campaña contra los musulmanes en 1410, que culminó con la toma de la ciudad malagueña de Antequera, de donde surgiría el sobrenombre por el que es más conocido.

Vacante el trono aragonés a raíz de la muerte sin herederos del monarca Martín I el Humano, presentó su candidatura, siendo elegido rey en 1412 por los compromisarios reunidos en la localidad zaragozana de Caspe (Compromiso de Caspe). Ya rey de Aragón, hubo de enfrentarse a la rebelión del conde de Urgel, al que derrotó e hizo prisionero. Se interesó por los asuntos de Sicilia y Cerdeña y retiró la obediencia al papa Benedicto XIII. Casado desde 1393 con Leonor de Alburquerque, logró reunir un espectacular patrimonio. Tras su fallecimiento, que tuvo lugar en 1416, le sucedió su heredero, Alfonso V. Otros hijos suyos fueron el también monarca aragonés (y navarro) Juan II, uno de los llamados infantes de Aragón que tanto influirían en el reino castellano, y María de Aragón, futura reina consorte de Castilla.

Alfonso V el Magnánimo (1394-1458), rey de Aragón (1416-1458) que realizó una brillante política de expansión mediterránea, culminada con la conquista de Nápoles. Era hijo de Fernando I y de Leonor de Alburquerque y casó con María de Castilla, una hija del monarca Enrique III. Inicialmente tuvo tensas relaciones con los estamentos privilegiados de Cataluña. Incorporó Sicilia y pretendió asegurar la posesión de Córcega y Cerdeña. Intervino en Nápoles ante la petición de ayuda que le dirigió la reina Juana (1421), la cual le designó heredero del reino italiano. Pero una rebelión de los napolitanos, en 1423, truncó sus planes.

Por unos años el Magnánimo se centró en los asuntos peninsulares, prestando su apoyo a los infantes de Aragón, hermanos suyos establecidos sólidamente en Castilla. En 1435 Alfonso V reanudó su marcha sobre Nápoles, si bien con escaso éxito, pues la flota catalana fue derrotada en Ponza y el rey aragonés hecho prisionero. Pudo recuperarse, no obstante, unos años después, logrando entrar triunfalmente en Nápoles en 1443. Desde esa fecha Alfonso V desarrolló su actividad básicamente en Nápoles —donde murió en 1458—, convertido en foco de gran fecundidad cultural. Pero Nápoles no se incorporó a la Corona de Aragón, pues pasó a un hijo bastardo de Alfonso V, Ferrante (Fernando I de Nápoles o Ferrante I). Mientras tanto en los territorios hispánicos aumentaban los problemas, particularmente en Barcelona (conflicto entre los partidos de la Busca y la Biga) y en Mallorca (sublevación de los forans).

Fernando II el Católico (1452-1516), rey de Aragón (1479-1516) y, con el nombre de Fernando V, rey consorte de Castilla (1474-1516); esposo de la reina Isabel I de Castilla, por cuyo reinado conjunto sobre las dos coronas son más conocidos ambos como los Reyes Católicos.

Nacido en Sos (en la actualidad, Sos del Rey Católico, en Zaragoza), el 10 de mayo de 1452, hijo del rey de la Corona de Aragón Juan II, a quien sucedió, y de Juana Enríquez; fue el prototipo de político renacentista, inspiró la principal obra de Nicolás Maquiavelo (El príncipe) y supo combinar diplomacia y eficacia militar. Con su madre resistió el asedio del ejército de la Generalitat durante la Guerra Civil catalana (1462-1472), conocida también como primera guerra de los Remensas. Fue nombrado gobernador general de Aragón y Cataluña en 1466 y, dos años más tarde, corregente de Sicilia. Su matrimonio con la princesa Isabel de Castilla, hermana de Enrique IV, contraído en 1469, marcó decisivamente su trayectoria y proyectó su figura hacia la política de Castilla, luchando eficazmente contra las pretensiones al trono de Juana la Beltraneja.

Como rey de Castilla, su acción se vio favorecida por el peso demográfico y económico de esa Corona dentro del conjunto peninsular, lo que estimuló el éxito de la política exterior. En 1492, puso punto y final, junto a su esposa, la reina Isabel I, a la toma del reino musulmán de Granada, con la que se daba por terminada la Reconquista. Entre 1484 y 1496, las islas Canarias fueron conquistadas y colonizadas, pero la empresa que abrió las perspectivas más halagüeñas a la Corona castellana fue el descubrimiento de América por Cristóbal Colón: la expansión territorial de Castilla estaba asegurada. Los monarcas, conocidos por sus acciones a favor de la fe católica como los Reyes Católicos (título otorgado por el papa Alejandro VI, en 1496), eran copartícipes de sus realizaciones y es difícil discernir qué participación tuvo cada uno en los diversos logros de su política interior y exterior, pero parece ser que el papel de Fernando fue destacado. Uno de los principales problemas de política interior era la cuestión religiosa: para controlar la fe de los conversos se creó la Inquisición (1478). Los judíos fueron expulsados en 1492 y sólo una minoría se convirtió. La población musulmana optó mayoritariamente por la conversión (1502) —moriscos— y únicamente unos pocos fueron expulsados. Fernando II e Isabel I intentaron perfeccionar las instituciones políticas y fortalecer la monarquía.

Su política matrimonial de alianzas con Portugal, Inglaterra y la Casa de Habsburgo dio frutos positivos. El Rey había asumido la Corona castellana tras la muerte de Isabel (1504), pero tuvo que retirarse a causa de la poca aceptación por parte de la nobleza castellana y cederla a su hija Juana. El fallecimiento en 1506 de Felipe I el Hermoso, su yerno, hizo que fuera aceptado de nuevo como regente. Durante esta etapa, Navarra se incorporó a la Corona de Castilla (1515), se conquistaron algunas plazas del norte de África —Orán y Bujía— y se obtuvo la sumisión del rey de Argel.

En 1505, Fernando II se volvió a casar, en esta ocasión con Germana de Foix, la sobrina del rey de Francia Luis XII. La precoz muerte del hijo de este matrimonio y el nombramiento de su nieto Carlos (el futuro Carlos I y emperador Carlos V) como gobernador general de sus reinos hizo que, a su muerte (que tuvo lugar en la localidad cacereña de Madrigalejo, el 25 de enero de 1516), se consolidara la unión dinástica entre las coronas de Castilla y Aragón.

ESPAÑA

Carlos I (1500-1558), rey de España (1516-1556) y, como Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1519-1558), una de las principales figuras de la edad moderna, llevó a cabo el último intento por mantener la unidad europea en torno al cristianismo católico.

Hijo del archiduque Felipe I el Hermoso y de la reina castellana Juana I la Loca, nació el 24 de febrero de 1500 en la ciudad flamenca de Gante (en la actual Bélgica). La política matrimonial de sus abuelos, la muerte de su padre en 1506, la desaparición prematura de presuntos herederos y la incapacidad de su madre concentraron en su persona las dispares herencias de cuatro dinastías: las casas de Habsburgo, de Borgoña y de Trastámara, esta última por partida doble (castellana y aragonesa). De su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I, heredó los territorios centroeuropeos de Austria y los derechos al Sacro Imperio; de su abuela paterna, María de Borgoña, los Países Bajos; de su abuelo materno, Fernando II el Católico, la Corona de Aragón, además de Sicilia y Nápoles; y de su abuela materna, Isabel I la Católica, la Corona de Castilla, Canarias y todo el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir.

Vivió y se educó durante los primeros años en la corte flamenca. Huérfano de padre y alejado de su madre, recibió de su preceptor, Adriano de Utrecht, una esmerada educación, una excelente preparación cultural y religiosa, así como el gran sentido idealista y caballeresco que aún pervivía en el ambiente borgoñón, aunque le faltó el sentido práctico de un auténtico estadista. En 1515 se hizo cargo del gobierno de los Países Bajos, que debido a su inexperiencia dejó en manos de Guillermo de Croÿ, señor de Chièvres, y a la muerte de su abuelo Fernando en 1516, se convirtió en rey de España al recibir las coronas de Castilla y de Aragón.

En 1519 logró su máxima aspiración de convertirse en emperador, título al que deseaba dar un contenido positivo, sustituyendo el simple vínculo jurídico por un ideal común, al que bajo su dirección cada componente del Sacro Imperio aportaría su propia originalidad. Carlos I (quien, como emperador pasó a ser conocido como Carlos V), sin embargo, a lo largo de su vida, tuvo que plegarse a las necesidades y a las circunstancias, algunas imprevistas: de una primera etapa de cruzada, el programa se fue reduciendo hasta cristalizar en la preocupación dinástica, si es que ésta no actuó de forma prioritaria desde el primer momento. Por otra parte, aunque hubiera poseído una idea imperial, nunca contó con un auténtico imperio. Fue rey de reinos y dominios que carecían de unas instituciones y organismos administrativos comunes; en cada territorio subsistían fuerzas centrífugas irreconciliables con intereses comunes, que, dentro de lo posible, fueron respetadas por el monarca.

El malestar que produjo la llegada de Carlos a España en septiembre de 1517, por su juventud, educación flamenca y consejeros extranjeros, aumentó dos años más tarde cuando, al descontento producido por su petición a las Cortes castellanas de subsidios para ser elegido emperador, se unieron una serie de reivindicaciones políticas, dando lugar en 1520 al inicio de la revuelta y guerra de las Comunidades. Las principales ciudades castellanas, dominadas por oligarquías nobiliarias y burguesas, se unieron en un levantamiento que adquiriría matices tanto sociales como políticos. El memorial de agravios dirigido al Rey recogía las aspiraciones de los llamados comuneros. Aunque éstos consiguieron algunos éxitos bélicos, fueron derrotados en abril de 1521 en la batalla de Villalar, que significó la sumisión castellana al gobierno regio. En adelante, las Cortes cederían la mayor parte de su antiguas prerrogativas políticas, limitando sus funciones a materia tributaria: los pecheros castellanos tuvieron que soportar desde entonces el peso de los gastos imperiales.

Casi simultáneamente, se produjeron en el reino de Valencia, y en menor medida en el de Mallorca, los alzamientos de las Germanías o hermandades cristianas que reflejaban la protesta contra el poder de la nobleza y sus vasallos moriscos, aunque indirectamente eran también un movimiento de resistencia al trono. Su destrucción en 1523 constituyó otra victoria del poder del Emperador. España, un vez pacificada, iba a integrarse en los planes de la política imperial, a la que habría de proporcionar además de medios humanos, abundantes recursos.

De otro lado, en 1526 el emperador Carlos V se casó con su prima Isabel de Portugal, hija del rey portugués Manuel I y de María de Aragón, de cuyo matrimonio un año más tarde nació su hijo y sucesor Felipe, el futuro rey Felipe II. De entre los otros seis hijos que tuvo con Isabel cabe destacar a María de Austria, quien, nacida en 1528, contrajo matrimonio en 1548 con el futuro emperador Maximiliano II, sobrino de Carlos V. Asimismo, en 1545 nació su hijo natural Juan de Austria, fruto de su relación con la alemana Bárbara Blomberg.

Durante el reinado carolino se produjo el mayor avance en el proceso conquistador de las Indias, al tiempo que se fijaron las principales instituciones administrativas del Nuevo Mundo. Así, en 1535 se creó el virreinato de Nueva España, tras la conquista del territorio mexicano a cargo de Hernán Cortés; y en 1542 comenzó su andadura el virreinato del Perú, después de que Francisco Pizarro doblegara al poder inca en aquel territorio. El Consejo de Indias, el principal órgano consultivo para los asuntos relacionados con el gobierno colonial americano, se instituyó en 1524, y 18 años más tarde el propio Carlos dictó las importantes y polémicas Leyes Nuevas.

En lo que respecta a la labor meramente conquistadora o colonizadora llevada a cabo durante el reinado de Carlos I, no se puede olvidar una serie de nombres, además de los dos ya mencionados, tales como los siguientes: en las zonas centroamericana y norteamericana, Pedro de Alvarado, Pedro Arias Dávila, Pánfilo de Narváez o Francisco Vázquez de Coronado; y en Sudamérica, Diego de Almagro, Sebastián de Belalcázar, Pedro de Mendoza, Domingo Martínez de Irala o Pedro de Valdivia.

Los compromisos carolinos, previstos o impuestos por las circunstancias, fueron tan grandiosos como inasequibles.

Aunque las raíces de las diputas españolas con el reino de Francia arrancaban del deseo francés y aragonés de dominar Italia, el conflicto se endureció al sentirse los franceses cercados por los inmensos dominios imperiales, sin olvidar las reivindicaciones territoriales del monarca francés Francisco I sobre Navarra y el Rosellón y las de Carlos sobre Borgoña y Milán, así como la incompatibilidad de una conciencia nacional francesa con cualquier liderazgo europeo supranacional y las rivalidades personales de ambos monarcas.

En el primer choque, acaecido en 1521, Navarra quedó definitivamente bajo la soberanía regia española, y aunque Francisco I ocupó personalmente el Milanesado, al ser derrotado y hecho prisionero en Pavía en febrero de 1525, se comprometió a entregar Borgoña y retirarse de Milán. El monarca francés no cumplió lo pactado, y se reanudaron las luchas hasta la Paz de Crépy, adoptada en septiembre de 1544, que confirmó prácticamente las cláusulas de Cambrai (1529), en las que Francisco I reconocía la soberanía de Carlos V sobre Artois y Flandes y retiraba sus pretensiones sobre el Milanesado y Nápoles, en tanto que el Emperador, por su parte, renunciaba a Borgoña. Asimismo, en 1527, las tropas de éste habían llevado a cabo el llamado saco de Roma, en medio de los enfrentamientos mantenidos con el rey de Francia. En 1530, el papa Clemente VII le coronó emperador en la ciudad italiana de Bolonia, gracias a las negociaciones llevadas a cabo por el que desde 1518 era el canciller de Carlos, el jurista y político italiano Mercurino Arborio de Gattinara, quien ya había desempeñado un destacado papel en su elección imperial.

La lucha contra el considerado infiel se centró en el Imperio otomano, enemigo por antonomasia de la cristiandad; mito, pero también peligro real que presionaba por la Europa central y mediterránea, donde ponía en peligro el espacio hispano-italiano y las costas levantinas españolas.

Aunque en Centroeuropa se limitó a contener los ataques turcos, sin pasar a la contraofensiva, Carlos V se vio obligado a luchar por el Mediterráneo occidental y penetrar en el oriental, no logrando acabar definitivamente con el poder del sultán otomano Solimán I el Magnífico, ni con el del pirata Barbarroja, pues si con la conquista de Túnez (1535) obtuvo un gran triunfo, su fracaso en Argel (1541) afianzó las posiciones berberiscas.

El fracaso definitivo de la política de Carlos V llegó de la nueva situación creada en los territorios alemanes con la aparición del protestantismo, que, además de conectar con las inquietudes espirituales, aglutinó intereses económicos y políticos opuestos a los programas imperiales, reformistas y centralizadores, y dividió el Sacro Imperio en dos grupos antagónicos: por un lado, el de los católicos, y por otro, el de los partidarios de la Reforma.

El diálogo y la concordia empleados en las dietas y conversaciones (Worms, en 1521; Spira, en 1529; y Augsburgo, en 1530) para lograr el acercamiento y evitar el enfrentamiento armado, no dieron resultado. Por ello, el Emperador decidió actuar con la fuerza contra los protestantes, que a principios de 1531 habían formado la Liga de Esmalcalda. Su victoria en la batalla de Mühlberg, obtenida el 24 de abril de 1547, no consiguió, sin embargo, ni la unidad política ni la religiosa. En septiembre de 1555 se acordó la llamada Paz de Augsburgo, por medio de la cual se reconocía la división confesional dentro de los territorios imperiales.

Carlos V, consciente de su fracaso, inició una serie de abdicaciones: aunque conservó el título imperial, el 12 de septiembre de 1556 trasmitió sus funciones a su hermano Fernando I de Habsburgo, cedió a su hijo Felipe los Países Bajos (1555) y los reinos españoles (1556) y se retiró al monasterio de Yuste (en la localidad cacereña de Cuacos de Yuste), donde el 21 de septiembre de 1558 falleció. Pocos meses antes había abdicado formal y definitivamente como emperador en su hermano Fernando.

Felipe II (1527-1598), rey de España (1556-1598), llegó a gobernar sobre el vastísimo conjunto de territorios integrado por las coronas de Castilla y Aragón, Navarra, el Rosellón, el Franco Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, el Milanesado, Nápoles, diversas plazas norteafricanas (Orán, Túnez), Portugal y su Imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas. Sin duda, la unidad territorial más amplia de la edad moderna puesta bajo un mismo cetro.

Hijo y heredero del rey Carlos I (emperador Carlos V) y de Isabel de Portugal, nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527. En su preparación para hacerse cargo de su cometido regio y de gobierno se instruyó desde muy joven con Juan Martínez Silício y Juan de Zúñiga. Su papel en política interior y su protagonismo internacional fueron destacadísimos durante la segunda mitad del siglo XVI.

Las continuas ausencias centroeuropeas de su padre, en sus funciones imperiales y de defensa de la unidad religiosa, le procuraron una temprana labor de regencia desde 1543, año en que contrajo su primer matrimonio con su prima María de Portugal, hija del rey portugués Juan III. En julio de 1545 falleció María de Portugal tras dar a luz al primogénito, Carlos de Austria. En 1554, Felipe II volvió a casarse, esta vez con la reina de Inglaterra, María I Tudor. Poco después, las enfermedades del emperador Carlos V motivaron su abdicación de los títulos inherentes a las coronas de Castilla y Aragón en Felipe, el segundo con ese nombre tras su abuelo (el rey castellano Felipe I el Hermoso), en 1556. Dos años más tarde, falleció su segunda esposa.

Después de viajar por Italia y los Países Bajos y ser reconocido como sucesor regio en los estados flamencos y por las Cortes castellanas, aragonesas y navarras, se dedicó plenamente a gobernar desde la corte, establecida en Madrid de forma oficial en 1561, con gran actividad y celo. Dos años más tarde, dio comienzo la obra arquitectónica que habría de ser considerada el emblema de su dilatado reinado, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, palacio y templo a la vez, erigido en las cercanías de la capital del reino.

En el interior de la península Ibérica, cabe destacar diferentes aspectos de su gobierno. La monarquía personal de Felipe II se apoyaba en un gobierno ejercido por medio de consejos y de secretarios reales, así como en una poderosa administración centralizada. Pese a todo su poder, las bancarrotas, las dificultades hacendísticas y los problemas fiscales (entre otras actuaciones notorias creó el nuevo impuesto de “millones” que gravaba los alimentos básicos) fueron característicos durante todo su reinado. Su recurso al Tribunal de la Inquisición fue frecuente. Políticamente, dicho tribunal fue utilizado para acabar con los conatos de protestantismo descubiertos en la Meseta castellana. Así, el mantenimiento de la unidad religiosa estuvo siempre presente en la acción de gobierno de Felipe II, que con todo rigor se valió de los autos de fe, como los celebrados en Valladolid ya en 1559, para afianzar la Contrarreforma católica.

El secretario Antonio Pérez tuvo una enorme influencia en los negocios públicos hasta su caída en 1579. Además, en 1568 moría el príncipe Carlos de Austria, que había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria promovida contra Felipe II por parte de la nobleza. En ambos puntos empezó a afianzarse la leyenda negra antiespañola y buena parte de los problemas internos de su reinado.

De otro lado, los piratas berberiscos asolaban las costas mediterráneas. Aunque la expedición naval de García de Toledo consiguió la victoria en Malta (1565), el problema morisco estaba en el interior. Los moriscos de Las Alpujarras granadinas protagonizaron la principal sublevación desde 1568, que no terminaría hasta que el hermanastro del Rey, Juan de Austria, los derrotó en 1571.

Internacionalmente, para mantener y proteger su Imperio, estuvo inmerso continuamente en todos los conflictos europeos. Por esa razón, se multiplicaron las capitulaciones matrimoniales y contrajo sucesivas nupcias con las ya mencionadas María de Portugal y María I Tudor, así como con la francesa Isabel de Valois (1559) y su propia sobrina Ana de Austria (1570), hija del emperador Maximiliano II y madre de quien habría de ser su sucesor, Felipe III, nacido en 1578. Durante el reinado de Felipe II, los conflictos externos se sucedieron en varios frentes. El Rey actuó en todos ellos teniendo presentes siempre criterios políticos y religiosos.

Heredero de la guerra contra Francia, a pesar de la Tregua de Vaucelles (1556) y nada más comenzar su reinado, ambas casas reales (la francesa Valois y la española Habsburgo) iniciaron su lucha por el control de Nápoles y el Milanesado. En ese contexto, Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, defendió las plazas italianas, atacando los Estados Pontificios del papa Pablo IV para deshacer la alianza de éste con Enrique II de Francia. Mientras tanto, los ejércitos castellanos y fuerzas mercenarias derrotaban a las tropas francesas en su propio territorio (San Quintín y Gravelinas, en 1557 y 1558, respectivamente), origen de las negociaciones de la tan beneficiosa para los intereses felipistas Paz de Cateau-Cambrésis del 3 de abril de 1559, en la que se acordó asimismo su matrimonio con la hija de Enrique II, Isabel de Valois, fallecida en 1568. No obstante, la pugna secular por el control europeo entre ambas monarquías continuó con la intervención española a favor de la católica familia de los Guisa en las guerras de Religión francesas, hasta que el rey Enrique IV abjuró del protestantismo en 1593, rubricándose en mayo de 1598 la Paz de Vervins.

Paralelamente, otro gran problema estratégico, comercial y de unidad de la fe era el peligro de la piratería, el bandidaje y las incursiones berberiscas y turcas en el Mediterráneo. Para conjurar dicha amenaza, constituyó, con Venecia, Génova y el papa Pío V el bloque principal de la Liga Santa contra el Imperio otomano. La flota al mando de Juan de Austria —con la participación asimismo de Luis de Requesens y Zúñiga y de Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz— obtuvo en 1571 la renombrada aunque no decisiva victoria naval de Lepanto.

Contra Inglaterra los resultados fueron menos afortunados, debido al control marítimo militar inglés. Muerta su esposa María I Tudor en 1568, las relaciones con la sucesora de ésta, la reina Isabel I, se enrarecieron, hasta que chocaron sus contrapuestas políticas religiosa y económica. En su pugna permanente, apoyando a todos los enemigos castellanos, Isabel de Inglaterra acabó con los católicos reyes escoceses, mientras apoyaba la piratería en el Caribe (donde destacó la actividad de Francis Drake) y a los rebeldes holandeses. La conclusión militar vino determinada en 1588 por la derrota de la Armada Invencible, comandada por Alonso Pérez de Guzmán, séptimo duque de Medinasidonia. A partir de entonces, el poderío naval español en el Atlántico comenzaría su declive.

Felipe II tampoco pudo solucionar el conflicto político-religioso que fue uno de los motivos del inicio en 1556 de la guerra de los Países Bajos. Ninguno de los sucesivos gobernadores de ese territorio, desde Margarita de Parma (1559-1567), pudo conseguir sus objetivos. A partir de 1573, tras las victorias del duque de Alba, que ejecutó al conde de Egmont y a Felipe de Montmorency-Nivelle, conde de Horn, ni Luis de Requesens (1573-1576), ni Juan de Austria (1576-1578), ni Alejandro Farnesio (1578-1592) consiguieron doblegar la rebelión de los “mendigos del Mar” calvinistas. Alternando procedimientos suaves con otros métodos muy enérgicos, no consiguieron aplacar la sublevación de los Estados Generales y la definitiva emancipación de Holanda, Zelanda y el resto de las Provincias Unidas, cuya independencia fue reconocida por Inglaterra y Francia en 1596 y por la propia España años después de la muerte de Felipe II.

En cambio, consiguió un gran triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, haciendo valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar, un año después de reclamar el trono portugués por ser nieto de Manuel I el Afortunado. Las obras del monasterio escurialense llegaron a su fin en 1586 y, en 1591, una nueva vicisitud asaltó los últimos años de su gobierno monárquico: las llamadas alteraciones de Aragón, en las que estuvo implicado su ex secretario Antonio Pérez, relacionadas con la defensa de los fueros de aquel reino. Felipe II falleció el 13 de septiembre de 1598 en El Escorial, cuatro meses después de acordar con el rey francés Enrique IV la citada Paz de Vervins y de nombrar a su propia hija Isabel Clara Eugenia gobernadora de los Países Bajos. Le sucedió su hijo Felipe III.

Felipe III (1578-1621), rey de España y Portugal (1598-1621), su reinado supuso el paso del gobierno personalista al de valimiento (en el que una figura política, el valido, pasaba a desempeñar los principales cargos), a la vez que el comienzo de la decadencia de la hegemonía de la Monarquía Hispánica en Europa. Como rey portugués, la historiografía le ha reservado el nombre regio de Felipe II.

Nació en Madrid el 14 de abril de 1578 y fue el último hijo varón sobreviviente del rey Felipe II, habido en su cuarto y último matrimonio, contraído con Ana de Austria, hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Maximiliano II. Débil y tímido por naturaleza, educado por tutores aristócratas y eclesiásticos, resultó de carácter extremadamente religioso, lo que en política supuso su identificación con la misión divina de la monarquía española. Sin la energía y dedicación propias de un monarca absoluto, su gusto por la vida cortesana se tradujo en un complicado protocolo, cuyo desmedido costo rompió con la austeridad de tiempos anteriores.

En abril de 1599 contrajo matrimonio con su prima Margarita de Austria (hija del archiduque de Austria Carlos de Estiria y fallecida en 1611), de la que tuvo ocho hijos, entre los que cabe destacar a Ana de Austria (nacida en 1601, reina de Francia desde su matrimonio en 1615 con el rey Luis XIII), al heredero y futuro rey español Felipe IV (nacido en 1605) y a Fernando de Austria, el Cardenal-Infante (nacido en 1609 y gobernador de los Países Bajos entre 1632 y 1641).

Durante su reinado, que dio comienzo el 13 de septiembre de 1598 (el día del fallecimiento de su padre), el sistema de gobierno siguió siendo el utilizado por los primeros reyes pertenecientes a la Casa de Austria (denominación historiográfica de la rama española de la Casa de Habsburgo), es decir, recurrió a una serie de consejos especializados por materias y por divisiones territoriales, con el Consejo de Estado a la cabeza, que fue reorganizado en el año 1600 con un mayor protagonismo en la política general. Pero las dificultades para coordinar este sistema, unidas a la escasa capacidad del monarca, llevaron a la sustitución del gobierno personal por el del poder delegado en un valido, o favorito, sin título específico.

Desde 1598 gobernó como valido Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, amigo personal del Rey, de quien al parecer recibió ya en los primeros momentos autorización verbal para firmar en su nombre. De esta forma, el duque de Lerma pasó a controlar todos los órganos de la administración: ejerció de enlace entre el Consejo de Estado y los demás consejos de la Monarquía Hispánica, y fue quien adoptó las decisiones ejecutivas. Además, el monopolio en el reparto de gracias y mercedes permitió a Lerma formar una poderosa facción política. Precisamente el intento de incrementar esta influencia y de escapar a las críticas que se lanzaban en Madrid contra su privanza, explica el irresponsable traslado entre 1600 y 1606 de la corte, y por tanto la capitalidad de la Monarquía Hispánica, a Valladolid.

Tampoco resultó acertado el decreto de expulsión de los moriscos firmado en abril de 1609 (el 4% de la población), cuando ya no constituían tema de preocupación. El duque de Lerma alegó razones de seguridad para lo que era en realidad un problema de falta de integración.

El deterioro de la situación política y la crisis económica, con una imparable inflación, llevaron a Felipe III a sustituir en 1618 a Lerma por el hijo de éste, Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Uceda. Se recortó entonces la libertad de acción del nuevo valido en la tramitación de las consultas, con un mayor protagonismo de Baltasar de Zúñiga en los asuntos exteriores, en tanto que el Rey se reservaba el despacho de mercedes.

En política exterior, la suspensión de pagos de 1607 marcó el inicio de un periodo pacifista. El 9 de abril de 1609 se firmó en los Países Bajos la llamada Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas, lo que representó, por primera vez, el reconocimiento oficial de la existencia de éstas. Cinco años antes se había llegado al final de las hostilidades con Inglaterra, tras la muerte de la reina Isabel I. Por otra parte, el asesinato del rey de Francia Enrique IV en 1610 supuso la desaparición de un enemigo potencial, ya que su viuda, María de Medici, se mostró partidaria de la amistad española, hasta el punto de facilitar en 1615 el matrimonio de su hijo, Luis XIII, y el de su hija, Isabel de Borbón, con los hijos de Felipe III, Ana de Austria y el príncipe Felipe, respectivamente.

En 1618 finalizó este periodo de paz al apoyar España al rey de Bohemia y futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando II de Habsburgo, contra el elector del Palatinado, Federico V, en lo que fue el comienzo de la guerra de los Treinta Años. En este contexto internacional, poco después de la muerte en Madrid de Felipe III (sucedida el 31 de marzo de 1621), finalizó la tregua entre el reino español y las Provincias Unidas y se reanudó la llamada guerra de los Países Bajos, ya bajo el reinado de su hijo, Felipe IV.

Felipe IV (1605-1665), rey de España (1621-1665), durante cuyo gobierno tuvo lugar el más evidente proceso de decadencia de la Monarquía Hispánica. Hijo de Felipe III, a quien sucedió tras su fallecimiento, y de Margarita de Austria, nació el 8 de abril de 1605 en Valladolid.

Su favorito, el valido Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, contribuyó decisivamente a su formación y aprendizaje del “oficio” real. Inteligente, culto, sensible y capacitado para las tareas de gobierno, Felipe IV adolecía, sin embargo, de falta de seguridad en sí mismo, y era indeciso y débil de voluntad. Su dedicación al trabajo, admirable en muchos momentos, se veía contrarrestada por su propensión a las diversiones cortesanas. La fuerte influencia que tuvo sobre él Olivares fue reemplazada en 1643 por la de sor María de Jesús de Ágreda, con quien mantuvo una correspondencia constante durante el resto de su vida, un dilatado periodo en el que las desgracias familiares y las de la Monarquía Hispánica incrementaron su tendencia a la melancolía y su sentimiento de culpa.

Felipe IV se casó en 1615 con Isabel de Borbón (seis años antes de acceder al trono), con quien tuvo, además de otros hijos malogrados, al príncipe heredero Baltasar Carlos (1629) y a la infanta María Teresa (1638), futura esposa del rey de Francia Luis XIV, cuya unión propiciaría, en 1700, el acceso de la Casa de Borbón al trono de España. Tras las sucesivas muertes de la reina Isabel de Borbón (1644) y del príncipe heredero (1646), Felipe IV se casó en 1649 con su sobrina Mariana de Austria, de cuyo matrimonio sólo dos hijos alcanzaron la edad adulta: la infanta Margarita Teresa (1651), futura emperatriz (por su matrimonio con el emperador Leopoldo I), y el que sería heredero del trono, Carlos II (1661). El más famoso de sus diversos hijos naturales fue don Juan José de Austria (1629).

Su reinado, sobre todo en los años de gobierno del conde-duque de Olivares, fue un periodo de lujo, fiestas y exaltación cortesana. En 1633 comenzó la construcción del palacio del Buen Retiro, escenario principal de la corte planeado por Olivares como el espacio perfecto para proclamar al mundo la grandeza y el triunfo de la Monarquía Hispánica. Aficionado a la música, el teatro, la poesía y la pintura, el Rey fue un auténtico mecenas que favoreció la creación literaria, teatral y artística en el momento culminante del Siglo de Oro.

El reinado de Felipe IV puede dividirse en varias etapas: una primera, hasta 1643, en que el protagonismo esencial le corresponde a su valido, el conde-duque de Olivares; una segunda, en la cual Luis Menéndez de Haro, marqués de Carpio, dirigió los destinos de la Monarquía Hispánica (1643-1661); y, finalmente, los últimos años de la vida de Felipe IV, hasta 1665.

Con Olivares, la Monarquía se implicó plenamente en la guerra de los Treinta Años y reanudó la guerra de los Países Bajos. El valido pretendía compaginar la ofensiva bélica con las reformas interiores, tendentes a aliviar a la Corona de Castilla del enorme peso fiscal y militar. En este último sentido, su programa político tuvo como referente indiscutible el proyecto de Unión de Armas (1624-1626). Tras unos años de brillantes victorias, el fracaso de su política interior, la falta de recursos y la intervención de Francia en la guerra comenzaron a cambiar la situación. Ésta alcanzó cotas de gravedad tales como para ser considerada la mayor crisis interna sufrida por la Monarquía Hispánica, y estuvo salpicada por numerosas sublevaciones, como la rebelión de Cataluña (1640),

la guerra de Separación de Portugal (también iniciada en 1640) o la rebelión de Andalucía (1641). Los múltiples descontentos provocados llevaron a la destitución del conde-duque en 1643, aunque con posterioridad a este hecho, en los últimos años de la década de 1640, los motines y conspiraciones se reprodujeron en Nápoles, Sicilia y Navarra. También en 1643, el 19 de mayo de aquel año, los Tercios españoles fueron derrotados por las tropas francesas en la batalla de Rocroi, hito bélico que tradicionalmente se ha considerado como el punto y final de la hegemonía de la infantería hispánica en Europa.

Los años posteriores no pudieron alterar el curso de los acontecimientos. El Tratado de Münster (que, firmado en 1648, formaba parte del conjunto de acuerdos que se conoce como Paz de Westfalia) consagró la pérdida de las provincias del norte de los Países Bajos. La guerra franco-española continuó, pero, a pesar de éxitos como la recuperación de Cataluña, el apoyo de la Inglaterra republicana resultó decisivo para la victoria de Francia, consumada en 1659 con la Paz de los Pirineos.

En los últimos años de su reinado, concluidos los grandes conflictos, Felipe IV pudo concentrarse en el frente portugués. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Meses antes de su muerte (ocurrida en Madrid, el 17 de septiembre de 1665), la derrota de Villaviciosa (17 de junio) permitía vaticinar la pérdida de Portugal. La situación en Castilla no era más halagüeña, y la crisis humana, material y social afectaba profundamente a las regiones del interior.

Carlos II (1661-1700), rey de España (1665-1700), último de la dinastía Habsburgo. Hijo de Felipe IV y Mariana de Austria, fue toda su vida un ser débil y enfermizo, poco dotado física y mentalmente, lo que no le impidió tener capacidad moral y sentido de la realeza. Su inteligencia estuvo probablemente dentro de los límites de la normalidad, aunque su formación y su cultura fueron escasas. Casado en dos ocasiones, con María Luisa de Orleans (1679) y Mariana de Neoburgo (1689), no logró tener hijos. Su carácter débil, que no excluía esporádicos accesos de cólera y una cierta terquedad, le hizo depender, en exceso, de las opiniones o caprichos de su madre y esposas.

Carlos II heredó el trono cuando aún no había cumplido los cuatro años, por lo que, de acuerdo con el testamento de Felipe IV, su madre, Mariana de Austria, ejerció la regencia, asesorada por una Junta de Gobierno. El periodo de la regencia (1665-1675/77) estuvo dominado por las luchas entre la reina y sus favoritos (Juan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela) y la oposición política, capitaneada por el hermanastro del rey, don Juan José de Austria. En 1676, bajo el influjo de su madre, Carlos nombró primer ministro y grande de España a Valenzuela, lo que provocó la reacción de la aristocracia y el golpe de Estado de don Juan José, quien alejó a la reina madre y gobernó como primer ministro durante algo más de dos años (1677-1679) hasta su muerte.

El gobierno de don Juan José supuso el fin de la regencia y el inicio del reformismo aristocrático, que fue continuado por sus sucesores, el duque de Medinaceli (1680-1685) y el conde de Oropesa (1685-1691). Tras la caída de éste, la última década del reinado se caracterizó por el debilitamiento del reformismo, el paso al primer plano del problema sucesorio y la intromisión constante de la reina, Mariana de Neoburgo, en la vida política.

Durante la época de Carlos II, las iniciativas reformistas pusieron las bases para la recuperación económica de Castilla. En el exterior, la Monarquía se vio envuelta en cuatro guerras determinadas por el expansionismo de Luis XIV. Sin embargo, no fueron tan largas y agotadoras como las anteriores, y los gobernantes españoles supieron desarrollar, frente a Francia, una hábil política exterior que les llevó a unirse a sus enemigos de la víspera: Países Bajos y Gran Bretaña. Al final del reinado, la Monarquía se mantenía casi intacta, con las únicas pérdidas del Franco Condado (1678) y una serie de plazas en la zona fronteriza entre Francia y los Países Bajos, así como del reino de Portugal (1668), al cual se había intentado anexionar a la Monarquía Hispánica desde tiempos de Felipe IV.

Las frecuentes enfermedades del rey y la falta de sucesión alimentaron durante su reinado las negociaciones entre los príncipes europeos para el reparto de los territorios de la Monarquía. Pero la obsesión por mantener unida la herencia de sus mayores fue seguramente uno de los motivos que determinaron el último testamento de Carlos II, en el que, a pesar de las pretensiones de los Habsburgo, declaró heredero al duque de Anjou, futuro Felipe V. Para ello, hubo de vencer, sin duda, la aversión que durante toda su vida le inspiró todo lo francés, alimentada por las constantes agresiones de Luis XIV.

Felipe V (1683-1746), rey de España (1700-enero de 1724; agosto de 1724-1746), de origen francés, primer monarca de la Casa de Borbón, la cual sustituyó a la Casa de Habsburgo en el reinado sobre los territorios españoles gracias al testamento definitivo del último rey de ésta, Carlos II.

Nieto del monarca francés Luis XIV y bisnieto del rey español Felipe IV, era el segundo hijo del gran delfín (heredero del trono francés) Luis y de María Ana Cristina de Baviera. Nació en Versalles, el 19 de diciembre de 1683. Hasta su acceso al trono español, fue más conocido por el título regio francés de duque de Anjou, o también, simplemente, como Felipe de Anjou. De su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, con quien contrajo matrimonio (ya como rey español) en 1701, tuvo cuatro hijos, de los cuales sobrevivirían solamente dos: Luis (rey efímero de España como Luis I) y Fernando, que sucedería al padre a su muerte como Fernando VI. Casó en segundas nupcias con Isabel de Farnesio (1714), que le dio siete hijos: entre ellos, el que sería Carlos III, y Felipe, con el tiempo duque de Parma.

Aunque fue jurado como rey por las Cortes castellanas y catalanas, conflictos dinásticos entre Habsburgos y Borbones así como la alineación de los antiguos reinos de la Corona de Aragón en favor de los Austrias (nombre por el que son también conocidos los miembros españoles de la Casa de Habsburgo), desencadenaron la Guerra de Sucesión española, a la vez peninsular, europea y colonial. Acabada ésta en 1714, por los tratados de Utrecht y de Rastadt la monarquía española perdió los territorios europeos en Italia y en los Países Bajos que tanto habían costado económica y humanamente a Castilla durante los siglos anteriores, pero se afianzó su poder en los restantes dominios españoles.

Por enajenación temporal, por exigencias de su religiosidad o por aspirar al reino de Francia, o por todas estas causas a la vez, en enero de 1724 Felipe V tuvo la extraña ocurrencia de abdicar de su corona de forma inesperada y con votos solemnes de no retorno. Tras la muerte temprana de Luis I, en agosto del mismo año, Felipe volvió a reinar. A pesar de las condiciones personales y de su enfermedad, que le sumía en intermitentes y largas demencias, supo elegir a sus ministros: desde los primeros gobiernos franceses, seguidos por el de Julio Alberoni y, tras la aventura del barón de Ripperdá, por los ministros españoles, entre los que destacó, por su programa de gobierno interior y por su acción diplomática, José Patiño. Actuaban desde las secretarías de Estado y de Despacho, el equivalente más cercano a los ministerios posteriores, que suplantaron a los consejos del régimen polisinodial de los Austrias, reservados para honores y consideraciones pero vaciados de poder, a excepción del Consejo de Castilla, creciente en sus atribuciones. Por ello, la oposición a los gobiernos de Felipe V provino siempre de los nobles relegados.

Durante su largo reinado, consiguió cierta reconstrucción interior en lo que respecta a la Hacienda, al Ejército y a la Armada, prácticamente recreada por exigencias de la explotación racional de las Indias y como medio inevitable para afrontar las rivalidades marítimas y coloniales de Inglaterra. El logro fundamental, no obstante, fue el de la centralización y unificación administrativa y la creación de un Estado moderno, sin las dificultades que supusieran antes los reinos históricos de la Corona de Aragón, incorporados al sistema fiscal y con sus fueros y derecho público (no así el privado) abolidos con la aplicación de los Decretos de Nueva Planta y de un cierto derecho de conquista. Se gobernó España desde Madrid.

La acción exterior estuvo determinada, en un primer momento, por el revisionismo de las decisiones de Utrecht, por los intereses maternales de Isabel de Farnesio, empeñada en lograr acomodo para sus hijos en Italia, y por la alianza familiar con Francia (firma de los dos primeros Pactos de Familia, en 1733 y 1743, respectivamente). Patiño supo manejar todos estos factores, integrados por él en un programa nacional. Por los compromisos en las guerras de Sucesión polaca (1733-1735) y austriaca (1740-1748), y por la acción del Ejército español aliado con el francés, el hijo mayor de Isabel de Farnesio, Carlos, se convirtió en rey de Nápoles y Sicilia —

más tarde llegó a ser rey de España como Carlos III—, y el otro, Felipe, en duque de Parma, Plasencia (Piacenza) y Guastalla. De otro lado, la política exterior del primer monarca Borbón español fracasó en los intentos de recuperar Menorca y Gibraltar. Felipe V falleció el 9 de julio de 1746, en Madrid.

Luis I (1707-1724), rey de España (febrero-agosto de 1724). Hijo de Felipe V y de su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, nació en Madrid (1707). Casado en 1722 por razones de política internacional con Luisa Isabel, hija del regente de Francia, duque de Orleans, llegó al trono de la monarquía española en febrero de 1724 a consecuencia de la extraña abdicación de su padre, que tuvo lugar el 10 de enero anterior. Este 'reinado relámpago' fue intrascendente por su brevedad y porque, en realidad, no se gobernaba tanto desde Madrid, corte de Luis I, cuanto desde el Real Sitio de La Granja (en la localidad segoviana de San Ildefonso), la otra corte paralela de Felipe V y de su mujer Isabel de Farnesio. El joven monarca murió el 31 de agosto y Felipe V volvió al trono.

Carlos III (1716-1788), rey de las Dos Sicilias (1734-1759) y rey de España (1759-1788), el representante más genuino del despotismo ilustrado español.

Hijo del rey español Felipe V y de Isabel de Farnesio, nació el 20 de enero de 1716 en Madrid. Heredó de su madre en 1731 el ducado italiano de Parma, el cual ejerció hasta 1735, junto al de Plasencia (Piacenza), bajo la tutela de su abuela materna (Dorotea Sofía de Neoburgo). Después de que su padre invadiera en 1734 Nápoles y Sicilia, al año siguiente, y por medio de la firma del Tratado de Viena —que ponía fin a la guerra de Sucesión polaca—, fue reconocido como rey de las Dos Sicilias (título que recogía los dos reinos italianos de Nápoles y de Sicilia, que ya ejercía desde un año antes) con el nombre de Carlos VII. Como tal, adoptó reformas administrativas considerables y llevó a cabo una política de obras públicas que embellecieron la capital napolitana. En 1738, contrajo matrimonio con María Amalia de Sajonia.

En 1759, accedió al trono español, tras producirse el fallecimiento de su hermanastro, Fernando VI. Hombre de carácter sencillo y austero, estuvo bien informado de los asuntos públicos. Fue consciente de su papel político y ejerció como un auténtico jefe de Estado. Su reinado español puede dividirse en dos etapas; el motín contra Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache (1766), es la línea divisoria entre ambas.

En el primer periodo, los políticos más destacados fueron Ricardo Wall y Devreux, Jerónimo Grimaldi, el marqués del Campo del Villar y el marqués de Esquilache. El equipo de gobierno llevó a cabo una serie de reformas que provocaron un amplio descontento social. La aristocracia se vio afectada por la renovada Junta del Catastro, dirigida a estudiar la implantación de una contribución universal, o por la ruptura de su prepotencia en el Consejo de Castilla. Por su parte, el clero recibió continuos ataques a su inmunidad. Se limitó la autoridad de los jueces diocesanos, se logró el restablecimiento del pase regio (facultad regia de autorizar las normas eclesiásticas) y se redujeron las amortizaciones de bienes. A todo ello vino a unirse el descontento popular provocado por la política urbanística en Madrid (tasas de alumbrado o prohibición de arrojar basuras a la calle, por ejemplo), los intentos de modificación de las costumbres (bando de capas y sombreros) y algunas reformas administrativas y hacendísticas

El Domingo de Ramos (23 de marzo) de 1766 estalló el motín en Madrid y en varias provincias, de forma muchas veces simultánea. Los amotinados proferían vivas al Rey y pedían la destitución del marqués de Esquilache y su camarilla de extranjeros. En las provincias se gritaba además contra los especuladores, representantes del poder local. Esquilache fue destituido y se tomaron una serie de medidas sobre el abastecimiento y el precio del grano. Con el restablecimiento del orden social se inició la segunda etapa del reinado. La política pasó a estar en manos de una serie de administradores e intelectuales nuevos, como José Moñino, conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez Campomanes, Pedro Pablo Abarca, conde de Aranda, o Gaspar Melchor de Jovellanos, que aseguraron una continuidad en las reformas. La primera medida del nuevo equipo fue la expulsión de los jesuitas (febrero de 1767), a quienes el Dictamen Fiscal, elaborado por Campomanes, acusaba de instigadores del motín y enemigos del Rey y del sistema político, a la vez que denunciaba su afán de poder y de acumulación de riquezas y cuestionaba su postura doctrinal.

Al margen de este hecho, el segundo periodo del reinado español de Carlos III se caracteriza por una profunda renovación en la vida cultural y política. De la primera cabe destacar el intento de extensión de la educación a todos los grupos de la sociedad, mediante el establecimiento de centros dependientes de los municipios o de las Sociedades Económicas de Amigos del País, la creación de escuelas de agricultura o el equivalente a las de comercio en diversas ciudades, las propuestas de reforma de los estudios universitarios (1771 y 1786) y, en fin, el estímulo de la actividad de la Real Academia Española, cuya Gramática castellana (1771) se impuso como texto en las escuelas. De las innovaciones políticas sobresalen: la reforma del poder municipal y las propuestas económicas, cuyas líneas más significativas fueron la remodelación monetaria y fiscal, los intentos de modernización de la agricultura y la liberalización de los sectores industrial y comercial.

El 26 de junio de 1766, un Real Decreto establecía que en todos los pueblos de más de dos mil vecinos se nombraran cuatro diputados del común, que intervinieran con la justicia y los regidores en los abastos del lugar. Tendrían además voto y asiento en el ayuntamiento. La reforma, que fue perfilada con sucesivas órdenes, suponía sobre el papel una grave amenaza para el monopolio de las oligarquías urbanas. Las gentes del común se inhibieron, en general, y esto fue suficiente para que los grupos tradicionales mantuvieran el monopolio del poder municipal.

Las medidas más significativas en política monetaria fueron: las remodelaciones de marzo de 1772; la emisión de vales reales, el primer papel moneda de España, iniciada en septiembre de 1780; y la creación del Banco de San Carlos, en julio de 1782. En el terreno fiscal sobresalió, sin duda, el intento de establecimiento de la contribución única. En el sector agrario se favoreció la estabilidad del campesinado, se congelaron los arriendos y se abordó la confección de una ley agraria, que no vería la luz hasta 1794. En cuanto a los ámbitos industrial y comercial, la lucha contra la rigidez del sistema gremial, o el establecimiento del libre comercio de España con las Indias (1778), son una muestra del acercamiento al liberalismo económico.

En 1787, Carlos III aprobó la creación de un nuevo órgano de gobierno, la Junta de Estado, a instancias del marqués de Floridablanca. El monarca falleció el 14 de diciembre de 1788 en Madrid, y fue sucedido por su hijo Carlos, que pasó a reinar como Carlos IV. De entre los otros doce hijos que tuvo de su matrimonio con María Amalia de Sajonia, destaca Fernando I de Borbón, rey de las Dos Sicilias, el cual, desde 1759, le había sustituido como rey de Nápoles.

Carlos IV (1748-1819), rey de España (1788-1808), sus gobiernos hubieron de hacer frente a las consecuencias de la vecina Revolución Francesa.

Hijo de Carlos III y de María Amalia de Sajonia, nació el 11 de noviembre de 1748 en Portici (residencia real de su padre, entonces rey de Nápoles, y en la actualidad perteneciente al área suburbana de la ciudad italiana de Nápoles). En 1765, contrajo matrimonio con María Luisa de Parma. Llegó al trono con cuarenta años, tras el fallecimiento paterno, y, aunque no estaba exento de experiencia política, carecía del talento y la energía que las circunstancias en que iba a verse envuelto requerían.

El inicio del reinado de Carlos IV, con el gobierno en manos de José Moñino, conde de Floridablanca, marcó un intento de continuidad, cada vez más controlada, del reformismo ilustrado. Se trató de poner trabas a la acumulación de bienes en manos muertas civiles y eclesiásticas, se tomaron medidas para impedir el acaparamiento y la especulación de grano, derivados de las crisis agrícolas, y se fomentó la libertad industrial y comercial. El periodo estuvo definido por la oposición radical a las ideas de la Revolución Francesa, razón por la cual se adoptó la denominada política de `cordón sanitario', destinada a impedir su penetración en España.

El conde de Aranda, sucesor de Floridablanca desde febrero de 1792, tuvo como objetivo primordial el mantenimiento de una sólida neutralidad armada en los escasos meses de su gestión, la cual apenas duró hasta noviembre de ese año.

A partir de este momento y salvo un corto intervalo, Manuel Godoy dominó el panorama político español; los acontecimientos precipitaron su encumbramiento desde la Secretaría de Estado. Godoy era un asiduo en los ambientes de la corte, un hombre de ideas ilustradas que se mostraba tradicional y antirrevolucionario en lo que afectaba a la estructura política del Estado. No contaba, sin embargo, con la simpatía de los círculos de la ilustración española.

El progreso de las reformas, aunque con sobresaltos, continuó. Adquirió un gran desarrollo la obra cultural emprendida durante el gobierno de Carlos III, y surgieron nuevas instituciones de corte moderno como el Real Colegio de Medicina o el Observatorio Astronómico, junto con no pocas escuelas de artes y oficios. La promoción de las manufacturas o el fomento de las Sociedades Económicas de Amigos del País marcaron también una línea de continuidad de la política ilustrada.

Pero el gobierno de Godoy tuvo una piedra de toque fundamental en sus relaciones con la Francia revolucionaria, que determinaron la política interior y exterior, extraordinariamente unidas. Esta circunstancia, agravada por el ajusticiamiento de Luis XVI en enero de 1793, dio lugar a largos años de desastrosa guerra. En una primera fase, España emprendió la denominada guerra de la Convención (o guerra de los Pirineos) que se saldó con la Paz de Basilea de 1795. Posteriormente, entró en la órbita de Francia, lo que implicó, después de la firma del Tratado de San Ildefonso (1796), la ruptura con Gran Bretaña. La lucha planteada en el mar en los años siguientes le fue desfavorable. Además, Godoy se vio en la difícil situación de mantener una alianza con Francia al tiempo que, en el interior, se llevaba a cabo un verdadero combate frente a las ideas revolucionarias promovidas por aquélla. Todo ello provocó, en 1798, su caída.

Vuelto al poder en 1801, Godoy intentó desvincularse de la política francesa, en manos ya de Napoleón Bonaparte, sin demasiado éxito, hasta que, en 1804, la aparición del partido fernandino, liderado por el príncipe de Asturias (el futuro rey Fernando VII), le orientó de nuevo a la colaboración con el país vecino. La alianza trajo la guerra, y ésta el desastre de Trafalgar (1805), que supuso un golpe durísimo para la Marina de guerra española.

A partir de 1806, la situación política fue cada vez más difícil, y ello condujo a los sucesos de marzo de 1808 (motín de Aranjuez), los cuales provocaron la primera abdicación de Carlos IV en la persona de su hijo Fernando. Su segunda abdicación tuvo lugar el 6 de mayo de ese año, en la localidad francesa de Bayona, y benefició al emperador Napoleón I Bonaparte, en quien depositó la autoridad regia española, forzado tanto por la presencia de tropas francesas en España, en tránsito teórico hacia Portugal, como por la posición de su hijo Fernando, quien, a su vez, había abdicado en su propio padre en la misma fecha.

Desde entonces, comenzó para Carlos, y para su esposa, un verdadero exilio que habría de comenzar en territorio francés (Compiègne y Marsella) y que finalizaría en Italia, en cuya ciudad de Roma falleció el 20 de enero de 1819, sin que su hijo, el entonces rey español Fernando VII (reinstaurado tras el triunfo de la guerra de la Independencia española), se aviniera a poner fin al destierro de sus progenitores a causa del temor al uso que, en su contra, pudieran hacer sus enemigos liberales de las personas de sus padres.

Fernando VII (1784-1833), rey de España (1808-1833), último monarca representante del absolutismo en ese país.

Hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma, nació el 14 de octubre de 1784, en El Escorial (Madrid). En 1806, se casó con María Antonia de Borbón (o de Nápoles), hija del rey de Nápoles Fernando I de Borbón, la cual falleció cuatro años más tarde. Durante el reinado de su padre, dirigió un partido cortesano de oposición al primer ministro Manuel Godoy. Este partido aprovechó el descontento popular provocado por la entrada de las tropas francesas en España, y consiguió desencadenar una revuelta popular conocida como motín de Aranjuez (marzo de 1808), que provocó la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en beneficio del entonces príncipe de Asturias.

Fernando VII, junto a toda la familia real, fue atraído a Bayona por Napoleón I Bonaparte, quien le forzó a renunciar a la corona española en su favor. Napoleón nombró rey de España a su hermano José, que reinaría hasta 1813 con el nombre de José I.

Durante la guerra de la Independencia, la Junta Central, constituida en septiembre de 1808 para ejercer el gobierno en nombre de Fernando VII y coordinar la lucha contra los invasores franceses, convocó las Cortes que habrían de reunirse en Cádiz a partir de 1810 (cuando aquélla ya había sido sustituida por el Consejo de Regencia), las cuales declararon “único y legítimo rey de la nación española a don Fernando VII de Borbón”, así como nula y sin efecto la cesión de la corona a favor de Napoleón. Su ausencia de España durante estos años explica su sobrenombre de `el Deseado'.

En 1814, acabada la guerra, Fernando VII regresó a España. En Valencia, un grupo de diputados, presidido por Bernardo Mozo de Rosales, marqués de Mataflorida, le presentó un documento, el denominado Manifiesto de los Persas, en el que le aconsejaban la restauración del sistema absolutista y la derogación de la Constitución aprobada por las Cortes de Cádiz en 1812.

La primera etapa de su gobierno, de carácter absolutista (1814-1820), estuvo marcada por una depuración de afrancesados y liberales y por los intentos, fracasados la mayoría, de mejorar la situación económica y reformar la Hacienda. Del seno del Ejército partieron pronunciamientos liberales, como el liderado por Rafael del Riego (1820), iniciado en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) por las fuerzas que formaban las tropas preparadas para embarcar rumbo a América con el objetivo de luchar contra los independentistas. Tal pronunciamiento, seguido por otras guarniciones del país, obligó al Rey a jurar la Constitución.

El periodo denominado Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823) ocupó la segunda etapa de su reinado. En ella, pese a la poco disimulada oposición del monarca, se continuó la obra reformista iniciada en 1810: abolición de los privilegios de clase y de los mayorazgos, supresión de los señoríos y de la Inquisición, preparación del Código Penal y recuperación de la vigencia de la Constitución de 1812. Desde 1822, toda esta política reformista tuvo su respuesta en la contrarrevolución surgida entre los miembros absolutistas de la propia corte (la denominada Regencia de Urgell), con el apoyo de elementos campesinos, y, en el exterior, en la formación de la Santa Alianza, que desde el corazón de Europa defendía los derechos de los monarcas absolutos. El Congreso de Verona (octubre-noviembre de 1822) decidió reclamar al gobierno de Madrid el restablecimiento de la plena autoridad del Rey. En caso contrario, quedaba abierta la puerta a la intervención militar. El 7 de abril de 1823 entraron en España las tropas francesas mandadas por el general Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, a los que se sumaron tropas realistas españolas. Sin apenas oposición, el absolutismo fue restaurado.

La última etapa del reinado de Fernando VII tuvo de nuevo un signo claramente absolutista. Se suprimió otra vez la Constitución y se restablecieron todas las instituciones existentes en enero de 1820, salvo la Inquisición. Fueron años de represión política. La situación general se veía afectada además por la pérdida de la inmensa mayoría de las colonias americanas, después del proceso conocido como la emancipación latinoamericana.

Los años finales del reinado se centraron en la cuestión sucesoria. Desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta 1830, cuando el Rey (que había estado casado desde 1816, en segundas nupcias, con Isabel de Braganza, que falleció dos años más tarde; y, en terceras, desde 1819, con María Josefa Amalia de Sajonia, la cual murió en 1829), tras su cuarto matrimonio, efectuado un año antes con María Cristina de Borbón, esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel.

En la corte se formó entonces un grupo de `realistas puros', que defendían la candidatura al trono del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, y negaban la legalidad de la Pragmática publicada en 1830. En 1832, durante una grave enfermedad del Rey, cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde, quien logró que Fernando VII firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la Ley Sálica (recuperando el Reglamento de 1713). Parece que este grupo estaba respaldado por los embajadores de Austria, Cerdeña y Nápoles. Además, las potencias de la Santa Alianza temían la instauración de una España liberal, justo cuando la Revolución francesa de julio de 1830 había alterado el estatus político europeo.

Con la mejoría de salud del Rey y la destitución de Calomarde, el gobierno dirigido por Francisco Cea Bermúdez puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que, a la muerte del rey, ocurrida el 29 de septiembre de 1833 en Madrid, quedaba como heredera su primogénita Isabel (la que ya era reina Isabel II), cuyo reinado hubo de comenzar por resolver el conflicto que se transformó en la primera Guerra Carlista.

José I Bonaparte (1768-1844), rey de España (1808-1813), impuesto por su hermano menor, el emperador Napoleón I Bonaparte, tras la invasión francesa de 1808. Nació en Corte (Córcega), el 7 de enero de 1768. Estudió leyes en Pisa (Italia). En 1796, tomó parte en la campaña de su hermano en Italia. Al año siguiente, ocupó un cargo como diplomático, primero en la corte de Parma y después en Roma, durante la I República francesa. José Bonaparte fue miembro del Consejo de los Quinientos, la cámara baja de la época del Directorio, en 1798. Durante las Guerras Napoleónicas, iniciadas al año siguiente, actuó como enviado de su hermano y firmó tratados con Estados Unidos, Austria, Gran Bretaña y el Vaticano. En 1806, Napoleón le nombró rey de Nápoles, en donde reinó hasta el 6 de julio de 1808, fecha en la que aquél le concedió el trono de España después de conseguir las abdicaciones del monarca español Fernando VII y la de su padre Carlos IV.

Reinó como José I, en medio de la guerra de la Independencia librada frente al dominio de los ejércitos franceses y contra su propio gobierno, buscando el apoyo político de uno de los grupos de los ilustrados españoles, cuyos miembros eran los denominados afrancesados, sin lograr hacer triunfar su programa reformista, cimentado en el Estatuto de Bayona (espurio origen del constitucionalismo español). Ocho días después de iniciar su reinado en Madrid, hubo de huir de la ciudad para dirigirse a Vitoria —a consecuencia de la batalla de Bailén del 19 de julio de 1808—, donde se mantuvo hasta que, en noviembre de ese año, su hermano se hizo cargo de las operaciones militares que le devolvieron a la capital. Tras verse obligado nuevamente a trasladarse desde Madrid hasta Valencia en agosto de 1812 (debido a la derrota en la batalla de Arapiles), un año después acabó por dirigirse a territorio francés después de sufrir, en junio de 1813, un nuevo descalabro en Vitoria. Lugarteniente general de su hermano hasta la abdicación de éste, en 1814, un año más tarde, tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo, emigró a Estados Unidos, donde permaneció hasta 1832. A continuación regresó a Europa y, después de una breve permanencia en Inglaterra, se estableció en Italia y falleció, el 28 de julio de 1844, en Florencia.

Isabel II (1830-1904), reina de España (1833-1868). Hija de Fernando VII y de la cuarta esposa de éste, María Cristina de Borbón, su nacimiento, que tuvo lugar en Madrid el 10 de octubre de 1830, provocó problemas dinásticos, ya que hasta entonces el heredero era el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, quien no aceptó el nombramiento de Isabel como princesa de Asturias y heredera del trono cuando el Rey derogó en 1832 la prohibición de reinar a las mujeres (Ley Sálica).

Durante su minoría de edad, fueron regentes su madre María Cristina, reina gobernadora hasta 1840, que se apoyó en los liberales para hacer frente al carlismo (durante la primera Guerra Carlista, transcurrida entre 1833 y 1840, que fue provocada por el mencionado conflicto sucesorio), y, hasta 1843, el general Baldomero Fernández Espartero. A los trece años, fue declarada mayor de edad. A los 16, después de numerosas conversaciones con potencias extranjeras, se la casó, contra su deseo, con su primo Francisco de Asís de Borbón (octubre de 1846). Tuvo nueve hijos, algunos de los cuales murieron al nacer.

Durante los treinta y cinco años de su reinado se consolidó el difícil tránsito en España desde un Estado absolutista a otro liberal-burgués, no sin una serie de cambios que afectaron al régimen político y al sistema económico y social. Su reinado se inició con la semi-concesión liberal de una carta otorgada, el Estatuto Real (1834). El definitivo impulso liberal se abrió en agosto de 1836, tras la denominada sublevación de La Granja, llevada a cabo por los sargentos de la guardia acantonada en el Real Sitio homónimo.

Tres son las medidas principales que se pusieron en marcha de manos del presidente de gobierno Juan Álvarez Mendizábal: la desamortización de bienes de la Iglesia, la creación de un Ejército capaz de doblegar al carlismo y la institucionalización del régimen. Pero la medida más importante fue, en este arranque del reinado de Isabel II, la elaboración de una constitución acorde con la ideología triunfante. Oficialmente se hizo una adaptación de la idealizada Constitución de Cádiz de 1812, pero el resultado fue una nueva Constitución (1837), mucho más ceñida a la realidad social. El progresismo, que además lograba un relativo éxito contra el carlismo (como muestra el Convenio de Vergara, acordado en 1839), alcanzó su momento culminante de la mano del militar que capitalizó la victoria, el general Espartero. Entre 1840 y 1843, Espartero llegó incluso a desplazar de la regencia a la misma Reina madre, con una línea de gobierno claramente autoritaria que provocó el rechazo de una parte del progresismo, lo que acabó por abrir las puertas al conservadurismo.

De la mano del Partido Moderado, a partir de 1844 y durante 10 años (periodo conocido como Década Moderada), se consolidó un liberalismo muy restrictivo (sólo una minoría de ciudadanos tenía derechos políticos). La práctica del caciquismo, en buena medida, empezó a tejer sus redes a partir de 1844. El nuevo sistema se plasmó en la ciertamente conservadora Constitución de 1845. El hombre fuerte del periodo, el general Ramón María Narváez, consiguió evitar la oleada revolucionaria extendida por gran parte de Europa (las denominadas revoluciones de 1848), más por la falta de una estructura social afín que por las medidas de dureza adoptadas. Esta fase se cerró con el `tecnócrata' Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo, en 1851 y 1852, una amplia labor administrativa y hacendística.

Desde 1854 hasta 1856, de nuevo el Partido Progresista se volvió a hacer con el poder —toda vez que el sistema político adoptado desde 1844 le excluía en la realidad— mediante un acto de fuerza, el pronunciamiento de Vicálvaro (la denominada Vicalvarada de junio de 1854). Su principal dirigente, Espartero, volvía así al primer plano. Lo más trascendente de cuanto ocurrió en este periodo (llamado Bienio Progresista) fue, sin duda, la desamortización civil llevada a cabo en 1855 por el ministro de Hacienda Pascual Madoz.

Narváez volvió a conseguir el poder durante un bienio más (1856-1858); sin embargo, los cambios sociales terminaron por abrir el camino a un sistema más templado, llevado a cabo por la Unión Liberal (1858-1863), el cual giró en torno a otro militar, el general Leopoldo O'Donnell. Un periodo de relativa estabilidad social, durante el cual O'Donnell jugó un activo papel en el exterior —tanto en su gobierno ejercido desde 1858 hasta 1863 como en el que presidió entre 1865 y 1866—, hasta el punto de poder hablarse de una etapa neoimperialista, como muestran la guerra en Marruecos (con la firma del Tratado de Wad-Ras, en 1860, que delimitaba las posesiones españolas en el norte de África); la intervención en México (llevada a cabo, junto a franceses y británicos, en 1861 y 1862) y en Cochinchina (como apoyo a las tropas francesas que intervinieron en el territorio desde 1859); la anexión de la República Dominicana (1861-1864); y la provocación de la guerra del Pacífico (1864-1866), que, entre otros avatares, se manifestó en el bombardeo español en 1866 del puerto peruano del Callao.

La última etapa del reinado de Isabel II (1864-1868) fue de clara descomposición política. Junto a la crisis económica, aparecieron reiteradas sequías y problemas de adaptación de una economía que no había comenzado su desarrollo verdadero. Los nuevos grupos sociales en ascenso (la clase media y la clase obrera) exigían un cambio en profundidad. La respuesta del régimen no fue otra que resistir mediante la fuerza. En el último momento, con Luis González Bravo como presidente del gobierno desde abril de 1868, el régimen rozó el sistema dictatorial.

El final llegó con la incruenta batalla de Alcolea (28 de septiembre de 1868), que abrió las puertas al triunfo de la revolución de 1868, la cual supuso el destronamiento definitivo de Isabel II, quien en 1870 abdicó desde su exilio parisino en su hijo Alfonso XII para favorecer la vuelta de la Casa de Borbón al trono español. Una vez iniciado su exilio, se separó de su esposo y, desde entonces, no volvió a intervenir en las decisiones políticas (salvo en su propia abdicación), ni siquiera cuando, en diciembre de 1874, su hijo inició el periodo histórico que habría de llamarse Restauración. Isabel II murió el 9 de abril de 1904 en París (Francia), ciudad donde vivió desde su derrocamiento.

Alfonso XII (1857-1885), rey de España (1875-1885), su acceso al trono supuso el inicio del periodo que habría de ser conocido como Restauración.


Hijo de la reina Isabel II y de Francisco de Asís de Borbón, nació en Madrid el 28 de noviembre de 1857. Exiliado en Francia con su familia a los 11 años —tras el destronamiento de su madre por la revolución de 1868—, estudió en París, Viena y, por último, siguiendo instrucciones de Antonio Cánovas del Castillo, quien quería que conociese un país liberal y constitucional, en la Academia Militar británica de Sandhurst, desde donde dirigió el 1 de octubre de 1874 un manifiesto en el que proponía la política de conciliación que sería clave durante su reinado.

En 1870, su madre abdicó desde su exilio en París en su favor, con el objeto de favorecer el regreso de la Casa de Borbón al ejercicio de la monarquía en España. Fracasadas las diferentes soluciones políticas del Sexenio Democrático (1868-1874), en 1874 no parecía haber otra salida que la restauración de los Borbones. El pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto (29 de diciembre de 1874) precipitó su vuelta a España y su posterior coronación, en enero del año siguiente.

El primer problema del reinado de Alfonso XII vino dado por la tercera Guerra Carlista, que ya había comenzado en 1872. Se trasladó de inmediato a los escenarios bélicos. Tras sucesivos desastres carlistas (Olot, Valencia, Estella), Alfonso XII fue reconocido como rey legítimo por el militar carlista Ramón Cabrera el 11 de febrero de 1875, un año antes de que el conflicto resultara definitivamente concluido. La Paz de Zanjón (10 de febrero de 1878) puso fin de momento, por su parte, a la guerra mantenida frente a los independentistas cubanos (al menos en lo que se refiere a la denominada guerra de los Diez Años). Al mismo tiempo, los republicanos se mantenían inactivos. Se iniciaba una etapa de estabilidad.

Proclamada la Constitución de 1876, el rey fue representado como su fiel cumplidor. Un turno pacífico de partidos, ideado por Cánovas, permitió el reparto del poder y evitaba su toma por la fuerza. Frente al Partido Conservador, se potenció la creación del Partido Liberal para aglutinar la fuerzas de centro izquierda, y Práxedes Mateo Sagasta pasó a ser su jefe. A partir de 1881, ambos partidos se turnaron de manera casi matemática.

El matrimonio con su prima Mercedes de Orleans (contraído el 18 de enero de 1878), festejado y recordado por la memoria popular (que pasó a conocer a la Reina como María de las Mercedes), duró poco debido al temprano fallecimiento de aquélla. Se volvió a casar, el 29 de noviembre de 1879, con María Cristina de Habsburgo-Lorena, con quien tuvo dos hijas —María de las Mercedes y María Teresa— y un hijo póstumo, el futuro Alfonso XIII. Enfermo de tuberculosis desde hacía tiempo, sus obligaciones protocolarias y sus salidas nocturnas empeoraron la enfermedad. Agravada su salud en el otoño de 1885, se retiró al palacio de El Pardo, en las cercanías de Madrid, donde falleció el 25 de noviembre de ese año. Cánovas, preocupado por la estabilidad de la monarquía y para evitar otro pleito dinástico, llegó con Sagasta al conocido como Pacto de El Pardo, cediendo el gobierno a los liberales.

Alfonso XIII (1886-1941), rey de España (1886-1931), último monarca de la Casa de Borbón en ese país hasta que, en 1975, se produjo el acceso al trono de su nieto Juan Carlos I.

Nacido el 17 de mayo de 1886 en Madrid, hijo póstumo del monarca Alfonso XII, fruto del matrimonio de éste con María Cristina de Habsburgo-Lorena, reinó bajo la regencia de su madre hasta el 17 de mayo de 1902, y de manera efectiva a partir de ese día (cuando, al cumplir 16 años, accedió a la mayoría de edad prevista para el ejercicio de la monarquía). Se le educó para comportarse como un rey-soldado, en una rígida disciplina católica y una conciencia liberal. El contacto con la realidad política del país le hizo ver el alejamiento entre la España oficial y la España real; de ahí su empeño en conectar directamente con esta última en medio de las ficciones del sistema canovista (ideado por el político conservador Antonio Cánovas del Castillo y eje vertebrador de la época que dio en llamarse Restauración, de la cual el propio reinado de Alfonso XIII sería su prolongación), dominado por el caciquismo.

Perteneció por edad y talante a la generación posterior al desastre de 1898 (derrota en la Guerra Hispano-estadounidense), que deseaba regenerar a España (de ahí regeneracionismo), para lo cual sometió a un crítico examen de conciencia todos los aspectos de la vida nacional. Hubo de afrontar problemas derivados de la etapa anterior, pero también otros que surgirán con el nuevo siglo: el problema social, el radicalismo de las organizaciones obreras, las guerras de Marruecos, la quiebra del turnismo político, el surgimiento de los nacionalismos catalán y vasco, y otros. Demostró siempre una tendencia a intervenir personalmente en la política, lo cual le era permitido por la propia Constitución de 1876.

El comienzo del reinado coincidió con un cambio generacional decisivo en la situación de los partidos dinásticos (el Conservador y el Liberal). Desaparecidos en 1897 y 1903, respectivamente, Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta —los principales dirigentes de ambos partidos—, varios políticos se disputaron el liderazgo dentro de cada formación política. La renovación de comportamientos políticos que el país demandaba tuvo principalmente dos valedores: Antonio Maura dentro de los conservadores y José Canalejas por los liberales.

La neutralidad de España en la I Guerra Mundial (1914-1918) abrió mercados y favoreció el crecimiento económico, pero también la agitación social. El Estado no se benefició de esta abundancia. La crisis de 1917, en que se unieron el sindicalismo militar (Juntas Militares), las huelgas revolucionarias y el nacionalismo catalán, aumentó la descomposición del régimen político. Un gobierno nacional, formado en 1918 por miembros de los dos principales partidos, fracasó también.

El reajuste económico posterior a la I Guerra Mundial aumentó las dificultades internas. Convulsiones sociales y problemas regionales, unidos a los fracasos militares en Marruecos (culminados en el llamado desastre de Annual de julio de 1921), acrecentaron la debilidad de los gobiernos, incapaces de hacer frente a estas situaciones.

El golpe militar de Miguel Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923) fue la solución de fuerza adoptada ante la crisis. El Rey aceptó el hecho. La dictadura fue bien acogida por muchos sectores sociales en los primeros años: terminó con la guerra de Marruecos (desembarco de Alhucemas en 1925) y desarrolló una labor de orden social y de incremento de las obras públicas. Tras el definitivo fracaso de Primo de Rivera en 1930, Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional (gobiernos de Dámaso Berenguer y Juan Bautista Aznar), pero los partidos tradicionales estaban resentidos, y republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda (como demostró el Pacto de San Sebastián de 1930) luchaban unidos contra la monarquía. Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron el triunfo en las ciudades españolas más importantes a socialistas y republicanos. El Rey, para evitar una lucha civil, abandonó el país, pronunciando sus palabras más célebres: “espero que no habré de volver, pues ello sólo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz”. El 14 de abril de 1931 se proclamaba la II República.

Alfonso XIII vivió en el exilio aún diez años. De su matrimonio con Victoria Eugenia de Battenberg, con quien se había casado en Madrid el 31 de mayo de 1906 (fecha en la que la comitiva nupcial regia sufrió un atentado perpetrado por el anarquista Mateo Morral, que provocó varios muertos entre los asistentes), tuvo seis hijos: Alfonso (1907-1938), Jaime (1908-1975), Beatriz (1909-2002), María Cristina (1911-1996), Juan (1913-1993; al que nombró sucesor de los derechos dinásticos el 8 de julio de 1939) y Gonzalo (1914-1934). Durante la Guerra Civil (1936-1939) se inclinó por el bando sublevado. Sus últimos años los pasó en Roma, donde falleció el 28 de febrero de 1941 (tras haber abdicado el mes anterior en la persona de su hijo Juan) y recibió sepultura. Sus restos fueron trasladados en 1980, cinco años después de haberse iniciado el reinado de su nieto Juan Carlos I, al panteón de los Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid).

Juan Carlos I (1938- ), rey de España (1975- ), figura emblemática del proceso de transición española a la democracia después de una larga dictadura y símbolo del final de las heridas abiertas desde la Guerra Civil que había tenido lugar entre 1936 y 1939.

Hijo de Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona desde 1941, y de María de las Mercedes de Borbón y Orleans, y por tanto nieto por parte paterna del rey español Alfonso XIII, el anterior monarca de la Casa de Borbón que había sido destronado en 1931 con la proclamación de la II República. Nació el 5 de enero de 1938 en Roma, donde residía la Familia Real española exiliada. Tras pasar su infancia en Lausana (Suiza) y en Estoril (Portugal), llegó a España en 1948 en virtud de un acuerdo entre su padre y el general y jefe del Estado español Francisco Franco para completar su educación. Ésta incluyó su paso desde 1955 por las tres academias militares y, entre 1960 y 1961, por la Universidad Complutense de Madrid, donde cursó estudios de Derecho Público e Internacional, Economía y Hacienda Pública.

El 14 de mayo de 1962 contrajo matrimonio en Atenas con la princesa Sofía de Grecia, hija del rey griego Pablo I, con quien ha tenido tres hijos, Elena (1963- ), Cristina (1965- ) y Felipe (1968- ), actual príncipe de Asturias y heredero del trono desde 1977. Desde 1962 pasó a residir en el palacio de la Zarzuela, ubicado en las cercanías de Madrid.

El 22 de julio de 1969 las Cortes (entonces una asamblea corporativa sin verdadero carácter representativo) le proclamaron sucesor de Franco a título de rey de acuerdo con los postulados de la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de julio de 1947. Juan Carlos comenzó a ejercer desde entonces su parcela de representación institucional en tanto que sucesor del jefe del Estado mediante una serie de actividades oficiales que incluyeron viajes por el territorio español e incluso visitas a otros países. En 1971 recibió por ley la función del ejercicio de la jefatura del Estado en caso de enfermedad o ausencia de Franco. Desde agosto hasta septiembre de 1974 y entre octubre y noviembre de 1975 la incapacidad por enfermedad de aquél le llevó a desempeñar esas prerrogativas y sustituirle en el desempeño del más alto cargo estatal.

El 22 de noviembre de 1975, dos días después del fallecimiento de Franco, fue proclamado rey de España por las Cortes, ante el escepticismo, cuando no la crítica generalizada, de la oposición al franquismo que veía en él a un mero continuador del régimen, sin que por ello fuera plenamente aceptado por los partidarios del mismo.

Desde el inicio de su reinado, y ya incluso en su discurso del 22 de noviembre de 1975 ante las Cortes, manifestó abiertamente su posición favorable a la instauración de la democracia en España como medio de superar la división entre los españoles creada por la Guerra Civil y sus consecuencias. Para ello, mantuvo contactos con destacados dirigentes de la oposición democrática, lo que le llevó a enfrentarse con el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, de quien le separaban profundas divergencias políticas y personales que provocaron en julio de 1976 su sustitución por Adolfo Suárez, artífice desde el gobierno del proceso de transición a la democracia.

Aun cuando su designación en 1969 como sucesor de Franco había supuesto un relativo enfrentamiento con su padre, el conde de Barcelona, que no aceptaba los postulados de dicha ley al no reconocerle sus derechos al trono como heredero de Alfonso XIII, Juan de Borbón terminó por aceptar la coronación de su hijo al ser el único medio de restablecer la monarquía en España. Así, en mayo de 1977, su padre le transmitió oficialmente sus derechos dinásticos.

El 6 de diciembre de 1978 se aprobó mediante referéndum una nueva Constitución (sancionada días después por el Rey) que limitó en gran medida sus poderes políticos de acuerdo con la tendencia general de las monarquías europeas parlamentarias. Con esa ley magna, el constitucionalismo español llevó a cabo su tercer intento de consolidar un Estado democrático y de derecho. Desde entonces, las funciones de Juan Carlos I se centraron en ejercer una labor de arbitraje entre los distintos poderes e instituciones del Estado, además de encarnar la más alta magistratura de la nación.

Su prestigio se vio incrementado tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en el que su actuación personal fue decisiva para impedir el triunfo de la rebelión militar, valiéndose para ello de su condición de capitán general (máximo jefe) de las Fuerzas Armadas. Por todo ello, ha logrado la consolidación de la monarquía que en la actualidad es una de las instituciones mejor valoradas por la sociedad española. Asimismo, su labor ha sido reconocida internacionalmente con la concesión por el Consejo de Europa del Premio Carlomagno (1982), por sus esfuerzos en favor de la democratización de España y la integración europea, así como con el Premio Simón Bolívar (otorgado en 1983 por la UNESCO y que compartió con el sudafricano Nelson Mandela), por su especial dedicación al incremento de las relaciones entre los estados latinoamericanos. También fue acreedor de distintos doctorados honoris causa por reputadas universidades españolas y extranjeras.

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Enviado por:Rafa Emo
Idioma: castellano
País: España

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