Historia


Reino de Sicilia


REINO DE SICILIA (siglo XVI)

El panorama histórico - político del siglo XVI en el Reino de Sicilia está, sin duda, llenísimo de importantes acontencimientos, que, además, tienen una profunda relación con los del siglo anterior, desde que se proclamó Rey Fernando el Católico.

Por esto, aunque se quieran tratar sólo los hechos que ocurrieron en este siglo, creo que será inevitable empezar analizando la realidad social, económica y política de Sicilia a partir de los últimos decenios del siglo XV.

Antes de todo, sería oportuno describir un poco la administración de este Reino. Todos los reinos dependientes de la monarquía española, a partir del periodo de Carlos V, fueron gobernados por virreyes: así fue por Aragón, Valencia, Cataluña, Navarra, Nápoles, Sardinia, por las posesiones en Perú y en Méjico (sólo los Paises Bajos tuvieron un gobernador general); y por lo tanto también Sicilia fue gobernada por un virrey, institución administrativa que en la isla existía ya desde 1415.

Al principio la carga de virrey tuvo una duración variada, pero en el siglo XVI se estabilizó con una periodicidad trienal, que podía ser renovada. No eran decisiones que les gustasen a los sicilianos, y en 1535 el Parlamento pidió claramente a Carlos V que no se confirmasen los virreyes más del periodo trienal concedido, para evitar encubrimientos y parcialidades; la corona española sin embargo no escuchó estas solicitudes. La residencia de los virreyes estuvo en Palermo; hasta que la ciudad de Messina por la eterna rivalidad entre las dos ciudades, obtuvo en 1591 por Felipe II el privilegio que el virrey viviese en Messina seis meses cada año.

Los virreyes tenían el título de “Eccellenza”; y generalmente se juntaba a su carga la de Capitán general de todas las fuerzas armadas del reino; durante su ausencia eran substituidos por los “Presidentes del reino”, que generalmente eran los arzobispos de Palermo; tenían los mismos honores de la persona real que representaban y por esto eran la autoridad suprema también en el campo de la administración eclesiástica.

Los sicilianos presumían haber aceptado libremente la sujeción al linaje de los Aragoneses, pero dejaban entender a los españoles que, si sus privilegios no hubiesen sido respetados, habrían ocurrido nuevas Vísperas Sicilianas”. (H.G.Koenigsberger). El punto de fuerza de los sicilianos con respecto a la corona española era su Parlamento. Aunque algunos historiadores, y en particular el inglés D. Mack Smith, intentaron disminuir su importancia, cualquier autoridad que tuviese, es cierto que en Sicilia se pagaban menos impuestos que en Nápoles o en Milán.

El Parlamento siciliano estaba constituido por tres secciones, los así llamados Bracci, que eran ocupados por los altos eclesiásticos (Braccio ecclesiastico), los aristocráticos (Braccio militare) y los representantes de las ciudades no sujetas a los barones (Braccio demaniale).

En el “Braccio ecclesiastico” tomaban parte más o menos sesenta/sesentaseis componentes : los tres arzobispos de Palermo, que era el jefe, de Monreale y de Messina; los seis obispos de Catania, Siracusa, Girgenti (Agrigento), Cefalú, Mazara y Patti; cuarenta/cuarentaseis abades; algunos dignitarios eclesiásticos y cuatro o cinco priores. Los componentes podían ser representados por delegados, y el mismo delegado podía representar más personas.

El “Braccio militare” estaba constituido por los aristocráticos y tenía este nombre porque en el latín medieval el termino “miles” significaba caballero. Todos los nobles sicilianos que tenían directamente feudos estaban representados en esta sección, al contrario no tenían sitio en ella los que eran nobles sólo por título. En 1556 fueron 72 los barones que juraron fidelidad a Felipe II, pero el número creció rapidamente, y eran ya 146 en 1621, por la continua concesión de títulos nobiliares que el gobierno español, enredado en la costosa Guerra de los treinta años, hacía para “sacar dinero” de Sicilia. El “Braccio militare” era el más fuerte, y no sólo por número, en el Parlamento siciliano, porque era el más autónomo de la autoridad del gobierno: el nombramiento de los eclesiásticos del reino dependía de hecho del rey, y el gobierno controlaba la elección de los representantes del patrimonio del Estado. Sólo los nobles representaban una fuerza independiente de la autoridad real, y a menudo se opusieron a ella.

La tercera sección, el “Braccio demaniale”, o sea del patrimonio del Estado, estaba constituida por los representantes de la Universidad, término que tenemos que entender no en sentido académico, sino en sentido administrativo, porque el término medieval de “universidad” servía para indicar las “Universitates collectarum”, o sea las recolecciones de los impuestos debida al gobierno virreal. El jefe de este Braccio era el alcalde de Palermo, que en aquel entonces era llamado “Juez de primera instancia”. Las reuniones del Parlamento ocurrían, de forma ordinaria, una vez cada tres años, en primavera, para la aprobación de los impuestos que gravaban, sobre todo, sobre las “ciudades del patrimonio del Estado”. El clero de hecho disfrutaba de muchas inmunidades, la nobleza se sustraía al pago de los impuestos porque tenía que proveer a la preparación de las fuerzas militares y las grandes ciudades de la isla disfrutaban de varios privilegios. El Parlamento se reunía también, de forma extraordinaria, en situaciones particulares, como pasó por ejemplo en 1534, cuando fue convocado un Parlamento extraordinario para proveer de defensa a las costas de la isla, infestadas por el corsario Barbarossa. Las decisiones había que tomarlas unanimemente con respecto a la concesión de la ciudadanía siciliana a los extranjeros; por otros problemas, cada Braccio, tenía la posibilidad de un voto y era bastante la decisión concorde de dos secciones para la aprobación de una propuesta.

En general el Parlamento siciliano fue un órgano muy eficaz, porque, como dice Francesco De Stefano, “fue una institución que tuvo un papel correspondiente a la realidad de la isla”, ocupandose de las necesidades de la vida pública y limitando juridicamente los poderes de un gobierno extranjero con una autoridad tan grande que el funcionario siciliano Giuseppe Toppoli, al principio del siglo siguiente, en 1611, escribía con orgullo nacionalístico, en una relación oficial: “entre los principados y las monarquías quedan ahora sólo estos dos Parlamentos, o sea el de Londres y el de Sicilia, que conservan de verdad su derecho”.

Otro órgano importante era la Delegación del Reino, una magistratura administrativa especial que tuvo forma definitiva en 1567. Antes de aquel momento, de hecho, habían sido varias las delegaciones que se ocupaban de la recaudación y de la administración de los diferentes impuestos, pero nunca una Delegación única con una forma estable y una personalidad jurídica precisa. Ella evitaba cualquier tipo de abusos. Los miembros de la Delegación eran elegidos por los tres Bracci del Parlamento.

Una tarea de la Delegación era la de realizar los censos, o como se decía entonces de “numerar las almas”. Lentamente sus funciones se volvieron más importantes, así que pasó de simple oficio tributario a suprema magistratura del Reino, porque tuvo la carga de observar la ejecución de las leyes fundamentales del Estado Siciliano: prácticamente se volvió una especie de Tribunal Constitucional.

El “Tribunal del Real Patrimonio”, al contrario, era el órgano supremo financiero del Reino de Sicilia y, al mismo tiempo, una especie de Ministerio de las haciendas y Tribunal de las cuentas de nuestros días, porque controlaba las diferentes administraciones financieras, trataba de las causas jurídicas que atañían al patrimonio del Estado y los bienes de las “universidades”, pagaba los sueldos a los funcionarios del Estado y los gastos del éjercito. Los miembros del Tribunal del Real Patrimonio hablaban con el virrey dos veces por semana respecto a los negocios del reino. Una particular actividad del Tribunal era la de conceder a los barones que lo pidiesen el derecho de jurisdicción civil y criminal en sus feudos y en las tierras inmediatamente cercanas, con la autorización de poder mandar hasta la pena de muerte, convirtiendolos en verdaderos reyes en su pequeño reino. Y ésto era un derecho querido por los barones que desgraciadamente el gobierno español concedía muy facilmente a cambio de dinero. Las miserables poblaciones de los municipios cercanos entonces tenían la única solución de librarse del dominio baronal pagando una gran cantidad de dinero.

Una institución jurídica más era la “Delegación de los Estados” que también se ocupaba de la administración económica. Un estudio del historiador Giuseppe Tricoli ha demostrado que nació de la política económica negativa que actuó en Sicilia en el campo agrícola y, por lo tanto, como declaraba el virrey Maqueda el 2 de Diciembre de 1598 (año de institución de la Delegación de los Estados), las tierras de los nobles no se cultivaban más por las deudas que iban acumulando. Con la creación de la Delegación entonces se intentó salvar la situación y evitar el “crack” financiero de la nobleza, cuya principal fuente de riqueza eran las tierras. La verdad es que el gobierno español necesitaba el apoyo del Braccio militare en Parlamento, si quería gobernar; y por lo tanto concedía a los nobles el privilegio de no pagar sus deudas y de seguir con la lujosa e improductiva vida de siempre. De tal manera el gobierno español se aseguraba el mantenimiento de la pax hispánica en la isla pero con un remedio peor que el mal.

En lo que atañe a la administración de la justicia, el tribunal supremo en la isla era la “Gran Corte Real” de Palermo, o sea la antigua Magna Regia Curia de los normanos. Los jueces no recibían sueldo por el Estado pero eran pagados por los contendientes, una manera realmente muy inmoral de retribución, por la que prácticamente obtenía justicia sólo quien podía pagarla. Con respecto a la justicia eclesiástica, al contrario, el Rey de Sicilia era también el “vice - papa” de la isla, y por lo tanto nombraba los obispos, salvo el de Lipari. Ejercitaba este poder por medio del “Tribunal de la Monarquía”. Para los negocios espirituales, que en el periodo español coincidían con los políticos, había el terrible “Tribunal del Santo Oficio”, que no reconocía ninguna autoridad superiora a él, ni la del virrey. Muy pronto sus jueces, no pagando los impuestos y al no estar al alcance de la justicia ordinaria, convirtieron este órgano en un “estado en el Estado”.

Para las relaciones internacionales, o sea entre Sicilia, los otros estados italianos bajo el mando de España, como Nápoles y Milán, y la nación dominante, fue creado en 1558, con plantilla mixta castellana e italiana, el “Consejo de Italia”. Aunque la plantilla fuese bastante mediocre, el nuevo órgano marcó un progreso notable con respecto al aparato estatal creado por Carlos V por la coordinación administrativa entre los dominios italianos y Madrid, porque el Consejo de Italia tuvo siempre una buena información de la situación de los dominios españoles en Italia, y su control de las actas administrativas del gobierno siciliano fue eficaz, en el doble interés de España y del virreino siciliano.

Como se puede apreciar eran ya muchos los órganos que se ocupaban de la administración, de la política y de la economía del Reino de Sicilia y que tuvieron un papel importante y decisivo en su desarrollo histórico, pero sin duda, como por ejemplo también en el caso del Reino de Napoles, el papel fundamental lo mantuvieron los virreyes. Analizando su obra, inevitablemente se entenderá toda la historia del Reino en el que ellos gobernaron.

Al final del siglo XV, los virreyes enviados por Juan de Aragon no hicieron mucho por el progreso de la isla. Entre Cardona, Paruta y Prades, una excepción es representada por Lopez Ximenes de Urrea, que se preocupó por mejorar las condiciones de la agricultura isleña; al contrario el conde de Prades en 1478 se puso enfrentó al Parlamento siciliano porque quería introducir un impuesto suplementario, y fue derrotado por el voto contrario de los representantes del pueblo siciliano. Cuando a Juan de Aragon le sucedió Fernando el Católico (1479), este envió a Sicilia virreyes de personalidad notable como Gaspare De Spes (1479 - 1488), Fernando De Acuña (1489 - 1494) y Ugo Moncada (1509 - 1516).

Durante el periodo de Gaspare, De Spes fue introducido en Sicilia (1487), por el fraile Antonio della Pegna, el Santo Oficio, que como se sabe perseguía a los herejes (aunque en Sicilia no actuó antes de 1506 con la terribles puniciones públicas llamadas autos da fé), y que luego se convertió en un espantoso medio de opresión política para los pueblos sujetos a España. Con Fernando De Acuña fue realizado el edicto del 31 de Marzo 1492, poe el que ordenaba la expulsión de los judíos, con grave daño para la economía isleña. Pero sin duda el que se recuerda más entre los tres es el virrey Ugo Moncada porque durante su reino ocurrió una sublevación popular contra las milicias españolas (1516) que por su aspereza fue llamada Secondi Vespri Siciliani (Segundas Vísperas Sicilianas). Mientras tanto el Santo Oficio había llegado a una importancia tal que el virrey se había ido a vivir al palacio de lo Steri (1513) y los inquisidores se habían quedado en el palacio real. Cuando Fernando el Católico murió y tuvo el poder el joven Carlos V, los nobles sicilianos pidieron a Moncada que se fuese. Él rechazó la petición y además declaró caducado el Parlamento que se le había puesto en contra: entonces el pueblo se rebeló obligando el virrey a escapar hasta Messina. Por lo tanto Carlos V tuvo que sustituir Moncada con el duque Ettore Pignatelli de Monteleone (1516 - 1535) que dejó un buena memoria y empezó la serie de los virreyes de la dominación austríaco - española.

La sustitución de Moncada no significó el cambio del sistema del virreino. La perdida de la indipendencia, la mala situación económica, las luchas entre los barones, las rivalidades municipales, las sospechas hacia Carlos V crearon en Sicilia un estado de inquietud que anticipaba acontecimientos luctuosos. De esta tensión se aprovechó el joven Gianluca Squarcialupo para maquinar una conjura que iba a haber dado a Sicilia una organización republicana. El 23 de Julio 1517 empezó una insurrección que afectó a diferentes ciudades pero muy pronto respondió la contrarrevolución: la reacción española fue muy feroz pero no quitó en los sicilianos el deseo de liberarse del yugo ibérico. De hecho, seis años después, en el momento crucial de las guerras entre Carlos V y Francisco I, ocurrió otra conjura para la restauración del Reino independiente de Sicilia con la ayuda francesa. También esta fue descubierta y reprimida con violencia.

El mismo Carlos V desembarcó en Sicilia el 20 de Agosto 1535, después de ganar a los turcos en Africa de Norte. En Palermo fue coronado Rey de Sicilia y luego se fue a Messina y Randazzo, donde se dice que amó una chica normanda. De esta noticia salió una canción popular:

E Carlu Quintu ti 'ncrunau riggina

quannu passava 'ntra la tò Rannazzu,

ti vosi 'ntra lu sunnu ppi vicina,

ccu iddu ti purtau 'ntra lu palazzu...

(Y Carlos V te coronó reina / cuando pasaba por Randazzo / te quiso acostada con él durante su sueño / te llevó con él a su palacio).

El 3 de Noviembre se marchó a Calabria y dejó como virrey a Ferdinando Gonzaga, que se quedó hasta 1543. No se sabe por qué, pero en el diario italiano Corriere della Sera del 26 de Abril 1970, el periodista italiano Indro Montanelli escribió: “Carlos V, según mis estudios, nunca estuvo en Sicilia”.

Durante el virreinado de Gonzaga los castigos del Santo Oficio empeoraron, sobre todo con una cruel represión contra los pocos adeptos del protestantismo que había en Sicilia.

Otro virrey importante fue Juan de Vega (1547 - 1557) que se preocupó de reforzar las costas de la isla por medio de un sistema de torres de aviso que se comunicaban entre si con humaredas por el día y fuegos por la noche. Con él se hizo también un censo en 1548 (el segundo en Sicilia, cuando todavía esta investigación estadística era desconocida en Europa); y, al final, hizo se reconocer como Rey de Sicilia por el Parlamento, Felipe II, al que Carlos V había dejado en 1556 el dominio de la isla. El reino de Felipe II en Sicilia, donde él nunca estuvo, fue liderado por sus virreyes, entre los que se recuerdan el duca de Medinaceli Juan de la Cerda, don Garcia de Toledo, el marqués de Pescara, Marc'Antonio Colonna y el duca de Alba de Lista; y fue caraterizado por sublevaciones populares, como la de 1560 que ocurrio por una carestía; por reformas administrativas, que borraron de las constituciones del Reino lo que quedaba de las antiguas cargas normandas; por problemas con la Santa Sede y, sobre todo, por las luchas contra los piratas, que culminaron en la gloriosa batalla de Lepanto del 7 de Octubre 1571, ganada por las fuerzas cristianas reunidas, gracias al fundamental apoyo de los sicilianos.

La situación sin embargo era muy grave (hasta el obispo de Catania, que se iba al concilio de Trento, había fue raptado por los piratas); y estos versos populares, impresos en Palermo en 1566, lo demuestran:

Semu ridutti comu tanti locchi,

ridutti semu tanti mmammalucchi:

cu'misi'n cruci, cu' 'mpinti a li crocchi,

comu traseru li'nfamazzi Turchi!

[...]

Sunnu distrutti l'atàra e li tempii,

su' sacchiggiati pruvinci e citati;

pigghiati l'armi e curriti ppi st'empii:

ah, ca li figghi sunnu abbannunati!

[...]

Lu gran sirpenti niscìu di li grutti!

Chistu è lu puntu di vita e di morti:

a quali statu ni semu ridutti!

El poeta popular, con una entonación dramática, habla de una joven siciliana raptada por los corsarios turcos y de la necesitad vital de luchar contra “una gran serpiente salida de las grutas”.

La situación sin embargo se puso más grave cuando los piratas tuvieron un jefe valiente y feroz como Dragut. Sólo bajo el virreinato de Garcia de Toledo se pudo derrotar a Dragut, que estaba sitiando Malta y que murió el 25 de Junio 1565. Pero los turcos reforzaron su presión en Occidente. Por lo tanto la cristianidad se dió cuenta por primera vez del peligro mortal y acogió el llamamiento del Papa Pio V por la creación de una flota reunida. Las naves sicilianas se juntaron en Messina (Septiembre 1571) a las españolas, venecianas, genovesas, sardas, napolitanas, papales, de Malta y Piamonte. El historiador siciliano Santi Correnti se fijó mucho en este episodio de la historia de Sicilia, subrayando la contribución de la isla en una de las batallas más decisivas para la suerte de la civilización occidental, porque nadie antes, y tampoco el inglés D. Mack Smith, lo había hecho adecuadamente. Según Salomone Marino, los sicilianos participaron con dieciseis naves, pero Giuseppe Paolucci, que hizo estudios particulares sobre este tema, reduce el numero a diez naves, armadas no con el dinero del gobierno español sino con el del mismo gobierno siciliano. Y esta cantidad tiene que ser justa porque una canción española del tiempo, enumerando la contribución de la cristianidad a la batalla de Lepanto, dice que “la frugifera Sicilia / diez muy à punto mandaba”; y diez es el numero que indica un historiador especialista de guerra naval, el almirante francés J. De La Gravière.

Una curiosidad más que me gustaría recordar es que entre los heridos de la victoriosa batalla había también el escritor español Miguel Cervantes, que iba a hacerse famoso por el Don Quijote y que fue curado en Messina de la mutilación del brazo izquierdo.

Después de Lepanto, Sicilia tuvo como virrey Marc'Antonio Colonna (1575 - 1583). Su gobierno en general puede ser recordado entre los mejores que la isla tuvo en el periodo español de su historia, porque Colonna intentó mejorar la economía favoreciendo el comercio, la justicia combatiendo la delincuencia, la vida espiritual limitando el poder del Santo Oficio (y esta fue la causa de su ruina política) y defendiendo los derechos de Sicilia con respecto al Papa. Mientras tanto, los turcos se habían reorganizado y el virrey intentó tratar directamente con ellos; por esto fue acusado de traición y Felipe II lo hizo volver a Madrid. Pero durante el viaje se murió y le sucedió el duque de Alba de Lista, que combatió a la nobleza, a menudo sin procesos regulares, y por esta razón provocó muchas reacciones.

En la última parte del siglo, después del duque de Alba, nos encontramos con el conde de Olivares (1592), que se hizo carga de la organización militar. Los sicilianos tradicionalmente antimilitares, respondían de mala gana a las llamadas periódicas para los ejercicios, que coincidían con el periodo de los trabajos agrícolas: por lo tanto ocurrían casos de corrupción, o sea los jóvenes pagaban dinero para ser sustituidos o dispensados, o también se convertían en bandidos.

La muerte de Felipe II de España en 1598 cerraba un siglo de dominación bastante dura para Sicilia y abría otra peor.

La verdad es que con respecto a la presencia española en Italia en general hay diferentes opiniones críticas. Fue considerada, por ejemplo, por la historiógrafia liberal del siglo XIX como la edad más oscura de nuestra historia, una edad de hipocresía y de retórica, que hizo Italia “extraña a todo aquel gran movimiento de ideas y de cosas por lo que salían las jovenes naciones de Europa” (De Sanctis). Un juicio muy severo, contra el que protestó Benedetto Croce en la primera parte del siglo XX. Razonando en términos historicos - filosóficos él estaba seguro de que la causa de la decadencia de Italia por cierto no fue España porque “no hay ningún influjo donde no hay un ánimo dispuesto a acogerlo”. “Hay que buscar la verdad en otra direccion; o sea en reconocer que Italia y España en aquel entonces eran, los dos, países en decadencia. [...]Si Italia hubiese sido, como no era, rica y activa, se habría liberado fácilmente del dominio español como hicieron los Paises Bajos”.

Otros historiadores, inspirados por Antonio Gramsci, pusieron en evidencia las raíces remotas de nuestra crisis que se remonta, según ellos, a la edad comunal y señorial, y hicieron una limitada revalorización de la monarquia española y de la economía italiana en este periodo. En la segunda mitad del siglo XV, de hecho, hubo una desaceleración de nuestra actividad económica. La rica burguesía, no más animada en su expansión productiva, había empezado a invertir su dinero en la compra de tierras, que era una manera de garantizarse una renta segura aunque modesta. A esta progresiva “ruralización” de la sociedad italiana, a este proceso de “refeudalización”, como fue llamado, correnspondió por un lado el descubrimiento de America, que desvió los comercios desde el Mediterráneo hacia el Atlántico, por el otro la llegada de franceses y españoles que pusieron fin a nuestra independencia.

Sin embargo es cierto que durante los siglos XVI y XVII la diferencia entre la vida italiana y el nuevo modelo de desarrollo de los Paises Bajos, de Francia, de Inglaterra se acentuó y es esta diferencia que expresa toda la gravedad de nuestra decadencia.

BIBLIOGRAFÍA

OBRAS GENERALES

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PRENSA

Corriere della Sera de 26 de Abril 1970

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Enviado por:Gianluca
Idioma: castellano
País: España

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