Sociología y Trabajo Social


Privilegio del género


In this world the men holds the higher position,

and the woman follows him.

That´s the way it should be.

I must help and support him but not let him know.

That´s woman´s virtue:

To be strong inside but not let it show.

( Tokyo, National Geographic vol. 188 Octubre 1.995 pp 113)

Al tratar aquí la cuestión de las relaciones de género, resulta imprescindible comenzar por señalar que no pretendo dar cuenta de todas sus facetas, sino tan sólo de sus manifestaciones en la esfera del trabajo o la economía extradomésticos. Esto nos releva, salvo en la medida en que pudiera interesar específicamente a nuestro propósito, de la necesidad de prestar atención a aspectos de la relación hombre-mujer como el control de la capacidad de reproducción, el intercambio sexual, la construcción y reproducción de estereotipos de género, las relaciones de autoridad en las actividades extraeconómicas, la violencia física y simbólica, etc., sin duda no menos importantes si nuestro objeto fuera la globalidad de las relaciones de género.

Mi trabajo trata de una objetiva exposición, dejando de lado todo tipo de feminismos, de las principales teorías sobre las dificultades (principalmente sociales) que encuentra la mujer a la hora de afrontar su ingreso al mundo laboral.

1. LAS MANIFESTACIONES DE LA DESIGUALDAD

Las desventajas de las mujeres en el mercado de trabajo se manifiestan de diversas formas. Detengámonos sólo en las principales. En primer lugar, su tasa de actividad económica es sensiblemente inferior a la de los varones, por lo general situada entre la mitad y tres cuartos de ésta. Aunque la tendencia al aumento de su participación en la fuerza de trabajo es fuerte y consistente, en ningún país del mundo se ha alcanzado todavía, no obstante, la paridad. Por lo demás, la simple tasa de actividad femenina (lo mismo que la de empleo) oculta el hecho de que gran parte de los empleos femeninos, como enseguida veremos, son empleos a tiempo parcial. La actividad económica de las mujeres guarda una relación positiva con factores como el nivel de estudios o la soltería, y negativa con otros como la edad, el número de hijos, etc. Mas el factor determinante es, sin duda, el nacimiento y la crianza de los niños, pues las jóvenes presentan tasas de actividad muy similares a las de sus compañeros varones, pero éstas caen rápidamente con el matrimonio o el nacimiento del primer hijo. No obstante, la reducción en el número de hijos por mujer, así como la extensión y popularización de la educación preescolar y el jardín de infancia, van propiciando la vuelta por un número cada vez mayor de mujeres, y en un plazo cada vez más corto, al trabajo remunerado.

A pesar de ello (a pesar de que la mejor "garantía" contra el paro

es la "inactividad"), sus tasas de desempleo suelen ser mayores, entre un diez por ciento y el doble que las de los varones. Aquí hay que señalar la tendencia a subestimar las tasas de desempleo debido a algunos de los requisitos que los organismos estadísticos suelen plantear para considerar a alguien parado: que haya buscado trabajo en la semana de referencia y que presente entera disponibilidad para ocupar un trabajo sí se le ofrece en el momento; puesto que las mujeres se ocupan casi por entero de las tareas domésticas, éstas dos condiciones resultan de más difícil cumplimiento, sin que en modo alguno implique necesariamente un menor deseo de trabajar. En todo caso, comparadas con los varones, las mujeres tienen más difícil encontrar empleo y más fácil perderlo. Esto se debe, en distinto grado, a las características de los empleos que ocupan (más inestables), a un tratamiento diferencial (la presunción de que los responsables del salario familiar son los hombres, etc.) y a rasgos personales (mayor disposición a abandonar el empleo)

Cuando logran un empleo, las mujeres tienen probabilidades mucho mayores que las de los hombres de que se trate de eso que eufemisticamente se llama un empleo "fuera de la norma", es decir, de que sea un empleo temporal, o a tiempo parcial, generalmente triplicando o cuadruplicando la presencia de los varones. Esto puede ser producto

tanto de la segregación ocupacional como de la voluntad (o la necesidad) de combinar el acceso al trabajo remunerado con la plena o casi plena responsabilidad por el trabajo doméstico. Además, muchas mujeres se comportan en el mercado de trabajo como "target workers", es decir, acuden al mismo sólo hasta conseguir los recursos suficientes para lograr algún objetivo previo (comprar equipamiento para el hogar o financiar las vacaciones, por ejemplo), abandonándolo después.

Si distinguimos los empleos por su grado de autoridad las mujeres aparecerán escasamente representadas en las categorías ocupacionales marcadas por el ejercicio de ésta. Buena parte de los cargos de autoridad detentados por mujeres, especialmente en el nivel de supervisión, lo son en ocupaciones virtual o literalmente monopolizadas por ellas. Incluso en estas ocupaciones, cuando los hombres irrumpen en ellas tienden a monopolizar los puestos de trabajo con funciones de dirección o supervisión. En otros casos, ocupaciones tradicionalmente masculinas pueden verse inundadas de mujeres pero mantener los varones los puestos de trabajo investidos de autoridad. En fin, las

mujeres han irrumpido con cierta fuerza en los empleos de supervisión, pero menos en los de carácter directivo' y prácticamente nada en los de más alto nivel, donde las normas estarían cambiando para ponérselo más difícil.

Sí lo hacemos por su grado de cualificación (el del puesto de trabajo, no el del trabajador que lo ocupa), encontramos resultados más ambiguos. El acceso masivo de la mujer a la educación, sus excelentes resultados cuantitativos en ella (mejores que los de los varones) y la fuerte asociación que, en su caso, y a diferencia de los hombres, presenta la actividad económica (es decir, la decisión de trabajar fuera) con el nivel de estudios hacen que esté fuertemente representada en los empleos que requieren un elevado nivel de educación formal." La presencia de las mujeres en la rúbrica ocupacional de los "profesionales y técnicos" ha aumentado de manera espectacular en los últimos decenios, aventajando sensiblemente a los varones. Sin embargo, esta presencia se debe sobre todo a su concentración en unas pocas profesiones "femeninas", particularmente las vinculadas con la sanidad y la educación. Dentro de estos sectores de actividad, incluso, las

mujeres se concentran en las ocupaciones de cualificación intermedia, mientras las más cualificadas, en particular las profesiones liberales, siguen siendo un feudo masculino. Por otra parte, su presencia es notablemente menor en los empleos manuales cualificados, los mejores de los cuales se mantienen también como un coto cerrado de los hombres.

Además, las mujeres obtienen en todo caso salarios inferiores, que diversos estudios sitúan entre los dos tercios y los tres cuartos de los obtenidos por los hombres, generalmente dos tercios. Estos ingresos menores se deben, hasta cierto punto, a que ocupan puestos de trabajo diferentes, poseen menor antigüedad, etc., pero también, en buena parte (en su mayor parte), al hecho puro y simple de ser mujeres, es decir, a mera discriminación salarial. Es casi asombrosa la consistencia con que se ha mantenido más o menos invariable este diferencial en la segunda mitad del siglo, probablemente porque la lucha de las mujeres por una mayor igualdad salarial se ha visto contrarrestada por su creciente afluencia al mercado de trabajo en condiciones de fuerte segregación ocupacional.

El sector público parece tratar mejor a las mujeres que el sector privado. En la terminología aquí empleada, esto quiere decir que el modo de producción burocrático se muestra más igualitario ante los sexos que el modo de producción capitalista. Los empleos de las mujeres se concentran en mayor medida en la administración, los servicios y las empresas públicas. El igualitarismo burocrático (dicho en el mejor sentido) y las normas más estrictas del sector público, así como el elevado nivel de sindicación de sus empleados, lo que quiere decir de las mujeres, constituyen serios obstáculos, aunque no sean en modo alguno decisivos ni definitivos, a la discriminación salarial y a las formas más flagrantes de discriminación ocupacional. Las sociedades del Este, por su parte, parecen haber favorecido tasas de actividad femenina más elevadas y haber permitido el acceso de las mujeres a ocupaciones que eran territorio exclusivo de los varones.

Las mujeres (y los niños de ambos sexos), en fin, nutren con prioridad sobre los hombres las filas de la pobreza, de cualquier forma que se defina ésta. La discriminación laboral y salarial, la mayor esperanza de vida (y de viudedad), el aumento de familias de un solo progenitor (que generalmente es la madre, sea porque nunca llegó a haber pareja o por la disolución de ésta) y el carácter contributivo de la mayoría de las prestaciones sociales, con la consiguiente desventaja para quien no haya estado siempre en el trabajo remunerado, han confluido para producir este resultado: la sobrerrepresentación de las mujeres entre los pobres y los marginados, es decir, la feminización de

la pobreza.

2. LA SEGREGACIÓN OCUPACIONAL

Esta situación de desventaja ha sido objeto de muy distintos intentos de explicación. Intentaré dar cuenta de las teorías más importantes dividiéndolas en dos grandes grupos: las que atienden a las características de los individuos, en concreto a las que presuntamente distinguirían a las mujeres de los hombres, y las que se centran en las características de los puestas de trabajo, vale decir en los mecanismos y procesos institucionales en juego en la estructura del empleo. Ni siquiera esta distinción es estricta, pues puede sostenerse tanto que ciertos empleos son como son para adaptarse a las condiciones de la fuerza de trabajo disponible como que las peculiaridades de los trabajadores son respuestas racionales a las peculiaridades de sus empleos.

Entre las teorías de tipo individualista podemos destacar las que se centran en la presunta productividad de las mujeres, las que lo hacen en las preferencias de los agentes, la de la discriminación estadística y la de los estereotipos de género.

A la cabeza de las primeras figuras, cómo no, la teoría del capital humano. Aunque no es frecuente sostenerla aquí hasta sus últimas consecuencias, lo han hecho, no obstante, autores como Mincer y Polacheck, para quienes las diferencias de "capital humano" y de motivación entre hombres y mujeres deberían ser suficientes para

explicar las diferencias salariales entre ellos. Desde el punto de vista de estos autores y otros, sería suicida para cualquier empresario discriminar a las mujeres, es decir, pagarles menos o enviarlas a peores empleos a pesar de su capital humano, pues cualquier otro sin prejuicios podría entonces expulsarlo del mercado con sólo pagar algo mejor a los miembros de los grupos discriminados (las mujeres, en nuestro caso). Becker, entre otros, ha sostenido esta idea hasta la saciedad. Una versión más reciente, del propio Becker, trata de vincular la supuesta menor productividad de las mujeres a su responsabilidad exclusiva por el trabajo doméstico: mientras los varones llegan al empleo, desde casa, repuestos, ellas lo hacen agotadas.

El problema principal de este grupo de teorías es que se da por supuesto lo primero que habría que demostrar: la menor productividad de1 trabajo de las mujeres. Aunque pueda acompañarse de algunas hipótesis más o menos razonables, esta suposición se fundamenta en sus menores ingresos, es decir, en la idea de que los ingresos expresan la productividad de los factores, puesto que éstos, según la economía marginalista, son retribuidos según su productividad marginal. En general, ninguno de los estudios al efecto llevados a cabo desde esta

línea de pensamiento o desde cualquier otra ha llegado a lograr asociar más de la mitad de las diferencias de ingresos con características individuales relacionables con la productividad. Sin embargo, siempre puede aducirse, en un cuento de nunca acabar, que los componentes del capital humano no han podido ser adecuadamente captados por las variables utilizadas, etc.

La teoría de la "preferencia" (taste) discriminatoria se interroga, más que sobre ésta y sus orígenes, sobre sus efectos económicos. Un exponente es, de nuevo, Gary Becker. Según este autor, los empleadores, los empleados o los consumidores pueden presentar una preferencia, es decir, un deseo de, o un gusto por, discriminar a ciertos grupos (de sexo, raciales, religiosos, étnicos, etc.), concretamente por evitar el contacto con ellos. Si tienen fuerza suficiente para ello, pueden obtener, a cambio de trabajar junto a ellos, una especie de "soborno", la diferencia de ingresos, que sería el pago por renunciar a sus preferencias. En la versión de Lester Thurow, la preferencia no es tanto por evitar el contacto con el grupo como por mantener la "distancia social", y el grupo que discrimina se vale de una posición de monopolio.

La teoría de la discriminación estadística sostiene que las mujeres son discriminadas porque, a falta de mejor información, y aunque sepan que muchas de ellas no las comparten, los empleadores les atribuyen colectivamente, a todas y cada una de ellas, las características que son frecuentes en su grupo de género: por ejemplo, la por presunción de que abandonaran el trabajo en caso de maternidad, que se ausentarán del

puesto en caso de enfermedad de los hijos o que sienten menor afección hacia las recompensas económicas, problemas que no existirían o serían menos relevantes para el varón medio. O no se las atribuyen, pero no quieren correr el riesgo de encontrárselas, ni cargar con los costes de una selección individual más depurada. Puesto que estas características afectan negativamente a la productividad, las mujeres se ven relegadas a empleos menos estratégicos, son postergadas en la formación, reciben menores retribuciones, etc. La teoría es aplicable a cualquier grupo del que pueda presumirse que presenta con mayor frecuencia que otros ciertas características económicamente no deseables. En contrapartida, todos los miembros de los grupos en los que se consideran más frecuentes características deseables, o menos frecuentes las indeseables, se ven beneficiados, en principio, cualesquiera que sean sus condiciones personales. Esta teoría, aunque presume en el origen diferencias entre los trabajadores, hace que jueguen a través de un mecanismo institucional, la decisión del empleador. Pero, aunque puede considerarse bastante verosímil en el mercado de trabajo, es decir, en el momento de acceso a la empresa, no puede explicar por qué la discriminación no se desvanece, en su caso, con las primeras impresiones por qué mantiene la misma vigencia en el medio más compacto y visible de las organizaciones.

La teoría de los estereotipos sexuales, en fin, plantea que la tradición y la cultura dominantes atribuyen a las mujeres que las presentan como más adecuadas para unos que para otros (por ejemplo: mayor destreza manual *al textil*, mas ternura *nada de nombrarlas jefes*, instinto maternal *a la escuela*, etc.). Una subvariante presenta estos estereotipos como extensiones de las funciones domésticas: de la

cocina a la hostelería, de la costura a la fábrica textil, de a atención al marido a secretaria del jefe, de la crianza de los niños a la escuela, del cuidado de los enfermos a la sanidad, etc., o, sencillamente, de cuidar el hogar propio a cuidar el ajeno. Adicionalmente, puede plantearse que los empleadores se benefician así de cualificaciones adquiridas por las mujeres en su proceso de socialización de género, pero que no son reconocidas como cualificaciones. Aunque éste es un importante componente de la orientación profesional y la distribución de las oportunidades de empleo de las mujeres, no debe ocultar que tales estereotipos son cambiantes. En todo caso, hay cosas que esta teoría, por si sola, no puede explicar, como que las mujeres llenen las filas de la enfermería pero no las de la cirugía, sean perforistas pero no analistas, la inmensa mayoría del profesorado de la escuela primaría pero una minoría en la universidad, etc.; ni, en última instancia, por qué los empleos femeninos en general, están peor pagados, gozan de menos prestigio, etc.

Las teorías de tipo institucional o estructural se centran en los factores que dan forma a la estructura del empleo, asignando unos empleos a las mujeres y otros a los hombres. Unas y otras atribuyen la diferencia de ingresos y oportunidades a la segregación ocupacional, pero difieren al explicar las causas de esta. Entre ellas podemos incluir la última teoría citada, la de los estereotipos sexuales, con sólo plantearla de lado de la oferta del empleo (los agentes de la tradición serían los empleadores, en vez de las trabajadoras), pero también, y sobre todo, las teorías dualista de los mercados de traba]o, de la profesionalízación, del ejército de reserva y de la estrategia de división. Aunque no siempre es fácil deslindar por entero estas distintas interpretaciones, intentaremos dar breve cuenta de cada una de ellas.

La teoría dualista, que es la teoría de la segmentación de los mercados de trabajo más extendida, sostiene que las mujeres van a parar mayoritariamente a los empleos del mercado secundario, caracterizados por estar peor pagados, ser más inestables, no ofrecer oportunidades de promoción, requerir menores cualificaciones formales, etc., etc. Tal mercado existe porque numerosas empresas se mueven entera o parcialmente en un contexto altamente competitivo que les exige crear ese tipo de puestos de trabajo.

Las mujeres tienden a concentrarse en él tanto por la acción discriminatoria de los empleadores como por poseer las características oportunas para ello: resultan distinguibles de los varones por una "diferencia convencional" (el sexo), es más fácil prescindir voluntaria o involuntariamente de ellas, tienen menor inclinación a adquirir entrenamiento y experiencia, son menos "economicístas" (valoran menos las recompensas económicas) y son menos proclives a la solidaridad (sindical o similar) con sus compañeros. El problema principal de esta teoría, en lo que aquí nos concierne, es que las mujeres se concentran en bolsas repartidas por todos los mercados (en el primario, por ejemplo, en la administración y los servicios públicos, en el sector financiero y en las oficinas de todos los sectores).

Justamente para dar cuenta de esto se propone otra teoría, la de las "semiprofesiones" (enseñantes, asistentes sociales, enfermeras, etc.), que con argumentos parecidos sobre las características de las mujeres sostiene que la presencia masiva de éstas en algunos grupos profesionales impediría su plena profesionalización. Además de priorizar la familia, estar "intrínsecamente" menos ligadas al trabajo, no

sindicarse, especializarse menos, etc., el público estaría menos dispuesto a concederles autonomía y ellas menos deseosas de conseguirla y más resignadas a aceptar controles burocráticos. Sin por ello negarle enteramente el pan y la sal, mucho más plausible que esta interpretación, que Parkin llama irónicamente "la teoría marchista de la profesionalización", resulta su inversa: que tales ocupaciones se llenan de mujeres con un alto grado de cualificación porque, no habiendo alcanzado un alto nivel de profesionalización, no son tan codiciadas por los varones.

La teoría del ejército de reserva es bien conocida en general: el capitalismo genera constantemente un cupo de mano de obra excedente por su dinámica interna y externa. Interna, al sustituir variable por capital constante, o trabajo por maquinaría; externa, al destruir las formas de producción anteriores. Esta mano de obra excedente sirve para mantener la presión sobre la ocupada y permite así mantener los salarios a un nivel bajo. La aplicación de esta teoría a las mujeres es sencilla. El modo de producción doméstico, en primer lugar, actuaría como "periferia" del capitalismo: la transferencia sistemática de actividades que forman parte del proceso de reproducción de los hogares al mercado o al estado expulsa a las mujeres de aquéllos, al menos parcialmente. En segundo lugar, su carácter de fuente adicional de ingresos en las unidades familiares, sus obligaciones domésticas, etc. permiten movilizarías y desmovilizarlas, alternativamente, de acuerdo con los cambios del ciclo económico. Este argumento se basa en la evidencia de su movilización en tiempo de guerra o rápido crecimiento económico, cuando escasea la mano de obra masculina, y el intento de devolverlas al

hogar en periodos de recesión y elevado desempleo, con sus correspondientes cambios de énfasis entre la emancipación y el familísmo. Pero, que los empleadores se beneficien de la elasticidad de la oferta de fuerza de trabajo femenina, no nos dice mucho sobre por que es la femenina y no la masculina, ni sobre por qué se le ofrecen peores oportunidades.

Finalmente, puede siempre recurrirse como explicación a la estrategia de divide et impera: el capital obtiene ventajas de la fragmentación de los trabajadores en torno a la divisoria del sexo. Bastante de esto hay en otra versión de la teoría de segmentación de los mercados de trabajo, la de Gordon, Reich y Edwards. Y no cabe duda

de que los empleadores se benefician de esta division, al menos, en un triple sentido: primero, por cuanto rompe o, como poco, debilita la solidaridad entre sí de sus empleados; segundo, por cuanto ofrece a los trabajadores varones la reconfortante sensación de no estar en el fondo de la jerarquía social, lo cual les ayuda a reconciliarse tanto con su tierra como con el trabajo de sus ocupantes. Algunas migraciones fronterizas masivas (chicanos en los Estados Unidas, palestinos en Israel) son migraciones hoy, o sea movimientos laborales, pera fueron precedidas no hace mucha por la ocupación y el expolio territoriales.

Excepcionalmente, procesos similares o asimilables en el dominio del territorio o el desplazamiento de mano de obra pueden no dar lugar a relaciones de privilegio étnico. La conquista territorial sólo ha dejada de producir minorías étnicas cuando ha ido acompañada del exterminio activo o pasivo de los ocupantes, como fue el caso de las

caribes bajo la ocupación española y, en buena medida, el de las pampas a manos del ejército argentino. Las ciudades comerciales europeas fueran en muchos casos lugar de asentamiento masivo de comerciantes extranjeros, gozando éstos de un estatus equiparable a incluso superior al de los nacidos en el lugar (pero no siempre sin conflictos, por ejemplo entre comerciantes extranjeros y artesanos locales en las ciudades holandesas), y hoy en día existe una migración laboral de élite considerable. Los refugiados políticos pueden llegar a constituir contingentes considerables sin que surja un problema étnico. Grupos de distinto origen que, en unas circunstancias, protagonizan conflictos étnicos, en otros pueden fundirse por una agrupación distinta de intereses (las inmigrantes del sudeste asiático a los Estados Unidos, por ejemplo, parecen tender hacia una etnia unificada; los alemanes fueron asimilados por los ingleses al grupo dominante en los Estados Unidos, pero los holandeses fueran colocados en una posición subordinada en Sudáfrica).

Que debamos calificar como "actividad económica" la participación productiva en la economía monetaria, o como trabajo tan sólo al trabajo remunerado, no es sino una faceta más del privilegio de género, masculino: que se definan como "actividad" y "trabajo" lo que los hombres hacen, pero como "inactividad" o "tareas", "labores", etc. lo que hacen las mujeres.

En 1.987, por ejemplo, el país de la O.C.D.E que presentaba una diferencia menor era Suecia, con tasas del 85.7 % para los varones y el 81.1 % para las mujeres, pero éste es un país algo especial. Para los Estados Unidos, las tasas eran 87.3 y 67.5; para España, 67.6 y 32.1. cf. M. Fernández Enguita, Educación, formación y empleo en el umbral de los 90 (Madrid, C.I.D.E., 1990), p. 81.

En 1987, de diecinueve países de la O.C.D.E., el desempleo de las mujeres era menor en tres (Finlandia, Luxemburgo y el Peino Unido) e igual en dos (Japón y Suecia) . Naturalmente, no lo habría sido en ninguno sí las tasas de actividad de ambos sexos fueran iguales y si, como luego veremos, las mujeres no se "beneficiaran" de los empleos "fuera de la norma". En España, el desempleo era del 27.9 ~ para las mujeres y el 15.6 para los varones. cf. O.C.D.E., Perspectivas del empleo 1988 (Madrid, Ministerio de Trabajo y S.S., 1989), PP. 320 y 55.

También se llama "fuera de la norma" al trabajo por cuenta propia, pero eso sólo indica cómo una parte de la economía, en especial de la producida por los organismos internacionales, ha llegado a confundir la norma con el capital (o con su contraparte, el trabajo asalariado). Esta definición puede encontrarse, por ejemplo, a lo largo y ancho de la literatura de la O.C.D.E.

En 1987, en los Estados Unidos, los empleos a tiempo parcial eran el 17.3% del total, pero el 26.1 de los ocupados por mujeres. En el Reino Unido, 21.6 % y 45 %. En Francia, 11.8 y 23.2 %, etc. (O.C.D.E., op. cit., p. 332). En España, a pesar de las diferencias de actividad y de empleo, la Encuesta de Población Activa del primer trimestre de 1989 señalaba 454.2 miles de mujeres empleadas a tiempo parcial frente a 134.2 miles de varones. También como "ocupados subempleados" doblan las mujeres a los hombres: 33.7 y 15.4 miles, respectivamente (M. Fernández Enguita, loc. cit.).

Si sumamos las categorías de miembros de los órganos de gobierno y personal directivo de la administración pública, directores y gerentes de empresas, jefes de oficinas, jefes e inspectores de servicios en los transportes y comunicaciones, jefes de ventas y compras, directores y gerentes de hostelería, de explotaciones agrarias y similares, encargados de personal en establecimientos hogares y contramaestres, jefes de taller, etc., es decir, todas las definidas neta y exclusivamente por una posición de autoridad, encontramos en ellas al 5.3 % de la población masculina ocupada, pero sólo al 1.2 % de la femenina. (E.P.A. II T, 1989).

En el estudio ya citado de E.O. Wright, aparecen, en los Estados Unidos, un 15.5 % de los hombres y un 8.6 % de las mujeres que son directivos, y un 18.8 % y un 14.4 % que son supervisores. Para Suecia las cifras son, respectivamente, 15.2 % y 5.5 % entre los directivos y 11.5 % y 7.4 % entre los supervisores (E.O. Wright, Classes, cit., p. 197).

Por poner un ejemplo, las mujeres eran, en el curso 1985-86, el 62.1 % del profesorado de Educación General Básica, pero sólo el 46.5 % de los directores de centro sin docencia y el 39.5 % de los directores con docencia (C.I.D.E., La presencia de las mujeres en el sistema educativo, Madrid, Instituto de la Mujer, 1988, p. 63).

En una conferencia agrícola, en 1961, el dirigente soviético Jruschov declaraba a propósito de las granjas colectivas: "(...) Los hombres administran y las mujeres hacen el trabajo." (Izvestía, 26-x-61, citado por G.F. Lapidus, "Occupational segregation and public policy: A comparatíve analysis of American and Soviet patterns", Sígns II, 4, 1977.

Véase, por ejemplo, C. Hakím, Occupational segregation: A comparatíve study of the degree and the pattern of differentiation between men's and women' 5 work in Britain, the United States and other countries, p. 128; Dpt. of Economic Research, Paper nº 9, H.M.S.O., Londres, 1979.

Véase B.F. Reskín, "Bríngíng the men back in: Sex differentíatíon and the devaluation of women's work", p. 68; Gender and Socíety II, 1, 1988.

En el estudio de Wright (loc. cit.) son expertos sin funciones directivas un 3.0 % de los hombres y un 3.9 % de las mujeres, en los Estados Unidos, y un 6.8 % tanto de los unos como de las otras en Suecia. Sin embargo, esta sin duda es efecto de la concentración de los "expertos" varones en puestos de trabajo de carácter directivo, donde aventajan claramente a las mujeres.

Según la E.P.A. del mismo trimestre, el 8.5 % de los varones ocupados y el 15.0 % de las mujeres son "profesionales, técnicos y similares", pero, si descontamos los "ayudantes técnicos sanitarios y auxiliares en medicina, veterinaria y, farmacia" y los "profesores", los porcentajes se reducen a 5.8 y 3.3, respectivamente. Para una comparación desagregada según la Clasificación Nacional de Ocupaciones a dos dígitos, véase M. Fernández Enguita, op. cit., PP. 83-86). Una mayor desagregación mostraría una desventaja aún mayor de las mujeres.

Según Wright (loc. cit.), el 16.6 % de los trabajadores y el 7.1 ~ de las trabajadoras en los Estados Unidos, el 20.2 y el 14.8 en Suecia.

Estas diferencias resultan más difíciles de estimar, puesto que pueden atribuirse a características personales no estrictamente determinadas por el sexo (de cualificación formal, de experiencia, de antigüedad, etc.). Sería muy largo entrar a discutir aquí esto, pero podemos recurrir a dos trabajos recientes. B.R. Bergmann estima que la diferencia total de salarios entre hombres y mujeres se explica en un 45 % como resultado de las diferencias de educación, capacitación, experiencia y diversos indicadores de afección al trabajo, y en un 55 % como pura y simple discriminación (The economic emergence of women, p. 78; Nueva York, Basic Books, 1986). A. peinado López, aplicando un modelo más tosco a dos grandes empresas, una de servicios y otra de automoción, encuentra unas diferencias salariales totales del 27 y el 25 ~, respectivamente, y atribuye a mera discriminación del 15 al 18 ~, en el primer caso, y del 9 al 11 % en el segundo, o sea, entre algo más que la mitad y dos tercios (La discriminación de la mujer en el mercado de trabajo español, cap. Iv; Madrid, Instituto de la Mujer, 1988).

En los Estados Unidos, la relación entre los ingresos de la mujer y el hombre, medidos por sus medianas, era en 1957 de 0.638, en 1967 de 0.578, en 1977 de 0.589 y en 1987 de 0.650 (M.R. Kíllíngsworth, The economics of comparable worth, p. 25; W.E. Upjohn Instítute, Kalamazoo, Mích., 1990.

Según la Encuesta de población Activa, son mujeres el 28.8 % de los asalariados del sector privado y el 37.8 % de los del sector público (E.P.A. 1989, II T).

La medicina soviética, mayoritariamente ejercida hoy por mujeres, es un caso paradigmátíco: tres cuartas partes de los médicos, frente a un siete por ciento en los Estados Unidos y entre el diez y el veinte por ciento en los países europeos (C. Hakím, op. cít., p. 39). No obstante, los jefes de hospital, etc. siguen siendo varones (G.F. Lapidus, op. cít., p. 129).

B. Ehrenreich y F. F. Piven, "The feminization of poverty", Dissent, 1984, 2, PP. 162-170. Entre nosotros así lo indican, por ejemplo, los resultados de la Encuesta Metropolitana de Barcelona: F. Miguélez y P. López, Condicions de vida i hàbits de la oblació de l'àrea metro metropolitana de Barcelona, vol. XIX: La pobresa a l'àrea metropolitana de Barcelona, Barcelona, Institut d'Estudis Metropolítans, 1988.

Es difícil decir, por ejemplo, si las mujeres trabajan con frecuencia a tiempo parcial porque han de atender a las tareas domésticas o sí han de atender a las tareas domésticas porque sólo encuentran trabajos a tiempo parcial; o si su tasa más elevada de abandono del empleo explica que se les ofrezcan empleos sin oportunidades de promoción, etc., o, por el contrarío, es justamente el producto de tal falta de perspectivas. En estos y otros casos similares, aun cuando uno se incline fundamentalmente por una de las explicaciones, institucional o individual, resulta punto menos que imposible negar toda validez a la otra, y lo más probable es que también tenga algo de verdadera.

J. Míncer y S.W. Polachek, "Family investments in human capital: Earnings of women", Journal of politícal Economy LXXXII, pp. S79-S108. 1974. No obstante, estadísticamente sólo logran "explicar" una parte de la diferencia después de hacer intervenir la educación, la formación, la experiencia, las interrupciones de la actividad, el absentismo, las actitudes y otras variables.

G. Becker, The economics of discrímínation, Chicago, Uníversity of Chicago Press, 1957. Refiriéndose a este y a otros autores de la misma cuerda, B.R. Bergmann escribe: "El argumento es justamente el tipo de teoría pura que atrae a muchos economistas, basada en la lógica deductiva antes que en la observación de cualquier hecho real. Todos los años vemos miles de quiebras comerciales en los Estados Unidos, lo que quiere decir que las empresas cometen errores fatales, pero nadie ha informado jamás de haber visto una empresa reducida a la ruina por un competidor menos fanático. Por otra parte, conocemos empresas que han discriminado y, a pesar de ello, han tenido éxito. (...) Por desgracia para la ciencia económica, la aceptación y circulación de una teoría entre los economistas nunca ha dependido de la existencia de observaciones fácticas que la apoyaran, ni los ejemplos opuestos han obstaculizado su circulación (cit., pp. 138-139).

G. Becker, "Human capital, effort, and the sexual division of labor", Journal of Labor Economics, 1985, enero, pp. 33-58

D.J. Treiman y H.I. Hartmann, eds., Women, work, and wages: Equal pay for jobs of equal value, Washington, National Academy Press, 1981.

Becker, The economics of discrimination, cit.

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Enviado por:Javier Garcia Maestre
Idioma: castellano
País: España

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