Educación y Pedagogía


Pedagogía del oprimido


Toda esta pedagogía comienza en el hombre, quien se pone así mismo como problema, ya que se da cuenta de que poco sabe de si mismo. En ese afán por conocer le conduce a hacerse preguntas, cuyas respuestas desencadenaran en nuevas preguntas.

Al hombre le preocupa su humanización, constatar esta preocupación implica reconocer la deshumanización, tanto humanización como deshumanización son un constante movimiento de búsqueda. La humanización respondería a lo que se conoce con el nombre de vocación de los hombres afirmada en el ansia de libertad, justicia y la lucha de los oprimidos por recuperar esa su humanidad que les ha sido arrebatada. La gran tarea de los oprimidos es primeramente liberarse a sí mismos y después liberar a los opresores. El problema se da cuando los oprimidos en vez de buscar su liberación por medio de la lucha, tienden a ser también opresores. Su ideal es ser hombres, pero para ellos, ser hombres, es la contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser opresores. Éstos son sus testimonios de humanidad.

Los oprimidos temen a la libertad ya que dejarían ahí un vacío ( el del opresor) para el que buscan llenarlo pero no sabrían como, y eso es lo que les produce ese temor. En los oprimidos, el miedo a la liberación es el miedo de asumirla. En los opresores el miedo es de otro tipo, es el miedo por perder ese derecho a oprimir que llevan a cabo.

Los oprimidos sufren dentro de su ser una dualidad, descubren que al no ser libres no llegan a ser auténticamente, quieren ser, pero temen serlo. Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales, entre expulsar o no al opresor desde dentro de sí, la consecuencia de esto es un hombre nuevo, ni opresor ni oprimido.

Con relación al opresor, descubrirse como tal no equivale aún a solidarizarse con los oprimidos. El opresor sólo se solidariza con los oprimidos cuando su gesto deja de ser un gesto ingenuo y sentimental de carácter individual y pasa a ser un acto de amor para ellos. Sólo en la plenitud de este acto de amar se constituye la solidaridad verdadera.

La pedagogía del oprimido es la pedagogía de los hombres que se empeñan en la lucha por su liberación y debe tener, en los propios oprimidos que se saben o empiezan a conocerse críticamente como oprimidos, uno de sus sujetos. La pedagogía del oprimido, aparece como la pedagogía del hombre. La pedagogía partiendo de los intereses egoístas de los opresores, hace de los oprimidos objeto de su humanitarismo, mantiene y encarna la propia opresión. Es el instrumento de la deshumanización. Ésta es la razón por la cual ésta pedagogía no puede ser elaborada ni practicada por los opresores. Sería una contradicción si los opresores no sólo defendiesen sino practicasen una educación liberadora.

La pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora, tendrá, dos momentos distinto aunque interrelacionados :

  • los oprimidos van desvelando el mundo de la opresión y se van comprometiendo con su transformación

  • Una vez transformada la relación opresora, ésta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a se la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación.

  • Una vez establecida la relación opresora se instaura la violencia.

    El acto de rebelión de los oprimidos es casi tan violento como la violencia que los genera. La violencia de los opresores, hace de los oprimidos hombres a quienes se les prohíbe ser. Sólo los oprimidos liberándose pueden liberar a los opresores. Para los opresores, la persona humana son sólo ellos. Los otros son objetos, cosas.

    La violencia pasa de una generación a otra, crea en el opresor una conciencia fuertemente posesiva del mundo y de los hombres. En ésta ansia irrefrenable de posesión, desarrollan la convicción de que les es posible reducir todo a su poder de compra. El dinero es para ellos la medida de todas las cosas. Ser para ellos es equivalente a tener. Los oprimidos son para ellos objetos, cosas, que carecen de finalidades. Sus finalidades son aquellas que les prescriben lo opresores.

    Hasta que los oprimidos no toman conciencia de las razones de su estado de opresión, aceptan su explotación. Aunque poco a poco la tendencia es la de asumir formas de acción rebeldes. Los oprimidos se sienten como si fuesen un objeto poseído por el opresor.

    Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos. El camino para la realización de un trabajo liberador radica en el mero acto de depositar la creencia de la libertad en los oprimidos, pensando conquistar así su confianza, sino en el hecho de dialogar con ellos.

    La lucha comienza con el auto reconocimiento por parte de los oprimidos como hombres destruidos.

    A los opresores no les interesa que los oprimidos piensen para que no se vuelvan contra ellos. Negándoles el derecho a pensar se aseguran de que los hombres no se liberen y permanezcan por tanto bajo el yugo del opresor. Lo que pretenden éstos es transformar la mentalidad de los oprimidos y no la situación que los oprime.

    Nadie puede ser auténticamente prohibiendo que los otros sean. La búsqueda del ser más a través del individualismo conduce al egoísmo, tener más, una forma de ser menos.

    La existencia humana no puede ser muda, ni nutrirse de falsas palabras, sino de palabras verdaderas con las cuales los hombres transformen el mundo. Existir es transformar el mundo. La conquista implícita en el diálogo es la del mundo por los sujetos dialógicos, no la del uno por el otro. El amor es fundamento del diálogo. El amor es un acto de valentía. Es compromiso con los hombres, donde exista un hombre oprimido, el acto de amor radica en comprometerse con su causa. La causa de su liberación. Éste compromiso es diálogo.

    Si no amo el mundo, si no amo la vida, si no amo a los hombres, no me es posible el diálogo.

    No hay diálogo si no hay humildad.

    La autosuficiencia es incompatible con el diálogo. Los hombres que carecen de humildad o aquellos que la pierden, no pueden aproximarse al pueblo. No hay diálogo tampoco si no existe una fe en los hombres.

    Al basarse en el amor, la humildad, la fe en los hombres, el diálogo, se transforma en una relación horizontal en que la confianza de un polo en el otro es una consecuencia obvia.

    Si el diálogo es el encuentro de los hombres para ser más, éste no puede realizarse en la desesperanza. Si los sujetos del diálogo nada esperan de su quehacer, ya no puede haber diálogo. Su encuentro allí es vacío.

    Solamente el diálogo, que implica el pensar crítico, es capaz de generarlo. Sin él no hay comunicación y sin ésta no hay verdadera educación.

    Un pensar crítico a través del cual los hombres se descubren en situación, en la medida en que ésta deja de parecerles una realidad espesa que los envuelve. Lo captan como la situación objetivo-problemática en la que se encuentran.

    El único camino a seguir es la concientización de la situación, intentándosela desde la etapa de la investigación temática.

    Concientización que prepara a los hombres en el plano de la acción, para la lucha contra los obstáculos a su humanización.

    Si los hombres son seres del quehacer esto se debe a que su hacer es acción y reflexión. Es transformación del mundo. Todo hacer del quehacer debe tener una teoría que lo ilumine. El quehacer es teórica y práctica. Reflexión y acción. No puede reducirse ni al verbalismo ni al activismo.

    El verdadero compromiso con los oprimidos que implica la transformación de la realidad en que se hallan oprimidos, reclama una teoría de la acción trasformadora, papel fundamental en el proceso de transformación.

    El liderazgo no puede tomar a los oprimidos como simples ejecutores en la medida en que el liderazgo riega la praxis verdadera a los oprimidos se niega, consecuentemente, en la suya. De este modo tiende a imponer a ellos su palabra, transformándola, así, en una palabra falsa, de carácter dominador, instaurando con este procedimiento una contradicción entre su modo de actuar y los objetivos que pretende alcanzar.

    Su quehacer, acción y reflexión no puede darse sin la acción y la reflexión de los otros, si su compromiso es el de la liberación. Sólo la praxis revolucionaria puede oponerse a la praxis de las elites dominadoras.

    En la praxis revolucionaria existe una unidad, el liderazgo, el cual no puede tener en las masas oprimidas el objeto de su posesión.

    Para dominar, el dominador, no tiene otro camino sino negar a las masas populares la praxis verdadera. Les niega el derecho de decir su palabra, de pensar correctamente.

    El liderazgo revolucionario que no sea dialógico con las masas, no es revolucionario o está equivocado y es presa de una sectarización.

    La verdadera revolución, debe instaurar el diálogo valeroso con las masas. Éste diálogo, como exigencia radical de la revolución, responde a otra exigencia radical, que no es otra que concebir a los hombres como seres que no pueden ser al margen de la comunicación puesto que son comunicación en sí. Obstaculizar la comunicación equivale a transformar a los hombres en objetos y esto es tarea de los opresores no de los revolucionarios.

    La revolución no es hecha para el pueblo por el liderazgo ni por el liderazgo para el pueblo, sino por ambos, en una solidaridad, que nace en el encuentro humilde amoroso y valeroso con ellos.

    Lo que pretende una auténtica revolución es transformar la realidad que propicia un estado de cosas que se caracteriza por mantener a los hombres en una condición deshumanizante. Lo que debe hacer el liderazgo revolucionario es problematizar a los oprimidos, no éste, sino todos los mitos utilizados por las elites opresoras para oprimir cada vez más.

    Todo acto de conquista implica un sujeto que conquista y un objeto conquistado. El sujeto determina sus finalidades al objeto conquistado, que pasa a ser algo poseído por el conquistador. Así como la acción antidialógica, para la cual el acto de conquistar es esencial, ocurre al mismo tiempo con una situación real, concreta de opresión. No se es antidialógico primero y opresor después, sino al mismo tiempo. El antidialógico se impone al opresor para oprimir más, robando al oprimido su palabra, su cultura.

    Los opresores se esfuerzan por impedir a los hombres el desarrollo de su condición de admiradores del mundo.

    Las minorías sometiendo a su dominio a las mayorías, las oprimen, mantenerlas divididas son condiciones indispensables para la continuidad de su poder y su opresión. La unificación de las masas populares es un peligro para la hegemonía de estos opresores. La necesidad de dividir para facilitar la mantención del estado opresor, se manifiesta en todas las acciones de la clase dominadora.

    Los oprimidos, divididos, son presa fácil del dirigismo y la dominación. Mientras que unificados y organizados harán de su debilidad una fuerza transformadora, con la cual podrán recrear el mundo, haciéndolo más humano.

    A través de la manipulación las elites dominantes intentan conformar progresivamente las masas a sus objetivos. La manipulación se hace a través de toda la serie de mitos, entre ellos, el modelo que la burguesía hace de sí misma y presenta a las masas como su posibilidad de ascenso, instaurando la convicción de una supuesta movilidad social.

    Muchas veces esta manipulación se da a través de pactos entre las clases dominantes. Éstos pactos no son diálogos, sino medios utilizados por los dominadores para llevar a cabo sus finalidades.

    Los pactos sólo se dan cuando las masas emergen en el proceso histórico y con su emersión amenazan a las elites dominantes.

    El liderazgo debe desarrollar una unión de los oprimidos entre sí y de éstos con él para lograr la liberación. Para lograr ésta unión es imprescindible una forma de acción cultural a través de la cual conozcan el por qué y el cómo de su adherencia a la realidad que les da un conocimiento falso de sí mismos y de ella. Es necesario desideoligizar.

    El objetivo de la acción dialógica se basa en proporcionar a los oprimidos el reconocimiento del por qué y del cómo de su adherencia, para que ejerzan un acto de adhesión ala praxis verdadera de transformación de una realidad injusta.

    La unión de los oprimidos es indispensable al proceso revolucionario, va a depender de la experiencia histórica y existencial que ellos están teniendo es ésta estructura.

    Para el liderazgo revolucionario la organización es de él con las masas populares. Sin liderazgo no existe organización y sin ésta se diluye la acción revolucionaria.

    La solución está en la síntesis. Por un lado incorporarse al pueblo en la aspiración reivindicativa. Por otro lado, problematizar el significado de la propia reivindicación.

    Así como el opresor para oprimir requiere de una teoría de la acción opresora, los oprimidos, para liberarse, requieren igualmente de una teoría de su acción. El opresor elabora la teoría de su acción sin el pueblo, puesto que está contra él. A su vez el pueblo, aplastado y oprimido, no puede él solo construir la teoría de la acción liberadora. Sólo en el encuentro de éste con el liderazgo revolucionario se constituirá dicha teoría.




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    Enviado por:Cañawoman
    Idioma: castellano
    País: España

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