A los 45 años, Luis Cernuda publicaba uno de los libros más bellos de la lírica del siglo pasado: Como quien espera el alba; en él encontramos un texto hondo y esperanzador sobre la continuidad del autor en la obra de otros. Escribía Cernuda en A un poeta futuro: “Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo./Que otros ojos compartan lo que miran los míos./Aunque tú no sabrás con cuanto amor hoy busco/por este abismo blanco del tiempo venidero/la sombra de tu alma, para aprender de ella/a ordenar mi pasión según nueva medida…Yo no podré decirte cuánto llevo luchando/para que mi palabra no se mueva/silenciosa conmigo, y vaya como un eco/a ti…”. A sus 67 años, Pureza Canelo nos confiesa en su último libro el emocionado deseo de que su obra también se perpetúe en nuevas voces. Esta obsesión (tan propia de poetas, recordemos a Miguel de Unamuno: “Sí, lector solitario/que así atiendes/la voz de un muerto,/tuyas serán estas palabras mías/que sonarán acaso/desde otra boca,/sobre mi polvo/sin que la oiga yo que soy su fuente…Yo ya no soy; mi canto sobrevíveme/y lleva sobre el mundo/la sombra de mi sombra,/¡mi triste nada!/Me oyes tú, lector, yo no me oigo” del poema Para después de mi muerte) recorre Oeste de principio a fin. Para Canelo la literatura no es sólo el cáliz que contiene el agua de vida, la fuente de la eterna juventud, sino que también es el arca que contiene su mundo y su familia. Gracias al poder sobrenatural de una palabra de contenido mítico (nos habla del origen, de la creación, de la inmortalidad) y de expresión humilde (“pegada al grano, a los hierros, a las cuerdas” p. 13), la autora aspira a un hueco en el corazón de las generaciones por venir. Si abrimos la cubierta del poemario-arca, encontramos dentro el testimonio sagrado de unas costumbres, unas gentes, un lugar y una época perdidos. Aquíaún se asoma la madre a la ventana, las mujeres aún lavan sobre piedras, aún se oyen los carros de la leche y un murmullo de máquinas que cosen, los hombres aún separan las semillas y los niños se apropian de los campos a lomos de sus bicis. Pureza Canelo defiende del ataque de la ruina a la naturaleza (flora y fauna) y a los elementos del mundo rural (establos, cobertizos o pozos). El lector siente que estrena un mundo en cada verso. Entre estos sugerentes poemas en prosa -sensoriales, plásticos y contemplativos- destacan algunos realmente bellos como el nostálgico Bicicleta, el desalentador Abandonados, el entusiasta Mundos, el misterioso Diciembre o el admirativo Coros (“se ven gallos sobre el tejado; extraño permanecer a esta hora donde sólo se espera la madrugada” p. 17). El tono épico del libro sacraliza el Oeste, la tierra originaria. Con sus versos, Canelo (lo mismo que Cernuda y Unamuno) pretende levantar “un poema sin lindes para saludar a quien por nuestro lado pase”; abriga la esperanza de que “un surco mío pudiera alguien prolongarlo en una porción de tierra”. Esta reseña aspira a propiciarlo.