Literatura


Motivación de Don Quijote para realizar su primera salida

Trabajo optativo de la asignatura
Cervantes y su época.
UNED, Filología Hispánica,
curso 2012 - 2013

TRABAJO OPTATIVO DE LA ASIGNATURA CERVANTES Y SU ÉPOCA

Este trabajo versa acerca del tercer apartado que se identifica en Actividades de la Guía Didáctica1de la asignatura: ¿Qué motiva a Don Quijote a realizar su primera salida, en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha? Razonar y explicar la respuesta con ayuda del texto cervantino.

A modo de INTRODUCCIÓN, partimos de la idea de que el Quijote es una parodia de los libros de caballerías y presenta, en primer término, una estructura típica de relato itinerante. Es lo que Kayser2 denomina “novela de espacio”, en la cual los personajes se van perfilando a través de las aventuras que les suceden en su peregrinar por las tierras españolas a principios del siglo XVII.

La organización argumental de la obra se articula en torno a las tres salidas del protagonista en busca de aventuras. Cada una de ellas tiene un movimiento circular: partida de casa, aventuras y regreso a la aldea.

En cuanto a la primera salida, I, 1-6, “tiene una estructura simétrica” y “una distribución circular de episodios”3. Comienza “con la locura de don Quijote” a causa de un exceso de lecturas de novelas de caballerías, y concluye “con el escrutinio y quema” de esas novelas. Cuando sale de su aldea, “don Quijote piensa en los libros de caballerías, y a su regreso cree se Valdovinos o Abindarráez”, con episodios intercalados en los que se alternan “las victorias y derrotas”, “siguiendo un esquema que podríamos considerar simétrico”.

Recordamos asimismo el importante papel que juega el espacio, que parece ser el elemento estructurador de esta salida. Don Quijote deambula “por los alrededores de la aldea”, “no lleva rumbo fijo, y es Rocinante el que conduce al caballero al azar”. La ausencia de historias intercaladas parece indicar que Cervantes pudo planificar esta salida como independiente, así como su similitud a alguna de las Novelas ejemplares.

Por lo que se refiere a la segunda salida (capítulos 7-52), “repite el esquema”4 de la anterior, “pero amplificándolo: aumenta el número de aventuras, se duplica el número de estancias en la venta, aparece Sancho Panza” y se añaden historias intercaladas.

El espacio constituye de nuevo el elemento estructural, a medida que el protagonista se aleja de su aldea. Así, le punto de “máximo alejamiento” se da entre el capítulo 26 y 29, y “establecería de nuevo un esquema circular en el relato”. Rocinante guía los pasos de don Quijote otra vez, al menos hasta I, 21. Será “a partir de I, 23 cuando don Quijote y Sancho “se adentran en Sierra Morena huyendo de la justicia”, por lo que toman las riendas de su deambular.

La tercera salida ocupa los 74 capítulos de la segunda parte (El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 1615). “El espacio sigue funcionando como principio estructural, pero la narración no forma ya un círculo, sino una línea que conduce a don Quijote hasta Barcelona (II, 1-65)”5 y cerrar el periplo con su vuelta a la aldea (II, 66-74).

En esta última salida, aparecen grupos de aventuras unidos “por algún motivo común, de tipo espacial”. Por ejemplo, “la casa de don Quijote, las bodas de Camacho, el palacio de los duques, la estancia en Barcelona, etc.”. En estas últimas aventuras, el héroe cervantino “sabe adónde va” puesto que, en primer lugar, “se dirige hacia el Toboso, después hacia Zaragoza y, finalmente, a Barcelona” y así poner en evidencia al apócrifo Fernández de Avellaneda.

Una vez hemos presentado los rasgos estructurales más relevantes, pasamos a estudiar con más detalle la primera salida, I, 1-6. En función de estos capítulos, ofreceremos nuestra interpretación acerca de la misma a partir de la lectura del texto. Para ello nos valdremos de la edición del prof. Rico con motivo del cuarto centenario de la publicación de la primera parte.6

Para nuestro estudio, partimos del concepto de implicatura, que englobamos en la Teoría de la Relevancia (Sperber y Wilson, 1985), la cual relacionamos con la locura del protagonista de la obra y lo referido por la profesora Escandell:7

“(…) El desencadenante de la acción es precisamente un desajuste en la aplicación de convenciones pragmáticas. La locura de Don Quijote consiste en que no es capaz de distinguir la comunicación literaria y la comunicación ‘normal’, es decir, el mundo de la ficción y el mundo ‘real’. (…) Hace caso omiso de las condiciones institucionales, sociales y culturales que determinan el estatuto literario de los libros de caballerías; y, consiguientemente, no realiza en su mente los ajustes cognoscitivos que exigen las convenciones que gobiernan la recepción de la obra literaria: suspensión de los juicios de verdad, de la realidad elocutiva de los enunciados, y del compromiso de existencia de los personajes, acciones y lugares citados. El resultado es que traslada a su actuación en la ‘vida real’ las convenciones que ha aprendido en la obra literaria”.

Si partimos del capítulo I, destacamos en primer lugar la indefinición en lo que respecta a la aldea de don Quijote “En un lugar de la Mancha”. Puede que se trate de un recurso para lograr verosimilitud8, pero también pudiera tratarse de que Alonso Quijano (o Quijada) es un ser anónimo que quiere salir y conocer un mundo maravilloso del que tiene noticias por sus muchas lecturas de las novelas de caballerías.

El ambiente en el que se mueve este “hidalgo” es el de la baja hidalguía, como interpretamos inferencialmente “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más de las noches”, que entendemos como que le gustaría comer carnero más veces y que, habitualmente, cenaba salpicón.

El atuendo diario de “sayo de velarte” nos ayuda a imaginarnos a un hidalgo venido a menos que “los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino”. Su pertenencia a una clase social viene marcada además por tener en su casa “una ama” y, además, alojaba a “una sobrina” “y un mozo de campo y plaza”, el cual le ayudaba con “el rocín como tomaba la podadera”.

El texto prosigue con una prosopografía de don Quijote, que comienza con su edad de “cincuenta años”, lo que convierte a nuestro héroe en una persona ya anciana para la sociedad en la que se encontraba. De este último dato podríamos inferir que, en el ocaso de una vida, el hidalgo pudiera querer hacer todo aquello que no hizo y que desea cumplir antes de abandonar este mundo.

Dado que este “sobredicho hidalgo” pasaba muchos “ratos que estaba ocioso”, como aparece en la explicatura –“que eran los más del año-“, leía tanto que la lectura le ocupaba tanto tiempo que “olvidó casi de todo punto el ejercicio de la zaza y aun la administración” de sus propiedades. Con esto se nos da a entender que el exceso de lecturas pudo causar en Quijada (o Quesada o Quijana)9 un deseo por leer más, lo que se ha dado en llamar “letraherido”.

Esta enfermedad causada por el tanto leer le llevó a vender “muchas fanegas de tierra (…) para comprar libros de caballerías” y que llenaban su cabeza de “aquellos requiebros y cartas de desafíos”, como aparece a continuación en las dos citas que aparecen falsamente atribuidas a Feliciano de Silva.

Cervantes continúa con la presentación de don Quijote, el cual “perdía el pobre caballero el juicio” y, asimismo, apenas dormía “por entenderlas y desentrañarlas el sentido” a las novelas de caballerías. Este titánico esfuerzo (“ni las entendiera el mismo Aristóteles”) consideramos que dejó una fatiga mental en Quijada, ya que se pasaba los días con la intención “de acabar (…) aquella inacabable aventura” y, en ocasiones, lo llevó al punto de querer escribir un final adaptado a su gusto (“y dalle fin al pie de la letra”).

Este exceso de lecturas llevó al “cura de su lugar” a discutir con Quesada acerca de quiénes habían sido los mejores caballeros y preferir a “Galaor” porque “tenía muy acompañada condición”. En resumen, como indica el texto con la explicatura “En resolución”, “se enfrascó tanto en su lectura” que leía de noche y dormía de día, lo cual produjo que sus biorritmos cambiaran por completo y, por lo tanto, su anclaje deíctico con la realidad estuviera más cerca de las aventuras que aparecían narradas en esos libros que en la realidad de su aldea: “se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio”.

En esto último entendemos que aparece la intención paródica de Cervantes, al presentar la locura de don Quijote por un exceso de lecturas, a la manera de El entremés de los romances. Así, Quesana pasaba los días entre “pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”, lo cual le llevó a perder todo anclaje deíctico con la realidad: ni espacial, pues vivía en tierras alejadas (p. ej. Gaula), ni temporal (p. ej. el tiempo de Roncesvalles o la época de Hércules) ni personal, porque se creyó un caballero más.

De esta forma, continúa el texto, “vino en dar en el más extraño pensamiento”: “hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras”. Con ello busca asimismo “ejercitarse en todo aquello que había leído que los caballeros andantes se ejercitaban”, con lo que Cervantes pone de manifiesto que el deseo de Quijana es convertirse en don Quijote debido a un exceso de lecturas.

“Se dio priesa en poner en efecto lo que deseaba”, en poner en práctica su fantasía de convertirse en caballero andante. Y para ello se provee de “unas armas que habían sido de sus bisabuelos”. Con esto, como señala Riquer, Cervantes quiere poner de relieve el anacronismo de que una persona de finales del siglo XV o primeros del XVI quisiera ser caballero, cuando estos habían desaparecido con el final de la Edad Media.

La ilusión de Quijada en limpiar y aderezar sus armas le hacía pasar por alto que “hacían una apariencia” cómica, al optar por un atuendo hecho de cartones.10 Sin embargo, “quedó satisfecho de su fortaleza y” (…) “la tuvo por celada finísima de encaje”. Esta explicatura la interpretamos como que el hidalgo tiene tantas expectativas con su conversión en caballero que no se percata de lo cómico que resultan, tal como las describe Cervantes.

A continuación, “Fue a ver su rocín”, el cual tenía bastantes manchas (“tachas”) y, con una cita latina (“tantum pellis et ossa fuit”) se presenta como “solo piel y huesos”. 11 Sin embargo, el hidalgo lo compara hiperbólicamente con “Bucéfalo” o “Babieca”. Hecho este símil, si tan buen rocín es, había que buscarle nombre, y en ello “cuatro días se le pasaron” porque, en su furor imaginativo, “no era razón que caballo de caballero tan famoso” “estuviese sin nombre conocido”, lo cual nos vuelve a indicar la falta de conexión de Quijada para con la realidad.

Sin embargo, irónicamente, el texto apunta que “estaba muy puesto en razón” y, “al fin, le vino a llamar ‘Rocinante’”. Este nombre lo escogió porque tenía resonancias épicas: “alto, sonoro y significativo”, lo cual, inferencialmente en la mente del hidalgo, le llevaba a compararlo con los equinos del Cid o Alejandro, y por ende, compararse él mismo con esos héroes.

Una vez hubo dado nombre “a su caballo”, el héroe en ciernes quiere “ponérsele a sí mismo”, lo cual le mantuvo ocupado un tiempo: “este pensamiento duró otros ocho días”. El que alguien dedique tanto tiempo a ponerse un nombre para unas aventuras que, ya en aquella época, remitían a un tiempo pasado, parece indicar que esa persona no tiene, como se señala coloquialmente, los pies en el suelo. “Al cabo se vino a llamar ‘don Quijote’”, con lo que queda puesto el nombre para sus aventuras.

Irónicamente, quizá rozando el sarcasmo, Cervantes señala que otros caballeros del mundo de la ficción (o así lo decidían los narradores) acompañaban sus nombres del topónimo del que procedían y, de este modo, don Quijote “quiso” “añadir al suyo el nombre de la suya [patria] y llamarse ‘don Quijote de la Mancha’”. La explicación que sigue parece corroborar lo que pasaba por la mente de Quijada, que así “declaraba muy al vivo su linaje y su patria”.

Una vez puesto nombre al caballo y a sí mismo, “no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse”. Con esto, está siguiendo los pasos marcados por los libros de caballerías, en los cuales el héroe tiene un caballo conocido, un nombre con resonancias épicas y una dama a la que adorar, al modo de los cortesanos provenzales. En otras palabras, entendemos que Quijada quiere crearse un mundo ficcional al cual tenga que amoldarse la propia realidad. Dicho de otro modo, que el mundo se adapte a la realidad fantasiosa que él mismo ha creado en su imaginación a causa del exceso de lecturas o, más probable, la mala asimilación de las mismas puesto que no es capaz de distinguir lo que es ficción de lo que no lo es.

Así, aparece el primer monólogo del personaje, introducido por esa oración condicional “Si yo, por malos de mis pecados…” que marca el estilo ampuloso de Quijada, ya devenido en don Quijote. Un tono que imita lo exaltado de los personajes de los libros que en realidad se habían convertido en su vida, puesto que en su lectura pasaba los días y las noches.

Este primer discurso provoca una reacción condescendiente en el mismo caballero: “¡Oh, cómo se holgó (…), y más cuando halló a quien dar nombre de su dama!”. De nuevo, la ironía cervantina aparece al escoger como dama para nuestro héroe a “una moza labradora de muy buen parecer” y que no había hecho caso a las pretensiones, platónicas entendemos, de Quijada: “ella jamás lo supo ni le dio cara de ello”. A esta moza “vino a llamarla ‘Dulcinea del Toboso’”, con lo que repite el esquema de cómo se puso nombre el caballero a sí mismo, “a su parecer músico y peregrino y significativo”, pues poseía eufonía, ecos de caballería y le parecía atinado.

El capítulo II trata de la primera salida que hizo don Quijote, el cual ya estaba deseoso y ansioso de salir en busca de aventuras: “no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento”, a pasar a la acción y poner en práctica todo eso que había estado imaginando a raíz de sus lecturas. Por ello, piensa que “eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer”, lo cual no es poco, sino un propósito que bien parece excesivo como un objetivo inicial. Sin embargo, este exceso de expectativas se corresponde con la exaltación de don Quijote.

A escondidas, “sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le vienes”, sale de su aldea. Entendemos que inconscientemente sabe que lo que hace se aparta de la normalidad y tampoco querría tener que dar respuestas a preguntas impertinentes de sus convecinos. Sale contento al campo, al “ver con cuánta facilidad había dado principio a su deseo”. No obstante, su alborozo queda hecho trizas cuando se da cuenta de que “no era armado caballero”. Esto le hizo “titubear en su propósito”, pero decidió continuar con esta primera salida puesto que pudo “más su locura que otra razón alguna”.

“Nuestro flamante caballero” iba hablando solo, planteándose interrogaciones retóricas como la que comienza con “¿Quién duda sino…” y a la que se responde a sí mismo. Este remedo del diálogo socrático, con resonancias helénicas (p. ej. el hermoso Apolo) y pastoriles (p. ej. en ese locus amoenus que presenta: “rosada aurora”) nos presenta al propio don Quijote narrando su propio andar por los caminos de La Mancha, “por el antiguo y conocido campo de Montiel”.

El texto señala lo obvio: “Era verdad que por él caminaba” y presenta la continuación de este monólogo exaltado en el que nuestro héroe hace un remedo del beatus ille horaciano: “Dichosa edad y siglo dichoso…” en el que anuncia proféticamente cómo sus hazañas pasarán a la historia: “para la memoria en lo futuro”. Y, en ecfonesis y apóstrofe lírico invoca a “sabio encantador, quienquiera que seas” para que escriba sus historias. Esto constituye un juego de metaficción literaria puesto que es al propio Cervantes a quien está invocando, aunque aquí aparezca escondido tras la máscara de “los anales manchegos”, Cide Hamete Benengueli o el traductor del texto del anterior.

Continúa don Quijote su parlamento, “como si verdaderamente fuera enamorado” invocando a su amada Dulcinea, la cual tiene presa su corazón. Este remedo de amor cortés (“mucho agravio me habedes hecho”) no solo se refiere al amor doliente y sufriente típico del Cancionero, sino también a la idea provenzal de la dama como dómina. A todo esto el texto pone nombre, “disparates, al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje”, lo que nos sitúa a don Quijote loco en contenido (por Dulcinea) y en forma (por el uso de arcaísmos como “habedes”).

Ese primer día “caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese”, lo cual exasperaba a nuestro héroe. El texto no aclara cuál fue la primera de sus aventuras, con esa indefinición que Ortega señaló como un mérito puesto que otorga perspectivismo a la obra. Don Quijote iba buscando algún lugar donde poder medirse en buena lid (“mirando por ver si descubría algún castillo”), pero también hambriento. Es así como llega a una venta, en las que, en vez de damas, le reciben “dos mozas” que “iban con unos arrieros”.

Aquí, de nuevo, la imaginación de Quijada le lleva a pensar que la venta es un castillo “con sus cuatro torres y chapiteles”. Sus expectativas de que lo recibieran con honores quedan hechas trizas, “pero como vio que se tardaban”, se acercó a la puerta. Para mayor ironía, en vez de enanos, se encuentra con un porquero que hacía sonar un cuerno, y es a esta persona a quien toma como enviado de los nobles del castillo.

Llegó al castillo y don Quijote asustó a unas damas (“llenas de miedo”) y a las que, con voz calma, dice con arcaísmos que no huyan. Este modo de hablar causa sorpresa en las mozas y “no pudieron tener la risa”. Esto no gusta a nuestro héroe, que se lo recrimina, lo cual a su vez “acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo”. Aparece el ventero quien, dándose cuenta de la locura del recién llegado, le invita a entrar.

Don Quijote lo toma como “alcaide de la fortaleza” y le responde citando unos versos de un romance viejo famoso.12 El ventero, hombre que sabedor de que en los caminos de la España de esa época podían aparecer personas con ciertas particularidades, le responde en el mismo tono: “las camas de vuestra merced serán duras peñas”. Tras lo cual, ayudó a don Quijote a apearse del caballo, tarea que resultó muy dificultosa para nuestro héroe puesto que, en vez de estar pendiente de la realidad (como por ejemplo comer), había estado soñado despierto.

Reaparecen las que don Quijote toma como “principales señoras y damas de aquel castillo”, a las que recita una sextilla a modo de presentación de sí mismo y de su rocín. “Las mozas”, que no doncellas, le respondieron preguntándole por si quería comer algo, y nuestro héroe respondió que se conformaría con cualquier cosa. Las mozas de la venta, precavidas y por presuposición cultural, se dirigen a él con una lengua cortés: “Preguntáronle si por ventura comería…”, a lo que él responde que “sea lo que fuere” pero que le den de comer porque tiene verdadero apetito dada su actividad: “el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas”.

Don Quijote se sienta a la mesa que le pusieron a la puerta de la venta, “por el fresco”, y le dieron de comer un trozo de bacalao. Cómo comía el caballero causó mofa en la venta puesto que “como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos” si no se lo daba alguien, para lo que le ayudaban las mozas y el ventero. Lo irónico de la situación, cómico asimismo, se acrecienta con el chiflido que anuncia la llegada “a la venta [de] un castrador de puercos”, lo cual hace pensar al héroe que le estaban sirviendo comida con el acompañamiento de música. Es decir, Quijana confunde la realidad en la que vive y crea su propia realidad personal puesto que las lecturas le hacen desear ferviente vivir ese ambiente cortesano que él imagina es la venta.

Por lo que se refiere al capítulo III, este narra “la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero”. Tras la cena, el héroe cervantino se hinca “de rodillas” ante el ventero y le pide, en tono suplicante, que le arme caballero. La cuestión, y la forma sorprenden al posadero, que “estaba confuso mirándole”. Sin embargo, el socarrón del ventero ya “tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped” y le siguió el juego “por tener que reír aquella noche”. Así, le señala al caballero que él mismo también lo había sido en su juventud: “se había dado a aquel honroso ejercicio”. La respuesta del ventero, con esos ecos de lugares míticos y reales, suponemos que inflamaría los deseos de Quijada por convertirse en caballero.

Puesto que en el castillo-venta no había “capilla alguna donde poder velar las armas”, el ventero señala que “podría velar en un patio del castillo”. Destacamos aquí que la venta ya es castillo para el ventero, lo cual a su vez incrementa la confusión de don Quijote y su deseo de comportarse como si en una novela de caballerías se encontrase.

No obstante, el ventero es una persona que se debe a su negocio y “preguntóle si traía dineros”, a lo que responde el caballero por armar que no porque “nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído”. De nuevo aparece un aspecto que presenta una inadecuación entre lo que es la vida real, en la que hay que llevar dinero para pagar una serie de servicios, y la vida ficcional, aquella en la que los caballeros no necesitaban llevar dinero puesto que todo les era ofrecido gratuitamente o lo tomaban como tal, lo cual nos remite al mundo del Medioevo en el que los caballeros y nobles eran dueños y señores con, incluso, derecho de pernada.

El buen sentido del ventero le lleva a aconsejar al futuro caballero que “no caminase de allí en adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas”, algo que promete hacer don Quijote. Este quedó velando armas “delante de la pila”, ya cerrando la noche, mientras el posadero contó a sus huéspedes sobre la locura del que velaba armas. Entonces, uno de los arrieros quiso ir a dar agua a su “recua”, que provocó una reacción en don Quijote ya que avisó al arriero del peligro que corría acercándose a él y a las armas. Como continuó acercándose, el loco Quesada, tras encomendarse a su amada, “”dio tan gran golpe al arriero en la cabeza que le derribó en el suelo tan maltrecho”.

De nuevo la ironía, sino sarcasmo cervantino, donde alguien que vela armas en una venta se cree amenazado por un arriero desarmado y al que ataca y derriba. Hecho esto, continuó con su paseo hasta que “llegó otro con la misma intención” de dar de beber a las mulas. De nuevo, Quijada arremete contra el arriero, al tiempo que se encomendaba a su dama: “¡Oh señora de la fermosura…”. Estas dos acometidas parecen insuflar ánimos a Quijada, mientras que los compañeros de los heridos los atendían y el ventero trataba de templar ánimos (“daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco”). Esta algarabía provoca que don Quijote también se sume a las voces, invitando a esos enemigos que quieren dar de beber a sus mulas a que lo ataquen: “tirad, llegad, venid”.

Al proferir sus amenazas “con tanto brío y denuedo” asustaba a los que le acometían, los cuales recordamos estaban desarmados. Por tanto, “le dejaron de tirar, y él dejo retirar a los heridos”. Aquí apreciamos la magnanimidad de don Quijote al dejar que el enemigo retire a sus heridos, lo cual forma parte de su código ético, propio de un caballero andante. Esta batalla, pequeña reyerta en realidad, seguramente insufla ánimos al caballero en ciernes a mantener su actitud, y así “tornó a la vela de sus armas con misma quietud y sosiego que primero”.

Como al ventero no le gustó la situación que se había creado, tomó la determinación de “abreviar (…) antes de que otra desgracia sucediese”. De modo zalamero, se disculpa ante don Quijote por la actitud de los arrieros y le señala que “tenía noticia del ceremonial de la orden”, que “en mitad del campo se podía hacer”. Esto “se lo creyó don Quijote” y le señala que quiere acabar con la mayor brevedad. Así el posadero “medroso” le llevó un “libro” que sirviera para el juramento al armarse caballero. “Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada”, todo ello aguantándose la risa mientras la dama-moza desea un porvenir venturoso “en lides”.

La moza, que se llamaba Tolosa y de origen toledano, le dice que “le serviría y le tendría por señor”, a lo que don Quijote responde que se llamase a sí misma “doña Tolosa”. “Otra le calzó la espuela”, la Molinera, a la que también llamará “doña Molinera”. Con este rápido ceremonial (“de galope y aprisa”) el recién armado caballero “no vio la hora de verse a caballo y salir buscando aventuras”, cosa que hace contando con la colaboración del ventero, “por verle ya fuera”, y “le dejó ir a la buen hora”.

Como señala la nota 45 de la edición de Rico, haciendo referencia a lo dicho por Riquer, “don Quijote nunca hubiera podido ser caballero, de modo que toda la novela se basa en un error, producto de la locura del protagonista”.13

En cuanto al capítulo IV, trata “de lo que sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta”. Comienza con la salida del héroe a la hora “del alba”, “alborozado por verse armado caballero”. Sin embargo, en un diálogo consigo mismo, decide volver a su casa por “dineros, camisas” y “un escudero”. En estos pensamientos, que probablemente le llevaron a imaginar otras aventuras, “guió a Rocinante hacia su aldea”, el cual cabalgaba rápido: “no ponía los pies en el suelo”.

En este galopar, o “caminar” que señala el texto, oye “unas voces delicadas” y hacia ellas encaminó a Rocinante. “A pocos pasos” vio atado a un muchacho a una encina, al cual estaba azotando “labrador de buen talle” la tiempo que reprendía. Antes esta imagen, don Quijote, “con voz airada”, interrumpe al labrador y conmina a que se marche o, si no, “os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo”.

El labrador, sorprendido, “con buenas palabras respondió”, apuntando que estaba castigando a su criado por ser descuidado y la falta una oveja. Don Quijote, enojado y exaltado (“¿Miente delante de mí, ruin villano?”) exige que el labrador pague al empleado, orden que obedece. El caballero inquiere cuánto dinero le debe al muchacho y negocia con el villano cuánto le ha de dar al mozo: “quédense los zapatos y las sangrías por los azotes”.

Como el labrador quiere llevarse a Andrés a su casa para así pegarle impunemente, sin la presencia de extraños, así lo solicita (“véngase Andrés conmigo”), algo que rechaza de pleno el joven (“No señor, ni por pienso”). En el diálogo que tiene con el muchacho y Haldudos, negocian cuánto ha de darle al mozo “en reales”, con amenazas incluidas: “mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado”, “vuelvo a buscaros y a castigaros”. Con esto se vuelve a poner de relieve que don Quijote, ya armado caballero, cree estar “desfaciendo un tuerto” cuando, en realidad, ha metido en un problema a Andrés. Así, cuando “picó a su Rocinante” y se marcha, el labrador continuará azotando al muchacho. En realidad, más que ayudar al débil, como le impelía su juramento de caballero, le ha perjudicado y beneficiado al poderoso: “él –Andrés- se partió llorando y su amo se quedó riendo”.

El paradójico resultado de esta aventura queda reflejado en “Y de esta manera deshizo el agravio” el caballero, quien parece “que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías”, satisfecho consigo mismo, confortado en su propia complacencia, pues iba diciéndose “a media voz” que ha obrado bien. Como diría alguien de forma coloquial, pareciera que está contento de haberse conocido: “un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y lo será” él mismo, al tiempo que se alegra de su primera aventura, que denomina “tuerto y agravio”.

Cuando llega a un cruce de caminos, la imaginación le vuelve a jugar una mala pasada puesto que le lleva, en su mundo de ensoñaciones caballerescas, “las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino tomarían”. Esta comparación de sí con otros caballeros le lleva a pararse y reflexionar acerca de la ruta que escoger para que sea, finalmente, y de modo paradójico, el propio caballo, Rocinante, quien elija por dónde proseguir. En otras palabras, entendemos que su deambular por la vida está en manos de los caprichos de un equino puesto que su cabeza, su raciocinio, bullendo en ensoñaciones, es incapaz de tomar decisiones. De nuevo inferimos que la locura lleva al héroe cervantino a dejarse llevar por la vida, a la espera de aventuras que le surjan.

La ruta escogida por el caballo le permitirá encontrarse con “un grande tropel de gente”, “unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia”. No obstante la indeterminación en detalles como el nombre de la aldea o el nombre del héroe, el que aquí el autor sea pródigo en detalles dota de verosimilitud al párrafo, como si quien narra hubiera realmente vivido la anécdota.

El caballero se apresta al encuentro, “se afirmó bien en los estribos” y espera a los que piensa “aquellos caballeros andantes”. Cuando llegan a su lado, don Quijote “levantó la voz” para solicitar que rindan pleitesía a la “doncella más hermosa”, “la sin par Dulcinea del Toboso”. Esta petición sorprende los mercaderes, lo mismo que “la extraña figura del que las decía”, lo cual los llevó a considerar inferencialmente que quien les hablaba estaba loco.

Para evitarse problemas, uno “que era un poco burlón y muy mucho discreto” responde que no conocen a la doncella, entablando un diálogo con el caballero. Este solicita que juren que su amada (amada platónica pues ella no sabe de su amor y la relación parece, cuando menos, complicada) es la más bella. El mercader le apunta que no la conocen porque solo saben de las princesas de la Alcarria, pero que jurarán que Dulcinea es la más bella para que “vuestra merced así quedará contento y pagado”.

Las respuestas del caballero, exaltadas, y su ánimo, próximo en el delirio, le lleva a malinterpretar lo dicho por los mercaderes y arremete contra ellos: “pagaréis la grande blasfemia que habéis hecho”. Arrancó tan rápido y con tanto ímpetu que “en la mitad del camino tropezara y cayera” el caballo, lo cual, junto al peso de sus armas, impidió que se levantara de nuevo y llevara a los mercaderes, precavidos ellos, a huir mientras don Quijote les grita “Non fuyáis, gente cobarde”.

Este episodio pone de relieve de nuevo la locura de don Quijote y cómo los hechos que le van sucediendo le van confirmando en que es un valeroso caballero temido y, quizá, preso de algún encantamiento. Entendemos que la superstición tenía vía expedita en la personalidad del hidalgo Quijana.

Para mayor escarnio, el capítulo concluye con un mozo de mulas, no “muy bienintencionado”, rompiese la lanza del caballero y le diese “tantos palos” que “le molió como cibera”. Es decir, el caballero resulta abatido por su propio impulso y un mozo de mulas lo muele a palos, mientras don Quijote lo insulta “amenazando al cielo y a la tierra”. El mozo solo cesará su molienda cuando se canse, dejando al caballero en su lamento que atribuía “su propia desgracia” a las de los “caballeros andantes”.

Por cuanto al capítulo V, este prosigue la “narración de la desgracia de nuestro caballero”. Como don Quijote “no podía menearse” y estaba muy dolorido, una forma de escapar de la realidad para nuestro héroe consistía en refugiarse en su imaginación, la cual estaba firmemente apoyada en sus lecturas, “en algún poso de sus libros”. Esto “trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos”, historia que Cervantes apunta como conocida de todos e, irónicamente, “no más verdadera que los milagros de Mahoma”.

Con ello, el autor juega con los límites de la ficción, amenazando por momentos con salirse de las normas que rigen el pacto ficcional entre autor y lector al insinuar que su propia ficción pudiera ser falsa, tanto como esos “milagros de Mahoma”. Esto resulta un juego metaficcional muy propio del modernismo, que intertextualmente nos remite a la obra de Paul Auster, autor que, no por casualidad, es un declarado admirador de la obra cervantina.14

La referencia a Valdovinos lleva a nuestro dolorido héroe a revolcarse “por la tierra” y a implorar, recitando un romance, la venida de su amada, de la cual duda su autenticidad: “o eres falsa y desleal”. “Quiso la suerte”, en justicia poética o, quizá deus ex machina, que pasase por allí un labrador de su pueblo, quien viendo y escuchando el estado de su convecino, le limpió de sus heridas.

Como Quijana, así se dirige a él el labrador, continuara recitando su romance, probablemente aprendido en sus numerosas noches en vela por la lectura, “recogió las armas” de su vecino y se encaminó hacia el pueblo. Don Quijote, montado en el borrico, continúa en estado de delirium, y “se acordó del moro Abidarráez”, al que cita. El labrador, asustado por lo que escucha, trata de mantener una conversación con el hidalgo e intentar que vuelva a la realidad, abandonando la realidad en la que habitaba el loco Quijana, como el “cautivo Abencerraje”.

Alonso, que así se llama el labrador, intenta hacer reflexionar a su vecino al recordarle que no es “Valdovinos, ni Abinadarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana”. Ante el intento de su convecino, don Quijote responde airado “Yo sé quién soy” y se compara con los doce caballeros más importantes del ejército de Carlomagno o los guerreros que constituían un modelo para los caballeros.

Este diálogo entre la cordura, representada por Alonso, y la locura, anclada en otro Alonso, Quijana, presenta una de las tesis de la novela, el contraste entre la realidad y la ficción y los peligros resultantes de la mala interpretación de la intersección entre ambas.

Así llegan a la aldea, “en estas pláticas”, con las precauciones del labrados para que “no viesen al molido hidalgo tan mal”, un detalle de cariño por su vecino y de Cervantes por su personaje.

Con el regreso a la aldea de don Quijote damos por terminado el trayecto de este trabajo y pasamos a las CONCLUSIONES del mismo. En primer lugar, consideramos que la locura de don Quijote viene motivada por su exceso de lecturas mal asimiladas. No pensamos que el exceso de lecturas sea perjudicial, sino que es la mala comprensión de las mismas aquello que provoca la pérdida de la razón del antihéroe cervantino.

En segundo lugar, las circunstancias provocan que el próximo a ser armado caballero convalide sus hipótesis (que es un caballero y que vive en un mundo en el que estos son una realidad) como, por ejemplo, cuando ataca a los desarmados arrieros y estos no contraatacan porque el ventero señala la locura de su huésped.

Consideramos que, asimismo, su mal anclaje deíctico con la realidad le lleva a no interpretar adecuadamente que, cuando deje a Haduldo y a Andrés, abandonará al mozo a los azotes del labrador y, por tanto, logrará justo lo contrario de lo que se proponía, ayudar al débil. Esto corrobora su impresión de estar ayudando a los débiles, lo cual choca con la realidad, en una nueva muestra de la fractura que se da entre la realidad que cree vivir don Quijote y los azotes que recibe por segunda ocasión Andrés.

En cuanto al choque con los mercaderes, su exceso de ímpetu le hace fracasar en el intento de arremeter contra sus considerados enemigos e, irónicamente, da con sus huesos en el suelo. Allí es molido a palos por un mozo, y cree a este un enemigo mayor, de otro ámbito –caballeresco- cuando en realidad es un mozalbete.

Dicho lo cual, podríamos señalar que la realidad “real” (si se me permite la adjetivación) se impone a pesar de la propia realidad “no real” que ha creado en su mente don Quijote. Esta realidad que ha inventado el hidalgo, a su vez, se afirma pese a la realidad “real” (los palos del mozo de mulas) y contra la realidad “real”, puesto que cuantos más indicios parecen existir para pensar que la realidad inventada por el hidalgo se aparta de la experiencia “real”, él se reafirma en mantenerse en esa ficción real, en su mundo imaginativo puesto que los otros y sus acciones implican que tiene razón en permanecer en su realidad.

Es decir, la alteridad de los otros, en el plano real, le lleva a afianzarse en su creencia de estar en mundo real hecho a la medida de sus deseos cuando, desde nuestro punto de vista, habita en mundo “ficcional”, en una realidad falta de anclajes deícticos con la realidad “real”.

El episodio final de Valdovinos y Abindarráez dota de circularidad a la salida puesto que, en el regreso, don Quijote mantiene su creencia de ser un personaje de novela de caballerías o de la Diana de Montemayor, mientras que dialoga en realidad con Alonso, quién sabe si el propio alter ego del propio Alonso Quijano o Quesada, la contrafigura de don Quijote en otro juego metaficcional.

En suma, como podría apuntar Vargas Llosa, necesitamos realismo y ficción, pero siempre teniendo muy clara la diferencia entre ambas para que no nos ocurra lo mismo que a don Quijote y no perder de vista la realidad y los anclajes deícticos que nos fijen a la misma.

Por lo que se refiere a la BIBLIOGRAFÍA, en la preparación de este trabajo hemos manejado una serie de manuales y apuntes como los siguientes:

CERVANTES, Miguel de (1605): El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Edición de Francisco RICO (2005) para Alfaguara, Madrid.

ESCANDELL, M. Victoria (2011): Introducción a la Pragmática. Barcelona, Ariel.

GARRIDO DOMÍNGUEZ, Antonio (2007): El texto narrativo. Madrid, Síntesis.

RIQUER, Martín de (2003): Para leer a Cervantes. Barcelona, Acantilado.

RULL FERNÁNDEZ, Enrique (2004): Guía didáctica ‘Cervantes y su época’. Madrid, UNED.

SALAZAR RINCÓN, Javier (fecha sin concretar): Guía de lectura ‘Don Quijote de la Mancha’ de Miguel de Cervantes. Apuntes del Centro Asociado de la UNED de La Seu d’Urgell. También está disponible en versión electrónica en https://skydrive.live.com/?cid=57fb458ffc205adc&id=57FB458FFC205ADC!1167#!/view.aspx?cid=57FB458FFC205ADC&resid=57FB458FFC205ADC!2111&app=Word (fecha de consulta: 8 de febrero de 2013).

1 Cfr. p. 23.

2 Cfr. Garrido Domínguez, El texto narrativo.

3 Cfr. Salazar Rincón, p. 13.

4 Cfr. Salazar Rincón, p. 14.

5 Cfr. Salazar Rincón, p 17.

6 Hemos manejado la edición de Francisco Rico, editada por Alfaguara y la Real Academia Española junto a la Asociación de Academias de la Lengua Española (2005).

7 Introducción a la Pragmática, 2011, pp. 216-217

8 Cfr. Marín de Riquer, Para leer a Cervantes.

9 Para referirnos al protagonista, a don Quijote, utilizaremos indistintamente su nombre como caballero o los civiles que la novela le atribuye.

10 Vid. nota 54 en la edición de Rico.

11 Vid. nota 58 en la edición de Rico.

12 Vid. nota 55 en la edición de Rico.

13 Vid. p. 47 de la edición de Rico, en la nota 45 del capítulo III.

14 El autor neoyorquino menciona a Cervantes explícitamente en varias de sus obras, como en El palacio de la luna o La trilogía de Nueva York.




Descargar
Enviado por:El remitente no desea revelar su nombre
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar