Filosofía y Ciencia


Moralidad


Criterios de moralidad

El siguiente ensayo intentará establecer un criterio de moralidad con el que se puedan analizar las acciones de las personas. Podríamos decir como un primer acercamiento al tema que las acciones susceptibles de ser morales son aquellas que de algún modo afectan a el resto de las personas. Resulta relevante analizar la moralidad de las acciones ya que la base de las sociedades son las relaciones humanas; para que la humanidad pueda vivir en armonía deben seguirse ciertos patrones de conducta que nos ayuden a convivir en paz. Entonces, las acciones inmorales son todas aquellas que afectan “negativamente” a las personas , y las que son morales, afectarán “positivamente” a las personas. Más adelante, luego de haber definido ciertos conceptos y desarrollado las diferentes doctrinas filosóficas, puliremos esta definición.

Hemos analizado en clase dos posturas filosóficas cuya moralidad descansa en dos aspectos diferentes del actuar: en la ética kantiana, la moralidad está determinada por la voluntad que genera la acción; en el utilitarismo, la moralidad de las acciones está determinada el fin: si los accionares están dirigidos a la felicidad, entonces éstos son morales. A continuación analizaremos cada uno de estos criterios de moralidad, intentando inclinarnos por alguno de los dos, o creando a partir de ellos uno nuevo.

Para Kant, la ley moral está determinada por la razón. Esta manda sobre las voluntades. Sostiene que las únicas voluntades que actúan correctamente son aquellas que lo hacen por deber, es decir, siguiendo nada más que los mandatos de la razón. Aquellas personas que realicen acciones correctas en contenido (ayudar a los pobres, serle leal a un amigo) que lo hagan por inclinación (ayudar a los pobre por lástima, serle leal a un amigo por amor) y no porque consideren que sean su deber, no están actuando moralmente.Kant llama a las acciones correctas por inclinación acciones conforme al deber, y las realizadas siguiendo la razón, por deber.

La crítica que puede hacérsele a la ética kantiana es que es de un idealismo exagerado. Las voluntades rara vez están determinadas únicamente por un deber pura y exclusivamente derivado de la razón. Por otra parte, la división de las acciones por deber y conforme al deber resulta poco relevante en el plano práctico. Si una persona le es leal a un amigo, no importa si lo es porque lo quiere o porque su razón así lo manda. El verdadero valor está en las acciones en las que manifiesta su lealtad. Uno no hace el bien o el mal con las intenciones de las voluntades; uno no actúa inmoralmente con sólo pensar en hacerlo. Lo importante es la concreción de los actos, ya que sólo éstos son susceptibles de afectar al

resto de los individuos. No puede hacerse ni el mal ni el bien solamente con la mente; son nuestros actos los que deben ser juzgados moralmente por la razón. Uno no mata a una persona con sólo pensar en hacerlo. Cuando se concreta la acción es cuando ésta puede afectar al prójimo.

La ética kantiana es demasiado idealista. Poco importa la verdadera intención de nuestra voluntad. Por ejemplo, si una persona se está ahogando, y es vista por otra persona, quien decide salvarla especulando con la recompensa que vaya a darle, la acción será correcta en contenido aunque no en forma, pero al ser los contenidos los únicos susceptibles de afectar al resto de la gente, la acción será moral de todos modos. La moralidad no está en los factores que nos llevan a realizar la acción, sino en la acción misma. No importa el porqué; importa el hecho. Resulta casi imposible desentrañar el verdadero porqué de las acciones del ser humano. A veces, las inclinaciones pueden llevar a buenas acciones. El amor “patológico”, como lo llama Kant, a veces nos hace actuar correctamente. El hecho de actuar por inclinación no se contradice con el hecho de actuar por deber. Alguien puede ser fiel por amor y por deber a la vez; no es exluyente. En algunos casos, es imposible dejar de lado a los sentimientos. Estos, si están acompañados por un análisis racional, no derivan en un actuar inmoral. Tomemos dos ejemplos en los que se actúa influído por los sentimientos. En el primer caso tenemos a un hombre cuya mujer lo engaña. Esta situación ha despertado la ira del hombre, quien decide matarla. Si él se guiara simplemente por los sentimientos, la mataría. Pero luego de un análisis racional del caso, se daría cuenta de que no es correcta la decisión de matarla, puesto que él podría ser el engañador en otra oportunidad, y podría encontrar la muerte por eso. Tomemos otro caso en que los sentimientos generan una acción. Una niña ve a una anciana en una ezquina que no puede cruzar la calle. Esta le inspira lástima, y decide ayudarla. Si somete sus intenciones a un análisis racional, se dará cuenta de que no hay nada de malo en ayudarla, sino todo lo contrario. Si todos los que vieran a una persona en dificultades la ayudaran, entonces ya nadie estaría en dificultades. Entonces podemos decir que los sentimientos pueden o no derivar en una acción moral, mientras que la razón siempre deriva en una acción moral. Sin embargo, las dos cosas pueden actuar conjuntamente, siempre y cuando sea la razón la que tenga la última palabra.

Podemos decir que la única división del actuar relevante que realiza Kant es la del actuar contrariamente al deber. Al actuar contrariamente al deber no estamos siguiendo a la razón ni en forma ni en contenido. Lo que realmente importará a partir de aquí es el contenido de las acciones, por eso es que nos olvidaremos de la ética kantiana. Hasta ahora tenemos en claro que lo que es susceptible de ser moral es la acción, y la moralidad está en esta misma.

Debemos darle la razón a Kant en un punto: no podemos determinar la moralidad de un accionar a posteriori. De lo empírico no se pueden realizar reglas. Las reglas empíricas, al no ser a priori, no son susceptibles de ser

universalizadas. Lo que debe buscarse es que todas las personas sigan las mismas reglas. La característica que nos iguala a todos los seres racionales es la razón, y por eso debemos valernos de ella para actuar.

Se necesitan reglas a priori que no regulen voluntades sino accionares. Por ejemplo, tenemos un comerciante que le cobra el precio justo a sus clientes, ejemplo cito en la “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres” de Kant. El lo hace porque si cobrara de más, nadie le compraría mercadería. Kant condena la conducta del comerciante, alegando que la acción sería conforme al deber y por lo tanto inmoral. Pero lo que realmente importa es que este comerciante considere si es que lo que va a ser, es decir, la acción física y concreta, se condice con la razón, y no se fije en lo que realmente lo inspira. La voluntad puede considerarse despreciable, puesto que en la mayoría de los casos es imposible desentrañar las verdaderas razones del actuar de las personas.

Entonces, actuar moralmente significa hacerlo bajo los dictámenes de la razón. El dictámen nace a partir de nuestra escencia racional. Esta determinación moral debe ser a priori, y aplicarse a los accionares unicamente. Debemos buscar criterios racionales con los cuales podamos guiarnos hacia el buen actuar. Actuar bien significa hacerlo moralmente. Habría que preguntarse cuáles son las cosas intrínsecamente buenas, aquellas por las que sea meritorio actuar. Encontramos que estas tres cosas son la vida, la virtud y la verdad. Estos serían los tres pilares de la moral; son las únicas que son buenas en sí mismas, y por lo tanto, deseables siempre. No hay ninguna circunstancia en la que alguna de estas tres cosas puedan ser negativas. Los tres pilares de la moralidad deben ser respetados y fomentados tanto en nosotros como en el resto de los seres racionales.

La vida es lo primero; gracias a ella podemos desarrollarnos como seres racionales. Es menester respetar la propia y la ajena, ya que nuestra razón nos otorga el derecho y la obligación de vivir. Del momento que todo este análisis de moralidad puede realizarse gracias a que el hombre, al existir, actúa, vemos que la vida es un criterio imprescindible de moralidad.

La verdad determina la esencia de las cosas; los juicios verdaderos son los que nos hacen ver lo que cada cosa es realmente.Estos juicios verdaderos son juicios de la razón emitidos a partir de elementos empíricos captados por los sentidos. La verdad debe ser dicha y buscada en todo momento y bajo cualquier circunstancia, ya que es la que nos permite conocer las cosas realmente. Este conocimiento de las cosas es de vital importancia para la conservación de nuestra libertad. Para poder elegir cómo actuar debemos conocer primero entre qué accionares podemos optar. Supongamos que una persona está gravemente enferma, y va a morirse pronto. Sus familiares y amigos deciden ocultarle su estado de salud, para que no sufra durante su último tiempo de vida. Esta decisión le está coartando al enfermo la

libertad de acción; quizá esta persona quiera hacer cosas antes de morirse, y no va a poder decidir hacerlas porque su familia ha decidido por él o ella. Aquí se ve claramente que al ocultar la verdad estamos coartando la libertad

La virtud es la capacidad de desarrollo de nuestras facultades. Una persona es más virtuosa que otra cuando desarrolla en mayor medida sus facultades.

Supongamos que se nos ocurre ir a regalar juguetes a un orfanato. Lo que nos inspira es la lástima que le tenemos a esos chicos que no tienen nada. Antes de concretar la acción, debemos cotejarla con la moral, para asegurarnos de no estar haciendo algo incorrecto. Encontramos que estamos haciendo algo bueno por la vida del prójimo. No estamos yendo contra la verdad ni contra nuestras virtudes: no estamos diciendo nada que no se corresponda con la verdad, ni estamos dejando de desarrollar ninguna de nuestras facultades. Entonces, la acción sería correcta, más allá de las inclinaciones.

Tomemos el ejemplo de alguien que quiere mentir para salvar la vida. El hecho de salvar la vida sí se corresponde con la moral. Pero al mentir estamos ignorando la premisa de decir siempre la verdad. Por lo tanto, la acción será inmoral.

Hay mucha gente a la que le encanta el ocio. Esta gente está yendo en contra de la moral, pero puede argumentar contra alguna acusación lo siguiente: “Yo no le hago daño a nadie. No estoy matando ni mintiendo ni perjudicando a nadie”. En realidad, esta persona no se da cuena de que se está perjudicando a sí misma, más específicamente está olvidándose de desarrollar sus facultades y talentos, premisa dictada por la razón.

Hasta el momento hemos discutido el tema de las voluntades y de las acciones como criterios de moralidad, pero no hemos considerado todavía a los fines. Veamos los pasos que se siguen para el alcance de un fin:

  • La voluntad genera la necesidad o el deseo de concretar una acción

  • Se realiza la acción

  • Se alcanza o no el fin

  • Para el utilitarismo, la felicidad es la ausencia de dolor y la suma de placeres. Todas las acciones deben producir placer, que es la antesala a la felicidad. Si la moralidad está en los fines, eso implica que todos los medios, es decir las acciones, van a estar supeditadas a ellos. Hay fines a los que no puede hacérseles ninguna objeción moral. Supongamos que un político quiere alcanzar la presidencia, porque el poder le genera un gran placer. El utilitarismo nos diría que cualquier medio que utilice para alcanzar este placer, conducente a la felicidad, será moral. Pero si el político mata a toda la oposición para poder llegar a ser presidente, no puede decirse bajo ningún punto de vista que la acción es moral, por más felicidad que le traiga el fin perseguido por esa acción.

    ¿Cómo podría lograrse una felicidad moral? Al respetar los tres pilares de la moralidad, estaríamos actuando bien y haciendo el bien. Si la felicidad la tomamos como un estado pleno de satisfacción del individuo, podemos decir que al hacer el bien a los demás, ganamos su respeto . Al hacer las cosas bien, ganamos su admiración. Estas dos cosas nos generan una gran satisfacción, que si bien puede no ser completa, es significativa, puesto que para todo hombre el reconocimiento de los pares es indispensable.

    Volviendo al primer párrafo del presente trabajo, reelaboraremos la definición de moralidad. El cumplimiento de los tres principios de moralidad garantiza la libertad propia y la ajena. Una persona es libre cuando puede elegir. Para poder elegir, es indispensable tener vida; la verdad es clave para conocer todas las opciones posibles y optar en consecuencia; en cuanto a la virtud, el desarrollo de nuestras facultades es importante para poder elegir mejor, ya que cuanto más virtuosa es una persona, más herramientas tiene a mano para ayudarle a realizar la elección. Entonces, si una acción es moral cuando se condice con las tres premisas anteriormente mencionadas, es moral siempre y cuando respete la libertad. Por ejemplo, si matamos a una persona, le estamos coartando la libertad, al igual que en el caso del hombre enfermo mencionado anteriormente. Si no desarrollamos nuestras virtudes nos estamos perdiendo de expandir nuestra sagacidad,nuestra visión para elegir lo correcto.

    Hasta el momento observamos que los tres pilares son tanto fuente de moralidad como de felicidad, aunque no siempre completa. Estos tres pilares, si bien son de naturaleza racional, pueden ir acompañados de sentimientos siempre que no sean los sentimientos los que tengan la última palabra. Veamos un último razonamiento. Si tomamos en cuenta que las causas son siempre más grandes que las consecuencias, podemos inferir que los medios son más grandes que los fines, por lo que resulta meritorio analizarlos y tomarlos como nudo central del problema moral Alguno podrá decir que puede que haya una causa final, o sea que el fin es la causa que nos lleva a implementar los medios. Aunque los fines sean la causa por la cual se articulan los medios, estos siempre van a ser mayores por el hecho de que sin esos medios no existirían tales fines.

    En conclusión, del análisis realizado en estas páginas se desprende que la moralidad debe ser manifestada desde las acciones. Las acciones susceptibles de ser morales son aquellas que afectan la libertad propia y/o la ajena. Por la importancia de las acciones podemos decir que los medios son lo realmente importante. A la hora de decidir qué hacer, hay que pensar exclusivamente en eso: qué corresponde hacer en ese caso, de acuerdo a los tres pilares de la moralidad. La teoría utilitarista no es válida en ningún caso ni desde ningún punto de vista. El utilitarismo persigue la felicidad como fin último, lograda gracias a la satisfacción de los placeres. Esta filosofía no puede utilizarse para crear leyes morales a priori, puesto que el placer puede ser percibido nada más que a posteriori. En cambio, la kantiana introduce el elemento de la racionalidad, aporte de vital importancia, ya que ésta es la base de la moralidad, aunque el tema de las voluntades que actúan por deber exclusivamente resulta demasiado idealista.

    Nota: el problema de la propiedad privada fue obviado por la controversia que existe entre los distintos autores.

    ENSAYO DE FILOSOFIA

    TEMA: criterios de moralidad

    CURSO: 5º año

    1999




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    Enviado por:Estudioalm
    Idioma: castellano
    País: Argentina

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