Historia


Milenios en España


DOS MILENIOS EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

INTRODUCCIÓN

El comienzo del tercer milenio nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre los últimos dos milenios de nuestra historia, representados en tres momentos históricos radicalmente distintos y ligados solo por su condición de hitos cronológicos en el paso de un periodo a otro: el año 1 de nuestra era, el año 1000 y el año 2000. Momentos que se proyectan sobre un espacio geográfico bien definido: el territorio de la actual España.

Dado el carácter conmemorativo de la exposición, “el paso del tiempo” forma parte consustancial de ella. Por esto su recorrido se inicia con una introducción sobre la medida del tiempo necesaria para ubicar los acontecimientos.

A continuación, se muestran los tres momentos históricos, buscando en cada uno un significado distinto. En el primero, fijado en el año 1 del primer milenio, se refleja la transformación cultural provocada por la conquista romana. Es el tiempo de la romanización. En el segundo, el año 1000, se evidencia el cambio de hegemonía entre dos culturas coetáneas y distintas. E el tiempo de al-Andalus y los reinos cristianos. En el tercero, el año en el que estamos, se nos muestra nuestro presente de cara al futuro. Es nuestro tiempo.

Las situaciones históricas mencionadas se visualizan a través de las manifestaciones artísticas más representativas de cada una de ellas, por ser esta un aspecto cultural, especialmente idóneo para caracterizarlas y compararlas. La puesta en escena de estos tres momentos históricos manifiesta el contraste entre ellos, aunque más allá de las apariencias podemos encontrar la continuidad del arte como expresión de las inquietudes y necesidades de los seres humanos.

EL TIEMPO

-Natural : Del día y la noche tenemos una experiencia directa y su sucesión regula la vida diaria. También podemos comprobar que su duración varía según las estaciones y que la sucesión de las cuatro estaciones establece la duración del año.

La sucesión de los días, las estaciones y los años son consecuencia del doble movimiento de la Tierra, de rotación sobre sí misma y de translación alrededor del Sol, junto con la inclinación de su eje. Estas observaciones nos dan una visión cíclica del tiempo.

-Diario : El día es una unidad natural de tiempo, pero las horas son una creación humana para “domesticar” al tiempo natural. No siempre el día ha tenido 24 horas. Los romanos durante mucho tiempo dividieron los días en fases, medida imprecisa que desde luego no permitía la puntualidad. Fue Julio Cesar quien, al establecer el calendario, que aún está vigente, dividió el día en 24 horas cuya duración variaba según las estaciones. Estas horas llamadas “temporales” eran unidades de tiempo que se podían medir por medio de instrumentos. Los relojes de sol, utilizados desde la antigüedad y durante la Edad Media junto con los de agua y de arena, marcaban las horas “temporales” por la longitud de la sombra o por el ángulo de incidencia de los rayos solares, llegando a dar las horas con bastante precisión. La invención del reloj mecánico en el siglo XIV unificó la duración de las horas y permitió medir los minutos y los segundos.

-Simbólico: El tiempo se puede representar de manera simbólica por medio de signos que convenientemente lo representan. Estos signos pueden aparecer solos o acompañados y caracterizando a figuras humanas.

La variedad de representaciones simbólicas del tiempo obedece a las distintas maneras de concebirlo y de expresarlo que se han dado históricamente y que pueden darse simultáneamente.

El tiempo puede concebirse como perpetuo cambio cíclico o como una infinita línea continua; como principio de orden, restaurador del equilibrio roto o como una continua renovación, como cambio entre el antes y el después o como destino que se cumple inexorablemente. Cualquiera de estos conceptos, y otros muchos, tiene su propia representación.

*Reloj solar romano

Mármol. Museo arqueológico de Madrid.

De forma semiesférica representa la bóveda celeste y el recorrido del Sol. El círculo superior, el más reducido, corresponde al recorrido del solsticio de invierno; el inferior, el más amplio, al de verano; el central de ambos, al de los equinoccios de primavera y otoño. Las once líneas que recorren la esfera de arriba abajo dividen la esfera en doce partes y representan los cálculos horarios.

Cuando la luz del Sol penetra por el orificio superior, aparece un punto luminoso a la izquierda de la esfera que se mueve hacia la derecha “marcando” las horas. El recorrido también varía según las estaciones del año: en primavera se sitúa en la mitad superior y en verano, en la mitad inferior.

*Cruz con alfa y omega (951)

Piedra caliza. Procede de la iglesia de San Martín de Salas. Archidiócesis de Oviedo.

Las letras alfa y omega, primera y última del alfabeto griego, simbolizan en la religión cristiana a Dios, eterno e infinito según la frase del Apocalipsis: “dice el Señor: yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”. La asociación del alfa y la omega a la cruz en la que murió Cristo introduce un nuevo referente temporal y sitúa a Cristo en el centro de la historia como acontecimiento único e irrepetible.

Colocada en la iglesia de San Martín de Salas durante la restauración efectuada por Adefonsus Confessus, muy probablemente, Alfonso Froilaz, hijo del rey Fruela II, que también mandó hacer la inscripción: “+ Este signo protege al pío. Este signo vence al enemigo. Lo hizo Alfonso. Dios, sálvalo”.

AÑO I: TIEMPO DE ROMANIZACIÓN

La unidad del Imperio romano

El inicio de la era coincide con un cambio fundamental para los habitantes de la península Ibérica tras la conquista romana, que se había prolongado durante más de dos siglos, la antigua Iberia se convirtió en Hispania, provincia del Imperio romano. A la conquista sigue el dominio y la imposición de la nueva organización política y administrativa y de las nuevas leyes, costumbres y deberes que compartían todos los territorios del imperio y los unificaba.

La transmisión del nuevo orden se hizo a través de una lengua común, el latín, y de un lenguaje visual constituido por las magníficas obras arquitectónicas y las bellas creaciones escultóricas que controladas por la clientela poderosa que las encargaba, dieron la “imagen de poder” de Roma y del emperador que la representaba. Así que las ciudades romanas se identificaban con el ingenio más poderoso de la Tierra que asumiera la invención estética.

-El latín lengua del Imperio: A la llegada de los romanos, la península Ibérica mostraba un complejo mosaico lingüístico, reflejo de la variedad étnica y cultural de los pueblos que la habitaban. Junto a las lenguas íberas y turdetanas, cuyos variantes y dialectos desconocemos, se hablan también lenguas indoeuropeas con las que se relaciona la lengua vasca actual.

El latín se fue superponiendo a las lenguas existentes por su mayor eficacia comunicativa en un mundo más abierto como era el Imperio romano. El proceso de unificación lingüística fue paulatino y a ritmo distinto. Hubo pueblos, como los íberos y turdetanos, que adoptaron pronto el latín; otros, como los del oeste y norte peninsular, mantuvieron su lengua propia hasta el siglo V, contribuyendo su cristianización a la implantación definitiva del latín. En el siglo I se hablaba latín en gran parte de la península y la latinización contribuyó a la romanización. Sin embargo, mientras el latín escrito se mantuvo unificado, la lengua hablada, influida por los sustratos lingüísticos ancestrales, sufrió una gran evolución que propició la aparición de múltiples dialectos.

*Árbol de laurel

Mármol. Taller Itálico o romano. Procede del foro de Mérida. Museo Nacional de Arte Romano, Mérida (Badajoz).

El laurel era un símbolo que se puso en relación con el culto de Augusto y sus virtudes, y que por ello formó parte de los motivos que decoraban el ara providencial, altar dedicado a su providencia en el foro principal de Augusta Emérita, Mérida.

-La unidad política: el emperador, imagen del Imperio: El primer año del Imperio comienza con el reinado de Augusto (27 a. C- 1 d. C) princeps, imperator y pontifex maximus.

Ejerció por primera vez en la historia de Roma un poder absoluto sobre todo el Imperio romano, dándole un largo periodo de paz, seguridad y prosperidad.

Al mismo tiempo, restableció los valores morales y religiosos tradicionales sirviéndose de un programa iconográfico y constructivo extraordinariamente sugerente y eficaz.

La propaganda oficial se refirió a él como el artífice de una nueva era de paz y florecimiento de la tierra, la llamada “era Augusto”.

*Tiberio divinizado

Mármol. Cuerpo del siglo I. Cabeza y manos del siglo XVII. Procede de la colección romana del cardenal Livio Odescalchi. Perteneció a la colección de Felipe V en la Granja de San Ildefonso. Museo del Prado.

Imagen de culto, desnudo como una divinidad griega, llevaba la corona cívica de encina sujeta por una cinta y posiblemente una estrella.

AÑO 1000: TIEMPO DE AL- ANDALUS Y DE LOS REINOS CRISTIANOS

INTRODUCCIÓN

En vísperas del año 1000 la península Ibérica está dividida territorialmente y en ella coexisten dos culturas de costumbres y creencias, lenguajes y manifestaciones artísticas muy diferentes. La mayor parte del territorio pertenece al estado islámico y pirenaica, se le denomina al- Andalus y tiene la capital en Córdoba. Al norte y nordeste, en la zona cantábrica y pirenaica, el dominio islámico nunca llegó a consolidarse y las poblaciones cristianas semi-independientes han ido extendiéndose por los valles del Ebro y del Duero, y se han constituido en reinos y condados. El estado andalusí disfruta de su máximo esplendor durante el reinado de Abd al-Rahman III que en el año 316 H. /929 d. C, sé auto proclamó Califa o “Príncipe de los creyentes”; se independiza del califato de Bagdad y asume el poder político y religioso bajo su gobierno y el de sus sucesores, Córdoba se convierte en una gran metrópoli, rival de Bagdad y Bizancio calificada de ornato del mundo y centro del universo, capaz de atraer a una importante población de artesanos y pensadores. El cambio de milenio coincide con el punto culminante del poder hegemónico islámico frente a la situación precaria y débil de los reinos cristianos, vencidos y humillados por el ejército de Almanzor, consejero mayor y primer ministro de Hisam II. Sin embargo, son los últimos momentos de su gloria. Tras la muerte de Almanzor en el año 392 H. / 1002 d. C., comienza la desintegración del Califato con la guerra civil y su fragmentación en pequeños reinos independientes o taifas, gobernados por jefes locales.

Al mismo tiempo, se consolidan los reinos cristianos cuyos soberanos llegaron a imponer a las diferentes taifas el pago de tributos a cambio de protección.

*Lápida funeraria bilingüe

Mármol. Año 1194 de la era hispánica / 1156 de la era cristiana. Procede de Toledo.

Texto en latín: En el nombre de nuestro señor Jesucristo. Este es el sepulcro de Michael Serrano. Murió el domingo, en el cuarto día de noviembre en la era de 1194 (1156 de la era cristiana).

Texto en árabe: Escrito en letra cúfica almohade. En el nombre de Dios, clemente, misericordioso. Fue por designio de Dios el viaje de Miqayil, hijo de Semenoh, desde la morada de este mundo a la morada del mas allá, el domingo, pasados de noviembre cuatro días, en el año 1194 de la era cristiana ¡ se ilumine su rostro y brille!

TIEMPO DE AL-ANDALUS

-La ciudad de Medina-Azahara: Tras autoproclamarse califa, Abd al Rahman III mandó construir en 325 H /936 d. C una magnífica ciudad que estuviera a la altura de su rango y que emulara las ciudades de los califas orientales. Madinat al-Zahra, estaba destinada a ser la residencia califal y centro político-administrativo del califato: imagen de su grandeza, de su capacidad y riqueza. Desde su creación esta ciudad se convirtió en una leyenda cuyas maravillas se contaban en las crónicas y cantaban los poetas. Impresionaban sus interminables salas repletas de funcionarios; las tropas de parados, los árboles y animales exóticos, las esculturas con formas de animales, las bóvedas y artesonados, la variedad de capiteles y columnas, los mármoles de colores, las paredes decoradas y los techos dorados.

En el centro del alcázar se encontraba el llamado “salón roca” por la exuberante decoración vegetal de sus paredes, recubiertas de placas de mármol tallado. Cercano a la mezquita se abría una amplia terraza ajardinada, con estanques y un templete. Se ingresaba en él por una galería que daba al salón de tres naves con un nicho al fondo de la central semejante al mihrab o nicho de oración de las mezquitas. Los ricos paneles decorados con estauriques y el jardín exterior representaban el Paraíso, convirtiendo el salón en el palacio celestial donde todo ocupaba un lugar preciso. Un riguroso orden astrológico señalaba el sitio de cada vegetal estilizado que correspondía a un astro, y así se debía indicar el lugar de cada grupo de funcionarios relacionados con ellos. Tantas maravillas apenas duraron 70 años. Con las luchas civiles que provocaron la caída del califato, se inició su rápida destrucción y saqueo, perdiéndose hasta la memoria de su situación.

-El palacio de la Aljafería: Los reyes taifas de Toledo, Sevilla, Zaragoza y Granada, que sucedieron al califato de Córdoba, pretendieron ser sus herederos legítimos e intentaron emular sus signos de prestigio.

Construyeron suntuosos palacios y convirtieron sus cortes en centro de saber y cultura, pero la imitación de Córdoba y Medinat al-Zahra se vio limitada por la menor riqueza de sus haciendas públicas y por sus deseos de crear un estilo propio. De este modo el arte evolucionó de las formas clásicas del califato a un mayor barroquismo, más preocupado por la apariencia decorativa que por la estructura arquitectónica.

Ejemplo de este intento de legitimación es el palacio de la Aljafería, mandado construir por el rey de Zaragoza Abu Yafa al-Mutadir. Tras la victoria obtenida en 1065 sobre los cristianos en Babastro, Huesca.

La Aljafería fue un castillo-palacio que continuó la tradición Omeya de los castillos principescos del desierto sirio. En su centro, un patio alargado remataba en una fachada ricamente decorada con yeserías, arcos lobulados y entrecruzados que formaban una estructura arquitectónica de construcción imposible.

Desde el patio se accedía a la sala de recepción, junto a la que se encontraba la mezquita privada, con una planta absolutamente inusual, octogonal.

Tanto la forma de la mezquita como la decoración del palacio recuerdan el mihrab y la macsura de la mezquita de Córdoba, intentando subrayar de este modo la legitimación de su constructor.

*Pila de Játiva

Mármol. Siglo XI.

El uso de las pilas como elemento decorativo está ligado en la cultura islámica a la evocación paradisíaca del agua de los jardines en los grandes conjuntos palatinos. La riqueza temática y decorativa de esta pila es sólo comparable a los marfiles califales.

*Reproducción del techo de la mezquita de Córdoba

Alrededor del año 1000 la mezquita mayor de Córdoba alcanza su forma definitiva tras las sucesivas ampliaciones mandadas hacer por los príncipes musulmanes que, desde Abderramán I hasta Almanzor, legitimaron así su poder político y religioso, además de resolver la falta de capacidad del edificio para albergar a la creciente población cordobesa.

Exteriormente ofrecía el aspecto de un edificio enorme, alto, masivo y uniforme, en el que resaltaban las torrecillas, las fuentes repetidas y el remate de sus almenas escalonadas. Este impresionante aspecto contrastaba y sobresalía del conjunto urbano, laberíntico y abigarrado.

En el interior impresionaba la gran amplitud de la sala de oración, la riqueza decorativa de la macsura, el juego de dovetas de ladrillo y piedra y la repetición de columnas y arcos, que producían el efecto de un bosque de palmeras.

La mezquita ha sido considerada un símbolo de la presencia islámica en la Península y seña de nuestra peculiar identidad. Ya en el siglo XVI, Carlos I, tras aceptar que se derribase su parte central para construir dentro de ellas las naves de la catedral gótica, lo lamentó y reprochó al cabildo “hacer lo que hay que hacer en cualquier parte y deshacer lo que era único en el mundo”.

-El ataurique y el árbol de la vida: Los motivos vegetales o ataurique se caracterizan por su antinaturalismo. Son formas vegetales y florales cuyo pequeño tamaño y minuciosidad se unen a una fuerte estilización, que impide reconocer el origen de cada una de las especies que integran el conjunto.

En el ataurique califal prevalece la composición simétrica ordenándose la vegetación a ambos lados de un eje central, recordando al tema tradicional del árbol de la vida.

-Los trazados: Toda la decoración islámica se somete a un esquema previo formado por redes de círculos, rombos o cuadrículas, base para la composición de los temas vegetales o ataurique. Estos retículos geométricos en base a un polígono, independizados, son el repertorio típico de celosías y frisos arquitectónicos. Posteriormente, repetidos hasta el infinito darán lugar a las lacerías típicas de los artesanales azulejos y artes decorativos.

-La escritura como arte: La epigrafía forma parte del repertorio decorativo del arte islámico, pero su función no era simplemente ornamental. Las inscripciones repiten fórmulas que contienen deseos de felicidad, prosperidad y bendiciones para su dueño. Las dedicatorias de los objetos de lujo de los talleres áulicos incluyen el nombre y títulos honoríficos del soberano o del destinatario, elementos de propaganda del poder que permiten además la datación de las piezas.

La caligrafía, siempre muy cuidada, puede presentar bellos trazos decorativos. Durante los siglos X y XI el tipo de letra utilizado corresponde al denominado cúfico que se caracterizaba por el predominio de los rasgos verticales y la rígida horizontalidad de la caja, Para acentuar el valor ornamental, los trazados de las letras muestran remates en forma de pequeñas hojitas, razón por la que se denomina cúfico florido.

TIEMPO DE LOS REINOS CRISTIANOS:

de la resistencia a la expansión

-El inicio de las lenguas romances: Los monasterios fueron en estos momentos centros creadores y difusores de cultura. Engrandecido con las donaciones de la nobleza y la monarquía, los monjes podían dedicarse a la copia manuscrita de textos morales y teológicos, para lo que necesitaban tener una formación gramatical y filológica. Así podían ampliar su biblioteca y disponer de libros que luego intercambian con otros monasterios.

El monasterio de San Millán de la Cogolla, situado entre Castilla y Navarra, fue el más importante durante los siglos X y XI. Se conservan los primeros ejemplos escritos del castellano. Destaca por su importancia un Glosario considerado el verdadero “diccionario enciclopédico” con mas de 20000 artículos y 100000 acepciones escrito en latín corrupto que en las palabras, frases y construcciones que utiliza presenta abundantes fenómenos de transición del latín a la lengua romance. Fechado en 964, sirvió de modelo a las Glosas, comentarios marginales que explicaban giros latinos ya incomprensibles para los lectores, y a otros diccionarios durante los siglos XI y XII.

-La cruz, signo y poder de salvación: El símbolo de la cruz aparece relacionado con el poder desde el principio, como signo salvífico y triunfante, prueba de la ayuda divina prestada al poder político.

Efectivamente, la cruz fue el signo con el que el emperador Constantino a sus enemigos venció a sus enemigos en 312, victoria a la que siguió el reconocimiento de la religión cristiana. Quinientos años después, la monarquía asturiana reinterpreta este símbolo acompañándolo de la frase: “éste signo protege al pío; éste signo vence al enemigo” que colocan como una marca en todas las producciones culturales promovidas por sus monarcas. Por ello, todas las cruces españolas alto medievales imitan esta forma, sin el Cristo crucificado.

Hacia el año 1000 aparecen las primeras cruces con Jesucristo clavado en la cruz. Esta profunda transformación de un arte básicamente anicómicos que repugnaba la representación del martirio de la cruz, a un arte figurativo se debe al influjo de las nuevas corrientes artísticas bizantinas y europeas que aportan las primeras escenas con figuras humanas y, entre ellas, los crucificados. La implantación definitiva de este nuevo arte, que es ya el llamado “estilo románico” se puede comprobar en las piezas donadas en 1663, a San Isidro de León por Fernando II.

-Los Beatos y el Apocalipsis ¿terror al milenio?: El Apocalipsis, escrito por San Juan en el siglo I, es un texto visionario diferente de las restantes obras canónicas del Nuevo Testamento. Apocalipsis significa “revelación”, pero en la Iglesia occidental se interpretó como anuncio de los últimos tiempos. Interpretación que recoge el Beato de Liébana, autor del comentario del Apocalipsis que escribe en el año 776 y que tendrá un enorme éxito entre los siglos X y XIII, periodo en el que se hicieron numerosas copias manuscritas enriquecidas con originales ilustraciones, a las que denominamos Beatos.

Aunque el Apocalipsis es uno de los libros que ha nutrido los movimientos mesiánicos y milenaristas que se han dado a lo largo de la Edad Media y Moderna, ninguno de los casos conocidos ha surgido en torno al año 1000. Por lo tanto, la proliferación de Beatos en el siglo X no tuvo ninguna intención catastrofista, pese a que la comprometida situación por la que pasaban los reinos cristianos, amenazados por Almanzor, se habría podido aprovechar para crear un estado de terror y angustia.

Los Beatos fueron, pues, manuscritos de lujo, apreciados por cualquier monasterio como signo de prestigio. También fueron libros de lectura y meditación para los monjes y un excepcional núcleo de imágenes concebidas para ilustrar el texto.

*Ventanas de la iglesia de San Martín de Salas (Asturias)

Piedra caliza. Siglo X. Se considera que pertenece a la reconstrucción de la Iglesia de San Martín hecha por Adefonsus Confesuss, en 951.

Una ventana tiene dos huecos enmarcada en una cinta. Otra de tres, con alfiz decorado con palmetas y la inscripción: Cristo, hijo de Dios, que estás sentado a la derecha del padre en el trono celestial, concédeme a mí, Alfonso, el descanso eterno.

*Relicario en forma de cruz pectoral

Bronce. Finales del siglo IX. Taller “bizantino” sirio-palestino. Monasterio de San Pedro de Rodas (Génova).

Encolpium de bronce con colgante y bisagras, decorado en relieve, en el anverso con el crucificado, el Sol y la Luna y la Virgen y San Juan con las inscripciones (en griego): He aquí a ti hijo. He aquí a tu madre.

En el reverso, María Orante y medallones con los Evangelistas identificados por las iniciales griegas de sus nombres.

-La liturgia: La liturgia de estas iglesias fue muy rica. Se caracterizó por las procesiones y el misterio de sus actos, provocando tanto por la lejanía entre el sacerdote y las religiosas que participaban y el pueblo que asiste, como por la multiplicación de ámbitos cerrados con iconostasios o arquearas y canceles. El culto a los santos se acrecentó, multiplicándose el número de altares y de recipientes para contener sus reliquias: cajas o lipsanotecas que se enterraban en el altar o ricos cofres en que se exponían al culto. También se incrementó el culto a la cruz, promovido por la realeza, multiplicándose las cruces metálicas. Igual que en la arquitectura, en estos objetos, fuentes y copas, arcas y cruces, se reflejan las modas asturiana, castellana y las llamadas “mozárabes” de la frontera del Duero. Y en ocasiones las piezas intercambiadas en territorio europeo o islámico con la conquista de Toledo, en 1085, la liturgia sufre también un drástico cambio: se sustituye con rapidez y de modo forzado, la liturgia tradicional hispánica, llamada visigoda o mozárabe, por la liturgia romana, transmitida por las nuevas jerarquías francesas, pertenecientes a la potente orden monástica de Cluny.

AÑO 2000: NUESTRO TIEMPO

Un paréntesis de 1000 años es, un abismo, pero lo es más en el que media entre el año 1000 y el 2000.Baste con pensar en el vertiginoso salto que separa, en el contexto social, económico, político o tecnológico, en el terreno de las mentalidades e inquietudes colectivas y aún en los rasgos más nimios de la vida cotidiana, a la España de los albores del siglo XXI, nuestro presente. Pero la diferencia es más radical en el ámbito de las artes, en su concepción y sus lenguajes, su función social o en el modo como reflejan su propio tiempo. El cambio es producido por un largo y sofisticado proceso, que arranca, hacia el 1500, con una creciente autoconciencia de la especificidad de lo artístico y que, a lo largo de la edad moderna, con el desarrollo de las sociedades burguesas, comenzará a asumir su plena secularización y autonomía. Esa situación, en el transcurso de la era contemporánea se verá a su vez agravada por el efecto multiplicador y la compulsiva tensión que le impondrá la irrupción de las sucesivas vanguardias, con su insondable vocación experimental y la utópica idealización de su papel como detonante revolucionario. En ese transcurso, el arte ha dejado en esencia como era en los apartados anteriores de la exposición, un instrumento de representación simbólica al servicio del poder político o religioso y en todo caso cuando centre en ellos, su intención no será ya un discurso legitimador, sino para enfrentar una mirada que socave sus cimientos, sea por medio de la crítica frontal. La ironía. Y ahora se produce lo que se conoce lo que se ha denominado como la crisis de la modernidad, con la consiguiente quiebra del modelo vanguardista que había vertebrado la creación artística de los dos últimos siglos. El resultado en el panorama del arte finisecular, la extensión del escepticismo y la ironía, la individualización y atomización absolutas de las poéticas, la constante proliferación de formulaciones híbridas, una ilimitada disponibilidad de recursos expresivos, lenguajes, soportes, técnicas y estrategias creativas. Y surge así un paisaje laberíntico donde alcanza su límite más extremo la idea, consustancial a la estética de nuestro tiempo, de que “arte es todo aquello que los artistas dicen que es arte.” Este último apartado abandona la estructura de la exposición para componer un mosaico que sin violentar ni enmascarar la naturaleza caleidoscópica que es inherente al arte finisecular, esboce una escenografía en la que resuenan, con claridad e intensidad suficientes (no por medio de un discurso de un discurso ilustrado con las obras, sino emanado de las obras mismas, de su experiencia inefable) las inquietudes básicas que la mirada del artista revela al enfrentar nuestro incierto tiempo presente.




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Enviado por:Cris Mora
Idioma: castellano
País: España

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