Biografía
Miguel de Cervantes Saavedra
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
“ SU VIDA”
Se sabe muy poco sobre los primeros años de la vida de Miguel de Cervantes, aunque se puede afirmar que nació en Alcalá de Henares en el año 1547 (probablemente el 29 de Septiembre, día de San Miguel), pues fue bautizado el 9 de Octubre de dicho año en la Iglesia de Santa María la Mayor. El licenciado Juan de Cervantes, abuelo de Miguel, tuvo cargos en varias ciudades (Alcalá de Henares, Cuenca, Guadalajara...) y residió de nuevo algún tiempo en Alcalá, donde luego quedaron su mujer y varios hijos, cuando él se fue a vivir a otras partes y obtuvo nuevos cargos. Juan de Cervantes tuvo entre otros a Rodrigo, padre de Miguel. Rodrigo de Cervantes, cirujano de profesión, alcalaíno de origen cordobés, y Leonor de Cortinas, hija de labradores de Arganda eran los padres del genial autor que ostentaba entre sus hermanos el cuarto puesto. Le habían precedido Andrés, muerto recién nacido, Andrea (1544) y Luisa (1546), y le seguirían Rodrigo (1550) y Magdalena (1552) . Su padre aseguró en varias ocasiones poseer ejecutoria de hidalguía aunque no hay certeza de su pertenencia a dicho grupo social, que constituía el primer peldaño de la escala nobiliaria. Sí sabemos, en cambio, de sus constantes apuros económicos. De hecho, la infancia y adolescencia de Miguel parecen haber estado presididas siempre por acuciantes dificultades monetarias. Prueba de esto es que Rodrigo sufrió prisión por deudas y embargo de sus bienes cuando se fue a vivir a Valladolid con toda su familia en 1550. A pesar de alegar su hidalguía pasó varios meses en la cárcel y el siguiente destino de la familia de Cervantes -de Cortinas fue Sevilla, cuando en 1564 se mudaron allí. También sostuvo aquí un pleito el cirujano Rodrigo y también le embargaron. De los años que pasó el joven Miguel en esta ciudad poco se sabe; únicamente que es posible que estudiara en el colegio de la Compañía. Lo que sí se sabe con certeza es que asistió en Madrid al Estudio de Juan López de Hoyos, pero eso ya nos sitúa en el otoño de 1566, fecha en la que su familia se establece en Madrid. De este período son las primeras obras conocidas de Miguel: un soneto a Isabel de Valois en vida de esta reina; otras composiciones de Cervantes a la muerte de esta señora se imprimieron en la Relación verdadera ... (1569) que del triste suceso publicó López de Hoyos. Esta obra contiene un soneto-epitafio, una copla castellana, cuatro redondillas y una elegía en tercetos de cuatro primicias poéticas que definen desde sus inicios la poesía cervantina como característicamente renacentista, dado que confluyen en ella la vieja herencia cancioneril, la lírica tradicional y la nueva corriente italianizante y garcilasiana. Las tres tendencias se armonizarán sin fisuras en el quehacer poético cervantino, que le había de acompañar hasta su muerte.
A finales de 1569, Cervantes aparece atestiguado documentalmente en Roma al servicio del monseñor Julio Acquaviva, quien muy pronto sería cardenal, sin que sepamos a ciencia cierta las causas de su viaje a Italia. Posiblemente abandonó España para escapar de la justicia porque, en efecto, desde septiembre de 1569, se persigue a un tal Miguel de Cervantes bajo la acusación de haber herido a Antonio de Sigura. Y, aunque no hay nada que permita relacionar a nuestro autor con el herido, es muy probable que ésta sea la causa de su repentino e inexplicable viaje, dada la coincidencia de fecha y nombre, que hace improbable la casualidad. Si a esta consideración añadimos que el castigo implicaba la pérdida de la mano derecha y diez años de destierro, resulta obvia la necesidad de poner el mar de por medio. Con todo, siempre nos quedará la incertidumbre.
A pesar de su función allí, otro servicio atraía más a Cervantes: ingresar en la milicia donde fue encuadrado junto a su hermano Rodrigo en 1571 en la compañía de don Diego de Urbina, del tercio de don Miguel Moncada. Era el momento en que se acababa de formar la liga del Papa, España y Venecia contra el turco. Cervantes participa en la batalla de Lepanto el 7 de Octubre de 1571, a bordo de la galera Marquesa, donde demuestra una valentía cercana al heroísmo, dado que, a pesar de encontrarse enfermo y con fiebre, y no obstante las recomendaciones de sus superiores para que se quedase bajo cubierta, pide a su capitán que le deje pelear en el lugar más peligroso de la nave, y lo consigue, puesto que se le asigna el lugar “el lugar del esquife”, esto es, el lugar del pequeño bote que ocupaba la popa de la galera, y, por tanto, uno de los que ofrecían mayor riesgo en caso de abordaje. La dureza del combate se saldó en la galera cervantina con 40 muertos y 120 heridos, entre estos últimos Cervantes, que recibió tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la mano izquierda; y, aunque sanó completamente de las heridas recibidas en el pecho, no sucedió lo mismo con la tercera, que le quedó anquilosada, y de la cual no podría hacer uso para siempre, por lo que quedó inmortalmente marcado con el sobrenombre de “El manco de Lepanto” y del que estaría orgulloso de por vida, consciente de la extraordinaria trascendencia de dicha victoria contra los turcos, porque su manquedad -dirá en el prólogo al Segundo Quijote - no nació en una riña tabernaria, “sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”; y ello a causa de que: “aquel día (...) -pondrá en boca del Capitán Cautivo- fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada”.
Una vez curado de sus heridas, volvió a la milicia en abril de 1572, esta vez en la compañía de Manuel Ponce de León, del tercio de don Lope de Figueroa, y participó en las expediciones de Ambarino, Túnez, Corfú y La Goleta, entre otras de menor importancia. Pero harto de ser sólo “soldado aventajado”, y tras conseguir que las dos máximas autoridades españolas en Italia (esto es, el Virrey, el Duque de Sessa, y el capitán General, Don Juan de Austria) le firmaran sendas cartas de recomendación y reconocimiento de sus méritos, decidió regresar a España en el verano de 1575, con la probable intención de que le nombraran capitán, y quizá también acuciado por las dificultades económicas de su familia. En todo caso la desgracia quebró sus propósitos, porque la galera Sol, en la que regresaba a la patria en compañía de su hermano Rodrigo, fue abordada por la flotilla turquesa del renegado albanés Arnaute Mamí el 26 de Septiembre, a la altura ya de las costas catalanas, frente a Cadaqués o Palamós. Así comienzan los cinco años de cautiverio en Argel.
CAUTIVERIO DE ARGEL
De la lucha en la galera Sol y del Argel de los cautivos quedan también numerosos recuerdos en la obra del escritor (entre ellos dos comedias: Los tratos de Argel y los baños de Argel) . La conducta de Cervantes durante el tiempo de su cautiverio es de una abnegación sin límites. Se dedica a organizar planes de fuga para sí y para los otros cautivos. El primero era huir por tierra a Orán, pero el moro que se había comprometido a guiarles les abandonó en el camino y tuvieron que volverse para recibir más cadenas y encerramiento. Mientras tanto, la familia de los dos hermanos cautivos trataba de allegar fondos para redimirlos: lo que se reúne no basta para los dos (las cartas de recomendación que le encontraron hicieron creer que Miguel era hombre de importancia; y así pedían 500 escudos por él) . Cervantes prefiere que todo el dinero se junte para la libertad de Rodrigo, como se hace (1577) . Pero el hermano rescatado lleva a España petición de ayuda para un nuevo plan de fuga ideado por Miguel: catorce caballeros estaban ocultos en una cueva de los alrededores de Argel (que el mismo Cervantes había buscado); se trataba ahora que desde España mandasen una fragata. La fragata vino, pero en el último momento todo fracasó; todos fueron sorprendidos y presos en la cueva. Cervantes se adelanta y dice frente al gobernador turco Hasán Bajá:
“ Ninguno de estos cristianos que aquí están tiene culpa de este negocio, porque yo sólo he sido el autor de él y el que los a inducido a que huyesen”
Fue cargado de cadenas y permaneció así en prisión cinco meses.
Tercer intento de evasión, (ahora sería por tierra): un moro llevaba unas cartas al general español de Orán para pedir su ayuda; nuevo fracaso. A Cervantes, como autor de las cartas, el rey le mandó dar dos mil palos; pero muchos intercedieron por él, y no se realizó el castigo. La familia, mientras tanto, en Madrid, se mueve para conseguir el rescate. Nada se consigue. En 1579 la madre de Cervantes entrega a los padres trinitarios 250 ducados y doña Andrea 50.
En septiembre de 1579, cuarto intento de huída. Con dineros del mercader valenciano Onofre Exarque se compra una fragata para la fuga: se trataba de liberar a unos sesenta cristianos, “la gente más florida de Argel”. Todo se descubre por traición del doctor Blanco de Paz; al traidor le dieron, en premio, un escudo de oro y una jarra de manteca. Cervantes se presenta al bey y vuelve a echar sobre sí toda la responsabilidad del intento; es encerrado en “la cárcel de los moros que estaba en su mesmo palacio”; el bey forma intención de llevarle consigo a Constantinopla. En mayo de 1580 llegan a Argel los padres trinitarios de la redención. Fray Juan Gil entabló amistad con Cervantes, cuyo rescate era difícil por la fuerte suma que pedían por él. Hasán Bajá había terminado su gobierno y se volvía a su casa (que llenaba varias naves) a Constantinopla; en una se encontraba Cervantes, “con dos cadenas y un grillo”: era el 19 de Septiembre de 1580. En el último momento pudo fray Juan Gil pagar los 500 escudos que Hasán Bajá - quien, para asegurarse de Cervantes, le había comprado a su anterior amo- exigía por el cautivo; hubo que buscar entre mercaderes 220 escudos.
Por una información, que Cervantes pidió que se hiciera antes de salir de Argel, hay noticia minuciosa de los actos de Cervantes durante su cautiverio. Hay otra fuente, independiente de la mencionada, que acredita la veracidad de estos datos, y es la Topografía e Historia general de Argel de fray Diego Haedo (Valladolid 1612), donde se lee...
“...del cautiverio y hazañas de Miguel de Cervantes se pudiera hacer una particular historia. Decía Hasán Bajá, rey de Argel, que como él tuviese guardado al estropeado español, tenía seguros sus cristianos, bajeles y aún toda la ciudad: tanto era lo que temía las trazas de Miguel de Cervantes”
Las noticias del cautiverio de Cervantes son, sin duda, en lo esencial, rigurosamente ciertas. Desembarcó en Valencia, como se sabe por otra información que su padre hizo abrir en Madrid (1 de Diciembre de 1580) . Entre noviembre y diciembre salió para Madrid. Hacía doce años que no lo pisaba.
ACTIVIDAD LITERARIA DURANTE EL CAUTIVERIO
Aparte de algunas poesías laudatorias, lo más importante de esa época es una epístola en tercetos, pidiendo ayuda para los cristianos de Argel, dirigida al secretario Mateo Vázquez.
DE NUEVO EN ESPAÑA. VIDA Y ACTIVIDAD LITERARIA
Poco después de su regreso a Madrid, va a Portugal (1581), donde, tras la anexión, se encontraba Felipe II. Le dan una comisión para Orán, que desempeña. Desde Madrid gestiona (1582) un puesto para América, sin éxito (tampoco lo tuvo, años más tarde, una petición análoga) .
La Galatea, que vende por unos 1300 reales, aparece en 1585. Escribe para el teatro con éxito (Los tratos de Argel, La Numancia, más otras piezas de las que, todo lo más, conocemos el nombre)
Amores con una Ana Franca, de los que nace una hija, Isabel.
Cervantes se casa (1584) con Catalina de Salazar y Palacios (de Esquivias entre Madrid y Toledo), que aporta pequeña dote.
De nuevo deja la literatura por los negocios.
VIDA Y LITERATURA: LOS AÑOS HASTA EL QUIJOTE.
Reside muchos años (de 1587 a 1600) en Sevilla y recorre en muchos viajes casi toda Andalucía como comisario para aprovisionamiento de la Armada (cereales y aceite que, tarde pagados, había que sacar a los pueblos) y luego para el cobro de tercios y alcabalas. Su mujer seguía en Esquivias. El cargo de aprovisionador obligaba a Cervantes a un inmenso esfuerzo físico y era causa de múltiples disgustos: excomuniones de cabildos, trabacuentas, alcances imaginarios a reales; pero estos años de vida entre la España popular (caminos, ventas, traficantes, gentes del hampa) representaron, sin duda, un duro conocimiento de la vida y una lenta imbibición de elementos, que fueron base necesaria para el carácter realista de lo mejor de su arte.
La quiebra de un banquero dio con él varios meses en la cárcel de Sevilla (1597); parece probable que fuera allí donde se comenzó el Quijote. (Que “se engendró” en una cárcel lo dice el mismo Cervantes y se lo echa en cara a Avellaneda.)
Vuelto a Castilla (donde ya estaba en 1602), vivía en Valladolid en 1605; muy a principios de ese año apareció en Madrid la primera parte del Quijote: su éxito fue inmediato y grande. La satisfacción que a Cervantes, sin duda, le produjo se vio contrapesada pronto.
En Valladolid, a comienzos del verano, fue muerto un caballero llamado Ezpeleta, cerca de la casa donde ocupaba un piso la familia Cervantes. Es evidente que ni Cervantes ni los suyos habían tenido nada que ver en aquel asunto. Pero de las declaraciones del proceso surgen sospechas acerca de la conducta de Isabel, hija natural el novelista (una testigo-cierto que muy chismorrera- dice “que es público y notorio que está amancebada con un Simón Méndez, portugués “, y esta testigo se lo ha repetido muchas veces al dicho Simón Méndez, “aunque él decía que no entraba sino por buena amistad que tenía en la dicha casa”) Cervantes y casi toda su familia fueron a dar a la cárcel; y en un acuerdo manda la justicia que “Simón Méndez no entre en esta casa ni hable en público ni en secreto con esta mujer”.
Años después (en 1608) nuevas sombras caen sobre el carácter de doña Isabel cuando se firman las capitulaciones para su boda con Luis de Molina. Doña Isabel vivía desde poco antes en una casa de un Juan de Urbina en concepto de arrendataria (pero una serie de pormenores en varios documentos hacen sospechar) . En las referidas capitulaciones figura como viuda, con una niña. En este mismo documento se declara ahora que la niña es la propietaria de la casa de la Red de San Luis: resulta bastante raro. Muy extraño es también que aparezcan como responsables de la dote (2000 ducados) Cervantes, que no tenía, evidentemente, con qué responder y ese Juan de Urbina. Una explicación- que es razonable-: Isabel habría tenido amores adulterinos con Urbina y la niña sería fruto de ellos. Pero no es difícil discurrir otras explicaciones también razonables. No cabe duda de que nos inclinan a pensar lo peor de doña Isabel la sospecha abierta ya con ocasión del proceso de Valladolid y el hecho, penoso de relatar, pero cierto, de que todas las mujeres de la familia de Cervantes (salvo su madre y su esposa) habían tenido oscuras relaciones con caballeros o negociantes, cuyo final había sido casi siempre una compensación en dinero; parecía ya una costumbre familiar. (A eso, vagamente, aluden, sin duda, algunos insultos de sus émulos en el Quijote de Avellaneda, en un soneto de Lope o de un partidario de Lope, etc.)
¡Cuánta suciedad entorno a este gran novelista!
DEL QUIJOTE APÓCRIFO A LA MUERTE DE CERVANTES.
La rápida difusión que obtuvo el Don Quijote explica que en 1614 un envidioso publicara un falso Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el cual apareció como impreso en Tarragona; como autor figuraba un Alonso Fernández de Avellaneda, que se decía licenciado y natural de Tordesillas. No se ha logrado averiguar el verdadero autor, quien en su prólogo ofendía gravemente a Cervantes con alusiones a la mano estropeada y a haber escrito su libro en la cárcel. Los críticos han propuesto muchísimos nombres, oscuros e insignes, desde Alfonso Lamberto o el Doctor Juan Blanco de Paz, el traidor de Argel, hasta Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Guillén de Castro... ; Cada crítico ha aportado sus sospechas; pero ninguno pruebas documentales, ni siquiera razonables. Probablemente el autor del falso Quijote era un hombre oscuro, literato de tercera fila con algunos conocimientos de teología, acaso aragonés y tal vez incluso desconocido de Cervantes; el incógnito escritor perseguía, principalmente, sin duda, la ganancia que libro tan leído le podría producir. Cervantes, que llevaba adelantada la redacción de su segunda parte auténtica, la publicó en Madrid, en 1615, y en ella se defendió con nobleza de las injurias de Avellaneda, mostrándose orgulloso de las heridas recibidas en “la más alta ocasión que vieron los siglos”. En el mismo año parecieron las Ocho comedias y entremeses.
Los últimos años de su vida fueron ayudados por la generosidad del conde de Lemos y también por la del arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. Cuatro días antes de su muerte firmaba la serena, lúcida y emocionante dedicatoria al conde de Lemos, de los trabajos de Pérsiles y Sigismunda. El día antes le habían dado la extremaunción. Veía su muerte inminente. Estaba tranquilo (como en Lepanto, como en Argel) . Murió el 23 de Abril de ese mismo año de 1616. Quiso que le enterraran en el convento de las Trinitarias (entre la calle Cantarranas- hoy Lope de Vega- y la de Las Huertas); el convento y la iglesia han tenido muchas modificaciones: se ignora el sitio que ocupa la sepultura. El Pérsiles fue publicado póstumo (en 1617) .
EL RETRATO FÍSICO DE CERVANTES
Se ha hecho famosa la descripción que de sus rasgos físicos escribió el propio Cervantes en el prólogo de las Novelas Ejemplares:
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabellos castaño, frete lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha 20 años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies.”
Pero pese a que se han propuesto varias obras pictóricas como retrato auténtico del inmortal novelista, siempre buscando el apoyo de esa autodescripción, no se conoce por ningún documento visual digno de fe la apariencia física de Cervantes. Aparte de esos supuestos retratos auténticos son innumerables las obras (grabados, pinturas y esculturas) que, basadas en ese autorretrato literario, han pretendido crear una ilusión de la imagen real del gran escritor.
SOBRE EL CARÁCTER MORAL DE CERVANTES
Hemos visto cuánta sordidez rodea la vida del novelista. Punto central para comprender a Cervantes ha de ser, precisamente, el contraste entre su heroísmo indudable, lo mismo en la gloria de un día, en Lepanto, que en la miseria de cinco lentos años en Argel, su honestidad como comisario (pues nada aparece en los trabacuentas y reclamaciones de la Hacienda que resulte deshonroso para el escritor) y ese ambiente familiar- desventuras amorosas de tantas mujeres de su familia, compensadas con dinero, y quizá, alguna vez, en ellas, manejos de garduña picaresca-; Ambiente poco limpio que él tuvo que soportar o quizá consentir. Nótese que es el mismo contraste entre alto ideal y dura necesidad material que la Humanidad ha ido descubriendo como tema central del Quijote. Y no olvidemos que este libro es un producto de experiencia vial: cuando se publicara la primera parte, Cervantes tenía 57 años; cuando salió la segunda, contaba ya con 68.
OBRA
LA GALATEA
En 1585 salió en Alcalá de Henares La primera parte de la Galatea. Tenía su autor treinta y siete años y acudía, tardíamente, a situarse en una línea literaria, el género pastoril, de hondísimas raíces grecolatinas. Cervantes sigue en esta obra el modelo que había sido fraguado en castellano por el portugués Montemayor (La Diana, hacia 1559): acción entretejida con varias narraciones.
Las historia que en La Galatea se cuentan, unas casi carecen de acción exterior: apenas puro sentimiento amoroso, pretexto para que el personaje diga unos versos y poco más. Aquí está Cervantes más próximo al prototipo de La Arcadia.
Pero otras historias de La Galatea tienen mucha acción; así, por ejemplo, la muy larga (distendida y fragmentada desde el libro 2º hasta el 5º) de Silerio, Timbrio (los dos amigos) Nísida y Blanca, con variación de escenario entre España, Italia y el Mediterráneo, borrascas, asaltos de bandoleros, piraterías turcas en la costa de Cataluña y en el mar, condenas a muerte por equivocación, liberación heroica del condenado, victoria en desafío campal, fatal olvido de la toca blanca, que comunicaría la noticia de que el amado había quedado vencedor (lo que recuerda un episodio de Tristán), etc.; y luego la pasión que siente le abnegado Silerio por Nísida, amada también por su amigo Timbrio. La acción de esta novela, que tanto espacio ocupa dentro de La Galatea, nada tiene de pastoril.
Muchas historia quedan inacabadas. Cervantes prometía, al final del libro, completarlas. Inacabada quedaba, sobretodo, la que para Cervantes era tema principal y marco de todas las otras: Galatea, amada por Elicio y Erastro; esta historia apenas avanza por todo el libro; sólo al final, cuando el padre de Galatea la promete a un “ pastor lusitano”, ella se resuelve a favorecer a Elicio, y todos los pastores de la aldea se reúnen decididos a impedir que se tuerza la voluntad de la pastora...
Varios de los pastores de La Galatea tienen algunos rasgos de personajes reales: Tirsi, de Francisco de Figueroa; el muerto Meliso, de Don Diego Hurtado de Mendoza; el pastor Astraliano, (nombrado una vez), de Don Juan de Austria; ¿también Damón, de Pedro Lainez? ; ¿Y Lauso, de Cervantes? Estos parecidos son, los unos muy auténticos, los otros más o menos posibles.
Las exequias (algo a lo pagano) del pastor Meliso introducen, hacia el final del libro, el Canto de Caliope, en octavas, en las que la musa ensalza a un centenar de poetas contemporáneos de Cervantes, entre ellos fray Luis de León, Góngora y Lope.
Si en la técnica novelesca se puede decir que La Galatea casi nada debe a La Arcadia, viene en cambio de esa novela la mezcla de la prosa y el verso ( aunque no con la regularidad sistemática de la obra italiana); Viene de ella, y de toda la poesía pastoril, el paisaje, en La Galatea, casi siempre sólo apuntado (en pocos momentos- el “Valle de los Cipreses” por ejemplo- llega a estar descrito); vienen, en fin, las peculiaridades estilísticas de la prosa, con el período complicado, donde los elementos de la oración principal suelen desarrollar oraciones secundarias; en estas, el verbo se coloca frecuentemente al final. Por ejemplo:
“No dejara tan presto el agradable canto el enamorado Elicio, si no sonaran... las voces de Elicio, que son el rebaño de sus cabras hacia el lugar donde estaba se venía”.
LAS NOVELAS EJEMPLARES
Fueron publicadas en 1613. La voz novela (del italiano novella) existía ya desde bastante antes, pero sin un valor muy preciso; Cervantes la vuelve a cargar del sentido italiano de “novela corta”. “Yo soy el primero-dice- que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas”. En el mismo prólogo explica el término “ejemplares”, porque “ no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso”. No se alaban y podía haberlo hecho, de la variedad inventiva de estos relatos, los cuales, si en algunos casos son continuación de la novella italiana, en otros son audaces indagaciones de las técnicas de los géneros narrativos que habían de venir.
Las Novelas ejemplares oscilan, como todo el arte de Cervantes, entre dos polos (aun como toda la literatura de España): Idealismo y realismo. Partiendo de esta oposición, encontramos en seguida un número muy numeroso de estas novelas, cuyos héroes son caracteres enterizos que reúnen en sí toda la belleza moral y frecuentemente la física: Así, por ejemplo, Ricardo, el protagonista de El amante liberal, es el súmmum de la bondad y generosidad, como su amada Leonisa es la cima de la belleza humana. El idealismo de La española inglesa es también evidente en Isabela, la bellísima y buenísima muchacha española llevada a Inglaterra por los ingleses cuando el saqueo de Cádiz, pero sobre todo en Ricaredo, el joven inglés que la ama y que la sigue amando cuando el veneno le ha desfigurado a Isabela el rostro. Son amores ideales también el de Avendaño, mozo de mesón, en Toledo, por Constanza, La ilustre fregona, y el de Andrés, convertido en gitano por seguir a Preciosa, el La gitanilla; ellas por su parte, son tan bellas como honestas y recatadas; y, claro está, resultan se de buenas familias. No cabe dudar que a este mundo de ideal pertenece también en La fuerza de la sangre Leocadia, la inocente muchacha robada y escarnecida por un caballero mozo. Aun las dos novelas más desteñidas de la colección, La señora Cornelia y Las dos doncellas, pertenecen a ese mundo de valores ideales.
Coca en Cervantes -como en muchos otros escritores de España- el brutal contraste que con la imagen anterior forman todas las otras novelas del libro. Unas son meramente cuadros de malas costumbres: lo cual ya puede aplicarse al Casamiento engañoso de alférez Campuzano y doña Estefanía; él pensó, con el matrimonio, tener casa bien alhajada, pero la casa no es de doña Estefanía; ella se le lleva al alférez todas sus joyas: pero aquellas pesadas cadenas que parecían de oro, no lo eran: casamiento engañosos por ambas partes. La novela de Rinconete y Cortadillo sí que es un mero cuadro de la vida de pícaros y ladrones, presididos por Monipodio. Nunca ha llegado el realismo español a una nitidez tan grande como en esta novela; en el patio de Monipodio todo vive: hasta las más pobres cosas del mundo material dejan una huella en la retina del lector.
Dos novelas del libro tienen un carácter completamente especial: El licenciado Vidriera y El coloquio de los perros. Dos criaturas (un loco y un perro), situadas fuera del sistema de valores que constituye la sociedad humana, dan su opinión sobre sectores o aspectos de ella. Berganza, el perro, critica ( y a veces alaba) basado en hechos concretos y reales que ha visto y menciona; el licenciado Vidriera, el loco, expresa, por lo común, juicios generales aplicables a casi todos los de la misma profesión.
El celoso extremeño es la más humana y al mismo tiempo la más trabada y resuelta de las Novelas ejemplares. No se trata de un mero cuadro de costumbres como Rinconete; es una verdadera novela con su trama; pero sus caracteres distan enormemente de ser heroicamente enterizos como los de El amante liberal o La española inglesa, o suavemente idealizados como los de La gitanilla. Cada personaje de El celoso extremeño tiene la suficiente justificación estética de su carácter; Carrizales, viejo, rico y solo, se deja engañar por una ilusión al casarse con la niña Leonora; ésta caerá en los brazos de un galán mozo apuesto y tracero; es evidente que para Cervantes esto no es más que consecuencia del error del propio Carrizales. Cervantes ha escrito dos opuestas novelas de celoso: en El curioso impertinente la idea de no ser amado lleva al esposo a someter a su mujer a la prueba de un cortejo; en El celoso extremeño, el temor a cortejos le lleva a recluirla en la más estricta clausura. En ambos hay un error inicial en la conducta del marido: el adulterio es, en cierto modo, consecuencia y castigo de ese error.
De Rinconete y Cortadillo y de El celosos extremeño hay dos versiones: la del libro impreso y la de un manuscrito, en el que no figuraba el nombre del autor de ambas novelas. El adulterio se consuma en El celoso extremeño, según el manuscrito. Es evidente que Cervantes, para incluir las novelas entre las “ejemplares”, retocó la redacción anterior; la nueva versión es menos humana; pero entra en un delicioso juego de “indecisiones”, propio del humor cervantino.
Queda el problema de sí es de Cervantes La tía fingida incluida también, sin nombre de autor, en el mencionado manuscrito. Cuestión muy debatida. Acciones y palabras son aún más atrevidas que en El casamiento engañoso o que en la escena más fuerte de El celoso extremeño, según el manuscrito. Los que creen que La tía fingida es de Cervantes piensan que ese carácter arredró al autor de incluirla entre las “ejemplares”. Es posible (pero publicó el entremés de El viejo celoso, que es aproximadamente tan fuerte) . El ambiente, el humor y muchas de las expresiones de La tía fingida son cervantinos; si no es de Cervantes, no ocurre nombre de autor a quien atribuirla. No se puede afirmar nada categóricamente. Estudios recientes del Criado del Val muestran en La Tía un uso de tiempos verbales muy distinto del empleado en los relatos cervantinos.
Nunca el realismo, con el pormenor, que a veces parece innecesario, pero que contribuye poderosamente a grabarnos la imagen, llega más alto en la literatura española que en Rinconete y Cortadillo; nada más desvaído por otra parte, que todo el ambiente de la corte de Londres, en La española inglesa. En general, las novelas que nos presentan seres o acciones heroicas suelen dar escasa pintura de la realidad ( o trazos regidos por un criterio de belleza) y aquéllas que muestran costumbres picarescas suelen complacerse en el verismo, en la descripción de los tipos, en las palabras puestas en los labios de los personajes, en las cosas y en los ambientes. (Pero a veces hay “rompimientos” de realismo en novelas desteñidas: en La señora Cornelia las palabras populares de la Criveli -el ama- y el incidente de la otra Cornelia que tiene un paje en el cuarto.) Junto al realismo directo y evidentísimo del patio de Monipodio, póngase el ambiente de la casa cerrada de El celoso extremeño (el negro, la dueña, las esclavas y criadas) . Se ha dicho y hay que afirmarlo rotundamente, que, aunque Cervantes no hubiera escrito el Quijote, sería, con las “ejemplares” un novelista de primer orden.
TEATRO
En 1615 apareció el libro que lleva por título Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados. La vocación teatral de Cervantes venía de muy antiguo. En 1585 había firmado un contrato para entregar a un director de compañía dos comedias; el precio era 40 ducados; una, La confusa, fue representada con éxito, según Cervantes, quien varias veces la menciona; de la otra (El trato de Constantinopla...) no se sabe nada. Se conserva otro contrato parecido, de 1597, para escribir seis comedias: no se sabe si este contrato se cumplió.
Su interés por el teatro resulta patente en las muchas veces que en sus escritos se habla de comedias y comediantes. En el prólogo de las Ocho comedias, Cervantes se alaba de haber reducido a tres las jornadas y de haber introducido personajes que representen “figuras morales” (pero ni una ni otra cosa es rigurosamente exacta).
Se poseen dos comedias de la primera época (que no figuran en el libro de 1615): Los tratos de Argel y La Numancia; en ellas, las jornadas son aún cuatro (en Los tratos, según otra edición, cinco); pero en una y en otra se encuentran ya las “figuras morales”. Une a estas dos obras el entusiasmo patriótico.
En Los tratos de Argel la acción principal apenas es nada: Zahara e Izuf están enamorados de sus cautivos Aurelio y Silvia; pero éstos se aman entre sí. El rey reclama a ambos cautivos y le da libertad bajo fianza. A Cervantes debió gustarle mucho esta combinación de amores, pues la repite en El amante liberal y en Los baños de Argel. Lo que da interés a Los tratos son las escenas de cautiverio que constantemente interrumpen esa acción, vívidas, llenas de emoción, como cosa vista y reciente: son del mejor Cervantes. Miguel está reflejado en un soldado cautivo, Sayavedra, que no participa en la trama, pero expresa pensamientos y sentimientos muy del autor.
La Numancia escenifica el cerco y la destrucción de la ciudad, según relatos históricos y legendarios fundamentalmente históricos: los defensores, terriblemente aquejados por el hambre y la enfermedad, matan a sus mujeres y a sus niños y se suicidan. Cuando entra Cipión sólo encuentra a un muchacho en lo alto de la torre: pero éste se arroja desde ella para impedir que el vencedor pueda obtener el “triunfo de Roma”. La Numancia no puede ser juzgada con criterios sacados de la comedia del s. XVII: es un poema dramático, cuyas rudezas o fallas de ajuste no estropean lo que constituye fundamentalmente su hermosura; todo él está sostenido por una inmensa emoción. Ha servido, varias veces, representado, para dar ánimo, en momentos de peligro, a los españoles (a los defensores de Zaragoza, por ejemplo). Pero grandes espíritus extranjeros (Goethe, Shelley) han sabido comprender este tipo de belleza.
Las ocho comedias impresas en el volumen de 1615 se anuncian (en la portada del libro) como “nunca representadas”. Si consideramos a Los tratos y La Numancia como restos de una “primera época” del teatro cervantino, estas otras comedias publicadas en 1615 no cambian esencialmente la técnica del autor. Sigue aferrando aun desarrollo escénico que aún está en relación con el del s. XVII (Juan de la Cueva, etc.). Nunca legó ni a aproximarse a la facilidad y desembarazo que había conseguido ya Lope.
La aceptación del cambio de lugar está patente y expresamente defendida en El rufián dichoso (primera jornada en Sevilla; el resto, en México). La obra se basa en la santa vida de fray Cristóbal de la Cruz (y Cervantes repite, en las acotaciones, que todo lo que se dice pasó así). El primer acto está iluminado por la gracia realista de la vida apicarada de Sevilla. Tras la conversión, todo se cambia en una imagen ascética (virtudes y milagros en México), difícil de mantener en el escenario, pero que para el lector moderno puede ser impresionante, si la intuye poniendo a contribución conocimientos de la pintura religiosa de la época, etc.
En el volumen de las Ocho comedias hay otras tres cuya acción o bien ocurre en los medios que Cervantes conocía por su cautividad o pudo ser tema de conversación entre cautivos. Los baños de Argel repiten la trama ya conocida de Los tratos; pero al mismo tiempo se desarrolla otra acción: el amor de Zara por el cautivo don Lope (historia como la del capitán cautivo del Quijote). Ambas acciones están interrumpidas, igual que en Los tratos, por escenas de la vida de los cautivos en Argel. En El gallardo español, También Arlaja, mora, se ha interesado por don Fernando de Saavedra, caballero de la guarnición de Orán; éste, cuya extraña conducta, aunque movida por el pundonor, da con su heroísmo en la defensa de la plaza. En La gran sultana se lleva a la escena a una cautiva española, de la cual, enamorado el Gran Turco, la hace su esposa: la sultana favorece a los cautivos cristianos. La obra tiene mucho de farsa, y aun burda, con escenas difícilmente imaginables sobre las tablas.
Cervantes hizo un ensayo de comedia de gran aparato y tramoya con su Casa de los celos, obra en la que a los elementos caballerescos procedentes del tema de Orlando innamorato, de Boiardo, se une la tradición española con Bernardo del Carpio, y escenas pastoriles, y en la que Cervantes ha intercalado varias canciones tradicionales. La acción es muy intrincada.
Quizá la vez que Cervantes estuvo más cerca de conseguir una trampa continua fue en El laberinto de amor. Rosamira iba a desposarse, cuando Dagoberto la acusa de estar amancebada: ella calla. La decisión queda sometida a lucha entre el acusador y un campeón que defienda a Rosamira. Pero todo era añagaza del propio Dagoberto, favorecido amante de Rosamira, para impedir la boda. Esta sencilla trama está unida a otra secundaria, de excesiva complicación para la débil técnica de Cervantes.
Casi sólo la mera sucesión e profesiones de Pedro de Urdemalas (una especie de vida picaresca) es el argumento principal de la comedia de ese título; Cervantes ha tomado para su héroe el nombre de un personaje proverbialmente astuto. Pedro se enamora de la gitana Belica (carácter egoísta, bien distinto de la encantadora Preciosa, la de La Gitanilla). Los deseos de Belica son tan egoístas que Pedro (que también tiene algunos sueños de grandeza) desiste de su amor: se hace estudiante y, en fin, comediante. Mientras tanto, se ha ido desarrollando la acción de la vida de Belica. Las aspiraciones de Pedro y Belica se cumplen por último: las de Belica en la realidad (resulta sobrina de la reina y de ella se enamora el rey); las de Pedro, en la ficción de la escena.
En La entretenida, Cervantes alterna en la escena un plano de galanes con otro de criados; Cardeño, estudiante, enamorado de Marcela, suplanta la personalidad de don Silvestre de Almendárez, un indiano primo de la muchacha; por la otra parte asistimos al gracioso cortejo de la fregona Cristinica por el lacayo Ocaña y por el capigorrón Torrente, pero ella prefiere al paje Quiñones (que no la quiere), y luego, ofrecida a los otros dos, se ve rechazada por todos. La suplantación del indiano termina con la llegada del primo verdadero. Pero tampoco habrá boda por ese lado: el papa niega la dispensa. Cervantes se alaba de su no terminar con boda. Hay otra tercera acción (dos damas de nombre Marcela), llevada muy torpemente. La acción entre los lacayos tiene tono de entremés.
Ocho de éstos publicó en el mismo tomo Cervantes. Dos entremeses están escritos en endecasílabos libres (con alguna rima pareada). En El juez de los divorcios, un viejo, un soldado, un cirujano, un ganapán, entran sucesivamente con sus respectivas mujeres a pedir divorcio. El rufián viudo: Trampagos, el rufián, aparece enlutado; pero vienen amigos, para que elija una nueva compañera; elegida, la alegría aumenta con la llegada de Escarramán, libre, después de las galeras y de la esclavitud en Berbería (Cervantes pone en escena el famoso rufián así llamado, cantado en romances y jácaras, y que dio nombre también al baile).
En La elección de los alcaldes de Daganzo compiten por las varas cuatro rústicos. Entran unos gitanos: bailan y cantan; y, luego, un sotasacristán que protesta de que así se rija el pueblo. Por meterse en lo que no le va, le mantean. La elección queda para el día siguiente.
Entremeses en prosa:
La guarda cuidadosa: un sacristán y un soldado discuten por el amor de Cristinica. El soldado establece su guardia a la puerta de la moza y detiene a los que van a la casa. Cuando lega el amo de Cristina, le dice su deseo de casarse con ella. Aparece el sacristán con un amigo; vienen armados para luchar con el soldado. Sus amos preguntan a Cristina y ella elige al sacristán.
El vizcaíno fingido: a una mujer de mala vida le ofrecen desplumar a un vizcaíno. Pero es ella la burlada con el trueco de una cadena de oro y una de similor; y el vizcaíno también lo era sólo de fingimiento.
La cueva de Salamanca: ausente el marido, una mujer y su criada se disponen a cenar alegremente con un sacristán y un barbero ( y un estudiante, al que habían albergado por caridad). Vuelve, de improviso, el marido. Los tres hombres se esconden. El estudiante se ahoga en el pajar y sale dando voces. Se le ocurre decir al marido que puede mostrarle dos diablos y una cesta de provisiones gracias a la ciencia que aprendió en la cueva de Salamanca. El marido quiere verlos: salen el barbero y el sacristán. Cenan todos. (existía una antigua conseja de una cueva de Salamanca, donde se había enseñado magia).
El retablo de las maravillas: Es modificación de un cuento que ya está en El conde Lucanor. En Cervantes, los engañadores hacen creer a algunos vecinos de un pueblo que quien no vea las figuras de un retablo maravilloso que ellos enseñan es porque tiene sangre judía o no es hijo legítimo. Comienza la representación: los burladores van anunciando unas imaginarias figuras. Los rústicos no ven nada, pero fingen, por no perder opinión de limpios. Llega un furrier para alojara a unos soldados. No ve nada. Los rústicos le dicen que “es de ellos” (de los no limpios). El se acuchilla con todos.
El viejo celoso: en gaño que una mujer, en complicidad con su criada, hace para introducir a un amante. Está en relación con uno de la Disciplina Clericalis.
Los entremeses de Cervantes tienen que figurar, con el Quijote y las Novelas ejemplares, entre lo más animado y eficaz de su producción. La capacidad de interpretación del personaje, de hacerle vivir por medio de sus propias palabras, es muy grande. El tono es de gruesa farsa: el humor y el ingenio no faltan casi nunca; el mágico poder de la palabra cervantina convierte en obritas maestras hasta los cuadros de argumento más baladí.
CERVANTES POETA
Cervantes apareció al público por primera vez como poeta (1569): siguió escribiendo versos hasta su muerte. Una relación de sus poesías ocasionales (para alabar a escritores o a libros) cubriría toda la extensión de su vida; en ella no figuraría ninguna obra maestra.
Dos intentos más importantes son el Canto de Caliope y El viaje de Parnaso. El Canto de Caliope, en octavas reales, apenas es sino una enumeración de poetas contemporáneos, con un breve elogio. Poemas de mucho más valor es El viaje de Parnaso. Cervantes confiesa haber imitado al Viaggio in Parnaso, de Cesare Caporali. La imitación se reduce a una vaga idea general (Caporali va al Parnaso en mula) y algunos puntos concretos. No puede, por su carácter, El viaje de Parnaso seducir la atención del lector corriente y aún menos la del de hoy. Pero es una obra que ha de atraer a quien se interese por la poesía en general y por la de principios del s. XVII en particular y sienta curiosidad y simpatía humana por el poco éxito de Cervantes en el ambiente poético de su época. El poema -viaje de los poetas al Parnaso; lucha y victoria de los buenos poetas y Apolo contra los malos: y por muchas partes listas elogiosas a los buenos y censuras generales a los malos, de los que sólo se nombran unos poquitos- está muy bien pensado y distribuido; el verso de Cervantes es aquí exacto instrumento con el que dice lo que quiere; las descripciones son animadas y graciosas. El indeciso humor cervantino lo llena todo y carga de interés los numerosísimos pasajes autobiográficos.
Entre las poesías burlescas podría citarse el Soneto a la entrada del Duque de Medina en Cádiz (pero hay alguna inseguridad en la atribución) y el que Cervantes tenía “por honra principal” de sus escritos, al Túmulo de Felipe II en Sevilla.
También mucha de la poesía de Cervantes hay que buscarla en sus novelas, preferentemente en La Galatea y en el Quijote, en La Gitanilla, y aun en El celoso extremeño y en La ilustre fregona.
La Epístola a Mateo Vázquez fue descubierta en el s. XIX. Una cuarta de sus tercetos (final de la epístola) son también recitados en Los tratos de Argel. En la epístola, escrita en el cautiverio, Cervantes relata sus servicios y expone el ruego que quisiera dirigir al rey con su lengua “de adulación y de mentir desnuda” para que, atacando Argel, terminara con la vergüenza del cautiverio de 20.000 cristianos. La epístola está escrita, sobre todo en su segunda parte, con gran emoción, y sus tercetos son diáfanos y precisos: a veces se diría presentir en ella las altas calidades de la Epístola moral a Fabio.
No se puede mover el juicio de la posteridad: Cervantes no es un gran poeta; pero en muchas de sus composiciones se vierte la inmensa humanidad de su carácter; y su técnica, cuando no escribió por mero compromiso social, era, contra lo que a veces se dice, excelente. Bastarían la Epístola a Mateo Vázquez y El viaje a Parnaso, además de muchas otras composiciones menores, para probarlo.
PERSILES Y SIGISMUNDA.
El nueve de Septiembre de 1616, menos de cinco meses después de muerto Cervantes, fueron aprobados Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia Setentrional. El libro salió con fecha de 1617.
Los castos enamorados Periandro y Auristela - aunque bajo nombre de hermanos- van juntos por el mundo (al fin de la novela sabremos la identidad de esta pareja y que Auristela tenía voto de ir a Roma). Empieza la narración In medias res (durante una separación de los dos) en una “isla bárbara”, donde Auristela, disfrazada de hombre, está prisionera, y con ella, su ama. Mientras tanto, Arnaldo, príncipe de Dinamarca, también enamorado e Auristela, ha recogido de una balsa a Periandro. A propuesta propia, tratando de saber si está allí Auristela, Periandro, disfrazado de mujer, es vendido a los de la isla; se reconocen Auristela y él (en la isla sacrificaban a todos los hombres que llegaban: Auristela se salva en el último momento al descubrir que es mujer). Auristela y Periandro llegan a Golandia; también ha llegado allí Arnaldo, el cual expone sus deseos de casarse con Auristela. Periandro dice que primero tienen que ir su hermana y él, en peregrinación, a Roma. Arnaldo se ofrece a acompañarlos; en el navío de éste parten todos. Por traición de unos marinos que desean gozar a Auristela y a otra dama, naufragan y quedan de nuevo separados: Auristela y otros, en un esquife; Y Arnaldo y Periandro en una barca. Reunidos de nuevo, Arnaldo decide volver a su patria para ayudar a su padre, y ganar a Auristela, por rey, ya que no por amante. Periandro y Auristela, con otros, se dirigen a España. Esta acción con muchas más aventuras está, además, enlazada a muchas historias particulares: la de Antonio, español que vive en la “isla bárbara”; la de Rutilio, italiano que logra pasar por natural de ella gracias a su fingida mudez; la de Sousa Coutiño, portugués cuya amada se hace monja; la de la lasciva Rosamunda y el maldiciente Clodio; la de Taurisa y los dos que por ella se matan; la del rey Policarpo y su hija; la de dos eremitas y castos amantes Renato y Eusebia, etc.
Son casos extraordinarios de amor y fortuna. Todo en esta parte del libro pasa como entre nieblas, también nórdicas: las descripciones de la naturaleza son generales; hay muy pocos agarraderos en la realidad cotidiana y raras veces aparece el humor, la más característica invención de Cervantes.
El contacto con la realidad es evidente desde que, al principio mismo del libro tercero los peregrinos desembarcan en Lisboa; pasan por Badajoz, Guadalupe, Trujillo, Talavera de la Reina, Toledo, Aranjuez, Ocaña, Quintanar de la Orden, un lugar de moriscos (en el que se libran de un asalto de unos turcos a la costa), Valencia, Barcelona, Perpiñán... En un lugar de la Provenza cae Periandro de una alta torre al querer librar a los que un loco quería arrojar desde arriba. Pasan por Milán, Lucca, Acquapendente y llegan, finalmente, a Roma. Todo ese viaje, desde Lisboa, ha ocupado el libro tercero de la novela, y en él apenas ocurre nada que toque directamente a la pareja protagonista: el autor alaba la mayor parte de las ciudades del recorrido y las caracteriza sin gran pormenor. Las aventuras novelescas las proporcionan los personajes que van encontrando: Feliciana (amores que al fin se arreglan); muerte de don Diego Panaces (de la que acusan a los peregrinos); Ortel Banedre, polaco, salvado por la madre del que mató, deshonrado por la moza Luisa, con quien se casa; amores rústicos en Toledo; en Quintanar el “bárbaro” Antonio encuentra a sus padres; falsos cautivos; traición de moriscos; amores y arreglo de Ambrosia Agustina; fuga de Tomás de bagajero con Luisa; Isabela Castrucho, falsa endemoniada por amores.
En el libro cuarto la novela se ciñe más al argumento principal; surge la rivalidad, por Auristela, del duque de Nemours con Arnaldo. Pero los hechizos de una cortesana que quiso seducir a Periandro afean a Auristela: por esa causa, el de Nemours se aleja y Arnaldo se enfría; sigue el fiel amor de Periandro.
Al final de la obra nos enteramos de que Auristela se llama Sigismunda y es la hija mayor de la reina de Frislanda (tiene una hermana, Eusebia); Periandro se llama Pérsiles y es el hermano menor de Maximino, rey de Tule o Tile (Islandia). A Sigismunda, por temor a una guerra o quizá para favorecer la posibilidad de un matrimonio con Maximino, la había enviado su madre a Tule. Ocurrió que se enamoraron de ella Maximino (éste, ausente, se enamora por un retrato) Y Persiles. Persiles enfermó de amor. Su madre, por conservarle la vida (aun atropellando el gusto de Maximino), favorece el que se ausentasen Persiles y Sigismunda (con promesa de que él respetaría la honestidad de ella) y para disculpa del viaje serviría el voto de ir a Roma. Cuenta Seráfico -ayo de Persiles- que Maximino ha salido en busca de Sigismunda y que está muy enfermo en Terracina con “la mutación”. Vuelto Periandro (o Persiles) a Roma, y vuelta de su anterior acuerdo Auristela (o Sigismunda), es herido Periandro por el rufián de la cortesana, que le había querido seducir. Sobreviene, muy enfermo, Maximino, quien, antes de morir, une, como a esposos, las manos de Sigismunda y Persiles. Arnaldo se casará con Eusebia, la hermana de Sigismunda. Correspondientemente a este aumento de la trama principal en el libro cuarto, apenas hay historias que no se liguen directamente a la historia de Periandro y Auristela.
Es característico de estos libros tercero y cuarto, junto con mayores contactos con la realidad (ahora mucho mejor conocida por el autor), en un aumento de humos, patente ya en pormenores de Luisa la Talavera, en los rústicos amores de Tozuelo y Clementa Cobeña, en los falsos cautivos y los alcaldes del lugar, en la figura de Bartolomé el bagajero (que se fuga con Luisa) y especialmente en la carta que escribe desde la prisión en Roma, en la historia de Isabel Castrucho, la falsa endemoniada, en alguno de los aforismos de un coleccionista de ellos, antes de llegar a Roma.
Abundan en el Persiles los problemas. Resulta dudosa la fecha de redacción: el autor pone la acción unas veces entre los reinados de Carlos V y Felipe II, otras se diría que en el de Felipe III. Es posible que Cervantes tuviera unos trozos redactados hacía mucho tiempo, que luego retocaría y completaría, desde algún tiempo antes de 1613, año en el que, en el “Prólogo” de las Novelas ejemplares, Cervantes anuncia por primera vez el Persiles. Se consideraba ya a pique de publicarlo al redactar el capitulo IV del Viaje del Parnaso (que se imprimió en 1614). Anuncia su publicación en los preliminares de todos los libros que imprime hasta el 31 de Octubre de 1615, fecha de la dedicatoria de la segunda parte de Don Quijote, en donde afirma que dará fin al Persiles “dentro de cuatro meses”.
La cuestión de la época de redacción es importante porque nos permitiría plantear con más tino el problema de la intención de Cervantes: de su Persiles dice “que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza”. Se comprende bien el error inicial de Cervantes al componer La Galatea; se comprende menos que el autor de El Quijote, de Rinconete, del Celoso extremeño, etc., el inventor de la novela moderna, terminara su vida de novelista agarrándose a una técnica, la de la novela bizantina, ya periclitada.
No sabemos aún de que mensaje le quiso cargar Cervantes. Nunca es tan sentencioso como en él el estilo del autor. Los hechos que ocurren en la novela tienen largos comentarios de carácter general moral, unas veces puestos en boca de un personaje, otras, como doctrina del autor. Recientemente parte de la crítica ha hecho grandes alabanzas del Persiles. Lo cierto es que el lector medio no lo soporta. Si Cervantes no fuera su autor, se le consideraría novela de tercer orden. Penetramos en el Persiles por el nombre de Cervantes; ya dentro de él vemos muchas y muy indudables bellezas parciales. Pero no nos engañemos: en su conjunto, es un gran fracaso que más parece obra de un escritor primerizo. Se recomienda al lector que después de leer el Persiles, se lea su luminoso prólogo (de principios de 1616) y notará la diferencia.
EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Primera Parte
La primera parte del Quijote (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la mancha) fue impresa en Madrid, en 1605, en la imprenta de Juan de la Cuesta (en la calle de Atocha): el editor fue Francisco de Robles. La dedicatoria está dirigida al duque de Béjar.
La idea central que del Quijote hoy tiene el hombre moderno es la de una parodia de un libro de caballerías: un hidalgo (Quijada, Quesada o Quijana), enloquecido por sus lecturas caballerescas, se sale de su lugar, un pueblo manchego, y busca aventuras por el campo, en defensa de la justicia y en honor de su dama Dulcinea (en realidad una moza de un pueblo cercano); va montado en un rocín al que ha llamado Rocinante; en un asno le acompaña su escudero Sancho, muy atento a las necesidades materiales, si bien tocado de la locura de su amo, pues cree en la “ínsula” que don Quijote le promete como premio. Se trata, pues, de una imagen sencilla y homogénea.
Sin embargo, esa idea, por lo que respecta a la primera parte del Quijote, dista mucho de corresponder a la realidad de la obra. Es probable que Cervantes, primero, no se propusiera escribir una novela larga; es evidente que luego titubeó y cambió de plan; en fin, tal vez no comprendió entonces la creación de la inmortal pareja, don Quijote y Sancho: temeroso quizá de que la repetición de aventuras de parodia caballeresca pudiera cansar, convierte el argumento principal -hacia el final de la obra- en hilo que sirve para engarzar una serie de novelas originalmente independientes, aunque casi todas las lleva, con extraordinaria habilidad, a enlazarse o trabarse con los hechos de don Quijote y de otros personajes de la acción principal.
El titubeo inicial afecta a los siete u ocho primeros capítulos y va unido a una cuestión muy discutida por la erudición moderna: la del influjo sobre el Quijote de la piececita teatral anónima, llamada El entremés de los romances. Cervantes, en el prólogo, asegura que su propósito era “deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo” tenían los libros de caballerías. Y que ese deseo estuvo en su mente desde la iniciación lo prueba el mismo primer capítulo: el hidalgo se vuelve loco leyendo novelas de caballerías, y en su primera salida se lanza solo (¡Sancho no ha sido inventado aún!) en busca de aventuras. Armado caballero burlescamente por un ventero, ayudado por dos mujeres de mala vida , su primer intento, fallido, es de librar del castigo a un nuño azotado por su amo; el segundo, hacer que unos mercaderes reconozcan la belleza sin par de Dulcinea; pero cae del caballo y un criado de los mercaderes le apalea con la propia lanza del caballero. El pobre don Quijote queda tendido, recitando romances que le parecen venir al caso. Un labrador de su mismo lugar le recoge: don Quijote entonces se cree el Valdovinos del romance del Marqués de Mantua y al labrador le toma por el Marqués; luego -cuando el labrador le lleva hacia su pueblo- pasa en su desvarío al mundo de la ficción morisca y se cree Abindarráez y que el labrador es el alcaide de Antequera; llegan al pueblo y la familia de don Quijote le acuesta.
Conducta extraña: es el único caso en que la locura de don Quijote le lleva s desconocer u olvidar su propia personalidad. En el Entremés de los romances, Bartolo enloquece de leer el romancero, es apaleado con su propia lanza, se cree Valdovinos, saluda a quien le viene a ayudar, tomándole por el Marqués de Mantua, es llevado hacia su pueblo y entonces pasa al mundo de la ficción morisca:se cree Abindarráez y que su interlocutor es el alcaide de Baza; llegados al pueblo, acuestan a Bartolo. El parecido extraordinario entre los capítulos IV-V de la primera parte del Quijote y el Entremés de los romances se remacha aún cuando en el capítulo VII don Quijote, despertándose, prorrumpe en gritos, llevado de su locura, lo mismo que Bartolo en el Entremés. La relación es innegable. Pero, ¿cuál de estas dos obras ejerció influjo sobre la otra? La anterioridad del Entremés es la única hipótesis con la que los datos sobre este problema se organizan en sistema coherente: Cervantes en los comienzos de su obra (o tal vez desde antes de iniciarla) sufrió el influjo de ese pobre Entremés. Los cervantistas, en general, no lo quieren admitir. Ignoran lo que son los misteriosos caminos del arte; y que la gloria del genio no se merma, sino que se aclara, cuando vemos cómo, sobre lo más baladí, él salta a una máxima creación estética.
En esos mismos comienzos (cap. VI) ocurre le famoso escrutinio de los libros de don Quijote (la mayor parte, de caballerías) por el cura, y el barbero del pueblo: muchos de ellos van condenados al fuego. En el capítulo VII aparece por primera vez Sancho; un labrador que se deja seducir por las fantásticas promesas de don Quijote: será su escudero. Con la creación de Sancho, Cervantes había completado la invención de lo esencial. Y ocurre la segunda salida del héroe: don Quijote y Sancho, en busca de aventuras. Se van iluminando, ante nuestros ojos, la de los molinos, la de los frailes, la señora y el criado vizcaíno... (cap. VIII).
Una pequeña interrupción aquí. Pero el autor ha encontrado, nos dice, unos papeles de Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, y la historia prosigue: vencimiento del vizcaíno, aventura de los rebaños de ovejas, del cuerpo muerto, de los batanes, de la bacía del barbero, liberación de los galeotes, aventura de los pellejos de vino y, ya encantado don Quijote, hacia su pueblo, aventura de la procesión de rogativas. En la mayor parte de estos casos, el héroe (que ahora no olvida su propia personalidad) convierte en fantasmagoría lo que ve (los molinos o los pellejos de vino, gigantes; los rebaños de ovejas, ejércitos; la bacía, yelmo de Mambrino, etc.). Sancho, por su parte, ve la realidad, pero, a veces, es seducido por las alucinaciones de su amo.
He enumerado las principales de las aventuras típicas (todas, menos la del vino, en campo abierto). Ésta es la principal y ejemplar actividad del héroe: acción física para imponer la justicia en el mundo a hacer reconocer en él la belleza d Dulcinea. Añadamos algunas otras que no son, en este sentido, aventuras: el apaleamiento por los yangüeses, o imitaciones caballerescas como la confección del bálsamo de Fierabrás, la penitencia de don Quijote en Sierra Morena por remendar a Amadís, etc.
Acciones de loco. Pero, curiosamente, hay otra acción puramente intelectual y moral, en sus palabras, las cuales, salvo cuando tocan en lo caballeresco, son de enorme sensatez; a veces su pensamiento se condensa en largos discursos: de la edad de Oro (cap. XI), de las armas y las letras (cap. XXXVII-XXXVIII).
Quedan, de otra parte, las novelas episódicas: casi todas se agrupan entre los capítulos XXIV y XLVII. Una es una novela que encuentran en la segunda venta y el cura lee a los otros personajes, El curioso impertinente (en ella Anselmo, para probar la virtud de su mujer Camila, obliga a su amigo Lotario a que la pretenda: adulterio; Anselmo comprende su error). Otras suceden en el argumento mismo de la obra: Cardenio prometido con Luscinda; ésta, obligada a dar la mano a don Fernando, el cual ah gozado de Dorotea. Dorotea huye a la sierra, donde se ha refugiado, fuera de sí, Cardenio. Allí, Cardenio primero y Dorotea luego, se van encontrando con los personajes de la acción principal, con los que van a la segunda venta. A ella llegan también don Fernando y Luscinda: todo se arregla. La trabazón con la acción principal ocurre así: cuando, para reducir a don Quijote, el cura y el barbero deciden inventar la historia de una princesa que pide justicia, el encuentro con Dorotea les resulta muy útil: ella fingirá ser la princesa Micomicona, desposeída de su reino. Otra historia es la del capitán cautivo y sus amores con la mora Zoraida; logran escapar de Argel y llegan a la venta cuando en ella están don Quijote y los otros personajes. También llegan el Oidor y doña Clara; enamorado de ésta, les siguen don Luis; luego llegan los criados del padre de don Luis con encargo de volverle a su casa. Todavía Cervantes ha necesitado trabar de algún modo estas dos historias: el Oidor y el capitán excautivo son hermanos; a favor de don Luis intervienen todos los otros personajes. Aparte estas cuatro novelitas enlazadas, hay otras dos historias semipastoriles, colocadas la una muy al principio, la otra casi al final: historia de la desamorada Marcela (caps. XII-XIV), de quien todos los pastores están enamorados y por quien muere el pastor-poeta Grisóstomo; pero ella defiende su derecho a amar libremente. Y la historia de Leandra (caps. L-LII), de quien todos están también enamorados, pero que prefiere las galas y gracias de un soldado que la saca de su casa y la deja robada y abandonada en el monte.
Fuera de estas dos categorías (aventuras caballerescas de don Quijote y novelas intercaladas), queda en el gran cuadro de la obra el fondo, todo lleno de acciones y personajes, en que, quizá, mejor se evidencia la genial capacidad de evocación realista del autor (venteros y venteras, criadas de mesón, mozas de partido, caminantes, arrieros, cuadrilleros, mozos de mulas, caballeros, canónigos, etc.). De vez en cuando, esta realidad se trataba de tal forma que produce nódulos de la más viva y gruesa comicidad: confusiones nocturnas en la primera visita a la segunda venta; Maritornes, que buscaba la cama del arriero, cae en la de don Quijote; éste la retiene creyéndola doncella de él enamorada, pero lamenta no poderla corresponder por fidelidad a Dulcinea; es aporreado por el arriero, que esperaba a la moza; ésta se refugia en la cama de Sancho, el cual despierta despavorida y golpea a Maritornes, y es golpeado por ella, etc. Otra concentración de comicidad -estéticamente superior a la que antecede- ocurre en la última estancia en la misma venta, con la llegada del barbero desposeído de albarda y bacía, y la discusión de la albarda-jaez y el baciyelmo. Todavía, como materia conjuntiva de todas las demás, hay que poner los extensos diálogos de don Quijote y Sancho, siempre renovados a lo largo del libro, en los que Cervantes derrochó gracia y poesía: en ellos se pintan la ingenuidad de amo y escudero y sus distintas reacciones ante la realidad, y ofrecen una gran cantidad de filosofía, ciencia de la vida, crítica literaria y gramatical, noticias folklóricas, etc.
EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Segunda Parte
En el año 1615, en Madrid, por el mismo librero y en la misma imprenta que la primera, apareció la auténtica segunda parte del Quijote.
En sus preliminares llama la atención la entusiasta “aprobación” del licenciado Márquez Torres. Cuenta que unos caballeros franceses le preguntaron por Cervantes y Márquez tuvo que contestarles que el gran novelista era “viejo, soldado, hidalgo y pobre”. A lo que uno de los preguntantes comentó: “Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?”
En el “prólogo”, Cervantes, con el delicioso humor de todos los suyos, contesta moderadamente -como ya dijimos- a los insultos de Avellaneda, y acomoda dos cuentos de loco, el del que hinchaba perros; otro, el del que deslomaba perros dejándoles caer una losa. Contra las amenazas del falsario, de quitarle la ganancia, afirma su fe en la caridad del conde de Lemos y del arzobispo de Toledo, que le protegen.
También está llena de humor la “Dedicatoria”, que esta vez va dirigida al conde de Lemos. Dice en ella que le han invitado de la China para ser alto rector de un colegio donde se leyese la lengua castellana, y que el texto fuese el Quijote, pero que no puede ir por “estar enfermo” y “muy sin dineros”.
El argumento de la segunda parte del Quijote, en esquema, podría enunciarse así: un bachiller, Sansón Carrasco, vecino del lugar de don Quijote, viendo que éste persiste en su locura, con oculta intención de curarle, le anima a una tercera salida; el caballero, con Sancho, se echa de nuevo al camino. El bachiller, fingiéndose caballero, se le hace encontradizo en un bosque y le desafía; pero es derrotado por don Quijote. En un segundo intento, fingiendo ser otro caballero (“de la Blanca Luna”), el bachiller vence a don Quijote en la playa de Barcelona, y le impone como única condición que se retire a su aldea y durante un año no se meta en caballerías (“en el cual tiempo podía ser... que sanase su locura”, pensaba el bachiller). Pero el vencido muere poco después de llegar a su pueblo: antes, recobra la razón. La invención ocurre al principio de ella (cap. II) y es decisiva para el plan de esta parte.
Tiene también gran importancia estructural el tema del encantamiento de Dulcinea, invención de Sancho. Éste hace creer a su amo que una lugareña que encuentra en su camino es Dulcinea, a la cual don Quijote quería ver antes de comenzar las aventuras de su tercera salida. Los duques, unos aristócratas aragoneses, cuando tienen hospedado en su palacio a don Quijote, inventan que Dulcinea será desencantada si Sancho se da 3300 azotes. Sancho se resiste, pero acepta al fin, porque el Duque, que le había prometido el gobierno de la ínsula, le dice que no será gobernador si no se azota. Esto ocurre casi a la mitad de la segunda parte: de ahí adelante el tema de los azotes (don Quijote pide a Sancho que se los dé y Sancho se resiste) reaparece una y otra vez, con más frecuencia hacia el final de la obra.
Don Quijote encuentra muchas aventuras: la de Las Cortes de la Muerte; la del Caballero del Bosque (o de los espejos); la de los leones; la de la cueva de Montesinos; la del rebuzno; la del retablo de Maese Pedro, la del barco encantado; Clavileño, y toda la serie de aventuras que le preparan, con sus bromas, los Duques; la de Tosilos, la de los toros, la de la cabeza encantada, la del Caballero de la Blanca Luna... Un rasgo diferenciador con relación a la primera parte une a casi todas las de la segunda: allí, en la primera parte, don Quijote llevaba la realidad a su mundo quimérico: las ventas eran castillos; los rebaños de corderos, ejércitos; los molinos, gigantes... Aquí, en la segunda, don Quijote suele ver la realidad como tal (las ventas, como ventas; las dos manadas -una de toros y otra de cerdos- que arrollan al caballero ay al escudero, como tales manadas) y cuando se le presenta la carreta con los comediantes disfrazados para representar Las Cortes de la Muerte, en seguida se desengaña y los reconoce como tales comediantes. En la aventura del rebuzno, don Quijote, lleno de sensatez, interviene para calmar a los dos pueblos excitados, aunque todo lo estropea la mala idea de ponerse a rebuznar que le da a Sancho. Son otros personajes de la novela los que adoban la realidad para acomodarla al mundo imaginativo de don Quijote: el bachiller, con intención de curarle, se le presentará dos veces como caballero andantes; los Duques forman un entramado de falsa vida caballeresca, en la que hay damas que proteger (la Trifaldi y Antonomasia), doncellas que se enamoran del caballero (Altisidora), ínsulas para Sancho; colabora también en el juego la misma simpleza de doña Rodríguez y su hija, y el desafío con Tosilos... ; don Antonio Moreno, en Barcelona, añade a ese mundo de fingidas fantasmagorías su invento de la Cabeza Encantada. Otras veces el camino le depara estupendas ocasiones de aventura: así, los leones. Don Quijote bien sabe que son leones y en esa ocasión su locura no es sino un extremado alarde de valentía.
Excepción relativa sería el retablo de Maese Pedro: pero en él, la plasticidad del mundo caballeresco y la vivacidad de la narración, explican bastante el que don Quijote tome la fábula como realidad. También era muy excitante el barco solitario (aventura del barco encantado). En la de la cueva de Montesinos, don Quijote no hace sino tomar por realidad el sueño que tuvo.
Otro rasgo diferenciador de la parte segunda es el general respeto que rodea a don Quijote: es ya un caballero famoso. Los que han leído su vida (es decir, la primera parte) le tratan con consideración; así, por ejemplo, los Duques -aunque le den toda una serie de crueles burlas- no dejan de tenerle estima, y, en cierto modo, respeto; así también los que le conocen por la segunda parte apócrifa, como don Jerónimo o don Álvaro de Tarfe. Pero ocurre que aun a los que no saben de su vida les inspira don Quijote cortesía o admiración: así el caballero del Verde Gabán (testigo del valor antes los leones) y a su mujer y a su hijo el poeta; así a los estudiantes que van a las bodas de Camacho; así a Basilio y Quiteria, a quien él, con estricto sentido de la justicia, defiende; así, al Primo, literato que entra en absoluto en el mundo fantástico descrito por don Quijote cuando le sacan de la Cueva de Montesinos.
Hace Cervantes que su propia ficción, o las consecuencias de ella, entren dentro del argumento de la segunda parte: al principio se le ve lleno de gozo por el éxito de la “Primera” (don Quijote oye con asombro y orgullo la narración de ese éxito, que le hace el bachiller; y de tal éxito se alabará el propio caballero cuando hable con el del Verde Gabán). Un día, durante la redacción de la segunda parte, llegó a Cervantes la noticia de la publicación del Quijote apócrifo: su indignación la traslada a don Quijote: ojea éste el libro apócrifo y no encuentra más que disparates. Estaba Cervantes redactando el capítulo LIX: el tema del Quijote apócrifo, y su reprobación por el caballero, aparecen una y otra vez en muchos capítulos posteriores. Don Quijote decide no ir a Zaragoza (para desmentir al falsario) y un personaje del libro apócrifo, don Álvaro de Tarfe, pasa a serlo de la segunda parte cervantina, para que atestigüe que el Quijote auténtico no es el de Avellaneda.
Éste prometía nuevas aventuras: Cervantes hace morir a su héroe: vencido por el caballero de la Blanca Luna, se dirige a su pueblo a cumplir el retiro de un año, impuesto por el vencedor. Durante el viaje insta muchas veces a Sancho para que cumpla la pena de azotes que libertaría a Dulcinea; Sancho cumple interesada y chapuceramente: cobra un tanto por cada azote y muchos más da en los árboles que en su cuerpo. En otras conversaciones, propone don Quijote a Sancho dedicarse ambos -y aun con los amigos del lugar- a la vida pastoril. Llega el héroe a su pueblo, y -como hemos dicho- enferma y muere, no sin recobrar la razón y abominar el engaño sufrido por él con la lectura de los mentirosos libros de caballerías.
Diferencia notablemente a la segunda parte, en relación a la primera, la escasez de historias episódicas de algún desarrollo: las que hay están tan bien entrelazadas en la acción principal que el lector no las nota como advenedizas: tal ocurre con los amores de Basilio y Quiteria, triunfantes sobre las riquezas de Camacho; y así también, hasta cierto punto, con la historia de los moriscos Ricote y su hija Ana María, y amor hacia ésta de don Gaspar Gregorio. Una breve historia (la de Claudia Jerónima, quien mata por celos a su amante) está dentro dl episodio Roque Guinart y sus bandidos. Esta diferencia que señalamos fue notada y aun premeditada por Cervantes: así lo declara en una ocasión.
Todo en la segunda parte (y ese mismo cambio de técnica que acabamos de indicar) revela que el propio Cervantes tuvo, al escribirla, más respeto por sus personajes y más conocimiento del alto valor estético de la pareja inmortal.
Es imposible dar un juicio exacto sobre el valor comparativo de ambas partes: la primera tiene, sobre todo en algunas aventuras (los molinos, los rebaños, etc., y algunas de las escenas de las ventas), una mayor vivacidad imaginativa; ciertamente d esa vivacidad no se puede decir que se pierde en la segunda, la cual se desarrolla con una estructura más meditada y una mayor penetración psicológica, sobre todo en el carácter de los personajes principales. Las dos se complementan perfectamente.
SOBRE LA GÉNESIS, INTERPRETACIÓN Y VALOR DEL “QUIJOTE”
La crítica ha expuesto toda clase de opiniones sobre el Quijote. Respecto a su génesis, unos creen que Cervantes se inspiró para su héroe en algún ser vivo, por ejemplo, diversos personajes de apellido Quijada y Quijano; aparte el mencionado Entremés de los romances, se ha indicado un estrafalario “hidalgo Camilote” en el Don Duardos, de Gil Vicente, que pudo sugerir, en parte, el tipo y la terminación del nombre de Don Quijote. Evidente es, en ciertos momentos, el influjo de los libros de caballerías parodiados; grande debió ser el de Tirante el Blanco.
También han sido muy variadas las interpretaciones del libro. Se ha creído por algunos que todo él era una crítica de la religión, de la Inquisición, de Carlos V, del duque de Lerma, etc. La retahíla de críticos esoteristas aumenta siempre: hay quienes creen que el Quijote está escrito todo él como un anagrama, etc.
Cervantes salió contra los libros de caballerías; pero su libro pasó inmensamente de su objetivo inicial. La crítica moderna -varia en perspectivas- coincide en considerarle una sátira de toda la humanidad, considerada en sus dos planos: alto ideal y necesidades materiales. El s. XIX los vio representados en don Quijote y Sancho, respectivamente. Hoy se piensa que Sancho entra en la esfera Quijotesca o que oscila constantemente entre la quijotesca y la materialista; pertenecen a esta última el bachiller, los duques, el cura, el barbero, etc.
La universalidad del Quijote tiene dos aspectos:
1. La humanidad se ha visto representada en él.
2. La difusión del libro es verdaderamente universal.
Con el Quijote, la novela de los tiempos nuevos no sólo quedaba creada, sino con dimensión universal, e incorporado a ella el humor moderno, que en Cervantes es irrestañable, amplio, humanísimo.
HUELLA DE CERVANTES
El éxito del Quijote fue muy temprano en España y en el extranjero. Poco tiempo después de la publicación, las figuras de don Quijote y Sancho son citadas en obras literarias y representaciones suyas figuran en diversiones públicas de varias ciudades españolas, mientras tanto, las ediciones españolas de la primera parte, de la segunda y, en seguida, de las dos juntas, impresas en Madrid, Lisboa, Valencia, milán, Bruselas, Barcelona, Amberes, se multiplican, ya en el s. XVII; aumentan con velocidad creciente en el XVIII y llenan el mundo en el XX. Comienzan en seguida las traducciones: en inglés, Shelton publicó la primera parte en 1607 y añadió pronto la segunda; nuevas versiones por Philips, Motteux, Jarvis, Smollet, Wilmot, Clarck, Ormsby. En francés, después de una versión de El curioso impertinente, por Baudouin, 1608, apareció la primera parte en 1614, traducida por Oudin; Rosset tradujo la segunda; en el mismo s. XVII publicó una versión del Quijote (y una continuación al mismo) Filleau de Saint-Martin. Agréguense traducciones: Florian en el XVIII; en el XIX, de Bouchon, Dubourmal, Viardor, Furne, etc. En Alemania, ya en 1617, se publicó una traducción de El curioso impertinente, basada en la citada francesa; Pahsch Basteln von der Sohle tradujo veintitantos capítulos de la primera parte ( se discute si de esa traducción existe una edición de 1621; hay ejemplares de una de 1648) En 1683 se publicó una traducción por J. R. B. (basada en traducción francesa); lo mismo ocurre con las dos que aparecieron en Leipzig en 1734, la una anónima, la otra, obra de cierto Wolf; en 1775 salió la traducción de Bertuch y en 1800 la de Tieck y la de Soltau; el s. XIX vería nuevas traducciones. En italiano, Franciosini publica su traducción en 1622; siguen la d Gamba (ésta reimpresa hasta nuestros días) y otras. Muchas de estas traducciones se han reimpreso innumerables veces. Existen traducciones en todas las lenguas más importantes del mundo.
El público vio primero en el Quijote sólo una mascarada. Ya en el s. XVII hay vislumbres de una crítica más penetrante. Al ir a terminar el tercer cuarto de ese siglo, el francés Saint-Evremond expresa juicios sobre el Quijote que revelan una comprensión del alto valor de la obra. Lo mismo se observa en la crítica inglesa de la primera mitad del s. XVIII (Motteux, Addison, el Dr. Jonson, etc.) . El genio de Henry Fielding y su fama hacen que se propague por Europa el cervantismo e que él -por su apreciación crítica y por el influjo sobre su concepto y técnica de la novela- estaba impregnado. Novelista mucho menor, también Smollet sufre el influjo del Quijote. En alemán, poco antes de mediar el s. XVIII, el suizo Bodmer elogia grandemente el poder de caracterización en el Don Quijote y la mezcla de locura y sabiduría en su héroe; Lessing y Lichtenberg planean una Don Quixotiade, y Wieland, Musaeus y J. G. Müller escriben novelas de inspiración quijotesca; el influjo de Cervantes se mezcla en ellos con el de Fielding. Hay que agregar aún la crítica entusiasta de Gerstenberg, Kästner, Goethe y Schiller, los Schlegel, Schelling, Hegel, Uhland, Heine, Chamisso, Grillparzer, etc.
De este entusiasmo crítico, y de los hallazgos técnicos en que Cervantes y Fielding son modelos, se nutre la gran novela del s. XIX: el romanticismo descubre la “tristeza” de la gran obra (“el propósito del autor no fue risa, fue lágrimas”, Charles Lamb). Wordsworth dirá: “La razón anida en el albergue recóndito de la locura de don Quijote”. Todos los grandes novelistas del s. XIX han sufrido su influjo: Manzoni, Dickens, Flaubert, y, entre los rusos (además de Pushkin, el gran poeta romántico que admiraba a Cervantes), Gogol, Turguéniev, Dostoievski y Sologub. Don Quijote fue traducido al ruso por primera vez en 1769.
En el s. XX notamos un cambio en la brújula del cervantismo: al entusiasmo romántico por la figura del héroe, de don Quijote, que llega hasta el centenario de 1905, y que es patente aún el la Vida de don Quijote y Sancho, de Unamuno, seceden ahora, de una parte, aislados pero significativos brotes de reacción antiquijotesca (Hatzfeld niega las características tradicionales del héroe en don Quijote), y de otra parte, un interés por el Quijote como obra de arte, ya en un sentido filosófico (Ortega y Gasset), ya en uno de análisis literario del lebguaje (Hatzfeld). Cervantes pasó también a ser objeto de indagación y controversia. Junto a la idea del ingenio lego (C. De Lollis) surge la de una mente cultivada y formada con la cultura de su tiempo.
LA FIGURA DE SANCHO PANZA
Personajes
La génesis literaria de Sancho Panza: Hoy en día bastante se dista de conocer con certeza y detalle la ascendencia y el proceso de la elaboración de Sancho Panza como protagonista dual del gran libro. Principalmente, la incógnita es la procedencia de su nombre. Una de las teorías, a título de pura hipótesis, es que tal vez habría surgido Sancho de alguna persona que empleara Cervantes como criado de confianza en la época de sus ajetreadas comisiones andaluzas.
La marcha del rumbo de esta investigación la inició Charles Philip Wagner en su investigación sobre El Cavallero Zifar. Existe en aquel vetusto relato caballeresco un curioso personaje llamado el Ribaldo, que llega a convertirse en acompañante más bien que escudero del héroe, a quien trata con la familiaridad más campechana y saca de apuros mediante chuscos y hábiles trucos. El parecido con Sancho se acentúa si se toma en cuenta la frecuencia con la que el Ribaldo cita refranes y tiende a inspirar en ellos su conducta. También puede parecer curioso cierto proceso suyo de acaballeramiento, que al final del libro lo convierte en andante con todas las de la ley, en forma que puede recordar vagamente el progresivo refinarse de Sancho al lado de su señor y que culmina en la Segunda Parte del Quijote.
Hay varias tesis sobre su procedencia pero esta es, sin duda, la de mayor acogida entre los estudiosos del tema.
El nombre de Sancho Panza de utiliza también en refranes, hasta convertirse él en el protagonista de estos. Un claro ejemplo es: “Allá va Sancho con su rocino”
Sancho vale en muchos de estos refranes como sinónimo de quidam, sin duda por hallarse muy difundido entre la gente pechera.
Para el pueblo, el nombre de Sancho es “por sí solo, símbolo de la gramática parda y rusticidad maliciosa”. Sancho precede, pues, del folklore, pero el Panza apunta con insistencia a la literatura dramática.
Sin duda, el gesto más característico de este personaje son sus refranes, con los que bien aconseja al héroe. Ejemplo de ellos son éstes:
Juro a diez qu'en mi lugar
También he yo pregonado,
Y en comensando a sonar
Yo hazía rebuznar
Todos los asnos del prado.
Qué gentil rebuznador
Me he hallado!
Di, quieres se mi criado?
Preguntan siempre el por qué
Cuando algunos presos van,
Y el alguacil que los ve,
Responde: “Yo no lo sé,
mas id, que allá os lo dirán”
Oy día no tiene algo
Sino quien barbulla y trata,
Mas el pobre del hidalgo
Un rocín biejo y un galgo
Con que alguna liebre mata
En más tiene el bizcayno
Ser un hombre hijo de algo
Y cristiano biejo y fino
Que rico siendo enjuíno
Aunque más pobre que un galgo.
Por no tener que pechar
Está libre de pagar
Y con esto está muy ancho,
Assí que reuienta Sancho
De hidalgo de solar.
QUIJOTIZACIÓN DE SANCHO
Hay algo indiscutible, respecto a Sancho Panza, es la seguridad con que actúa desde su entrada misma en la escena; seguridad de hombre forme, terco, que a toda costa quiere prevalecer sobre los demás; cada vez que le ponen la zancadilla responde airado, ataca a fondo. Por ejemplo, cuando el Ama le quiere impedir la entrada al aposento donde reposa su amo o le acusa de inducir al loco a peregrinar por andurriales, Sancho insulta al Ama y asegura que el engañado es él, que todavía está esperando una ínsula que no acaba de llegar.
Esta misma actitud se refleja en la impaciencia con que recibe las correcciones: cuando Sansón Carrasco le enmienda alguna palabra, Sancho se encoleriza; igualmente si don Quijote increpa al prevaricador del buen lenguaje; se atreve el caballero del Bosque a admirarse de un escudero tan charlatán y, apenas reprime Sancho el insulto. (Parte II, capítulo XII)
Conclusión obvia de estas anotaciones es la conciencia de dignidad que Sancho va adquiriendo por el trato con su señor. Se confirma más esta tesis si se observa que, al contrario, es él quien enmienda a su mujer las incorrecciones gramaticales y es Teresa Panza la que protesta de esta actitud: “después que os hicisteis miembro de caballero andante habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda”.(Parte II, capítulo V).
Sancho, es cierto, parece cada vez más idealista. Sueña constantemente con la ínsula prometida; lo que para don Quijote es la gloria y la justicia puras -ideales utópicos-, es para Sancho la utopía de su encumbramiento. Se le ofrece el pensamiento de la ínsula como algo mejor que la más dulce golosina ( parte II, cap. II); no es necesario que espere unos años para ser más hábil, en el gobierno, ni le falta a él caletre para el oficio; otros gobernadores hay peor que él, que ni le legan a la suela del zapato (parte II, cap. III); está seguro de sus cualidades: “he tomado el pulso a mí mismo, y me hallo con salud para regir reinos y gobernar ínsulas, y esto ya otras veces lo he dicho a mi señor”.(Parte II, cap. IV)
Todo lo anterior se podría excusar para probar la quijotización de Sancho, reseñando el punto más interesante: que el realista, el materialista escudero que sólo valoraba lo tangible, está dominado por el afán de gloria e inmortalidad como su amo.
Se ha enterado Sancho de que se han escrito las aventuras del amo, y anuncia la nueva a don Quijote con un apéndice muy significativo: “dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza”; “a buen seguro que entre los palos de mi señor, se hallen los míos... “. (Parte II, capítulos II y III)
Este gusto nunca experimentado de verse famoso, con su lógica consecuencia -tufillo de vergonzante soberbia-, reafirma más su seguridad; por eso en seguida empieza a poner tachas a la obra: que llame “doña” a Dulcinea del Toboso (parte II, cap. III; que el autor tenga interés por el dinero y no por la fama -¡obsérvense cómo parece haber cambiado el escudero!- (parte II, cap. IV); que se haya atrevido a poner la mano sobre él y dejarle mal parado... (parte II, cap. III).
Sin embargo, él prefiere ser famoso por encima de todo, aunque desdiga de su condición de cristiano viejo:
“Pienso que en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco que de nosotros había visto debe de andar mi honra a coche acá, cinchado, y, como dicen, al estricote, aquí y allá, barriendo las calles. Pues a fe de bueno que no he dicho yo mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes, que pueda ser envidiado, bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo mis ciertos asomos de bellaco; pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca artificiosa; y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente, en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos1, debían los historiadores tener misericordia de mi y tratarme bien en sus escritos. Pero digan lo que quisieren; que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren” (Parte II, capítulo VIII)
1) Fuera o no Cervantes cristiano nuevo, no hay duda que ironiza al hacerle decir a Sancho, como título de honra, equiparable a su malicia, el ser enemigo mortal de los judíos, al lado mismo de su confesión extemporánea de catolicidad. Lo que no se puede decir es si el mismo Sancho no se estará burlando, ejemplificando su teoría: que bajo la capa de simpleza natural, nada artificiosa (burla de Sancho), es algo malicioso y tiene sus asomos de bellaco.
No se puede dudar de que Sancho no esté demasiado lejos de la locura idealizante de su amo; el ansia de inmortalidad le ha entrado en el cuerpo, y ahora es él quien no reposa en el deseo de salir para hacer grandes hazañas: “yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes que pueda componer no sólo la segunda parte, sino ciento... Lo que yo sé decir es que si mi señor tomas mi consejo, ya habíamos de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros”. (Parte II, cap. IV)
Por todo esto no es extraño que se repita con insistencia esa característica que ya ha sido anotada en todas las ocasiones que este tema sale a la luz: a pesar de la antítesis de los dos personajes, siempre que se da un juicio sobre ambos, se les identifica en una misma locura:
“-No pongo yo duda en eso -respondió el barbero-; pero no me maravillo tanto de la locura el caballero como de la simplicidad del escudero, que no se lo sacarán del casco cuantos desengaños puedan imaginarse.
-Dios los remedie -dijo el cura-, y estemos a la mira: veremos en lo que para esta máquina de disparates de tal caballero y de tal escudero, que parece que los forjaron a los dos en una mesma turquesa, y que las locuras del señor sin las necesidades del criado no valían un ardite”.(Parte II, cap. II)
Para completar este paralelismo, parece que Sancho se esfuerza en comunicar su misma locura a Teresa, su mujer. Ella no sueña con príncipes azules para Sanchica, la hija casadera, sino en el rollizo y sanote Lope Tocho, hijo de Juan Tocho, tras limpiarle previamente las narices, como dice el refrán. Teresa es ahora quien arrastra hacia la realidad a Sancho. (Parte II, cap. V)
Insensiblemente, el estilo Quijotesco se le ha ido pegando a Sancho; don Quijote lo ha ganado para su locura, y es que, dice La Rochefoucauld, “hay locuras que se atrapan como enfermedades contagiosas”.
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Enviado por: | Larosky |
Idioma: | castellano |
País: | España |