Economía y Empresa


Mercantilismo


El Mercantilismo

El período del mercantilismo abarca más o menos desde 1500 a 1750. Políticamente, está relacionada con el absolutismo y con el ejercicio por parte de los estados de una política de poder frente a sus vecinos y de expansión colonial en ultramar. Por esa razón el término Mercantilista también es útil, para Adam Smith es denotar todo tipo de interferencia dañina, imprudente, burocrática y, por supuesto, inútil en la vida económica.

'Mercantilismo'
Los autores mercantilistas no forman una escuela de pensamiento, y tampoco son responsables de las políticas aplicadas por los gobiernos de su tiempo. Si algo tuvieron en común los autores mercantilistas es que fueron personas influyentes de la sociedad; entre ellos encontramos ministros de su majestad, hombres de estado, consejeros de príncipes, magistrados y abogados. Todos pertenecen a las esferas del poder político, espiritual, financiero o jurídico. En España, por ejemplo, nos encontramos con eclesiásticos y funcionarios de casas de moneda y de contratación. En Francia se tratará de legistas y funcionarios. En Inglaterra serán principalmente comerciantes que se ocupan del comercio internacional. Por ello no es sorprendente que las ideas del mercantilismo nazcan de discusiones sobre problemas económicos particulares para los que se trataron de encontrar respuestas concretas, precisas, y sobretodo prácticas.

Todas las reflexiones económicas están orientadas más hacia la acción que hacia la construcción de un cuerpo sistemático de ideas o de una teoría económica coherente. Los autores que describiremos no teorizan mucho y explican más bien poco. Sus temas son circunstanciales y limitados. Estos autores critican, recomiendan, aconsejan, afirman o desmienten y, por todo ello, es ilusorio buscar entre todas esas ideas una coherencia que no tienen y que tampoco reivindican. Si quisiéramos definir los temas centrales del mercantilismo sólo podríamos hacerlo de un modo indirecto, viendo el contenido de las principales obras y uniendo razonamientos fragmentarios.

Las ideas mercantilistas responden a las situaciones del momento. Sin embargo, para ellos la vida económica está siempre en el primer plano y en sus escritos se expresa la variedad de sus circunstancias, la diversidad de sus personalidades, los conflictos de intereses, etc. El pensamiento mercantilista tiene la riqueza, la complejidad, y las contradicciones de la propia vida económica. Una forma de empezar es preguntarnos ¿cuál es para estos autores la finalidad de la actividad económica y, en consecuencia, de sus recomendaciones? La respuesta simple es que el objetivo de la economía es el aumento de la riqueza de la nación. El gran tema de reflexión es entonces por qué medios enriquecer la nación. Más allá de su diversidad, los mercantilistas comparten entonces una cierta idea de la nación, del Estado y del poder. Pero esto nos lleva a otra pregunta: ¿de qué tipo de riqueza se trata? ¿Qué tipo de cosas forman la deseada riqueza nacional? Estos dos temas, la concepción del Estado y la definición de lo que realmente constituye la riqueza, serán el tema del primer apartado de estos apuntes.

A partir de esas ideas básicas se pueden organizar los temas restantes. Estos temas, que estudiaremos en su orden, son, en primer lugar, un conjunto de variaciones alrededor del dinero (dinero y riqueza, dinero y precios, dinero y tipo de interés, tipo de cambio y balanza de pagos. Y en segundo lugar, está un conjunto de temas relativos a la población, el trabajo y la industria.

La Nación y la Riqueza

El espíritu del mercantilismo se opone claramente a las ideas medievales. Esto se traduce en que desde el siglo XVI la política será una cuestión separada de la religión, la economía un tema distinto de la justicia, y los negocios de la moral. Pero si la economía política se deshizo de la tutela de los valores trascendentes fue sólo para integrarse mejor en el marco político de la nación y del estado.

DEFINICIÓN

El mercantilismo es una doctrina de pensamiento económico que prevaleció en Europa durante los siglos XVI, XVII y XVII y establecía que el Estado debe ejercer un severo control sobre la industria y el comercio para aumentar el poder de la nación al lograr que las exportaciones superen el valor de las importaciones. El mercantilismo no era en realidad una doctrina formal y consistente, sino un conjunto de firmes creencias, entre las que cabe destacar la idea de que era preferible exportar a terceros que importar bienes o comerciar dentro del propio país; la convicción de que la riqueza de una nación depende sobre todo de la acumulación de oro y plata; y el supuesto de que la intervención pública de la economía es justificada si está dirigida a lograr los objetivos anteriores. También se fomentó el crecimiento de las industrias porque permitirían a los gobiernos obtener ingresos mediante el cobro de impuestos que a su vez le permitían costear a los gastos militares. Asimismo la explotación de las colonias era un método considerado legítimo para obtener metales preciosos y materias primas para sus industrias.

Este sistema se basaba en la propiedad privada y en la utilización de los mercados como forma de organizar la actividad económica. A diferencia del capitalismo de Adam Smith, el objetivo fundamental del mercantilismo consistía en maximizar el interés del Estado soberano, y no el de los propietarios de los recursos económicos, fortaleciendo así la estructura del naciente Estado nacional. Con este fin, el gobierno ejercía un control de la producción, del comercio y del consumo.

El monopolio mercantilista

Fue monopolio en el sentido de que España era el único vendedor y el único comprador, según lo pedían las doctrinas estatistas de los teóricos del mercantilismo.

Contra ese único comprador y vendedor protestaban los países con mercantilismo de flotas y fletes como Inglaterra y Holanda. Pero Inglaterra era también cerradamente monopolista, ya que según el Acta de Navegación de Cromwell, todo el comercio vino a quedar en manos de los ingleses y en barcos de esa nacionalidad.

El mercantilismo en Inglaterra y Francia dieron excelentes resultados.

Para España

Ventajas: El sistema le permitió un efectivo control del comercio con los reinos de Indias, gracias al sistemas de flotas y al régimen de puerto único.

Inconvenientes: Avivó el ingenio y la apetencia de los contrabandistas, no sólo ingleses y holandeses sino también españoles. Incluso las autoridades se mezclaron con el contrabando, que resultó siempre un magnífico negocio en perjuicio de la Corona.

Para América:

Inconvenientes: Restringió mucho el comercio, encareció enormemente los precios, fomentando, de esta manera el descontento.

Ventajas: Al ser las mercaderías costosas, los americanos prefirieron elaborarlas en el país. Instaurando así, una industria manufacturada.

El contrabando

El régimen español de los siglos XVI y XVII y la prohibición impuesta a los extranjeros de comerciar con las posesiones americanas, trajeron como consecuencia el contrabando o comercio clandestino que no pagaba derechos aduaneros, violaba y defraudaba al fisco.

En el Río de la Plata, muchas veces las embarcaciones procedentes de Sevilla se detenían en el Brasil, para cargar allí los géneros e introducirlos luego en Buenos Aires.

Otras veces las naves penetraban en el estuario del Río de la Plata, y pasaban a los barcos españoles su cargamento, en retorno de los frutos del país que éstos cargaban clandestinamente.

La Colonia de Sacramento y las Antillas, fueron los dos focos principales del contrabando con Hispanoamérica. Estas posesiones españolas fueron utilizadas por Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal para arruinar el comercio de España.

A efectos de cortar todos estos abusos del contrabando, los comerciantes de Cádiz fueron autorizados a enviar buques de registro sueltos. Esta medida fue utilísima para el Río de la Plata, que pudo obtener los artículos europeos en más abundancia y menor precio.

Como enriquecer una nacion

Algunas veces se ha dicho que el mercantilismo está basado en una falacia de composición: si algo es bueno para una persona, también es bueno para la sociedad en su conjunto (es decir, para la Nación. La Nación, como el comerciante, se enriquece cuando hace beneficios; es decir, cuando vende más y más caro de lo que compra. Además, estas ganancias del intercambio con otras naciones se suman unas a otras y pueden acumularse en stock monetario de metales preciosos. El enriquecimiento se concibe entonces como una acumulación de la riqueza por excelencia: los metales preciosos. Los mercantilistas no entienden la riqueza como bienestar o como mejora en los niveles de vida de los súbditos, más bien de lo que se trata es de construir e incrementar un patrimonio. De ahí que los dos temas principales sean precisamente el dinero y la balanza comercial.

Tampoco el mercantilismo reconoce ventajas mutuas y compartidas entre las naciones que participen del comercio internacional. Más que socios comerciales que buscan acuerdos mutuamente favorables, el mundo del comercio se conforma entre naciones rivales. El comercio entre mercaderes y, por analogía, entre naciones, se percibe necesariamente como un juego de suma cero, nadie puede ganar a menos que otro pierda. Los mercantilistas no ignoran que un país sólo puede conseguir un excedente en el comercio internacional a costa de los déficit de los otros. El objetivo de enriquecer la nación es conflictivo; para que unos prosperen otros deberán empobrecerse; la riqueza propia se obtiene de detrimento de la fortuna de los vecinos. Por esos motivos, no es sorprendente que, junto con la diplomacia y con la guerra, las políticas económicas de la época se integren dentro de una estrategia general de poder. Aunque para nosotros resulte chocante, tampoco sorprende la agresividad nacionalista y a menudo xenófoba de los mercantilistas. A. De Rojas, un mercantilista español dirá, que la riqueza: “se debe adquirir por todos los medios sin excepción, incluso por las fuerzas de las armas: he aquí una máxima invariable y susceptible de demostración”. También se puede citar la fórmula del más ilustre mercantilista francés, Antoine de Montchrestien: “todo lo extranjero corrompe”.

Pero no debe perderse de vista que las ideas del mercantilismo sirvieron de caldo de cultivo al liberalismo que luego alcanzó su auge en la economía clásica. A la agresividad y conflicto con el extranjero se opone la solidaridad y la cooperación al interior del país. Al contrario de lo que ocurre entre las naciones, para muchos mercantilistas dentro del mismo país el interés privado y el interés colectivo no están en conflicto. El enriquecimiento de un individuo no constituye un obstáculo al enriquecimiento de otros. Todo lo contrario, la prosperidad individual se puede extender sin limitación dentro de las fronteras nacionales. Los métodos del éxito se pueden copiar, y a través de la copia de generalizan. Así, encontraremos en los mercantilistas una concepción elemental de la solidaridad económica.

Si la fuente de la riqueza se adquiere a través del comercio, ¿Qué papel juega la producción interna? ¿Los bienes producidos son o no son parte de la riqueza? Sobre este tema, los mercantilistas tendrán distintas ideas. Para Montchrestien en casa de los trabajadores industria y prosperidad son sinónimas. Sin embargo, muchos mercantilistas sólo tuvieron en cuenta la producción interior como una forma de orientar los intercambios internacionales. Para estos últimos, producir es, en primer lugar, producir para exportar más e importar menos. La producción podrá ser una fuente de riqueza.

Un estado fuerte e intervencionista.

Para los mercantilistas los estados que prosperan son los estados poderosos. La fuerza es la mejor garantía de éxito de los intereses individuales, el comercio exterior sólo prospera cuando la armada del príncipe protege al mercader, y cuando la expansión colonial y la guerra abren nuevos mercados. Del mismo modo, el comercio interno sólo se desarrolla cuando impera la paz civil y está protegida la propiedad privada.

Fue Montchrestien el autor que defendió con mayor convicción la omnipresencia del Estado, y quien llevó a cabo más lejos el argumento de su necesaria autoridad. Las áreas de intervención del Estado pertenecen al fondo común del mercantilismo: la ley, el orden, la seguridad, la garantía de la propiedad, la seguridad del comercio, entre otras. Pero el Estado de velar por el pleno empleo, ya que el paro es un desperdicio de recursos y crea un déficit de riquezas que deberá ser cubierto comprando en el extranjero. Por ello, hay que obligar a las personas a trabajar y crear talleres con ese fin. El Estado debe jugar también un papel en la formación de las personas a través del desarrollo de la enseñanza y como responsable de la educación de los huérfanos. Además, el Estado debe intervenir en la industria protegiendo las invenciones, creando monopolios gracias a los privilegios que conceda, entre otros. En materia de comercio exterior, el Estado debe proteger los bienes que produzca o pueda producir la nación, pero debe defender la libertad de comercio en lo que se refiera a los bienes que la nación no produzca. Finalmente, el estado debe estimular la colonización, ya que ésta permite reabsorber los excedentes de la población, aumenta la demanda de bienes y da acceso a nuevas fuentes de materias primas. Las ideas de Montchrestien son representativas de la corriente mercantilista francesa.

El Dinero y la Tasa de Interes.

Por encima de todo, para los mercantilistas la abundancia de dinero tiene una ventaja indudable: permite la disminución del tipo de interés. Cuando el tipo de interés es alto, los mercaderes más afortunados se retiran, ya que para ellos es más seguro y más rentable prestar el dinero que dedicarse directamente a los negocios. Los negociantes jóvenes y endeudados se ven conducidos a la ruina o desmotivados, ya que lo esencial de sus beneficios sólo sirve para cubrir el servicio de los préstamos. De la misma manera, y esto es lo más importante para Culpeper, las inversiones agrícolas disminuyen y el valor de la tierra cae abruptamente. Sin duda este razonamiento, y no es el primero que mencionamos de ese tipo, tiene un cierto sabor keynesiano. El tipo de interés es el rendimiento mínimo requerido por la inversión; si dicho mínimo es muy alto, numerosos proyectos se convertirán en no rentables y serán abandonados; en tanto que, por el mismo motivo, se retirarán los capitales ya comprometidos. Abandonar los negocios se hace más interesante que dedicarse a ellos; como la inversión es cada vez menos rentable, se corre el riesgo de que los créditos terminen financiando en mayor proporción los gastos de consumo. Una baja tasa baja de interés es considerada entonces algo favorable al comercio. Pero esa es sólo una condición necesaria y no suficiente para la prosperidad de los intercambios. Thomas Mun, se encargará de señalar con justicia, que un tipo bajo de interés puede no ser más que el reflejo de un comercio deprimido y en consecuencia de una baja demanda de capitales. Con esta excepción, los mercantilistas piensan que una baja tasa de interés es el resultado de la abundancia monetaria. Muchos años más tarde se descubrirá que todo el argumento para defender esta conclusión está basado en la incapacidad de distinguir entre el concepto de dinero, el de capital y el de fondos prestables. A riesgo de simplificar, podemos decir que, para los mercantilistas, esos tres conceptos distintos se funden en una y la misma cosa: la riqueza (influencias teológicas aparte. Si la nación posee mucho oro y plata ( es decir, dinero), la inversión será abundante (acumulación de capital), y el crédito barato (fondos prestables. Pero, ¿qué debe hacer el gobierno si se encuentra con una situación de escasez monetaria? Si eso ocurriera la ley debe suplir al mercado. Culpeper, por ejemplo, pide que se limite severamente el tipo de interés autorizado con el fin de poder competir con los holandeses que se benefician de tasas más bajas que los ingleses. La exigencia de un respaldo legal es, con una frecuencia comprensible, la única respuesta de los comerciantes en el conflicto que les enfrenta al poder financiero. Ambos intereses, los del banquero y el mercader, son claramente contrapuestos y los mercantilistas se preocuparán por distinguir con claridad entre la tasa de interés (legítima) y la usura (abusiva); una distinción artificial que sólo es un síntoma de las limitaciones del análisis.

La politica de la balanza comercial.

A menudo se asocia mercantilismo con proteccionismo. Sin embargo, en esta afirmación puede ser objeto de muchos matices. Como observa Keynes: "No se puede decir que se obtiene el máximo excedente de la balanza comercial mediante el máximo de restricciones a las importaciones. Los primeros mercantilistas insistieron vivamente sobre este punto y a menudo combatieron las restricciones comerciales ya que a la larga tales restricciones se habrían convertido en un obstáculo para una balanza comercial favorable". Los grandes comercialistas ingleses, como acabamos de ver, eran mucho más favorables a la libertad de comercio, eso sí, acompañada de una política aduanera moderada. En la época, nada de lo anterior impide la existencia de una verdadera política comercial. En primer lugar, el Estado debe, a través de una potente flota, garantizar la seguridad de los barcos mercantes. En segundo término, hay un largo catálogo de medidas que ayudarán a maximizar el excedente comercial. Por ejemplo, evitar exportar las materias primas (hay que transformarlas y exportar productos finales); o bienes de subsistencia (no hay que depender del extranjero para alimentarse); desestimular las importaciones de bienes de lujo (se parecen demasiado a los metales preciosos, pero carecen de utilidad); reservar el transporte internacional a los nacionales (es un elemento "invisible" de la balanza comercial y no hay que dar facilidades a la competencia); Incitar a los comerciantes extranjeros instalados en el territorio a consagrar sus ganancias a la compra de productos nacionales (por razones obvias); al contrario, incitar a los comerciantes nacionales en el extranjero a repatriar sus ganancias; exportar los bienes con mayor contenido de mano de obra (para favorecer el empleo) y, eventualmente, obligar a trabajar a los pobres e indigentes, preferiblemente para la exportación. El que esto sea o no proteccionismo es algo relativo. En los países dominados comercialmente, estos consejos toman la forma de un auténtico proteccionismo, con restricciones cuantitativas a los intercambios, derechos de aduana prohibitivos, subvenciones a las exportaciones. El poder de la nación está en juego en la conformación de un tesoro. Además, se hace valer la necesidad de proteger a las industrias nacientes, o a los sectores claves. También se debe proteger el empleo. En definitiva, el liberalismo comercial, como casi todo, una prerrogativa de quienes pueden permitírselo.

Poblacion, Trabajo e Industria

Si para los mercantilistas el dinero es la riqueza, la abundancia de brazos es una forma muy cercana al dinero. Un tesoro y una población importante se presentan a menudo como los dos pilares del poderío nacional. Para Montchrestien, los hombres son incluso el elemento esencial: "de estas grandes riquezas, dice, la más grande es la incomparable abundancia de hombres". Pero los mercantilistas también ofrecen matizaciones y precisiones al respecto. En primer lugar, la población no debe sobrepasar la oferta de bienes de subsistencia, como menciona por ejemplo Botero (en Las causas de la grandeza y la magnificencia de la ciudad, 1588. Una población numerosa crea, sin duda, condiciones económicas favorables en el mercado de trabajo debido a su influencia sobre los salarios. Pero también es necesario que tal población encuentre un empleo; en caso contrario se convierte en una carga y en un peligro. Son numerosos los mercantilistas que consideran el paro, no sólo como una pérdida de producción potencial, sino como la fuente de hábitos de ociosidad de relajamiento y finalmente de la decadencia de la nación. Para muchos hay que obligar a las personas a trabajar. El intervencionismo aparece ahora en el mercado de trabajo. Es necesario emplear a la población, pero hay que hacerlo racionalmente. En ese campo, el estado debe "disponer con juicio que cada uno vaya al oficio adecuado" (Montchrestien. De ahí la idea de desarrollar la enseñanza, controlar el aprendizaje, reglamentar la organización de los talleres. Para muchos mercantilistas existe sin duda un óptimo de población. Si la población es insuficiente, hay que atraer obreros del extranjero; en caso contrario, hay que estimular la emigración hacia las colonias, lo que además tiene la ventaja de eliminar "mentes calientes" y de crear demanda en el exterior. En general los mercantilistas no se interesaron demasiado por desarrollar la producción interior. En este caso fue también Montchrestien quien subrayó la importancia de la iniciativa individual, de la búsqueda de beneficios y de la división del trabajo como motores de la economía. También fue él el primero en insistir sobre el papel esencial del progreso técnico. El progreso técnico alivia la carga del trabajo, disminuye los costes hace bajar los precios y, en definitiva, aumenta la productividad. La agricultura es para él, sin duda alguna, la base de la prosperidad, pero el sector privilegiado del progreso técnico es el industrial. En la industria y el comercio los beneficios son mayores que en la agricultura. Finalmente, el progreso técnico influye sobre la organización del mercado; el empresario que innova goza de un monopolio lo que aumenta sus ganancias. Esta situación será modificada por los nuevos productores atraídos por las ganancias excepcionales o por nuevas invenciones. Por primera vez se establece una relación entre innovaciones, beneficios y progreso. Al final del período mercantilista, se relacionan los tres conceptos, población, empleo e industria con el concepto de balanza de la industria. Nicolás Barbon (1640-1698) en su Discurso Sobre el Comercio (1690), subraya que la compra de bienes extranjeros significa la compra de mano de obra extranjera (y a la inversa. Una buena política comercial debe entonces ser tal que el total de salarios ingleses pagados por los extranjeros (a través de las exportaciones), sea superior que el de los salarios extranjeros pagados por los ingleses (a través de las importaciones. Como se puede ver, la idea consiste en hacer financiar al extranjero el empleo y las subsistencias nacionales. El propio Barbon propone evaluar las exportaciones por la cantidad de trabajo incorporado en su producción y juzgar la política de importaciones de materias primas en función del empleo que ellas permiten.




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Enviado por:Marcela Bénétrix
Idioma: castellano
País: España

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