Maribel y la extraña familia: excelente versión de un gran Mihura
Por Horacio Otheguy Riveira
Una espléndida Compañía da vida a la locura de amor entre un rico timorato y una chica de alterne
Un clásico del teatro español del siglo XX en una puesta en escena muy brillante que empieza con un número musical de la época y cierra con un fin de fiesta de toda la compañía, delicioso final después de algunas lágrimas conmovedoras. Estas son algunas de las felices sorpresas de la visión de un gran director como Gerardo Vera, que así debuta en la comedia.
Escenógrafo y realizador cinematográfico, tras varios años dirigiendo el Centro Dramático Nacional con buena mano, Vera montó clásicos muy complejos: Divinas Palabras, Un enemigo del pueblo, Platonov; un prodigioso texto contemporáneo, Agosto, y Woyzeck, el clásico expresionista, en un montaje escalofriante en el que destacaba la sexualidad de su coprotagonista femenina en la piel y la voz de Lucía Quintana, quien ya había logrado admirables creaciones: Cara de plata, La cabeza del Bautista, Cyrano de Bergerac, En la luna... Fue un encuentro clave para que director y actriz se unieran en esta Maribel que es a su vez el primer gran protagonista de Quintana.
"No somos como nos pensamos, sino como los demás nos ven"
En el año 1959, una chica de alterne del Salón Oasis de Madrid llega a la casa del tímido Marcelino (Markos Marín), y lo hace confiada en que al fin se ha decidido a ir más allá de miraditas encendidas. Viste provocativo escote y vestido ajustado, bien dispuesta a divertirse y divertir haciendo buen negocio. Pero no encuentra lo que pensaba: se topa con un hombre más tímido todavía, protegido por sus ancianas tía y madre (Alicia Hermida, Sonsoles Benedicto) empeñadas en tratarla como una chica moderna, ideal para casarla con el heredero de una próspera fábrica de chocolates.
Maribel quiere huir de tanto loco, pero acaba bebiéndose un coctel especialmente preparado por la más chispeante protectora. El personaje crece, cambia en la forma de hablar, de comportarse, se siente muy feliz, vuelve a dudar de la sensatez de esta gente que la trata de señorita, se trae a sus tres inseparables amigas (Elisabet Gelabert, Chiqui Fernández, Macarena Sanz) para mostrarles el cambio, hay avalancha de drama entre risas, se acerca la gran boda, pero un posible crimen en esa extraña familia lo complica todo…
El amor incondicional por estas mujeres barre los muchos prejuicios de la época (cosa que deploran las dos viejecitas con diálogos admirables) y el miedo de los protagonistas se desenvuelve con ajustado ritmo: miedo del timorato a no ser aceptado, acosado por la mala suerte, y miedo de la chica a que se sepa la verdad de su oficio, hasta que escucha decir a su galán: “No somos lo que pensamos, sino como los demás nos ven”.
Para Miguel Mihura (1905-1977), un soltero empedernido criado en ambiente de teatro, las chicas de alterne eran unas respetables “putitas”, así mencionadas en sus Memorias y con las que pasó los mejores momentos de su vida. En el teatro fueron personajes que traspasaron los límites de la censura franquista sin proxenetas, idealizadas como chicas casquivanas, conocidas a menudo como “las entretenidas”. Un homenaje a unas mujeres en la que el sexo y la ternura confraternizan con la inevitable tristeza de toda gran comedia. Fuera de escena, todas ellas menos una seguirán permaneciendo al margen, tristes solitarias fuera de la alegría del salón Oasis.
Un eficaz show musical en una comedia mayor
Los números musicales funcionan estupendamente y no hay nada que escape al perfecto discurrir de la obra. Gerardo Vera se toma bastantes libertades, lo mismo que el autor de la escenografía y el vestuario, el gran Alejandro Andújar. Pero son hallazgos que contradicen el reclamo de las acotaciones del autor y enriquecen el texto, pues le otorgan mayor trascendencia desde una visión renovadora. Muchas de las puestas en escena de este autor se han planteado de un modo convencional, muy plano, sin brillo. Al fin llega esta espléndida troupe en una encomiable labor de equipo.
Tras el emocionante final, un epílogo bailado y un saludo general de toda la Compañía; todos a una para el lucimiento de cada uno de los integrantes de una extraña familia en la que, inevitablemente, uno vuelve a enamorarse perdidamente de Maribel/Lucía Quintana: feroz y vulnerable, sexy, divertida, tierna… y, cuando sufre, profundamente desolada.