Periodismo


Mariano José de Larra


Mariano José de Larra

Larra, de rabiosa actualidad

Trabajo de Historia del Periodismo

3 ª de periodismo

“ Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden”

Mariano José de Larra

Índice

  • Un público, una época

  • “¿Quién es el público y donde se encuentra” .... Páginas 4-9

  • Un genio de nombre Larra

  • Víctima de su vida .... Páginas 10-14

    Víctima de una época .... Páginas 14-16

    Víctima de una convicción .... Páginas 16-19

    Víctima de sus otros “yo” .... Páginas 19-20

    Víctima de su romanticismo .... Páginas 21-23

    3. Bibliografía .... Página 24

    Un público, una época

    Comentario del artículo ¿Quién es el público y donde se encuentra?

    La primera impresión que se saca al leer la biografía apasionante y, por tanto, necesariamente apasionada, de Mariano José de Larra, “Fígaro”, es la de un rotundo fracaso temporal. Y esto lo plasma en artículos como “¿Quién es el público donde se encuentra?”. Esto lleva a pensar también que, si personalmente fue un fracasado, víctima de su propia contradicción interna, de su no querer aceptar que los afectos, las pasiones, las ideas pueden no ser compartidas. Su fracaso temporal, en el fondo, se debió a que no quiso, o no supo, admitir también que los otros tienen sus derechos individuales.

    Durante toda su corta vida de escritor, Larra luchó contra ese falso patriotismo del halago y así lo demuestra en muchos de sus artículos. Se convirtió, así, en un cierto aguafiestas asumiendo la tarea de ser testimonio de su tiempo y su entorno, testigo apasionado de su mundo. Y de esa postura, a la que da vida una prosa punzante, agresiva, nacen la estatura de su clasicismo y la actualidad permanente de su obra. Pocos escritores como él hay hoy tan vivos, tan latiendo al compás de nuestra sensibilidad y nuestros problemas. Y ello porque pocas actitudes resisten, como la suya, el paso destructor de los días. La actualidad palpitante de Larra es el fruto de la actitud tan testimonial, ante el cuadro que vio, para reflejarlo en sus fugaces artículos.

    Larra inicia en España el periodismo moderno al que sirve con una ilimitada pasión y un extraordinario talento. Es el hombre capaz de encerrar un cuento literario y un ensayo sociológico en las páginas de un artículo periodístico. En el periodismo su estilo se clasifica, se adensa; la síntesis coexiste con el párrafo literario. Porque él no renuncia a la literatura para hacer periodismo, sino que la traslada al periódico como el gran espacio nuevo desde donde proyectarla al público. No se trata, pues, de renunciar a la literatura, sino de transformar, autentificar y depurarla de su hojarasca más irrelevante e imprecisa.

    El telón de fondo de la reflexión y los dardos de Larra es una metáfora: Las Batuecas. El 3 de septiembre de 1832, El Bachiller, batueco y «natural, por consiguiente, de este inculto país», se pregunta, con ironía, lo mismo que tantos y tantos escritores españoles al iniciar su aventura literaria en medio de la incultura del teórico lector: «¿No se lee en este país porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?». La duda obtiene una difícil, trágica respuesta: no se lee porque no se escribe y no se escribe porque no se lee. ¿Cómo salir de ese círculo vicioso?.

    Ni se lee, pues, ni se escribe en Las Batuecas. Pero Larra está empeñado en escribir, en proseguir sin respiro la tenaz aventura de decir la verdad, de gritar a los cuatro vientos sus observaciones. Y, naturalmente, escribe para otros. Larra va a buscar -y conseguir- lectores en un país donde no se lee. Esa será, en definitiva, su grandeza. ¿Cómo? Llamando a las cosas por su nombre, llevando a las páginas de la prensa los problemas reales, las preocupaciones cotidianas. Pero no bastaba con eso. Era preciso, además, inaugurar un estilo, ensayar un tono nuevo. A la pregunta anterior sucederá otra: «¿quién es el público y dónde se le encuentra?».

    ”Entremétome en todas partes como un pobrecito, y formo mi opinión y la digo, venga o no al caso, como un pobrecito. Dada esta primera idea de mi carácter pueril e inocentón, nadie extrañará que me halle hoy en mi bufete con gana de hablar, y sin saber qué decir; empeñado en escribir para el público, y sin saber quién es el público. Esta idea, pues, que me ocurre al sentir tal comezón de escribir será el objeto de mi primer artículo. Efectivamente, antes de dedicarle nuestras vigilias y tareas quisiéramos saber con quién nos las habemos. [...] En ese supuesto, ¿quién es el público y dónde se le encuentra?”.

    Poco a poco, en medio de las condiciones difíciles (o tal vez por ellas), se va apoderando de cuantos recursos son precisos para conseguir la atención de un público huidizo, del lector. Larra va a hacerse los lectores en un país donde pocos lo eran antes. Para ello necesita encontrar unas claves literarias con las que atraer a la lectura y, una vez en ella, mantener al lector fijo sin salirse del discurso en el que el artículo encierra. Su estilo es puramente funcional, esto es, como mera plataforma expresiva para el logro de sus fines: robar la atención de un lector fugaz y mantenerlo en vilo. Por eso, en su obra hay siempre un cuento dentro del artículo. Ese cuento está ahí cumpliendo una esencial y doble función: servir de ejemplo a la tesis que el artículo sustenta y obligar al lector a que siga alojado en la lectura hasta que su desenlace le conduzca al hilo conductor de la tesis misma.

    Las frustraciones de Larra, que tan bien ha estudiado Francisco Umbral, nos explican ese disparo en la sien de nuestro personaje. Hay, ante todo, una frustración, por decirlo así, patriótica, esto es, ante el imposible estado de atraso permanente del país, de su aristocracia dominante, incapaz de ceder un ápice de su hegemonía, y de su burguesía sin fuerza, sin coraje. El pueblo, por el que Larra al final de sus días clama, es para él una realidad abstracta, difusa, que a veces le irrita y otras no entiende del todo.

    “[...] No existe un público único, invariable, juez imparcial, como se pretende; que cada clase de la sociedad tiene su público particular, de cuyos rasgos y caracteres diversos y aun heterogéneos se compone la fisionomía monstruosa del que llamamos público; Que éste es caprichoso, y casi siempre tan injusto y parcial como la mayor parte de los hombres que le componen; que es intolerante al mismo tiempo que sufrido, [...] que olvida con facilidad e ingratitud los servicios más importantes, y premia con usura a quien le lisonjea y le engaña; y, por último, que con gran sinrazón queremos confundirle con la posteridad, que casi siempre revoca sus fallos interesados”.

    Hay, en segundo lugar, una frustración política, que se relaciona con la otra y que nunca llega a tomar demasiado cuerpo. Y hay, por último, una frustración amorosa, sexual y personal que se encarna en Dolores Armijo, la casada infiel a su marido, que acabará hundiendo las esperanzas de un Larra en pleno proceso de autodestrucción.

    Durante aquella época, él vive profundamente en sus sentimientos el desgarrón del liberalismo escindido. ¿Con quién estar? ¿A favor de los progresistas que tienden a una oposición sistemática o de los liberales partidarios de las reformas paso a paso? Esas son las dos cartas, las dos posturas, las dos peticiones a Fígaro. El mismo intuye con lucidez la raíz del dilema: “Si escribo en liberal dirán unos que estoy vendido a don Carlos. Si escribo en ministerial, dirán otros que estoy vendido al ministerio”. El problema de Larra es que no quiere venderse a nadie, que se presta tan sólo a sí mismo. Unos y otros le argumentan razones de peso y ambas, en su mutuo desacuerdo, provocan en él hostilidad. Fígaro sabe ya muy bien las dificultades de ser independiente, de no estar ni con unos ni con otros. Pero la realidad es así, inevitablemente. ¿Dónde está la razón? ¿A quién se la da Larra? El parlanchín Fígaro, que es riguroso a pesar de la apariencia festiva y risueña, sabe muy bien que la razón está fuera, que lo que se debe hacer es, de algún modo, lo que se puede

    · El Madrid, desencantado lugar en que vive Larra, se puede vivenciar y sentir en cada una de las palabras que forman este artículo:

    Madrid, capital de la burocracia centralista en un país preindustrial, agrario y analfabeto; Madrid, centro del poder político cuando el poder económico en el sentido más avanzado se desplaza -como muy bien ve Larra- a la periferia. Madrid sin burguesía en un país de débil e incipiente burguesía sin “densidad numérica, ni bastante riqueza, ni tampoco ideología firme y clara para triunfar” (Vicens Vives). Aquel es, sin embargo, el Madrid de Mariano José, del que será a la postre despiadado cronista. Madrid es para él una insufrible y monótona ciudad de la que, con todo, cuesta estar alejado. Larra ama a Madrid como a España: porque no le gusta. Nadie como él ha descrito la mediocridad de la vida ciudadana, el sello sin distintivo de un discurso vital. Nadie como él, tampoco, ha sabido descubrir los vicios de una administración sin aliento, de una cultura sin creatividad, de la vida cansada de los cafés y la aventura gris de los teatros. Pero cuando lo deja Madrid, le añora; le invade la nostalgia inevitablemente: es esa una paradoja, sin duda, explicable en ese ciudadano sin raíces ni arraigo que fue Mariano José de Larra.

    Sea como fuere, muchas de las mejores páginas larrianas tienen a Madrid como protagonista indiscutible. ¿Cómo era, en verdad, el Madrid de Larra que es también el de Mesonero, su cronista más apasionado? Pues encontramos una respuesta a esta cuestión en nuestro artículo.

    La vida de la ciudad se realiza en torno a la actual Puerta del Sol: calles de Mayor, Arenal, San Jerónimo y Alcalá. Allí están los principales restaurantes -la mítica Fontana de Oro galdosiana, en la Carrera de San Jerónimo; Europa, en Arenal; el Dos Amigos, en Alcalá; la Gran Cruz de Malta, en Caballero de Gracia, etc., y los mejores cafés: Santa Catalina, Venecia, el del Teatro del Príncipe.

    Larra recorre la vida cotidiana de la ciudad. La mañana para el ocio tiene sus lugares habituales: Carrera de San Jerónimo, calle de Carretas, del Príncipe y de la Montera.

    “[...] un sinnúmero de oficinistas y de gentes ocupadas o no ocupadas el resto de la semana se afeita, se muda, se viste y se perfila; veo que a primera hora llena las iglesias, la mayor parte por ver y ser visto[...] y escribo en mi libro: El público oye misa, el público coquetea, pierde el tiempo y se ocupa en futesas: idea que confirmo al pasar por la Puerta del Sol”.

    ¿La comida? Igualmente habitual: Genyes o el Comercio.

    “Entrome a comer en una fonda, y no sé por qué me encuentro llenas las mesas de un concurso que, juzgando por las facultades que parece tener para comer de fonda, tendrá probablemente en su casa una comida sabrosa, limpia, bien servida, etc., y me lo hallo comiendo [...] ¿Qué alicientes traen al público a comer a las fondas de Madrid?”.

    ¿Tras la comida? A Solito. Calle de la Montera, luego; nuevos encuentros, nuevas charlas.

    “Salgo a paseo y ya en materia de paseos me parece difícil decidir acerca del gusto del público, porque si bien un concurso numeroso, lleno de pretensiones obstruye las calles y el salón del Prado, o pasea a lo largo del Retiro, otro más llano visita la casa de fieras, se dirige hacia el río o da la vuelta a la población por las rondas”.

    ¿Y más tarde? Al Teatro. ¿Qué ponen en el teatro? La misma monotonía de siempre: una sinfonía, una pieza del inevitable Scribe... De cuando en cuando -rara vez-, una agradable sorpresa: el estreno de un autor novel que ilumina con su talento un escenario definido por la penumbra casi permanente.

    “Abrese el teatro, y a esta hora creo que voy a salir para siempre de dudas [...] esta parece ser su casa, el templo donde emite sus oráculos sin apelación. Represéntase una comedia nueva; una parte del público la aplaude con furor [...]”

    El centro del Madrid literario tiene entonces un nombre: el café del Príncipe (hoy teatro Español).

    “[...] me apresuro a examinar el gusto del público en materia de cafés. Le veo llenar los más feos, los más oscuros y estrechos, los peores, y reconozco a mi público de las fondas. ¿Por qué se apiña en el reducido, puerco y opaco café del Príncipe, y en el mal servido de Venecia, y ha dejado arruinarse el espacioso y magnífico de Santa Catalina, y anteriormente el lindo del Tívoli, acaso mejor situados?”.

    Y tras el teatro, de nuevo el café si no es noche de sociedad. Fígaro vive abrumado su contacto con el diario Madrid. Una sociedad que repite día a día sus diversiones hasta la saciedad y el cansancio.

    Un genio de nombre Larra

    “La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”

    Ralph W. Emerson

    Quizá Mariano José de Larra dejó de confiar en sí mismo o quizá es que realmente estaba tan loco como para merecer hoy la categoría de genio. Sobre su figura y su obra mucha tinta se ha derramado, aunque nunca nadie ha sido capaz de entender porque un frío día de Carnaval se quitó la vida. Un martes, como los que él tanto había criticado en sus artículos costumbristas, delante de un espejo y con la cabeza metida en su libro “Macías”. Loco de remate, sin duda... o quizá es que estaba demasiado cuerdo para la época en la que vivía, y por ello decidió quitarse la vida, porque ya ni siquiera él mismo confiaba en él.

    Víctima de su vida.

    Lo único cierto que hay en todo esto es que Larra siempre fue un hombre al que marcaron los acontecimientos. Su vida y su obra caminan a la par, de la mano, y para entender ambas hay que estudiarlas juntas. Ya que ha medida que te vas introduciendo en su obra vas desenredando su espíritu rebelde, revolucionario y reprimido, sobre todo esto último. Él fue el primer periodista de verdad, y en estos folios queremos dar fe de ello.

    Hoy en día hubiera sido un niño prodigio. Cuando tenía pocos años todavía tuvo que exiliarse a Francia porque su padre era un médico que servía al ejército francés. Cuando terminó la Guerra de la Independencia tuvieron que emigrar al país vecino y a su vuelta, el pequeño Larra -que sólo tiene 12 años- traduce al español la Iliada y compone una Gramática Española. A buen seguro que con tan corta edad ya estaba encaminando sus pasos hacia lo que sería “su inquietud vital”: el periodismo.

    Tampoco tardó mucho en hacer realidad sus proyectos y con tan sólo 19 años -edad a la que hoy en día muchos entran en la Universidad- publica su primer periódico. Increíble, sólo un gran talento puede tener una convicción tan grande como para ser un “yogurín” dentro del mundo periodístico de aquella época. Aunque no hay que olvidar que Mariano José aprendió de los pilares básicos que unos años antes había instaurado en España “El Censor”.

    Él es el único redactor de “El duende satírico del día” y sólo aparecen cinco números de ella; entre los meses de febrero a marzo. No se dejó achicar por su “fracaso” (y es que llevaba en las venas el espíritu periodístico) y en 1832 saca a la luz “El pobrecito hablador”. Estos dos fueron los únicos periódicos que él mismo creó y en ellos su estilo destaca por crítico, sagaz y, en definitiva, un canto de libertad de pensamiento en esta época agotada por los vicios de las clases dominantes. Larra se va haciendo un hueco dentro del periodismo de la época.

    1832 también es el año en que comienza a colaborar con la “Revista Española” publicación en la que trabaja hasta casi el final de su vida. Es su peso dentro de ella que incluso le quita el puesto de “escritor costumbrista” a otro de los grandes periodistas de la época, Mesonero Romanos, cuyo estilo se basaba en la crítica a través de la ironía humorística y el retrato de personajes tipos de la época. Pero Larra va más allá, es un escritor más redondo y sus críticas son más profundas, llegan al fondo. En 1834 colabora con el “Observador” y un año más tarde también está escribiendo en “Revista mensajero”.

    Larra era en ese momento el periodista mejor pagado de la época (con 20.000 reales por dos artículos semanales), pero ya siente un vacío existencial, ya siente que “escribir como escribimos en Madrid es tomar una apuntación, un escrito, un libro de memoria, es realizar un acto desesperante y triste para uno mismo”. Para hacer frente a este desencanto existencial se viste de “Fígaro” o “El duende” y poder seguir adelante con lo que es ya su vida: escribir.

    Pero quizá, siempre adelantándose a los acontecimientos, ya sabía que pronto ni siquiera escribir podría servir como válvula de escape. En 1836 su vida privada se cruza con su carrera periodística, Larra se hunde en un pozo del que no consigue salir. Istúriz llega al poder, Mariano José presenta su candidatura a procurador de las Cortes por la ciudad de Ávila. Sale elegido pero nunca consigue tomar posesión de su cargo al ser anuladas las elecciones. Ya que el “Motín de la Granja”, promovido por los sargentos sublevados que exigen a la Reina que restaure la Constitución de 1812, deja sin efectos dichas elecciones. Pero esto, que le hunde más en su desesperación, sólo es el principio. En noviembre firma un sustancioso contrato con “El Mundo” y con “El Redactor general”, dos periódicos de tinte conservador. Esto no hace más que avivar las críticas de sus enemigos, que no eran pocos, y Larra responde reflejando el lado más desgarrado de su alma en “El día de difuntos de 18 36” y “Nochebuena de 1836”. Vamos, que para él esas Navidades fueron de todo menos especiales. Asimismo, se derrumba otro de los pilares que sustentaban su vida, caído ya en política y periodismo, el amor también le falla. El 13 de febrero de 1837 Dolores Armijo, mujer con la que mantuvo una intensa relación de amor&odio adúltera por sus sendas condiciones de casados le deja definitivamente (y es que a su marido le habían ascendido el puesto). Acaba con Larra que no tiene fuerzas para enfrentarse más contra una vida que no hace más que asestarle golpes mortales. Como mortal fue el tiro que el mismo escritor se dio delante del espejo. Último acto de su vida, se cierra el telón y tras sí deja la huella de un autor narcisista que ni siquiera pudo perder detalle como único espectador de su propia muerte.

    Durante los nueve años en los que Larra ejerció de periodista fueron muchas las colaboraciones que hizo convirtiéndole en una persona muy popular. Amante de los cafés y de la crítica más venenosa a lo largo de su vida utilizó varios seudónimos para “esconderse” detrás de ellos y poner en su boca afirmaciones que, de otro modo, le hubieran metido en problemas. “El Duende”, “Juan Pérez de Munguía”, “El Bachiller” o “Fígaro”- el más famoso-, fueron alguno de los seudónimos que usó Mariano José.

    Sus pequeños artículos son obras maestras de humor y observación. Él se convierte en un crítico a parte de los sujetos actantes de la decadencia nacional, sólo enumera sus defectos.

    Vg: Artículo “El Café”

    Además también se convierte en calificador de la aguda crisis literaria de la época, como se puede observar en “30 años o la vida de un jugador”. Además también es el autor de profundas críticas acerbas.

    Vg: Artículo “Corridas de toros

    A rasgos generales están serían las tres variedades de arte que Larra va a cultivar en adelante: crítico literario, escritor costumbrista y escritor satírico. Su vida se traza a través de la angustiosa biografía que narran sus escritos. Él es un hombre apasionado no podía ocultar sus sentimientos. Los cuales le mueven a la acción y al discurso social: critica los defectos mucho más que alabar los afectos. Aunque es cierto que él mismo, dominado por su contradicción interna, es un sujeto en contra de todo: el sistema, la política, la patria y sí mismo.

    Hoy en día su figura no ha perdido actualidad. Porque al lado de la figura de héroe romántico y rebelde que saldó su cuenta con la vida disparándose un tiro, existe ese otro Larra escritor, fundamentalmente periodista, que sigue todavía vivo entre nosotros porque sus análisis siguen teniendo actualidad por la sencilla razón de que muchos de los problemas de ayer siguen siendo los problemas de hoy. El escepticismo de Larra no es otra cosa, pues, que el fruto del contraste entre sus deseos de una España a la altura de los tiempos y la realidad de un país que, sin salir de su crisis, ahonda cada día más las raíces de ésta hasta convertirla en crónica. Por eso no abdica jamás de su crítica: porque las razones de ésta siguen existiendo. Su patriotismo estaba por encima del cómodo escapismo lírico. Si tratáramos de situar sus artículos en un periódico que, de 1823 a 1837, recogiera la información política, social y cultural de esos catorce años decisivos para la historia de España nos encontraríamos con que sus análisis, sus euforias y sus desencantos se pueden trasladar a situaciones similares de nuestro desarrollo histórico a lo largo de los últimos ciento cincuenta años.

    Casticismo, el suyo, verdadero, no-ramplón. Un casticismo que le viene directamente de Quevedo como ya hemos mencionado, en quien ha bebido la ironía, el desgarro de una prosa viva. Mariano José de Larra ha trabajado el idioma con vigor; sus artículos revelan que había leído a los clásicos españoles con algo más que el afán de un joven culto de la época.

    Larra, un romántico profundo, un romántico de corazón y con razones, escribe, sin embargo, como un clásico, debido sobre todo a que en su infancia bebió de las fuentes neoclásicas. Contra el Larra acusado de extranjerizante y afrancesado se levanta la realidad de un escritor castizo que saca a la luz los problemas de la calle con un lenguaje con resonancias que se remontan a Cervantes y Quevedo.

    Víctima de una época.

    Larra representa un papel para la historia de la cultura española mucho más fundamental que la que se deriva de la simplificación a la que le han reducido los tópicos”, señala el autor Juan Bautista Montes2 criticando en cierto modo que hoy en día muchas veces sea más importante el estudiar a un Larra suicida romántico que a un escritor político y denunciador.

    Porque quizá su figura y trascendencia no hubiera sido la misma si no le hubiera tocado ser el acusador de la miseria en la que España se estaba sumiendo. Él vive en la confluencia de dos épocas, una coyuntura que afecta a todos los sectores de la sociedad.

    a) Político: Se pasa del Antiguo Régimen a un marco moderno constitucional.

    b) Social: Se sustituyen unos valores caducos por unos ideales de progreso y libertad.

    c) Cultural: Se renuncia a un arte de formas externas para centrarse en una expresión artística que difunda verdades existenciales.

    Por tanto, la época que le toca vivir no puede ser más inestable, es un momento de cambio y revolución en España. Y en ese caos surge una figura solitaria con una excepcional conciencia viva que denuncia este panorama desolador.

    El problema español -también reconocido por los autores de la Generación del 98- es cultural más que político o económico. España necesita un cambio colectivo, no una revolución. La sociedad debe luchar por la evolución intelectual que acerque a los españoles a las naciones más adelantadas. Es por ello que Mariano José de Larra de levanta para da fe de esa conciencia crítica que ensalza la intelectualidad frente al conformismo de las clases sociales. Él denuncia a través de la pluma los vicios nocivos que impedían el progreso de la sociedad.

    Larra define mejor que nadie el ambiente en el que vive: “Este es un país anquilosado, donde las gentes se han abandonado a la desidia y a la jactancia patriótica. La pereza endémica está por encima de todas las cosas”. Él trata de defender e invocar a la libertad a través de la pluma. Vive en medio del acontecer diario por ello su obra está llena de personajes de carne y hueso, trata sobre problemas actuales y actos cotidianos, sobre la vida3. En la cual se inspirará su propio fracaso. Y es que su “alter ego” en voz de Fígaro, le descubre su frustración como escritor, político y hombre. Así lo plasma en sus últimos escritos: “Estaba ebrio de deseos y de impotencia”4.

    Es importante ver como afectó la política en el derrumbe de Larra, debido a ese puesto en las Cortes que nunca ocupó. Él escribió con ansía de intervenir en la política del país para poder llevar a cabo todos los sueños de cambio que tenía:

    “Tengo en mi poder el acta credencial de mi diputación y me han sobrado 36 votos sobre la mayoría absoluta, y el martes es la Primera Junta preparatoria, en la que probablemente me tocará ser el secretario más joven”.

    Como ya hemos destacado anteriormente el “Motín de la Granja” le impide tomar posesión de este puesto político. Se van al traste sus sueños de una posible salvación de la regeneración de España. Además también muere en ese tiempo su entrañable amigo José Negrete -tres años más pequeños que él- y que se convierte en la gota que rebosa el vaso de amargura.

    Víctima de su convicción.

    Es importante ver como Larra traza su trayectoria vital centrándose en la vida literaria de Fígaro (1832-1837)

  • Afirmación de la persona mediante la sátira de una sociedad.

  • Observación y calificación de una política

  • Proyección de su frustración sobre el país

  • Derrumbamiento personal

  • Mariano José de Larra
    Por tanto, en su trayectoria periodística se pueden distinguir tres etapas:

  • Desde 1828 hasta la muerte de Fernando VII: Etapa en la que predomina el orden literario-social sobre el político y en la que se advierte una cierta mesura en su actitud política. Su sátira de costumbres y usos sociales es agresiva dirigiéndose ésta sobre todo a temas como la pedantería filológica, el casticismo enquistado o el extranjerismo novedoso. Asimismo, pone de moda la adulación y la pereza como vicios nacionales.

  • Desde septiembre de 1833 hasta enero de 1836: se dice que en esta etapa es la “época decisiva de Fígaro” ya que por un lado alcanza la madurez el escritor y por otro se aprecia la ruina del hombre. Su actitud se torna más radical, y si tiene expresiones moderadas, éstas se deben a la esperanza de conseguir una regeneración del país. Predomina en esta etapa el orden político mientras que el análisis costumbrista pasa a un segundo plano.

  • Desde enero de 1836 hasta el 13 de febrero de 1837: Este periodo está dominado por la desesperanza, por sus propias contradicciones (puestas siempre de manifiesto en sus artículos). Larra proyecta, en un intento de salvación, sobre la realidad caótica su propia desesperación. Parece que la “nausea” que le producen las manipulaciones parlamentarias afianzara su convicción de que no hay más orden que el establecido por la fuerza. Así pues cuatro artículos alumbran el camino que fatalmente conducen a “Fígaro” a la muerte. Escritos biográficos donde se puede ver la liquidación de toda esperanza política (en “El día de difuntos de 1836”), la pérdida de la fe en la creación literaria (en “Horas de invierno”), el descrédito final de la palabra (en “La Nochebuena de 1836”) y una elegía dirigida a sí mismo (en “Exequias del Conde de Campo Alange”). Parece ser que el alma de Larra ya estaba muerta cuando disparó la pistola en la sien.

  • José Luis Valera5 distingue entre el periodista de mesa y el periodista literario.

    Como autor costumbrista satírico destaca porque es contrario al que hacen otros autores, como Mesonero Romanos, que hacen un análisis costumbrista basándose en descripciones pintorescas de tipos o acciones propias, son meros pintores. Mariano José de Larra, tan rebelde como en todo, no es sumiso al tipismo. Él convierte sus artículos en plataformas desde donde difundir sus ideales reformistas. Es un análisis, disección profunda de los vicios que impiden progresar a la sociedad. Para él la sociedad es un problema no un modelo que reflejar. Por tanto el Cuadro de Costumbres es un medio, no un fin.

    También es sus artículos de teatro, Larra no se ciñe al análisis de la obra, eso era demasiado fácil para él. Así que sus juicios son sobre la vida real para convertirse en modelos de interpretación de la vida social y política del momento.
    En sus artículos políticos desarrolla temas referentes a la libertad de imprenta, la expansión del carlismo, la actitud indecisa del gobierno, su frustración por las reformas anunciadas y no cumplidas. A través del papel difusor de la prensa para exponer su pensamiento sobre el camino que la sociedad española necesita. También habla de la censura, la cual le obliga a adoptar una serie de recursos nuevos, formando así un estilo particular para denunciar mediante el periodismo duramente las cosas concretas. Por tanto sus artículos son marcos de referencia que constituyen una feroz sátira sobre personajes de actualidad, ambientes de la época para diagnosticar a la sociedad. Su ironía, su humor y su genialidad son fruto de su desengaño.

    “¿Por qué no pone usted un periódico suyo? ¿Cuándo sale Fígaro? ¡Es idea peregrina! Ya he visto en los demás periódicos la publicación del permiso para el periódico nuevo. ¿Saldrá por fin en febrero, en marzo? ¿Cuándo? (...) Dicho y hecho, concibamos el plan. El periódico se titulará Fígaro, un nombre propio; esto no significa nada y a nada compromete, ni a observar, ni a revistar, ni a ser eco de nadie, ni a chupar flores, ni a compilar, ni a maldita Dios la cosa. El periódico tratará de todo. ¿Qué menos? Pero como no ha de ser ni tan grande como nuestra paciencia, ni tan corto como nuestra esperanza, y como han de caber mis artículos, no pondremos las reales órdenes. Por otra parte no gusto de afligir a nadie; por consiguiente no se pondrán los reales nombramientos; menos gusto de estar siempre diciendo la misma cosa; por lo tanto, fuera las partes oficiales. Estoy decidido a no gastar palabras en balde; mi periódico ha de ser toda sustancia; así, cada sesión de cortes vendrá en dos líneas, algunos días menos, como de esas veces no ocupará nada. (...) es preciso resignarse, esperar... Al fin lo habrá todo... demasiado va a haber luego... ésta es la idea que me detiene, por fin: que cuando haya director, redactores, impresor, cajistas, papel... entonces también habrá censor... Eso sí, eso siempre lo hay... ni hay que mandarle hacer, ni hay que esperar...”

    En este artículo se muestra su sagaz burla a la censura de la época.

    Mariano José de Larra no ha perdurado a lo largo de los siglos como autor literario, autor de teatro, ni autor de novelas, ni autor dramático. Su verdadera obra se encuentra en los periódicos en los que colaboró. Destaca su seudónimo “El Bachiller”, como proyección de su valentía e independencia dentro de una sociedad donde los valores universales han desaparecido. Larra continua con la labor de difundir el pensamiento reformista del siglo XVIII pero no fue un continuar más. Quizá la figura de Larra impulsó la prensa del siglo XIX. Ésta le debe mucho a su dedicación y su personalidad. Son artículos originales, vivos y un estilo hasta entonces desconocido.

    Víctima de sus otros “yo”.

    En la actualidad a más de un periodista le gustaría tener un estilo tan contemporáneo y trasgresor como el de Larra. Ya que muchos de los recursos usados por este autor y su creciente preocupación estética son joyas y ejemplos a seguir dentro de la literatura española. Tal y como señala Baquero Goyazón en su libro “Perpectivismo y constraste de Cadalso a Pérez de Ayala”.

    Él extrae y exprime los usos normales que la sociedad emplea del uso de la lengua, y los refleja con sencillez en sus escritos. Aunque esto pueda parecer trivial lo utiliza como materia de crítica y análisis. Porque Larra no se conforma con nada, como bien sabemos, y busca nuevas perspectivas de observación.

    Por ello busca y selecciona estilos en otros autores como Cadalso, del cual copia la estructura utilizada en “Cartas Marruecas” en la que tres personajes principales diseccionan la sociedad en 90 cartas cruzadas entre ellos. Aquí está el germen de uno de sus conductas más alabadas: sus otros yo. Más variado que Cadalso, Mariano José se convierte en un narrador desdoblado en diferentes personajes, a la altura de las circunstancias.

    Vg: En “Vuelva usted mañana” juzga las costumbres españolas desdoblándose en un extranjero.

    Vg: En “Carta a Andrés Nipaesas” utiliza un género epistolar

    V.g: En “Empeños y desempeños” y en “Casarse pronto y mal” usa la figura de un sobrino para censurar las costumbres contemporáneas de los jóvenes y su juventud e inconsciencia.

    Larra en su artículo “Casas Nuevas”, publicado en la Revista Española el 13 de septiembre de 1833, después de hacer referencia a varios de sus seudónimos se promete y se desea una larga vida. Esperanzas que él mismo va a malograr tres años y medio más tarde.

    “Y qué sé yo los muchos nombres que me quedarán por tomar en los muchos años que Dios tenga el propósito de hacerme vivir en este bajo suelo”.

    No hizo falta que Dios se proclamara al respecto ya que el propio Larra, puede que bajo los efectos de un acto de locura se suicidó. El desenlace de su vida podía deberse a su amargo desconsuelo ante su insistente pesimismo ente el panorama político.

    Su estilo incurre en contradicciones, huye de la fácil y efectista pero utiliza y un lenguaje tomado de la calle para que sus receptores puedan entenderlo. Es claro, directo, evidente, gráfico y sencillo. Se dirige al hombre medio culturizado en los cafés, el cual debe luchar por sacar a España del anquilosamiento en que está sumida.

    Aunque nunca abandona sus raíces neoclásicas tomadas en su infancia francesa. País donde hizo muchos amigos como Víctor Hugo, y donde recuerda -en sus instancias allí- a España con intensidad apasionada, porque aunque “escribir en Madrid sea llorar” él, víctima siempre de sus contradicciones, se siente perdido en el extranjero, entre una multitud indiferente. “Soy ajeno a cuanto me rodea y añoro mi patria”, dice el propio autor.

    Víctima de su corazón.

    La manera de morir del autor ha hecho que se le clasifique como un autor romántico porque su biografía encaja a la perfección con el perfil del escritor romántico por excelencia. Pero Mariano José de Larra es mucho más que un autor romántico. Su espíritu liberal e inconformista, sus apasionadas relaciones amorosas y su suicidio son motivos tentadores a la hora de reconocerlo como un representante de este movimiento. Pero conviene separar su actitud vital de su pensamiento y de su estilo literario, ya que estos no son tan coincidentes. Porque Larra bebió de fuentes clasicistas en su juventud y fue del contraste entre su formación ideológica y de la amarga realidad en la que se ve inmerso nace su carácter pesimista y el hecho que muchos historiadores destacan como punto claro para describir su conducta romántica.

    Aunque, y coincidiendo con historiadores como César Barja, hubo dos hombres:

  • Un Larra pasional y vehemente

  • Otro Larra pensador, cerebral, anárquico, pintoresco y crítico. Esta dual le marca tanto su vida como su obra, siempre oscilante en dos o más puntos de vista, un intenso claro-oscuro que ponga de manifiesto los defectos más escondidos de la sociedad española.

  • Así pues Larra se puede decir que fue el primer periodista propiamente

    Dicho, y auque escribió teatro y prosa ha llegado hasta nuestros días por sus artículos, su verdadera obra literaria se halla esparcida por los numerosos periódicos. La figura de Larra destaca por su valentía e independencia. Y a diferencia de utilizar el periódico como un medio para difundir las ideas reformistas de los ilustrados, utilizó el papel impreso para exponer su pensamiento sobre el cambio que la sociedad española estaba necesitando. Así pues, enmarca su talento nato periodístico en diversos formatos como un costumbrismo satírico con toda la carga literaria del siglo XVIII y lo utiliza como instrumento de la descarga romántica: la escena costumbrista la convierte en sátira de costumbres sociales, luego en sátiras política y finalmente en sátira elegiaca, para mostrar su autodestrucción tanto literaria y personal. Con el alma y la esperanza muertas, ya no le queda nada.

    A través de personajes como extranjeros, seudónimos, artículos de costumbres alejados del tipismo de Mesonero y más cercanos hacia un análisis, disección y profundización en vicios que dificultan el progreso social, autor de crítica de teatro (una de las pocas cosas a las que fue fiel durante toda su vida) donde esconde una profunda crítica a la sociedad y escritor de artículos políticos Larra trata de tocar todos los temas para llegar a todos y que éstos entiendan las ideas que expresa en el papel impreso. Así pues analiza a España y sus costumbres a través de cartas entre diversos personajes, desdoblándose de manera diferente en cada artículo o caricaturizando ambientes o personas usa un estilo al alcance de todos, sin caer en vulgarismos, llegando incluso a nuestros días.

    Su figura como hombre y escritor ha llegado hasta nuestros días. Y sus obras, pequeños retazos de esa realidad in-vivible de la época, son hoy en día ejemplo de un saber adelantado a los tiempos.

    Entre sus numerosos artículos destacan:

    · El Café, ¿Quién es el público y donde se encuentra?, Carta a Andrés escrita desde las Batuecas por el pobrecito hablador, El casarse pronto y mal, El castellano viejo, Vuelva usted mañana, El mundo es todo máscaras. Todo el año es Carnaval, En este país, La educación de entonces, ¿Entre qué gentes estamos?, La vida de Madrid, La sociedad, Un reo de muerte, El duelo, Modos de vivir que no dan de vivir, Los barateros o el desafío y la pena de muerte, La fonda nueva, Las casas nuevas, Representación del sí de las niñas, Una primera representación, la diligencia, El álbum, el trovador, Exequias del Conde Campo Alalage, Empeños y Desempeños y Yo quiero ser cómico.

    Todos ellos, y los que faltan -que no sobran-, dan muestra de que Larra fue algo más que un autor romántico. Él en vida nunca se dejó encasillar, estuvo dominado por su contradicción interior y su lengua venenosa. Un ángel o un diablo para los que le conocieron o un genio para los que podemos disfrutar de su testamento impreso.

    En definitiva, Mariano José de Larra consiguió en parte su propósito ya que aquel disparo en la mañana de Carnaval le abrió las puertas para vivir una eternidad, a través de la inmortalidad de sus palabras.

    Bibliografía

    · Baquero Goyanes: “Perpectivas y contraste de Cadalso a Pérez de Ayala”, Gredos. Madrid 1963

    · Correa Calderón, Evaristo: “Mariano José de Larra, artículos varios”, Clásicos Castalia. Madrid 1991

    · Montes Bardajandi, Juan Bautista: “Mariano José de Larra, artículos”, Castalia. Madrid 1991.

    · Seoane, Mari Cruz:Oratoria y periodismo en la España del siglo XIX”, Castalia. Madrid 1977

    · Umbral, Francisco: “Larra anatomía de una dandy”, Madrid 1965

    · Valera, José Luis: “Larra y España”, Espasa Calpe. Madrid 1983

    1. Todas las citas que vienen a continuación como las de esta página corresponden al artículo : ¿Quién es el público y donde se encuentra?. Tomadas de : « Antología fugaz » entre las páginas 32 -36.

    2 Juan Bautista Montes Bardajandi, « Mariano José de Larra. Artículos ». Ed. castalia. Madrid 1991

    3 Larra también escribió una novela « Macias » y trabajó casi todos los campos literario pero están carecen de relevancia porque sobre todo el autor destacó por sus artículos políticos y costumbristas.

    4 Cita del artículo « Nochebuena de 1836 » en el que se puede observar la desolación de su interior, se derrotado a sí mismo

    5 José Luis Valera, « Larra y España ». Madrid. Espasa Calpe. 1983

    7. Mariano José de Larra « Un periódico nuevo »

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