Literatura


Luces de bohemia; Ramón María del Valle Inclán


  • A Modo de Introducción

  • Desde que en 1561 Felipe II instalara definitivamente su corte en Madrid, esta ciudad ha sido escenario de un sin fin de obras literarias. No cabe duda que en ocasiones ese lugar ha pasado a ser el personaje secundario que, con su sólo estar, transforma la propia vida de los personajes principales. La historia de Madrid está unida, sin duda, a la literatura que trata sobre ella y que la utiliza como escena. No es lo mismo esta atmósfera que el de otra ciudad, ni española ni extranjera. Porque Madrid, a pesar de ser capital, nunca dejó de ser la villa castiza que todos conocemos a través de las novelas finiseculares. Un pueblo orgulloso, amante de tradiciones, pendenciero y poco digno de ser habitante de la capital de un imperio donde no se ponía el sol. Si comparásemos el Madrid imperial con el París de la misma época encontraríamos amplias diferencias. Y sin embargo la ciudad ibérica, a pesar de todo, ha conseguido ponerse al nivel de otras ciudades europeas, logrando ilustrarse y embellecerse gracias a los más altos ciudadanos que la habitaban, los reyes. Éstos, en especial la dinastía Borbón, desearon hacer de Madrid un segundo París decorándolo no sólo con conventos, como los Austrias, sino con fuentes y bellos edificios neoclásicos, amplios paseos. Piedra mármol que se convirtió con el paso del tiempo en símbolo pétreo de la ciudad.

    La literatura ha buscado en ese escenario el bello lugar donde poder situar sus aventuras. Encontramos toda clase de ejemplos. La literatura no siempre trata bien a la capital. Encontramos, en el siglo XX, testimonios que nos hablan de un Madrid deprimido, atrasado, derrumbado por el reciente desastre de Cuba. De esta época es difícil encontrar un testimonio favorable sobre la Villa y Corte. Si seguimos avanzando encontramos, en la década de los 20, el Madrid castizo y provinciano de la Zarzuela y de Arniches. Más adelante la esperanza de los autores republicanos, que ven en Madrid la Numancia de su época, y el desencanto cuando Madrid cae en manos nacionales. Quizá el más completo ejemplo de esa ciudad de posguerra se encuentra en La Colmena de Camilo José Cela. A lo largo del siglo surgen otros testimonios, incluso algunos que desean regresar a esa época imperial de caballeros, emboscadas e inquisición como lo hace magistralmente Gonzalo Torrente Ballester en Crónica de un rey pasmado o el recién nombrado académico Arturo Pérez Reverte en Las aventuras del capitán Alatriste. O este mismo autor que dibuja un fiel retrato del Madrid de finales del reinado de Isabel II en El maestro de Esgrima. En literatura se encuentran numerosísimos testimonios sobre Madrid: el Madrid universitario de principios de siglo en El árbol de la ciencia de Baroja, el exagerado casticismo de Arniches, una ciudad desde la ventana de un hospital que nos muestra Isabel Allende en Paula y así podría nombrar obras sin fin, cada una de las cuales nos dan una visión de la urbe capital de España.

    Sin embargo a lo que en este trabajo quisiera dedicar mi atención es al Madrid del Esperpento, un Madrid gris, oscuro, deformado por la visión de los personajes, por su psicología atormentada. La vida, la ciudad vista desde los espejos del Callejón del Gato. Primero desde un Madrid esperpentizado por la mente de Mariano José de Larra en una novela de finales del XX, Flores de Plomo, a continuación a través de los ojos de los primeros en ver la realidad desde la orilla del esperpento, Max Estrella y Don Latino en Luces de Bohemia. Y es que Madrid además del casticismo tiene, como gran ciudad, el don o la desgracia de atenazar el alma de los que en ella residen, porque al fin y al cabo la magnitud de la ciudad impide en ocasiones volar en libertad hacia espacios diáfanos, donde el alma o la persona viva sin sentirse aprisionada por el asfalto, el cristal y el ruido.

    Madrid, ciudad literaria, puede ser el más bello de los lugares para vivir o el que más posibilidades ofrece, pero también el más cruel de los esperpentos para las personas que en ella residen. Llevando incluso al hastío de vivir y a buscar la libertad última que sólo la muerte puede otorgar.

  • Un Madrid recoleto

  • Es fundamental, en las dos obras que sigo como base, la zona centro de Madrid. Lo es porque en ninguna otra zona de la urbe se hubiera podido desarrollar una trama de este tipo.

    La zona del Madrid primitivo, donde se gestó la villa, es el escenario adecuado para ambas dado que la falta de espacio que sufre es propicia a la oscuridad y umbría que las dos necesitan. En un escenario diáfano como pudiera ser el actual Barrio de Salamanca, sería imposible que se dieran dar las andanzas de los personajes.

    Es necesario el Madrid medieval y barroco, plagado de callejuelas sin fin y, en ocasiones, sin sentido, donde se jugaba con el efecto sorpresivo. Efecto que permitía mostrar la grandiosidad de los edificios más significativos de la ciudad, como sucede en tantas ciudades europeas. Así en la boca de una de las calles se podía encontrar uno con la imponente edificación del Alcázar, después palacio de Oriente.

    Ese Madrid estrecho, oscuro da pie a la escaramuza, al ocultamiento, al ataque tras cualquiera de las curvas sin sentido que tiene la matriz donde se gestó la villa.

    Del mismo modo es impensable encontrar en barrios más aristocráticos a algunos de los personajes que observamos en estas dos obras, y esa mezcla de casticismo y superstición nunca se darían en los barrios burgueses con los que Madrid comenzaba a ensancharse a finales del XIX. Es en esos recovecos donde necesariamente se produce la mezcla del Madrid de toda la vida, orgulloso y castizo, juerguista y bullanguero, de tabernas y reyertas, con el Madrid de la nobleza que aún guarda, en las obras, algunas de sus residencias cerca de Palacio. En los nuevos barrios la burguesía no permitiría esos atrevimientos de la plebe que vive en la almendra central. Almendra donde pasear a solas puede costar la vida, donde sólo unos tímidos faroles alumbran unos pocos metros que más allá se convierten en sombra, justo donde dobla la esquina, allí donde la muerte en forma de pistolero o espadachín puede estar aguardando. Ese Madrid es el propicio para que Max Estrella camine con Don Latino, y donde la noticia de la muerte de un escritor crítico como Larra corra como la pólvora. Un Madrid infernal. Un infierno frío, sombrío donde las almas se corrompen junto a las sombras, donde la vida se convierte, en ocasiones, en una lucha por la supervivencia entre la luz y la sombra. (...) Y la sitúa en Madrid ¿Es un buen escenario de la humanidad? Es perfecto, ya que está lleno de subterráneos y de infiernos(...)

    La frase anterior resume bastante bien la ciudad que se vive en estas obras. Una ciudad que atrapa y acongoja las almas que en ella viven. Sus laberintos provocan miedo, tientan al ataque o la defensa en la sombra proyectada por los pobres faroles de gas

    A tal punto llega la oscuridad de las calles y de las almas que las pueblan que en el siglo XVIII, reinando Carlos III, se produjo el motín de Esquilache por la prohibición de llevar capas con embozo. Estas capas acompañadas de la oscuridad de las calles daban impunidad en los crímenes ya que el atacante, cubierto hasta los ojos, podía esconder su persona sin dificultad y llevar a cabo sus acciones sin ser descubierto.

    En Flores de Plomo aparece una ciudad que además de sombría y laberíntica está inmersa en la festividad del carnaval. Esto añade un salto fuera de la realidad. La urbe se ha disfrazado, como lo hacen sus gentes, y se ha ensombrecido más de lo habitual ocultando su rostro en la amalgama de máscaras que la invaden. Las personas disfrazadas añaden una aureola de oscuridad a la ya de por sí ensombrecida ciudad.

    En Luces de Bohemia la noche de Max Estrella hubiera sido imposible en otro Madrid, o en otra ciudad más abierta. La noche se mezcla con lo intrincado de las calles para dar al paseo de los protagonistas una sensación de grosería y pobreza. Este viaje no hubiera sido posible en la amplitud y rectitud de las calles más allá de la Castellana, allí las sombras no hubieran jugado un papel tan decisivo, pues el plano heredado de las ciudades romanas, no da ese juego de laberinto mágico como lo hace el recoleto Madrid central.

    Y es que en ambas el Madrid extendido entre el Manzanares y la actual calle Serrano es un dédalo de sombras, deformado en las dos. En Flores de Plomo por la mascarada de carnaval y la psicología alterada de Larra, en Luces de Bohemia fundamentalmente por los espejos del callejón del Gato. Pero en ambas fuertemente desligado y a la vez muy unido a la verdadera realidad madrileña.

    Y esa deformación convierte al Madrid, ya de por sí oscuro, en una ciudad donde sólo la sombra parece tener cabida, una sombra desvirtuada a su vez y que se convierte en personaje trascendente de ambas. Personaje que, en silencio, ahoga las almas que en ella intentan sobrevivir, e incluso las lleva al Hades, las asesina.

    3- El Carnaval de Madrid.

    La fiesta de carnaval, que transcurre desde el jueves lardero hasta el miércoles de ceniza, siempre ha significado una trasgresión de la realidad. La fiesta pagana o, quizá mejor, paganizante, olvida las buenas costumbres y da lugar a la pérdida de la norma habitual abriéndose a situaciones a veces extremas. Es una fiesta que además ha servido a multitud de autores para centrar sus acciones o al menos parte de ellas. Y es que el juego que permite la trasgresión de la norma es inigualable al de otras épocas del año. En carnaval el disfraz o la máscara, básica en esta fecha, permite ir más allá de la trasgresión, supera a ésta.

    En Madrid el carnaval siempre ha tomado ese camino de fiesta incontrolable, de locura general en el pueblo que, previendo las privaciones cuaresmales, se entrega al desenfreno del disfraz, el alcohol, la mascarada. Una fiesta que termina el miércoles de ceniza con el triste entierro de la sardina y que sin ser de esa manera, una locura, no sería tal. (...) El carnaval es, por su esencia misma, insensatez, desorden y voluntaria infracción de todas las reglas sociales(...)El carnaval es una institución democrática(...)

    Esta cita resume todo lo que es el carnaval. En especial la que nos habla de la democracia del carnaval. Sin duda así es y así lo ha sentido el pueblo de Madrid a lo largo de los siglos. A pesar de que el carnaval de la ciudad no llegue a la categoría de Venecia u otras ciudades europeas, es en esos pocos días donde el pueblo puede convertirse en algo que nunca será. El rico viste de pobre y ríe el disfraz, los plebeyos se hacen nobles y se nombran reyes y ríen la gracia. Todos los madrileños, sea cual sea su estamento social celebran esos días como un desenfreno propio de un lugar que sabe su fin y quiere celebrar lo último que le queda de una manera imposible en otro momento de la vida. El carnaval, al menos así lo retratan otros autores, es también una época de confusión donde no se distingue la máscara de la verdadera faz. Un momento donde no se sabe quién va disfrazado y quién no, tal es la confusión reinante en las calles y en los barrios. El siguiente retrato del carnaval en Madrid está situado en el barrio de Las Carolinas, el autor dice que el personaje que lo observa recuerda el del centro de la ciudad parecido al grotesco espectáculo que tiene ante los ojos (...)En aquella gente adornada con los despojos de una ciudad no se distinguían fácilmente las máscaras de los que no iban disfrazados(...)Una careta vieja de cartón o un trapo con agujeros para los ojos era lo único que distinguía a las máscaras en aquel mundo donde todos parecían igualmente disfrazados

    Es, por tanto, el carnaval una época donde la ciudad se sumerge en una vorágine de fiesta sin temor a la posible reprobación legal. Esta impunidad que otorgan la fiesta y los disfraces se aprovechaba en numerosas ocasiones para encubrir crímenes, venganzas y otros hechos delictivos amparados en el secretismo otorgado por el ambiente. Llegaba a tales puntos el aumento de crímenes que durante algunos periodos, en especial tras la guerra civil española, se prohibió esta festividad en las grandes ciudades españolas.

    El carnaval es una época un tanto esperpéntica en donde la ciudad se disfraza del mismo modo que lo hacen sus habitantes y pierde su estado de ciudad digna, de capital de estado y se convierte en un mar donde los disfraces se apoderan de la fisonomía urbana. Una forma que la ciudad pierde tomando la de una continua fiesta. Así sucede en Flores de Plomo, el libro que trato en primer lugar.

    Situado en el Madrid de 1837 la novela se centra en la repercusión que en la sociedad tiene el suicidio del escritor y periodista Mariano José de Larra. Antes de entrar a ver el Madrid que se nos presenta es importante ver el momento histórico en el que se sitúa la obra. En 1837 España vive pendiente de un hilo político. Cuatro años antes ha muerto Fernando VII que deja como heredera a su hija Isabel al derogar, mediante la Pragmática Sanción, la Ley Sálica de Felipe V que impedía reinar a las mujeres. Esta decisión, tomada en detrimento de su hermano Carlos María Isidro, hace que estalle la primera guerra Carlista. En Palacio, en Madrid, María Cristina, última esposa de Fernando VII, es la regente mientras dure la minoría de edad de Isabel. Es un momento políticamente convulso. Los isabelinos tomaran el bando más progresista, los carlistas el más conservador y más cercano al anterior reinado. Espartero defiende las posiciones de la futura reina y los ministros aconsejan a la regente medidas anticlericales nunca vistas en España. Así en esta situación de confusión en la novela que trato, Madrid es una ciudad de fiesta por el carnaval, pero que al mismo tiempo no cesa de mirar al Palacio de Oriente con miedo a lo que pueda suceder.

    Realizado este breve acercamiento histórico paso a mostrar el Madrid que esta obra nos dibuja.

    El carnaval de 1837 se sitúa en una ciudad helada por el frío invernal que provoca nevadas pero que no parece importar a la gente que celebra la fiesta. La ciudad ha perdido su identidad de ciudad, de corte regia, y se ha transformado en una máscara donde se suceden las reyertas a navajazos, las borracheras, los gritos e improperios. Es una urbe dejada de la mano de Dios en la que los mismos miembros del orden público han perdido la compostura. Sólo los clérigos parecen mantenerse en su lugar.

    (...)Cuando venía, pasada la calle del Espejo, ha visto una reyerta: entre gritos de mujeres, dos hombres disfrazados se golpeaban y cruzaban las navajas y uno de ellos debió de recibir en el costado la del rival porque se le doblaron las piernas y cayó de rodillas.

    Así es el Madrid que se nos presenta en general en esta obra. Una ciudad que tiene como habitantes unos ciudadanos castizos y pendencieros amigos de la fiesta y de perder la compostura. Recuerdan, las citas que se refieren a las reyertas, a los duelos que, para limpiar el honor, se entablaban entre las familias más pudientes y que, a pesar de su expresa prohibición, eran comunes en los descampados que rodeaban a la ciudad. El carnaval, acompañado el disfraz con el alcohol, se nos muestra como una fiesta pendenciera donde, al unirse ambos factores, se crean detestables acciones (...)En la esquina de una bocacalle, dos hombres luchaban con sonoros resuellos por el esfuerzo de golpearse en intentar que el rival cayera al suelo(...)los dos se volvieron para mirar quién eso les decía, y los rostros estaban oscurecidos por la sangre y de las ropas, desgarradas por el forcejeo, llegaba un intenso olor a vino.

    En la obra se presentan dos viajes a lo largo de la fisonomía urbana que muestran el efecto que la fiesta tiene en los barrios céntricos de la capital. El primero es el que realiza el escritor Mariano José de Larra desde la casa del también escritor Mesonero Romanos a la suya. Es un viaje físico y mental. El físico le traslada desde el hogar del amigo hasta el suyo. El mental, propiciado por las palabras del amigo, le traslada hacia la idea del suicidio. (...)Cruzará ante la iglesia de San Luis, pasará por la calle de los hermanos Preciados y, por el arco de Capellanes, a Celenque, donde encontrará un grupo disfrazado(...) Atravesará la ciudad donde nació, dejará atrás las envidias, la ignorancia, atravesará la historia reciente de la política española, de las elecciones de agosto en las que fracasó como diputado, pasará delante de adustos conventos y cuarteles, cruzará por redacciones de periódicos venales(...) seguirá por la calle mayor donde hombre embozados parecen vigilarle y donde unas mujeres le llamarán; él pensará que no sólo en este lunes de carnaval sino durante años, ha vivido rodeado de máscaras, falsos rostros y falsas palabras y él mismo quería encubrir toda su vida con una máscara mentirosa(...) y sólo pondría digno final a todo abrir el estuche de las pistolas y empuñar una, decidido, para llevarla a la sien derecha y apuntar a Fernando VII, a su padre(...)a toda una amarga patria y apretar el gatillo sin vacilar. Este es, resumido, el viaje que realiza el periodista a lo largo del centro de la ciudad. Una ciudad que a sus abatidos ojos se muestra tan simiesca como los disfraces del carnaval que la dominan. No es una ciudad agradable. Se encuentra sumida en el caos: un caos de fiesta de carnaval acompañada por el alcohol y la trasgresión de la norma; un caos político donde el futuro se oscurece al mirar hacia Palacio una vez muerto el Deseado. Es la visión de un hombre desesperado, que ha viajado hacia las orillas del amor de la mano de una mujer que ahora le abandona por otro. Esto puede parecer excusa suficiente para mostrar esa triste imagen de la ciudad.

    El segundo viaje a lo largo del centro de Madrid, visto desde otra perspectiva, no parece dar una imagen más halagüeña de la urbe. Se trata del viaje de dos mujeres que atraviesan la zona centro en busca de las cartas que una de ellas escribiera a Mariano José de Larra declarándole su amor. El que una mujer reclame estas cartas significa el fin del sentimiento. Esta petición de las cartas ha provocado la visita del periodista a la casa de Mesonero Romanos, dando así la primera imagen de un Madrid carnavalesco. Este segundo viaje muestra más a fondo la peligrosidad de la ciudad en fiesta. Dos mujeres no deben atreverse a caminar solas a pie por el centro, menos aún estando éste dominado por la trasgresión festiva. La visión que en este segundo viaje se da es aún más esperpéntica que la anterior. Aquí el miedo es la guía de las dos mujeres que se ven sumidas en la vorágine de la juerga y de la pendencia. Dos mujeres solas son tomadas por algunos como libertinas, incluso como prostitutas. Aquí incluso se llega añadir a los cocheros, personas que navegan por la ciudad a gran velocidad, para hacer más viajes, pisando charcos, insultando a los que se interponen en su camino y salpicándolos del barro que inunda las calles. En este camino la ciudad y sus habitantes se han animalizado y convertido en atacantes de los que se atreven a penetrar en su territorio. Sólo un grupo de personas parece no haberse dejado contagiar de la fiesta, los que salen de la iglesia de San Ginés de rezar la novena por la muerte de una persona. Este grupo parece mantenerse íntegro a pesar de la fiesta.

    (...) Habrían de atravesar muchas calles, entre máscaras de harapos y caretas, entre borrachos que bailoteaban al son de panderos y trompetas viejas cuyo sonido estridente anunciaba que, de lejos, de barrios apartados, venía gente buscando diversión, bromas o riñas en las que ninguno sería reconocido bajo un burdo disfraz(...)Ya se ve aquí que las mujeres al salir a andar por la ciudad saben ligeramente a lo se exponen, a encontrarse, entre el frío que domina la urbe, a gente juerguista que las llame la atención insolentemente o reyertas como las que ya antes he descrito.

    Comienza así un viaje al infierno carnavalesco en el que las dos mujeres se ven envueltas en insultos, reyertas y miedos, en una vorágine de locura que ha tomado la ciudad en la que un simple paseo se convierte en un caminar por una selva de esperpentos caricaturizados por los disfraces, el alcohol y la fiesta.

    Y en este viaje sucede el más macabro de los acontecimientos: el suicidio de Mariano José de Larra. El autor despechado por una dama, la dama de su vida, e invadido por el sentimiento romántico se quita la vida con el trasfondo del carnaval, lo que da un toque de esperpento a su muerte. La muerte que invade las calles en peleas sin número ha pisado la casa de un prestigioso periodista, temido por sus duras críticas a la sociedad española del momento. Un periodista que constantemente disfrazaba su persona con un pseudónimo: Fígaro. Falso nombre por todos conocido y que, como sucede en la novela, era temido como si nadie supiera qué se escondía tras ese disfraz periodístico.

    Se nos muestra por tanto una ciudad dominada por la locura del carnaval. La fiesta de la trasgresión, previa a la quietud cuaresmal, transforma una ciudad, capital de uno de los imperios que fue dueño del mundo, vencida y entregada a la locura, una ciudad donde, si no se forma parte de la turba carnavalesca, es mejor refugiarse en casa y protegerse de las máscaras que atentan contra la personalidad de las gentes y de la ciudad misma. Ese es el Madrid escenario de esta novela, un Madrid poseído y sumido en la enajenación popular.

  • Madrid desde un espejo

  • No es mi intención copiar a Lewis Carroll en el título de su obra Alicia a través del espejo. Sin embargo el espejo en Luces de Bohemia es fundamental para mostrar el Madrid que nos enseña Valle. A pesar de su tardía aparición, los espejos del callejón de Álvarez Gato se dejan ver a lo largo de toda la obra. Estos espejos son la declaración de intenciones de Valle-Inclán sobre el esperpento, al menos en parte porque en obras posteriores volveremos a encontrar declaraciones al respecto. Los héroes clásicos han ido a pasearse al callejón del gato. Los héroes clásicos reflejados en espejos cóncavos dan el Esperpento. Las imágenes más bellas, en un espejo cóncavo, son absurdas: esta frase, ya mítica, es el centro de la obra, aquí encontramos el sentido de esa ciudad asqueada y desolada. Una ciudad deformada por los espejos mágicos, desde los más altos dignatarios, como el ministro de la gobernación, a los más bajos personajes, como la prostituta chamberilera, todo se ha ido a reflejar a esos espejos que aún hoy podemos observar en el centro de Madrid. Son dos espejos en los que muchos se han reflejado a lo largo de su vida, pero que Valle ha sabido hacer centro de un nuevo género: el de la deformidad en los personajes, en el tiempo, en su espacio. Porque en Luces, en esos espejos, no sólo se reflejan los personajes, sino también el espacio.

    La ciudad que vemos en Luces es el Madrid de principios del siglo XX, derrumbada por el desastre de Cuba y las colonias americanas, y acuciada por la situación africana. Del mismo modo acorralada por los problemas de los obreros que, hartos de trabajar casi gratis, comienzan las primeras revueltas laborales que asolan España. Cuando se publica la obra no hace apenas diez años de los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona, y Madrid no se aleja demasiado de la capital catalana en lo que a revueltas se refiere. También es la ciudad Villa y Corte, anquilosada en sus estamentos más básicos y poco abierta a las reformas, a pesar de que la vieja muralla cayera en tiempos de Isabel II para dar nuevos horizontes a la ciudad, el centro madrileño sigue siendo una amalgama de callejas laberínticas, aún existe la Red de San Luis, así llamada porque mostraba esa forma: un entrelazado de callejuelas en torno a la parroquia de San Luis.

    Ese es el Madrid en que se desarrolla Luces. Es difícil encontrar la opinión sobre Madrid que aparece en la obra. Lo es porque a pesar de ser un viaje por la ciudad, la mayoría de las escenas se representan en interiores. Sin embargo en las acotaciones, al principio de cada acto, encontramos algunas de esas muestras del Madrid que da Valle.

    El paseo que realiza Max es, como él mismo afirma al final de la obra, dantesco. Un viaje por el infierno de la ciudad que, en este caso, al contrario de la obra del italiano no termina en el paraíso de la mano de Beatriz, sino en una muerte triste y solitaria, pasto de los perros que buscan comida, en este caso personificados por Don Latino a quien no importa la muerte de su amigo sino el billete de lotería que éste guarda en el bolsillo.

    El paseo de Max es a través de un círculo dantesco e infernal, los círculos fríos que relata el italiano en su obra. Son los círculos más superficiales y los más profundos de la degradación de la urbe y muestran los castigos a los que están sometidos los personajes protagonistas. El primero es el círculo de la pobreza a la que se ve condenado un autor, un escritor en la urbe. No es algo nuevo que los escritores, al menos los peor conocidos, sean castigados al ostracismo intelectual y por tanto a la pobreza. Ya se esperpentiza la ciudad como un lugar donde los escritores tienen dificultades para salir adelante. Y la casa de Max, donde vive con su mujer y su hija, es un ejemplo de los malos pisos del centro de la ciudad donde se sobrevive más que se vive (...)Un guardillón con ventano angosto..

    Max sigue recorriendo círculos infernales como el de la codicia y el engaño del pérfido Zaratustra. Una vez más se nos muestra una imagen triste de la ciudad cuando sucede la visita de don Gay Peregrino quien, comparando la capital española con la británica, hace un triste repaso de la sociedad hispana. Max le acompaña criticando al clero, que siempre quiere mantenerse en la cresta de la ola, al gobierno y a otras instituciones. Madrid parece ser una ciudad atrasada. De esto no cabe duda, al menos en relación con otras ciudades europeas.

    El viaje continúa: ahora se va a mostrar otra triste parte de la ciudad, la de las revueltas callejeras y la más triste aún de la represión policial. En este caso se esperpentiza a las turbas que corren por las calles. Por un lado a los revoltosos que apalean los comercios en protesta. No se especifica la causa, en el otro bando la acción ciudadana que persigue a los alborotadores para castigarlos. Pero ni siquiera, siendo una fuerza del orden, aparece como tal, más bien la vemos como un elemento fantasmagórico y represivo del Madrid de principios de siglo. Pero ya se ve a los personajes, habitantes de la ciudad, como tristes reflejos de lo que desean ser. Los nombres, Rey de Portugal, Pisa bien, Pica Lagartos(además aquí se refiere a un hombre) entre otros, nos muestran lo esperpéntico del ambiente y de la gente que rodea a Max y Latino. El espacio, la ciudad, es un fantasma oscuro y negro donde la vida es difícil para un poeta ciego y pobre. A esto se añade los fantasmas que lo rodean, mera sombra de personas venidas a menos y que sobreviven como bien pueden.

    Latino y Max prosiguen el viaje, constantemente reflejados en los espejos del Gato, por la ciudad deformada. La noche añade un punto más de oscuridad a las almas de los dos protagonistas y a las callejuelas de la zona centro. Es un Madrid silencioso tras la carga policial vespertina, Valle nos lo cuenta así: Máximo Estrella y Don Latino tambalean asidos del brazo, por una calle enarenada y solitaria. Faroles rotos, cerradas todas, ventanas y puertas. En la llama de los faroles un igual temblor verde y macilento. La luna sobre el alero de las casas, partiendo la calle por medio. De tarde en tarde, el asfalto sonoro. Un trote épico. Soldados romanos. Sombras de guardias(...)

    Aquí el esperpento está jugando todas sus cartas. Las palabras de Valle no cesan de mostrarlo, a pesar de que la declaración del esperpento no aparecerá hasta el final de la obra. La ciudad se asemeja más a un pueblo fantasma, a una ciudad deshabitada que a la capital de España, recuerda a la Ciudad de los Espectros que Michael Ende describe en La historia interminable. Incluso la calle está deformada, no está del todo asfaltada, está llena de arena lo cual da un aspecto de pobreza aún mayor a la imagen. Max y Latino son sólo sombra de personas, van andando en la oscuridad y borrachos, han perdido su personalidad, apenas saben andar y caminan solos en el silencio de una ciudad muerta o asustada. Madrid acogotado tras las ventanas, silencioso, sólo alzar la voz puede costar la vida o la prisión. Se encuentran ahora en una buñolería. Después continúan su dantesco viaje a lo largo de la ciudad dormida. Llegan al ministerio de la Gobernación, la escena no está dentro de la ciudad, más bien fuera, en los sótanos de la ciudad. Unos sótanos que Valle conoce bien, los calabozos del ministerio, allí ha estado Valle por insultar al gobierno, allí han pasado días mucha gente conocida o anónima, allí el tiempo de la ciudad parece detenerse, no hay conciencia de él.

    Poco después el viaje por la ciudad continúa en oscuridad, soledad y ambiente pobre y tétrico. Hay jardines iluminados por la luna lunera, plagados de prostitutas que llaman a los viandantes. Las mujeres no son más que marionetas: señoras mayores, mal pintadas, mal vestidas. Un ambiente que Max, por su ceguera no puede apreciar, pero que capta de alguna forma.

    A continuación vuelven a sentir el Madrid tétrico y esperpéntico de toda la obra. Es una calle noble y religiosa: Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles(...) donde la carga policial ha cometido un error: ha matado a un niño. Sin embargo lo triste de la escena se vuelve a corromper con los diálogos de los presentes, la escena es presentada por Valle: Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles(...)Un grupo consternado de vecinas en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño muerto(...) Es el Madrid de la pobreza y de la desigualdad social, también del comadreo llevado al cenit por Valle. La tristeza de la ciudad queda plasmada en la imagen del niño muerto. Los presentes ven la razón de un hecho incomprensible, (...)es necesario para restablecer el orden(...)Me tomó el tumulto fuera de casa espero que se acuerde el pago de daños a la propiedad privada(...) Este y otros similares son los comentarios descarnados de los presentes. No les interesa la triste escena que contemplan, más bien quieren que la policía actúe así para que sus propiedades no sean destrozadas. Valle esperpentiza el espectador ve como la conversación de los vecinos es oscura, egoísta. Por eso Madrid está como está, por el mucho egoísmo de los que lo habitan.

    El siguiente paso ya es el último de Max. Donde hace su declaración sobre el esperpento y donde se puede entender toda la obra. Max y Latino son los héroes de una tragedia griega que se han reflejado en los espejos del callejón del Gato. Madrid es la Troya que quieren conquistar pero que, reflejada ella también en los deformantes espejos, les mata a ellos. Madrid-Troya ha vencido a Aquiles y a Patroclo porque al deformarse en su reflejo los ha engullido en las sombras que la pueblan. Madrid, oscura y fría, peligrosa urbe en la que realizar un viaje por los infiernos que la inundan, puede llevar a la muerte, a quedarse en ellos.

    Parafraseando a Calderón y a Max cuando se camina en Madrid, se puede decir que es el mal recibimiento que Polonia otorga a Rosaura en La vida es sueño, y la mala acogida que Max siente cuando entra en la librería de Zaratustra.

    Y no sé si Valle desearía esperpentizar a la capital de España, pero lo hizo. Y mostró el Madrid castizo, que tantas veces dibujara Arniches, deforme y angustioso, la ciudad provinciana, a pesar de ser capital de un estado, del alicantino, amiga de la fiesta, el baile y la verbena, olvida la alegría y se torna en una cueva oscura e inhóspita para los que allí viven. Quizá sea porque ambos autores vivieron la misma urbe de maneras muy diferentes. Quién sabe qué hubiera pasado si Valle hubiera vivido una ciudad diferente a la que vivió. Sólo sé que no poseeríamos un retrato tan fiel de la triste situación que se vivía en Madrid a principios del siglo pasado.

  • A modo de conclusión

  • He llegado al final de este trabajo con la extraña sensación de haber mostrado, desde los dos libros que me han servido como base, una imagen demasiado oscura y triste de la ciudad. Así es la sensación que quería enseñar. Es decir, Madrid, no cabe duda, es una ciudad llena de posibilidades, bella en sus monumentos y de historia larga e interesante. Pero, y de esto tampoco me cabe duda, es una ciudad que puede llegar a agotar. El casticismo, lo tradicional, ahora ya menos visible, en algunos casos perdido, hasta los principios de la segunda mitad del XX seguía muy vigente, Madrid era el pueblo capital de un estado. Era una ciudad, al menos en parte, cerrada sobre sí misma y con tradiciones que sólo la inmigración, que ha traído de España a miles de personas, ha sabido eliminar. Al mismo tiempo Madrid ha sido una ciudad que desde que tenemos noticia histórica de su existencia, hacia 1086, ha crecido lentamente y siempre en torno al mismo núcleo, hasta el siglo XX no se cruzó el manzanares, y no se era de Madrid sino se vivía en los barrios más céntricos.

    Por eso me parece importante resaltar ese aspecto de ciudad oscura, del que en general no somos conscientes, porque es el que han sufrido hasta este siglo muchos de los “forasteros” que venían aquí a residir.

    Quizá he visto demasiado la parte más oscura que de Madrid han querido realzar los autores, pero eso es lo que iba buscando. La ciudad deformada en los espejos del Gato, una ciudad en la que puede asustar vivir, en la que el peligro, el oscurantismo acecha tras las esquinas, en Valle en las personas que muestra y en la propia ciudad, en Zúñiga en los disfraces de las personas y en la psicología perturbada.

    También ver que Madrid es una ciudad que comprime el alma, así lo hace con Larra o Max, porque su grandeza y su gentío impide la plena realización del alma libre de algunas personas. Y porque así lo veo yo que, parafraseando a Clarín, me nacieron en Madrid. Una ciudad de cristal asfalto y metal, pero que tantas veces impide la libertad total, porque su simple estar ahí oprime a los que la navegan día a día.

    En definitiva, he deseado dibujar la enajenación de Madrid, la que quieren mostrar los autores que he seguido como base. La deformación de una ciudad sumida en los avatares de un carnaval, pero visto desde 1999, la esperpentización de una urbe reflejada constantemente en los espejos, cóncavos y convexos, de una calleja. Calleja que ha tomado fama gracias a ser la inspiradora de un nuevo género, el de la deformación de los personajes y, al menos en este caso, del espacio en el que viven. Y en ambos casos, al deformarse el espacio de las dos novelas, la deformación de la visión de los protagonistas y de su visión de la ciudad. Deformación que al fin y al cabo es un dato importante para poder observar ese Madrid oscuro y tétrico que los autores parecen querer mostrar.

    Bibliografía

    • Flores de Plomo. Juan Eduardo Zúñiga. Madrid, Alfaguara 1999

    • Luces de Bohemia. Ramón del Valle-Inclán. Edición de Alonso Vicente, Madrid, Austral 1987.

    • Vistas Literarias de Madrid entre siglos (XIX-XX) José María Díez Borque. Madrid, Ediciones de la Comunidad de Madrid 1998

    • Madrid en sus libros. Antonio Pau Pedrón. Madrid, Trotta, 1999.

    • Martes de Carnaval. La hija del Capitán. Ramón del Valle-Inclán. Edición de Jesús Rubio Jiménez. 24º edición. Madrid, Austral 2001

    • La realidad esperpéntica. Un acercamiento a «Luces de Bohemia» Alonso Zamora Vicente. Madrid. Gredos, 1969.

    Esperpento, a pesar de comenzar a usarse ya en el siglo XIX como significación de lo grotesco, así los usa Pérez Galdós, toma verdadera forma en el teatro de Valle-Inclán. Es un teatro nuevo donde los personajes olvidan su fisonomía de personas tomando la de marionetas, y así se comportan. Movidos por una fuerza superior actúan sin saber bien por qué, dominados por el autor, como simples marionetas.

    Este callejón sito en la zona de Huertas posee, aun en la actualidad, unos espejos cóncavos y convexos que muestran una imagen distorsionada del que camina frente a ellos. Es aquí, frente a estos espejos, donde don Ramón da la definición de Esperpento.

    En el momento espacio-temporal en el que se desarrollan ambas obras, en especial Flores de Plomo, Madrid terminaba aproximadamente en la calle Serrano. El lugar donde se encuentra el barrio nombrado era aproximadamente la carretera de Aragón en la que sólo unas ventas subsistían. De hecho ya bastante alejadas de la ciudad estaban las Ventas del Espíritu Santo, donde hoy se sitúa el barrio de Ventas.

    De una entrevista al escritor y articulista madrileño Juan Madrid, diario 20 minutos edición del 10 de Marzo de 2003. Nacido en Madrid en 1947, en la actualidad combina la faceta de escritor con la de cineasta.

    Emilia Pardo Bazán. Vida, 26-29. Extracto sacado del libro de José Mª Díez Borque, que anoto en la bibliografía.

    Vicente Blasco Ibáñez, Horda. Extraído del Libro de José Mª Díez Borque.

    Juan Eduardo Zúñiga. Flores de Plomo. p.18, Madrid Alfaguara 1999.

    Ibídem p.45.

    Ibídem pp.23-24.

    El Deseado es el sobrenombre con que se conoció a Fernando VII durante la guerra de la independencia. Sin embargo cuando llegó al poder en 1814 y tomó el absolutismo como forma de poder los sectores más progresistas abandonaron dicha denominación ya que el rey había roto todas las expectativas que se esperaban.

    Juan Eduardo Zúñiga. Flores de Plomo. p.37. Madrid Alfaguara 1999

    Ramón del Valle-Inclán. Luces de Bohemia Escena XII edición de Alonso Zamora Vicente, Madrid Austral 1998.

    Ibídem. Escena I

    La acción, o unión, ciudadana es una asociación paraestatal cercana a Maura que colabora con la policía en la represión de huelgas y manifestaciones. Actuó entre 1919 y 1923. En la obra aparece varias veces nombrada.

    Luces de Bohemia. Escena IV.

    Michael Ende, en la Historia Interminable( Alfaguara, Madrid 1985) muestra en el capítulo IX una ciudad desolada y abandonada, similar a la que aquí parece mostrarnos Valle. Ese libro puede parecer un libro infantil pero no lo es completamente, por el contrario aparecen diversas ideas que lo convierten en un libro para adultos.

    Luces de bohemia Escena XI.

    Ibídem escena XI

    Ibídem.

    13




    Descargar
    Enviado por:Yandiek
    Idioma: castellano
    País: España

    Te va a interesar