En general, mi forma de entender el mundo no ha sido determinada por un solo libro sino por varios -entre otras cosas- pero imagino que eso nos pasa un poco a todos. Naturalmente, esos libros han dejado su impronta en mi proceso como escritora-lectora, que ha pasado por varios ciclos casi siempre marcados por un “libro-revelación”, un libro que me ha hecho redefinir algo que creía o pensaba.
Así por ejemplo, la primera vez que sentí deseos de escribir un cuento fue gracias a Los viajes de Marco Polo, cuando tenía unos 8 años. He tropezado con bastantes “libros-revelación” como Las flores del Mal, Himnos a la noche o Trópico de Capricornio, que no sólo cambiaron mi poética, sino que también apuntalaron una transformación personal. Por otra parte, a veces he encontrado esos puntos de inflexión en poemas, cuentos, y hasta en ensayos o estudios históricos como La Revolución Francesa de Lamartine. De hecho, uno de mis descubrimientos más agudos fue el poema Abandonadlo todo de Breton. Sobre cada uno de esos “libros-revelación” podría contar una experiencia de metamorfosis vital, pero voy a hablar de Rayuela, que fue para mí un libro iniciático, y me dio una pista sobre lo que, sin saberlo, había buscado desde que empecé a escribir: la poética Romántica.
En la época en que leí Rayuela, tenía unos 20 años y un trabajo de estudiante en un museo. Hacía poco que había dado con uno de mis primeros “libros-revelación”; precisamente un texto romántico, supongo que no por casualidad: las Aventuras de Arthur Gordom Pym. Llegó la Navidad y hubo un intercambio de regalos en el museo. Entonces yo estudiaba arquitectura, así que no sé cómo el chico que me regalaba a mí supo que me gustaba leer; ni siquiera me conocía mucho. El caso es que Rayuela fue mi regalo (aún conservo ese ejemplar), y aunque sea un tópico decirlo, me enganchó desde la primera frase.
Creo que Rayuela fue el primer libro que me hizo sentir deseos de cambiar el mundo. Además, gracias a esta novela de Cortázar, descubrí que la belleza no era bella, ni armónica; que la belleza podía ser caótica, y que igual podía estar en La metamorfosis de Kafka que en un suburbio deprimido de la ciudad. Recuerdo una experiencia que tuve tras esa primera lectura: que ese París un poco sucio de Horacio y la Maga, ese mundo decadente y nocturno que no era bonito pero estaba vivo, me exaltó con la revelación de lo que Breton llamó la “magia cotidiana”, aunque en aquella época yo desconocía el Surrealismo.
Claro que ahora soy una escritora muy distinta a la que era entonces, pero si hay alguna parte de mí edificada con libros, en la base de ese edificio -y junto a los autores románticos- seguramente esté Rayuela, con sus calles húmedas, su intensa rebeldía y su amor fou.