Filosofía y Ciencia
Libertad: Max Scheler
Libertad, conceptos, valoes, determinismos; axiología; Max Scheler.
Libertad
Para muchos la palabra "libre" es algo así como una niebla en la cual nada Llegan a distinguir con precisión. Sin embargo, en este asunto urge ver claro. Por tanto, vamos a remover y dejar a un lado toda palabrería y sentimentalismo.
Visión aguda y distinción exacta. No para suscitar problemas, que en esta cuestión precisamente no es este el método indicado para llegar muy lejos. Queremos más bien ponemos ante los ojos, vitalmente, quién es libre. Cuándo tiene derecho uno a llamarse libre. Buscamos el dechado del hombre verdaderamente libre.
Quizá el trabajo nos exija muchas menudencias. No queremos molestarnos por ello. Las obras "gigantescas" no son siempre auténticas; de ordinario causan vértigo. Queremos realizar un trabajo fino, un trabajo manual, que es el más honrado y perdurable.
Comencemos por lo más inmediato: se dice de un hombre que es libre cuando puede hacer lo que quiere; cuando tiene libertad exterior para decidir y moverse. Uno, por ejemplo, que hace a la fuerza lo prescrito por su superior, no es libre, naturalmente. Quisiera pasear y no puede; agregarse a un grupo, pero le está prohibido; con gusto emprendería un trabajo para realizarlo a su gusto y, sin embargo, tiene que acomodarse a una orientación extraña; se siente inclinado hacia una profesión determinada, pero no puede abrazarla... Todo esto es no libertad y puede oprimir agobiadamente.
Se torna todavía más penosa esa no libertad, cuando en la circunstancia impera un distinto modo de pensar que el nuestro.
Esto afecta siempre y en todas partes. No se nos comprende, se nos refuta, quiere imponérsenos otra ideología. Es tomado a broma lo que a uno interesa y se ridiculiza lo que uno ambiciona. Se nos fuerza a una reunión de sociedad que nos repugna: se nos imponen formas de trato, diversiones, modas que uno no puede... Causa de esto puede ser la sociedad, el ambiente profesional, la familia o el internado, o cualquier otra entidad. Puede llegar la cosa a una verdadera tiranía, siendo con frecuencia mal mirados quienes reclaman para sí la libertad. Si resulta que uno es por naturaleza acomodadiza o fácilmente intimidable, entonces es muy posible que pierda toda autonomía. La critica implacable arrebata a uno la confianza en sí mismo. No se piensa desde el punto de vista propio, sino desde el ajeno. Se acomoda uno a todo, encontrando bien o mal, hermoso o fe, noble o despreciable, no lo que el propio corazón dice, sino aquello a que los demás impelen. Hasta el punto de llegar a perder no sólo la voluntad exterior, sino también la interior.
Semejante no libertad se da en gran escala. Unos se hunden en ella profundamente; otros no tanto. En algún modo todos participamos de ella, pues todos nos amarramos con lazos que no se pueden romper. Nos encontramos en una familia y tenemos superiores que hemos de aceptar sean como sean. En la escuela no puede uno escogerse compañeros, maestros, instrumentos de trabajo..., sino que tiene que contentarse con lo que haya. Cada uno está situado en una profesión, en una oficina o taller, en determinadas relaciones sociales, y con eso tiene que tratar.
He ahí cómo todos experimentamos en nosotros, de algún modo, la opresión de la no libertad.
¿Cuándo nos veremos completamente libres? Cuando podamos ir y venir a nuestro antojo; cuando podamos trabajar en lo que estimemos conveniente; cuando podamos ordenar la vida a nuestro gusto; cuando nos hallemos en una circunstancia que respete nuestras opiniones... En una palabra, cuando seamos dueños de nuestros movimientos y nuestras resoluciones.
Esto sería libertad, y bien vale la pena luchar por ella. Es cierto que hay situaciones en las que nada se puede cambiar. Relaciones de familia, de escuela, profesionales... a las cuales hay que acomodarse. Pero esto siempre en el recto sentido de que queden a salvo el respeto y amor al prójimo. También aquí se puede conseguir mucho. Ante todo es precise que cada uno permanezca fiel a sí mismo. Si quiere uno, por ejemplo, seguir una determinada profesión y encuentra resistencia, debe ponerse en claro a sí mismo: ¿que es lo que quiero? ¿Por qué? Y luego. repetir constantemente una palabra apropiada que, sirva de tema. Al mismo tiempo, debe entregarse afanosamente al trabajo y al hogar, para que vean sus padres y superiores que ha sabido escoger lo recto; ha de esforzarse en el tono y en toda su actitud para superar toda resistencia con el poder de sus buenas intenciones.
Quizá objete alguien que esto es "diplomacia" y engaño; que se debe manifestar claramente lo que se pretende y nada más.
¡Ah, no! La voluntad que se proporciona medios aptos para una causa, es una voluntad racional y consciente de su misión. Con rudos procederes, con exigencias incondicionales, con rebeliones impetuosas no se consigue ningún bien; sí. mayor descontento y fastidio.
Hay ciertamente ocasiones en que se trata de nuestra alma, de la santidad interior de nuestra vida; de nuestra profesión y medios de subsistencia... Entonces, puede hacerse necesario oponer abierta resistencia. Pero ha de poder decirse uno a sí mismo con la conciencia tranquila, que se adopta ese preceder por un bien superior, que se han ensayado ya sin provecho todos los medios. Es necesario entablar semejante lucha con un corazón puro y sincero. Muchas veces, una cosa que nos pareció tremendamente importante, es pura pasión o un capricho. Creía uno a lo mejor que toda su vida dependía de cierta cosa y, al poco tiempo, esa cosa se le torna indiferente. Pensaba que ya no podía resistir más, que tenía que retirarse, y luego descubre que lo que pretendía era evadirse de obligaciones incómodas. Se dan cases que ponen a prueba nuestras fuerzas; más. Por lo general, habremos adelantado mucho permaneciendo impávidos, aprovechando todas las ocasiones para ensayar nuevas tentativas. Cumpliendo al mismo tiempo con esmero todos nuestros deberes y moderándonos en el trato. Llegamos ciertamente con esto a unos límites donde empieza el ámbito de lo inmutable. Pero es ésta la actitud auténtica de estructurarse en esa dimensión.
La lucha se hace especialmente necesaria cuando es precise proteger nuestras convicciones de un ambiente subyugador. Aquí una cosa sobre todo: no dejarse desviar. Condiscípulos. Compañeros de taller y fábrica, colegas en el negocio u oficio... por más que presionen: ¡No se dejen desviar! Se trata de la libertad. Examinemos lo que nos sea impugnado; repensémoslo mas, profundamente, para comprenderlo mejor; purifiquémoslo de exageraciones y falsas apreciaciones. Pero luego abracémoslo con toda el alma, más profunda y aferradamente. ;Tomémoslo firmemente! Cursos enteros han hecho burla de un joven; se han levantado contra un hombre talleres y oficina, círculos y tertulias. Pero se ha mantenido firme, en la paz de su corazón, en la luz de su voluntad y todo ha quedado destruido.
Tal libertad exterior es preciosa, sobre todo si se ha conseguido en la lucha. Pero no es más que el primer paso hacia el país de la libertad. Cualquiera ha podido observar que tiene esta libertad exterior quien, al menos, puede aspirar a 16 que a él le parece racional. Tiene que mantenerse en un orden; mas por lo demás, ningún obstáculo le ha sido lanzado al camino. Puede hacer y dejar de hacer lo que quiera; puede ir con sus amigos, dedicarse a lo que guste. Es muy posible que se preocupe muy poco del orden doméstico y que haga únicamente lo que se le acomode. Lee cuanto llega a sus manos; nadie intenta disuadirlo de sus convicciones. En suma: es libre en el hacer y no hacer. Se introduce una expresión. En su clase y grupo la dicen todos; ¡pues él con ellos! Se pone de moda una nueva corbata, un nuevo modo de dar la mano, de saludar... Quizá no vea del todo claro por qué ha de ser necesaria tal cosa; pero él quiere pasar por elegante o por estar al día como se diga y... ¡Hace lo mismo!
¿Qué decir de semejante libertad?
Se pone de moda un libro. No quiero dar ningún título: ya conoces tu hartos, que han pasado de mano en mano. Algo hay en la obra que repugna. Llega a él quemando innatural. Oye que dentro resuenan grandes palabras, pero sin ningún contenido de verdad. Sospecha que una híbrida amalgama de cosas puras y no tan puras está allí dentro. Pero el libro está bien presentado, todos hablan de él, y él lo lee y lo encuentra magnifico.
Es ridiculizado un individuo, un condiscípulo, un profesor u otro cualquiera. El sujeto de que vamos hablando cae en la cuenta de la grosería. Tú no sabes que cuando Guillermo Raabe quería demostrar la extraordinaria nobleza de un hombre, decía: "¡Este hombre jamás se ha burlado de nadie!" Nuestro hombre, pues, siente la grosería; pero todos ríen, por tanto él también se ríe. En el grupo alguien manifiesta su opinión. Los demás están en contra. Quizá perciba algo de razón en la opinión rechazada. Pero "se'' está en contra: no va a ser él una excepción y se va con ellos.
Y así, sucesivamente. Siempre lo mismo. No se atreve uno a manifestar sus convicciones en la reunión, por temor a los miles de ojos. Por no ser tenido por mojigato, se ríe de un chiste contra el que se subleva todo lo puro y bello de su corazón; se avergüenza de un modo sencillo y limpio de vida, porque los otros hombres de "experiencia"- se le ríen.
¿Es esto libertad?
¡Ciertamente que no! Puede uno ser exteriormente tan libre como un pájaro y por dentro, un siervo. ¿Siervo de quién? De la opinión pública. No vamos a despreciarla demasiado, porque alberga su parte de bondad. Expresa la conciencia de muchos. Pero también ¡qué cantidad de absurdos, vulgaridad y opresora cursilería contiene! Es lo mismo que se trate de la opinión pública de un pueblo o de una escuela. De una clase o de un grupo.
Un hombre de experiencia me habló un día de las suyas en la vida pública. Mirando a los hombres uno por uno, son toda gente del más perfecto orden. Pero en masa parece que tienen el demonio.
¡Cuánta verdad hay en estas palabras! El que esta solo tiene que responder de sí; su conciencia está en guardia. Pero al juntarse muchos, cada uno depone su libertad en el vecino. Cada uno se deja llevar. ¿Y el resultado? Que la multitud es irresponsable. Y la mayoría de las veces dan el tono, no lo más prudentes y serios, sino los que más pueden contar y los que aciertan a decir más contundentemente algo que a todos halague.
En consecuencia: quien quiera ser libre es necesario que rompa la opresión de la masa.
Pero se da también una dependencia de la minoría. A veces, toda una clase o grupo están sometidos a una camarilla, o quizás a uno solo. Lo mismo exactamente es la vida, la profesión, el partido. Este individuo o estos pocos saben expresar lo que quieren.
Tienen una voluntad fuerte y, a veces, también un alma sin pudor. Que acomete sin miramientos; y así es cómo dominan. Puede suceder que semejante individuo someta totalmente a su dominio a otro hombre. Su amigo habla como él, lo escucha solamente a él, se conduce en todo conforme a él... Pero esto ya no es amistad, sino esclavitud.
También aquí es lícita la defensa. A un hombre honrado se le guardará fidelidad, pero cuidando de no perder la independencia. En casi toda amistad llega un momento en que se decide si se ha de convertir o no en esclavitud. Todo ello puede proporcionar horas difíciles, incomprensibles, luchas; pero es preciso resistir. Respecto del amigo, es la prueba de sí realmente es lo que significa amigo o, por el contrario, un tirano. Aun al que busca auténtica amistad, se le hace incomprensible en el primer momento de que se trata, cuando el otro, se separa aparentemente. Mas al ser su amor verdadero, luego comprende que su amigo no lo abandonará. Le permitirá esta libertad conquistándolo así de nuevo...
El dominador, en cambio, no gusta de esto; quiere que su amigo le permanezca sumiso, se opone a su liberación, le guarda rencor y lo acusa de infidelidad.
En las agrupaciones ocurre algo parecido.
El hombre verdadero quiere por amigo a un ser libre, no a un esclavo; quiere dirigir a hombres libres, no un rebaño. En consecuencia tanto más goza, cuanto más decididamente afirmen los demás su peculiar forma de ser.
No olvidemos que existe una esclavitud a las cosas, no so1o a los hombres. Puede hacerse un manjar tan apetecible, que se olvide ante el toda consideración. Algunos ven un traje, una moto, un bote plegable... y los quieren, cuesten lo que cuesten. Un sello raro, una piedra preciosa, un libro o un cuadro..., enseguida piensan que tienen que ser suyos y no descansan hasta lograrlos.
Resulta de este modo que todo lo posible puede someter al hombre a su imperio: "casa, hacienda. Criado, muchacha, buey, asno..." y todo cuanto pueda ser propiedad del hombre.
Tal dependencia desasosiega por completo el corazón y le sustrae toda alegría; puede incluso inducir a uno a la injusticia. Puede llegar a tal punto la dependencia de una cosa, que resulte imposible al poseedor desprenderse de ella, por grande que sea el dolor - o la alegría - que con ello pudiera causar al prójimo.
Quien se halle en esta situación, es siervo de la cosa. "Venturoso el varón irreprensible que no corre tras el oro - dice la Sagrada Escritura - y cuya mirada no se posa sobre el dinero y los tesoros de la tierra. ¿Quién es éste que alabemos, porque hizo maravillas en su pueblo?" ¡Ése es un varón libre!
Vale la pena quebrantar tal servidumbre, aun cuando para ello sea necesario preceder duramente contra uno mismo. Tiene que ser así, de no renunciar al progreso. Permanecer impávido en lo justo, aun en las cosas más mínimas. Prestarse a los de más con gusto y ayudarlos. Y si se comprende que los lazos son demasiado fuertes, no queda más remedio que el sacrificio generoso de lo que tan profundamente nos ata.
Libre, por tanto, no es quien puede hacer lo que quiera. Es necesario también ser independiente de hombres y cosas. Es necesario permanecer fiel a la propia conciencia, al propio juicio y al sentido del propio ser. EI hombre interior tiene que ser dueño del exterior, de la circunstancia, relaciones, cosas, hacienda...
Pero aún tenemos que ahondar más. Recordemos que uno es señor de sus decisiones e independiente interiormente, cuando obra realmente como mejor le parece. Pero sucede, a veces, que nos sobrevienen arrebatos de ira, que nos hacen perder toda vigilancia de nosotros mismos. Se dicen en esos momentos cosas que, al poco tiempo, nos amargan el alma; se es injusto con los demás, se grita y se desata uno en improperios... ¿Es éste libre?…
Otro es vanidoso, habla con frecuencia de sí, sabe llevar el diálogo a las cosas que lo halagan; presta atención cuando se habla de él; escucha de cualquiera lo mismo la censura que la adulación, está siempre al acecho de lo que los demás piensan de él... ¿Es éste libre?
En un tercero se enciende tanto la pasión, que ya no se puede dominar, y pronuncia cosas indignas o se porta incorrectamente... ¿Es éste libre?
Y así tantos otros casos; en éste será la gula, en aquél la terquedad, en el otro la envidia, en un cuarto la soberbia..., la pasión, el instinto, la rutina..., lo que los posee y amarra. ¿Pueden éstos decirse libres? Por fuera quizá más ¿por dentro? Un hombre así puede dominar el mundo, pero por dentro se encuentra atado.
Hay, pues, en cada hombre, en su propio interior, como dos hombres: uno completamente íntimo, el genuino; y otro más exterior, sus impulsos y pasiones. Los cuales no son malos; al contrario, son magníficas energías. La pasión es fuerza, el impulso es fuerza. El iracundo tiene un fuego que puede poner al servicio de una causa sublime. El pasional posee vibración de espíritu y entusiasmo para lo noble. El avaro aprecia el valor de las cosas y puede ser un magnífico administrador. EI celoso valora al amigo.
Estas energías son preciosas, pero ciegas. Pueden destruir, descarriar, esclavizar, cuando el hombre interior no conserva libre su conciencia. Se le impone el dominio sobre la pasión y el instinto. Hay que amansarlos, disciplinarlos, aprovecharlos. Entonces actúan benéficamente, como el ardor del fuego, cuando se lo explota en las debidas condiciones.
Solamente es libre aquel en quien el hombre interior domina sobre el exterior; la conciencia y libertad del corazón sobre los instintos y pasiones. Ésta es la auténtica libertad, la moral. Ella hace que el hombre viva desde su más profundo centro, la conciencia. Que todo sea dirigido por ella y, en consecuencia, por Dios. Hace que el hombre elabore su personalidad.
Así pues, ¿Cuándo merece uno el calificativo de "libre?" Cuando es señor exteriormente de sus decisiones. Cuando se independiza del influjo de hombres y cosas y actúa desde su propia intimidad. Pero sobre todo, cuando lo más profundo del hombre, su conciencia, impone su señorío sobre todo el mundo de instintos y pasiones.
La primera libertad es buena y digna de que se luche por ella. Brinda campo abierto, senda despejada; mas no supera la exterioridad. Más importante es la segunda; penetra más profundamente en el interior. Sin ella, carece de valor la primera. Hace al hombre libre para su propio ser; hace que no viva y obre como el ambiente, sino conforme a las exigencias de su propio ser; que sea idéntico a sí mismo; que sienta según postulados propios; que piense tal como a él se le presenta la cosa; que obre como le parezca más justo; que en todo su preceder exprese la imagen de lo que realmente es.
Este segundo modo de libertad constituye el primer valor. Pero lo decisivo cae en el tercer plano, en lo más íntimo. Allí se decide si el hombre ha de abrirse o no a la libertad moral; si ha de ser su conciencia - voz de Dios silenciosa - la que impere, y no el instinto, la pasión o el egoísmo.
Si la conciencia sirve a Dios y domina todo conforme a su voluntad, entonces el hombre es verdadera y plenamente libre. Porque ser libre quiere decir pertenecerse a sí mismo, ser uno consigo mismo. Y mi más íntimo yo es la conciencia. Si, pues, quiero ser libre, debo hacerme uno con mi conciencia, todo ha de depender de ella.
Ésta es la libertad que valoriza a la exterior. Ella es la que hace que sea libertad de hombre, no libertad de un pájaro. También presta su valor al segundo modo de libertad, haciendo de ella libertad de un hijo de Dios y no un mero despliegue de energías naturales. Ella es la fuente de toda vitalidad y de todo impulso noble y fructífero.
Ahora podemos preguntar: ¿Es libre por naturaleza el hombre? No; tiene que hacerse. Es libre en esa forma elemental de poder lanzarse por la derecha o por la izquierda -como quiera- en el cruce de dos caminos. Pero la libertad auténtica, la espiritual, tiene que ser conquistada. Y cuesta una lucha recia infinitamente penosa. Es curioso que, cuando uno se acerca a la gente que más blasona de libertad advierte con frecuencia que apenas saben algo de libertad verdadera. Los que verdaderamente la conocen, los que aspiran realmente a ella y han experimentado en difícil lucha cuán lejos está el hombre de poseerla plenamente.
Pero ¿cómo llegar a ella? Tres caminos llevan a la libertad: conocimiento, disciplina y comunidad. "La verdad os hará libres", ha dicho el Señor. Cuanto más profundamente sé esta hundido en la esclavitud, tanto menos se reconoce uno esclavo.
En cuanto se comprende, amanece la liberación. EI que, por ejemplo, participa o colabora en la crueldad de otros simplemente, sin reflexionar, se hunde por entero en la dependencia. Quien coa absoluta naturalidad comparte las necesidades de la moda, de los tópicos en el hablar o de la opinión pública, las costumbres al uso, los hábitos de los condiscípulos, de los compañeros de oficio o de los amigos, naturalmente también es esclavo. Pero si una experiencia cualquiera o un consejo llega a despertarle la conciencia y hacerle ver cuán servilmente se porta, cuán inexactamente juzga, cuán perniciosa resulta cualquier rutina..., entonces puede que experimente como sí unas escamas; se le desprendiesen de los ojos. Se avergüenza. Él mismo no comprende cómo ha podido ser de ese modo. La luz ha quebrado la ceguera, y ha quedado abierto el camino de la libertad.
Ve cómo esta la cosa y comprende a qué objetivos tiene que aplicar su trabajo. Ante todo, tiene que clavar la mirada en su interior, hasta ver claro. No basta saber y decir: "Soy desabrido con los demás." Debe preguntarse: ¿Por qué? ¿Con quién en particular? Tal vez, entonces, comprenda que lo que lo enfrentaba con el otro, hasta hacerlo áspero con él, eran una envidia oculta o unos celos secretos. No basta saber simplemente: "Soy negligente en mi trabajo." Hay que preguntarse: ¿Por qué? Puede ser pura pereza o quizás cansancio. Y este cansancio precederá de no tener ningún orden, de acostarse demasiado tarde, de querer solucionar al momento todos los; asuntos que se ofrecen. No es suficiente saber que se es ambicioso, duro de juicio, impaciente en las adversidades... Se requiere la pregunta escrutadora: "¿Por qué?" Entonces se comprenderá cómo en ultimo término todo procede de cierta pasión; cómo alienta, no dominado todavía. Algún ciego instinto, causa de nuestra insatisfacción.
Para comprenderse, pues, a sí mismo, conviene preguntar: "En mis relaciones exteriores, ¿dónde hay lazos que yo pueda romper sin lesionar mis deberes? ¿Dependo de los demás por la imitación, la vanidad o el respeto humano? ¿Me hacen esclavo; de las cosas la ambición, la envidia, la codicia? ¿Soy siervo de mi naturaleza por alguna pasión? ¿Mis defectos o mis desórdenes? ¿Dónde residen mis faltas más Graves? ¿Cómo se manifiestan al exterior?''
De este modo, se ha de ir consiguiendo, poco a poco; un cuadro exacto de sí mismo. Resulta eminentemente práctico reflexionar tan pronto como nos ha ocurrido una cosa. Después de un choque, de un altercado, preguntarse: "¿Cómo han llegado las cosas a este punto? ¿De qué soy culpable?" Ahora que, ¡buscar con nobleza la verdad! ¡ Que no pueda el amor propio retorcer de tal manera la cosa, que aparezca uno inocente! Un filósofo ha dicho estas expresiones malignas: la memoria dice: "Esto lo has hecho tú." EI orgullo replica: "Yo no puedo haber hecho tal cosa." Y la memoria se rinde. Por tanto: ¡querer ver!
¿Qué es lo que se ha posesionado tan perfectamente de mí, que me ha llevado tan lejos? Si se ha hecho algo malo, asirse fuertemente a sí mismo y preguntarse: "¿Por que? ¿Cómo has llegado a esto? ¿Te ha ocurrido esto ya otras veces? ¿Hay algo en ti clavado que te arrastra hacia aquí?"
Después de un fracaso, examinarse: "¿Qué es lo que ha fallado? ¿Cuál fue la causa? ¿Irreflexión, desorden, debilidad, desconfianza...?" En semejantes ocasiones, la conciencia está más despierta, la mirada más limpia, la voz interior más clara. Es precise aprovecharlas.
En el repaso general del mes, del semestre, o de cualquier tiempo pasado, proponerse seriamente las preguntas siguientes: "¿Cómo se ha pasado? ¿Qué has hecho de bueno? ¿En qué has fallado? ¿Qué tal el trabajo? ¿Cómo te has portado con los de casa? ¿Cómo con los compañeros, los profesores, los superiores e inferiores?" Puede también utilizarse para esto el examen de la confesión y observarse largo tiempo respecto de una falta determinada.
Lejos de mí pretender con todo lo dicho que. Hayamos de estar siempre contemplándonos. Observándonos y analizándolos. Semejante actitud destrozaría nuestro espíritu. La ansiedad, que por todas partes ve faltas; la escrupulosidad. Que en todo cree haber pecado, son todavía peores que una ceguera ingenua, pues falsean la conciencia y la sumen en inseguridad. Pero es necesario querer ver claro. Para ello, hay que examinarse de tiempo en tiempo. Y esto hacerlo con toda veracidad, con una mirada que quiera realmente ver, incorruptible, apreciando lo malo como malo, lo importante como importante. Sin disculpar... ni para nada, sino buscando la luz. Éste es el memento de la verdad liberadora.
Ver solamente no basta. Es preciso también obrar: disciplina y sacrificio. La verdadera libertad brota tan sólo de la disciplina. Si alguno habla de libertad sin fundarla en disciplina, no le creas. Es pura patraña, por magníficas que suenen las palabras. No somos libres por naturaleza; hablo de la libertad espiritual. No del mero poder ir por la derecha o por la izquierda. El conquistador depende de la disciplina. De una disciplina rigurosa; y sincera. A ella corresponde la pelea constante, de un día y otro, contra los lazos de fuera y sobre todo los de dentro, y el vencimiento propio jamás interrumpido.
No conviene enfrentarse de una vez con muchas cosas, sino con pocas, tal vez con una sola. Por ejemplo, proponerse trabajar concienzudamente y dirigir a esto toda la atención. Mejorando en esto, todo se mejora, porque el hombre es un todo viviente. Acaso sea de más eficacia concretar aún más: "Prepararé esmeradamente mis trabajos de clase o mis labores domésticas." Buscar algo totalmente claro y preciso.
Por la noche, examinarnos cómo nos hemos portado (examen de conciencia). Por la mañana renovar el propósito. Y todo esto practicarlo largo tiempo, hasta notar que ha echado firmes raíces en el alma. Entonces ya podemos emprender otra cosa. Las resoluciones pierden intensidad con el tiempo; se acostumbra uno a ellas. Es, pues, necesario de cuándo en cuándo tomar otra nueva, refrescando de este modo el empuje y el entusiasmo.
Ésta es la verdadera disciplina: lanzarse con firmeza, luchar con heroísmo y renovarse constantemente. Prepárate desde el principio para luchar con una cosa largo tiempo. Las menudencias pueden superarse pronto. Pero las faltas verdaderas asientan tan profundamente en el meollo del hombre, que se requieren años para terminar con ellas.
Puede suceder que al principio de la lucha se empeore la cosa y nos dé más que hacer la falta. Es natural; mientras todo se deja marchar libremente. No se siente nada especial. En cuanto se inicia la tarea, se remueve toda el alma. La atención y la lucha contra un defecto concreto hacen que irrumpa con toda su fuerza. Entonces, ¡no desconcertarse, sino perseverar!
Quisiera llamar la atención de un modo particular sobre un punto: puede suceder que no se progrese nada. Siempre las mismas faltas, de modo que llega a decaer el ánimo. Pero es necesario conocer la naturaleza humana. Quizá no se advierta progreso especial en el punto escogido, pero se dará en otro. Así, puede combatir uno largo tiempo la ira sin acabar con ella; pero sin notarlo él, se habrá hecho más bondadoso con los demás. Justamente. La precisión de tan duro bregar y el sentimiento íntimo de su flaqueza lo han conducido a estas cumbres. Un segundo se afana por ser ordenado y esmerado en sus trabajos. Y siempre recayendo. Pues bien, a pesar de todo, aun sin advertirlo él, dominará con mayor facilidad una pasión. La lucha constante por el orden le ha dado fuerza para que no pierda tan fácilmente la cabeza ante el poder del instinto. Todo está íntimamente unido en la vida interior. Actuar en un punto equivale a actuar en todos los demás. Por tanto, ¡no descorazonarse!
Hay todavía otra forma de disciplina: el orden. Podrá parecer extraño oír que la libertad precede del orden, estando acostumbrados a tener por el más libre al vagabundo, que vive únicamente del memento, sin someterse ni depender de nada. Mas ser libre no significa eso. Si no independencia del interior respecto del exterior, de lo profundo respecto de lo superficial, de lo eterno respecto del momento, de lo noble respecto de lo despreciable. Porque lo noble, lo eterno, lo interior deben ser protegidos para que no queden suplantados por lo despreciable. Por el momento, por lo superficial, por lo exterior. Y esto se logra por el orden. Fuera, pues, toda bohemia cursilería, y ¡orden! Como medio de liberar lo más propio nuestro, lo más íntimo. Primero, el orden exterior: en la mesa, el cuarto, el armario... A quien todas las cosas se le mezclan, como si el papel, los lápices, los libros, la ropa... tuviesen piernas, y se encuentran siempre donde no les Corresponde, este tal no es señor de su circunstancia. Y esto, porque el desorden se halla en él mismo. Es en él en donde todo va de un lado para otro. Para él, pues, luchar por el orden significa luchar por la libertad; una lucha del espíritu contra el desorden que yace en la propia intimidad.
Lo mismo cabe decir del orden en las distintas acciones del día: El levantarse, el trabajo, la hora de recreo, el descanso... que todo se haga a su debido tiempo. No ahogo interior, pero sí severidad. Quien no consiga empezarlo y concluirlo todo a su tiempo, es esclavo en alguna porción de su ser, esclavo del humor, de la sociedad, de los contratiempos, del acaso... Así, pues, orden en el trabajo. Y esto no corno nos guste a nosotros, sino como tiene que ser.
Orden también en el trabajo interior: leer el libro bien; Con orden, no lo primero al final. Leer con cuidado cada página, línea por línea. Repensar lo leído.
Consultar en el diccionario u otro libro lo que no se comprenda, o preguntar. Llevar a cabo una obra concienzudamente, no por capricho. Concluir la tarea empezada, no dejarla después de un par de arremetidas.
Después, orden más profundo todavía en el pensar: penetrar realmente la cosa. Resolver en el alma un asunto. No decidirse a la buena de Dios, sino tras un serio examen. Seguir el hilo de las ideas, no saltar de una en otra. No salirse, por atender a nuevas ocurrencias, de la línea, sino siempre derecho, paso a paso.
Hay un tercer camino que conduce a la libertad: la comunidad. Es necesario añadir: la verdadera. La falsa comunidad lo henos visto ya ata por el temor, la tiranía, la violencia. En cambio, la verdadera ayuda a la liberación. Ya el hecho de alternar con los de otra manera de ser y la obligación de respetarlos, quebranta ligaduras. El que anda siempre solo, se enquista de tal manera en su peculiar modo de ser, que ya no puede evadirse. En cambio, viviendo en compañía, se topa ya con éste, ya con el otro. Tiene que hacer frente al modo de ser extraño. Con este motivo se siente afectado por su ser, experimenta su influjo, procura comprenderlo, examina lo bueno y lo malo, lo respeta, condesciende con él a fin de poder alternar, colaborar, etc. Todo esto libera la razón y amplía la mirada. Le ocurre lo que al que, trascendiendo los estrechos límites de la familia y de la patria, se asoma a la anchura ilimitada del mundo. Ciertamente que puede rendirse a lo forastero y perder de este modo sus mejores valores; pero no debe ser así. En cambio, el que permanece fiel a su ser, se amplía. Adquiere experiencia de la Vida, madurez de juicio y libertad de acción.
Ese tal aprende a no sobre estimarse más de la cuenta: sabe ver su peculiaridad como uno de tantos modos de ser humanos. Y precisamente ante el extraño comprende mejor el suyo propio. Cuántas veces se cae en la cuenta de la fealdad de un defecto solamente después de haberlo visto en los demás. O se regodea uno en buen sentido, claro está, por vez primera de una buena calidad después de haber notado su defecto en otros o también después de haber visto los efectos que a ellos les ha reportado teniéndola. Precisamente, en el contraste con el modo de ser ajeno es como se empieza a vivir el propio, el cual se desarrolla enormemente cuando tiene que abrirse paso a través de la incomprensión y resistencia extrañas.
La mejor comunidad es la de los verdaderos amigos y camaradas. La esencia de la amistad consiste en que uno desea para el otro todo bien y perfección. La de la camaradería en que uno desea al otro capacidad e inteligencia plenas para la misma empresa. Ambas implican gran sinceridad para decir al otro sus fallos. Una amistad adquiere un gran valor, cuando el uno es sin cero para con el otro, y éste acepta y reconoce su sinceridad. Conozco amigos, que cuando después de algún tiempo vuelven a verse, se observan mutuamente. No como espías misteriosos, sino con ingenuidad, abierta y claramente. Si se notan algo en la primera ocasión se dicen con toda franqueza: "Oye, esto me parece bien; esto otro no..."
Semejante sinceridad es difícil. Resulta muy duro permitirse dar un aviso. Frecuentemente, todo se rebela con la palabra. La amistad no es cosa fácil. A pesar de toda la fidelidad, actúan en el fondo de las mejores intenciones del amigo celos imperceptibles, veladas antipatías, susceptibilidad y otras cositas por el estilo muy poco claras. Es algo así como si de la densa negrura de un abismo ascendiese hasta la luz resplandeciente de la superficie del alma toda suerte de rarezas y cosas desagradables.
Muchas amistades encuentran aquí su quiebra, al no prestar atención en el propio interior al "otro hombre". Éste se defiende duramente contra tal actitud; le juzga presunción, pedantería, superioridad, tiranía... Y definitivamente, se decide si la amistad a de adquirir hondura o no ha de pasar de un superficial sentimiento.
Pero casi siempre resulta duro decir ciertas cosas al amigo. A veces, no llega la palabra a los labios. Hacemos el fariseo cuando se trata de corregirle de algo. No se quiere ser áspero y descortés.
Hay, sobretodo ciertos puntos que encierran extremada dificultad. Es mucho más sencillo decir a uno que debe dominar su cólera, que advertirle de su espíritu tramposo y de su poca limpieza en cuestiones de negocios y dinero. Aquello es una simple pasión; esto afecta la honra. Todavía me parece más difícil tener que decirle a uno que se presente más limpio y aseado o que coma como es debido. Y todo porque en tales puntos el hombre es extremadamente sensible. Sin embargo, hay que hacerlo; se presta a1 amigo un pésimo servicio callándose por tales motivos. Piensan primero cómo se lo vas a decir; siempre con delicadeza, espera el momento oportuno y, entonces, háblale con franqueza. Ciertamente que después de estas escenas se pasan momentos no muy agradables, pero más tarde te lo agradecerá.
Todavía hay otra ayuda para conseguir la libertad: el enemigo. Es ciertamente una obra de arte y de mucha táctica el aprovecharse de él. Y es que lo que primeramente acontece es ver en el enemigo cólera, sensibilidad, inquietud. Y es que la sensibilidad, la ira, la venganza, la inquietud nos ciega para no ver en el enemigo otra cosa que al Diablo en persona. Pero no olvides que el odio tiene una vista muy aguda y que la aversión no se deja engañar fácilmente. Quien quiera, pues, utilizar lo que ellos ven y dicen, oirá muchas verdades acerca de sí mismo. Verdades duras, maliciosas, desagradables... ¡pero verdades! Frecuentemente, más claras y develadas que las que nos podía ofrecer el mejor amigo. Por esto, alguien ha hablado del "magnífico enemigo", que nos emplaza inexorablemente ante nuestra verdad; que pone al descubierto todas nuestras autoseducciones e inquieta la tranquila satisfacción de nosotros mismos gritando: "¡Así eres tú, muchacho! ¡Defiéndete!" En el modo de defenderse se decide la suerte de su deseo de libertad y de su cacareada veracidad. Si lo hace oponiendo un frente de mentiras contra el enemigo, cerrándose con mil razones contra su critica y tales razones existen a montones porque, naturalmente, la crítica enemiga siempre procede injustamente; si se afana en demostrar que el de enfrente es un ser indeseable, que no hay en él sino maldad, bajeza, ceguera..., entonces ha perdido la batalla, por más que haga enmudecer al adversario. En cambio, si en toda justa defensa, se pregunta: "¿Por qué me habrá afectado esto tan profundamente? ¿No tendrá alguna razón?" Y recoge lo que haya de verdad en su corazón y se hace mejor..., entonces ha vencido, aun cuando aparentemente se declare el enemigo señor del campo.
La "comunidad de la enemistad" es la prueba suprema del deseo de libertad.
Así es como nos aproximamos a la libertad. Poco a poco; pero llegamos. Cierto que aún no he dicho absolutamente nada de lo más profundo de la libertad; del ser libre para Dios, de la superación gradual de la dependencia de las cosas, para pertenecer a Dios y poderle poseer. Pero esto sería ya otra cosa distinta.
Puntos De Reflexión:
Hace ya bastante que no presentamos en las cartas estos Puntos de reflexión. Me ha parecido que ya no necesitas estos estímulos. Pero quizá sea bueno volver a ello de cuando en cuando.
· Libertad e injusticia. Pedir perdón y perdonar. Hacer bueno lo malo. Libertad y fidelidad.
. Cuando la fidelidad oprime; cuando creemos poder lograr más de los otros.
· Libertad y sufrimiento. Vínculos exteriores. Dolores, defectos, debilidades.
· Ser carga para el prójimo; Sentir al prójimo como carpa.
· Los defectos del prójimo.
· Libertad y hacer bien.
. Gratitud, delicadeza
Del latín libertas, -tatis.
Es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar. Es un estado del que no se es ni esclavo, ni preso.
Filosóficamente, se define como la posibilidad absoluta, como el acto que tiene su fundamento en sí mismo y, por ello, se opone todo determinismo.
Nicolai Hartmann, en su intento de precisar fenomenológicamente la libertad, la describe como interior al sujeto consciente e independiente de la causalidad natural, de los principios éticos (imperativos morales) y del campo axiológico (los valores).
Sin embargo, el problema de la libertad, de extraordinaria importancia tanto psicológica como metafísicamente, debe plantearse en el ámbito de la relación hombre-resistencia, pudiéndose entender el segundo elemento como lo no-humano (naturaleza, Dios) o como la trascendencia de lo humano mismo (existencia en tanto que temporalidad, el “yo” como actividad, la sociedad).
Para los antiguos (socráticos, estoicos), la naturaleza interna (las pasiones) y la externa (los fenómenos) determinan al hombre; éste sólo es libre en tanto que conoce esta determinación y busca la autonomía interna (ideal del sabio); los platónicos y neoplatónicos buscan la libertad de la “contemplación” de las esencias.
En nuestros días los marxistas, consecuencia con el materialismo dialéctico, basan la libertad en el conocimiento de las leyes objetivas de la naturaleza y de la sociedad (necesidad) y el subsiguiente control y dominio de ellas (salto del reino de la necesidad el de la libertad, según Engels).
Si lo consideramos lo no-humano de la relación como “trascendencia”, nos adentramos en otro planteamiento del problema.
La trascendencia es entendida por los pensadores cristianos como el Ser Absoluto, como Dios trascendente al ser finito, el hombre.
Ello ha conducido a teles pensadores a una serie de dificultades, tales como el conflicto entre libertad y predestinación (que la teología agustiniana intenta resolver admitiendo que el hombre es libre porque puede decidir libremente sobre aquellos actos conocidos por Dios), y entre acto libre y libre albedrío, al primero de los cuales los escolásticos relacionan con la voluntad y al segundo con la elección.
Santo Tomás se declara partidario de un intelectualismo y Duns Escoto de un voluntarismo.
En la filosofía de los siglos XVI y XVII (escolástica y cartesianismo) siguen vigentes las dos antinomias:
Dios-libre albedrío
Naturaleza-libertad humana
La segunda antinomia se fue imponiendo, durante el siglo XVIII, respecto a la primera.
Spinoza la resuelve porque, según él, la razón es libre y la naturaleza es racional, con lo que obrar racionalmente y conforme a la naturaleza es obrar libremente.
La corriente actual denominada “filosofía de la existencia” entiende la trascendencia en dos sentidos: como el autohacerse de la existencia (Heidegger, Sartre) o como el Dios exigido por la autenticidad humana (Jaspers).
Heidegger define la libertad como aceptación de la finitud, como constitución de la ipseidad, como la “abertura ontológica”, como el exponerse del Dasein a lo que se manifiesta y, por ello, como el origen de la historia.
Sartre concibe la libertad como “libertad para ser”.
Jaspers se expresa en los siguientes términos: “ser hombre es libertad y referencia a Dios”.
Pero la resistencia (lo no-humano, lo que se opone a la libertad) puede ser entendida como el no-yo, ésta es la postura idealista. Kant admite el determinismo en el mundo fenoménico, la libertad en lo neuménico.
Fromm y el miedo a la libertad
Muchos teóricos consideraban importante el efecto de la cultura en el desarrollo de la personalidad. Sin embargo, ninguno ha insistido en ello tanto como Erich Fromm. En su ensayo Miedo a la libertad, publicado en 1941 y que hoy es ya clásico, hacía notar que el hombre, al adquirir una independencia cada vez mayor, se siente también cada vez más aislado. Por ejemplo, en el pasado, los esclavos que recobraban su libertad experimentaban sentimientos de soledad y aislamiento; un fenómeno análogo ocurre cuando el niño crece y se separa de sus padres.
Fromm veía dos salidas para resolver el estado de miedo que surge de estos sentimientos: huir de la libertad y sujetarnos a la autoridad, y en ese caso volvemos a ser esclavos, o podemos valernos dee nuestra libertad para completar nuestra naturaleza humana y unirnos a los demás en el amor y el trabajo. En este caso, contribuimos al desarrollo de un mundo mejor y más civilizado.
Se escoge uno de ambos caminos según la naturaleza de la sociedad en que se vive y su capacidad de satisfacer las necesidades fundamentales del hombre.
Contrario a este miedo, se puede ver el uso de la libertad en formas tan tangibles como la libertad sexual, el feminismo, la moda, etc; en contracorriente con las antiguas costumbres que regían todo esto.
Sartre
Sartre, como buen existencialista, parte de la existencia como realidad individual, concreta y mundana, que es fundamento de todo en cuanto que parte de la condición de libertad absoluta. La vida antes de vivirla no es nada. Así pues, la existencia precede a la esencia, y ésta se configura y tiene sentido gracias a la libertad.
Su filosofía parte de la subjetividad (“cógito, ergo sum”) pero concreta: del hombre concreto en cada una de sus situaciones. Sartre amplía el “yo pienso” con el “yo actúo”, “yo puedo” ante una situación que se da desde la libertad absoluta del mero proyecto de ser. Entonces, el hombre en tanto que proyecto se define como no-ser.
A partir de la consideración del hombre como no-ser, Sartre distingue entre “ser-en-sí” y “ser-para-sí”. El “ser-en-sí” consiste en lo que es, sin relación alguna, sin un marco de referencia (está de más para toda la eternidad) ; no vive, ni se hace, ni es consciente. Aún así constituye, en tanto que realidad positiva y cerrada, el horizonte del “ser-para-sí”, puesto que lo lleno es siempre el punto de referencia de lo vacío (el horizonte de la nada). El “ser-para-sí” es la forma de no serlo proyectando ser. Es lo relacionable, lo histórico, lo que puede ser más porque está permanentemente dejando de ser, haciéndose, viviéndose aal tiempo que vive: dinamismo, proyecto, acción. Así el proyecto de ser es lo que precede y determina la esencia, el ser del hombre. El hombre es su proyecto, de ahí la responsabilidad humana.
Cada uno desde su propia conciencia determina su acción, elije ser y cómo ser. Así esta conducta de buena fe no es otra cosa que la conciencia de la libertad como único fundamento de todos los valores. La ética es, por tanto, situacional. Si se recuye a un ser o fuerzas distintas de la propia subjetividad se realiza una conducta de cobardía o de mala fe. Por consiguiente, como el hombre está condenado a la libertad de elegir, esto le coloca en una situación de angustia, ante la cual Sartre sólo aprueba el comportamiento fiel al compromiso que cada uno ha pactado desde su libertad. Y este compromiso real entre el pensar y la realización de lo pensado es a lo que Sartre llama humanismo y práxis existencialista.
En cada momemto de su vida, el hombre es responsable, da respuesta desde sí de lo que elige y, de ahí su condición de responsabilidad histórica. Lo que define al hombre en libertad es su condición de angustia ya que ésta le hace encontrarse sólo y tener que decidir por él mismo a limitar la realidad a una situación concreta cerrada frente a otras posibilidades. La angustia es el modo de ser inmanente en la conciencia que la condena a elegir. Por tanto, las conductas de huida: de “mala fe” constituyen una existencia inauténtica, una mentira a sí mismo para eludir la propia responsabilidad a tener que elegir.
Así ser-en-el-mundo es ser de alguna de estas maneras: “ser-entre-otros”, “ser-con-otros” o “ser-ante-el-otro”. Sartre defiende el “ser-ante-el-otro” como parte de la subjetividad individual, ya que por el “yo pienso” nos captamos a nosotros mismos frente al otro. El descubrimiento de mi propia intimidad me descubre, al mismo tiempo, al otro como una libertad frente a mí, y que no piensa y no quiere mas que para mí o contra mí. Es el mundo de la intersubjetividad donde el hombre decide lo que él es y lo que son los demás. El hombre no existe, cohexiste. Así surge le conflicto de las libertades.
“La dialéctica de la cosificación” es la concrención de la relación entre “mi” libretad y la de los otros. Cosificar es instalar a los otros el orden del “ser-en-sí”. Ante la mirada del otro, mi libertad queda estrangulada y mi ser se aliena un ser que “es visto por otro”. Sentirse mirado es experimentar que dejo de ser dueño de una situación porque entran en juego más libertades que la mía y de esta lucha ante el sometimiento al otro (mi reacción cosificadora), nace el sentido originario del “ser-para-otro”. Desde el conflicto, el ser humano experimenta su libertad en soledad y de las relaciones conflictivas con el otro, nacen dos direcciones:
· Asimilar la libertad del otro por conducta amorosa; captación del lenguaje; o impulso sadomasoquista.
· O bien reafirmando mi libertad ante le otro mediante conductas de indiferencia, deseo, odio y sadismo. Por eso no es “ser-con”, sino conflicto, “ser-ante o frenta-al-otro”.
Para Sartre, el hombre el el marco de una lucha permanente que, en el ejercicio de su libertad, experimenta el precio de la misma: la soledad. Esta lucha permanente es el paradigma del humanismo existencialista. Es situar al hombre ante el compromiso de su propia existencia desde su más radical libertad y soledad. Y en este sentido es una actitud esperanzada y optimista.
El existencialismo para comprender de donde surge el deseo de libertad.
El objeto que se propone estudiar la filosofía existencialista es la existencia de humana concreta y no la existencia universal del hombre, que había sido estudiada por la Metafísica esencialista o de las esencias. El término existencia es utilizado por los existencialistas para designar al hombre en concreto y en singular.
El punto de partida para estudiar la existencia humana es la llamada “vivencia existencial”, es decir, un acto una experiencia por la cual vemos lo que es la existencia del hombre. Para Heidegger, esta evidencia es la angustia, y para Sartre es la nausea.
La existencia así captada no se manifiesta como algo que es, sino como algo que se hace en el tiempo por obra de su propia libertad. Puestos a elegir entre el ser y el devenir, los existencialistas se decanta por el devenir.
Como la filosofía existencialista no parte del conocimiento racional o intelectual, sino de la vivencia intelectual o sentimiento, es considerada como una de las formas de racionalismo.
Comienza su desarrollo en la I Guerra Mundial, que trae sobre Europa la impresión de la vida como algo absurdo y en medio del terror de la guerra, que contribuye a alejar al hombre de especulaciones teóricas, y crea la necesidad de doctrinas más cercanas a la vida. El origen del existencialismo filosófico, está en la común reacción antihegeliana de corrientes como e marxismo, el vitalismo y el positivismo.
El existencialismo designa más bien una tendencia que una doctrina. Ha sido la corriente de pensamiento con mayor resonancia y repercusión de este siglo, y no se ha limitado a ser una filosofía, sino que también es una cultura general.
Representantes del existencialismo son :
- Kierkegaard (1813 - 1855)
- Jaspers (1883 - 1969)
- Gabriel Marcel (1889 -1973)
- Jean Paul Sartre (1904 - 1980)
- Unamuno (1864 - 1936)
J. P. SARTRE (1904 - 1980)
Pertenece a la corriente dele existencialismo ateo. Dice que su pensamiento es una manifestación coherente del ateísmo. En el influyen muchos filósofos :
- Hegel
- Husserl.
- Heidegger
- Nietzsche
- Kierkegaard.
- Freud.
- Marx.
Sus obras se dividen en dos etapas de su pensamiento filosófico :
· Cuando desarrollaba un existencialismo con pretensiones ontológicas :
- El ser y la nada.
- Ensayo de ontología fenomenológica.
· Cuando intentaba unir el existencialismo y el marxismo :
- Crítica de la razón dialéctica.
- Teoría de conjuntos prácticos.
A parte de esto, escribe novelas, obras de teatro y otros libros en los que también plasma su pensamiento filosófico. Entre ellos destaca “El existencialismo es un humanismo”.
En 1945 funda la revista “Tiempos Modernos”, y a través de ella y de la gran difusión de su obra, ejerce un considerable influjo, no sólo sobre el pensamiento sino también sobre la cultura occidental de post - guerra, que estaba preparada para aceptar un existencialismo como el de Sartre, que se resume en dos término : fracaso y muerte.
1.- EL EXISTENCIALISMO ATEO DE SARTRE.
En Sartre, el existencialismo adopta su forma más radical, y lo hace como una filosofía que está centrada en la existencia humana.
Él mismo, define el existencialismo como una consecuencia de un desarrollo del ateísmo coherente
Su existencialismo es un ateísmo y un nihilismo. Aquí el nihilismo es una negación de todo fundamento de sentido del mundo y del hombre. Se puede decir que es una filosofía de lo absurdo, porque desde su punto de vista, las cosas y el mundo existen sin razón. Dice que el ideal humano es una tendencia hacia lo imposible (porque no hay esencia) “el hombre es una pasión inútil”.
A.- El ser en sí y la nausea.
El ser en sí es el ser que está ahí fuera, es el ser de las cosas externas ( lo material). En la primera obra literaria de Sartre que es su novela “la nausea” se encuentra la base de su posterior elaboración filosófica.
Para él, la nausea es la experiencia filosófica fundamental, que consiste en percibir la existencia de las cosas, su contingencia radical, su absurdidad y además su presencia como un hecho imposible, incomprobable e inexplicable.
Además el ser en sí es increado.
El ser en sí, en términos lógicos, se puede decir que es absurdo, en términos metafísicos, contingente y en términos literarios, está de sobra. Esta descripción alcanza en cierta medida al ser humano y abarca cuatro aspectos fundamentales :
- El cuerpo (parte material)
- El pasado : porque está petrificado y es inmutable (no cambia)
- La situación : es opuesta a la libertad, ya que limita las posibilidades de escoger (hay cosas que nos e pueden escoger).
- La muerte : es el colmo de la absurdidad, es absurdo que hayamos nacido es lo es también que muramos.
B.- El ser en sí y la angustia.
El ser para sí es el ser humano en cuanto tal. El hombre es conciencia y es libertad absoluta.
Hombre = libertad
Hombre = angustia.
La vida habita en el hombre como un poder de anulación. El hombre por su libertad, se hace a sí mismo (devenir), es lo que llega a ser, y esto sólo depende de él, de su propia elección, de su libertad . el hombre es siempre un proyecto inacabado ; el hombre será lo que halla proyectado ser y de ahí su responsabilidad humana y su angustia.
La angustia no es algo que le venga al hombre desde su exterior, sino que surge desde su interioridad, es decir, de la consecuencia de tener que elegir, la angustia es el precio de la libertad, es su amargura, es la amargura de encontrarse sólo ante sí mismo y tener que elegir sin ninguna ayuda, referencia o norma exterior.
Al igual que la nausea, constituye la experiencia filosófica que desvela el absurdo de las cosas, la angustia es la experiencia filosófica de la nada, de la libertad incondicionada.
El hombre lleva solo el peso del mundo sin que nadie pueda aligerarlo, el hombre está cargado de una responsabilidad aplastante y la angustia es una estructura permanente del ser humano.
Libertad absoluta y conciencia desgraciada.
El hombre, es para Sartre, radical y contingencia, es libertad incondicionada. La existencia es la superación de toda situación dada, es proyecto, es posibilidad, y esto nos lleva al tema central de Sartre, que es la conciencia desagraciada que surge porque todo proyecto humano se reduce al deseo de ser dios. Este deseo surge porque el hombre quiere eliminar de sí mismo, su propia nada o vacío.
El hombre está destinado a la desgracia y el fracaso. La realidad humana sufre en su ser, es por naturaleza conciencia desgraciada sin superación posible de este estado de desgracia. Toda empresa humana es vana, el hombre es una pasión inútil y se agota en sus esfuerzos por engendrar un bien imposible.
A pesar de todo esto, Sartre caracteriza su doctrina como un humanismo, porque confiere al hombre la tarea de constituirse a sí mismo y de dar un sentido al mundo por su libertad. Dice que la existencia precede a la esencia y no hay naturaleza humana.
El hombre se hace o se escoge por la libertad, que es total e infinita. El hombre se tiene a si mismo en sus manos y es su propio autor.
El hombre está “condenado a ser libre”, por su misma libertad construye las situaciones en las que se encuentra y fundamenta todos los valores que escoge. Cada existente es su proyecto, es un proyecto original y fundamental, implica la elección de un conjunto de valores, pero estos valores no se imponen desde el exterior, no vienen dados, son valores porque yo los escojo. El hombre se encuentra sin apoyo posible, no tiene ningún tipo de guía ni orientación, todo depende de su elección, y elige sobre la nada, por lo que en todo momento puede elegir lo contrario, puede modificar su proyecto y contradecirse ; entonces surge en el hombre la angustia. La mayor parte de los hombres huyen de su angustia, pero esa misma es una manera de tener conciencia de ella. El que huye de la angustia, cae en la mala fe, que es una paradoja que consiste en rechazar la angustia y negar la libertad, pero a su vez es un rechazo angustiado, por lo que al evadirte te angustias también. Esto es buscar mitos tranquilizadores y la seguridad en normas, es el “espíritu de la seriedad”. Los hombre que se engañan a sí mismos, huyen de su libertad y se entregan a este espíritu, se llaman “Saladus”.
La conclusión es que el hombre de Sartre es lúcido, conoce y acepta su condición de hombre tal como la acabamos de describir. Soy yo quien sostiene a los valores en el ser, soy yo el que tengo que realizar el sentido del mundo, y yo decido solo, justificablemente y sin excusa.
C.- El ser para otro y la vergüenza.
El ser para otro, refiere a las relaciones con los demás. Existe una experiencia inmediata que nos revela la existencia del otro. Esa experiencia es la vergüenza de ser contemplado, la vergüenza de que me encuentro ante otro que me mira, y al hacerlo, me convierte en objeto para él, me reduce a una cosa, y de este modo paso a formar parte de su mundo y pierdo el mío. La presencia del otro, trastorna no sólo mi existencia, sino también mi universo, me roba mi mundo sencillamente porque le confiere la libertad que el escoge.
La relación entre las conciencias adopta formas infinitamente variadas. Sartre analiza dialécticamente las siguientes :
- El deseo, el sadismo y el odio.
- El amor, el lenguaje y el masoquismo.
Pero la relación siempre es de lucha, porque “el infierno siempre son los otros”.
2.- EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO
Sartre intenta hacer una apología del existencialismo saliendo al paso de los ataques contra él. Dice que hay dos críticas :
- Las de los comunistas, que le acusan de quietismo, y eso es un lujo que conduce a la filosofía aburguesada, además dicen que sólo se fija en el lado feo de la vida y de su falta de solidaridad.
- La de los católicos, que le acusan de que << Si suprimimos los 10 Mandamientos de Dios, cada uno puede hacer lo que quiere>>.
En ambos lados, la crítica coincide en que el existencialismo asimila la vida a fealdad (sólo señala lo más feo de la vida). Sartre quiere enfrentarse a estas críticas presentando este ensayo : “el existencialismo es un humanismo”. El humanismo en Sartre significa que el hombre está proyectándose constantemente persiguiendo fines trascendentes ; esta trascendencia, no es en Sartre una relación a Dios (es ateo), sino que significa el mismo sujeto que sobrepasa a los objetos. El hombre sale de sí mismo y se relaciona con los demás.
El existencialismo es una doctrina que hace posible la vida humana, y que define al hombre por la acción, ya que es el mismo hambre el que tiene que realizar el sentido del mundo. Sartre se defiende, y lejos de desanimar al hombre a obrar, dice que no tiene más esperanza que la acción, porque el hombre no es más que el conjunto de sus actos.
Para caracterizar al existencialismo que está de moda “hoy en día”, Sartre pretende encontrar lo común a los distintos tipos de existencialismo (ateos y creyentes) ; lo común es que la existencia procede de la esencia, o si se prefiere, que hay que partir del sujeto.
El hombre es ante todo un proyecto, es lo que habrá proyectado ser, y este proyecto lo va a realizar mediante la elección libre, el hombre es libertad. Sartre no entiende la libertad como una casualidad que se atribuye a la esencia del hombre (Ortega es esencialista, y Sartre existencialista), la libertad es la posibilidad de hacerte a ti mismo, es la raíz de la existencia humana ; el hombre aparece en un continuo realizarse y el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es y asentar sobre el toda la responsabilidad de su existencia. El hombre se elige a sí mismo, pero al elegirse, elige a todos los hombres, cada uno se compromete a toda la humanidad. El compromiso de existir, se realiza con la angustia ; <<El hombre es angustia>> por que se da cuenta de que elige, pero de que también es legislador (tiene responsabilidad). Los que tratan de rechazar esa angustia en el compromiso de realizar su vida en libertad, son denominados por Sartre “gente de mala fe”. En la filosofía de Sartre, no se conduce al quietismo, sino al revés, es la filosofía misma de la acción. La angustia conlleva responsabilidad, porque no hay imperativos en el cielo metafísico ni tampoco hay postes indicadores a lo largo de la vida humana.
Hace un crítica a la moral y dice que no hay moral general que indique lo que hay que hacer, porque no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que halla que ser honrado, o que no halla que mentir, porque estamos en el plano de que sólo hay hombres. Dostoievsky escribe : <<Si Dios no existiera, todo estaría permitido>>. Las cosas no tienen valor objetivo, sino que las cosas tienen valor porque han sido elegidas, no hay ley moral alguna, sino una sucesión de actos, uno de tras de otro o “situaciones”, por eso existe una moral de situación. Si Dios no existe, todo es posible y no cabe hablar de una ética natural. Si por otra parte, Dios no existe, nos encontramos solos, sin excusas y es lo que indica que “estamos condenados a ser libres”.
A la moral de Sartre se la denomina “moral de situación”, y al igual que la ética de Kant, la suya es formal. Es muy incómodo que Dios no exista, porque con el desaparece la posibilidad de tener que elegir constantemente. El fundamento teórico de la ausencia de estas normas morales es, a parte de la negación de Dios, el hecho de que la libertad humana es absoluta. Sartre define una autonomía moral similar a la kantiana, que es una ética formal porque prescinde de materia y contenido ; Sartre encuentra incompatible la libertad del hombre con una ética universal y un Juez Supremo, por lo que en su lugar propone el decisionismo moral, que tiene como fundamento el nihilismo antropológico (negación de todos los valores del hombre) y el ateísmo.
Las decisiones dependen de la libertad personal en cada situación, las cosas adquieren valor al ser elegidas y ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer, y no hay signos en el mundo, aunque los católicos digan que sí.
LA FILOSOFÍA MORAL DENTRO DE LA LIEBRTAD.
Locke, en el Ensayo sobre el Entendimiento humano explica el origen de nuestras ideas del mal y el bien:
Las pasiones son sensaciones internas que acompañan a esas sensaciones, internas o externas. Los elementos de sensación, las ideas simples correspondientes a las pasiones son la idea del bien y el mal, ideas que se basan, a su vez en las ideas simples de placer y dolor. El bien y el mal son algo relativo al placer y al dolor.
Tenemos la idea de potencia que se dividen en:
-Activas: capacidad de efectuar un cambio.
-Pasivas: capacidad de recibir un cambio.
La libertad es una relación necesaria.
Locke piensa que lo que mueve a un hombre a desear algo es sentir un malestar, un dolor, físico o mental.
Locke introduce el análisis de las relaciones morales, consistentes en la conformidad o disconformidad entre las acciones voluntarias de los hombres y la norma respectiva, por las cuales ellos son juzgados. De estas relaciones salen nuestras ideas del bien y el mal moral.
Toda ley va unida al premio o al castigo. Las leyes divinas miden el pecado y el deber; las leyes civiles miden los crímenes y la inocencia; las leyes filosóficas miden la virtud y el vicio.
El principio general que debe regir las relaciones morales en el seno de una comunidad es la tolerancia
Puesto que todos los hombres son iguales es inconcebible que los reyes puedan ser reyes por derecho divino. El fin de toda autoridad es proteger los derechos individuales.
La sociedad se funda en dos tipos de derechos:
-Los derechos naturales: derecho de disponer de los bienes necesarios para la propia existencia o subsistencia.
-Los derechos pactados: contrato social. Los individuos realizan este pacto movidos por:
*Fuertes necesidades, a las que el individuo sólo no puede hacer frente.
*La existencia de criminales que no respetan las leyes naturales, en especial el derecho a la vida.
*La preservación de la propiedad individual.
Para Locke es injusta toda rebelión contra un gobierno legal, pero es una obligación contra la tiranía y contra una situación de disolución de la sociedad.
Una de las condiciones de un gobierno que vele por los intereses de todos los individuos es el principio de tolerancia. Locke argumenta:
-Las guerras de religión y otras manifestaciones turbulentas son fruto de la intoleancia; si se les da libertad de religión, ninguna religión o secta hará la guerra a los demás.
-Las comunidades religiosas son sociedades libres y voluntarias; ningún magistrado puede forzar a nadie a abrazar una fe religiosa.
-Siendo los hombres libres y racionales, de nada sirve obligarlos a profesar una fe religiosa contra su libertad y su creencia.
-Toda persecución religiosa es contraria al espíritu de caridad predicado por la misma religión.
-La tolerancia es la característica de la verdadera religión.
PRESENTACIÓN DE LA LIBERTAD Y LA ÉTICA.
LA LIBERTAD Y EL JUICIO MORAL
EL ACTO LIBRE
La característica fundamental de la actividad voluntaria, es que es causada, nace y es originada en sentido verdadero y propio por la persona. en esto se reduce todo el misterio del acto libre, misterio que nos llena de letargo cada vez que nos adentramos en él.
“Existen en nosotros actividades (como las fisiológicas) que no dependen de nosotros sino en sentido muy laxo; siguen sus propias leyes, sobre las cuales nuestro poder es limitado. Son actividades que se desarrollan en nosotros más que surgir de nosotros. También la actividad propia y esencialmente espiritual de la inteligencia está sometida a un determinado mecanismo preciso. Es verdad que depende de cada uno de nosotros aplicar o no nuestra inteligencia, aplicarla a éste o aquel objeto de estudio o de investigación, aplicarla enteramente o contentarse con una aplicación superficial. Pero, puesta frente a la verdad comprendida, la inteligencia no es ya libre de darle o no el asentimiento; está constreñida por ella. Podrá negarla de palabra, pero interiormente está por necesidad forzada a asentir a la evidencia de la verdad. La inteligencia está sometida por necesidad, en razón de su misma naturaleza, al fulgor de la verdad conocida.”
La actividad voluntaria, de la que se hace referencia, es totalmente del sujeto que decide. No está predeterminada ni por algo externo ni por algo interno a la voluntad. Esta actividad constituye un inicio que no encuentra explicación o razón suficiente fuera de sí misma. Mediante su actividad voluntaria, su decisión libre, la persona está en sí misma (subsiste), en una independencia específica del mundo y del ambiente. De aquí, es decir, del subsistir de la persona en sí misma mediante las acciones libres y en ellas, se sigue que la persona es independiente, no puede ser poseída por nadie, si ella misma no se da.
“El acto libre constituye la imprevisible novedad en el mundo de todo el ser.”
Por "raíz de la libertad" entendemos la causa, el origen de la libertad. Y, en este sentido, la libertad de querer es un correlato esencial, una consecuencia necesaria de la espiritualidad de nuestra conciencia; la causa de la libertad es la razón. La reflexión sobre esta correlación entre libertad y razón nos introduce en el significado pleno de la libertad, nos muestra su "esencia metafísica", dirían los filósofos.
Si prestamos atención al ejercicio de nuestra razón, al modo de conocer, vemos que nuestra conciencia tiene siempre por objeto una realidad particular, un ámbito limitado de la realidad: conocemos ésta o aquella cosa, esta o aquella persona, etc. Pero de todo lo que conocemos decimos que "es" esto o aquello; más aún, nuestro conocimiento consiste precisamente en afirmar o negar que "es" esto o aquello. Se da así en todo acto de conocimiento la reducción de toda cosa singular conocida al "ser". O para ser más precisos: se conoce cualquier cosa "en cuanto que es", así la capacidad cognoscitiva de nuestra razón se extiende tanto como el ser, es decir a todo lo que es. Esto explica la insatisfacción de nuestra inteligencia que no se aquieta con ningún conocimiento particular, sino que tiende a conocer cada vez más. En efecto, la inteligencia está radicalmente orientada, intencionada, no a este o a aquel objeto; sino al ser como tal; por otra parte, lo que ella alcanza es, no obstante, siempre un sector de la realidad, ya que nuestro conocimiento está condicionado por la experiencia sensible, que es siempre limitada, y, por consiguiente, limitante. Es propio de nuestra inteligencia una cierta infinitud. No real: nuestra inteligencia no conoce nunca todo; sino virtual: nuestra inteligencia tiende dinámicamente a la totalidad del ser y no puede quedar satisfecha con el conocimiento de ningún ser limitado.
Nuestra voluntad está relacionada con la razón. En el fondo, son dos funciones correlativas y complementarias del sujeto, en su unidad íntima.
En esta vida encontramos sólo bienes limitados, de valor finito. Sin duda son bienes bajo un cierto aspecto. Pero, sin embargo, al mismo tiempo, muestran una carencia, un límite. Con frecuencia, decidirse por un bien supone renunciar a otro bien. Puesto que "esta" es la ineludible condición en la que se encuentra nuestra existencia, ningún bien puede determinar nuestra decisión, porque ninguno de ellos -dado su límite- puede imponerse de manera tal que sea necesariamente querido y asumido.
Hemos llegado al núcleo esencial de la elección libre. El acto libre consiste precisamente en esto; la decisión de nuestra voluntad no es algo que nos viene impuesto necesariamente, sino que es una determinación que nosotros mismos, que cada uno de nosotros y ningún otro o nada diferente en nuestro lugar, ponemos en acto.
Lo que no significa que la decisión libre sea ciega; está "motivada" por un juicio de la inteligencia. Pero no está determinada por el juicio. Efectivamente, dicho juicio no expresa nunca una relación necesaria e inmediatamente evidente entre este bien concreto y el Bien total infinito, ya sea porque todo bien finito tiene un aspecto negativo y puede ser considerado desde ese punto de vista, ya sea porque no tenemos nunca una presencia intuitivamente percibida del Bien total infinito. Lejos de ser, por tanto, una simple función de la inteligencia, mediante la cual el hombre realizaría lo que la inteligencia le presenta, la voluntad es una energía espiritual nueva que, mediante su decisión libre, ejerce un dominio sobre la inteligencia, y hace aparecer como "bien para mí" lo que decido que sea tal. La voluntad recibe sus motivos de la inteligencia, pero es ella la que los hace "decisivos".
Podemos intentar una descripción, una primera definición de acto libre
“El acto libre es el acto en el cual y mediante el cual la persona humana quiere un bien, simplemente porque su voluntad ha decidido que él sea su bien, el bien que valga para ella.”
LIBERTAD Y PERSONA
En la decisión libre y mediante la decisión libre, la persona humana "se mueve hacia" un bien todavía no poseído por ella. Ha mostrado el carácter direccional, intencional, del acto libre. Pero este carácter no agota enteramente la verdad de nuestra libertad: sino que más bien, nos muestra su dirección más profunda.
Si, en efecto, prestamos intensamente atención a la experiencia de nuestra libertad, nos damos cuenta del siguiente hecho. Lo que decide a la persona a elegir "este" bien más que "aquel" otro es que ella decide que este bien es un bien, un valor "para sí misma". Es éste el bien para mí, para ese "mí" que ahora quiero, que ahora decido ser.
La reflexión precedente queda, entonces, substancialmente completada. Ningún bien, se dijo, entre aquellos que encuentro, dado su carácter limitado, constriñe, fuerza con necesidad a mi voluntad. Lo que me hace decidir, en definitiva, es que "aquel" bien (el elegido efectivamente) es más motivante, en cuanto yo estoy más disponible a su actuación, me he hecho ya más disponible a su fuerza motivante. Por eso, en realidad, la decisión libre se ha tomado ya antes y, en último análisis, ha tenido por objeto "a mí mismo".
En la decisión libre, la persona, afirmando su autonomía en relación a los diversos bienes limitados y su poderío sobre sus propias determinaciones, poniéndose como punto de partida y razón suficiente de una serie de acontecimientos, discontinua respecto de la que le precede, reivindicando para sí misma la plena responsabilidad de lo que hace, llega a ser verdaderamente subsistente, es verdaderamente "en sí misma". Decide sobre sí misma. La libertad es la concreción, la realización perfecta de la persona humana, como tal. Es su dimensión "esencial".
“La libertad es la capacidad de la persona humana de disponer de sí misma; es la capacidad de autodeterminarse. Su "objeto" siempre incluido en toda decisión es la persona misma que actúa libremente.”
La primera consecuencia necesaria, entonces, es que la libertad está intrínsecamente relacionada con el valor ético; que el valor ético es la norma de la libertad, que el obrar libre tiene siempre una connotación ética o moral, que mediante la libertad la persona humana se hace "buena o mala" moralmente.
AXIOLOGÍA: LOS VALORES ETICOS
El fenómeno de "la moralidad" es conocido por todos nosotros, porque es una de las experiencias fundamentales de nuestro ser hombres. En nuestra experiencia advertimos la atracción de algunos valores ( por ejemplo, el valor de la justicia, el de la lealtad) que exigen ser reconocidos, realizados y jamás traicionados. Advertimos la llamada de un deber incondicionado (el deber, por ejemplo, de ser justos, de ser leales), que exigen también la renuncia a comportamientos más útiles y placenteros. Que haya una distinción entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre acciones que deben ser realizadas y acciones que no deben llevarse a cabo, es, de hecho, un dato originario, del que la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares ha sido siempre y es consciente. Es una experiencia que pertenece a nuestro ser hombres en cuanto tales.
Pero qué es el bien moral que se nos presenta de un modo tan universalmente vinculante? Es un bien que posee algunas propiedades específicas que lo distinguen de cualquier otro bien o valor del hombre.
La "primera" está constituida por el hecho de que la persona humana es responsable de él. Cada uno de nosotros se juzga con derecho de alabar a otro por su justicia, por su fidelidad, etc. Nadie reprobará a otra persona que haya nacido con la vista enferma, o lo alabará por haber nacido robusto. Alabanza o reprobación, culpa o mérito son realidades que se encuentran sólo en el ámbito del valor moral.. No somos responsables más que de lo que libremente elegimos o queremos. Nadie es responsable de no poseer un talento musical, mientras es responsable de un hurto si lo ha cometido libremente. El ser bueno o malo puede nacer de la propia libertad mientras que el ser un buen o mal músico no es sólo cuestión de libertad.
La "segunda" característica del bien moral muestra aún más profundamente la primera; el saber que se ha cumplido o faltado a nuestro deber moral produce un efecto particular en nuestra conciencia. Cuando obramos mal, esa misteriosa voz de nuestro espíritu que llamamos "conciencia" resuena en nosotros como un juicio de condena, al que la persona no se puede sustraer.
La "tercera" característica del bien moral es su necesidad, en el sentido de que todo valor moral, o el bien moral en su integridad, es absolutamente requerido a toda persona humana. No se puede exigir a toda persona humana el ser muy inteligente o ser un poeta. Así como es normal que uno pueda decir de sí mismo: "estoy especializado en biología, pero no conozco nada de filosofía". No es admisible que uno pueda decir: " soy verdaderamente justo, pero no sé nada de la fidelidad matrimonial". Los valores morales están relacionados entre sí con tal fuerza que uno no puede jamás excluir a otro. "Cada" uno de los valores morales y "todo" el conjunto de los valores morales son indispensables para la vida humana.
La "cuarta" característica es que el valor moral es el valor más grande de todos los bienes humanos. De modo que puede exigir que todos los demás le sean sacrificados. Todos tenemos conciencia de que es mejor sufrir la injusticia que cometerla. Incluso aunque el ser tratado injustamente pueda implicar el sacrificio de la vida.
La esencia del valor moral es que en él y por él, el hombre llega a ser simplemente un "hombre" bueno, realiza simplemente la verdad de su ser hombre.
De esta manera se explican las características que sólo el valor moral posee. Se conecta necesariamente con la libertad y, por consiguiente, que seamos responsables de él, depende precisamente de que no nos realicemos humanamente si nos realizamos libremente; realizar la verdad del ser hombre no libremente es una contradicción en los términos. Por esto, la moralidad es una consecuencia de la libertad.
Se comprende también el profundo "desasosiego" que el hombre experimenta cuando traiciona un valor moral. Su fuerza y profundidad, que lo distingue de toda otra inquietud, derivan de que es la propia persona, cuya acción o decisión ha traicionado el valor moral, la que, por así decir, es repudiada. Es la experiencia de una escisión de sí mismo, realizada por la traición del valor moral; la pérdida de la propia razón de ser. Y es por esto por lo que el valor moral se presenta como indispensable, el único valor verdaderamente necesario. Es la misma necesidad de no renunciar al valor de la propia persona, de no rebajar la dignidad del hombre. Por tanto, siendo esta dignidad la cosa más importante, experimentamos el valor moral como el valor ante el cual, en la eventual necesidad de tener que elegir, deben ser sacrificados todos los otros valores.
Por tanto, podemos decir que el valor moral es la cualidad o perfección inherente al obrar humano cuando éste es conforme a la dignidad de la persona humana. Por tanto obra bien aquel que obra de acuerdo con su dignidad de persona.
COMO SE HACEN JUICIOS MORALES VALIDOS?
Los juicios morales validos se pueden hacer usando como norma moral la naturaleza y el bienestar del organismo consciente, así mediante una norma biológica objetiva todas las acciones humanas pueden ser juzgadas valida y consistentemente al haber adquirido la información y los conocimientos adecuados.
· Exclusivamente las acciones volitivas que involucran elecciones o decisiones conscientes pueden ser juzgadas moralmente, todas las demás acciones son amorales.
· Una accione volitiva es moral si es objetivamente buena para el organismo consciente. De igual manera, una acción es inmoral si la acción si es objetivamente mala para el organismo consciente
· En forma simple si una accion volitiva es racionalmente “buena para mi” , la acción es moral; o si la acción volitiva es irracionalmente “mala para mi” , la acción es inmoral.
De la habilidad y la disposición de la persona para hacer juicios morales depende la solides de sus decisiones y un funcionamiento efectivo, mientras mas importante sea la decisión, mas importante será la necesidad de hacer juicios morales.
Debido a la necesidad de realizar juicios morales para la supervivencia humana de buena calidad, las personas tiene que estar al tanto de los posibles errores al hacer tales juicios.
ERRORES EN LA REALIZACION DE JUICIOS MORALES
A. INFORMACION ERRONEA O INADECUADA PARA HACER UN JUICIO VALIDO Y PRECISO
Es la causa mas común de errores de juicio. Toda persona esta sujeta a este error es minimizable en la medida que una persona pueda tener certeza si tiene datos y contexto suficiente para medir validamente junto a los axiomas de la realidad objetiva. Así que un contexto normal, cualquiera puede tener certeza absoluta sobre el juicio 2 +2 = 4 sin temer a estar en un error o una contradicción, sin ser omnisciente o infalible.
Como nadie es omnisciente o infalible cada persona esta sujeta a errores específicos. Pero esa vulnerabilidad a los errores no afecta el conocer la realidad objetiva o poder hacer juicios morales con certeza. Al mantener la mente siempre abierta a información nueva y estar preparado para corregir errores, se reduce el daño causado por los errores de juicio.
B. INFATUACION
Es enfocarse en un singular atractivo o característica deseable de otra persona y entonces considerar a la persona total como si fuera ese único atributo positivo. La infatuación no sólo es un peso injusto sobre la persona que está siendo juzgada sino que puede conducir a la desilusión de largo plazo y al dolor para la persona que hace el juicio equivocado. El error de juicio de infatuación es un tema común de "amor verdadero que se vuelve amargo" usado en películas ficticias, novelas y artículos de revistas (frecuentemente usadas fuera de contexto). La infatuación es también el error de juicio que produce adulación completamente inmerecida a políticos carismáticos, evangelistas y otros.
C. INFATUACION INVERSA
Esta es quizás la más sutil de todas las formas de error de juicio. Aún así la infatuación inversa es un error común que puede causar la pérdida de valores potenciales y felicidad. La infatuación inversa envuelve el enfocar una característica negativa de un individuo y entonces considerar a la persona total por ese singular atributo negativo. Ese error de juicio puede cegar, privar y ser injusto al oscurecer en otros individuos las areas de valores y méritos ganados por esfuerzo propio. Aún la infatuación inversa menor le impone penalidades injustas a la persona que está siendo juzgada. Aunque las críticas válidas sobre un individuo deben ser identificadas y expresadas, la crítica debe enfocar explícitamente aquellos asuntos específicos, no en la persona completa. La infatuación inversa es usada constantemente como técnica deshonesta, destructiva y frecuentemente envidiosa, por las personas en los medios noticiosos (al igual que aquéllos en el campo político, religioso y universitario) para desacreditar personas, productos, negocios e ideas valiosas.
EL METODO DE JUICIO SEGMENTADO
El juicio segmentado es un método de disminuir los errores de juicio. Este método provee una manera más justa, precisa y valiosa para juzgar a los individuos, especialmente aquellos que son importantes en la vida de uno.
Hacer juicios segmentados consiste de dos partes esenciales. Primero, el reconocimiento de que las personas son combinaciones polifacéticas de complejos rasgos de carácter-usualmente combinaciones que consisten principalmente de rasgos objetivamente positivos con algunos rasgos negativos (frecuentemente ocultos). Y segundo, los juicios objetivos requieren un desglose de esos variados rasgos de carácter en tantos componentes separados como sea posible.
Una vez se haya hecho el desglose uno puede hacer juicios más justos y precisos pesando y comparando rasgos positivos específicos con rasgos negativos específicos (valores "positivos para mí" contra valores "negativos para mí"). La medida en que los valores positivos pesen más que los valores negativos es la medida en que uno hace un juicio moral positivo. Similarmente, la medida en que los valores "positivos para mí" pesen más que los valores "negativos para mi" es la medida en que uno hace un juicio de valor personal positivo.
Durante la vida de una persona, muchos valores personales "para mí" pueden cambiar. Pero los valores morales objetivos son constantes y no cambian nunca.
La evaluación de cada persona siempre debe permanecer abierta. Al acumular más experiencia o información sobre cualquier persona la inclinación de la balanza puede cambiar. El crecimiento, cambio, o deterioro de la persona que hace el juicio o de la persona que está siendo juzgada puede causar que la escala de valor se incline más o menos en una dirección o aún que cambie a la otra dirección.
La norma de "valor para mí" es la manera más confiable y valiosa para que un individuo juzgue el valor personal de otro individuo. La dirección y el grado en que la "escala de valor" se incline está influenciado por el sistema personal de valores del individuo que hace el juicio. Porque el peso de los valores frecuentemente depende de deseos, metas y necesidades personales y de este modo va a variar de individuo a individuo.
La misma escala de valor se puede usar para medir el valor moral de cualquier individuo. A diferencia de la naturaleza subjetiva de muchos valores personales, los valores morales son absolutos inalterables que son objetivos y definibles. Los valores personales son tanto objetivos como subjetivos y por eso varian de acuerdo a los gustos y las emociones personales. Pero los valores morales son objetivos y absolutos y por lo tanto no varían.
Bibliografía
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“Doce Mil Grandes”; Autores Varios; Ed. Promexa; Vol VIII Filosofía y religión; México; 1982; P.176.
“Enciclopedia Salvat”; Autores varios; Ed. Salvat; Vol. VII; México; 1976; P. 2004.
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