Filosofía y Ciencia


Las preguntas de la vida; Fernando Savater


Introducción

El por qué de la filosofía

En la filosofía se dan tres niveles distintos de entendimiento:

  • la información, que nos presenta los hechos y los canismos primarios de lo que sucede.

  • El conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla.

  • La sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.

  • Las ciencias se mueven entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico.

    Tanto la ciencia como la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad. En cualquier caso, tanto las ciencias como las filosofías contestan a preguntas suscitadas por lo real. Pero tales preguntas las ciencias brindan soluciones. Cuando una contestación científica funciona como tal ya no tiene sentido insistir en la pregunta. En cambio, la filosofía no brinda soluciones sino respuestas, las cuales no anulan las preguntas pero nos permiten convivir racionalmente con ellas aunque sigamos planteándonosla una y otra vez. Las respuestas filosóficas no solucionan las preguntas de lo real sino más bien cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, a humanizarnos en la convivencia perpetua con la interrogación.

    Capítulo 1: La muerte para empezar

    La conciencia de la muerte nos hace madurar personalmente pero por otro lado, la certidumbre personal de la muerte nos humaniza, nos convierte en verdaderos humanos, en <<mortales>>.

    La filosofía trata de la vida, de qué significa vivir y como vivir mejor. Pero resulta que es la muerte prevista la que, al hacernos mortales, nos convierte también en vivientes. Uno empieza a pensar la vida cuando se da por muerto. Es la conciencia de la muerte la que convierte a la vida en un asunto muy serio para cada uno. Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo pero muy poco que hacer y nada que pensar.

    Hay otras cosas acerca de la muerte. Una de ella es que resulta absolutamente personal e intransferible: nadie puede morir por otro. Resulta imposible que nadie en su propia muerte pueda evitar a otro definitivamente el trance de morir también antes o después. Al morir, cada cual es definitivamente él mismo y nadie más. Lo mismo que al nacer traemos al mundo lo que nunca antes había sido, al morir nos llevamos lo que nunca volverá a ser.

    La vida está hecha de cambios, de oscilaciones entre lo mejor y lo peor, de imprevistos.

    Cuando la muerte es ajena suele producir dolor, pero sobre todo causa miedo cuando pensamos en la muerte propia. Algunos temen que después de la muerte haya algo terrible, otros que no haya nada y esa nada resulta lo más aterrador de todo, pero no hay que temer a la muerte porque nunca coexistimos con ella: mientras estamos nosotros, no está la muerte y viceversa.

    Quizá deberíamos reflexionar un poco más sobre el asombro de haber nacido, que es tan grande como el espantoso asombro de la muerte. Si la muerte es no ser, ya la hemos vencido una vez: el día que nacimos. A esa enorme muerte le hemos robado un cierto tiempo pese a que debamos luego morir.

    Capítulo 2:Las verdades de la razón

    La pregunta no puede nacer de la pura ignorancia. Hay cosas que sabemos porque nos las han dicho otros, porque las hemos estudiado o por propia experiencia.

    ¿hasta qué punto estoy seguro de cada una de las cosas que sé? No todas las creo con el mismo grado de certeza ni igualmente fiables.

    Parece imprescindible revisar de vez en cuando algunas cosas que creo saber, compararlas con otros de mis conocimientos, someterlos a examen crítico y buscar argumentos. A este ejercicio de buscar argumentos antes de aceptar como bueno lo que creo saber es a lo que en términos generales se le suele llamar utilizar la razón. La razón es una facultad capaz de establecer o aceptar las relaciones que hacen que las cosas dependan unas de otras. Lo primero que la razón intenta armonizar es mi punto de vista más objetivo o intersubjetivo. Lo característico de la razón es que nunca es exclusivamente. De aquí viene la universalidad de la razón. Es universal en el sentido de que todos los hombres la poseen. La razón puede servir de árbitro para zanjar muchas disputas entre los hombres. Esa facultad es precisamente lo que todos los humanos tenemos en común.

    El objetivo del método racional es establecer la verdad, la mayor concordancia posible entre lo que creemos y lo que efectivamente se da en la realidad de la que formamos parte. Buscar la verdad por medio del examen racional de nuestros conocimientos consiste en intentar aproximarnos más a lo real: ser racionalmente veraces.

    Aristóteles dijo que el comienzo de la filosofía es el asombro, es decir, la capacidad de maravillarnos ante lo que todos a nuestro alrededor consideran obvio y seguro.

    Pero, ¿y la creencia en la razón misma?¿y la creencia en la verdad?¿no podrían ser también acaso ilusiones? Muchos filósofos se han hecho estas preguntas: lejos de ser todo ellos decididos racionalistas, es decir creyentes en la eficacia de la razón, abundan los que han planteado serias dudas sobre ella y sobre la noción misma de verdad que pretende alcanzar.

    Escépticos niegan rotundamente la capacidad de la razón para establecer verdades concluyentes. Relativistas creen que no hay verdades absolutas.

    Escepticismo: pone en duda todos y cada uno de los conocimientos humanos; duda incluso de la capacidad humana de llegar a tener algún conocimiento digno de ese nombre.

    Relativismo: pone en cuestión que seamos alguna vez capaces de alcanzar la verdad por medio de razonamientos.

    La aportación más valiosa del relativismo consiste en subrayar la imposibilidad de establecer una fuente última y absoluta de la que provenga todo conocimiento verdadero.

    La principal objeción es la forma de acceso a la verdad mayúscula, es algo así como un privilegio de unos cuantos. El método de la razón en cambio es totalmente diferente.

    Para empezar, está abierto a cualquiera y no hace distingos entre las personas. La razón no exige nada especial para funcionar, ni fe, ni preparación espiritual, ni pureza de alma o de sentimientos, ni pertenecer a un determinado linaje o a determinada etnia: sólo pide ser usada. No se puede fingir el ejercicio racional, porque cualquiera puede repetirlo con nosotros o en nuestro lugar no hay conclusión. No hay conclusión racional si otro no está facultado para seguir al menos nuestro razonamiento y compartirlo o señalar sus errores.

    La razón no sólo es un instrumento para conocer sino que tiene relevantes consecuencias políticas. Razonar no es algo que se aprende en soledad sino que se inventa al comunicarse con los semejantes: toda razón es fundamentalmente conversación. No sólo tenemos que ser capaces de ejercer la razón en nuestras argumentaciones sino también debemos desarrollar la capacidad de ser convencidos por las mejores razones opuestas. No basta con ser racional, es decir, aplicar argumentos racionales a cosas o hechos, sino que resulta no menos imprescindible ser razonable. Desde la perspectiva racionalista, la verdad buscada es siempre resultado, no punto de partida: y esa búsqueda incluye la conversación entre iguales, la polémica, el debate, la controversia. No como afirmación de la propia subjetividad sino como vía para alcanzar una verdad objetiva a través de múltiples subjetividades.

    Capítulo 3: Yo adentro, yo fuera

    ¿Podemos estar realmente seguros de algo? René Descartes fue el primero en plantearse una duda de tamaño semejante, en cambio planteó la hipótesis de que todo lo que consideramos real pudiera ser simplemente un sueño y que las cosas que creemos percibir y los sucesos que parecen ocurrir nos fueran sólo incidentes de ese sueño.

    Probablemente, al plantear como irrefutable la existencia de su yo, Descartes estaba pensando en su alma. Según él, el alma es una realidad separada y totalmente distinta del cuerpo, al que controla desde una cabina de mando situada en la glándula pineal.

    Volvamos otra vez a la cuestión del <<yo>>. ¿Podemos despacharlo como un mero error del lenguaje? Cada uno estamos convencidos de algo que permanece y dura a través del torbellino de nuestras sensaciones, deseos y pensamientos.

    El filósofo escocés Hume dice que cuando entra en su fuero interno para buscar su yo sólo encuentra percepciones y sensaciones de diversos tipos: tropieza con contenidos de conciencia, nunca con la conciencia misma.

    No sólo tenemos conciencia sino también autoconciencia, conciencia de mi conciencia, la capacidad de objetivar.

    Ahora bien, ¿Qué es mi cuerpo? Es aquello que siempre va conmigo, a diferencia de otras posesiones, pero debo asumir que tengo un cuerpo o que soy un cuerpo? Según cierta visión popular, estamos dentro de nuestro cuerpo al modo de fantasmas encerrados en una especie de robots a los que debemos dirigir y mover.

    Capítulo 4: El animal simbólico

    Lo más seguro que se de mí es que soy un ser que habla, alguien que posee un lenguaje y que por tanto debe tener semejantes. ¿Por qué? Porque yo no he inventado el lenguaje que hablo y porque todo lenguaje es público, sirve para objetivar y compartir lo subjetivo. El lenguaje el certificado de pertenencia de mi especie, el verdadero código genético de la humanidad.

    ¿Qué y que soy yo? Probemos otra respuesta: soy un ser humano, un miembro de la especie humana.

    Los rasgos distintivos de la especie humana son: la capacidad técnica de controlar las fuerzas naturales, la habilidad para cazar o domesticar, la posesión de lenguaje y del pensamiento racional, la posesión de lenguaje y del pensamiento racional, el ingenio para guarecerse de la inclemencias climáticas, la previsión del provenir la cura de muchas enfermedades y sobre todo la facultad de utilizar bien o mal las destrezas.

    Hasta entonces, los filósofos aseguraban que el mérito de los humanos provenía de nuestra condición racional, de que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, de que el hombre es algo más que el resto del mundo. Pero según Giovanni Pico, la dignidad de nuestra condición nos viene de que somos algo menos que los demás seres creados. Todo lo que existe tiene su lugar prefijado por Dios en el orden del universo. A las cosas de este no les queda más remedio que ser lo que son. Todas las cosas, todos los seres están así prefijados de antemano… menos el hombre. Lo asombroso del hombre es que se mantiene abierto e indeterminado en un universo. Dios ha creado todo lo que existe pero al hombre le ha dejado a medio crear: le a concedido la posibilidad de concluir en sí mismos auto creándose. Así que el hombre es también un poco Dios porque se le ha otorgado la facultad de crear, al menos aplicada a sí mismo. Puede hacer mal uso de esa discrecionalidad y rebajarse hasta lo vegetal o lo pétreo; pero también puede alcanzarse hasta lo angélico, hasta la mismísima inmortalidad.

    En la época moderna los humanos hemos tenido que asumir tres grandes humillaciones teóricas. La primera tuvo lugar en los siglos XVI y XVII por obra de Copérnico, Klepler y Galileo. La segunda fue la demostración de Darwin de que provenimos de una larga serie genética de mamíferos antropoides. La tercera nos la infligió Sigmund Freud, al convertir nuestra conciencia o alma en algo complejo y nada transparente.

    ¿Hay algo que distinga al animal humano del resto de los animales? En los animales la inteligencia parece estar al servicio de sus necesidades básicas.

    Los humanos, en cambio, utilizamos la inteligencia tanto para satisfacer nuestros instintos como para interpretar las necesidades instintivas de nuevas formas.

    Los animales parecen nacer sabiendo ya mucho más de lo que aprenderán en su vida, mientras que los humanos se diría que aprendemos casi todo y no sabemos nada en el momento de nacer. Los humanos adultos conservan a lo largo de su vida lazos afectivos con sus parientes. Los demás primates, solo permanecen ligados a sus consanguíneos en tanto siguen formando parte del mismo grupo y solo con los que son de su mismo sexo.

    El método de vida de los animales es esencialmente el mismo aunque vivan separados por kilómetros; en cambio, unos cantos metros bastan para cambiar los compartimentos de los grupos humanos. ¿Por qué? Por la existencia del lenguaje. El lenguaje humano es distinto al de los animales. Los lenguajes animales se refieren a las finalidades biológicas. Pero el humano no tiene un contenido previamente definido. Los significados del lenguaje humano son abstracciones, no objetos materiales.

    Lo característico del lenguaje humano no es permitir expresar emociones subjetivas sino objetivar un mundo comunicable de realidades.

    Gracias al lenguaje, los humanos no habitamos simplemente un medio biológico sino un mundo de realidades independientes y significativas. Los estudiosos que han intentado enseñar a chimpancés rudimentos de comunicación lingüística por medios de cartulinas con dibujos señalan siempre la falta la falta de iniciativa simbólica.

    Nuestra condición esencialmente simbólica es la base de la importancia de la educación de nuestras vidas. Hay cosas que podemos aprender por nosotros mismos, pero los símbolos nos lo tienen que enseñar otros humanos. Quizá por eso somos los primates con una infancia más prolongada, porque necesitamos mucho tiempo para hacernos con todos los símbolos que después configurarán nuestro modo de existencia.

    Capítulo 5: El universo y sus alrededores

    ¿Qué es el mundo? Un entorno de sentido, un marco dentro del cual todo guarda cierta relación y resulta relevante de modo explicable. Para empezar, la idea de <<mundo>> se divide en varios niveles. El peldaño más bajo está lo que cada uno solemos llamas <<mi mundo>>, el ámbito familiar, el grupo de amigos el lugar de trabajo, etc. Un escalón después está mi ambiente social y cultural, los que son <<como yo>>.

    Los interrogantes acerca del universo son los primeros que se hicieron los filósofos más antiguos. Ellos comenzaron preguntándose por su <<yo>>. La curiosidad para filosofar, la despierta antes el mundo que la cuestión del yo en él. En los viejos tiempos, las explicaciones sobre universo venía siempre en forma de mitos. Lo que hicieron es cambiar esas ideas míticas por otra forma otra forma de narración mental de la naturaleza. Las ideas filosóficas tienen una serie de ventajas sobre las ideas míticas.

    1º no son meras repeticiones de una tradición sino que proponen un punto de vista personal sobre lo existente. Las propuestas filosóficas siempre hacen una distinción fundamental entre las apariencias brindadas por los sentidos y la realidad que sustenta esas apariencias, la cual sólo puede ser descubierta utilizando la razón o <<escuchando a logos>>.

    2º A un mito no se le pueden poner objeciones, hay k concederle crédito sin límites.

    Aunque siempre los filósofos y los científicos se han planteado muchas preguntas sobre el universo pero los filósofos se hacen aquellas que intentan desentrañar el qué , cómo y para qué del universo en su conjunto:

    ¿Qué es el universo? Hay dos sentidos del término:

    1º el universo es una totalidad perfilada y distinta al agregado de sus diferentes partes.

    2º no es más que el nombre que damos al conjunto o colección indeterminada de todo lo existente.

    La mayor parte de los filósofos griegos creyeron en un gran objeto del que todos los demás objetos no son más que componentes y que reciben de él su coordinación.

    <<la materia está constituida por objetos, cosas… la conciencia no lo está. Sólo el conjunto de la conciencia es “real” , en la materia el conjunto no es real, no hay un conjunto, hay partes, objetos solamente. La idea de que hay un Universo es una aplicación a la materia de lo característico de la conciencia>> Cada cual nos consideramos uno, un sujeto: quizá por eso necesitamos unificar nuestra experiencia de la realidad en objetos y a todos los objetos en un único gran objeto que reúna por completo frente a la conciencia.

    En filosofía, el materialismo es una perspectiva caracterizada básicamente por dos principios complementarios:

    1º no existe un universo sino una infinita pluralidad de mundos, objetos o cosas que nunca se pueden concebir o considerar bajo el concepto de unidad.

    2º todos los objetos o cosas que percibimos están compuestas de partes y antes o después se descompondrán en partes. A las últimas partes imprescindibles de todo lo real los materialistas clásicos les llaman <<átomos>>, es decir, lo que ya no puede ser dividido en partes menores. Pero se trata de una suposición metafísica, no de una observación física.

    ¿Tiene el universo algún orden o designio? El concepto de <<orden>> es siempre un intento de poner unidad y articular relaciones en una multiplicidad de elementos, sea tal unidad inherente a las cosas mismas o bien provenga de nuestra forma de pensar. Según expuso Kant en su Crítica de la razón pura,<<somos nosotros los que introducimos el orden y la regularidad en los fenómenos que llamamos Naturaleza… el entendimiento mismo es la legislación para la Naturaleza… sin entendimiento no habría en ninguna parte Naturaleza, es decir unidad sintética de los diversos fenómenos siguiendo reglas>>. Es decir, llamamos <<orden del mundo>> a nuestra forma de conocer el mundo y disponer de él. Ahora bien, ¿Qué alcance objetivo podemos darle a los rasgos de ese <<orden>>? Sin duda existen regularidades observables en los procesos del universo y los científicos pueden hacer previsiones sobre ellos que se cumplen de modo satisfactoria, sea cuales fueren los intereses o caprichos subjetivos de los observadores.

    Pero ¿son tales leyes normas establecidas por Dios <<como un rey establece las leyes de su reino>> surgidos al azar como supuso Lucrecia? Este determinismo menos rígido y con un componente aleatorio parece coincidir mejor con los que dice la física cuántica en nuestro siglo, según un Werner Heisenberg o un Niels Bohr

    ¿Podemos estar seguros de que todo el universo está ordenado del mismo modo que la porción de él en la que nos encontramos y que alcanzan nuestros medios de conocimiento? ¿No podría ocurrir que el orden que nos ha permitido existir, y que los demás órdenes o desórdenes posibles nos excluyen no sólo intelectual sino también físicamente como especie? Esta vinculación intrínseca entre nuestra forma de conocer y nuestra posibilidad de existir es lo que ha llevado a algunos astrofísicos actuales a formular lo que denominan el principio antrópico del cosmos, que admite dos formulaciones, una más cautelosa y otra mucho más fuerte. La primera, de comienzos de los años sesenta, se debe a Robert Dicke y dice aproximadamente algo así:<<Puesto que hay observadores en el universo, éste debe poseer las propiedades que permiten la existencia de tales observadores.>> Pero lo que señala es que las regularidades causales que observamos en el universo tienen que estar ligadas a nuestra propia aparición en él en tanto estudiosos de lo real.

    Años mas tarde, Brandon Carter replanteó el principio antrópico de una manera mucho más comprometedora aunque sin duda también más sugestiva: << El universo debe estar constituido de tal forma en sus leyes y en su organización que no podía dejar de producir alguna vez un observador.>> resulta indudable que la existencia del hombre en el universo es posible pero suponer que tan fastuoso acontecimiento era ineludible encierra un exceso de autocomplacencia. Suponer que el diseño universal exige nuestra aparición como especia implica que este infinito decorado está hecho para nuestra complacencia.

    ¿Cuál es el origen del universo? solemos considerar que, por definición, las causas tienen que ser distintas a sus efectos y anteriores a ellos. De modo que la Primera Causa del universo tiene que ser distinta del universo y anterior a él. Ahora bien, precisamente lo que entendemos por universo es el conjunto de todo lo que existe en la realidad, debe formar parte del universo. Podemos asumir que el universo ha existido siempre y por tanto no ha comenzado nunca.

    En nuestra tradición cristiana, la respuesta más popular a este embrollo es recurrir a un Dios creador. Se trata de intentar explicar algo que entendemos poco por medio de lo que no entendemos nada.

    El argumento intuitivo más común a favor de un Dios creador es el orden del cosmos, el cual suponemos que sólo puede provenir de una Inteligencia ordenadora. Pero cuando se refieren al tema del origen, los científicos suelen incurrir en paradojas no muy distintas de las teológicas. Según la teoría del big bang, por ejemplo, el universo se expande a partir de una explosión inicial, una singularidad irrepetible que no se dio en un punto del espacio y un momento del tiempo sino a partir de la cual comenzó a abrirse el espacio y a corre el tiempo.

    Capítulo 6: La libertad en acción

    El hombre habita en el mundo.<<Habitar>> el mundo es <<actuar>> en el mundo. El animal responde a su mundo de acuerdo con un programa genético propio de las necesidades evolutivas de su especie. Los humanos no sólo respondemos al mundo que habitamos sino que también lo vamos inventando y transformándose una manera no prevista por ninguna pauta genética.

    Hay una diferencia entre lo que meramente me pasa, lo que hago sin darme cuenta y sin querer, lo que hago sin darme cuenta pero según una rutina adquirida voluntariamente.

    ¿cómo saber si un acto es voluntario o no? Porque antes de llevarlo a cabo delibero entre varias posibilidades y finalmente me decido por una de ellas. Claro que no es lo mismo << decidirme a hacer algo>> que <<hacerlo>>. A esa posibilidad de hacer o no hacer, es a lo que podemos llamar libertad. La cuestión de la libertad no se plantea en el terreno de la casualidad física sino en el de la acción humana en cuanto tal, que no puede ser vida solamente desde fuera como secuencia de sucesos sino que debe también ser considerada desde dentro haciendo intervenir variables tan difíciles de manejar como la <<voluntad>>, la <<intención>>, la << previsión>>, etc.

    La indeterminación científica no equivale a la libertad: los electrones pueden ser imprevisibles, pero no libres en ningún sentido relevante de la palabra. Y también al revés: lo física o lo filosóficamente determinado no tiene por que excluir la emergencia de la acción libre.

    El término libertad suele recibir tres usos distintos que a menudo se confunden.

    a) la libertad como disponibilidad para actuar de acuerdo con los propios deseos o proyectos. Término libertad suele recibir tres usos distintos que a menudo se confunden.

    a) la libertad como disponibilidad para actuar de acuerdo con los propios deseos o proyectos. Cuando carecemos de impedimentos físicos, psicológicos o legales para obrar tal como queremos. Según esta acepción, es libre quien no está atado o encadenado, sometido a torturas o drogado.

    b) la libertad de querer lo que quiero. Por muy atado y encarcelado que esté, nadie podrá impedirme querer realizar determinado viaje: sólo me pueden impedir realizarlo. Lo sabios estoicos insistieron orgullosamente en esta invulnerable liberad de la voluntad humana.

    c) la libertad de querer lo que no queremos y de no querer lo que de hecho queremos. Los humanos no sólo sentimos deseos sino también deseos sobre los deseos que tenemos; no sólo tenemos intenciones, sino que quisiéramos tener ciertas intenciones. No es idéntico lo que yo quiero hacer ahora y lo que yo quiero ser. Cuando me preguntabas qué quiero hacer expreso mi querer inmediato, pero cuando me preguntan qué quiero ser respondo expresando lo que quisiera querer, lo que creo que me convendría querer. Arthur schopenhauter, negó a comienzos del pasado siglo la existencia de libertad en la tercera acepción señalada del término. Según él, los humanos estamos formados básicamente de voluntad, de querer. Para él, literalmente somos lo que queremos.

    Jean-Paul sastre acuñó toda una metafísica radical de la libertad según la tercera acepción del concepto. Fue llamada existencialismo puesto que según él lo primordial en el hombre es el hecho de que existe y que debe inventarse a sí mismo, sin estar predeterminado por ningún tipo de esencia o carácter inmutable.

    Para reconocernos libres supone admitir que los humanos orientamos nuestra actividad de acuerdo a intenciones que agrupan una seria de acciones concadenadas.

    La responsabilidad de cada acción intervienen numerosas circunstancias que pueden servir de atenuantes y a veces diluir al máximo la culpa en cuanto tal, pero nunca hasta el punto de desligar totalmente del acto al agente que intencionalmente lo realiza.

    Ser libre es responder por nuestros actos y siempre se responde ante los otros, con los otros como víctimas, como testigos y como jueces. Sin embargo, todos parece que buscamos algo que nos aligere la gravosa carga de la libertad.

    El hombre parece ser el único animal que puede estar descontento de sí mismo: el arrepentimiento es una de las posibilidades siempre abiertas a la autoconciencia del agente libre.

    Capítulo 7: Artificiales por naturaleza

    ¿Cuáles son los principales usos del término naturaleza?

    El primero. Cada una de las cosas que existen en el universo tiene su propia forma de ser. La naturaleza de algo es su forma de ser, de llegar a ser y de operar en el conjunto del resto de lo existente.

    Por supuesto, no estamos refiriendo realmente a todo lo que existe en el universo o puede existir.

    Cualquiera de las cosas hechas por el hombre tiene también su naturaleza, lo mismo que una flor o un río, y responde a propiedades físicas y químicas que comparte con muchos seres no humanamente fabricados. No está en la mano del hombre violar a la naturaleza sino sólo utilizar de un modo u otro sus pautas.

    Otro sentido. Es natural todo aquello que aparece en el mundo sin intervención humana, en el libro X de su Física, Aristóteles establece que son seres naturales los que tienen su principio y finalidad en sí mismos.

    Cuando aplicamos al caso del hombre, el término natural se contrapone en primer lugar a cultural: lo natural es lo innato, lo biológicamente determinado, lo que no se elige ni se aprende sino que se padece; en cambio es cultural lo aprendido, lo que recibimos.

    Aplicando a la conducta humana, ese término de natural tiene también otros usos comunes. Por ejemplo, decimos que un comportamiento es natural cuando responde a lo habitual o acostumbrado. Se ha dicho, con razón que la costumbre es una segunda naturaleza… ¡que muchas veces sustituye o desplaza a la primera!

    También suele llamarse natural el comportamiento de los que actúan de manera no premeditada.

    Según Darwin es la propia selección natural la que ha favorecido el desarrollo de los instintos sociales en los que se basa la civilización humana. Lo que nos hace naturalmente más fuertes como conjunto humano es la tendencia instintiva a proteger a los individuos débiles o circunstancialmente desfavorecidos frente a los biológicamente potentes. ¿la sociedad y sus leyes artificiales son el verdadero resultado natural de la evolución de nuestra especie! De modo que lo antinatural para nosotros será recaer en la lucha por la vida pura y cruda en la que prevalece la simple fuerza biológica o sus equivalentes modernos: por ejemplo, la habilidad de unos cuantos para acumular en sus manos los recursos económicos y políticos que deberían estar repartidos de modo socialmente más equilibrado.

    Es sin duda racional poner los elemento naturales a nuestro servicio para mejorar nuestra vida, prolongarla y hacerla más interesante, pero también parece razonable respetar y conservar determinados aspectos de la naturaleza con los que hallamos especialmente vinculados.

    El funcionamiento general de la naturaleza, tal como podemos observarlo, está regido por la más estricta neutralidad o indiferencia: la naturaleza no tiene preferencias entre los seres, destruye y engendra con perfecta imparcialidad.

    La tarea de valorar es el empeño humano por excelencia y la base de cualquier cultura humana.

    El valor intríseco de la naturaleza tiene una perspectiva religiosa en la que todo lo que existe es sagrado porque ha sido creado por un Dios sabio y bueno, etc. Aun así, algunas de las religiones sostienen que las cosas naturales fueron puestas por Dios al servicio del hombre y no descartan al sacrificio de las reses para honrar a la divinidad o cortar miles de flores para ofrendarlas a la Virgen del Pilar. Sólo podría haber una relativa excepción: la obligación de respetar la vida. En cambio quizá podríamos decir que hay algo intísecamente valioso en evitar sufrimientos innecesarios a los animales dotados de un sistema nervioso capaz de experimentar el dolor.

    El valor utilitario. Es la obligación de no polucionar el aire, los bosques o las aguas que nos son útiles, imprescindibles.

    El criterio estético. La contemplación de ciertas formas de la naturaleza nos resulta placentera.

    La relación característica del hombre con el acontecer natural ha estado siempre basada en la técnica. ¿Qué es la técnica? No solo el manejo de instrumentos para realizar ciertas operaciones vitales, sino crear instrumentos por medio de los cuales pueden hacerse otros instrumentos.

    A diferencia de la ciencia, la técnica responde al afán constructivo o destructivo de dominio. En la época moderna, la proliferación de la técnica ha producido dos sentimientos encontrados. Por un lado, entusiasmo desbordantes. Por otro, temor y hostilidad. Hoy en día la técnica es cada vez más supedita al mero consumo de novedades que le ciega para el conocimiento sosegado de sí mismo y de los demás. Entonces ¿es buena o mala? En cualquier caso nada pueden remediar porque parece que la técnica se despliega a pesar de nosotros, aunque impulsada por nuestros anhelos y codicias.

    Martin Heidegger, adoptó una visión de la técnica en la que no hay grandeza ninguna en el destino que nos espera, sino más bien la desesperación de olvidar en la sociedad masificada y consumista las preguntas esenciales de la vida.

    Capítulo 8: Vivir juntos

    Nadie llega a convertirse en humano si está solo: nos hacemos humanos los unos a los otros.

    La filosofía y la literatura contemporáneas abundan en lamentos sobre la carga que nos impone vivir en sociedad, las frustraciones que acarrea nuestra condición social. Las sociedades modernas de masas tienden a despersonalizar las relaciones humanas, haciéndolas apresuradas y burócratas.

    Hacerse humano nunca es cosa de uno solo sino tarea de varios; pero una vez humanos, la peor tortura sería que ya nadie nos reconociese como tales.

    Lo mismo que nos une nos enfrenta: nuestros intereses. La palabra interés viene del latín Inter esse, que está en medio, entre dos personas o grupos: pero lo que sirve en ocasiones para unirles y otras veces se interpone para separarles y volverles hostiles uno contra otro.

    ¿Cómo orientar la reflexión sobre este drama colectivo d nuestra vida en común?

    Hay dos enfoques principales. El primero piensa la organización política de la comunidad humana a partir de un contrato oscila entre los individuos, los cuales planean en común sus leyes, la distribución del poder y la forma de atender a las necesidades públicas. Los intereses de cada cual pueden oponerse a los de otros pero no al marco comunitario del que reciben su sentido.

    La segunda perspectiva desconfía de la capacidad deliberativa de los socios. El poder político debe establecerán marco flexible y menos intervencionista posible. Cada cual es muy capaz de buscar lo mejor para sí mismo, aunque no lo sea para planificar lo que ha de ser preferible para todos. En la búsqueda de su propio bien, cada cual no tendrá más remedio que colaborar aún sin proponérselo con el de los demás porque siempre obtenemos más de los otros beneficiándoles que perjudicándoles.

    El concepto de dignidad humana en su forma contemporánea empieza a generalizarse cuando entra en crisis revolucionaria el sistema de honores propio de la aristocracia para dar paso a la exigencia de cada cual del reconocimiento de su calidad como hombre y como ciudadano. Entonces aparece el concepto político de derechos humanos.

    ¿Qué implica la dignidad humana? En primer lugar, la inviolabilidad de cada persona, el reconocimiento de que no puede ser utilizada o sacrificada por los demás con un mero instrumento para la realización de fines generales. Por eso no hay derechos humanos colectivos. La segunda es el reconocimiento de la autonomía de cada cual para trazar sus propios planes de vida y sus propios baremos de excelencia, sin otro límite que el derecho semejante de los otros a la misma autonomía. En tercer lugar, el reconocimiento de que cada cual debe ser tratado socialmente de acuerdo con su conducta, mérito o demérito personales, y no según aquellos factores aleatorios que no son esenciales a su humanidad. En cuarto lugar, la exigencia de solidaridad con la desgracia y sufrimiento de los otros, el mantener viva y activa la complicidad con los demás.

    Capítulo 9: El escalofrío de la belleza

    El placer no es solo cuando hay una sensación física rata sino todo aquello ante lo que sentimos claramente aprobación. Estas sensaciones gratificantes también lo son para cualquier animal.

    Kant asegura que el deleite producido por la belleza es el único verdaderamente desinteresado y libre. Nuestras demás satisfacciones provienen de los intereses necesarios de nuestros sentidos o de nuestra razón . lo agradable nos atrae porque cumple los afanes primordiales de comida, bebida, etc. Lo bueno se nos impone porque nuestra razón no tiene más digna de ser vivida cuando cualquiera de nosotros hace lo que es debido y reconoce a los demás como verdaderos semejantes, no meros instrumentos manipulables. Pero el afán de belleza no parece responder a ninguna necesidad concreta ni sensorial ni racional. Los hombres no solo buscan satisfacer sus necesidades sino que también tienen interés en que las cosas sean hermosas o que les parezcan hermosas a ellos. Según Kant, es bello lo que complace universalmente sin concepto. Él a lo que se refiere no es a que de hecho todos coincidamos en considerar bellas las mismas cosas sino a que sólo llamamos bello a lo que consideramos que tiene derecho y mérito suficiente en sí mismo para ser considerado así por todo el mundo.

    Kant distingue entre la belleza libre o vaga y la belleza adherente. La adherente es la belleza de aquellas cosas cuyo objetivo conocemos o cuya perfección funcional podemos más o menos definir. En cambio, la belleza vaga es la que corresponde a las flores, las conchas que encontramos. Todos esos tipos de belleza sin sentido ni concepto son los que con mayor pureza y nitidez suscitan el placer indudablemente estético.

    Perea Santayana los valores estéticos nunca pueden ser separados del resto de los valores vitales humanos, aunque deban ser distinguidos en ciertos aspectos de los demás.

    El arte suele aceptar acríticamente las apariencias en lugar de cuestionarlas, en lugar de apreciar y promover las verdades racionales, de las cuales sólo se ocupan los filósofos, es decir, los auténticos educadores.

    Para Platón hay una clara contraposición entre el arte y la filosofía. En el arte predomina ante todo la personalidad hechicera del artista y en la filosofía aspira a la realidad impersonal en sí misma, más allá de los caprichos humanos. Aristóteles y otros muchos filósofos, han pensadote modo muy distinto, manteniendo que las obras artísticas no son un obstáculo para llegar al verdadero conocimiento de la realidad sino que, por el contrario, resultan imprescindibles para desarrollarlo cabalmente.

    Capítulo 10: Perdido en el tiempo

    Preguntemos a cualquiera cómo es su vida cotidiana, nadie logrará hablar de sí mismo sin referirse inmediatamente al tiempo. Sin indicaciones cronológicas de algún tipo resultamos ininteligibles e inexpresables.

    ¿Qué es el tiempo? Sé lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando quiero explicarlo no lo sé.

    ¿Qué tiene de enigmático el tiempo? Para pensar algo hay que fijarse en ello y fijarlo, pero el tiempo no se deja fijar.

    Es sorprendente que aquello de lo que parece podemos estar más seguros se vacía por completo de contenido cuando intentamos someterlo al pensamiento.

    Medir el tiempo equivale más o menos a determinar el plazo de los cambios que nos afectan, pero como tales cambios pueden ser numerosos tipos.

    Los filósofos piensan que la intuición del tiempo que pasa es algo natural. Resulta una forma de pensamiento atemporal, ahistórica, que peca precisamente contra el concepto mismo que intenta establecer.

    La medida del tiempo es siempre un punto de encuentro social en el que se armonizan los miembros del grupo de acuerdo con determinados objetivos compartidos. En cualquier caso, las formas de medir el tiempo son convenciones necesarias para establecer determinadas unanimidades socialmente imprescindibles. Sin medidas del tiempo comunes el funcionamiento del grupo social se hace imposible. En las sociedades técnicamente desarrolladas vivimos en un tiempo de precisión agobiante pero también mucho más privatizado que en otras colectividades.

    Además del tiempo social, establecido por nuestras necesidades colectivas y las formas de medición que responden a ellas, debe existir algo así como otro tiempo natural que a veces sirve como tiempo natural que a veces sirve como orientación del primero pero que en todo caso transcurre de modo independiente a las normas humanas. La comprensión del tiempo se reparten en: pasado, presente y futuro. La vida siempre ocurre en el presente y fura del presente nada es del todo real, nada tiene efectos directos. ¿Deberíamos, por tanto, desentendernos del pasado y del futuro para concentrarnos en el presente? El pasado no debe preocuparnos, porque de él no podemos más que lamentar nuestras faltas. Pero el provenir nos debe afectar aún menos, porque nada tiene que ver con nosotros y quizá no lleguemos nunca hasta él. El presente es el único tiempo verdaderamente nuestro.

    San Agustín planteó que tampoco se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos, habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no existen fuera de ella. El presente de las cosas idas es la memoria, el de las cosas presentes es la percepción o la visión y el presente de las cosas futuras la espera.

    Los creyentes en el destino sostienen que todos lo acontecimientos futuros están rigurosamente determinados desde siempre, tal como estuvieron los pasados. Por tanto el provenir está ya escrito, en realidad no hay futuro, porque no hay novedad ni incertidumbre en l que ha de ocurrir, sólo ignorancia por nuestra parte para preverlo. Por tanto no ya nuestra libertad sino nuestra misma capacidad de acción quedan seriamente en entredicho. Solamente en cuanto desaparece el futuro se asfixia la libertad, que sólo puede respirar aires de provenir.

    Henri Bergson contrapuso el tiempo exteriorizado de la visión cientifista y racionalista a la durée, la duración íntimamente vivida y continua que se resiste a cualquier fragmentación especializante…. Según Bergson, el tiempo de los físicos es algo parecido al movimiento que produce el cinematógrafo.

    Hay muchas diferencias esenciales entre el movimiento en el espacio y el pasar del tiempo. La más notable es que en cada lugar del espacio sólo puede encontrarse un cuerpo, mientras que en cada instante del tiempo se hallan todos los cuerpos contemporáneos.

    Los sucesivos lugares del tiempo no están simplemente yuxtapuestos como los lugares del espacio sino que tienen una concatenación interna que no puede ser invertida sin destruir lo propiamente temporal del tiempo mismo.

    En el espacio podemos explorar lo desconocido y encontrar lo que aún no sabíamos que estaba allí, pero es en el tiempo donde podemos dar luz aquello que imaginemos en ruptura con lo meramente constatable.

    Agustín dijo que le parecía que el tiempo no es otra cosa que una cierta extensión. Pero no sabía de qué cosa. Se preguntó si no sería de la misma alma. No es que nosotros midamos el tiempo sino que nos medimos a nosotros mismo en el tiempo… ¿a no ser que sea el tiempo el que nos mide!

    Quizá entonces haya que replantear de nuevo la cuestión del tiempo, vinculándolo de forma mucho más directa a nuestra condición humana.

    Para Heidegger y Borges estar hechos de tiempo significa estar abocados a la muerte, resbalar sin tregua hacia ella. La temporalidad es la conciencia de nuestro tránsito hacia la muerte y del tránsito hacia su acabamiento o ruina de las cosas que más amamos.

    Lo que nos ata definitivamente al tiempo y por tanto a la mortalidad es nuestro cuerpo. En cuanto producto material, llevamos la fecha de caducidad inscrita en nuestros genes.

    El hombre tiene un miedo tan profundo ante la muerte que se ha forjado una idea de sí mismo como hombre-sin-cuerpo = alma, para escapar a su mismo destino. Así el alma sería consciente del tiempo sólo como algo que le ocurre al cuerpo, aunque manteniéndose ella misma a salvo de su perpetuo desgaste.

    Epílogo

    La vida sin por qué

    Tan antigua como la filosofía es la costumbre de reírse de los filósofos. A veces la sonrisa a costa de los filósofos está reñida de irónica simpatía o al menos de conmiseración por ellos. ¿Por qué resultan tan frecuente risibles los filósofos para quienes le quieren mal y hasta para muchos de los que les quieren bien? Por esa mezcla característica que se da en ellos de ambición teórica desmesurada y resultados prácticos escasos.

    No hay nada más justificadamente risible en nuestros días que esos metafísicos que desprecian son suficiencia a los científicos, por su apego empírico a lo meramente positivo. La tarea filosófica es reflexionar sobre la cultura en que vivimos y su significado no sólo objetivo sino también subjetivo para nosotros. Filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas.

    Hay cuatro características de la filosofía que no se debería de ocultar:

    -primera, que no existe la filosofía sino las filosofías y sobre todo el filosofar.

    - segunda, que el sentido de la filosofía no resulta interesante porque a ella se dedicaron talentos tan extraordinarios como Aristóteles o Kant, sino que dichos talentos nos interesan porque se ocuparon de esas cuestiones de vasto alcance que tanto cuentan para nuestra propia vida humana, racional y civilizada.

    -tercera, que incluso los mejores filosóficos dijeron notables absurdos y cometieron graves errores.

    -cuarta, que en determinadas cuestiones sumamente generales aprender a preguntar bien es también aprender a desconfiar de las respuestas demasiado tajantes.

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    Enviado por:Irene
    Idioma: castellano
    País: España

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