Filosofía y Ciencia


Las preguntas de la vida; Fernando Savater


Introducción - ÉL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA

Vivimos en un mundo en el que la ciencia tiene gran importancia y prestigio. Esto puede ser porque los científicos y técnicos dan informaciones válidas sobre la realidad. Entonces, si la Ciencia cubre nuestra necesidad de saber... ¿para qué necesitamos la Filosofía?

Para comenzar, cabe destacar las diferencia entre información, que es la que presenta hechos y mecanismos primarios de lo que sucede, conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida y la jerarquiza y por último la sabiduría interrelaciona nuestros conocimientos con nuestras necesidades vitales y valores, es decir, para saber como vivir mejor. Estos son los tres niveles de conocimiento.

La ciencia se encarga de los dos primeros, mientras que la filosofía lo hace del segundo también y del tercero.

La filosofía no es considerada ciencia, en el aspecto de descubrir cosas nuevas, aunque si que es una ciencia antropológica o humana que tiene como fin reflexionar sobre las otras ciencias.Tema 1 - LA MUERTE PARA EMPEZAR

No es mortal quien muere, sino quien esta seguro que va a morir. La idea asimilada de la propia muerte nos hace mas humanos. Es la muerte prevista la que, al hacernos mortales, nos convierte en vivientes. Hablar del destino de todos los humanos no es lo mismo que hablar de mi propio destino, aunque sepamos que la muerte es algo necesario, inevitable e igual para todos, ya que todos vamos a morir.

Platón dice que filosofar es “prepararse para morir” que es lo mismo que pensar sobre la vida humana (mortal) que vivimos. Es precisamente la certeza de la muerte la que hace la vida (mi vida, única e irrepetible) algo tan mortalmente importante para mí.

Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar.

Llegada la muerte, distintas culturas o religiones nos ofrecen distintas continuidades de existencia de nuestro ser inmaterial, pero ninguna de la vida.

Otra característica de la muerte es que es perpetua, siempre podemos morir, estemos o no enfermos, seamos o no viejos, es decir, que nunca estamos a salvo de ella. Aunque no sea probable si que es posible.

La muerte es los más desconocido. Sabemos que alguien esta muerto pero no sabemos que es estar muerto. Sabemos lo que es morirse pero ignoramos lo que es morirme.

Uno de nuestros temores es que sigamos siendo conscientes, una vez muertos, pero no podamos interactuar en la vida de nuestros seres queridos. Aunque esto es imposible, ya que nunca estamos muertos, porque no somos conscientes de ello.

Quizás a lo que tengamos miedo no es a morirnos, sino más bien, a perder todo lo que tenemos o lo que hemos llegado a ser, ya que antes de nacer, no había ningún “yo” que echase de menos lo que podía ser, pero una vez que tenemos consciencia de nosotros mismo, que ya sabemos lo que es vivir, podemos prever lo que perderemos con la muerte.

De modo que la muerte nos hace pensar, nos convierte a la fuerza en pensadores, en seres pensantes, pero a pesar de todo seguimos sin saber qué pensar de la muerte. Nuestra recién inaugurada vocación de pensar se estrella contra la muerte, no sabe por donde cogerla. Así que la muerte sirve para hacernos pensar, pero no sobre la muerte sino sobre la vida.

Tema 2 - LAS VERDADES DE LA RAZÓN

Querer saber, querer pensar: eso equivale a querer estar verdaderamente vivo. Vivo frente a la muerte, no atontado y anestesiado esperándola.

Generalmente tenemos muchas preguntas sobre la vida, aunque la previa a todas ellas es la de cómo contestarlas, aunque sea de modo parcial, y en el caso de que no podamos contestarlas convincentemente nos queda otra, cómo lograr entenderlas mejor. Ya que en muchas ocasiones, entender bien lo que uno pregunta es casi una respuesta.

La pregunta nunca puede nacer de la pura ignorancia, si no supiera nada o no creyese al menos saber algo, ni siquiera podría hacer preguntas. Pregunto desde lo que sé o creo saber, porque me parece insuficiente y dudoso.

A partir de nuestros conocimientos, podemos plantearnos otras tres preguntas, para someter a examen los conocimientos que ya creo saber:

¿Cómo los he obtenido? ¿Cómo he llegado a saber lo que creo saber? ¿Hasta qué punto estoy seguro de ellos? ¿Cómo puedo ampliarlos, mejorarlos, o en su caso, sustituirlos por otros más fiables?

Los conceptos que tenemos los hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida, con las enseñanzas de nuestros padres, profesores, compañeros... mediante el estudio, pero también por experiencia propia. Aunque no todos estos conceptos pueden ser fiables, porque los demás pueden querer engañar o estar equivocados, por lo que es imprescindible revisar de vez en cuando algunas cosas que creo saber, compararlas con otros conocimientos, someterlas a examen critico... es decir, buscar argumentos para asumirlas o refusarlas, a través de la razón.

Lo primero que intenta armonizar la razón es mi punto de vista personal desde el punto de vista objetivo. El fin de la razón es encontrar la verdad.

En ocasiones puedo alcanzar algunas certezas racionales que me servirán como criterio para fundar mis conocimientos. En muchos otros casos debo conformarme con establecer racionalmente lo más probable o verosímil.

La razón es un procedimiento intelectual crítico que utilizo para organizar las noticias que recibo, los estudios que realizo o las expresiones que tengo, aceptando unas cosas y descartando otras.

El objetivo del método racional es establecer la verdad, es decir, la mayor concordancia posible entre lo que creemos y lo que efectivamente se da en la realidad de la que formamos parte.

Dentro de la razón cabe distinguir entre ideas u creencias, que son nuestras construcciones personales.

Hay algunas tendencias que se separan de la razón, como son los escépticos, quienes ponen en cuestión o niegan rotundamente la capacidad de la razón para establecer verdades concluyentes. Otros como los relativistas, los cuales aseguran que no existen verdades absolutas sino sólo relativas. Por lo tanto, ninguna forma universal de razón puede ser válida para todos. Y por ultimo los revelacionistas que son partidarios de una forma de conocimiento superior, mucho más intuitiva o directa, que no deduce o concluye la verdad sino que la descubre por “revelación” o “visión” inmediata.

Kant explica que no conocemos la realidad, porque nuestros conocimientos son sintetizados para obtener una idea global del concepto. Pero esto puede confundirse con el relativismo, que es la forma de ver la realidad dependiendo de nuestra cultura, religión... ya que podemos distinguir tantas verdades como culturas, o como individuos, ya que no podemos separar lo que somos, de lo que hemos ido adquiriendo, porque se fundamentan lo uno con lo otro.

Tenemos que saber ejercer la razón en nuestras propias argumentaciones, pero también debemos desarrollar la capacidad de ser convencidos de las mejores razones, provengan de donde o de quien provengan. Hay que ser racional, pero también razonable, es decir, acoger en nuestros razonamientos el peso argumental de otras subjetividades racionales. La verdad buscada es el resultado y para ello es necesario la conversación entre iguales, el debate... no para afirmarse sino para alcanzar una verdad objetiva a través de muchas subjetividades.Tema 3 - YO ADENTRO, YO AFUERA.

En el capítulo tres, el autor nos pone en duda: ¿podemos estar realmente seguros de algo?. Empezando a cuestionar todos los conocimientos que poseemos no solo como ser único sino como humanidad;

Lo único de lo que tenemos certeza es de que existimos; puede que no tengamos el aspecto que creemos tener, que ni siquiera tengamos cuerpo, que no haya ningún semejante a nosotros o que todo lo que creamos que existe no sea así. Tampoco podemos descartar que todo lo que somos y en lo que creemos sean solo sensaciones preparadas por un ser ajeno a nosotros. Pero aunque estos sean una realidad preparada y nosotros estemos engañados, existimos, ya que para ser manejados debemos ser.

Descartes: yo soy, yo existo. Pienso luego existo. Yo soy yo el mismo que era ayer, porque me mantengo a través del tiempo, aunque hayamos cambiado algo en algún aspecto, al fin y acabo somos una sucesión sucesiva de vivencias, las cueles van dando forma a nuestra personalidad. Aunque ya no seamos reconocibles por tantas transformaciones, nuestro “ yo” posee un autocontrol, autoconciencia, sobre nosotros, el cual va siempre con nosotros, aunque es mas bien el cuerpo el que va siempre acompañando al “Yo”, y es quien nos distingue de los demás.

No solo podes sentir y percibir, sino que también podemos preguntarnos qué es lo que sentimos y que significado tiene para nosotros sentir eso. Nuestro “yo” no solo esta formado por el fuero mental. Sino que también viene acompañado de una exteriorización de nuestro yo, es decir, lo que percibe las cosas del mundo exterior, mi cuerpo.

De la misma manera que nuestra memoria es nuestra, aunque en ocasiones no recordemos todo o tengamos recuerdos falsos, nuestro cuerpo también es nuestro, aunque se transforme.

Se puede plantear la duda de que tengamos un cuerpo, como Descartes decía, que el alma es un espíritu y el cuerpo es la maquina que controla el alma, o más bien, seamos un cuerpo, como defendía Aristóteles, él que decía que el alma era el principio vital que nos hacia existir, pero es solo un efecto del funcionamiento corporal.

También se puede considerar que somos un conjunto de materia y alma, por separado, o un conjunto dependiente uno de otro, pero si solo nos consideramos un conjunto de células, solo somos un grupo material que no tienen cabida para nuestros pensamientos y emociones.

Tema 4 - EL ANIMAL SIMBÓLICO

Para poder identificarnos como “yo”, primero necesitamos conocer un “tú” y que este nonos identifique como un semejante, y para poder ser reconocido necesitamos comunicarnos, el cual en el caso de los seres humanos se denomina lenguaje. El lenguaje es el certificado de que pertenecemos a nuestra especie.

Si contestamos a la pregunta quién o qué soy yo, responderemos que un ser humano, pero, ¿qué es un ser humano?

La característica que dio Sófocles es que puede controlar y cambiar la naturaleza, para Pico della Mirandola: El hombre se mantiene abierto e indeterminado en un Universo en el que tiene su función, el hombre no esta concluido, por lo que tiene la posibilidad de autocrearse, y de hacer consigo su propia voluntad.

Como somos seres con la misma procedencia de los animales, las diferencias más fundamentales no se han borrado. El que seamos animales, no impide que tengamos características que nos separan enormemente de nuestros antepasados zoológicos.

Los hombres son animales racionales, mientras que la inteligencia de los animales solo esta al servicio de sus instintos. Es decir, la inteligencia de los animales solo les permite discurrir como saciar sus necesidades básicas, y llevar a cabo sus instintos, mientras que la inteligencia de los humanos es mucho más compleja, ya que no solo lleva a cabo esa función, sino que es capaz de aprender, discurrir, buscar su propio bien, actuar con cosas que no estén bajo su campo de percepción, crear cosas nuevas es decir, son inteligencias cualitativamente distintas.

El lenguaje humano nos diferencia de los animales, ya que sirve para hablar sobre cualquier cosa, hayan ocurrido ya o simplemente vayan a ocurrir, así como para inventarse cosas que no han ocurrido. Los significados del lenguaje humano son abstractos.

El lenguaje de los animales también es distinto al de los humanos, ya que ellos transmiten señales útiles para su supervivencia o la del grupo, es decir, sirve para decir lo que hay que decir, mientras que el lenguaje humano sirve para decir lo que queremos decir, porque tenemos intención de comunicarnos.

Otra característica del lenguaje humanos es que nos permite expresar emociones subjetivas, pero también objetivas, con realidades determinadas en las que otros puedan participar conjuntamente.

Ernst Cassrier: “El hombre es un animal simbólico”. Entendiendo por símbolo un signo que representa una idea, una emoción, un deseo, una forma social...

Los símbolos son esenciales para comunicar algo, por lo que deben ser aprendidos, aunque cambien de un lugar a otro. Los ejemplos más claros de símbolos son las palabras y los números.

Los símbolos se refieren indirectamente a una realidad física pero cuando los recibimos, lo que hacemos es ver una realidad imaginada, pensada, hecha de significados. Los mitos, las religiones, la política, el arte... todos son sistemas simbólicos, que se transmiten por el lenguaje.

Los símbolos los tenemos que aprender mediante otros seres humanos, porque aunque haya cosas que podemos aprender por nosotros mismos, los símbolos es la base de nuestra educación, por lo que tienen que ser enseñadas.

Tema 5 - EL UNIVERSO Y SUS ALREDEDORES

No solo nos basta con saber que formamos parte de una realidad, sino que además necesitamos saber que estamos en un mundo y nos preguntamos cómo será ese mundo en el que habitamos y formamos parte.

Distinguimos el mundo que nos rodea en cuatro partes, la primera es el espacio en el que vivimos, el espacio que conocemos a fondo, nuestro mundillo, es decir, nuestros grupos de amigos, familia... después esta el hambiente social, después nuestra comunidad nacional, y por ultimo, lo mas desconocido para nosotros, el concepto del universo (planeta Tierra, sistema solar, galaxias...)

Las primeras contestaciones a los problemas fueron mediante mitos, que son creaciones anónimas, con personajes identificados, en las que se intenta dar respuesta mediante dioses y seres imaginarios, a los fenómenos naturales.

Los filósofos siempre se han planteado preguntas sobre el universo, preguntas cosmológicas. Las cuales se pueden simplificar en tres.

La primera: ¿Qué es el universo? Esta pregunta puede responderse desde una manera “heavy” y otra más “light”. El universo son todas las agrupaciones de cosas, grandes o pequeñas, pero sin un sentido real porque no tenemos ni una idea aproximada de todo lo que puede llegar a ser, o si es finito o infinito.

¿Y si no existiera tal supercosa-universo? La necesidad de creer en un objeto único puede venir como fruto de nuestra conciencia de ser uno, un sujeto. La negación del universo como objeto único está ligado a la filosofía materialista. El materialismo filosófico es una perspectiva caracterizada básicamente por dos principios complementarios, primero, no existe un Universo sino una infinita pluralidad de mundos, objetos o cosas que nunca se pueden concebir o considerar bajo el concepto de unidad; segundo, todos los objetos o cosas que percibimos están compuestos de partes y antes o después se descompondrán en partes.

La segunda: ¿tiene el universo algún orden o designio?

Tanto para el sentido más ligero o más fuerte del universo, nos podemos preguntar si existe algún orden que nuestra razón pueda comprender. El universo puede ser considerado como el cosmos, es decir, lo bien organizado, o por el caos, lo sin forma e ininteligible, aunque ¿podemos asegurar que el caos no es el orden cósmico?

Llamamos orden a las cosas agrupadas por similitud, las cuales forman un conjunto, pero también pueden ser orden de las cosas dispersas pero con el conocimiento de su localización para utilizarlas cuando sea necesario.

Esto nos lleva al principio antrópico (el principio que se encamina hacia el hombre). Este principio admite dos formulaciones, la primera dice que las regularidades causales que observamos en el universo tienen que estar ligadas a nuestra propia aparición en él. Mientras que la segunda dice que el hombre es el fruto maduro que sé a propuesto el universo, es decir, su objetivo.

Y por último: ¿cuál es el origen del universo?

Igual que nosotros tenemos un origen de nuestra existencia mediante la fecundación, buscamos un origen del universo. Lo que buscamos es a partir de qué ha llegado a ser lo que no era.

Según Leibnitz todo tiene una causa para llegar a existir. Así que si todo tiene una causa, ¿cuál es la causa de la “Causa de Todo?” Por ejemplo: Para un cristiano, la causa de todo es el Dios creador, entonces, como tiene que haber una causa para “todo”, es sensato preguntar ¿cuál es la causa de Dios? ¿Quién Lo ha hecho? Por lo que seguimos sin tener una respuesta concreta a la creación del universo, estamos en un circulo vicioso.

Tema 6 - LA LIBERTAD EN ACCIÓN

Uno de las diferencias más importantes entre los seres humanos y los animales es que no estamos determinados por el hambiente biológico, es más, lo podemos transformar, cambiar, por lo que no necesitamos adaptarnos al medio, sino que adaptamos el medio a nosotros.

La cuestión que se plantea ahora es determinar qué es la acción y qué significa actuar. ¿Cómo se distingue la acción humano de otros movimientos de los seres, así como de los demás gestos de los humanos?

Acción es lo que hago queriendo hacerlo, es decir, actos premeditado. Pero, ¿ cómo saber si una acto es voluntario o no?

A la posibilidad de hacer o no, de aprobar o desaprobar cierto actos que dependen de mí, es a lo que llamamos libertad.

Puede ser que la libertad sea una ilusión ya que, después de todo, cuanto ocurre tiene su causa determinada de acuerdo con las leyes de la naturaleza.

Aquí entran en juego los deterministas, quienes apoyan que todos estamos sometidos a la determinación causal, por lo que nuestro si o no no es un acto de libertad,

Pero la libertad no implica deshacernos de la de la causalidad, sino más bien ampliarla para encontrar nuevas expectativas.

La libertad no se plantea en el terreno de la causalidad física sino en el de la acción humana.

La libertad es un acto con causa previa, un milagro que irrumpe la cadena de los efectos y sus causas, pero con un tipo de causa ampliada. La acción es libre porque su causa es un sujeto capaz de querer, elegir, capaz de realizar proyectos, intenciones. Por lo que cuando hacemos una acción libre, no es que no sea efecto de ninguna causa, sino que la causa somos nosotros, el sujeto que la ha realizado.

El termino libertad puede tener tres usos, 1º la libertad como disponibilidad para actuar de acuerdo con los propios deseos o proyectos, cuando carecemos de impedimentos. 2º la libertad de querer lo que quiero, y no solo hacer lo que quiero. 3º la libertad de querer lo que no queremos y de no querer lo que de hecho, queremos.

Arthur Schopenhauer negó la existencia de la tercera acepción de libertad, porque para él, los hombres somos lo que queremos, en el sentido de que estamos constituidos por nuestros deseos.

Según Jean-Paul Sartre los humanos no somos algo programado. El hombre no es nada más que la disposición permanente a elegir o revocar lo que quiere llegar a ser.

El existencialismo valora más que el camino elegido libremente, la existencia del hombre. Dice que los humanos no estamos determinados por nuestras elecciones, ya que durante toda nuestra vida podemos cambiar el camino elegido, aunque en muchas ocasiones no lo hacemos. Por eso decimos que el hombre tiene la capacidad de inventarse a si mismo.

Una paradoja de la libertad, es que estamos condenados a ser libres, es en lo único en lo que no hemos tenido libertad de elección.

Hume sostenía que la idea de libertad era compatible con la de determinismo porque no se refiere a la causalidad física sino a la causalidad social. La libertad es imprescindible para establecer responsabilidades, por ésto ser libre no sólo es motivo de alegría sino también de angustia.

Así que la libertad nos gusta, nos apetece, pero no lo que ella conlleva, la responsabilidad, ya que esta nos asusta

La responsabilidad de cada acción puede recaer sobre numerosos atenuantes, pero en ningún caso elimina la culpa del agente intencional, ya que en el caso de que si lo hiciera, se trataría de un accidente fatal y no de una acción.

El fin de la libertad humana es saber relacionar nuestro mundo simbólico con nuestros instintos, establecer conexión entre lo que pensamos y lo que hacemos., para que nuestras acciones ( aunque estén regidas por nuestros instintos ) sean libres.

Ser libres es responder por nuestros actos ante los otros pero tambien ante nosotros mismos. El hombre parece ser el único animal que puede estar descontento de sí mismo: el arrepentimiento es una de las posibilidades siempre abiertas a la autoconciencia.

Tema 7 - ARTIFICIALES POR NATURALEZA

En este capítulo se replantean las diferencias entre los animales y los hombres, y si ser seres naturales y seres convencionales, a la vez, es posible.

Cada una de las cosas que existen tienen su propia naturaleza, es decir, su propia forma de ser. Mientras que naturaleza es el nombre colectivo para todos los hechos, tanto para los que se dan, como para los meramente posibles. Cualquiera de los hechos por los hombres tienen su naturaleza.

Nos cuestionamos si somos naturales, ya que provenimos de ella, o antinaturales, ya que la destruimos y la adaptamos a nosotros.

Otra acepción de natural, es todo aquello que aparece en el mundo sin intervención humana.

El termino natural aplicado al hombre se contrapone a lo cultural. Lo natural es innato mientras que lo cultural es aprendido. En todos nosotros, cualquier rasgo natural está siempre mezclado con la cultura y viceversa. Lo natural y lo cultural en el hombre, están estrechamente ligados, ya que no se puede aislar una faceta de la otra. Lo más natural de los hombres es no serlo nunca del todo.

Quizás, la cultura, es el desarrollo más natural de lo que al hombre le conviene.

Los estoicos decían que había que vivir de acuerdo con la naturaleza y entendían que tal acuerdo se basaba en frenar las pasiones instintivas y en cumplir los deberes de la sociedad.

Por contras, el Marqués de Sade decía que lo más natural era hacer lo que nos apeteciera, pasara lo que pasase.

Es razonable poner los elementos naturales a nuestra disposición para mejorar nuestra vida, pero también es razonable (y necesario) respetar y conservar determinados aspectos de la naturaleza.

El hombre tiene que tener ciertos criterios de valoración para con la naturaleza, que son el valor intrínseco de la naturaleza, dificilmente razonable sino es desde una perspectiva religiosa. El otro criterio es el del valor utilitario y por último está el del valor estético.

El hombre tiene que actuar de tal modo que los efectos de sus acciones se compatibilicen con la conservación de la vida en la tierra.

El hombre realiza instrumentos con los que puede crear otros instrumentos, que es una característica que nos relaciona con la naturaleza, porque la manipulamos a través de los instrumentos que fabricamos.

Tema 8- VIVIR JUNTOS

Nadie se hace humano si esta solo; Es la sociedad quien humaniza a las personas, es algo que no hubiéramos podido desarrollar en soledad.

El primer paso para la humanización es la mirada, la cual contiene distintos significados, y después la palabra.

No seríamos lo que somos sin los otros pero nos cuesta ser con los otros. La convivencia social resulta dolorosa, ya que la necesitamos tanto, y esa dependencia nos fastidia porque esperamos o tememos demasiado de ella.

Algunos escritores se agitan contra contras las limitaciones que vivir en sociedad quita de nuestra libertad personal, porque según ellos no somos lo que queremos ser, sino lo que la sociedad nos requiere que seamos. A lo que otros autores añaden que colaboremos con la sociedad en tanto nos resulte beneficioso, pero sepamos divorciarnos de ella cuando nos parezca oportuno, para que no devore la sociedad totalmente nuestra intimidad.

La filosofía y la literatura contemporánea ha tratado en textos sobre la carga que nos impone el vivir en sociedad y las distintas frustraciones que acarrea nuestra condición social, así como los protectores que utilizamos para que nos afecten lo mínimo posible. Las sociedades modernas de masas tienden a despersonalizar las relaciones humanas. En cambio crece la posibilidad de control gubernamental o simplemente social sobre las conductas individuales. No obstante, hay muchos ciudadanos que no conocen el lado positivo de la de la vida en común ya que padecen abandono y desidia.

Todo esto puede hacer olvidar hasta qué punto la sociedad es una exigencia de nuestra condición humana ya que los individuos racionales y autónomos son productos de la evolución histórica de las sociedades, a cuya transformación contribuyen a su vez.

Estamos humanamente configurados por y para nuestras semejantes. Es nuestro destino de seres simbólicos. Para poder reconocernos a nosotros mismos primero necesitamos ser reconocidos por nuestros semejantes. Por muy nefasto que pueda resultarnos el trato con los demás, dependemos de ello porque nadie llegaría a la humanidad si otros no le contagiasen la suya.

Los animales son dotados de conciencia y los humanos también, a diferencia de que nosotros la transformamos en autoconciencia, es decir, en conciencia de si misma, por lo que los humanos buscamos ante todo nuestro propio querer. Es aquí cuando comienza nuestra discordia porque somos capaces de calcular nuestro beneficio y decididos a no aceptar ningún pacto del que no salgamos claramente beneficiados. Las mismas razones que nos aproximan a los demás pueden hacer que éstos se conviertan en nuestros enemigos. Lo mismo que nos une nos enfrenta: nuestros intereses. Vivimos en un mundo tremendamente racional pero muy poco razonable.

Los humanos nos parecemos tanto que nos apetecen las mismas cosas a la vez, por lo que disputamos por ellas. Nuestros intereses pueden hacer dos cosas, unirnos para conseguir el bien común, interponerse para separarnos y volvernos hostiles los unos contra los otros. Así que es la concordia social lo que hace que nos resulte imposible vivir en sociedad.

Es preciso fraguar la política de concordia a partir de los seres humanos realmente existentes con sus razones y pasiones, con sus discordias, con su tendencia al egoísmo depredador, pero también con su necesidad de ser reconocidos por la simpatía social de los demás. Hay dos enfoques políticos, el 1º piensa la organización política de la comunidad humana a partir de un contrato social entre los individuos, los cuales planean en común sus leyes, sus jerarquías, la distribución del poder y la mejor forma de atender a las necesidades públicas. Los intereses de cada cual pueden oponerse a los de otros pero no al marco comunitario del que reciben su sentido: Son “particulares” pero no “antisociales”. Mientras que el segundo desconfía de la capacidad deliberativa de los socios para mejorar la comunidad por lo que propone que el poder político debe establecer tan sólo un marco lo más flexible y menos intervencionista posible, dentro del cual tengan libre juego las libertades de los socios en busca de satisfacer sus intereses. El mayor beneficio público surgirá de la interacción entre quienes buscan sin cortapisas su provecho privado a causa de la condición “social” de nuestros intereses aparentemente más particulares. El problema es que en las sociedades existentes no todos los ideales resultan plenamente compatibles.

La virtud que mejor expresa la concordia social a partir de elementos discordantes se llama justicia, lo que hace que a partir de ahí deriven los derechos humanos, que son algo así como una declaración más detallada de lo que implica esa “dignidad”. Los más básicos son la inviolabilidad de cada persona, el reconocimiento de la autonomía, el reconocimiento de que cada cual debe ser tratado socialmente de acuerdo con su conducta, la exigencia de solidaridad. La sociedad de los derechos humanos debe ser la institución en la que nadie queda abandonado. El racismo es el ejemplo más claro de la negación de la dignidad humana.

De aquí concluimos que los hombres hemos nacido para mezclarnos los unos con los otros, sin dejar de reconocernos, a pesar de nuestras diferencias, una semejanza esencial y a partir de esa mezcla inventarnos de nuevo una y otra vez. Así que todos somos extranjeros, judíos errantes, todos venimos de no sé dónde y vamos hacia lo desconocido, y todos nos debemos mutuamente deber de hospedaje en nuestro tránsito por este mundo común a todos, nuestra verdadera patria.

El sufrimiento humano tiene tres fuentes, la supremacía de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo y los insuficientes métodos para controlar las relaciones, aunque ninguna se puede comparar con el dolor que resultaría la perdida del amor.

Para poder merecernos el amor de los otros debemos seguir tres leyes, como norma de convivencia que son:

- Conservarás tu propia existencia.

- Ayudarás cuanto puedas a los demás seres humanos (siempre que no sea violando la primera regla).

No dañarás a ningún otro ser humano (siempre que no sea a costa de violar las dos leyes anteriores).

Tema 9 - EL ESCALOFRIO DE LA BELLEZA

Según Platón los humanos estamos sometidos a la pedagogía del placer y del dolor. Estos nos enseñan a vivir y a sobrevivir. El placer y el dolor nos enseña que somos iguales en lo general pero diferentes en lo particular. Otra vez se comprueba que lo que nos une (intereses) es también lo que nos separa, nos personaliza y nos enfrenta.

El placer no es solamente cuanto nos produce una sensación físicamente grata, sino todo aquello ante lo que sentimos claramente aprobación.

Hay tres clases de sensaciones gratificantes, las primeras son las que resultan agradables a los sentidos, y es común para las personas y para los animales. Otra que es solo propia de los seres dotados de razón, que al reflexionar sobre ellas nos damos cuenta que la vida seria mejor si todos llevamos a cabo estas conductas. Y por ultimo están las que disfrutamos de ellas por los sentidos, pero también interviene la razón en este goce, porque no es solo una satisfacción sensorial. Aunque moral mente no disfrutemos del modo de cómo se hizo alguna cosa hermosa, si lo hacemos sensoriamente.

El deleite producido por la belleza es el único verdaderamente desinteresado y libre. El afán de belleza no parece responder a ninguna necesidad concreta ni sensorial ni racional.

Los hombres no solo buscan satisfacer sus necesidades, sino que también tienen interés en que las cosas sean hermosas, por lo menos hermosas para ellos. A esto se le llama interés desinteresado.

Según Kant, “es bello lo que complace universalmente sin concepto”. A lo que se refiere Kant al decir que lo bello complace “universalmente” no es a que “de hecho” todos coincidamos en considerar bellas las mismas cosas sino a que sólo llamamos “bello” a lo que consideramos que tiene derecho y mérito suficiente en sí mismo para ser considerado así por todo el mundo. Kant también distingue dos tipos de belleza, la adherente es aquella cuyo objeto conocemos o cuya función podemos definir, mientras que la belleza vaga, que es belleza sin sentido ni concepto, pero es con la que mayor pureza y nitidez suscita el placer más indudablemente estético.

Originariamente la palabra bello estaba ligada a la noción de lo bueno, lo mejor para la vida. Así que lo bello, lo bueno y lo agradable es el núcleo de común encargado de hacer la vida humana mejor. Lo bello comparte con lo bueno y lo delicioso la tarea de lograr que haya más vida y menos muerte.

Para Santayana los valores estéticos nunca pueden ser “separados” del resto de los valores vitales humanos, aunque deben ser distinguidos en ciertos aspectos de los demás. No son “desinteresados”, sino que amplían el campo posible de nuestros intereses. Asegura que “nada salvo lo bueno de la vida entra en la textura de lo bello”.

Platón distingue entre la belleza propiamente dicha (que coincide con lo bueno y lo verdadero) y el tipo de hermosura a la que aspiran los artistas. Esta última se le antoja prescindible por lo inauténtica y hasta peligrosa para un orden político bien concebido.

También para Kant el prototipo de la verdadera belleza es el espectáculo de lo natural y mira a los artistas con cierta desconfianza.

Russeau consideraba todas las artes como una forma de decadencia a lo que añadía que cualquier persona democrática haría bien en alejarse d ella.

Platón desconfía de los artistas por su capacidad de seducción. La habilidad de los artistas para producir placer es el instrumento de excelencia (junto al dolor) de la formación social de las personas, de lo que deduce que quien es dueño de los mecanismos de placer también lo es, en gran parte, de la educación, porque un buen artistas puede hacer creíble, incluso admirable cualquier tipo de vida.

Según Platón el arte suele aceptar acríticamente de las apariencias en lugar de cuestionarlas, es decir, como al artista le gustas las mismas cosas que al público en general, en vez de cuestionarlas lo que hacen es exaltarlas, ya que de promover las verdades racionales se encargan los filósofos, los verdaderos educadores.

El único pensador que se enfrento a las tesis platónicas fue Federico Schiller quien reivindica la importancia que tiene cultivar la sensibilidad estética para conseguir auténticos ciudadanos capaces de vivir y participar en una sociedad moderna no autoritaria. Para él, la formación estética complementa decisivamente la preparación moral e intelectual del ciudadano.

Los artistas son creadores ya que su obra no podía ser explicada sin ellos, son creadores porque si ellos no hubiesen existido, sus obras tampoco hubieran existido.

El poeta Rainer Maria Rilke opinaba que “la belleza es aquel grado de lo terrible que aún podemos soportar”. Mientras que Alain, un pensador contemporáneo señala que “lo bello no gusta ni disgusta sino que nos detiene”. Según este criterio, es realmente hermoso todo aquello en lo que no hay más remedio que fijarse. Otro pensador actual, Theodor W. Adorno dice que “el logro estético podría definirse como la capacidad de producir algún tipo de escalofrío”. Nos estremece lo que no nos permite pasar de largo: la evidencia de lo real, deslumbrante y atroz.

El arte moderno nos abruma con distorsiones del sonido y de la forma. Sin embargo, también a través de él podemos sentir el estremecimiento conmovedor de la belleza.

Tema 10- PERDIDO EN EL TIEMPO

Preguntemos a cualquiera cómo es su vida cotidiana. Nadie logrará hablar de sí mismo, de su vida, de lo que quiere o teme, de lo que le rodea, sin referirse al tiempo. Por tanto se debería suponer que nada nos es tan conocido y familiar como el tiempo. Pero si se nos pregunta qué es, no nos queda más remedio que encogernos de hombros.

¿Qué tiene de “enigmático” el tiempo? ¿Por qué resulta tan difícil de pensar? Porque para pensar algo hay que fijarse en ello y fijarlo, pero el tiempo no se deja fijar. Paradójicamente, el momento pasado que ya no está y el momento futuro que todavía no está parecen más manejables que el instante presente, que se desvanece en cuanto se presenta. Al presente lo vemos venir y lo vemos alejarse pero nunca lo vemos estar. Y ¿cómo podemos determinar qué cosa es lo que nunca está?. Por lo que se puede concluir que el tiempo lo llevamos puesto, y el espacio lo recorremos.

Sabemos que vivimos el presente, en cambio, “pensarlo” ya resulta más complicado.

Como dijo Aristóteles en su Física, la noción de tiempo está ligada intrínsecamente a la del movimiento de los seres, entendiendo este término en toda su extensión: desplazamiento de un lugar a otro, modificación de estado, nacimiento y muerte, etc.

Los humanos hemos ingeniado diversas maneras de medir el tiempo. Pero ¿qué estamos “midiendo” cuando medimos el tiempo? ¿Cómo “medir” algo que no sabemos apenas lo que es? Medir el tiempo equivale más o menos a determinar el plazo de los cambios que nos afectan.

Los filósofos y la gente común tendemos a pensar que la intuición del tiempo que pasa es algo “natural” que se da del mismo modo en todos los seres humanos. Establecer los ritmos y pasos del tiempo no responde a una curiosidad meramente teórica, sino a la necesidad de acotar claramente el momento oportuno de realizar ciertas actividades sociales.

Ya adoptemos unas u otras unidades temporales, uno no puede dejar de pensar que existe además y al margen de ellas un tiempo independiente de cualquier convención humana. Es decir, que ciertos cambios naturales cumplen sus plazos sea cual fuere nuestra forma de orientarnos socialmente en lo temporal. Además del tiempo “social”, establecido por nuestras necesidades colectivas, debe existir algo así como otro “tiempo” natural que a veces sirve como orientación del primero pero que en todo caso transcurre de modo independiente a las normas humanas.

Según ya hemos apuntado al comienzo, el “ahora” que responde a la pregunta “¿cuándo?” Puede registrarse en cualquiera de las tres grandes zonas que se reparten nuestra comprensión del tiempo: pasado, presente y futuro. Pero de las tres, dos de ellas (el pasado y el futuro) no tienen más que una realidad digamos que “virtual”. La vida siempre ocurre en el presente y fuera del presente nada es del todo real, nada tiene efectos directos.

El presente es también la zona temporal donde pasado y futuro son reales, es decir, donde pueden tener algún tipo de efectos. Es san Agustín quien plantea de forma más competente el asunto: “Tampoco se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos: pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no veo que existan fuera de ella. El presente de las cosas idas es la memoria. El de las cosas presentes es la percepción o la visión. Y el presente de las cosas futuras la espera.”

Sin embargo, nuestra relación con el pasado no es simétrica a la que guardamos con el futuro. En el pasado se sitúa lo conocido que ya no podemos modificar; en el futuro está lo desconocido aún modificable. Si nuestra condición humana es ante todo activa, parece que el futuro debe contar en nuestro presente más que el pasado.

Contra esta opinión también pueden alzarse reservas: a la más dogmática la llamaremos doctrina del destino y a la más hipotética se la suele denominar teoría de los futuros contingentes. Los creyentes en el destino sostienen que todos los acontecimientos futuros están rigurosamente determinados desde siempre.

Más sutil es el planteamiento aristotélico, dirigido precisamente a defender la posibilidad de un futuro abierto. El futuro es “contingente” (puede ser así o de otro modo), no fatal ni necesario.

Queremos suponer que el tiempo pasa, pero en realidad sabemos que el tiempo siempre está ahí, fluyendo aunque sin disminuir ni aumentar: lo que transcurre y decrece incesantemente no es el tiempo sino nuestro tiempo. ¿No será acaso el tiempo nada más pero tampoco nada menos que nuestra dimensión esencial? Algo así sospechó ya en su día el clarividente Agustín: “Me parece que el tiempo no es otra cosa que una cierta extensión. Pero no sé de qué cosa. Me pregunto si no será de la misma alma.”

Para Heidegger, estar hechos de tiempo significa estar abocados a la muerte. Ser temporales (sabernos temporales) es siempre vivir “poco”, pero también proporciona un sabor fuerte, intenso, a la brevedad vital que paladeamos.

Lo que nos ata definitivamente al tiempo y por tanto a la mortalidad es nuestro cuerpo. En todas las épocas se ha cultivado entre los humanos la idea de que hay algo en nosotros no-corporal, por tanto no-temporal, inalcanzable a las heridas e invulnerable a los procesos letales de la biología, algo inextenso, inexpugnable, opuesto en todo a las características corporales, imperecedero. Y señala Marcel Conche: “la noción de espíritu o de alma, como sustancia incorporal, indivisible, etcétera, parece fruto del miedo. El hombre tiene un miedo tan profundo ante la muerte que se ha forjado una idea de sí mismo como hombre-sin-cuerpo = alma, para escapar a su destino, a la muerte.

Sin embargo, ¿puede estar realmente vivo lo que no debe morir? Quizá nacer y morir no son solamente el comienzo y el final de nuestro destino sino un componente que se repite incesantemente a lo largo de toda nuestra existencia.

Epílogo- LA VIDA SIN UN POR QUÉ

Tan antigua como la filosofía es la costumbre de reírse de los filósofos.

¿Por qué resultan tan frecuentemente risibles los filósofos para quienes les quieren mal y hasta para muchos de los que les quieren bien? En primer lugar, probablemente por esa mezcla característica que se da en ellos de ambición teórica desmesurada y resultados prácticos escasos.

Pueden ser eventualmente modestos pero les asoma la arrogancia disparatada por debajo de la túnica. Algunos no se privan de dar lecciones sublimes de moral, pero rara vez se les ve vivir de acuerdo con lo que predican. Para colmo se llevan fatal entre ellos y desacreditan a sus colegas con auténtica saña. En pocas palabras: son pedantes pomposos, inútiles, irreverentes, hipócritas y egocéntricos.

La tarea filosófica es reflexionar sobre la cultura en que vivimos y su significado es no sólo objetivo sino también subjetivo para nosotros: para ello es necesario tener la mejor formación cultural posible.

Filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas. Muchos filósofos dan la impresión de haber encontrado ya respuestas definitivas a las preguntas que nunca pueden ni deben cerrarse intelectualmente del todo.

Hay cuatro cosas que ningún buen profesor de filosofía debería ocultar a sus alumnos:

No existe la filosofía sino las filosofías y sobre todo el filosofar.

El estudio de la filosofía no resulta interesante porque a ella se dedicaron talentos tan extraordinarios como Aristóteles o Kant, sino que dichos talentos nos interesan porque se ocuparon de esas cuestiones.

Incluso los mejores filósofos dijeron notables absurdos y cometieron graves errores.

En determinadas cuestiones sumamente generales aprender a preguntar bien es también aprender a desconfiar de las respuestas demasiado tajantes.

Uno de los motivos de ridículo más justificado en que suelen incurrir los filósofos es el de pretender competir con la religión en la búsqueda redentora del sentido de la vida. Y es que la pregunta por tal sentido es ya de por sí religiosa.

Lo característico de la mentalidad religiosa no es responder Dios a la cuestión acerca del sentido o intención del universo: lo propiamente religioso es creer que, una vez dada tan sublime respuesta, ya está justificado dejar de preguntar.

Si la vida no tiene sentido (por la misma razón que todos los restantes sentidos remiten mediata o inmediatamente a la vida), ¿debemos concluir desoladamente que la vida es absurda? Ni mucho menos. Llamamos absurdo a lo que debería tener sentido y no lo tiene, no a lo que (por caer fuera del ámbito de lo intencional) no debe tener sentido.

Al preguntar si la vida tiene sentido lo que queremos saber es si nuestros esfuerzos morales serán recompensados, si nos espera algo más allá y fuera de la vida o sólo la tumba. La única defensa según Kant que le queda a la persona decente para salvaguardar su rectitud y no considerarla un empeño estéril es aceptar la existencia de un Dios que sea el creador moral del mundo, garantizando así un sentido ultramundano feliz para la buena voluntad.

Hay que señalar la posibilidad de una línea de reflexión alternativa. El hombre recto quiere vivir mejor, no escapar a su condición mortal: intenta hacer lo bueno no sólo pese a que es consciente de que siempre existirá lo malo sino precisamente por eso, para defender contra lo irremediable la fragilidad preciosa de lo que considera preferible. No vive para la muerte o la eternidad sino para alcanzar la plenitud de la vida en la brevedad del tiempo.

La religión promete salvar el alma y resucitar el cuerpo; en cambio la filosofía ni salva ni resucita sino que sólo pretende llevar hasta donde se pueda la aventura del sentido de lo humano, la exploración de los significados.




Descargar
Enviado por:DaFNiSa
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar