Literatura
Las aventuras de Tom Sawyer; Mark Twain
Llegó tía Polly, y Tom, Sid y Mary se sentaron a su lado. Tom no tenía pañuelo, y consideraba a todos los chicos que lo usaban como unos cursis. Estaba encerrado en una caja de pistones. Tom no apartaba de él la mirada, con ansia de cogerlo, pero estaba a salvo, lejos de su alcance. Los espectadores vecinos se agitaron con un suave regocijo interior; varias caras se ocultaron tras los abanicos y pañuelos, y Tom estaba en la cúspide de la felicidad.
CAPÍTULO VI
La mañana del lunes encontró a Tom Sawyer afligido.
Tom se quedó pensando.
Tom sollozó con más brío, y se le figuró que empezaba a sentir dolor en el dedo enfermo.
Tom estaba ya jadeante de tanto esfuerzo.
Tom estaba indignado. Le sacudió, gritándole: «¡Sid, Sid!» Este método dio resultado, y Tom comenzó a sollozar de nuevo. Sid bostezó, se desperezó, después se incorporó sobre un codo, dando un relincho, y se quedó mirando fijamente a Tom.
-¡Tom! ¡Oye, Tom! -le gritó Sid.
-¡Tom! ¡Oye! ¿Qué te pasa? -y se acercó a él, sacudiéndole y mirándole la cara, ansiosamente.
-¡No, Sid, no! -gimoteó Tom-. No llores así, Tom, que me da miedo.
-¡Tom! ¡Que no te mueres! ¿Verdad? ¡No, no! Acaso... Tom estaba sufriendo ahora de veras -con tan buena voluntad estaba trabajando su imaginación-, y así sus gemidos habían llegado a adquirir un tono genuino.
Sid bajó volando las escaleras y gritó:
-¡Tía Polly, corra! ¡Tom se está muriendo!
-¿Muriendo?
-¡Sí, tía...! Sintió encogérsele el corazón y dijo, con fingido desdén, que era cosa de nada escupir como Tom; pero otro chico le contestó: «¡Están verdes!», y él se alejó solitario, como un héroe olvidado.
Poco después se encontró Tom con el paria infantil de aquellos contornos, Huckleberry Finn, hijo del borracho del pueblo. Huckleberry era cordialmente aborrecido y temido por todas las madres, porque era holgazán, y desobediente, y ordinario, y malo..., Tom saludó al romántico proscrito.
-Déjame verlo, Huck.
-Sí, las judías son buenas.
-Parece bien. Así tiene que ser. Aquella noche no pude maullar porque mi tía me estaba acechando; pero esta vez maullaré.
Tom sacó un papelito y lo desdobló cuidadosamente. La tentación era muy grande.
Cuando Tom llegó a la casita aislada de madera donde estaba la escuela, entró con apresuramiento, con el aire de uno que había llegado con diligente celo. La interrupción lo despabiló:
-¡Thomas Sawyer!
Tom sabía que cuando le llamaban por el nombre y apellido era signo de tormenta.
Al instante dijo:
He estado hablando con Huckleberry Finn.
La declaración era terminante.
Lo apartó de un manotazo; Tom volvió a colocarlo, suavemente, en el mismo sitio; ella lo volvió a rechazar. de nuevo, pero sin tanta hostilidad; Tom, pacientemente, lo puso donde estaba, y entonces ella lo dejó estar.
Tom garrapateó en su pizarra: «Tómalo. La niña realizó un disimulado intento para ver, pero Tom hizo como que no lo advertía. Hay un hombre. La niña dijo:
-¡Qué bien está! ¡Ojalá supiera yo pintar!
-Es muy fácil -murmuró Tom-. Cuando soy bueno, me llamo Tom. Llámame Tom, ¿quieres?
-Sí.
Tom empezó a escribir algo en la pizarra, ocultándolo a la niña. Tom contestó:
-No es nada.
-Pues por ponerte así, lo he de ver, Tom -y cogió la mano del muchacho con la suya, y hubo una pequeña escaramuza. Tom fingía resistir de veras, pero dejaba correrse la mano poco a poco, hasta que quedaron al descubierto estas palabras: Te amo. Pero aunque a Tom le escocía la oreja, el corazón le rebosaba de gozo. Era el más soñoliento de los días aplanadores.
El amigo del alma de Tom estaba sentado a su vera, sufriendo tanto como él, y al punto se interesó profunda y gustosamente en el entretenimiento. Este amigo del alma era Joe Harper.
-Está bien; anda con ella...
La garrapata se le escapó a Tom y cruzó el ecuador. Tom ya no podía aguantar más. La tentación era irresistible; así es que estiró la mano y empezó a ayudar con su alfiler. Joe se sulfuró al instante.
-Tom, déjala en paz -dijo. Está en mi lado. Se sentaron juntos, con la pizarra delante, y Tom dio a Becky el lápiz y le llevó la mano guiándosela, y así crearon otra casa sorprendente.
-¿Te gustan las ratas? -preguntó Tom.
-¿Has visto alguna vez el circo? -dijo Tom. una barbaridad de veces. Yo voy a ser clown cuando sea grande. ¿Qué viene a ser?
-¿A ser? Pues es una cosa que no es como las demás.
-¿Todos?
-Todos, cuando son novios.
-¿Qué era?
-No lo quiero decir.
-Ahora, anda, Becky. Anda, Becky...
Él volvió la cara. Tom la cogió por el cuello. Hazme el favor, Becky. Tom besó los rojos labios y dijo:
Ya está todo acabado.
En los grandes ojos que le miraban vio Tom la torpeza cometida, y se detuvo, confuso.
-No llores, Becky -dijo Tom-.
-Sí, sí te importa, Tom... Tom sintió remordimientos. Entonces Tom salió de la escuela y echó a andar hacia las colinas, muy lejos, para no volver más a la escuela por aquel día. Fue al patio de recreo: no estaba allí. Entonces gritó:
-¡Tom! ¡Tom! ¡Vuelve!
Escuchó anhelosamente, pero no hubo respuesta. Cruzó dos o tres veces un regato, por ser creencia entre los chicos que cruzar agua desorientaba a los perseguidores. Tom era todo melancolía y su estado de ánimo estaba a tono con la escena. Tom empezó insensiblemente a dejarse llevar de nuevo por las preocupaciones de esta vida. Todo el edificio de la fe de Tom quedó cuarteado hasta los cimientos.
En aquel momento apareció Joe Harper, tan parcamente vestido y tan formidablemente armado como Tom. que osáis hablarme así? -dijo Tom apuntando, pues ambos hablaban de memoria, «por el libro». Al cabo, exclamó Tom:
-Si sabéis manejar la espada, ¡apresuraos!
Los dos «se apresuraron», jadeantes y sudorosos.
-Pues no puede ser: no está en el libro.
La propuesta era aceptable, y así esas aventuras fueron representadas. Después Tom volvió a ser Robin Hood de nuevo, y por obra de la traidora monja que le destapó la herida se desangró hasta la última gota.
CAPÍTULO IX
Aquella noche, a las nueve y media, como de costumbre, Tom y Sid fueron enviados a la cama. Tom permaneció despierto, en intranquila espera. Era para desesperarse. Tom sentía angustias de muerte.
Era un cementerio en el viejo estilo del Oeste. Las reflexiones de Tom iban haciéndose fúnebres y angustiosas. Después, quedamente, prosiguió Tom:
-Dime, Huck ¿crees que Hoss Williams nos oye hablar?
-Claro que sí.
Tom, al poco rato:
-Ojalá hubiera dicho el señor Williams.
-Hay que tener mucho ojo, en como se habla de esta gente difunta, Tom. De pronto Tom asió del brazo a su compañero.
-¿Qué pasa, Tom? -Y los dos se agarraron el uno al otro, con los corazones sobresaltados.
-¡Allí! ¿Lo oyes ahora?
-¡Dios mío, Tom, que vienen! Vienen, vienen de seguro. ¿Crees que nos verán?
-Tom, ellos ven a oscuras, lo mismo que los gatos.
-¡Mira! ¡Mira allí! -murmuró Tom-. Huck murmuró, con un estremecimiento:
-Son los diablos, son ellos. ¡Tom, es nuestro fin! ¿Sabes rezar?
-Lo intentaré, pero no tengas miedo.
-¡Chist!
-¿Qué pasa, Huck?
-¡Son humanos! Por lo menos, uno. Esta vez van derechos. es la de Joe el Indio. Estaba tan cerca que los muchachos hubieran podido tocarlo. Era labor pesada.
-Así se habla -dijo Joe el Indio. Dime, Joe... Joe...,
Joe, eres un ángel.
-¿De veras?
-Lo sé de cierto, Tom.
Tom meditó un rato, y prosiguió:
-¿Y quién va a decirlo? ¿Nosotros?
-¿Qué estás diciendo, Tom? Suponte que algo ocurre y que no ahorcasen a Joe el Indio: pues nos mataría, tarde o temprano; tan seguro como que estamos aquí.
-Eso mismo estaba yo pensando, Huck.
Tom no contestó, siguió meditando. Al cabo, murmuró:
-Huck: Muff Potter no lo sabe.
-Y, además, fíjate: puede ser que el trompazo haya acabado con él.
-No; eso no, Tom. Estaba lleno de bebida; bien lo vi yo, y además lo está siempre. ¡Quién sabe!
Después de otro reflexivo silencio, dijo Tom:
-Huck, ¿estás seguro de que no has de hablar?
-No tenemos más remedio. Mira, Tom, tenemos que jurarlo.
-Lo mismo digo, Huck.
Nada podía ser más del gusto de Tom.
No menos pasmado quedó Huckleberry de la facilidad con que Tom escribía que de la fluidez y grandiosidad de su estilo. Sacó en seguida un alfiler de la solapa y se disponía a pincharse un dedo, pero Tom le detuvo. Los alfileres son de cobre y pueden tener cardenillo.
-Tom -cuchicheó Huckleberry-, ¿con esto ya no hay peligro de que hablemos nunca jamás?
-Por supuesto que no. mira por la resquebraja ¡De prisa!
-No; mira tú, Tom. no puedo, Huck.
-Anda, Tom... Hubiera apostado a que era un perro sin amo. ¡Mira, Tom, mira!
Tom, tiritando de miedo, cedió y asomó el ojo a la rendija.
-Dime, Tom, ¿por cuál de los dos será?
-Debe de ser por los dos, puesto que estamos juntos.
-¡Ay, Tom! Me figuro que muertos somos.
Y Tom empezó a sorber un poco por la nariz. ¡Vamos, Tom, que tú eres una alhaja al lado de lo que yo soy! ¡Dios, Dios, Dios, si yo tuviese la mitad de tu suerte!
Tom recobró el habla y dijo:
-¡Mira, Huck, mira! ¡Está vuelto de espaldas a nosotros!
Huck miró, con el corazón saltándole de gozo.
-¡Verdad es! ¿Estaba así antes?
-Sí, así estaba. Tom aguzó el oído. No, es alguno que ronca, Tom.
Tom se amilanó. Era Muff Potter.
Cuando Tom trepó a la ventana de su alcoba la noche tocaba a su término.
Cuando Tom despertó Sid se había vestido y ya no estaba allí. En la luz, en la atmósfera misma, notó Tom vagas indicaciones de que era tarde. Se quedó sorprendido. Estaba envuelto en un papel.
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Enviado por: | Guevara |
Idioma: | castellano |
País: | México |