Literatura
La metamorfosis; Franz Kafka
Gregorio Samsa, un corredor de comercio que desea abandonar su profesión por no encontrar en ella posibilidad alguna de vida creativa, se ve convertido una mañana al despertarse en un insecto. No puede en adelante hacer su vida normal, e intenta adaptarse en alguna medida a las condiciones de su nueva situaición, de la que es plenamente consciente. En principio, sus familiares toleran su presencia e incluso lo tratan con cierta afabilidad porque tras su figura monstruosa siguen viendo la realidad personal de Gregorio. En el momento en que se deciden todos, incluso la hermana, a tratarlo como un «bicho», pierde la escasa movilidad que poseía, y fallece. La familia vuelve entonces a mirar al futuro, y sale a dar un breve paseo en tranvía un día de sol.
Esta obra nos pone ante los ojos de forma sobrecogedora la necesidad de fundar con quienes nos rodean, sobre todo en la familia, relaciones personales que nos permitan desarrollarnos normalmente y ganar autoestima. Así se evita que alguien, por no poder crear un tejido de relaciones auténticas, bloquee su desarrollo personal y se vea envilecido hasta considerarse como un vil insecto.
Una persona es, como subrayó el gran filósofo Manuel Kant en su día, un fin en sí misma, no un medio para el logro de ciertos fines. Gregorio Samsa no fue nunca maltratado, vejado, humillado, pero él se vio reducido a mero medio para el sostenimiento económico de la familia, y necesitó para cumplir esa función someterse a un modo de vida mecánico, poco creativo. Su vida le parecía una rueda dentada que gira sin sentido. Esa falta de sentido auténticamente personal queda expresada literariamente en la falta de posibilidades que implica la reducción a insecto. El protagonista desaparece de la escena cuando se rompe el débil hilo que lo unía al mundo de la creatividad -el afecto hacia su hermana y la voluntad de ayudarla.
La obra comienza con el fenómeno de la «metamorfosis», la transformación del protagonista Gregorio Samsa en insecto. Kafka, hábilmente, nos ofrece datos suficientes para que descubramos la causa que provocó tal fenómeno, mejor dicho: la serie de acontecimientos que adquieren cuerpo expresivo en tal fenómeno.
Sabemos, por la biografía de Kafka, que éste vivió el período de la infancia en una gran soledad, experimentó el distanciamiento espiritual de sus tres hermanas, excepto -durante su enfermedad- la hermana menor, y consideró su empleo en una casa de seguros como una rémora constante e insufrible para su actividad creativa de hombre de letras. Este desajuste entre la sordidez de la vida cotidiana y su vocación profunda despertó en su interior un sentimiento de desesperación, alumbró en su mente la idea del suicidio y lo llevó paulatinamente a la enfermedad y la muerte prematura. Estos datos nos permiten rehacer con fidelidad y hondura las experiencias básicas de la vida de Gregorio Samsa en el período anterior a su «animalización».
La característica básica del ser humano, la que lo distingue del animal es su capacidad de ver los seres del entorno como realidades, no como meros estímulos, y captar las posibilidades que nos ofrecen en orden a realizar un juego creador, tomar iniciativas, asumir responsabilidades, sentirse en cierta medida dueño del propio destino, en cuanto uno va optando por unas posibilidades y desechando otras, a fin de dar una configuración determinada a la figura de la propia personalidad. Esta capacidad de ver y tratar un ser como fuente de posibilidades es la libertad.
De esta libertad, así entendida, carece Gregorio Samsa, un corredor de comercio que no ama su oficio, lo considera como mero medio para ganar dinero y sostener la familia, y lo ejerce casi de modo mecánico obedeciendo rígidamente órdenes, consignas y horarios de forma medrosa. El trabajo, que ocupa la mayor parte de su vida, no significa para Gregorio un auténtico campo de juego. Toda su ilusión es poder llegar a abandonarlo.
«Si no me retuviera a causa de mis padres, hace tiempo que hubiera comunicado mi cese» (12, 57).
Es un tipo de trabajo cansado, monótono, incómodo, sórdido, y no ofrece siquiera la compensación de un trato humano de cierta calidad:
«... Relaciones humanas siempre cambiantes, nunca duraderas, incapaces de llegar a ser verdaderamente cordiales. ¡Al diablo con todo esto!» (11, 57).
En el mundo del comercio en el que se movía Gregorio no se daban las condiciones que exige el encuentro interhumano: confianza mutua (13-14, 58), flexibilidad en el trato, respeto a la persona... Todo valor era pospuesto al interés económico.
«... Nosotros, los comerciantes, por suerte o por desgracia, como se quiera, debemos a menudo hacer caso omiso de ligeras indisposiciones en atención a los negocios» (23, 62).
Esta manifestación fue hecha ante los padres de Gregorio por el Principal de éste, un personaje que representa en la obra el espíritu de la profesión. Por moverse en nivel objetivista, infralúdico, no creador, el Principal -que aparece sintomáticamente despojado de nombre propio, que responde a la condición personal, y es designado enfáticamente con un término relativo a la función que ejerce- podría muy bien, a juicio de Gregorio, padecer una metamorfosis semejante a la suya (21-22, 61). Este pormenor, aparentemente anodino e incluso arbitrario o fantástico, arroja luz sobre el sentido más hondo de toda la obra.
Para Gregorio, la actividad laboral era solamente un medio para un fin: sostener la familia y redimirla de la desesperación provocada por un desastre económico. Si en el trabajo no podía realizarse como persona, por faltar las posibilidades creadoras de auténticas formas de encuentro, el sentirse útil a la familia y provocar la alegría de todos en el momento de entregar su aportación económica significaba para él una fuente de gratificación personal, algo hermoso y festivo, porque venía a ser un esbozo, siquiera fugaz, de encuentro personal (51-52, 75). La costumbre, sin embargo, fue enfriando poco a poco este entusiasmo primero, excepto en la hermana (52, 75).
A pesar de esta inicial relación de encuentro con sus familiares, Gregorio no se entrega nunca a una actividad verdaderamente creadora. Alimenta secretamente el «lindo sueño» de enviar algún día a su hermana a estudiar en el conservatorio de música de Praga, la capital, (52, 75), pero, cuando está en casa, apenas sale, se sienta a la mesa y no entra en juego; se limita a leer el periódico en silencio o a estudiar itinerarios (23, 62).
La transformación del cuerpo
La metamorfosis afecta al cuerpo de Gregorio, no a su espíritu. El cuerpo simboliza aquí el elenco de posibilidades elementales que uno necesita para vivir una vida creadora. Gregorio puede pensar, sentir, desear, hacer proyectos, acomodarse a una situación, oír y ver, pero presenta un aspecto repugnante y carece de facilidad de movimientos para llevar una vida normal. De suyo, el cuerpo es el lugar viviente de presencialización de la persona, de su instalación receptivo-activa en el mundo, de su encuentro con las realidades capaces de entreverarse. Después de la transformación, el cuerpo de Gregorio es algo extraño para él mismo y para los demás y constituye un elemento opaco que lo escinde del mundo exterior y lo condena a una asfixia lúdica. El sentido de su vida anterior había radicado en sostener a la familia económicamente. A partir de ahora no sólo no podrá resolver el problema familiar, sino que será un obstáculo decisivo para buscar una salida, aunque sea tan precaria como alquilar las mejores habitaciones del hogar a unos huéspedes exigentes.
Ello explica la evolución sufrida por los familiares en su modo de reaccionar ante la situación creada por la metamorfosis. Al principio, los familiares, acuciados por el Principal, se sienten hondamente preocupados por Gregorio; más tarde, lo tratan con cierto cuidado, sobre todo la hermana, que se brinda a facilitarle comida y a disponer la habitación de modo que pueda desarrollar en alguna medida las actividades propias de un insecto, como es trepar por las paredes. Sólo una asistenta se atreve a aplicarle el nombre de «bicho», que los familiares evitan porque el lenguaje da cuerpo a las realidades que expresa y las hace aparecer ante los ojos con toda su fuerza. El padre, fuera de sí debido al horror que le produce la figura de Gregorio, lo agrede y lo deja malherido, privado incluso de la escasa movilidad que poseía. Su madre intercede por él y se esfuerza, lo mismo que su hermana, Grete, por conseguir sobrellevar la situación (75, 85).
La transformación del espíritu
Poco después, sin embargo, cuando observan que la presencia de Gregorio les impide tener huéspedes e incluso criadas, ambos familiares empiezan a tratarlo sin cariño alguno (82, 87) y convierten su habitación en una trastera (87, 89). En un momento de irritación, Grete, la hermana, le había llamado por su nombre de pila: «¡Ojo, Gregorio!» (68, 82). Esto implicaba un contraste desgarrador, porque un nombre propio sólo se aplica en rigor a las personas, pero aquí significaba una firme voluntad por parte de la joven de no hacerse a la nueva situación ni seguir esperando una salida airosa. Ahora se niega a seguir teniendo en su casa a un hombre-insecto, pues tal mezcla absurda es insostenible. Hay que decidirse a aceptar el nuevo orden de cosas y tomar las medidas pertinentes para abrir algún horizonte hacia el futuro.
«Queridos padres (...), esto no puede seguir así. Si vosotros no lo comprendéis, yo lo comprendo. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano; y, por tanto, sólo digo esto: debemos deshacernos de él. Hemos hecho lo humanamente posible para cuidarlo y tolerarlo; yo creo que nadie puede hacernos el menor reproche» (97, 97).
Los esfuerzos de los familiares por no considerar a Gregorio como a un «enemigo» (76, 85) acaban debilitándose hasta la extinción. Grete, la que más interés parecía poner en cuidar a Gregorio, es la que toma la iniciativa en orden a deshacerse de él, por miedo a que su presencia cause un daño irreparable a la salud de sus padres (98, 94).
«Debe irse, gritó la hermana . Es la única salida, padre. No tienes más que desechar la idea de que es Gregorio. El haberlo creído tanto tiempo, eso es propiamente nuestra desgracia. Pero ¿cómo puede ser esto Gregorio? Si fuera Gregorio, ya hace tiempo que hubiese comprendido que no es posible que unos seres humanos convivan con semejante animal y se hubiera ido voluntariamente. No tendríamos al hermano, pero podríamos seguir viviendo, y honraríamos su recuerdo. Mientras que, así, este animal nos persigue, echa a los huéspedes, quiere abiertamente apoderarse de toda la casa y dejarnos a dormir en la calle» (99-100, 94-95).
En virtud de esta decisión de la hermana respecto a Gregorio, éste queda fuera de juego en la familia. Los tres familiares se reducen a mirarlo «tristes y pensativos» (101, 95). Ni siquiera lo azuzan con palabras o gritos para que vuelva a la habitación (101-102, 95). Kafka anota con impresionante laconismo irónico: «...Nadie le apresuraba; se le dejaba en entera libertad» (101, 95). Este género de «libertad» y autonomía que se le concedía iba unido con la carencia casi absoluta de todo movimiento. Recogiendo sus últimas fuerzas, Gregorio se arrastró hacia su habitación y dirigió una última mirada rápida a su madre, «que, por fin, se había quedado dormida», es decir, entregada a una falta total de iniciativa y creatividad respecto al hijo menesteroso (102, 95). Grete se apresuró a cerrar la puerta con llave, suspirando de alivio. Gregorio «muy pronto hubo de convencerse de que le era en absoluto imposible moverse» (102, 96). Se hallaba en el grado cero de creatividad. Por eso, aun pensando «con emoción y cariño en los suyos», «hallábase, a ser posible, aún más firmemente convencido que su hermana de que tenía que desaparecer» (103, 96).
«Y en tal estado de apacible meditación e insensibilidad permaneció hasta que el reloj de la iglesia dio las tres de la madrugada. Todavía pudo vivir aquel comienzo del alba que despuntaba detrás de los cristales. Luego, a pesar suyo, su cabeza hundióse por completo y su hocico despidió débilmente su postrer aliento»(103, 93).
El cerco a que se vio sometido en el aspecto lúdico-creador acaba de provocarle la asfixia espiritual, y lógicamente tenía que perecer. Desear que una persona deje de existir es el polo opuesto al amor y destruye, por consiguiente, toda posibilidad de encuentro personal; produce una «desambitalización» absoluta. Gregorio había confiado siempre en su hermana. Al romperse del todo su ámbito de convivencia con ella, su grado de desvalimiento se hizo total y su vida lúdica quedó achicada hasta la anulación. Lo que perece al morir el Gregorio-insecto es el último resto de posibilidad creadora que le quedaba al Gregorio-persona.
Desaparecido Gregorio, el hogar vuelve a ser un lugar de encuentro para los familiares. Se prescinde de los huéspedes, a fin de tener un ambiente de intimidad, y se hacen planes para el futuro. Esta apertura de un nuevo horizonte prometedor queda expresada en el viaje en tranvía que hacen los padres y la hermana un día de sol, a cuya luz resplandecen las nuevas formas de «muchacha bella y lozana» que ha adquirido últimamente la pequeña (112, 99).
La transformación de Gregorio en insecto no es realista sino simbólica, pero no por ello es menos real en el plano del juego y de los ámbitos. Kafka quiere poner ante los ojos del lector de modo plástico, impresionantemente visible, una situación que a muchas personas pasa inadvertida: la reducción de un ser humano a medio para un fin, mera máquina de ganar el dinero necesario para salvar una situación apurada. El relato nos transmite vivamente en todo su horror, a través de su encarnación en una imagen, una situación humana que se da realmente con frecuencia, pero apenas se advierte cuando se vive de modo objetivista, atenido más bien a las apariencias externas.
Al leer la obra, aparece con toda su crudeza lo que sucede veladamente en la vida humana. Ésta es la espléndida posibilidad de las imágenes: hacer entrar por los ojos los acontecimientos "inobjetivos" que se evaden a la mirada de las gentes poco avezadas a la contemplación de los sucesos creadores. Gregorio Samsa, el sumiso y pasivo corredor de comercio, se veía ya a sí mismo como un infrahombre, un ser poco cualificado, un vil insecto. Esta autodescalificación era un suceso real, real en cuanto al juego que quería haber hecho en su vida cotidiana. Por eso necesita ser expresado a través de una imagen, que -a diferencia de la mera figura- presenta dos vertientes: la sensible y la suprasensible, la objetivista y la lúdica.
En las décadas posteriores a la primera guerra mundial muchos europeos sintieron una difusa añoranza por el mundo infracreador, que era visto a menudo como una tierra de promisión. En La metamorfosis, tal descenso significa más bien la destrucción total de las posibilidades de realización humana.
Todos los pormenores que destaca la obra son de carácter lúdico-ambital. Gregorio fue siempre un hombre encerrado: encerrado en la tupida red de un puesto de trabajo sórdido y atenazante; recluido voluntariamente en un hogar constituido por personas mayores, fracasadas y enfermas (79, 86) y una niña un tanto comodona cuya actividad creativa se polarizaba exclusivamente en torno a la música (55, 76). Precisamente, en esta dirección se orienta la única iniciativa que tuvo Gregorio respecto al futuro: pagarle a su hermana los estudios del Conservatorio. Es sintomático que Gregorio, en su extrema postración, sólo parece elevar un tanto su ánimo al oír a su hermana tocar el violín, y ello no tanto por lo que tal actividad pudiera implicar de creatividad musical -para la que Gregorio carecía de sensibilidad-, cuanto por la posibilidad de ayuda que la condición artística de su hermana le abría a él en el futuro. De ahí su deseo de llevarla a su habitación y establecer con ella una relación estable de encuentro.
«Le parecía como si se abriese ante él el camino que había de conducirle hasta un alimento desconocido y ardientemente añorado. Estaba decidido a llegar hasta la hermana, tirarle de la falda y sugerirle así que viniese a su cuarto con el violín, porque nadie premiaba aquí su interpretación cual él quería hacerlo. No la dejaría salir de su cuarto, al menos en cuanto él viviese» (93, 92).
Al verse reducido a insecto es decir, al sentirse falto de posibilidades creadoras, Gregorio confía en que, uniendo su fuerza de voluntad a los ánimos que le infundan sus familiares, podrá salir adelante.
«... Todos, incluso el padre y la madre, debían haberle gritado: ¡Ánimo, Gregorio! (...). Siempre adelante. ¡Duro con la cerradura!» (30, 65)
Pero sus familiares, tras el primer momento de desconcierto, optan por esconderlo, resignados a su suerte adversa; dan la situación por irreversible y retiran de la habitación los muebles para que Gregorio pueda moverse con más facilidad dentro de las posibilidades que le abre su condición actual; es decir, lo «desambitalizan» como hombre, a pesar de que su madre intuye con finura que, al dejar la habitación convertida en un desierto, vienen a indicar que renuncian a toda esperanza de mejoría por parte de Gregorio y lo abandonan a su suerte (62-63, 80).
De aquí arranca el tragicismo de toda la obra. Gregorio Samsa sigue pensando y sintiendo como hombre (47ss, 73ss), capta con lucidez cuanto dicen y hacen los demás, pero no logra darse a entender (49,73), posee una interioridad de ser humano y una apariencia de insecto, no de animal temible -poderoso león, taimada serpiente...-, sino de bicho repugnante e indefenso. Al quedar privado de su entorno confiado de hombre, Gregorio se siente incomunicado, extraño en el mundo, y olvida paulatinamente su pasada condición humana (63, 80). Debido a algo que se halla fuera de su control -la figura que ofrece a los demás-, Gregorio se ve forzado a alterar radicalmente su sistema de juego, de relación activa con el entorno, y hace con ello del todo imposible una relación de encuentro con sus familiares (71, 83). Se convierte en objeto, objeto de preocupación (24, 62) o de simple curiosidad (85, 89), tema de conversación (49, 74), motivo de diversión (94, 92), insecto repulsivo e inquietante (68, 82), trasto inútil (110, 99), estorbo para la existencia (97, 94). Sólo le queda la esperanza de su hermana, la única persona con futuro que hay en la casa.
El padre, tras el fracaso económico, había echado el peso del sostenimiento de la casa sobre los hombros de Gregorio, y éste, después de su metamorfosis, pudo enterarse de que le había ocultado que la situación económica de la familia no era tan mala como se decía y las deudas pudieran haberse saldado antes. Por otra parte, ni el padre ni la madre veían con buenos ojos el único proyecto de carácter creativo que había osado abrigar Gregorio: sufragar a su hermana los gastos del Conservatorio. De sus padres, viejos, fatigados y nada emprendedores, no podía esperar Gregorio posibilidad alguna de vida creativa. Al comprobar que también la hermana ha roto definitivamente su ámbito de fraternidad con él, entra en un estado de asfixia lúdica y pierde del todo su condición humana, desapareciendo con ello de la obra.
Esta segunda parte de la metamorfosis, la espiritual, la que afecta a la condición personal de Gregorio, es la más dolorosa, la definitiva, la estación término de una vida envilecida progresivamente por la sordidez de las circunstancias.
El carácter abrumadoramente trágico de este relato radica en la vinculación en una misma persona de una extrema degradación y de la lucidez suficiente para hacerse cargo de la misma. Si sólo existe una gran desgracia, no hay tragicismo. Este surge cuando alguien muy afectado por ella se hace cargo de la situación. Situaciones trágicas provocadas por una falta absoluta de posibilidades de libre juego creador se dan realmente en numerosas ocasiones. Pese a su apariencia fantástica, La metamorfosis no es un mero relato de ficción, sino la plasmación literaria de una red de ámbitos que el hombre necesita para desarrollarse como tal y que un destino adverso va anulando paulatinamente. Esta anulación implica el derrumbamiento de la personalidad humana. Derrumbamiento se dice en griego «katastrophé», y ésta, la catástrofe, marca la culminación de la tragedia.
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