Lengua Española


Juan Ramón Jiménez


Tema 4. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. ALGUNAS OBRAS

PRIMERA INFANCIA

Juan Ramón Jiménez Mantecón nace en Moguer (Huelva) un 23 de diciembre de 1881. Gentes y espacios de su infancia salpican la totalidad de su obra poblando, a partir de los recuerdos, un universo mágico transfigurado por el milagro de la poesía en estampas maravillosas, en las que Juan Ramón aparece siempre como un niño presumiblemente feliz. Se le puede definir como un niño caprichoso, lector, imaginativo y observador.

Entre los cuatro y cinco años asistió a una guardería denominada “miga”, institución instaurada desde el Siglo de Oro; en esta casa aprendió a hacer palotes, a manejar el pizarrín, algunas oraciones e, incluso, el abecedario.

Tras pasar por una escuela de primeras letras, asiste al colegio de San José, adscrito al Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Huelva. En septiembre de 1891 pasa el examen de instrucción primaria con la calificación de Sobresaliente. Y, en los años siguientes, superará con notas excelentes los exámenes de los dos primeros cursos de bachillerato.

LOS ESTUDIOS DEL POETA

En 1893, Juan Ramón ingresa, como estudiante interno, en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María. Allí tendrá, como condiscípulos, a Muñoz Seca y a Fernando Villalón. Su paso por el colegio de San Luis Gonzaga provoca una transformación de su carácter, y evidencia en el carácter del poeta ciertos rasgos de rebeldía. A pesar de sus esfuerzos por integrarse en la disciplina del colegio, las normas del colegio y las enseñanzas las vive como una imposición que lo aparta de su camino y que no tiene otro objeto que modelar su carácter bajo patrones que le resultan ajenos. Reprimida la infantil imaginación del niño Juan Ramón, el joven que abandona las aulas del colegio de los jesuitas, es ya una persona retraída y a la vez reacia a los modelos religiosos que se le imponen.

Aprobados tercero y cuarto de bachillerato en los años, respectivamente, de 1894 y 1895, Juan Ramón se examina en junio de 1896, para obtener el grado de bachiller en Artes y en Ciencias. Es en estos años cuando se despierta en él la vocación de escritor, muy ligada a la crisis religiosa y, a la vez, al descubrimiento del amor. El descubrimiento del amor tiene, sin duda, mucho que ver con el descubrimiento del “yo” y, lo que es más importante, con el descubrimiento de la poesía como vehículo para la construcción de ese “yo”.

De este momento (1895, exactamente) es también el Álbum de poesías con dibujos y textos poéticos del momento, copiados a mano por el poeta.

EL MUNDO LITERARIO SEVILLANO

En 1896, tras pasar el verano con su familia, se instala -junto con su hermano Eustaquio- en Sevilla. Bajo la dirección e influencia de este maestro bohemio que impartía clases de Colorido en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, Juan Ramón hace algunas copias de los grandes maestros y pinta escenas costumbristas y paisajes, acordes con la estética del maestro. Algo aprendió el joven Juan Ramón de este maestro, a quien retratará como hombre de talento echado a perder. Aunque falló como maestro de pintura, parece ser que fue Salvador Clemente quien introdujo a nuestro autor en los ambientes literarios de Sevilla.

Cuando Juan Ramón Jiménez descubre la biblioteca del Ateneo, pasa las horas en sus salas y en las de la Biblioteca de la Sociedad de escritores y artistas. Conoce a Rosalía de Castro, a Curros Enríquez, a Verdaguer, a Vicente Medina y sobre todo a Bécquer. Y allí, también, escribe sus primeros poemas, empezando a enviar textos a los periódicos. De estos días arranca también su amistad con Daniel Vázquez Díaz, una amistad que se prolongará durante años.

En el verano de 1898, relee el romancero y a los clásicos de que dispone en la biblioteca familiar (fray Luis, Góngora, Garcilaso, los místicos). A su regreso a Sevilla, tras el verano, Juan Ramón ya sabe que lo que realmente le atrae es la literatura y enseguida empieza a cartearse con escritores del momento y a enviar textos suyos a periódicos y revistas, sembrando las publicaciones de la zona de colaboraciones literarias. De todas estas publicaciones, fue El programa, la que, en 1896, se llevó la gloria de poner en letras de molde el primer texto de Juan Ramón: un texto en prosa, hoy perdido, que debió de titularse "Andén".

Juan Ramón simpatiza especialmente con la obra de los que él llama "poetas del litoral" (Reina, Rueda, Enrique Redel, Manuel Paso, junto a los mencionados un poco más arriba) y con la literatura hispanoamericana que tiene ocasión de empezar a conocer (Salvador Díaz Mirón, Julián del Casal, José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia... y siempre Rubén Darío), gracias a los envíos de revistas que Villaespesa le hace desde Madrid.

Por lo que a los estudios se refiere, Juan Ramón finalmente llegó a matricularse en el  curso preparatorio de Derecho, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla. Allí, en 1899, conoció al "krausista" Federico de Castro, de quien guardará siempre excelente opinión y recuerdo. Pero sumergido en una ya imparable vocación literaria, nunca se aplicó con verdadero interés a los estudios y no llegó a superar el primer curso. Esta formación (o, por mejor decir, "ausencia de formación académica regular") ha resultado engañosa para generaciones de críticos del poeta de Moguer.

Y, pronto, Andalucía se le queda pequeña a Juan Ramón. Son varios los críticos del momento que ponen en relación la escritura juanramoniana, en sus primeras manifestaciones, con el escepticismo generacional del fin de siglo y lo nominan como "el más pensativo de los poetas jóvenes españoles".

La primera escritura juanramoniana se mueve entre "tres influencias distintas y poderosas": la modernista de Villaespesa, la socialista de Orbe y su antiguo entorno moralista sevillano. Estilísticamente, los primeros borradores juanramonianos se hallan cercanos al colorismo de Rueda y, por lo que a la forma compositiva se refiere, a la estructura de la fábula, de la sátira social o costumbrista o del cantar popular.

EL MADRID MODERNISTA

Las páginas de Vida Nueva constituirán una excelente carta de presentación en el mundillo literario de Madrid. Y Villaespesa, con quien el poeta ya se carteaba por aquellas fechas, se pone enseguida en contacto con el moguereño, reclamando, en su nombre y en el de Rubén Darío, su presencia en Madrid para "luchar por el modernismo".

Juan Ramón, hastiado un poco de los ambientes provincianos de Sevilla y de Huelva y descontento con el colorismo, acepta la invitación y en 1900, con el manuscrito de su libro Nubes bajo el brazo, toma un tren que lo deja en Atocha. La revolución modernista ha estallado.

Villaespesa lo introduce en el mundo de la bohemia literaria. Conoce a Valle-Inclán, que lo cautiva con su recitado ceceante e histriónico de Espronceda; a Benavente, que le lee poemas de Guillermo Valencia; a los Martínez Sierra, a Rueda, a Benavente, a los Baroja, a Azorín. Y, sobre todo, intima con Rubén ("el primer rey de mi vida"), que le da el oficial espaldarazo con un certero "usted va por dentro".

Juan Ramón regresa a Moguer, después de pasar unos días con su madre y su hermana Victoria en un balneario de Alhama de Aragón, donde conocerá a Eloísa de Córdova, destinataria de la dedicatoria del poema "Las niñas", que recogerá Juan Ramón en Rimas. En Madrid se queda su manuscrito Nubes al cuidado de Villaespesa, que dividirá el manuscrito en dos poemarios: Almas de Violeta, impreso en tinta verde, vio la luz con un prólogo del almeriense, y Ninfeas, en tinta morada, apareció al amparo de un soneto de Rubén. Lo más significativo de ambos libros (muy distintos entre sí) es que son elementos procedentes de un romanticismo tardío, exacerbado sin duda por técnicas imaginativas derivadas de la compositio loci de los jesuitas (los cementerios, la vida como travesía marinera de un alma azotada por las olas, la muerte de los niños) y pautado de tonalidades morales derivadas de la lectura del Kempis y de un vago socialismo idealista al que le acerca su amigo Timoteo Orbe. Estos dos libros, colocados en las librerías en el mes de septiembre, nunca fueron del agrado del poeta.

El viaje a Madrid, a pesar de su deslumbrante inmersión en lo que era la literatura del momento, y a pesar de la admiración que le despiertan algunas figuras del mismo, no fue un viaje positivo. Con todo, Juan Ramón siguió enviando colaboraciones puntuales a revistas y periódicos de la capital.

LA MAISON DE LA SANTÉ

El día 4 de julio de 1900, moría repentinamente don Víctor Jiménez, el padre del poeta. Esta desgracia sorprende al poeta en pleno trabajo con dos poemarios (Besos de oro y El poema de las canciones), que ya nunca verán la luz como tales libros. Presa del dolor y sumido en un misticismo alucinado, Juan Ramón busca refugio en una religiosidad formal y rompe todos los versos de Besos de oro, porque, desde su nueva situación, le parece insoportablemente profano y pagano.

La familia, preocupada por el estado del poeta, se apoya en el consejo de Luis Simarro (neurólogo madrileño que, a partir de este momento, jugará un importante papel en la formación del poeta) para colocar a Juan Ramón, durante una temporada, al cuidado del doctor Lalanne, que regentaba la Maison de la Santé, en Castel d'Andorte, cerca de Burdeos. En estos días, además de frecuentar la compañía y amistad de las mujeres de la casa -incluida la señora Lalanne-, supo sacar provecho a la librería del centro.

Estos meses en el sur de Francia nutrirán, durante varios años, el asunto de sus versos y de sus prosas, y familiarización de Juan Ramón con el simbolismo francés teñirá en el futuro la totalidad de su escritura.

EL KRAUSISMO. EL SANATORIO. EL DOCTOR SIMARRO

A comienzos de octubre de 1901, Juan Ramón se halla de nuevo en Madrid. El doctor Luis Simarro hace las gestiones para que a Juan Ramón se le cedan unas habitaciones en el Sanatorio del Rosario, rebautizado por el poeta como el "Sanatorio del Retraído".

Allí se establece Juan Ramón "como en un hotel" y lleva una vida retirada del ajetreo literario madrileño, cultivando una imagen de poeta enfermo de melancolía y de idealismo, que cuida los signos que lo distinguen de la vulgaridad ambiente. Desde luego, su enfermedad no fue obstáculo que le impidiese ni los frecuentes galanteos con las monjas más jóvenes del Sanatorio, ni una intensa actividad como escritor que se concreta tanto en colaboraciones, más o menos frecuentes, en la prensa diaria o en las revistas literarias, como en la composición de nuevos poemas.

Juan Ramón, que había regresado a Madrid en septiembre de 1901, traía de Francia, acabado, su libro Rimas en el que claramente se percibe ya la línea de evolución que va a seguir su poesía: decepcionado del exceso de pose modernista que había conocido en Madrid el año anterior, y haciendo caso al "usted va por dentro" de Darío, tras su estancia en Francia, regresa a Bécquer, para explorar las posibilidades simbolistas de la tradición popular.

Más que las lecciones del decadentismo finisecular, serán las del simbolismo las que orienten su escritura y las que le sirvan de herramientas en su "educación sentimental". Los romances de Rimas evidencian una clara voluntad de renovar la tradición en una forma que funde el romance de Espronceda, el de Darío y, sobre todo, el de Bécquer.

Durante su estancia en el Sanatorio, Juan Ramón corrige las Rimas y escribe muchos de los versos de Arias Tristes (de 1904, a pesar del pie de imprenta en que figura 1903) y de Jardines lejanos.

Pero la vida del Sanatorio le ofrece más posibilidades. Las tardes de los domingos, no sin escándalo de las hermanas de la Caridad, la habitación del poeta se convierte en "lugar de romerías a Juan Ramón Jiménez", al que, con cierta regularidad, acuden algunos amigos selectos. En la habitación de Juan Ramón en el "Sanatorio del Retraído" se concebirá la revista Helios, que, siguiendo el modelo del Mercure de France, tan importante lugar llegó a ocupar en la historia del modernismo español.

Y, junto a la literatura, la vida. Tres jóvenes monjitas del Sanatorio del Rosario, mezclándose en la memoria del poeta con otros amores, alimentarán, en los años siguientes, el proceso de "educación sentimental" iniciado en Rimas, el libro que trae de Francia.

La aparición de Rimas, confirmada por la de los libros siguientes y, sobre todo, por la perfecta sintonía de alguno de los rasgos fundamentales de esta poesía con la exhibida por Antonio Machado en sus Soledades, fue determinante en la evolución de la lírica modernista hacia una escritura en tono menor, basada en la asonancia, en los ritmos y aires de la balada popular, en la sencillez expresiva y en despojamiento de las galas verbales, más o menos coloristas, de un sensualismo exterior que renunciaba a dar cuenta del alma de las cosas. En esta misma línea se produce Arias tristes, libro que, a tenor del número de las reseñas que recibe y de los nombres de los reseñistas (Ortega, Azorín, Antonio Machado), resulta extraordinariamente importante en la historia de la escritura juanramoniana. Constituyó un verdadero éxito y situó a Juan Ramón en el centro de la poesía española del momento.

Juan Ramón abandona el Sanatorio del Rosario en 1903. Tras la muerte de la esposa del doctor Simarro, éste invita a Juan Ramón y a Nicolás Achúcarro a que se instalen con él en su casa. En este nuevo domicilio, Juan Ramón tiene la ocasión de intimar con toda una serie de artistas e intelectuales (Sala, Cossío, Miguel Gayarre, Sandoval, Achúcarro, Sorolla) vinculados a la Institución Libre de Enseñanza y de conocer personalmente a don Francisco Giner de los Ríos, cuya personalidad marcará profundamente a un escritor que, desde este momento, tendrá muy claro que su "lucha" por la belleza debería conducirle al crecimiento y mejoramiento de su yo más íntimo o, en caso contrario, carecería de todo sentido. El arte se convierte para él, en esta época, en una actividad que lo salva del utilitarismo burgués, marcándole metas de regeneración personal y social.

En casa de Simarro, Juan Ramón concluye sus  Jardines lejanos, cuyas tres secciones dibujan un escenario en el que el "yo" vive la representación (en el fondo de su propia conciencia) de un drama, cuyos actos tienen que ver con los conceptos de tentación ("Jardines galantes"), renuncia ("Jardines místicos") y sanción ("Jardines dolientes"): la tristeza, que es el tema central de la última sección del libro, es el precio que el poeta ha de pagar al preferir el jardín místico al jardín galante; sin embargo, la renuncia a las promesas carnales que encierran los jardines galantes, se ve recompensada, a la vez, por el "conocimiento".

Además del trabajo en sus nuevos libros, Juan Ramón empleó mucho tiempo en la  gestión de las páginas de Helios (1903-1904) y en la colaboración con los Martínez Sierra en la preparación de Teatro de ensueño (1905). En Helios, el moguereño dejó constancia, con traducciones importantes, de su sintonía con unas formas de simbolismo que proyectan sobre el limitado modernismo hispánico una dimensión metafísica, que el "exotismo" de Villaespesa, de quien Juan Ramón se va distanciando poco a poco, está muy lejos de anunciar. Las páginas de Helios dan noticia de obras de pensadores y de literatos, cuyos nombres distaban de estar naturalizados en la literatura española del momento, de modo que sus páginas acabaron siendo un instrumento importante para poner en hora con Europa las letras españolas.

A inicios del verano de 1905, Juan Ramón decide abandonar definitivamente Madrid e instalarse en Moguer, donde sigue la familia acuciada ahora por problemas económicos de importancia. Antes de hacerlo, Juan Ramón deja preparada la edición de Cantos de vida y esperanza, de Darío.

REGRESO A MOGUER

El  regreso de Juan Ramón a Moguer  se produce, temporalmente, en 1905 y, definitivamente, en 1906. El saludable contacto con el campo y con las gentes del pueblo, así como el alejamiento de los ricos ambientes culturalistas que había conocido en Madrid, se traduce, a la vista de los libros escritos estos años, en una poesía que, en esencia, responde a una misma poética y a idénticos parámetros estéticos, pero que sustituye los artificiosos jardines modernistas por escenarios campestres. Tradiciones populares, escenas reales de la vida de Moguer, aires y ritmos folklóricos, contribuyen también a modificar la discursividad de los textos escritos en los libros de este momento. Pastorales (1911), Olvidanzas (1909), Las hojas verdes y Baladas de primavera (de 1907, pero impreso en 1910) constituyen buenos ejemplos de lo que pretendemos decir.

En Moguer, Juan Ramón lleva una vida tranquila, con frecuentes paseos por su finca de Fuentepiña, donde, a la vez que se pasea con el burro del casero Manuel, va gestando las estampas de lo que será Platero y yo.

Sigue enviando colaboraciones a Madrid, sobre todo a las revistas de sus amigos (Renacimiento o Revista Latina) de los Martínez Sierra y de Villaespesa. Es el caso de Sorolla que, aprovechando un encargo de la Hispanic Society de Nueva York, visita La Rábida en 1910 y se aloja en Moguer, en casa de los Jiménez, momento que aprovecha para hacer un retrato del joven poeta. Pero, sobre todo, Juan Ramón lee. Y lee mucho.

El descubrimiento de la poesía de Unamuno supuso también  un punto importante en la evolución de la escritura de Juan Ramón. En 1907, Juan Ramón recibe un ejemplar de Poesías en cuya dedicatoria personal puede leer: "poeta, esto es creador y contemplativo". La lectura de Unamuno, en este libro de poemas, se deja sentir en su escritura que, sin renunciar a sus principios fundamentales, comienza a desprenderse de ciertas concesiones a un sentimentalismo descriptivista, a la par que cobra mayor densidad meditativa, bien patente en los Sonetos espirituales.

De 1908 son sus Elegías, publicadas en tres volúmenes; en 1911, aparecen los Poemas mágicos y dolientes; en 1912, Melancolía; y en 1913, recién regresado el poeta a Madrid, Laberinto. Todos estos libros, gestados en Moguer, responden a dos impulsos centrales en la poética del momento: el impulso elegíaco, entendido como salvación del "yo" que fue, convirtiendo los recuerdos en nuevas vivencias que la palabra fija e integra en la conciencia del "yo" que es en el presente; y el impulso panteísta (o, mejor, panenteista) que, desde postulados derivados de su lectura de la estética de Krause, le sirve a nuestro poeta para reinterpretar lo mejor de la tradición mística española (san Juan y santa Teresa, dos de sus lecturas predilectas de este momento).

Formalmente, aunque el poeta sigue sirviéndose del octosílabo, el metro preferido en los libros de este momento es el alejandrino. Sin embargo, los libros publicados no dan idea exacta de lo que fue la escritura juanramoniana de estos años.

De estas mismas fechas arranca la redacción de una cantidad muy importante de prosas, que están en el origen de libros como Platero y yo (1914) o en el de libros como Entes y sombras de mi infancia, Piedras, flores y bestias de Moguer o Josefino Figuraciones que, aunque inicialmente iban a formar con Platero el volumen de las Elejías andaluzas, nunca llegaron a visitar la imprenta en los días del poeta. En Platero, Juan Ramón enfrenta la imagen mítica de Moguer, que todavía sigue viva en su memoria, con la imagen que le ofrece su reencuentro, a su regreso en 1906. Por eso Moguer es una "elegía", por lo que tiene de canto a un mundo en trance de desaparecer (la naturaleza de su Moguer natal) y por lo que tiene de canto a una mirada inocente (la del niño) que, inevitablemente, también será asesinada. Platero y yo es además, en este sentido, el diálogo del poeta adulto con la historia lírica de una mirada inocente, que sigue viva en su memoria y que quiere salvar a toda costa, por lo que significa.

MADRID DE NUEVO: LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

En el otoño de 1913 se muda al nuevo edificio de la Residencia de Estudiantes, donde se le asigna una amplia y soleada habitación en la que puede tener consigo todos sus libros.

El ambiente de la Residencia le satisface plenamente. Por la Residencia, además, como residentes o como conferenciantes invitados, pasaron grandes figuras de la política, de la literatura o del arte del momento. Allí, especialmente, Juan Ramón se encuentra con Ortega, a quien ya conocía desde los tiempos de Helios.

Durante los años de la Residencia, Juan Ramón desarrolla una actividad frenética. Además de continuar (y a buen ritmo) con su obra literaria, a partir de 1914 se encarga de organizar la biblioteca y, junto al propio Jiménez Fraud, de dirigir las publicaciones de la Residencia, consiguiendo que, bajo el sello de esta institución, vean la luz libros importantes de Unamuno, de Azorín o de Antonio Machado. Y su trabajo de editor no se limita a los libros de la Residencia. Juan Ramón, desde 1915, colabora también con la editorial Calleja, además de cuidar la edición, en otros lugares, de libros de autores amigos.

EL ENCUENTRO CON ZENOBIA

Los estímulos intelectuales de la Residencia, así como la relación con Ortega, resultaron fecundos, sin duda, y no es difícil perseguir la influencia del filósofo en los escritos juanramonianos de estos momentos. Pero no menos significativo en la evolución literaria que se observa en la obra de Juan Ramón resulta el descubrimiento de Zenobia.

El encuentro del poeta y Zenobia Camprubí se produjo, en el verano de 1913, en el marco de la Residencia. Zenobia había acudido a escuchar una conferencia de Manuel Bartolomé de Cossío. Juan Ramón se enamoró de inmediato de la "americanita", a la que puso asedio con sus cartas y con encuentros cuidadosamente preparados por la mediación de amigos comunes. Los inicios de su relación no fueron fáciles.

Como reflejan las cartas y los textos que la pareja se cruzó a partir de 1913, luego destinados al libro Monumento de amor, a las efusiones románticas del poeta Zenobia responde con bromas y agudezas que confunden a Juan Ramón. Sin embargo, desde el punto de vista de la creación literaria, la relación del poeta con Zenobia resultó muy positiva. Juan Ramón, por respeto a las críticas que Zenobia había hecho a sus libros, guardó en el cajón versos como los de sus Libros de amor, y en los Sonetos espirituales y en Estío, libros escritos en los años de su noviazgo con Zenobia, su discurso poético comienza a experimentar una profunda transformación, que culminará con la escritura del Diario de un poeta recién casado. En ellos afloraba toda la labor anterior (como lector atento a todo lo que se está haciendo en Europa, como traductor de lo más selecto de la poesía occidental y como escritor en permanente experimentación), pero Zenobia fue la que puso al poeta en el disparadero que explica el gran salto que se produce, hacia la plenitud ya, en el Diario.

RENOVACIÓN DEL LENGUAJE POÉTICO DE JUAN RAMÓN: HACIA UNA PRIMERA MADUREZ

Si el cambio de lenguaje que se observa en los Sonetos espirituales debe mucho a Zenobia y a la irrupción del amor, el origen mismo del poemario hay que ponerlo en relación con la traducción de los sonetos de Shakespeare, que -junto a Zenobia- emprende el poeta en los mismo años de la escritura de los poemas que componen el libro. Y es verdad, también, que los registros expresivos de este poemario, así como el tono discursivo, lo emparenta directamente con Unamuno, cuyo Rosario de sonetos líricos (1911) había impresionado al de Moguer.

Lo que sí que resulta cierto es que, en los Sonetos espirituales, el mundo sombrío y desilusionado de Melancolía cede el lugar a una nueva visión de la realidad. Los Sonetos son un libro de tanteos y de búsquedas que marca en la bibliografía juanramoniana un corte significativo. En los Sonetos espirituales está presente ya la voluntad poética de apresar lo ilimitado en lo limitado, que marcará todos los libros siguientes, junto a la conquista gozosa de una primera desnudez de la expresión y un descubrimiento de la propia conciencia como espacio en el que la realidad se construye como mirada creadora del mundo.

En la dirección apuntada por los Sonetos, Estío (1915) es fruto, ya, de la nueva poética que el propio Juan Ramón identificará como "poesía desnuda": renunciando a los esquemas externos empleados en libros anteriores para garantizar la unidad al poemario, se acude ahora a la contradicción, a la antítesis, a la paradoja o a la recurrencia de un mismo motivo, para crear redes simbólicas de relación entre los distintos poemas del libro; se adelgaza al máximo la anécdota; hace aparición el verso libre; se rompe la regularidad estrófica; se multiplican los procedimientos sintáctico-estilísticos de elipsis; y, finalmente, los textos, adoptando en muchos casos un aspecto sentencioso o epigramático, alumbran una reflexión metafísica en un discurso más hermético y conceptual que el de libros anteriores. Así, Estío es, como el propio poeta afirma, "un diario lírico" que levemente se sustenta sobre la historia de amor que vive el poeta en los años de la Residencia  y que remite a un conflicto metafísico o meta-poético.

Las novedades que llegaron a la vida de Juan Ramón a través del encuentro de Zenobia se traducen, en lo que a la poesía se refiere, en el hallazgo de una palabra nueva, lo que implica una poética también nueva y, a la vez, una manera diferente de entender la existencia y el papel de la escritura en el mundo de lo humano. Estío anuncia ya uno de los principales fundamentos de la escritura que ahora se inicia: las cosas no existen hasta que no son nombradas, o, lo que es lo mismo, hasta que el poeta no toma conciencia de ellas mediante la palabra. En este núcleo se instala el Diario.

DIARIO DE UN POETA RECIÉN CASADO, SEMILLERO DE MODERNIDAD

En el otoño de 1915, Juan Ramón ya ha tomado la decisión firme de casarse con Zenobia. A principios de 1916, Juan Ramón Jiménez viaja a Estados Unidos para contraer matrimonio con Zenobia Camprubí.

Juan Ramón, en este viaje, conoce y entabla amistad con Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society, que lo nombra socio de honor y le encarga la que será (en una magnífica y hoy rara edición) la primera antología de sus versos (Poesías escojidas, 1899-1917). Antes de que apareciera esta edición, y también por encargo de la Hispanic Society, Sorolla pinta un retrato del poeta.

De todo lo que ocurre durante estos meses, tanto Zenobia como Juan Ramón toman puntual nota y de los apuntes del poeta nace el Diario de un poeta recién casado, libro que ve la luz en la editorial Calleja, en 1917, y que, desde la perspectiva actual, resulta ser el libro más renovador de la poesía en lengua española del siglo XX por el logro de poner la poesía española a la altura de la mejor de las vanguardias europeas y por la influencia que tuvo (comparable a la de las Soledades, de Góngora, en los inicios del siglo XVII) en las jóvenes promociones, inaugurando un tiempo literario nuevo y convirtiendo en viejos, de un plumazo, todos los discursos poéticos anteriores. A pesar de lo que se afirma en la prosa prologal, el Diario es un libro rico en "color exótico" y en "necesarias novedades". Los referentes textuales son extraordinariamente originales hasta el punto de convertir este libro en uno de los más importantes puntos de partida -para la historia de la poesía europea y no sólo para la historia de la poesía española- de una modernidad que enseguida vendrá a convertir a Nueva York en emblema de un presente que ha dejado atrás ya a París, capital del simbolismo modernista.

No exagera Juan Ramón cuando en la década de los años 50 afirma, en conversación con Gullón, que "con el Diario empieza el simbolismo moderno en la poesía española", ni cuando asegura, en el mismo contexto, que se trata de un libro de tensión metafísica. En las calles de Nueva York y de las demás ciudades norteamericanas visitadas en la luna de miel, Juan Ramón descubre un mundo emergente, plagado de contradicciones sociales.

El Diario es, sin duda, un diario, pero un diario moderno; no un diario finisecular, como algunos se empeñan en seguir insinuando. En el Diario se rompen las fronteras de los géneros tradicionales y se produce una contaminación de unos géneros sobre otros, dando lugar a un discurso extraordinariamente moderno que responde a unos principios constructivos cercanos a los de la pintura o a los de la música del momento. Se desafía la linealidad del discurso, proponiendo en muchos textos la presencia simultánea de fragmentos pertenecientes a categorías textuales que no siempre cuentan con "certificado" poético.  En el Diario, sin embargo, la realidad se cuela por doquier (la muerte de Darío, la de Granados, los horrores de la Guerra Mundial, la miseria y pobreza de algunas gentes de Nueva York) e invade el texto haciéndolo estallar en modulaciones a las que, hasta entonces, dudosamente se les concedía crédito poético.

Y, si el Diario ofrece una gran variedad de contenidos cuando se lo contempla desde el punto de vista de los temas, la variedad no es menor cuando atendemos a las formas de discurso que lo integran: monólogo interior, descripción impresionista o expresionista de la realidad, trascripción de sueños o de conversaciones reales, aforismos, epitafios, anuncios, acotaciones, citas literarias, diversas formas de "collage"..., hacen del Diario un libro cuyo discurso resulta extraordinariamente rico y de una gran complejidad. En la escritura de este libro, Juan Ramón inventa la forma moderna del simbolismo, dando lugar -antes que Valéry o Eliot- a un discurso poético de calidades plenamente modernas (renovación de la lengua poética, replanteamiento moderno de la poética del poema en prosa, mezcla de verso y prosa, uso del collage, liberación del poema de viejos corsés como la estrofa o el verso regular, apertura a géneros y formas tradicionalmente localizados fuera de las fronteras de lo poético, etc.), en el que la generación del 27 alcanzará los mejores frutos.

AÑOS DE FRENÉTICA ACTIVIDAD. PRIMERA PLENITUD

A su regreso de Estados Unidos, el matrimonio, tras una breve estancia en la Residencia, se aloja en un piso de la calle Aranda. Allí residirán hasta que en 1921 se trasladan a un piso de la calle Lista, que luego dejarán para instalarse en Velázquez y posteriormente en Padilla.

Desde la plenitud del amor conseguido, el poeta inicia un tiempo de trabajo muy  intenso, favorecido por el  sentido práctico de Zenobia. A lo largo de 1916, Juan Ramón corrige el manuscrito del Diario, que queda listo para la imprenta a principios de septiembre de 1916; retoma viejos proyectos de libros en prosa, inicia otros proyectos nuevos y sigue trabajando en la redacción de nuevos libros de poesía.

La actividad de estos años realmente frenética: en 1918 aparece Eternidades; en 1919, Piedra y cielo; en 1922, la Segunda antología poética; en 1923, Poesía y Belleza.

Eternidades y Piedra y cielo (1917-1918), los libros que siguen al Diario, responden a un mismo impulso poético, que cabría prolongar al menos hasta Poesía y Belleza. Todos estos libros son magnos ejemplos de la lucha con la palabra por parte de "un inconstante y voluble enamorado de la Permanencia". Si ya lo metapoético está muy presente en la escritura juanramoniana desde Estío, estos dos libros abren una consciente reflexión sobre la depuración expresiva y conceptual que ha emprendido su escritura desde 1915. Eternidades es un libro en que el poeta hace exhibición -en suma de logros y fracasos- de su pugna por lograr la exactitud y la sencillez, la espontaneidad y la plenitud expresivas. Tras Eternidades, Piedra y cielo se inscribe en una línea muy próxima a la descrita; y de todos ellos en conjunto, vistos desde la atalaya de la Segunda antología poética, se puede afirmar que, por encima de las exigencias estéticas y de los desnudamientos formales, responden a una exigencia ética.

MAESTRO DE JÓVENES PROMOCIONES

Juan Ramón tiene la clara conciencia de que, muerto Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ortega, o él mismo, tenían una obligación para con los más jóvenes que debía ser asumida. Y, desde luego, Juan Ramón la asumió.

Antes de que la segunda década del siglo haya concluido, la vanguardia ha irrumpido con fuerza en el panorama literario español y la joven literatura, que apenas cuenta con órganos en los que manifestarse, sabe ver en las páginas de libros como el Diario la irrupción de un discurso que rompía con la vieja literatura y que anunciaba los nuevos tiempos. Son muchos los jóvenes que ahora se acercan a Juan Ramón. Juan Ramón aplaude el entusiasmo de los jóvenes y, en consecuencia, los apoya en lo que puede. Por lo que concierne a la relación de Juan Ramón con los más jóvenes, los hechos, a inicios de la tercera década del siglo, sólo nos permiten hablar de generosidad y de entrega no siempre reconocidas por las historias de la literatura, pero bien documentadas en la prensa de la época.

La Segunda antología poética ejerció, desde luego, una gran influencia en las nuevas generaciones, con permanentes reediciones hasta nuestro presente, pero Juan Ramón siempre se quejó de que esta selección fijó en exceso la imagen suya para las nuevas promociones, que leyeron este libro e ignoraron todos los caminos nuevos que se abrían en sus libros en marcha. A esto se unen, enseguida, los desencuentros, primero, con Azorín, y luego, con Ortega.

El progresivo alejamiento juanramoniano de las gentes de su generación, que se hace muy evidente a partir de 1923, se ve compensado por el aliento permanente a los escritores y artistas de la promoción emergente. Sigue colaborando con la Residencia de Estudiantes, ahora con el apoyo y compañía de Zenobia, quien se hará cargo de la secretaría del Lyceum Club Femenino. También las relaciones con Lorca, iniciadas a comienzos de los años 20, se estrechan en estos años.

En el único número de Sí (Boletín Bello Español), en 1925, Juan Ramón da acogida a poemas de Dámaso Alonso, prosas líricas de Salinas, y dibujos de Benjamín Palencia y Francisco Borés. Los jóvenes poetas visitan al poeta en su casa y el moguereño mantiene con muchos de ellos una correspondencia en la que las palabras de aliento constituyen una constante.

Y no es sólo entre poetas y escritores donde Juan Ramón extiende su amistad y magisterio, sino que el círculo se amplía notablemente a pintores y músicos: Falla, Winthuysen, Regoyos, Palencia, Jahl, Paskievicz, Ferrant, Borés, Bonafé...

Hacia 1927, sin embargo, se empiezan a percibir los primeros signos de resquebrajamiento de la sociedad que el poeta -a través de la acogida en las páginas de sus revistas y cuadernos o a través de su apoyo en la edición de sus libros iniciales- había intentado establecer con la promoción emergente. El homenaje a Góngora, de 1927, se convirtió en realidad en el acto fundacional de una promoción de poetas que sentían clara la necesidad de crearse un espacio propio, en el que quedaran claramente marcadas las distancias con Ortega, Machado, con Unamuno y con él mismo.

Los desencuentros con los jóvenes, que empiezan a menudear a partir de 1927, marcan bastante a Juan Ramón, quien, por estos años empieza a dar vuelta a varios proyectos (Antología de mi eco mejor, para denunciar en los versos de los jóvenes los ecos de su propia escritura; Críticos de mi ser, que recogería todos los testimonios, favorables o desfavorables, suscitados por su obra; Asuntos ejemplares, donde daría su versión de los diferentes incidentes que le habían alejado, cuando no enfrentado, con los miembros del grupo del 27) en los que se percibe, claramente, la decepción por el fracaso de un magisterio que, ahora, cree infructuoso.

EL LABERINTO DE UNA “OBRA EN MARCHA”

El ritmo de trabajo no disminuye a partir de 1923. Sin embargo el poeta, que apenas puede controlar todo lo que escribe, empieza a perder interés por la publicación de nuevos libros, buscando otras fórmulas para comunicar su trabajo. Las publicaciones periódicas comienzan a jugar un papel importantísimo en la dinámica creadora de Juan Ramón.

Juan Ramón se obliga a una estricta disciplina, convencido de que ha de repensar la totalidad de su creación. A partir de 1925, Juan Ramón da vueltas y vueltas a su obra, relee los textos más antiguos, corrige y revive muchos de los poemas ya publicados, y reorganiza libros enteros con la idea de volver a ofrecer de nuevo toda su obra desde una idea unitaria, que reflejase las posiciones éticas-estéticas del momento en el que iba a producir esa "segunda" entrega.

Su poesía, en un proceso extremo de depuración en lo que a la expresión se refiere, se ha ido desnudando de todas sus galas. Y, en paralelo a este proceso, ha ido evolucionando también su poética, que ahora empieza a entender la poesía como una forma de creación de entramados de sentido al servicio de una intelección de la realidad más allá de las apariencias con que esta se nos ofrece a los sentidos.

Aunque el poeta avanzó el diseño de varios de estos libros (Verso desnudo y Críticos de mi ser), sólo Canción verá la luz en 1936 pocas semanas antes de que estallase la guerra civil, el esfuerzo que implica esta revisión de toda su obra pone de relieve la importante presencia en la escritura de estos años de un componente reflexivo, lo que, por otro lado, queda evidenciado en la escritura de aforismos.

En la década de los años 30 Juan Ramón está enredado en varios proyectos de traducción; está empeñado en concluir un libro de caricaturas líricas, que inicialmente pensaba titular Héroes españoles variados, y que sólo en el exilio verá la luz con el título de Españoles de tres mundos, concebido como una galería moderna en la que estuviese representado el espíritu subyacente a una manera de entender la cultura y el arte.

Durante estos años, el sentido práctico de esa mujer extraordinaria que acompañó a Juan Ramón desde 1916 permitió, con sus pequeños negocios (especialmente la tienda de Arte Popular español), que el poeta pudiera vivir completamente entregado a su obra. Si, al principio de su relación, Zenobia influyó decisivamente en el cambio de estética que se percibe en la escritura del moguereño, en los años siguientes ejerció un influjo semejante. Ella, a quien se le había detectado un tumor a comienzos de los años treinta, es la que acompaña al poeta en la vida, en las traducciones, en las lecturas de literatura inglesa, y en la diaria tarea que demanda el cuidadoso trabajo de corregir y reordenar toda su obra. En ocasiones, el protagonismo cotidianamente silencioso de Zenobia cobra voz en algunas empresas editoriales relevantes, como ocurre con la selección y preparación en1932 de la antología de Poesía en prosa y verso (1902-1932) de Juan Ramón Jiménez. Escojida para los niños, que corrió totalmente a su cargo.

ESTALLA LA GUERRA CIVIL. EL EXILIO

Desde el inicio de la guerra, Juan Ramón y Zenobia alojan en uno de los pisos que Zenobia administraba (Velázquez, 65) a doce niños abandonados que les confirió la Junta de Protección de Menores, pero la situación se hizo económica y socialmente insostenible, como demuestra alguno de los pasajes del fragmento tercero de Espacio. Juan Ramón toma, pues, la determinación de salir de España.

Juan Ramón, acompañando a Zenobia, con el fin de ganar voluntades y crear un ambiente favorable a la causa de la República Española, llama en Nueva York a todas las puertas oficiales que alcanza. Zenobia intenta activar, en Nueva York y en Washington, a todos los centros democráticos simpatizantes con la República. Juan Ramón participa en un mitin organizado por el Comité Americano de Apoyo a la Democracia Española. Con la mediación de La Prensa, diario del que era propietario José Camprubí, hermano de Zenobia, organizan una suscripción popular a favor de los niños víctimas de la guerra. Y desde las páginas de este mismo periódico organizan un mitin que se cierra con "un mensaje del poeta español Juan Ramón Jiménez".

La pretensión de Juan Ramón, con esta nota y con el resto de gestiones en Nueva York era (además de recabar fondos para el sustento de los niños acogidos por el Consejo Supremo de Menores y la Junta Provincial de Madrid) la de conquistar la comprensión moral para el gobierno legal y legítimo de la República.

POETA ESPAÑOL TRAQUETEADO. PUERTO RICO Y CUBA

El 19 de septiembre de 1936, tras la breve estancia en Nueva York, el matrimonio Jiménez embarca hacia Puerto Rico, con un equipaje hecho de desánimo. No fue mucho el tiempo que Juan Ramón se detuvo en Puerto Rico, en esta su primera estancia en la isla. Sin embargo dejó una profunda huella entre los jóvenes poetas y escritores portorriqueños, como la dejará enseguida en Cuba, a donde, invitados por la Institución Hispanocubana de Cultura, se trasladan los Jiménez.

La situación económica del matrimonio, en estos años, dista mucho de ser desahogada. Cuando había conseguido un contrato con Espasa-Calpe de Argentina, que les hubiera permitido cierto alivio, desde España se le prohíbe a la casa argentina contratar a escritores leales a la República, de modo que el contrato se convierte en papel mojado.

Juan Ramón y Zenobia siguen haciendo esfuerzos económicos para seguir enviando dinero para los niños de Madrid, y continúan trabajando por conseguir apoyos a favor del gobierno legítimo de España.

Por fidelidad a sus ideas renuncia regresar a la España de la dictadura, pero sí que recupera su trabajo de escritor. El contrato que, en junio de 1939, le ofreció Losada, para publicar su obra en varios tomos, contribuyó también a la reanudación del trabajo creativo. Y, además ahora Juan Ramón conecta con el grupo de españoles en el exilio de México y prodiga sus entregas de materiales a diversas revistas literarias del Viejo y del Nuevo Continente.

Juan Ramón cae enfermo, lo que le obliga a pasar por varios hospitales y a buscar el diagnóstico de diferentes especialistas. Gran parte de 1941 discurrirá en consultas médicas por la salud del poeta, lo que de nuevo invita a Zenobia a pensar en un cambio de residencia que acercase al poeta a un entorno en el que se hablase español: el contrato que tienen con Losada le hace pensar en Buenos Aires. Sin embargo, en diciembre, plenamente recuperado ya, Juan Ramón volverá a dictar nuevas conferencias.

Españoles de tres mundos (resultado de un proyecto que se remonta a 1915, pero que irá creciendo sin cesar en los años del destierro) verá la luz en 1942, en la que el poeta lamenta no poder incorporar muchos de los materiales que habían quedado en Madrid. En la edición de Losada, de 1942, Españoles de tres mundos está muy lejos, pues,  del libro ideal proyectado por Juan Ramón para sus retratos en los años 30.

Mientras se componía Españoles, sobre la mesa del poeta iba creciendo el rimero de poemas de lo que luego (1948) serían los Romances de Coral Gables, un libro en el que el poeta retorna a cauces de su juventud, para desde ellos meditar sobre las ansias de totalidad del ser, en choque permanente con la mudez de las cosas.

WASHINGTON

En Washington Zenobia, aprovechando el momento creativo que vive Juan Ramón, lo anima cuanto puede para que retome el trabajo de edición de su obra completa, retomando (ahora con Losada) el proyecto que había anunciado en Canción, pero, como los materiales de su obra, desde 1936, han crecido y abierto nuevos caminos, Juan Ramón comienza a trabajar con una idea diferente que contemplaba nueve grandes volúmenes de Verso, Prosa, Traducción, Vida, Época, Poesía mejor española y Complemento.

La estación total, seguido de las Canciones de la nueva luz, constituye un libro central en la bibliografía juanramoniana, especialmente interesante para entender la totalidad de la poesía escrita por el poeta en América. El contexto (semántico) al que La estación total convoca al lector es, en esencia, el mismo que cobra forma de interminable monólogo en Espacio. La estación total, título sugerido por la vivencia portorriqueña de 1936, es esa "estación" capaz de incorporar, convertido en conciencia completa, el tiempo sucesivo del existir. La estación total es la morada que el yo aspira a fabricarse, mediante la poesía, para escapar (en la plenitud de una vivencia interior que se apropia del espacio exterior) del devenir. A veces esta aspiración se manifiesta como canto gozoso; en otras ocasiones, en cambio, se traduce en fracaso.

LOS ÚLTIMOS TRABAJOS DE “AMOR GUSTOSO”

En 1951 los Jiménez reciben un nuevo golpe. A Zenobia se le diagnostica un cáncer de matriz, que la obliga a viajar a Boston para operarse. Poco a poco Juan Ramón se va recuperando y en agosto de 1952 se declara completamente curado. Retoma de nuevo su trabajo. El inicio de 1954 lo recibe Juan Ramón trabajando con idéntico vigor al experimentado el año anterior.

QUE VAN A DAR A LA MAR

Cuando Zenobia sabe que le queda poco tiempo, mayor preocupación es la de dejar al poeta en buenas manos. Por ello, escribe a Francisco Hernández-Pinzón, sobrino de Juan Ramón, para que acuda a Puerto Rico a ocuparse de su tío. Antes de morir, la heroica Zenobia todavía tendrá la satisfacción de conocer la noticia de que la Academia Sueca, a propuesta de la Universidad de Maryland, había acordado conceder el Nobel de ese año a Juan Ramón Jiménez "por su pureza lírica, que constituye, en lengua española, un ejemplo de alta espiritualidad y de pureza artística".

Juan Ramón solo aceptaba salir para visitar la tumba de su esposa. La situación se hizo insostenible y finalmente hubo que ingresarlo en el Hospital siquiátrico de Hato Tejas, en donde la enfermera María Emilia Guzmán logró, con mezclas iguales de energía y cariño, hacer que el poeta saliera a la calle a visitar alguna escuela de niños y que, varios días a la semana, acudiera a la Sala de Zenobia y Juan Ramón, donde ya se hallaban todos sus manuscritos y documentos.

En los inicios de 1958, experimentó una notable mejoría en su estado. Sin embargo, en febrero se fracturó la cadera, por lo que hubo de ser operado. Francisco Hernández-Pinzón regresó para acompañarlo y volvió a intentar convencerlo para que volviera con él a España. Sin embargo, en mayo el poeta enfermó gravemente de neumonía. El día 28 de mayo, la casa de la poesía se cubría de luto.

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Enviado por:Incris
Idioma: castellano
País: España

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