Religión y Creencias
Jesús de Nazareth
Jesucristo
Dios y Hombre
Índice
1 - ¿Quién es Jesús?_______________________________Página 3
2 - Los títulos de Jesucristo_________________________Página 3
3 - El testimonio, nuestro recuerdo de Jesús___________Página 4
4 - Existencia histórica de Jesús de Nazaret____________Página 5
5 - Testigos directos________________________________Página 5
6 - Los Evangelios_________________________________Página 6
7 - Parábolas______________________________________Página 7
8 - La tierra de Jesús_______________________________Página 7
9 - Los primeros seguidores de Jesús__________________Página 7
10 - La sociedad en la que vivió Jesús_________________Página 9
11 - Jesús da a conocer su estilo de vida_______________Página 10
12 - El destino de Cristo____________________________Página 10
13 - Conclusión___________________________________Página 16
Bibliografía
Biblia:
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Evangelios (en general, pero, especialmente Lc, Mt y Mc para las parábolas, todos para la vida de Jesús y Jn para el resto de contenidos)
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Hechos de los Apóstoles.
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Fragmentos del A.T. para nombres, genealogías, historia de Israel y sociedad israelita de la época de Cristo
Enciclopedia Larousse L14, tomos 8, “Jesús”, y 5, “Evangelio”
Internet: páginas con cuadros, dibujos, imágenes, etc. de Jesucristo, y páginas con información sobre Israel e investigaciones sobre la existencia de Jesús.
1 - ¿Quién es Jesús?
Hay personas que pasan por la vida y apenas dejan huella, y a los pocos años de su muerte casi nadie los recuerda, pues, con ellos o sin ellos, la vida sigue su curso normal. Jesús de Nazaret no es una persona de esas, porque deja una profunda huella en todo el que le conoció, conoce y conocerá.
Durante los casi veinte siglos que han transcurrido desde su muerte, millones de hombres y mujeres lo han tenido presente en sus vidas y se han esforzado en vivir como él vivió, servir a quienes él sirvió: al Padre del cielo y a los hombres más necesitados, siendo al mismo tiempo hijo de Dios y hermano de los hombres.
También hoy, millones de hombres y mujeres de todos los continentes se sienten atraídos por su figura y por su estilo de vida. Unos lo imitan mejor y otros peor, pero Jesús de Nazaret sigue siendo un personaje que interesa a mucha gente, muchos se proclaman sus seguidores, lo recuerdan a menudo y celebran su presencia.
2 - Los títulos de Jesucristo
Los apóstoles y primeros discípulos acuden a las escrituras para comprender y expresar mejor la vida, muerte y resurrección de Jesús, su persona y su mensaje.
Los cristianos que procedían de otras comunidades Judías de fuera de Palestina también reconocen los títulos y calificativos de Jesús, pese a no haber tenido contacto directo Él.
Siervo
En el A.T. se da el título de siervo a las personas que Dios elige y envía para cumplir su misión.
Para los primeros cristianos Jesús es el siervo del señor por excelencia, porque fue fiel a Dios y porque, con su entrega hasta la cruz, ha realizado la salvación de Dios.
Santo
Para los israelitas la santidad es una cualidad propia de Dios, por eso a veces lo llaman Santo de Israel.
Esta expresión significa que Dios es diferente de todos y está por encima de todos.
También se considera santo todo lo que tiene relación con Dios: los objetos de culto, el templo, los sacerdotes y el pueblo elegido por Dios.
Hijo del Hombre
El título viene del hebreo “Adán”, que significa “un hombre”; de igual manera los Israelitas lo llamaron “Hijo de Israel”.
También algunos designaban al Hijo del Hombre como el Mesías que ha de venir con la gloria de su padre para ayudarnos y salvarnos. San Pablo nos presenta a Jesús como el “nuevo Adán”, es decir, el “Hombre Nuevo”.
Señor
El A.T. daba el título de señor a personas importantes, especialmente a los reyes.
Para los israelitas, Dios es el Señor de Israel, y de toda la creación. En tiempos de Jesús se le daba el título de Yahvé.
Salvador
Los israelitas experimentaron la salvación de Dios a lo largo de la Historia, y Dios era para ellos el Salvador.
También esperaban la salvación definitiva que Dios realizaría a través de su enviado, el Mesías.
Hijo de Dios
En el A.T., el pueblo de Israel da este título a los reyes, incluso a todos los que son justos y buenos.
Para los primeros cristianos, después de la Resurrección describen a Jesús de una manera nueva. Los que vivieron como Jesús comprenden que la relación de Jesús con Dios es como la de un hijo con su padre.
Palabra de Dios
En el A.T., la Palabra de Dios es el medio por el que Dios se comunica con su pueblo a través de los profetas y realiza su voluntad. Por eso, esta palabra es eficaz, creadora y salvadora.
Después de la Resurrección, los discípulos descubren en Jesús que da a conocer la voluntad de Dios, y lo hace presente de manera plena porque Jesús es la palabra definitiva de Dios.
Dios
Jesús es considerado igual a Dios en todo, Dios mismo hecho hombre; es decir, Hombre y Dios al mismo tiempo. Jesús revela que Dios es nuestro padre del cielo, por eso somos hijos de Dios y hermanos unos de otros.
Por otra parte, el Dios manifestado en Jesús es a la vez Padre Creador, Hijo Salvador y Espíritu Santo.
3 - El testimonio, nuestro recuerdo de Jesús
Para hablar de Jesús, nos basamos en testimonios de unos cuantos hombres que vivieron con Él y llegaron a quererle, de tal manera que no sólo lo conocieron sino que aprendieron a amar lo que él amaba y a vivir como él vivía.
Los personajes más cercanos a Jesús
Primeramente, destaca su madre, María. Era una persona buena y sencilla, que confiaba plenamente en Dios. Era una muchacha de Nazaret, en Galilea, y, en sus orígenes, era una joven bonita, trabajadora y dulce. Un día, como todas las chicas de su edad, se enamoró. Se enamoró de un joven artesano, trabajador y bueno, llamado José, y al él también le gustaba María. Así que un día se comprometieron y empezaron a preparar su futuro hogar. Pero de pronto, sucedió algo que cambió sus planes, algo extraordinario e increíble, que ella nunca hubiera podido imaginar: una mañana cuando se encontraba sola en casa, sumergida en sus pensamientos y en su oración, se le presentó un ángel, llamado Gabriel. Ella, asombrada y al mismo tiempo asustada, le escuchó atentamente, y oyó como de comunicaba que iba a ser la Madre del Hijo del Dios, que ella era la elegida para dar presencia y rostro humano al Señor. María lo comprendió, y aceptó gratamente.
José, su padre, es el siguiente, aunque no el menos importante, que, al ver el embarazo de María, no sabía qué pensar, pero creía en su inocencia, a pesar de su desconcierto. Un día, en uno de sus sueños, se le apareció un ángel del Señor que le advertía que no tuviera reparo en aceptar a María en su casa, porque la criatura que llevaba en su vientre provenía del Espíritu Santo y que debería ponerle el nombre de Jesús. José que era bueno, sencillo y tenía una confianza total en Dios, aceptó colaborar con María en la hermosa tarea de criar aquel hijo. Así, cesaba el tiempo de las dudas y comenzaba el de las decisiones.
Ambos eligieron ir a Belén para que naciera su hijo, pero en contra de sus deseos, en vez de nacer en la posada, nació en un portal, rodeado del calor de sus padres y de animales, pero eso no alteró de ningún modo la actitud ni la vida de Jesús; al contrario, así mostró su humildad, la humildad del Hijo de Dios.
4 - Existencia histórica de Jesús de Nazaret
La fecha más importante de la historia de los cristianos es el nacimiento de Jesús en Belén.
Los evangelios nos dan algunos datos que nos permiten conocer los principales personajes del mundo de entonces. Cesar Augusto era emperador romano, Cirino gobernaba Siria, Herodes era rey de Palestina, etc. Unos treinta años más tarde, cuando Jesús comienza su vida pública, bastantes personajes han cambiado ya, pero todos estos personajes, citados por San Lucas (Lc 3-1,2), son rigurosamente históricos, de lo que se deduce, investigando escritos e historias de la época, que Jesús no es un personaje imaginario; es una persona histórica, que vive en nuestra tierra en una época muy bien conocida por los historiadores.
5 - Testigos directos
Son testigos que hablan de alguien que ha sido y es muy importante para ellos. En contacto con Él, sus vidas cambiaron. No simplemente esperan informar con su testimonio, sino que desean despertar en los que les escuchan el afecto y la fe en Jesús.
Durante los primeros años después de la muerte de Jesús, las personas que fueron testigos de su vida no se preocuparon de escribir nada. Simplemente daban testimonios de palabra, y explicaban lo que habían visto y oído, a todos los que les querían oír. Hay que tener presente que en aquella época escribir un libro era una cuestión complicada, porque había muy poca gente que supiera escribir y cobraba caro; además, no había papel, así que tenían que usar pieles de cordero, que tampoco estaban al alcance de todos. Pero esta falta de escritos no impidió que la vida y el mensaje de Jesús fueran corriendo de boca en boca y se extendieran rápidamente.
Aquellas gentes estaban muy acostumbradas a escuchar narraciones que fácilmente se aprendían de memoria y eran capaces de repetirlas después. Tenían, además, mucho tiempo para hablar y escucharse unos a otros, y a los que habían vivido con Él les gustaba explicar las cosas de Jesús. Poco a poco, se fue formando una cadena de testimonios sobre su vida que se fue extendiendo por toda Palestina y por otros muchos lugares cada vez más lejanos: Asia Menor, Grecia, y Roma.
Es lógico que todas estas narraciones tuvieran entre sí pequeñas variantes. Por ejemplo, una cosa era explicarlas en Jerusalén, donde se hablaba la misma lengua que había hablado Jesús (el arameo), y otra cosa era explicarlas en Roma, donde la gente no conocía muy bien el estilo de vida de los judíos y había que explicarles mucho mejor las cosas. Además, hay que sumarle la dificultad de que hablaban otras lenguas, como el latín y el griego. Pero a pesar de las diferencias lógicas, esas narraciones conservan una gran unidad de contenidos: todos estaban de acuerdo en afirmar que con Jesús había empezado una manera nueva de vivir, era un nuevo tipo de hombre abierto a Dios, a quien sentía como un Padre, estaba entregado a los hombres, sobre todo a los más pobres y marginados, se consideraba libre frente a los poderosos, libre para amar a todos y sin miedo ante las amenazas.
6 - Los Evangelios
El comienzo de los evangelios se encuentra en la predicación oral de los apóstoles. Esta predicación era acompañada normalmente de relatos mas detallados, anécdotas tomadas de la vida de Jesús, que daban luz sobre su persona, su misión, su poder, su enseñanza.
Ese evangelio se recogió en cuatro libros diferentes, muy breves, que a pesar de estar escritos en lugares distintos y por autores diversos, se parecen mucho entre sí. Se escribieron entre el año 70 y el año 100 de nuestra era. Y se los conoce con los nombres de sus autores: San Mateo, San Marcos, San Lucas, y San Juan.
El libro de San Marcos
El Evangelio según San Marcos es el primero que se escribió, entre los años 65 y 70. Recoge, sobre todo, los hechos importantes de la vida de Jesús, aunque no tanto sus palabras. Se apoya en el testimonio de San Pedro y en la predicación de San Pablo. Escribe dirigiéndose a personas que no son de Palestina, ni tampoco son judíos, sino paganos que han abrazado el cristianismo, y que bien podrían ser romanos.
El libro de San Mateo
El Evangelio según San Mateo se escribió hacia el año 80, en la cuna de la comunidad de judíos que se había convertido al cristianismo y que vivía en Palestina. Esto se capta en que cita mucho el Antiguo Testamento, el cual los judíos conocían muy bien. Se basa al mismo tiempo bastante en el Evangelio de Marcos, pero al igual que en el de Lucas, se recogen en él otras tradiciones, debido al lugar donde fue escrito.
El libro de San Lucas
El Evangelio según San Lucas se escribe hacia el año 80, indicado también para los cristianos que provienen del paganismo y que conocen muy poco la vida y las tradiciones de los judíos. Se apoya mucho en el Evangelio de Marcos y en la tradición que recogía de palabras pronunciadas por Jesús.
El libro de San Juan
El Evangelio según San Juan se redacta hacia el año 100, basándose en lo que el mismo apóstol Juan recuerda de los años que convivió con Jesús. Esta escrito para que los nuevos seguidores de Jesús profundicen más en el misterio de su persona. Además es el evangelio que está más cargado de símbolos, metáforas y comparaciones.
Los testigos que escribieron los evangelios no dicen casi nada del exterior de Jesús, pero sí todo lo que Jesús llevaba dentro; su gozo de sentirse querido por Dios, su ilusión por tratar con cariño a los que la vida había maltratado, su valentía para defender a los marginados, su alegría de vivir, su capacidad de amistad, su sencillez, su inteligencia, su sinceridad, su paz interior... y tantas otras cosas.
Los Evangelios están escritos después de la resurrección de Jesús, y los que los escriben creen en la presencia de Jesús resucitado en la vida de los hombres, saben que su manera de vivir le creó muchos enemigos que al final consiguieron llevarlo a la muerte, pero son conscientes también de que, por esa misma manera de vivir, Dios lo resucitó.
Los evangelistas saben que los trabajos y sufrimientos de Jesús no fueron inútiles, porque han producido una vida nueva para el mismo Jesús y para muchos de sus seguidores, recogida en sus escritos.
7 - Parábolas
Jesús utilizó parábolas para utilizar enseñar a la gente, pero, ¿qué son las parábolas? Pues son pequeños relatos inspirados en escenas de la vida real que atraen la atención de quienes las escuchan, y transmiten alguna enseñanza religiosa fácil de asimilar.
Dos grupos de parábolas destacan en la predicación de Jesús:
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Las parábolas del Reino de los cielos (como la del sembrador, la de la cizaña, la del grano de mostaza, la de la levadura, la del tesoro, la de la perla o la de la red, todas en Mt 13 y Mc 4).
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Las palabras de misericordia (La oveja perdida, la moneda extraviada o el hijo pródigo, en Lc 19).
Hay otras muchas parábolas, como el rico Eculón, el pobre Lázaro, el fariseo y el publicano, etc., pero las más significativas del mensaje de Jesús son las anteriores.
8 - La tierra de Jesús
La tierra de Jesús ha recibido diferentes nombres a lo largo de la historia, primero se llamó Canaán, y sus habitantes cananeos. Así se llamaba cuando Abraham llegó a esa tierra, la que Dios le había prometido. Después se llamo Judea, por Judá, la más importante de las tribus de Israel. Así se llamaba en tiempos de Jesús. Pocos años después de la muerte de Jesús, los romanos le dieron otro nombre: Palestina. Actualmente es llamada Israel.
La tierra de Jesús, está situada en el extremo oriental del mar Mediterráneo, y es un país muy pequeño (tiene unos 230 Km. de largo y unos 120 Km. de ancho). Siempre ha sido zona de paso entre los países que tiene al sur, sobre todo Egipto y los que hay al norte. Por allí pasaban las caravanas de comerciantes que iban y venían de Egipto a Siria y las que desde la costa penetraban hasta Arabia. Al ser una zona de paso, todos han querido dominarla para, así, poder controlar el comercio de toda la región. Por eso ha sufrido, y sigue sufriendo, tantas dominaciones y guerras.
9 - Los primeros seguidores de Jesús
Jesús no quería ir en solitario, y encontró a sus primeros amigos en Juan Bautista y Andrés, pescadores del mar de Galilea. Estaba una tarde el Bautista con dos de sus discípulos cuando se les acercó Jesús. Juan se fijó en él y oyeron sus palabras. Habían recorrido a pie más de cien kilómetros junto a otros compañeros suyos, para escuchar a Juan Bautista, pues buscaban algo que llenara sus vidas, tenían ganas de hacer algo por la felicidad de la gente. Andrés tendría unos cuarenta años, y Juan poco más de veinte, pero ambos intuyeron que Jesús podía enseñarles muchas cosas, por ello le llamaron “Maestro”, a pesar que tenía aspecto de trabajador, como ellos.
Andrés tenía un hermano, que se llamaba Simón, que también estaba entre los que habían venido de Galilea para escuchar al Bautista. Se lo encontró entre la gente y le dijo que habían encontrado al “Mesías”. Simón se dejó acompañar hasta donde estaba Jesús, con ganas de conocerle, quien decidió llamarle Pedro, como muestra externa de que comenzaba una nueva vida. Al día siguiente decidieron volver juntos hacia su Galilea natal. Ya eran cuatro, y, entre ellos, había nacido una profunda amistad que duraría largo tiempo.
En el camino de vuelta se encontraron con Felipe, que era de Betsaida, el mismo pueblo de los hermanos Andrés y Simón Pedro. A Jesús le gustó Felipe y le dijo que se uniera a ellos y él le siguió para siempre. Así ya eran cinco.
Felipe tenía un hermano que se llamaba Bartolomé, que era una persona muy aficionada a leer los libros sagrados y a meditarlos. Era de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret. Felipe se lo encontró, y le dijo que habían encontrado al que anunciaban Moisés y los profetas, que se llamaba Jesús, era de Nazaret, y que su padre se llamaba José. Bartolomé conocía bien los escritos que anunciaban al “Mesías”, y conocía bien al pueblo de Nazaret, y por eso escuchó con escepticismo a su amigo Felipe, pero, aún así, fue al encuentro de Jesús. Éste también se quedó con Jesús, por lo que ya eran seis.
Además, Juan tenía un hermano que se llamaba Santiago, que también era pescador, y que, atraído por lo que su hermano le contaba y por la personalidad de Jesús, pronto se unió también al grupo. Ya eran siete.
Los seis primeros seguidores de Jesús, eran hombres sencillos y pobres, pero estaban dentro de lo que se consideraba buena gente, amaban su tierra y la querían libre de invasores. Pero el caso de Mateo es diferente; su oficio era recaudador de impuestos: les sacaba dinero a sus compatriotas para entregarlo a los romanos que dominaban y explotaban su tierra. Su oficio era visto como la más sucia de las profesiones, porque abusaba de los hermanos de raza. Este odio que suscitaba hacia de él un marginado, pero también a él le llamó Jesús; un día pasaba por delante del mostrador donde Mateo cobraba sus impuestos, Jesús le vio sentado y le dijo sin más que le siguiera. Él se levantó y lo siguió.
Como Jesús no tenía por costumbre dejarse llevar por los prejuicios de la gente, algo vería en Mateo, a pesar de lo mal considerado que era por todos. El caso es que Mateo le siguió. A partir de ese encuentro, su vida cambió radicalmente: dejó su vida, su dinero, y siguió a Jesús hasta el final. Con Mateo, eran ya ocho en el grupo.
A medida que pasó el tiempo, el grupo estable de los seguidores de Jesús llegó a estar formado por doce personas, más él. De entre las muchas personas que conocía, escogió a doce para que fueran sus compañeros, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar.
La lista completa de estos doce compañeros de Jesús, también llamados discípulos o apóstoles, es la siguiente: Simón Pedro y su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Simón hijo de Alfeo, Judas Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote. Todos le fueron fieles hasta el final, menos Judas Iscariote, que le traicionó y lo denunció para que lo arrestaran, dejando que le crucificaran.
Ninguno de los doce formaba parte de la minoría rica e influyente del país, eran gente corriente, y tenían sus defectos. Sus posiciones políticas también eran muy variadas; unos eran violentamente nacionalistas y contrarios a los romanos; Mateo, en cambio, colaboraba con los invasores romanos; otros, como Bartolomé, estaban más desligados de la política y más centrados en el estudio de las tradiciones de su pueblo; otros como Santiago y Juan estaban relacionados con los sumos sacerdotes del Templo. Por encima de su diversidad, lo que les unía era su amistad con Jesús. Pero no todos aceptaron a Jesús, pues, algunas veces, invitó a otros a que le siguieran, y recibió una negativa.
10 - La sociedad en la que vivió Jesús
En los tiempos de Jesús, Palestina estaba ocupada por los romanos, y la mayoría de los amigos de Jesús estaban en contra de la dominación romana, porque eso suponía tener que pagar tributos al César, y otros muchos impuestos, de los que no se obtenía ningún servicio a cambio. Había una multitud que quería rebelarse para conseguir la liberación de su tierra. De hecho, unos años de después de la muerte de Jesús, estalló un conflicto con los romanos. Pero en esta situación, no todos sufrían igualmente los efectos de la ocupación romana; había un grupo aristócrata al que no le iba tan mal, pues, aunque dominados por los romanos, seguían teniendo dinero y poder. Entre estos estaba la aristocracia sacerdotal, ligada al Templo de Jerusalén, grandes terratenientes, comerciantes y recaudadores encargados de administrar impuestos a gran escala.
Jesús tuvo problemas con estas personas, porque su estilo de vida no le gustaba, y, al final, fueron los que influyeron decisivamente para que fuera juzgado y condenado a muerte.
Grupos poderosos
Jesús tuvo problemas y constantes polémicas con algunos grupos político-religiosos que existían en el seno de esta minoría bien situada. Tres de los grupos citados en los evangelios son los siguientes:
- Los saduceos, que eran una especie de partido dirigido por los sumos sacerdotes y compuesto por los miembros más distinguidos del pueblo. Éstos eran muy poderosos, influyentes, y conservadores, y colaboraban de buena gana con los romanos. Además, eran los peores enemigos de Jesús.
- Los fariseos eran un grupo dirigido por laicos de un nivel social más modesto que los anteriores. No colaboraban con los romanos, pero se mantenían alejados de los pobres. Eran muy cumplidores con la Ley y muy religiosos, incluso fanáticos, y Jesús se enfrentó muy a menudo con ellos, sobre todo por temas doctrinales. Éstos también influyeron en su muerte.
- Los herodianos eran un grupo mucho menos importante que los anteriores, formado por personas colaboradoras de Herodes el Grande, y, por tanto, también de los romanos. Como los saduceos y fariseos, también contribuyeron a eliminar a Jesús.
Grupos pobres
Los que más sufrían esta situación de ocupación y de desigualdad eran los pobres que, además de depender de los romanos, dependían también de los ricos de su misma tierra. Los pobres constituían la inmensa mayoría de la población, y entre ellos estaban:
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Los campesinos, con pequeñas tierras que apenas daban para vivir.
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Los jornaleros, que estaban en paro muy a menudo.
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Los esclavos, sin ningún derecho y explotados de forma inhumana.
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Los pequeños artesanos de aldea, que hacían de herreros, carpinteros, albañiles… De este gremio era José.
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Otro tipo de pobres lo constituía aquellos a los que los mismos pobres marginaban aún más: las mujeres, los niños, los esclavos no judíos, los pastores asalariados, los enfermos, los pecadores y los publicanos (encargados directos de cobrar los impuestos a la gente).
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Los mendigos, que en aquella sociedad eran muy numerosos. La falta de alimentos y de higiene traía como consecuencia que, además, muchos de ellos estuvieran enfermos: ciegos, cojos, mutilados, leprosos, etc. Su vida era muy dura, pues, al mismo tiempo, sufrían miseria y la gente los consideraba impuros, porque pensaban que, si estaban enfermos, era porque habían cometido algún pecado, y Dios los había castigado. Por eso ni se acercaban a ellos, ni les dejaban acercarse.
Es por toda esta pobre gente por la que Jesús sentía una predilección especial, y les quería hasta el punto de jugarse la vida por ellos.
11 - Jesús da a conocer su estilo de vida
Jesús explica cómo quiere que vivan los cristianos en muchas ocasiones, pero lo hace más abiertamente algunas veces:
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En Caná, con ocasión de una boda.
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En la Sinagoga de Nazaret, en una reunión de oración.
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En el discurso o Sermón de la Montaña, en una reunión al aire libre.
Todo empezó cuando Jesús se bautizó en el río Jordán, cerca de su desembocadura en el mar Muerto. Por aquella zona, y en esa situación, se le unieron sus primeros amigos y juntos emprendieron el regreso a su Galilea natal. Aquí, Jesús, acompañado siempre por ellos, empezó a darse a conocer. Tenía ganas de comunicar a los hombres su experiencia, quería decirles que Dios es un Padre bueno que quiere compartir su vida y su felicidad con todos sus hijos.
12 - El destino de Cristo
Deciden darle muerte
Decidieron darle muerte a raíz de lo ocurrido con su amigo Lázaro, el hermano de Marta, amiga de María. Lázaro se puso muy enfermo y murió, pero Jesús le devolvió a la vida, lo que hizo que muchos judíos creyeran en él. Otros, por el contrario, acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús; entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al Sanedrín, que era la reunión de los principales jefes del pueblo. Una vez reunidos todos, decidieron qué hacer, porque Jesús llamaba la atención demasiado con lo que hacía, y eso les perjudicaba, porque podría cambiar la estructura de la nación, y los romanos les dañarían.
Uno de ellos, un sumo sacerdote llamado Caifás, propuso que era mejor que muriera Jesús sólo, por el pueblo, en vez de la nación entera. Y ese mismo día decidieron darle muerte, y ordenaron su detención.
Ambiente hostil en torno a Jesús
Algunas personas, veían en él a la encarnación de la bondad y del perdón de Dios, pero también alarmó a muchos. En estas circunstancias, cuando se acercaba la Pascua judía, decidió subir a Jerusalén para celebrarla, como hacían todos los buenos judíos, a pesar de que sabía lo peligroso que eso resultaba para él, porque allí se encontraban sus peores enemigos, Aún así, creyó que tenía que ir y hacia allá fue.
Entrada triunfal en Jerusalén
Jesús caminaba por delante de sus discípulos, pero, antes de entrar en Jerusalén, pasaron por Betania y por Betfage, dos pueblos cercanos a Jerusalén, situados cerca del monte de los Olivos. En Betfage, sus amigos pidieron prestado un borrico, se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y Jesús se montó en él, y, así montado, entró en Jerusalén.
Aquellos días había mucha gente en la ciudad, que había ido para la fiesta, y, al verlo entrar sobre el borrico, le dieron un gran recibimiento. Unos porque lo apreciaban y creían en él, otros por curiosidad, pero el caso es que fueron formando una alfombra con sus mantos, con ramas de olivo y con palmas para que él pasara.
Todos gritaban con entusiasmo y de agradecimiento por las cosas que habían visto hacer, decían; “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” A medida que iba entrando en la ciudad, la gente se agolpaba en las calles para verlo. Los que no le conocían, preguntaban quién era, y, los que sí sabían de Él, les respondían que era Jesús, un profeta de Nazaret, en Galilea.
Enfrentamiento con los mercaderes y los sumos sacerdotes
Jesús entró en el gran patio del Templo con todos los que le acompañaban, y lo que vio allí le indignó, porque parecía un mercado más que un templo, al estar lleno de mesas de gente que intercambiaba dinero, y de puestos donde vendían palomas. Entonces, se puso a echar a todos de allí, volcó las mesas de los que cambiaban dinero y tiró por los suelos los tenderetes de los que vendían palomas. Les replicaba que estaban convirtiendo su casa, el templo, en una cueva de ladrones, en vez de en una casa de oración.
En el Templo, se le acercaron algunos ciegos y cojos y él les curó, mientras los sumos sacerdotes y los escribas le observaban. En un momento dado se acercaron a él y le preguntaron con qué autoridad hacía esto. Jesús se encaró directamente con los escribas y fariseos y les dijo cosas tremendas, desenmascarando sin miedo su mala fe y su hipocresía ante toda la gente. Lo que ocurría era que Jesús estaba acompañado de mucha gente que lo apreciaba, y no se atrevieron a detenerlo allí mismo, por miedo a sus reacciones. El pueblo, que estaba pendiente de Jesús, hubiera incluso podido amotinarse, y por eso decidieron prenderle a traición durante la noche. Sólo debían encontrar la forma de hacerlo…
La Última Cena
Llegó el día de la celebración, y Jesús llamó a Juan y a Pedro, y les dijo que irían a preparar la Pascua. Un amigo de Jerusalén les dejó una sala grande con divanes, y allí prepararon la cena, poniendo la comida sobre una estera en el suelo.
Al atardecer, se juntaron en la sala Jesús y los doce, y comenzaron a cenar.
Lava los pies a los comensales
Jesús estaba serio y preocupado, de pronto se levantó y se quitó el manto. Todos le estaban mirando. Cogió una toalla y una jofaina con agua, y fue pasando por cada uno de los apóstoles lavándoles los pies y secándoselos con una toalla.
Se quedaron sorprendidos al ver este gesto de Jesús, no sabían qué decir, porque lavar los pies era un oficio de esclavos y de sirvientes; en aquella época siempre se viajaba andando, y ese era un gesto de servicio y de amistad del esclavo o del sirviente, pero Jesús no lo era.
Cuando acabó, se puso de nuevo el manto, se sentó y les dijo que él les había dado un ejemplo que ellos debían seguir, que debían hacer como Él había hecho. Entonces recordaron la vida que había llevado Jesús, y se dieron cuenta de que no sólo les había lavado los pies como un siervo, sino que toda su vida había estado sirviendo a todos, sobre todos a pobres y a enfermos.
El pan y el vino
Después, Jesús tuvo otro gesto sorprendente; tomó el pan y lo bendijo, posteriormente hizo lo mismo con el vino. Quizás, mientras comían y bebían aquel pan y aquel vino, no entendieron que significaba ese gesto, pero con el tiempo se dieron cuenta que eso era el mejor resumen de la vida de Jesús; aquel pan era Jesús, y aquel vino también era Jesús.
Por eso, cuando les dijo que hicieran eso en conmemoración suya, les pareció que aquella cena era la mejor forma de recordarle y hacerle presente, pues así ya no le olvidarían.
La traición
Después de cenar, se quedaron un buen rato hablando. Todos se daban cuenta que aquella cena había sido muy especial, sentían a Jesús cercano y profundo como nunca, pero le veían preocupado, y, en cierto modo, ausente.
Entonces les dijo que uno de ellos le iba a entregar, y todos se miraron perplejos, por no saber de quién estaba hablando; pero Judas se sintió descubierto, y se fue. No llamó mucho la atención que se marchara, pues Jesús le había encargado algún recado. La verdad es que salió en plena noche a buscar a los enemigos de Jesús para entregárselo.
El Mandamiento Nuevo
Después de salir Judas, Jesús les dijo cosas muy importantes. Fue como su despedida, porque sabía que había llegado la hora de sus enemigos, y esta vez no tenía escapatoria: aquella sería la última vez que les hablaría, y les dio un Mandamiento Nuevo. Les dijo que les había amado como su Padre le había amado a él, que les llamaba amigos, que era Él el que les había elegido y les pedía valor, porque Él había vencido al mundo.
Jesús ora a su Padre por sus amigos
Los once, ya que Judas no estaba, escuchaban a Jesús en silencio, porque todo aquello era demasiado profundo para distraerse. De pronto, dejó de dirigirse a ellos y empezó a hablar con su Padre del cielo, le pidió por sus amigos, por que se mantuvieran juntos como ellos dos, y por todos los que le conocerían a través de su palabra.
Después cantaron un salmo de acción de gracias, se levantaron y salieron para el cercano monte de los Olivos, para orar.
Jesús fue a orar
Al pie del monte de los Olivos había un huerto que se llamaba Getsemaní, donde solía ir Jesús con sus amigos a orar cuando estaba en Jerusalén, porque estaba muy cerca de la ciudad y era un lugar tranquilo.
Aquella noche, después de una cena tan llena de emociones, Jesús y los once se encaminaron hacia el huerto de Getsemaní, porque Jesús tenía mucha necesidad de orar. Apenas habían llegado les dijo que se sentaran mientras él oraba. Pedro, Santiago y Juan le siguieron un poco más, pero les dijo que quería orar solo, y que le esperaran allí. Así, se postró en el suelo y pidió a Dios, si era posible, que le evitara esa situación, pero que, si no lo era, que cumpliría su voluntad.
La detención
De pronto, se oyeron unos pasos y voces en el silencio de la noche, y entre los olivos aparecieron las llamas de unas antorchas que se acercaban. Era Judas, que venía guiando a un grupo con espadas y palos; al frente, venían los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos para detener a Jesús. Judas era un buen guía, porque había ido allí a rezar más de una vez, y
les había dado una contraseña por si, a causa de la oscuridad, no reconocían a Jesús: él le besaría, después ellos le prenderían y le conducirían sujeto. Había quedado con ellos en que cobraría treinta monedas por entregarlo. Ese era el precio que se pagaba por un esclavo, lógico para Jesús, que siempre quiso ser el siervo de todos.
Apenas llegaron, Judas se acercó, le llamó “Maestro”, y lo besó. Jesús le preguntó a qué venía, entonces los guardias le prendieron. Mientras lo ataban, Jesús les dijo que habían ido a detenerle con espadas y palos como a un bandido, y, sin embargo, cada día se sentaba en el templo a enseñar y no le detuvieron.
En aquel momento, los amigos de Jesús se dejaron llevar por el miedo, lo abandonaron todos y huyeron, así Jesús quedaba totalmente sólo a merced de sus enemigos.
Los sumos sacerdotes lo juzgaron y lo condenaron
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote, consiguió entrar dentro y se mezcló con los criados que se estaban calentando en la hoguera, pues quería ver en qué acababa aquello.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno ya estaban dispuestos a condenar a Jesús, pero andaban buscando testigos contra él para dar al juicio una apariencia de legalidad. Los muchos testigos que habían encontrado no servían de gran cosa, pues acusaban a Jesús de cosas inconsistentes, y además se contradecían entre sí. Mientras tanto, Jesús callaba.
Finalmente el sumo sacerdote se puso en pie en medio de todos y le preguntó que si era el “Mesías”, a lo que respondió que sí. Así, todos le declararon reo de muerte. Entonces, unos cuantos lo rodearon, le escupieron a la cara y le dieron empujones y bofetadas.
La triple negación de Pedro
Mientras tanto, Pedro, muy nervioso y asustado, se estaba calentando junto al fuego con los criados, intentando disimular, pero una criada su fijó en él y les dijo a todos que ese también andaba con el de Galilea. Él lo negó apresuradamente, pero al hablar lo estropeó más, pues los nervios y su acento le delataron. Pero le seguían replicando, y él continuaba negándolo.
En ese momento acercaban a Jesús. En medio de los que le empujaban, Jesús se volvió y sus ojos se cruzaron un momento con los de Pedro, y éste se quedó de piedra. Se acordó de que Jesús le había advertido aquella tarde; le dijo que antes de que cantase el gallo le habría negado, no sólo una, sino tres veces. Entonces el gallo cantó.
Pero aquella mirada de Jesús no era de reproche, era de compasión y de perdón. Pedro aprovechó el revuelo del traslado de Jesús, salió fuera y lloró amargamente.
Poncio Pilatos le encuentra inocente
Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al Pretorio, donde vivía Poncio Pilatos, gobernador romano de Judea. Éste les preguntó por qué le traían a ese hombre, ellos le dijeron que porque animaba a la gente para que no pagara tributos a los romanos, y porque decía que era el Mesías.
Pilatos miró incrédulo a Jesús, porque no tenía aspecto de rey, así que le preguntó si era el rey de los judíos, a lo que volvió a responder que sí, pero que era un rey que daba su vida para que los hombres viviesen.
Pilatos no entendió muy bien lo que había dicho Jesús, pero notó que era una buena persona, de la que no había que desconfiar, y así se lo hizo saber a los sacerdotes y a la gente: les dijo que no veía ninguna razón para condenarle.
Jesús llevado ante Herodes
Como ellos insistieron, acusándole de amotinar al pueblo también en Galilea, Pilatos le mandó a Herodes, gobernador de Galilea, que se encontraba en Jerusalén. Herodes se puso muy contento al ver a Jesús, pues sentía curiosidad por conocerlo, porque le habían dicho que tenía poderes, y esperaba que le hiciese una demostración.
Herodes, con su escolta, le trató con desprecio y se burló de él, le puso por encima un vestido blanco, que era el que se ponía a los dementes, y se lo devolvió a Pilatos.
Pilatos lo condenó a la cruz
Pilatos estaba convencido de la inocencia de Jesús, pero tenía miedo de los sumos sacerdotes y de las autoridades del pueblo, y no sabía cómo hacer para soltarlo. Entonces, se le ocurrió una idea: por Pascua podía liberar a un preso, y les dio a elegir entre Barrabás, que estaba en la cárcel por asesinato, y Jesús. Pero los enemigos de Jesús ya le habían elegido, por eso gritaron que liberase a Barrabás, y así lo hizo.
A Jesús le mandó azotar, después trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron por encima un manto rojo y le hicieron burla diciéndole “salve al rey de los judíos”, mientras le abofeteaban.
Después, Pilatos cogió a Jesús y lo presentó a la gente. Estaba sucio, y lleno de sangre por los latigazos, la corona de espinas y las palizas que le habían dado. Se lo entregó diciéndoles que ahí tenían a su hombre, pero que él no le encontraba ninguna culpa.
Los jefes le contestaron que tenían una Ley, por la que la gente que se declaraba hija de Dios tenía que morir. Entonces la gente comenzó a decir que lo crucificaran. Pilatos sabía que sin su consentimiento no lo podían condenar, pero a pesar de no creerle culpable, al final cedió. Pero, para quitarse toda responsabilidad, cogió agua y se lavó las manos, diciendo que era inocente de la sangre de ese hombre. Y se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo llevaron a crucificar
Los soldados le pusieron sus ropas, le hicieron cargar con la cruz y lo llevaron a crucificar. Se pusieron en camino hacia un lugar llamado Gólgota, una pequeña elevación de terreno fuera de las murallas de Jerusalén, formada por rocas redondeadas en forma de calavera, donde solían crucificar a los malhechores.
Al ver que Jesús estaba muy agotado, y temiendo que no llegara vivo al lugar de la crucifixión, obligaron a un hombre que venía del campo que llevara la cruz de Jesús, ese hombre se llamaba Simón y era de Cirene.
Cuando llegaron al lugar lo crucificaron, y lo dejaron allí colgado en la cruz, esperando que muriera. En la cruz, clavaron un cartel dónde habían escrito la causa de su muerte, en el letrero ponía que era el rey de los judíos, en latín las siglas eran INRI.
Era media mañana cuando lo crucificaron, junto con dos bandidos. Ese era un lugar por el que pasaba bastante gente, y algunos se burlaban de él, y le animaban a que se salvase él mismo. También estaban por allí los sumos sacerdotes y los escribas, que se reían diciéndole que, si era el hijo de Dios, bajase de la cruz.
Uno de los malhechores, crucificado al lado de él, se reía y le decía que a ver si era capaz de salvarlos a los tres. Pero, el otro, que sabía que Jesús no se merecía aquello, le pidió que se acordase de él cuando llegase con su Padre, y él le respondió que ese mismo día estaría con él en el paraíso.
Murió en la cruz
Hacia el mediodía empezó a oscurecerse el cielo del tal modo que parecía de noche. En la mitad de la tarde, Jesús estaba ya agotado, y de pronto gritó: “Padre en tus manos pongo mi vida”, y, dicho esto, expiró.
El centurión, que con sus soldados vigilaba el lugar, lo había estado observando, y, cuando lo vio morir, se dio cuenta de que, realmente, ese hombre era el Hijo de Dios.
Su madre le vio morir
Cerca de Jesús, sin poder acercarse más porque los soldados se lo impedían, había un grupo de sus amigos, que lo habían seguido desde Galilea. Entre ellos estaba María, su madre, destrozada por las torturas que había visto sufrir a su hijo, sin merecerlas, porque no había hecho otra cosa más que ayudar a todos, su único delito había sido amar, y allí estaba, muriendo como un malhechor.
También estaban presentes unas cuantas mujeres que le habían acompañado en sus viajes, que se quedaron allí, desoladas y sin entender nada.
Su entierro
La tarde iba avanzando, y al día siguiente era sábado, día en que no se podía hacer nada, y menos enterrar a un muerto, por lo que se dieron prisa para que el cuerpo de Jesús no quedara en la cruz tanto tiempo. Un amigo de Jesús, llamado José, procedente de Arimatea, fue a Pilatos para pedirle una autorización para enterrar a Jesús, y Pilatos aceptó.
Entre unos cuantos bajaron a Jesús de la cruz. Además de José, estaba también Nicodemo y otros amigos. Envolvieron el cuerpo de Jesús con una sábana de lino y lo enterraron en un sepulcro excavado en la roca, en forma de cueva. Después hicieron rodar una gran piedra para tapar la entrada del sepulcro y se fueron.
Mientras caminaban en silencio de vuelta a Jerusalén, todos tenían la sensación de que ellos también habían muerto un poco, de que habían dejado parte de sí mismos dentro de aquel sepulcro.
Se lo encontraron vivo
Pasó el sábado y algunas de las mujeres que habían acompañado a Jesús y a sus discípulos decidieron volver al sepulcro para limpiar bien su cuerpo y embalsamarlo, porque el viernes, cuando murió, no habían podido hacerlo.
Compraron perfumes y, a la salida del sol del día siguiente al sábado, día primero de la semana, se encaminaron al sepulcro. Mientras andaban, se preguntaban cómo iban a mover la gran piedra que había en la entrada ellas solas, pero, al llegar, vieron que la piedra estaba corrida, se quedaron asombradas y entraron. El sepulcro estaba completamente vacío, y ellas no sabían qué pensar. Aún no habían salido de su asombro cuando se les presentaron dos personajes vestidos con ropas brillantes que les dijeron que Jesús había resucitado, que no buscaran entre los muertos al que estaba entre los vivos.
Ellas volvieron corriendo a la ciudad, buscaron a los amigos de Jesús, y les contaron lo que habían visto. Ellos, que seguían muy tristes y asustados, no las creyeron, e incluso pensaron que las mujeres habían tenido algún delirio.
Pero Pedro tuvo una corazonada, y, junto con algunos otros, se fue corriendo al sepulcro. Entró y lo encontró vacío, como habían dicho las mujeres. La gran sábana de lino estaba allí, en el suelo. Se quedó asombrado, y empezó a recordar que Jesús ya les había hablado más de una vez de su resurrección.
Al anochecer de aquel día, estaban los once reunido en una casa, tenían las puertas bien cerradas por miedo a los judíos, y comentaban la noticia, lo del sepulcro vacío, que habían dicho las mujeres. Ellos querían creérselo pero no se atrevían, no sabían qué pensar.
En esto se presentó Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”, ellos se fijaron y vieron que aún llevaba en su cuerpo las huellas de la crucifixión. Ellos se llenaron de alegría al ver que Jesús, a pesar de que lo habían matado seguía estando vivo en medio de ellos.
Jesús les dijo de nuevo; “paz a vosotros, os envío al igual que el Padre me envió a mí a repartir su amor a todos, y no tengáis miedo: a uno que ama, no lo puede matar ni la muerte, porque mi Padre lo resucita.”
Así, Jesús había resucitado.
13 - Conclusión
La figura de Jesús es importantísima en todos los sentidos, y no sólo para los cristianos, porque su existencia ha cambiado la Historia de la Humanidad. Ha dado lugar a una religión basada en el amor, en el amor al prójimo, amigo o enemigo, y, aunque en nuestros tiempos se tiende a perder la fe, muchos millones de personas siguen creyendo en Dios con fervor, en su Hijo y en el Espíritu Santo, en el Dios Creador que, a la vez que tres personas, es una sola.
Jesús, con su vida, dio el mejor ejemplo de su mensaje, y fue coherente con lo que predicaba, pese a que muchos le perseguían por eso, y por eso murió.
Dio su vida por todo el mundo, pero especialmente, como dice en la Bienaventuranzas, por los pobres, por los enfermos, por los pecadores que se arrepienten, o que necesitan ayuda para arrepentirse, por los perseguidos y por tanta gente que sufre, pero que, en Él, ven un ejemplo a seguir y un alivio en su carga.
Al principio, los cristianos se escondieron tras la muerte de Jesús, pero, tras su Resurrección, perdieron el miedo, y se lanzaron a predicar por todo el mundo. Del mismo modo, los cristianos hoy en día se intentan esconder de Dios tras haber hecho algo mal, pero, al arrepentirse, se sienten felices, y no tienen ningún miedo a seguir el modo de vida cristiano, que no es fácil, pero que, si se intenta imitar, y se consigue, otorga la mayor felicidad, y la plenitud de la persona.
Jesús es el Testimonio hecho hombre de la Palabra de Dios, y eso es sorprendente, a la vez que esperanzador, porque sabemos que Dios nos ama tanto que entrega a su propio Hijo, a su Verbo hecho carne.
Jesús nos enseñó más en los pocos años que vivió que lo que podríamos haber aprendido a base de experiencia en toda la eternidad, por lo que hay que fijarse en cada punto, en cada detalle de su vida, porque, conociendo a Cristo, conoceremos a Dios. Al fin y al cabo, son lo mismo.
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