Religión y Creencias
Islam
Trabajo del Islam
Este trabajo consiste en la religión del Islam su cultura, sus tradiciones, fiestas, etc. En el se relata todo lo que nosotros (Juan Martitegui y Xavi Herranz) hemos encontrado en librerías, bibliotecas, libros de texto, etc. Durante tres meses hemos recopilado toda la información que hemos reflejado aquí.
1.-¿Por que el «Islam» se llama así?
Todas las religiones del mundo sacan su nombre de su fundador o del pueblo donde han nacido. Por ejemplo, el cristianismo se llama así por el nombre del que lo ha predicado, Cristo; el budismo por su fundador, Buda; el zoroastrismo por Zaratustra; el judaísmo, la religión de los judíos, por el nombre de la tribu de Judá (de la región de Judea), donde nació. Así sucesivamente. Pero ocurre todo lo contrario con el Islam que goza de la particularidad única de no estar asociado a ningún hombre o pueblo particular.
La palabra «Islam» no implica relación de este género porque no es propiedad de ninguna persona, ni de ningún pueblo o país particulares. No es producto de un espíritu humano, y no se limita a una comunidad particular. Es una religión universal que tiene por fin suscitar y cultivar en el hombre la cualidad y la actitud del Islam.
El Islam es, en efecto, un atributo. El que lo posea es musulmán, sea de cualquier raza, comunidad, clan o país del que venga. Según el Sagrado Corán (el libro sagrado de los musulmanes), se han encontrado a través de los tiempos y entre todos los pueblos, hombres buenos y virtuosos que poseían este atributo; ellos eran y son buenos musulmanes.
Esto nos lleva naturalmente a hacer esta pregunta ¿Qué significa la palabra «Islam»-? ¿Qué es un musulmán?
Islam es una palabra árabe que significa sumisión, obediencia. En cuanto a religión, el Islam, predica la sumisión y la obediencia totales a Dios. Es por esto por lo que se llama Islam.
La Naturaleza del Islam
Todo el mundo puede darse cuenta de que nuestro Universo es un Universo ordenado, donde todas las cosas están regidas por leyes y reglas. Todo tiene su sitio fijado en un conjunto grandioso que funciona admirablemente. El sol, la luna, las estrellas todos los cuerpos celestes pertenecen a un mismo sistema que siguen una trayectoria invariable en virtud de leyes inmutables. La tierra gira alrededor de su eje y sus revoluciones alrededor del Sol siguen una trayectoria determinada. Desde el ínfimo electrón a la impresionante nebulosa, todo el Universo obedece a sus leyes propias en virtud de las cuales la materia, la energía, y la vida aparecen, se modifican o desaparecen. El nacimiento, el crecimiento, la vida, la subsistencia del hombre en la Naturaleza están todas regidas por un sistema de leyes biológicas que son las que gobiernan el funcionamiento de todos sus órganos, desde las células más pequeñas al corazón y al cerebro. En resumen nuestro Universo es un Universo sometido a una ley, y todo lo que en él forma parte sigue el camino que le ha sido prescrito.
Este orden cósmico que gobierna el Universo, desde las partículas a las galaxias, es la ley de Dios, el Creador y el Señor del Universo. Ya que la creación entera obedece a las leyes divinas, se puede decir que todo el Universo sigue literalmente la religión del Islam, porque el Islam no significa más que la sumisión y la obediencia a Dios, el Señor del Universo. El Sol, la Luna, la tierra y todos los demás cuerpos celestes son pues «musulmanes», todo como el aire, el agua, el calor, los minerales, la vegetación, los animales. Todo en el Universo es musulmán porque todo obedece a las leyes que le han sido asignadas por Dios. Su lengua incluso que, por ignorancia niega la existencia de Dios, o adora numerosas divinidades, es por naturaleza musulmana. Su cabeza, que se inclina ante otros que no son Dios, es instintivamente musulmana, Su corazón, que por falta de conocimiento real quiere y reverencia a otros dioses, es instintivamente musulmán, porque todos están sometidos a la ley divina, sus funciones y sus movimientos están gobernados por esta ley única.
He aquí pues, en resumen, la verdadera posición del hombre y del Universo. Examinemos ahora el problema bajo un ángulo diferente. El hombre posee una doble naturaleza, su vida se desarrolla en dos planos diferentes. Por una parte, como todas las demás criaturas, está completamente dependiente de las leyes naturales y no puede librarse de ellas. Pero por otro lado, el hombre está provisto de razón y de inteligencia. tiene el poder de pensar y de juzgar, de elegir o rechazar, de aprobar o desaprobar. Es libre de elegir su religión, su género de vida y de orientar su existencia en función de las ideologías de su elección. Puede trazar su propio código de conducta, o aceptar uno formulado por otros. Ha sido dotado del libre arbitrio y puede decidir su propio comportamiento. Sobre este segundo plano, al contrario que las demás criaturas, ha recibido la libertad de pensamiento, de opinión y de acción. Estos dos aspectos coexisten claramente en la vida del hombre.
En el primer caso, como todas las demás criaturas, el hombre nace y quedará musulmán y sigue automáticamente los mandatos de Dios. En el segundo, tiene la libertad de elegir, de ser o no ser musulmán, y la manera de ejercer esta libertad es la que divide a la Humanidad en dos grupos: los creyentes y los incrédulos. El que elige reconocer a su creador, aceptarle como soberano único, se somete escrupulosamente a sus mandatos, sigue la ley que le ha revelado al hombre para su vida individual y social, llega a ser así un perfecto musulmán. Ha logrado llegar a un Islam completo, decidiendo voluntariamente obedecer a Dios en el plano donde se le había dado la libertad de elegir. Ahora su vida entera es una vida de sumisión a Dios y no tiene conflicto en su personalidad. Es un perfecto musulmán y su Islam es total porque la sumisión de su ser entero a la voluntad de Dios es Islam, puramente Islam.
Se ha sometido ahora voluntariamente a El, al cual obedece ya inconscientemente. Su conocimiento es ahora real, porque ha reconocido al Ser que le ha dado la facultad de entender y conocer: Su razón y su juicio están armoniosamente equilibrados porque ha decidido justamente obedecer al Ser que le ha conferido la facultad de pensar y juzgar. Su lengua también expresa la verdad, porque alaba al Señor que le ha dado la facultad de hablar. Ahora su existencia entera es la encarnación de la verdad, porque sus dos naturalezas, su instinto y su voluntad, obedecen a las leyes del mismo Dios único -el Señor del Universo-. Está en armonía con el Universo entero porque adora a Quien todo el Universo adora. Tal hombre es el representante de Dios en la tierra. El mundo le pertenece y él pertenece a Dios.
La naturaleza del «kufr»
Al contrario del hombre que venimos describiendo, está el hombre que aunque por naturaleza es musulmán, vive inconscientemente toda su vida, no ejerce sus facultades de razón, inteligencia e intuición para reconocer a su Señor y Creador y no utiliza su libertad de elección más que para negar su existencia. Tal hombre es un incrédulo -en la lengua del Islam, un kafir.
kufr significa literalmente «encubrir», «disimular». El hombre que niega a Dios es llamado kafir (disimulador), porque, por su incredulidad, oculta lo que es inherente a su naturaleza y a su alma, ya que su naturaleza está instintivamente orientada hacia el Islam. Su cuerpo entero, cada miembro, cada fibra de este cuerpo, está sometido a este instinto. Toda partícula de existencia -animada o inanimada- cumple su función de acuerdo con la ley del Islam y desempeña el papel que le ha sido adjudicado. Pero la vida de este hombre ha sido oscurecida, su espíritu se extravié y es incapaz de ver la evidencia. No puede discernir su propia naturaleza, y sus actos y sus pensamientos están en desacuerdo total con ella. La realidad le es extraña y tantea en las tinieblas. He aquí la naturaleza del kufr.
El kufr es una forma de ignorancia, o más bien, es la ignorancia por excelencia. ¿Hay acaso ignorancia más grande que ignorar a Dios, el Creador, el Señor del Universo? Es un hombre que observa el vasto panorama de la Naturaleza, su mecanismo soberbio e inmutable, el concepto grandioso que resplandece en todos los aspectos de la Creación; observa esta gigantesca máquina, pero ignora quién la ha hecho y la dirige. Examina su propio cuerpo, este organismo maravilloso que funciona de una manera tan estupefacta que sirve para conseguir sus propios fines, pero es incapaz de discernir la Fuerza que lo ha suscitado, el Ingeniero que ha concebido y producido esta máquina, el Creador que ha hecho este ser único: el hombre, a partir de materias Inanimadas: carbono, calcio, sodio... Reconoce el concepto sublime del Universo, pero no puede distinguir al que lo ha concebido, Admira el funcionamiento armonioso sin ver en él al Creador. Puede ver en el universo que le rodea las más brillantes demostraciones de maestría en la ciencia, la filosofía, las matemáticas o la técnica, pero queda ciego al Ser que dio origen a este Universo Infinito y nunca se lo explica totalmente. ¿Cómo un hombre incapaz de distinguir esta realidad determinada podría alcanzar las verdaderas perspectivas del conocimiento? ¿Cómo un hombre que se ha puesto en el mal camino podría conseguir el buen destino? No podrá explicar nunca la Realidad, el Verdadero Camino le será siempre cerrado, y cuando emprenda algo en el dominio de la ciencia o del pensamiento, no podrá gozar nunca de las luces de la verdad y de la sabiduría. Continuará andando a ciegas y balbuceando en las tinieblas de la ignorancia.
Mucho peor; el kufr es un tirano e incluso el peor que existe. ¿Qué es una tiranía?, sino una utilización injusta y cruel de una fuerza o un poder. Si alguna cosa o alguien se trata a la fuerza contrariamente a la justicia o a su naturaleza y su voluntad propias, esto se llama tiranía.
Acabamos de ver que todo el Universo está sometido a Dios su Creador. Lo que es natural, es obedecer, vivir en conformidad con su voluntad y su ley (más exactamente, ser musulmán). Dios ha dado al hombre un poder sobre todo la Creación cuya naturaleza misma exige que sea utilizada por el único cumplimiento de su voluntad y exclusivamente por esto. El que desobedece a Dios, el que es kafir, se hace culpable de la injusticia más grave, utilizando todas las facultades de su cuerpo y de su espíritu en contra de las tendencias de la Naturaleza, y llega a ser así el instrumento involuntario del drama de la desobediencia. Obliga a su cabeza a inclinarse ante otros dioses que no son el verdadero Dios, alimenta a su corazón del amor, respeto y temor a otra Autoridad, esto está en contradicción total con los instintos naturales de estos órganos. Utiliza el poder del que dispone contra la voluntad explícita de Dios, haciendo así reinar la tiranía. ¿Puede existir tiranía de más crueldad e injusticia que la de este hombre que explota la Creación y la obliga desvergonzadamente a seguir un camino contrario a la Naturaleza y la justicia?
El kufr no es simplemente tiranía, es algo peor, pura rebelión, ingratitud, infidelidad. Después de todo, ¿qué es el hombre en realidad?, ¿de qué poder y de qué autoridad dispone?, ¿quién ha creado su cerebro, su corazón, su alma, su propio cuerpo?, ¿él mismo o Dios? -altísimo sea-, ¿ha sido él, o Dios quien ha creado el Universo? ¿Quién ha sometido todas las fuerzas de la Naturaleza al servicio del hombre, él o Dios? Si todas las cosas han sido creadas por Dios, y sélo por El únicamente, ¿a quién, pues, pertenecen? ¿Quién es el justo soberano? Dios, y sélo Dios. Si Dios es el Creador, el Señor, el Soberano, ¿hay alguien más rebelde que el hombre que utiliza la Creación de Dios contra sus decretos, que vuelve su espíritu y su corazón contra Dios, y utiliza todas sus facultades contra la voluntad del Señor? El servidor que traiciona a su señor, el oficial que se vuelve contra su país, el que engaña a su bienhechor, son todos traidores. ¿Pero qué decir de la traición, de la ingratitud y de la incredulidad del kafir? Después de todo, ¿cuál es la fuente verdadera de toda autoridad? ¿Quién ha levantado al hombre a una posición elevada? Todo lo que el hombre posee y de todo lo que se sirve o beneficia de los demás, le ha sido dado por Dios. Con respecto a sus padres el hombre tiene en la tierra las obligaciones más grandes, ¿pero quién ha puesto en el corazón de los padres este amor a sus hijos, y quién le inspira a hacer todo lo que está en su poder para el bienestar del ellos? ¿De dónde viene el deseo innato y la posibilidad que la madre tiene para alimentar a sus hijos? Es evidente, que es Dios el más grande bienhechor del hombre. Es su Creador, el que le alimenta y le hace vivir, así como su Señor y Soberano. Tal es la posición de Dios frente al hombre, y no hay traición ni ingratitud más grande que la del kufr, que lleva al hombre a rechazar a su verdadero Señor.
Sería ridículo pensar que al adoptar la actitud del kufr, el hombre hace daño a Dios todopoderoso. De ningún modo. ¿Qué daño podría hacer el hombre, que es una pizca de polvo insignificante en la superficie de un planeta minúsculo girando en este universo infinito, al Soberano del mundo, cuyo reino es tan vasto que con la ayuda de los más potentes telescopios no nos permite adivinar sus limites?; cuyo poder ordena la trayectoria celeste de la Tierra, la Luna, el Sol, y las miríadas de estrellas. Que provee todas las necesidades, pero no tiene necesidad de nadie para proveer las suyas. La rebelión del hombre contra Dios no puede hacerle ningún daño, al contrario, esta desobediencia no hace más que precipitar al hombre al camino de la ruina y de la desgracia.
La consecuencia inevitable de esta sublevación y de esta negación de la Realidad, es el descalabro en los ideales últimos de la vida. Un rebelde no encontrará jamás el camino del verdadero conocimiento. Porque al saber que es incapaz de descubrir a su propio Creador, no puede descubrir ninguna verdad. El espíritu y la razón de tal hombre se extraviarán siempre. ¿Cómo la razón que no puede reconocer a su Creador, podría dilucidar los misterios de la vida? Tal hombre no sufrirá más que fracasos en todos los dominios. Su vida moral, cívica, social, familiar, su lucha por asegurar su subsistencia, todo estará afectado. No difundirá más que confusión y desorden en la tierra. Sin el menor remordimiento, derramará la sangre, violará los derechos de sus semejantes, será cruel con ellos, suscitará el desorden y la destrucción en el mundo. Sus pensamientos y sus ambiciones perversas, su ausencia de discernimiento, su sentido de los valores falseado, sus actividades malignas, serán nefastas tanto para él como para sus allegados. Tal hombre puede arruinar la paz y el equilibrio de la vida en la tierra. En la vida ulterior, será tenido por culpable de los crímenes que haya cometido contra él mismo. Su cuerpo entero, su cerebro, sus ojos, su nariz, sus manos, sus pies se lamentarán del mal uso que hubiera hecho. Cada célula de su cuerpo le reprenderá ante Dios que, es la verdadera fuente de la justicia, y se le aplicará la sentencia que merece. Tal es la infamante consecuencia del kufr. Va al fracaso total, tanto en esta vida como en la vida posterior.
Los beneficios del Islam
Después de haber examinado las terribles consecuencias del kufr, veamos ahora lo que podemos ganar adoptando la actitud del Islam.
En el mundo que os rodea, como en vosotros mismos, podéis ver innumerables manifestaciones del poder devino. Este Universo grandioso, que funciona desde toda la eternidad en un orden incomparable según una ley inmutable, testimonia por él mismo que el que lo ha concebido es un ser todopoderoso, dotado de poder, de conocimientos infinitos, de recursos ilimitados cuya sabiduría es perfecta y a la cual nadie osa desobedecer. Está en la naturaleza misma del hombre, como en todas las cosas en el Universo, que le obedecen. En efecto, el hombre obedece Inconscientemente a su ley, día tras día, porque desobedeciendo se expone a la muerte y al aniquilamiento. Es la ley de la Naturaleza que debemos observar constantemente.
Dios ha dado al hombre la posibilidad de instruiste, pensar, y meditar, y el conocimiento del bien y del mal; pero le ha conferido, por otra parte, una relativa libertad de voluntad y acción. Es en el ejercicio de esta libertad como el hombre es puesto a prueba: su saber, su intelecto, su discernimiento, su libertad de voluntad y acción son todos probados. En esto, el hombre no ha sido obligado a adoptar un camino particular, porque esta obligación falsificaría el sentido mismo de esta puesta a prueba. Si durante un examen, estáis obligados a dar una respuesta determinada a una pregunta determinada, el examen sería Inútil. Vuestro mérito no puede ser convenientemente juzgado, más que cuando podáis responder libremente a las preguntas, según vuestro conocimiento y vuestra comprensión personales. Si vuestra respuesta es correcta, habréis salido bien y podréis continuar progresando. Si vuestra respuesta es mala, vuestro fracaso os Impedirá progresar; del mismo modo ocurre en lo que concierne a la situación del hombre en el mundo. Dios le ha dado la libertad de voluntad, y acción, de manera que puede elegir libremente el modo de vida que estime ser el bueno: el Islam o el kufr.
Se encuentra, pues, por un lado al hombre que no comprende ni su propia naturaleza, ni la del Universo. Ignora quién es su Soberano verdadero, y cuáles son sus atributos, y utiliza mal su libertad tomando el camino de la desobediencia y de la rebelión. Tal hombre ha fracasado en el examen de su conocimiento, de su inteligencia y de su sentido del deber, y no merece una suerte mejor que la discutida anteriormente.
Por otro lado se puede encontrar al que sale victorioso de esta puesta a prueba. Utilizando correctamente su saber y su espíritu, reconoce a su Creador, tiene fe en El, y sin estar de ningún modo forzado, elige obedecerle. Sabe distinguir el bien del mal, y aunque sea enteramente libre de no hacerlo, elige el bien. Comprende su propia naturaleza, se conforma con sus leyes y sus realidades y aunque tenga toda latitud de caminos para seguir, no Importa cuáles, adopta el de la obediencia y lealtad a Dios, su Creador. Ha superado la prueba, porque ha utilizado convenientemente su espíritu y todas sus facultades: sus ojos para discernir la realidad, sus oídos para escuchar la Verdad, su espíritu para concebir sanas opiniones, y pone todo su corazón y toda su alma en seguir la justa vía que ha elegido también.
Elige la verdad, ve la realidad, se somete con toda gratitud a su Señor y Soberano. Es un hombre inteligente, sincero, que tiene el sentido del deber, que ha optado por la luz antes que por las tinieblas, y después de haber distinguido la realidad, ha respondido a su llamamiento con entusiasmo. Su conducta prueba así, que no solamente busca la verdad, sino que sabe reconocerla y quererla. Este hombre triunfará en esta vida como en la otra, porque ha cogido el camino recto y no dejará de seguirlo en todos los dominios del conocimiento y de la acción. El que conoce a Dios y sus atributos, conoce el alfa y el omega de la realidad. No podrá desviarse porque su primer paso está sobre el buen camino y está seguro del destino del viaje de la vida.
En el campo de la Filosofía, meditará sobro los secretos del Universo y tratará de sondear sus misterios, pero al contrario de la filosofa infiel kafir, no se extraviará en el laberinto de la duda y del escepticismo. La visión divina aclarará su camino y dirigirá sus pasos en buena dirección.
En el campo de la ciencia, Intentará conocer las leyes de la Naturaleza, descubrir los tesoros ocultos en la tierra, dirigir todas las fuerzas hasta las Ignoradas por el espíritu y la materia, todo esto para el bienestar de la Humanidad. tratará de explorar todas las fuentes del saber y del poder, y de someterse a todo lo que existe en la tierra y en los cielos para el provecho del hombre.
En cada estadio de su búsqueda, su conciencia de Dios le impedirá hacer un destructivo y mal uso de la ciencia y de los métodos científicos.
No soñará nunca con alabarse de ser el señor de estas fuerzas, el conquistador de la Naturaleza, atribuyéndose así las prerrogativas divinas; ni sostener ambiciones subversivas sobre el Universo, sometiendo al género humano y estableciendo su supremacía sobre todos, sin retroceder ante los medios más viles. Tal actitud de rebelión y desafío no podría ser la de un musulmán. Sélo un sabio kafir puede ser la presa de tales ilusiones y sucumbir exponiendo a todo el género humano a los peligros de la destrucción total y del aniquilamiento. Un sabio musulmán, por el contrario, se comportaría de una manera deferente. Cuanto más claro viera en el campo de la ciencia, más seria reforzada su fe en Dios. Inclinaría su cabeza ante El con gratitud; ya que su Soberano le ha bendecido concediéndole un poder y una ciencia muy grandes, deberá obrar por su propio bien y el de la Humanidad. En vez de ser orgulloso, será humilde, en vez de exaltarse de su propio poder, realizará grandes cosas para el bien común. No se entregará a una libertad desenfrenada. Será guiado por los principios de la moralidad y de la revelación Divina. De este modo la ciencia entre sus manos, en lugar de ser un instrumento de destrucción, llegará a ser un medio de bienestar de los hombres y de la regeneración moral. Es de este modo, como expresará su gratitud a su Soberano por los dones y las bendiciones que ha derramado sobre el hombre.
Del mismo modo, en el campo de la historia, de la economía, de la política, del derecho, y de todas las demás ramas del arte y de las ciencias: un musulmán no sélo no se dejará adelantar por un kafir en la búsqueda, sino que sus puntos de vista y por consiguiente, sus «modus operandis», diferirán mucho. Un musulmán estudiará cada rama del conocimiento en su justa perspectiva, se esforzará en alcanzar un justo objetivo y llegará a justas y sanas conclusiones. En la historia sacará lecciones correctas de las experiencias pasadas y descubrirá las causas verdaderas de las grandezas y decadencias de las civilizaciones. tratará de sacar provecho de todo lo que fue bueno y justo en el pasado, y evitará cuidadosamente todo lo que hubiera conducido al declive y aniquilamiento de las naciones. En política, su único objetivo será la instauración de un régimen de paz, de justicia, de fraternidad y de bien, en la que el hombre sea un hermano para el hombre y respete su cualidad de hombre, donde no reine ninguna forma de explotación o esclavitud, donde los derechos del individuo son respetados y donde el poder del Estado es considerado como un depósito sagrado de Dios, que debe ser utilizado para el bienestar común. En lo que concierne al derecho, el musulmán tratará de hacer de él, el instrumento real de la justicia, para la protección de los derechos de todos -particularmente, de los débiles-. Velará para que cada uno reciba la parte que se merece y que ninguna injusticia u opresión sea Infligida sobre cualquiera. Respetará la ley, la hará respetar y velará para que la justicia sea repartida equitativamente.
La vida moral de un musulmán estará siempre llena de piedad, devoción y rectitud. Vivirá en el mundo con la convicción de que Dios sélo es nuestro Soberano, que todo lo que él y los demás puedan poseer les ha sido dado por Dios, que los poderes de los que dispone no son más que un depósito de Dios, que la libertad que le ha sido conferida debe ser utilizada con discernimiento y que es para su propio beneficio el servirse de ella según la voluntad divina. tendrá siempre presente en el espíritu que debe un día volver a su Señor y le dará cuentas de toda su vida. El sentimiento de responsabilidad quedará siempre firmemente implantado en su espíritu y no se portará nunca irresponsable ni Indiferente.
Pensad en la excelencia moral del hombre que vive con tales disposiciones. Su vida será una vida de pureza, de piedad, de amor, de altruismo. Será una bendición para la Humanidad, su espíritu no será turbado por malos pensamientos y ambiciones perversas. Se abstendrá de ver, de entender y de hacer el mal. Dominará su lengua y no proferirá jamás mentira. Mantendrá su vida de una manera justa y honesta y preferirá el hambre a una alimentación adquirida por la explotación o la Injusticia. No será nunca cómplice de la opresión o de la violación de la vida humana y del honor, sea cual fuere la forma. No cederá jamás ante el mal, sea cual fuere el precio que tenga que pagar por esto. Será la bondad y la nobleza misma, y defenderá el derecho y la verdad, incluso al precio de su propia vida. Aborrecerá todas las formas de injusticia, se erigirá defensor de la verdad que las adversidades no pudieron derribar. Tal hombre tendrá un poder con el que es preciso contar. Él solo puede triunfar porque nada en el mundo podrá detenerlo o entorpecer su camino.
Será el hombre más honrado y más respetado y nadie le podrá superar en este campo. ¿Cómo podría alcanzar la humillación a un hombre que para solicitar un favor no tiende la mano, ni inclina la cabeza ante cualquiera, excepto ante Dios todopoderoso, el Soberano del mundo?
Será el hombre más poderoso y más eficaz. Nadie puede ser más poderoso que él -porque no teme a nadie salvo a Dios, y no busca bendiciones de nadie más que de Él -. ¿Qué poder podría apartarle del camino recto? ¿Qué riqueza podría comprar su fe? ¿Qué fuerza podría atormentar su conciencia? ¿Qué poder podría influenciar su actitud?
Será el hombre más rico. Nadie en el mundo podría ser más rico o más independiente que él- porque vivirá una vida de austeridad y contemplación. No será sensual, ni débil, ni avaricioso. Se contentará con lo que gane honestamente, e incluso si montones de riquezas mal adquiridas se ponen ante él, las rechazará con menosprecio. tendrá la paz y la satisfacción del corazón-. ¿Hay riqueza más grande que ésta?
Será el hombre más reverenciado, más querido y más popular. Nadie puede ser más digno de amor que él -porque vive una vida de caridad y bondad-. tendrá justicia con todos, cumplirá sus funciones honestamente y trabajará sinceramente para el bien de todos. Atraerá naturalmente a todos los corazones de las gentes, su amor y su estima. Todo el mundo le honrará y le tendrá confianza. Nadie es más digno que él -porque no es perjuro, sino todo lo contrario: un modelo de rectitud, fidelidad a su palabra y honradez en sus acciones-. Será bueno y justo en todos sus hechos, porque sabe que Dios es Ubicuo, siempre vigilante. No hay palabras para describir todo el mérito de tal hombre. ¿Cómo alguien podría no tener en él confianza? Tal es la vida de un verdadero musulmán.
Si habéis comprendido la verdad natural de un musulmán, estaréis convencidos de que no puede vivir en la humillación, esclavitud o sumisión. Está destinado a ser el dueño, y ningún poder de la tierra puede dominarlo o subyugarlo. Porque el Islam le inculca las cualidades que no están eclipsadas por ningún encanto ni ninguna ilusión.
Después de haber vivido una vida respetable y honorable en la tierra, volverá a su Creador, que derramará sobre él sus bendiciones, porque ha cumplido su deber honradamente, y ha cumplido su misión con triunfo en la puesta a prueba. Ha salido bien de la vida terrestre y conocerá en la ulterior la paz, la alegría y la felicidad eternas.
Este es el Islam, la religión natural del hombre, la religión que no está asociada a ninguna persona, pueblo, período o lugar. Es la vía de la Naturaleza, la religión del hombre. Desde todo los tiempos, en todos los lugares y en todos los pueblos, todos los que reconocieron a Dios y amaron la verdad han creído en esta religión y estuvieron conformes en ella. Aunque hubieran llamado a este modo de vida Islam o de otra forma. Cualquiera que fuese su nombre, significaba Islam, e Islam únicamente.
2.-La fe y la obediencia
Islam significa obediencia a Dios. Ni que decir tiene que la obediencia no puede ser total más que si el hombre conoce ciertos hechos esenciales y esta firmemente convencido de ellos. ¿Cuáles son los principios que un hombre debe conocer para dirigir su vida según las directivas divinas? Eso es lo que nos proponemos discutir en este capítulo.
Primeramente hace falta tener una fe inquebrantable en la existencia de Dios. ¿Podría el hombre obedecerle, si no está íntimamente persuadido de su existencia?
Luego, es preciso conocer los atributos de Dios. Es el conocimiento de estos atributos lo que permiten al hombre cultivar en él mismo las cualidades más nobles y llevar una vida de virtud y bondad. Si se ignora que Dios existe, que es el único Creador y Señor del Universo, y que no comparte con ninguna otra divinidad la más ínfima partícula de su poder y de su autoridad, entonces se puede llegar a ser víctima de los falsos dioses, y rendirle culto para obtener sus gracias. Pero si se conoce el atributo devino «Tawhid». (unidad de Dios), no se arriesgará a sucumbir por esta ilusión. Del mismo modo, si el hombre sabe que Dios es Ubicuo y Omnisapiente, que ve, oye y sabe todo lo que hacemos en público y privado - hasta nuestros pensamientos más ocultos -. Entonces, ¿cómo podría permitirse desobedecer a Dios? Se dará cuenta de que es observado continuamente y se comportará correctamente. Pero el que ignora estos atributos de Dios puede desviarse en la vía de la desobediencia.
Esto ocurre del mismo modo para todos los atributos de Dios. El hecho es que las cualidades y los atributos que un hombre debe poseer, si quiere seguir el camino del Islam, no pueden ser cultivados y desarrollados más que gracias a un profundo conocimiento de los atributos de Dios. Es el conocimiento de estos atributos el que purifica el espíritu y el alma del hombre, sus ciencias, su moral, sus acciones. Un conocimiento superficial o puramente teórico de estos atributos no basta para la tarea que le aguarda - debe poseer un conocimiento, Inquebrantable, firmemente enraizado en el corazón y en el espíritu, para estar al cubierto de dudas insidiosas y desviaciones.
Además hace falta conocer detalladamente el género de vida que puede agradar a Dios. Si el hombre Ignora lo que a Dios le complace o no le complace, ¿cómo puede elegir lo uno y renunciar lo otro? Si no tiene ningún conocimiento de la ley divina, ¿cómo puede seguiría? Pues, el conocimiento de la ley divina y del código revelado es Igualmente esencial a este respecto.
Pero no basta, el simple conocimiento no es suficiente. El hombre debe tener una confianza, un convencimiento pleno y completo de lo que es la ley divina y que su salvación depende únicamente de la observación de este código. Porque el conocimiento sin la convicción, no llevará a estimular al hombre hacia el recto camino y se arriesgará a perderse en el camino de la desobediencia.
Finalmente, es necesario conocer las consecuencias de la obediencia y de la fe, y las de la incredulidad y desobediencia. El hombre debe saber qué bendiciones serán derramadas sobre él si elige el camino de Dios y lleva una vida pura, virtuosa y sumisa. Debe también conocer cuáles serán las consecuencias nefastas de un camino de desobediencia y rebelión. De este modo el conocimiento de la vida ulterior, que nos aguarda después de la muerte, es absolutamente esencial. El hombre debe tener una fe Inquebrantable en el hecho de que la muerte no significa el fin de la vida; que habrá resurrección, que pasará ante el tribunal supremo presidido por Dios mismo; que en el día del juicio, la justicia prevalecerá; que las buenas acciones serán recompensadas y las malas castigadas. Cada uno de ellos tendrá lo que merece y no tendrá medios de escapar de ello. Esto debe llegar obligatoriamente. Este sentimiento de responsabilidad es enteramente esencial para una obediencia incondicional a la ley de Dios.
Un hombre que no tiene ninguna idea de la otra vida puede considerar que su obediencia y desobediencia no tienen importancia. Puede creer que lo que obedece como lo que desobedece tendrá el mismo fin: después de la muerte volverán todos al polvo. Con tal mentalidad, ¿cómo se puede esperar a que éste se someta a todas las dificultades y restricciones que derivan inevitablemente de una vida de obediencia activa, y evita estos pecados, cuya realización no le lleva aparentemente a ninguna pérdida moral o material en este mundo? Con esta mentalidad un hombre no puede aceptar someterse a la ley de Dios. Aún más, un hombre que no está firmemente convencido de la existencia de la vida ulterior y del tribunal divino no quedará seguro y resuelto en las aguas agitadas de la vida, en medio de todas las seducciones del pecado, del crimen y del mal, porque la duda y la vacilación privan al hombre de su voluntad de obrar. No se puede quedar seguro en su conducta más que si está seguro de sus convicciones, no puede seguir este camino de todo corazón más que si está seguro de tener interés en hacerlo y si sabe qué desventajas se seguirán en caso de desobediencia. Así, para llevar su vida en el camino de la obediencia a Dios, hace falta un convencimiento profundo de las consecuencias de la fe o de la Incredulidad, así como de la vida ulterior.
Tales son, por consiguiente, los hechos esenciales que se deben conocer si se quiere vivir la vida de obediencia, es decir el Islam.
La fe: ¿Qué significa esto?
La fe es lo que hemos llamado en la discusión anterior «conocimiento», «convicción». La palabra árabe imán que traducimos por fe, quiere decir literalmente «conocer, creer, estar convencido sin duda alguna». La fe es, pues, una segura convicción nacida del conocimiento. El hombre que sabe, y está firmemente convencido de la unidad de Dios, de sus atributos, de su ley revelada, del código divino, de la recompensa y del castigo, este hombre, es pues llamado mumin («fiel»). Esta fe lleva Invariablemente al hombre a una vida de obediencia y de sumisión a la voluntad de Dios. El que lleva esta vida de sumisión es llamado musulmán.
Esto debería demostrar claramente que sin la fe (imán), nadie puede ser un verdadero musulmán; es un punto esencial; o más bien, es el punto de partida. La relación entre el Islam y el imán es la de un árbol con su semilla. Lo mismo que un árbol no puede crecer sin una semilla, del mismo modo, no es posible al hombre que no tiene fe llegar a ser musulmán. Sin embargo, alguna vez se encuentra un árbol que a pesar de la semilla sembrada no brota, y esto puede ser por cantidades de razones, o incluso si -brota, su crecimiento es arriesgado o retardado. Del mismo modo se puede encontrar un hombre que tiene fe, pero debido a determinadas debilidades, puede no llegar a ser un musulmán seguro y verdadero. Vemos pues que la fe es el punto de partida y conduce al hombre a la vida de sumisión a Dios, y que nadie puede llegar a ser musulmán sin la fe. Al contrario, un hombre puede tener fe, pero por la debilidad de su voluntad, de una mala educación, o de malas compañías, puede no llevar la vida de un verdadero musulmán. Desde el punto de vista del Islam y del imán, todos los hombres pueden ser clasificados en cuatro categorías:
Los que tienen fe inquebrantable, una fe que los hace someterse a Dios de todo corazón y sin restricciones. Siguen el camino del bien y consagran todo su corazón, toda su alma en agradar a Dios, haciendo todo lo que a Sí le gusta y evitando todo lo que no le gusta. En su devoción, son aún más fervientes, y no es como el hombre ordinario en la persecución de la riqueza y de la gloria. Tales hombres son verdaderos musulmanes.
Los que tienen fe, creen en Dios, en su ley, en el juicio final, pero sin embargo, la fe no es lo bastante fuerte y profunda para ponerla totalmente sometida a Dios. Están por debajo del rango de verdaderos musulmanes. Son falibles de ser culpables, pero no rebeldes. Reconocen a Dios y su ley y aunque la quebrantan, no se rebelan contra sí. Admiten su supremacía y su propia culpabilidad. Por lo tanto, son culpables y merecen un castigo, pero siguen musulmanes.
Los que no tienen ninguna fe. Estos hombres niegan reconocer la soberanía de Dios y son rebeldes. Aunque su conducta no sea mala y no extiendan la corrupción y la violencia, quedan rebeldes y sus acciones, en apariencia buena, tienen poco valor. Tales hombres son como los fuera de la ley. Aunque un fuera de la ley comete determinados actos que están en conformidad con la ley del país, no llegando a ser por esto un ciudadano leal y obediente, del mismo modo, el bien aparente de los que se rebelan contra Dios no puede compensar la gravedad del mal real, la rebelión y la desobediencia.
Los que no tienen fe y no hacen ningunas buenas acciones. Extienden el desorden en el mundo y perpetran toda clase de violencias y de opresiones. Son las criaturas más abominables porque son rebeldes, perversos y criminales.
Esta clasificación de la Humanidad enseña claramente que el verdadero triunfo y la salvación del hombre dependen del imán (la fe). La vida de obediencia (Islam) nace de la semilla del imán. Este Islam puede ser perfecto o imperfecto. Pero sin imán no hay Islam. De donde, si no hay Islam hay kufr. Su forma y su naturaleza pueden variar, pero de todas formas, esto será el kufr y no otra cosa.
Esto señala la Importancia del imán frente a la vida de sumisión total y verdadera a Dios.
¿Como adquirir el conocimiento de Dios?
La pregunta que surge ahora es: ¿Cómo adquirir el conocimiento y la fe en Dios, en sus atributos, su ley, y el juicio final?
Hemos hecho ya alusión en las innumerables manifestaciones de Dios en torno a nosotros y en nosotros mismos testifican que hay un Creador, y un Creador único, que es el que controla y dirige este Universo. Estos testimonios reflejan los divinos atributos del Creador: su gran sabiduría, su ciencia universal, su omnipotencia, su misericordia, su fuerza, en una palabra, todos sus atributos están en todas partes visibles en sus obras. Pero el espíritu y las facultades del hombre se han extraviado a fuerza de observar y asimilar estas cosas, que son a pesar de todo, claras y manifiestas, aunque sus ojos estuviesen abiertos para leer lo que fue escrito en la Creación. Por eso los hombres se han desviado. Algunos han dicho que existen dos dioses, otros han empezado a creer en la trinidad, y otros todavía se encuentran en el politeísmo. Algunos se han -puesto a adorar a las fuerzas de la Naturaleza, otros han dividido la persona divina en múltiples unidades: dios de la lluvia, del aire, del fuego, de la vida, de la muerte... Aunque - las manifestaciones de Dios fuesen perfectamente evidentes, la razón humana ha dudado muchas veces y no ha rehusado ver la r calidad en su verdadera perspectiva. Ha encontrado decepción sobre decepción y no ha venido a parar más que a una confusión espiritual. Debemos denunciar aquí y duramente estos errores del juicio humano.
Del mismo modo en lo que concierne a la vida después de la muerte, los hombres han anticipado teorías erróneas, por ejemplo, que después de la muerte el hombre vuelve a polvo y no volverá jamás a la vida, o que el hombre está sometido a todo un proceso de regeneración continua en este mundo y que es castigado o recompensado en los ciclos de la vida venidera.
La dificultad es todavía más grande cuando llega a la pregunta del modo de vida. Formular un código completo y equilibrado, que pueda agradar a Dios únicamente con nuestra razón humana, es una tarea ex tremendamente difícil. Incluso si un hombre estuviera provisto de las más elevadas facultades de razón y espíritu y si tuviera una sabiduría incomparable y la experiencia de numerosos años de reflexión, sus probabilidades de formular intentos perfectamente justos en la vida son muy reducidos. Incluso si después de años de reflexión lo consiguiera, no estará nunca seguro de haber descubierto realmente la verdad y haber adoptado el buen camino.
Aunque la prueba más justa y más perfecta de la sabiduría humana, de su razón, y de su conocimiento hubiera sido la de abandonar el hombre sus propios recursos sin ninguna directriz exterior, a fin de que descubra sélo el justo modo de vida que le conviene adoptar en la Tierra, y que los que por sus pruebas y experiencias personales hubieran podido descubrir la verdad y la virtud hubiesen ganado su salvación mientras que los otros se hubieran perdido; Dios ha evitado, sin embargo, a sus criaturas humanas una prueba tan difícil. Por su gracia y su benevolencia, ha suscitado para la Humanidad hombres elegidos de entre los hombres a los cuales ha revelado sus atributos, su ley, y el justo código de vida, les ha hecho conocer el significado y el fin de esta vida, asió como el de la vida ulterior, y les ha mostrado también el camino que lleva al triunfo y a la felicidad eternos. Estos hombres elegidos son los Mensajeros de Dios -sus profetas-. Dios les ha comunicado el conocimiento y la sabiduría por medios del wahi («la revelación») y el libro que contiene las revelaciones divinas es llamado el Libro de Dios o la Palabra de Dios. La prueba de la sabiduría y del espíritu del hombre reside, pues, en esto: después de haber observado cuidadosamente su vida pura y piadosa y sus enseñanzas llenas de nobleza, ¿sabría reconocer al Mensajero de Dios? El que tenga buen sentido y una sana sabiduría reconocerá la veracidad de las instrucciones dictadas por el Mensajero; si rechaza al Mensajero de Dios y sus enseñanzas, esta negación indicará que es completamente incapaz de descubrir la verdad y la justicia, y que ha fracasado en esta prueba. Tal hombre no será nunca capaz de descubrir la verdad sobre Dios y sobre su ley o sobre la vida ulterior.
Fe en lo desconocido
Es una experiencia cotidiana que cuando no conocéis alguna cosa, buscáis a alguno que la conoce, os fiáis de su consejo y os lo creéis. Si caéis enfermos y no podéis curaras vosotros mismos, buscáis a un médico, aceptáis y seguís sus instrucciones sin discutir. ¿Por qué? Porque está cualificado para dar un consejo médico, tiene experiencia y ha cuidado y curado a un determinado número de enfermos. Por consiguiente, os conformáis con su consejo, hacéis todo lo que os aconseja hacer, y evitáis todo lo que os prohíbe. Del mismo modo, en materia de pleitos confiáis en vuestro abogado, y actuáis según sus mandatos. Lo mismo en materia de educación con vuestro profesor. Cuando decidís dirigirás a un lugar, y no conocéis el camino, preguntáis a alguien que lo sabe y seguís la dirección que os indica. En resumen, la actitud razonable que adoptáis todos a lo largo de vuestra vida, a propósito de las cosas que ignoráis, es que consultáis con alguien que está al corriente. aceptáis su consejo y actuáis en consecuencia. Como vuestro propio conocimiento es insuficiente, buscáis cuidadosamente a alguien mejor informado y aceptáis sus opiniones. tenéis gran cuidado para elegir a la persona competente, pero una vez que la habéis elegido, aceptáis sus consejos sin discutir. Esto se llama «la fe en lo desconocido» pues aquí habéis puesto confianza en alguien que sabe sobre materias que desconocéis. Esto es precisamente el imán u bil ghaib.
El imán u bil ghaib significa que podéis llegar al conocimiento de lo que ignoráis por medio de alguien que sabe. No conocéis a Dios y sus verdaderos atributos. Ignoráis que sus ángeles dirigen el mecanismo del Universo según sus órdenes y que os rodean por todas partes. No sabéis exactamente qué modo de vida es susceptible de agradar a vuestro Creador; estáis en la ignorancia de lo que concierne a la vida ulterior. El conocimiento sobre todas estas materias, os será dado por los profetas que están en contacto directo con el Ser divino y han recibido el conocimiento correcto. Son sinceros, íntegros, dignos de confianza, piadosos, y su vida de pureza absoluta es un testimonio irrevocable de la vivacidad de sus consejos y sobre todo, la sabiduría y la fuerza de su mensaje os obligan a admitir que dicen la verdad y que todo lo que predican merece ser creído y seguido. Esta convicción, que es la vuestra, es el imán u bil ghaib la! actitud capaz de discernir la verdad y de reconocerla (es decir, «imán u bil ghaib») es esencial para la obediencia a Dios, y para actuar de acuerdo con su voluntad, porque no tenéis otro intermediario más que el Mensajero de Dios para alcanzar el verdadero conocimiento, y sin conocimiento verdadero no podréis avanzar seguros en el camino del Islam.
3.-El apostolado
Nuestra discusión ha puesto en evidencia los puntos siguientes:
Es justo que el hombre viva una vida de obediencia a Dios, y por esto, el conocimiento y la fe son absolutamente necesarios; conocimiento de Dios y sus atributos, de lo que le gusta y no le gusta, de su camino y del día del juicio final; y una fe Inquebrantable en la veracidad de este conocimiento -esto es imán.
Dios ha querido evitar al hombre tener que conquistar este conocimiento al precio de un esfuerzo personal. No ha puesto al hombre ante esta prueba difícil, pero ha revelado este conocimiento a los profetas elegidos entre los hombres, ordenándoles transmitir su voluntad a las otras criaturas humanas y enseñarles el camino recto. Esto ha evitado al hombre terribles calamidades.
Por último el deber de todos los hombres y mujeres, es reconocer un profeta, y después asegurarse que es verdaderamente el enviado de Dios, tener fe en él y en su enseñanza, y obedecerle escrupulosamente y seguir sus pasos. Este es el camino de la Salvación.
En este capítulo discutiremos la naturaleza, de la historia y los demás aspectos del apostolado.
Su naturaleza y su necesidad
Podéis ver que Dios ha provisto al hombre muy graciosamente de todo lo que tiene necesidad en este universo. El recién nacido viene al mundo con ojos para ver, oídos para oír, nariz para sentir y respirar, manos para tocar, pies para caminar, y un espíritu para pensar y reflexionar. todas las facultades y poderes que pueda necesitar cuando sea un hombre, han sido maravillosamente colocados en su pequeño cuerpo. Las menores necesidades han sido previstas, nada ha sido olvidado.
Del mismo modo ocurre al universo donde vive. Todo lo que es esencial a su existencia está dotado de ello en abundancia - aire, luz, calor, agua, etc. Desde el día en que abre los ojos, el niño encuentra su alimento en el seno de su madre. Sus padres lo quieren instintivamente, y en su corazón ha sido implantado el instinto protector que les incita a levantar y sacrificar su bienestar por el suyo propio. Así, afectuosamente protegido, el niño alcanza la madurez y en cada etapa de su vida encuentra en la Naturaleza de todo de lo que tiene necesidad. todas las condiciones materiales de supervivencia y de crecimiento le son dadas y puede darse cuenta que el Universo entero está a su servicio y le sirve en cada instante.
Mucho más, el hombre tiene la suerte de disponer de todos los poderes y facultades - físicas, mentales y morales - de las cuales tiene necesidad en su lucha por la vida. Con este propósito Dios ha puesto disposiciones maravillosas: no ha repartido los dones estrictamente igual entre los hombres. Si lo hubiera hecho, esto habría vuelto a los hombres - totalmente independientes los unos de los otros y habría, así, perjudicado el concepto de cooperación y ayuda mutua. Por lo tanto, aunque la Humanidad en su conjunto disponga de esto que tiene necesidad, entre los hombres sin embargo, las facultades están distribuidas desigualmente y con parsimonia. Algunos tienen una gran fuerza física, otros se distinguen por sus capacidades intelectuales. Algunos nacen con una gran aptitud para las artes, la poesía, la filología, otros tienen talentos de oradores o sentido de la estrategia, aptitud para el comercio, espíritu matemático, curiosidad científica, observación literaria, inclinación por la filosofía... Estas aptitudes particulares distinguen a cada hombre, permitiéndole interpretar las sutilezas que escapan al común de los mortales. Estas instituciones, éstas aptitudes y estos talentos son dones de Dios. Están en la naturaleza de los que Dios ha destinado que sean así distinguidos. Estos dones son innatos y no pueden adquirirse por el entrenamiento o la educación.
Si se piensa en esta repartición de los dones divinos, se descubre que ha sido maravillosamente hecha. Las capacidad es que son esencia les para la supervivencia de la cultura humana han sido dadas al hombre medio, mientras que los talentos extraordinarios que no son necesarios más que en una menor medida, han sido dados solamente a un pequeño grupo de personas. Hay un gran numero de soldados, labradores, artesanos, obreros; pero los jefes militares, los sabios, los hombres de estado, y los intelectuales son relativamente poco numerosos. Ocurre lo mismo en todos los dominios. La regla general parece ser la siguiente: Cuanto más desarrollada es una facultad, cuanto más grande es un genio, menos gente hay que lo posean. Los grandes genios que dejan una huella imborrable en la historia humana y cuyas hazañas abren el camino a la Humanidad duran- te siglos, son todavía menos numerosos.
Aquí llegamos a otra pregunta: ¿La Humanidad tiene necesidad de expertos y de especialistas únicamente en el dominio del derecho, de la política, la ciencia, las matemáticas, la técnica, la mecánica, las finanzas, la economía, o bien tiene Igualmente necesidad de hombres que puedan indicarle el recto camino -el camino de Dios y de la Salvación-? Otros expertos hacen conocer al hombre todo lo que existe en el Universo, así como los medios y los métodos para utilizarlos. Sin duda, hace falta de alguno para que pueda explicar al hombre cuál es el fin supremo de esta creación y el significado de la vida, qué es el hombre mismo, por qué ha sido creado, quién le ha dado los poderes y los recursos de los que dispone, y por qué, cuál es el ideal final de la vida y cómo lo consigue, cuáles son los valores reales y cómo los alcanza. He ahí cuál es la necesidad primordial del hombre y si Ignora esto, no encontrará jamás bases sólidas ni tendrá éxito en esta vida ni en la futura.
Nuestra razón se niega a creer que Dios, que ha previsto para el hombre hasta la más banal de sus necesidades, haya podido omitir poder a esta necesidad, la más grande y la más vital de entre todas. No puede ser así. Y no es as a Dios ha dado hombres eminentes en las artes y en las ciencias, pero ha suscitado Igualmente hombres con Intuición profunda, clarividentes y aptos en conocer y asimilar. Es a éstos a los que le ha revelado el camino de la piedad y de la virtud. Les ha explicado los fines de la vida y los valores morales y les ha confiado la misión de comunicar la divina Revelación a los demás seres humanos y de enseñarles el recto camino. Estos hombres son los profetas, los mensajeros de Dios.
Los profetas se distinguen en la sociedad humana por sus aptitudes especiales, sus extraordinarias capacidades y sus aptitudes natural es. El genio no se exige más que de él mismo y convence automáticamente a los demás. Por ejemplo, cuando se oye a un verdadero poeta, se reconoce en seguida su genio extraordinario, los que no poseen naturalmente este talento no llegarán nunca a alcanzar esta excelencia incluso procurándolo con todas sus fuerzas. Del mismo modo para los oradores, escritores, jefes, inventores de nacimiento. Cada uno de estos talentos se distingue por su aptitud y sus resultados extraordinarios. Los demás no pueden compararse a ellos. Del mismo modo con el profeta. Su espíritu comprende problemas que se escapan a los demás talentos; explica los asuntos que nadie puede abordar: su intuición aclara cuestiones tan sutiles y tan complicadas que nadie llegaría a comprender, incluso después de años de reflexión y meditaciones profundas. Su razón aprueba todo lo que dice; el corazón siente que esto es verdad; la experiencia y las observaciones de los fenómenos del mundo atestiguan toda la veracidad de sus palabras. Pero si intentamos nosotros mismos hacer lo mismo, sería un fracaso. La naturaleza y las aptitudes del profeta son tan buenas y tan puras que su actitud es siempre digna de confianza, honesta y notable. No hace mal, ni profiere malas palabras. Inculca siempre la virtud y practica él mismo lo que predica a los demás. En ningún caso su vida está en desacuerdo con sus ideales. Ni sus palabras, ni sus actos son dictados por el Interés personal Sufre por el bien de los demás sin esperar recompensa. Su vida entera es un ejemplo de verdad, nobleza, pureza de naturaleza, pensamiento elevado, la forma más exaltada de la humanidad. Su carácter es irreprochable y su vida está exenta de debilidades. Todos estos hechos, todos estos atributos prueban que es el profeta de Dios y que se puede tener fe en él.
Cuando queda evidente que tal persona es el verdadero profeta enviado de Dios, es lógico escuchar sus palabras, seguir sus instrucciones, ejecutar sus órdenes. Sería ilógico reconocer a un hombre como verdadero profeta de Dios y después no creer en lo que dice, o no seguir lo que ordena. Porque la aceptación misma de este hombre, como un profeta enviado de Dios, significa que se admite que sus palabras vienen de Dios y que todas sus acciones están en conformidad con la voluntad y el placer de Dios. Desobedecerle es desobedecer a Dios y desobedecer a Dios no lleva más que a la ruina y desolación. Es por esto por lo que el reconocimiento mismo del profeta os obliga a inclinaros ante sus instrucciones y aceptarlas sin murmurar, sean cuales fueren. Tal vez no podréis comprender su sabiduría o la utilidad de tal o cual orden, pero el hecho mismo de que una instrucción venga del profeta es una garantía suficiente de su veracidad y no podría haber lugar para la duda o la sospecha. Si no lo comprendéis esto, no quiere decir que haya error, porque la comprensión del hombre ordinario no es perfecta. tiene sus limitaciones que no pueden ser ignoradas. Es evidente que el que no conoce un arte a fondo, no puede comprender las sutilezas, pero ¡sería estúpido rechazar lo que dice un experto simplemente porque no se comprende perfectamente su juicio! Es preciso anotar que en todas las ocupaciones de este mundo, se tiene necesidad de consejos de un experto, y cuando os dirigís a él, lo hacéis con confianza. Preferís no juzgar por vosotros mismos sino seguir sus consejos. Todo el mundo no puede sobresalir en todas las artes y materias. La gente corriente hace cuanto puede y para las cosas que ignora, emplea toda su sabiduría y su sagacidad en encontrar al hombre cualificado que podrá guiarla y ayudarla; una vez que lo encuentra, acepta y sigue sus consejos. Cuando estáis convencidos de que tal persona es el hombre más cualificado para el problema que os ocupa, solicitáis, sus consejos y mandatos y le dais confianza. La interrupción a cada instante para decir: «Explíqueme esto antes de ir más lejos», sería evidentemente ridículo. Cuando contratáis a un hombre de leyes para un pleito, no os metéis en lo que hace en cada noticia nueva del procedimiento. Es mejor darle confianza y seguir sus consejos. Para un tratamiento medio, vais a consultar al médico, y os conformáis con sus instrucciones. No os interpoléis en las cuestiones médicas y no practicáis vuestros dones de lógica en argumentar con el médico. Es la conducta que conviene adoptar en la vida. Lo mismo debe ocurrir en materia de religión. tenéis necesidad de conocer a Dios, y de encontrar el modo de vida que puede agradarle; y no tenéis medios de adquirir este conocimiento. Os incumbe, por consiguiente, buscar un verdadero profeta de Dios; os hará falta usar un cuidado infinito de discernimiento y de sagacidad en esta búsqueda, porque si escogéis a alguno que no sea un verdadero profeta, os llevará al mal camino. Sin embargo, si después de haber meditado, pensado y reflexionado, acabaseis por decir que tal persona es realmente el profeta enviado de Dios, entonces debéis darle enteramente confianza y obedecer fielmente en todas sus instrucciones.
Ahora está claro que el camino recto es aquel y sélo aquel que el profeta declare venir de Dios. Se comprenderá fácilmente que la fe y la obediencia al profeta son absolutamente vitales para todo el mundo, y que un hombre que rechaza las instrucciones del profeta y trata de abrirse él mismo una ruta, se desvía del recto camino y es seguro su extravío.
En esta materia, los hombres se han sentido culpables de extraños errores. Algunos han admitido que el profeta era íntegro y digno de confianza, pero no tienen el imán (la fe en él) ni siguen sus consejos para dirigir su vida. Son no solamente kafir sino que también se comportan de una manera muy imprudente e ilógica: pues no escuchar al profeta después de haberlo reconocido como tal, significa que se comprometen voluntariamente en el error.
Habéis estudiado probablemente la geometría, y sabéis que entre dos puntos no puede pasar más que una sola línea recta, y que todas las demás líneas son curvas o no tocan los dos puntos a la vez. Lo mismo ocurre para el camino de la verdad, que en el lenguaje del Islam se llama as cirata l mustaquim («el camino recto»). Este camino parte del hombre y va derecho a Dios, y no existe más que uno solo y único; todos los demás caminos son aberraciones. Este camino recto ha sido trazado por el profeta y no puede haber otro. El hombre que desdeña este camino y busca otra vías, es víctima de su propia imaginación. Elige una vida y se imagina que es la buena, pero se pierde pronto en los meandros y el laberinto de su imaginación. ¿Qué pensaríais si cuando alguien se extravía y una persona caritativa le enseña el camino a seguir, Ignora completamente el consejo y declara: «Yo no tengo que cumplir vuestros mandatos y no tomaré el camino que me habéis indicado, pues yo mismo voy a salir al azar en esta región desconocida y trataré de alcanzar mi destino a mi manera»? Este modo de actuar sería verdaderamente estúpido cuando se dispone de las directivas luminosas de los profetas. Si todo el, mundo tratase de partir de cero, esto sería una enorme pérdida de tiempo y de energía. Si no hacemos nunca esto en el dominio de la ciencia o de las artes; ¿por qué hacerlo en el dominio de la religión?
Es una aptitud bastante común y reflexionando un poco, se ve cuán errónea y defectuosa es. Pero si se piensa en el la un poco más profundamente se advierte que el que niega tener confianza en el verdadero profeta no descubrirá el camino recto, directo o no, que lleva a Dios Esto, porque el que niega seguir los consejos de un hombre apasionado de la verdad, adopta por lo mismo una actitud tan perversa que las perspectivas de la verdad le serán extrañas y llega a ser la víctima de su propia obstinación, de su arrogancia, de sus prevenciones y de su perversidad. Esta negación viene a menudo de un amor propio mal situado, de una conservación ciega, -y de una adhesión obstinada a las tradiciones ancestrales, o de un abandono en los bajos instintos cuya satisfacción se hacen imposibles si se somete a la enseñanza de los profetas. Si un hombre se encuentra en tal estado de espíritu, el camino de la verdad le será cerrado. Tal enfermedad no puede ver las cosas con los colores de la realidad. No descubrirá ningún camino hacia la salvación. Pero por otra parte, si un hombre es sincero, ama la verdad, y no es esclavo de ninguno de los complejos que venimos citando, el camino de la realidad se abrirá ante él, y no tiene ninguna razón de rechazar las palabras del profeta. Al contrario, descubre en las enseñanzas del profeta el eco mismo de su propio alma, y se descubre, descubriendo al profeta.
Por encima de todo, el verdadero Profeta es suscitado por Dios mismo. Es si quien le ha enviado a la Humanidad para transmitir su mensaje a su pueblo. Dios mismo nos ordena tener fe en el profeta y escucharle. Pues el que niega creer en él, niega, de hecho, seguir los mandamientos de Dios y llega a ser un rebelde. Es indiscutible que el que niega reconocer la autoridad del representante del Soberano, niega, en efecto, la del Soberano mismo Esta de obediencia hace de él un rebelde. Dios es el Señor del Universo, el verdadero Soberano, el Rey de reyes, y es el deber más estricto de todo hombre, reconocer la autoridad de sus mensajeros y de sus apóstoles, y de obedecerles como a sus profetas acreditados. El que se aparte del profeta de Dios es seguramente un kafir, ya sea creyente en Dios o in l crédulo.
El apostolado de Muhammad
Echemos una mirada al mapa del mundo. Nos daremos cuenta que no había país más apropiado que Arabia para esta religión universal que llegó a ser tan necesaria. Arabia está situada entre Asia y ¡frica, no demasiado lejos de Europa. En la época de Muhammad, la parte meridional de Europa estaba habitada por naciones civilizadas y culturalmente desarrolladas: y así, estos pueblos se encontraban a casi igual distancia de Arabia que los pueblos de la India. Esto daba a Arabia una posición central.
Si estudiáis la historia de esta época, veréis Igual mente que ningún otro pueblo era más apropiado para recibir el apostolado que los árabes.
Las grandes naciones del mundo habían combatido sin suerte por la supremacía mundial, y en esta larga e incesante lucha, habían agotado todos sus recursos y su vitalidad. Los árabes eran un pueblo nuevo y viril. EI pretendido progreso social habla producido malas costumbres entre las naciones desarrolladas mientras que entre los árabes no existía tal organización social, estaban por consiguiente desprovistos de la pereza, del envilecimiento, y de los vicios nacidos del lujo y de la sociedad sensual. Los árabes paganos del siglo VII no habían sido afectados por las malas influencias de los sistemas sociales y de la civilización artificial de las grandes naciones del mundo. Poseían todas las cualidades humanas sanas de un pueblo no alcanzado por el «progreso social» del tiempo. Eran valerosos, generosos, fieles a la palabra dada, espíritu de libertad, políticamente independientes, libres de toda hegemonía. Vivían una vida frugal, sin conocer el lujo o la licencia. Sin duda, tenían también aspectos reprensibles en su vida Igualmente, como veremos más tarde; pero la razón de ello era que desde milenios ningún profeta se había manifestado entre ellos, ningún reformador para civilizarlos y espulgar su vida moral de todas sus impurezas. Siglos de vida libre e independiente en desiertos de arena, los habían vuelto extremadamente Ignorantes. Estaban por consiguiente tan endurecidos y arraigados en sus tradiciones de ignorancia que humanizarles no era la tarea de un hombre ordinario. Pero, por otro lado, si alguno dotado de poderes extraordinarios iba a invitarles a reformarse, y darles un noble ideal y un programa completo, estaban dispuestos a escuchar su llamamiento y obrar con buena voluntad hacia tal fin, sin retroceder ante ningún sacrificio por esta causa. Estaban dispuestos a hacer frente, sin el menor sentimiento, a la hostilidad del mundo entero por la causa de su misión. Sinceramente, tal pueblo era, joven, lleno de fuerza viril, que era necesario para extender las enseñanzas del profeta universal: Muhammad -la paz sea con él-.
Considerad luego la lengua árabe; si la estudiáis, si habéis estudiado la literatura árabe, os habréis convencido de que no hay lengua más apropiada para expresar ideales elevados, para explicar los problemas más sutiles y más delicados del conocimiento divino, para tocar el corazón del hombre e inclinarlo a la sumisión de Dios. Frases cortas son suficientes para expresar todo un mundo de Ideas y al mismo tiempo grabar tal señal en el corazón que fácilmente lleva a las lágrimas y al éxtasis. Son dulces como la miel, tan armoniosas que hacen vibrar, con su música, todas las fibras del cuerpo humano. Es una lengua tan rica y tan poderosa que era necesario para el Corán, la Sagrada Palabra de Dios.
Es pues una manifestación suplementaria de la gran sabiduría divina haber elegido la tierra de Arabia como lugar de nacimiento del profeta universal. Veamos ahora cuán única y extraordinaria era la personalidad bendita que Dios eligió para esta misión del profeta universal.
Si se pudieran cerrar los ojos y trasladarse al mundo de hace mil cuatrocientos años, se vería que era un mundo completamente diferente del nuestro, que no ofrece el menor parecido con el caos que nos rodea. Las ocasiones de cambiar de ideas eran raras; los medios de comunicación, primitivos e insuficientes; el conocimiento humano, reducido y estrecho en su concepto, bañado en una atmósfera de superstición y de ideas locas y pervertidas.
Las tinieblas reinaban. Los conocimientos de la época no eran suficientes para iluminar el horizonte del espíritu humano. No había ni radio, ni teléfono, ni televisión, ni cine. Los trenes, los coches y los aviones no eran incluso concebibles y se ignoraba completamente la imprenta y la edición. Manuscritos, obras de los copistas, abastecían solos el ramo material literario para ser transmitido de una generación a otra. La instrucción era un lujo, reservado a los más afortunados, y las escuelas eran extremadamente raras. La Idea de los conocimientos humanos era poco Importante . El hombre tenga la un concepto estrecho y sus ideas sobre él mismo y sobre la Creación se limitaban a su horizonte limitado. Incluso un sabio de ésta época estaba desprovisto de algunos conceptos del saber poseído por la mayoría de los mortales hoy día. Las gentes no cultivadas eran menos refinadas que el hombre de la calle de ahora.
Verdaderamente la Humanidad estaba sumergida en la ignorancia y la superstición. El débil reflejo de conocimiento que existía, entonces, parecía librar un combate perdido de antemano contra las tinieblas que triunfaban alrededor. Lo que es hoy considerado como un nivel medio de instrucción, podía difícilmente ser alcanzado en aquellos tiempos, incluso después de años de búsqueda y de reflexión pacientes. Las gentes emprendían viajes arriesgados y pasaban toda su vida en adquirir la poca instrucción que es hoy patrimonio de todos. Las cosas que se llaman ahora mitos y supersticiones eran, en esta época, verdades indiscutibles. Los actos considerados hoy como aborrecibles y bárbaros eran entonces hechos normales. Métodos odiosos en nuestro actual sentido de la moral, constituían la base misma de la moralidad, y no se podía imaginar, en este tiempo, que pudiera existir otro género de vida. La incredulidad había tomado tales proporciones y se había extendido de tal modo que las gentes no consideraban como elevado y sublime más que lo sobrenatural, lo extraordinario, lo misterioso e incluso lo insensato. Habían adquirido tal complejo de inferioridad que no podían imaginar que un ser humano pudiera poseer un alma - divina o que un santo fuese hecho hombre.
Arabia -Abismo de tinieblas-
En esta era de incultura había un país donde las tinieblas eran aún más espesas que en cualquier parte. Los países vecinos, Persia, Bizancio, Egipto, eran más civilizados y cultivados, pero, Arabia no estaba de ningún modo influenciada por su cultura. Estaba aislada por vastos océanos de arena. Los mercaderes árabes que emprendían largos periplos de varios meses, comerciaban con estos países, pero no podían adquirir el saber durante estos viajes. En su país no había ni escuelas, ni bibliotecas, nadie parecía interesarse por el desarrollo de la ciencia. Las raras personas que sabían leer y escribir no estaban bastante instruidas como para interesarse en las artes y en las ciencias existentes. Tenían un lenguaje muy desarrollado, capaces de expresar los más sutiles matices del pensamiento humano, y un gusto literario refinado, pero el estudio de vestigios de su literatura, indica en cambio que su saber era limitado, su nivel de civilización bajo y estaban impregnados de supersticiones, sus pensamientos y costumbres eran bárbaros y feroces, sus conceptos morales rudos y envilecidos.
Era un país sin gobierno. Cada tribu reclamaba la soberanía y se consideraba como independiente. No había otra ley que la de la rudeza. El botín, el incendio, el homicidio del débil y del inocente estaban a la orden del día. La vida humana, la propiedad, y el honor estaban constantemente amenazados. Las diferentes tribus guerreaban entre ellas. El más banal Incidente era suficiente para suscitar una querella que degeneraba en combate furioso o a veces incluso en conflicto a escala de un país, que duraba decenios de años. Un beduino no veía la necesidad de perdonar a un miembro de otra tribu, que pensaba él tenía perfectamente el derecho de matar y saquear.
Todas las nociones de moral, cultura, civilización que podían tener, eran primitivas y toscas. Distinguían difícilmente lo puro de lo impuro, lo legal de lo ideal, lo civil de lo incivil. Tenían una vida ruda, costumbres bárbaras, se complacían en el adulterio, el juego y la bebida. El botín y el pillaje eran su divisa, el asesinato y la rapiña cosas cotidianas y banales. Se presentaban desnudos en público sin el menor pudor. Incluso las mujeres iban desnudas a la procesión al rededor de la kaba. Por estúpidas nociones de prestigio, enterraban vivas a sus hijas. Se casaban con sus madrastras después de la muerte de su padre. Ignoraban hasta los rudimentos de la rutina cotidiana de la alimentación, del vestido y de la higiene.
En lo que concierne a sus creencias religiosas sufrían de los mismos males que atacaban al resto del mundo. Adoraban a las piedras, los árboles, los ídolos, los espíritus, en resumen, todo lo que se puede imaginar, salvo a Dios. Recordaban vagamente que Abraham e Ismael eran sus antepasados, pero no sabían prácticamente nada de lo que habían predicado, ni del Dios que habían adorado. Las historias de Aad y de Thamud se encontraban en sus tradiciones populares, pero no contenían ningún rasgo de las enseñanzas de los profetas Hud y Salih. Los judíos y los cristianos les habían transmitido algunas leyendas tradicionales, refiriéndose a los profetas israelitas que daban una imagen lamentable de estas nobles almas. La ficción de su propia imaginación había adulterado sus enseñanzas y borrado la noble postura de sus vidas. Hoy, aún, se puede tener una idea de los conceptos religiosos de estas gentes echando un vistazo a las tradiciones Israelitas que los comentaristas islámicos del Corán nos han transmitido. El cuadro que se ha hecho del apostolado y del carácter de los profetas israelitas es la antítesis de todo lo que estos nobles defensores de la verdad habían creído.
El Salvador nacido
Es en esta época y en este país tan inculto donde nació un hombre. Sus padres mueren cuando él era todavía un niño, y algunos años más tarde, su abuelo muere. Con este hecho es privado de la poca Instrucción y educación que podía recibir un niño árabe de esta época. Durante su infancia guardé rebaños de carneros y cabras con otros pequeños beduinos. Cuando llegó a adulto, entré en el comercio. No tenía relaciones más que con árabes, de los que acabamos de describir su situación. No es instruido en absoluto y es completamente analfabeto. Nunca tuvo la posibilidad de estar en compañía de gente Instruida, porque tales hombres no existían en Arabia. Tuvo algunas ocasiones de salir de su país, pero estos viajes se limitaban a Siria, y no son más que ordinarios viajes comerciales emprendidos por las caravanas árabes. Si encontré gentes instruidas allí, o si tuvo ocasión de observar diversos aspectos de la civilización, estos encuentros y estas observaciones fortuitas no juegan ciertamente, ningún papel en la formación de su personalidad, pues tales incidentes tan fragmentarios no habrían jamás podido tener sobre cualquiera una influencia profunda hasta el punto de hacerle abandonar su medio ambiente, transformarlo completamente y elevarlo a tales alturas de originalidad y de gloria sin que quede ninguna afinidad entre él y la sociedad de la que salió. Estas observaciones no pueden nunca ser la base del inmenso conocimiento suficiente para transformar un beduino analfabeto en un jefe, no solamente de su propio país, sino del mundo entero y para todos los tiempos futuros. Sea cual fuere la influencia cultural e intelectual que se le pueda atribuir a estos viajes, no podían en ningún caso sugerirle estos conceptos y estos principios de moral religiosa, de cultura y de civilización totalmente inexistentes en el mundo de esta época, ni crear este modelo sublime y perfecto de carácter humano, que no se podía encontrar entonces.
Una revolución se produce
Después de haber vivido durante mucho tiempo una vida tan casta, tan pura y elevada, su existencia es repentinamente trastornada. Se siente cansado do las tinieblas y de la ignorancia que le rodea. Quiere escapar de estos abismos de corrupción, inmoralidad, idolatría, y desorden, que le rodean por todas partes. Todo, alrededor de él, hiere su alma. Se retira a las colinas, lejos del tumulto de la sociedad. Pasa días y noches meditando en la más completa soledad. Ayuna para que su alma y su corazón lleguen a ser aún más puros y más nobles. Anduvo errante y medité profundamente. Busca una luz que pueda disipar las tinieblas que le rodean. Quiere captarlas para mentalizar al mundo corrompido de su tiempo, y poner los cimientos de un mundo mejor.
He aquí que una notable revolución se produce en él. De pronto su corazón es iluminado por la luz divina, que le da el poder que había soñado poseer. Deja la soledad de su gente, vuelve hacia el pueblo, y se dirige a ellos en estos términos:
«Los ídolos que adoráis son una pura superchería, dejad de adorarlos. Ningún ser humano, ninguna estrella, ningún árbol, ninguna piedra, ningún espíritu, merece recibir culto. No inclinéis vuestras cabezas ante ellos. El Universo entero, y todo lo que contiene, pertenece al único Dios todopoderoso. El solo es vuestro creador, vuestro mantenedor, y por consiguiente vuestro verdadero Soberano. Es ante Él donde debéis inclinaros, rezad, y haced acto de obediencia. Así pues, no adoréis más que a si, y no obedezcáis más que a sus únicos mandatos. El botín, el pillaje, el asesinato, el robo, la injusticia y la crueldad, todos los vicios que practicáis son crímenes a los ojos de Dios. Abandonad vuestros modales inicuos. Dios los aborrece. Decid la verdad, sed justos, no robéis, tomad solamente la parte que os corresponde. Dad lo que es debido a los demás con justicia, sois seres humanos y todos los seres humanos son iguales a los ojos de Dios. Nadie ha nacido señalado con el sello de la Infamia o de la nobleza. Sólo es noble y honorable el que cree en Dios, es piadoso, y sincero tanto en sus palabras como en sus actos. Las distinciones de nobleza, gloria y raza no son criterios de grandeza y honor. El que cree en Dios y hace justas acciones es el más noble de los hombres. El que está desprovisto de amor por Dios, que se ha habituado a malos modales, es maldecido. Hay un día fijado después de vuestra muerte en que tendréis que comparecer ante vuestro Señor. Seréis llamados a rendir cuentas de todas vuestras acciones, buenas y malas, y no podréis ocultar nada. Toda la historia de vuestra vida será como un libro abierto ante Él. Vuestra suerte dependerá de vuestras acciones, buenas o malas. Ante el tribunal del verdadero juez -Dios Omnipotente- no habrá recomendaciones ni favoritismos. No podéis pagarle. No se os tendrá en cuenta vuestro y tendréis el de vuestros antepasados. Sélo la fe verdadera y las buenas acciones serán consideradas en este momento. El que esté bien dotado de ellas tendrá en el cielo la felicidad eterna, mientras el que esté desprovisto será precipitado en las llamas del infierno».
Tal fue el mensaje que llevé. La nación se volvió contra él, los insultos y las piedras volaban hacia su augusta persona. Soporté toda clase de torturas y crueldades, y no durante un día o dos solamente, sino durante trece largos años. Finalmente fue exiliado. Pero incluso allí no se le concedió tregua. Fue atormentado de múltiples maneras en su refugio. Toda Arabia se levanté contra él. Es perseguido y acosado sin descanso durante ocho años enteros. Soporté todo eso sin que su posición variase ni una pulgada. Es atrevido, cerrado e inflexible en su convicción.
Un hombre transformado a los cuarenta años. ¿Por qué?
Durante cuarenta años, él vivió como un árabe entre los árabes. Durante este período, no se distinguió ni como jefe de estado, ni como predicador, ni como orador. Nadie le había oído proferir gestos de sabiduría y de conocimiento como comenzó a hacerlo más tarde. No se le había visto jamás discurriendo sobre los principios de metafísica, ética, derecho, economía y sociología. No solo lamente no era un gran general, sino que no era incluso un simple soldado. No había dicho jamás una palabra sobre Dios, los ángeles, los libros revelados, los profetas antiguos, las naciones desaparecidas, el día del juicio, la vida después de la muerte, el cielo y el infierno. Es verdad que poseía un excelente carácter y modales encantadores, estaba altamente cultivado, sin embargo no había en él nada notable que hubiera podido dejar presagiar alguna cosa grande y revolucionaria, de su parte, en el futuro. Era conocido entre sus amistades como un ciudadano sabio, tranquilo, amable, respetuoso de las leyes y bien preparado. Cuando volvió de la cueva con un nuevo mensaje, estaba completamente transformado.
Cuando se puso a predicar su mensaje, toda Arabia quedé estupefacta, asombrada por su maravillosa elocuencia y sus talentos de orador. Era tan impresionante y cautivante que sus peores enemigos tenían miedo de oírle, miedo que no impresionara profundamente su corazón, y les hizo abandonar sus viejas religiones y sus viejos conceptos. Era tan incomparable que nadie, entre los poetas, los predicadores y los oradores árabes de la más alta categoría llegó a producir alguna cosa aproximándose a la belleza de su lenguaje y al esplendor de su dicción cuando desafié a sus adversarios de producir, incluso en grupo, el menor versículo comparable a lo que él recitaba.
Su mensaje universal
Además de eso, apareció entonces ante su pueblo como un filósofo único, un reformador notable que imprimió su sello en la cultura y la civilización, un político ilustre, un gran jefe, un juez de la más alta eminencia, y un incomparable general. Este beduino ilustre, este habitante del desierto, hablaba con un conocimiento y una sabiduría como no se había visto jamás antes, y que no se debía igualar más tarde. Expuso delicados problemas de metafísica y de teología, pronuncié discursos sobre los principios de la caída y del declive de las naciones y de los imperios, citando en apoyo de sus tesis los datos histéricos del pasado. Examiné las obras de los antiguos reformadores, juzgó las diversas religiones del mundo, dio juicios sobre las diferencias y las querellas entre las naciones. Decreté cánones éticos y culturales. Formulé leyes sociales, económicas sobre la conducta de grupo, las relaciones internacionales, tan sabias, que incluso los pensadores y sabios eminentes no pueden apreciarlas a su justo valor más que después de haber hecho largas búsquedas y adquirido una vastas experiencias de los hombres y de las cosas. Las bellezas de este mensaje no aparecen más que progresivamente a medida que el buscador avanza en el conocimiento teórico y la experiencia práctica.
Este mercader silencioso y amante de la paz, que antes no había manejado jamás la espada, que no tenía ninguna formación militar, que no había participado más que una vez en una batalla y solamente de espectador, se transformé repentinamente en un soldado tan valeroso que no retrocedió nunca incluso en el mismo corazón de las batallas más encarnizadas; llegó a ser un gran general que conquisté Arabia entera en nueve años en una época en que las armas eran primitivas y los medios de comunicación de lo más restringidos. Su perspicacia, su eficacia, el espíritu combativo que infundía a sus hombres, y la formación militar que dio a un grupo abigarrado de árabes (sin dotación digna de este nombre), realizaron tales prodigios que en algunos años derriba ron los más formidables poderíos militares de la época; y llegaron a ser los dueños de la mayor parte del mundo entonces conocido.
Este hombre tranquilo y reservado que durante cuarenta anos no mostré jamás señal de ningún interés o actividad política, apareció repentinamente en la escena mundial como un reformador político y un hombre de estado notable; sin la ayuda de la radio o de la prensa, unió todos los habitantes esparcidos de un desierto de dos millones de kilómetros cuadrados -un pueblo que era batallador, ignorante indisciplinado, inculto y sumergido en un estado permanentemente de guerra interna- bajo una misma bandera, una misma ley, una misma religión una cultura, una civilización y una forma de gobierno única.
Cambió sus modos de pensamiento, sus costumbres e incluso su moral. Transformé bárbaros en gente civilizada, pecadores en gente piadosa, rectas y creyentes en Dios. Su naturaleza indisciplinada y fiera aprendió la obediencia y la sumisión a la ley y el orden.
Una nación que no había visto un solo gran hombre digno de este nombre desde siglos, vio aparecer gracias a la influencia de Muhammad -la paz sea con él- millones de nobles almas que partieron a los lugares más apartados del mundo a predicar y enseñar los principios de la religión, de la moral y de la civilización.
Muhammad cumplió todo esto sin emplear ni astucia, ni violencia, ni crueldad, sino gracias a sus modales cautivantes, su personalidad y moral interesantes, y la convicción de su enseñanza. Su conducta noble y digna le atrajo incluso la amistad de sus enemigos.
Atraía todos los corazones por su simpatía infinita, y por su entrega y ternura humana. Goberné con justicia, no se aparté jamás de la verdad ni de la rectitud. No oprimió a nadie, incluso a sus enemigos mortales que habían atentado contra su vida, que le hablan lapidado, echado de su país natal, habían provocado contra él a toda Arabia -incluso a los que habían masticado el hígado de su tío muerto en un delirio de venganza-.
Perdoné a todos cuando venció. No se vengó de ninguna de sus desgracias personales o de los daños que le habían sido causados.
Aunque fuera cabeza de sus país, era tan desinteresado y tan modesto que quedé siempre muy sencillo y económico en sus costumbres. Vivía sobriamente como antes, en su humilde casa de barro. Dormía en una estera, llevaba vestidos rugosos, comía alimentos muy simples, de los pobres, y a veces los repartía sin haber comido nada. Pasaba con frecuencia noches enteras rezando ante Dios. Ayudaba a los pobres y a los necesitados.
Los trabajos manuales difíciles no le desanimaban. Hasta sus últimos instantes, no tuvo el menor indicio de orgullo o de altivez como ocurre a menudo entre los que tiene la fortuna de ocupar una posición elevada. No importaba con qué hombre, él anduvo y trataba con el pueblo, y compartía lo mismo sus alegrías que sus penas. Se mezclaba de tal forma entre la muchedumbre, que un extranjero habría distinguido difícilmente al jefe del país entre su pueblo.
A pesar de su grandeza, su comportamiento con respecto a los más humildes, era el de un ser humano ordinario. En todas las luchas, y frases de su vida, no buscó ningún provecho ni recompensa personal y no transmitió ninguna fortuna a sus herederos. Consagré todos sus bienes a su pueblo. Ordené a sus discípulos no asignarle fondos ni para él ni para sus descendientes y prohibió incluso a sus descendientes percibir beneficios del azaque (la tasa de los pobres) por temor de que más tarde sus discípulos no distribuyeran la totalidad del azaque por ellos.
Su contribución al pensamiento humano
Los grandes hechos de este hombre excepcional no quedaron ahí. Para apreciarlos en su verdadero valor es preciso considerar su obra en su conjunto en el contexto de la historia del mundo. Aparece entonces aún más claramente, que este habitante analfabeto de un desierto de Arabia, nacido en una época de incultura, hace más de mil cuatrocientos años fue un verdadero pionero de la época moderna, y uno de los «faros» de la Humanidad. Es un guía no solamente para los que aceptan su autoridad, sino también para los que le niegan la autoridad de un profeta. La única diferencia es que estos últimos no se dan cuentan que sus mandatos siguen influenciando a su pensamiento y son los principios directivos de sus vidas, el espíritu incluso de los tiempos modernos.
Arthur Leonard escribe: «El Islam ha realizado en efecto, una tarea inmensa. Ha dejado una huella indeleble en las páginas de la historia humana, y no podrá ser plenamente valorado más que a medida del desarrollo del mundo».
El sabio John Davenport anota: «Es preciso reconocer que todo el conocimiento en materia de física, astronomía, filosofía y matemáticas que se extiende en Europa a partir del siglo X, proviene de las escuelas árabes, y los sarracenos de España podían ser considerados como los padres de la filosofía europea». Citado por A. Karim en «Islam's contribution to Sciencie and Civilization».
El famoso filósofo inglés Bertrand Russel escribe: «La supremacía del Oriente no era solamente militar. La ciencia, la filosofía, la poesía y las artes se extendieron todas... en el mundo musulmán, en una época en que Europa estaba sumergida en la barbarie. Los europeos con una insularidad imperdonable llaman a esta época era de las tinieblas . Pero sélo Europa estaba en las tinieblas. Sélo la Europa cristiana, porque España, que era musulmana, poseía cultura brillante». Pakistan Quarterly, vol. IV, n.° 3.
El historiador Robert Briffolt reconoce en su libro «The Making of Humanity»: «...Es muy probable que sin los árabes, la civilización europea no habría adquirido jamás este carácter que le ha permitido trascender todas las fases anteriores de evolución. Porque aunque no haya un solo aspecto del desarrollo humano en el cual la influencia decisiva de la cultura del Islam no sea evidente, ninguna parte es más clara e importante que en la génesis de este poderío que constituía la fuerza suprema característica del mundo moderno y la fuente suprema de su victoria -las ciencias naturales y el espíritu científico-... Lo que podemos llamar ciencia ha resultado en Europa de un nuevo espíritu de búsqueda, nuevos métodos de investigación, experimentación, observación y de la medida, del desarrollo de las matemáticas bajo una forma desconocida de los griegos. Este espíritu y este método fueron introducidos en el mundo europeo por los árabes». Stanwood Cobb, fundador de Progresiva Educación Asociación escribe: «El Islam fue el creador virtual del Renacimiento en Europa». Citado por Robert L. Gullick Jr. en «Muhammad the Educator».
Este fue Muhammad quien aparté el pensamiento humano de su pecado por la superstición, lo sobrenatural y lo inexplicable, y lo orienté hacia una aproximación racional de la realidad, y hacia una vida terrestre piadosa y equilibrada. Este fue él, que en un mundo en que los acontecimientos sobrenaturales eran milagros necesarios para dar testimonio de la veracidad de una misión religiosa, inspiré el deseo de prueba racional y la fe en ella como el único criterio válido de verdad. El fue el que abrió los ojos, de los que se habían acostumbrado hasta entonces, a buscar señales divinas en los fenómenos naturales. El fue quien en lugar de especulaciones sin funda momentos conducía a los hombres a la vía de la comprensión racional y del razonamiento sano en la base de la observación, de la experiencia y de la búsqueda. El fue quien definió claramente los límites de las funciones de la perfección sensorial, de la razón y de la intuición. El fue el que subrayé las relaciones entre los valores morales y espirituales, quien armonizó la fe con el saber y la acción, quien creé el espíritu científico con la ayuda de la religión y quien elaboré un verdadero sentimiento religioso sobre la base del espíritu científico.
El fue el que combatió la idolatría, el politeísmo bajo todas sus formas y creé una fe tan cerrada en la unidad de Dios, que incluso las religiones que estaban enteramente basadas en la superstición y la idolatría estuvieron obligadas a adoptar un tema monoteísta. El fue el que cambié los conceptos fundamentales de la moral y de la espiritualidad. A los que creían que sélo el ascetismo y mortificación constituían el criterio de la pureza moral y espiritual -que la pureza no puede ser alcanzada más que por la renuncia a la vida mundanal, sin tener en cuenta las necesidades físicas y someter al cuerpo a toda clase de torturas- éste fue el que enseñé el camino de la evolución espiritual, de la liberación moral y de la salvación por una participación activa en los hechos prácticos del mundo circundante.
El fue el que mostré al hombre su verdadero valor y su posición; a los que reconocían solamente un Dios encarnado o un hijo de Dios como su preceptor moral o guía espiritual, dice que seres humanos como éstos, que no aspiraban a ser divinizados, podrían llegar a ser los representantes de Dios en la tierra. A los que consideraban como sus dioses personajes poderosos y les adoraban como tales, les hizo comprender que estos falsos señores eran simples seres humanos, y nada más. El fue el que subrayé que nadie podía reclamar la santidad, la autoridad y la soberanía como derecho merecido por su nacimiento. Y que nadie nacía intachable, esclavo o siervo. Este fue él y su enseñanza que inspiraran las nociones de la unidad, de la humanidad, de la igualdad de los seres humanos, de la democracia verdadera, y de la libertad real en el mundo.
Si se deja este dominio del pensamiento, se puede encontrar en el dominio práctico innumerables señales del gobierno de este analfabeto, en las leyes y las costumbres del mundo. Buen número de principios de buena conducta, de cultura y civilización, de pureza de pensamiento y de acción, que prevalecen en el mundo hoy, le deben su origen. Las leyes sociales que dio se han infiltrado profundamente en las estructuras humanas, y este proceso se sigue hasta nuestros días. Los principios fundamentales de economía que enseñé, están presentes en más de un movimiento histérico, y ocurrirá probablemente lo mismo en el futuro. Las leyes que fomenté han traído confusiones en las teorías políticas del mundo y continúan ejerciendo su influencia en nuestros días. Los principios fundamentales del derecho y de justicia que llevan la huella de su género han influenciado en un grado notable en la administración de la justicia en las diversas naciones, y forman una orientación siempre valedera para todos los futuros legistas. Este árabe analfabeto fue el primero en poner en pie, prácticamente, todo el cuadro de relaciones internacionales y en regular las leyes de la guerra y de la paz. Porque antes nadie tuvo la más remota idea de que pudiera existir un código de ética militar y que las relaciones internacionales pudieran ser reguladas en la base de la simple humanidad.
El testimonio final
Se puede meditar en eso, y preguntarse cómo en este período de tinieblas de hace mil cuatrocientos años, en una región tan oscura como Arabia, un comerciante y un pastor árabe analfabeto llegó a poseer tal luz, saber, poderío, capacidades y virtudes morales tan desarrolladas.
Se puede decir que no hay nada de particular en su mensaje. Es el producto de su propio espíritu. Si hubiera sido así, entonces hubiera podido proclamarse Dios. Y si hubiera hecho tal afirmación en esta época, los pueblos de la tierra, que no vacilaban en llamar Dios a Krishna y Buddha y a Jesús Hijo de Dios, por pura imaginación, y que podían sin escrúpulos adorar las fuerzas de la Naturaleza, el fuego, el agua, el viento, habrían voluntariamente reconocido en una personalidad tan asombrosa como Muhammad como el Señor mismo.
Pero he ahí que él afirmé precisamente lo contrario. Porque proclamaba: «Yo soy un ser humano como vosotros mismos. Yo no os he aportado nada de mi propia iniciativa. Todo esto me ha sido revelado por Dios. Todo lo que yo pueda poseer le pertenece. Este mensaje que la Humanidad entera no es capaz de producir el equivalente, es el mensaje de Dios, no es producto de mi propio espíritu. Todas sus palabras me han sido inspirada por El, y toda la gloria viene de El. Todos los actos maravillosos que hablan en mi favor a vuestros ojos, todas las leyes que yo he dado, todos los principios que he anunciado y enseñado, ninguno viene de mí. Yo sería, en efecto, incapaz de producir tales cosas con el único poder de mis capacidades personales. Yo busco los mandatos divinos en todas las cosas. Todo lo que ordeno, yo lo he hecho, todo lo que El dicta, lo proclamo.»
¡Qué maravilloso y viviente ejemplo de franqueza, de integridad, de verdad y de honor! Un mentiroso o un hipócrita trataría generalmente de atribuirse todo el crédito de las acciones de los demás, incluso cuando la falsedad de lo que dice puede ser fácilmente probado. Pero este gran hombre no se apropié el crédito de estas hazañas, incluso cuando nadie podía contradecirle, pues no era posible descubrir la fuente de su inspiración.
¡Puede haber prueba más clara de la perfecta honestidad de sus principios, de su rectitud de carácter y de su grandeza de alma! ¡Puede haber persona más sincera que el que ha recibido dones tan únicos por un medio secreto, y que por tanto revela la fuente de toda su inspiración! Todas estas razones nos hacen inevitablemente deducir que tal hombre era el verdadero mensajero de Dios.
Tal era nuestro santo profeta Muhammad -la paz sea con él-. Fue un prodigio de méritos extraordinarios, un parangón de virtud y de bondad, un símbolo de verdad, un gran apóstol de Dios, Su Mensajero en la tierra. Su vida y su pensamiento, su sinceridad, su piedad, su bondad, su carácter, su moral, su ideología, y sus hazañas -todas estas cosas- son pruebas irrefutables de la legitimidad de su apostolado. Cualquiera que estudie su vida y sus enseñanzas, sin prejuzgar, atestiguará que en realidad, él fue el verdadero profeta de Dios, y del Corán -el libro que ha dado a la Humanidad- la verdadera palabra de Dios. Cualquier investigador imparcial y serio llegaría a esta conclusión.
Por otra parte, es preciso comprender que es solamente gracias a Muhammad -la paz sea con él- como conocemos nosotros ahora el recto camino del Islam. El Corán y la vida ejemplar de Muhammad -la paz sea con él- son las únicas fuentes dignas de confianza de las cuales dispone la Humanidad para aprender la voluntad de Dios en su totalidad. Muhammad -la paz sea con él- es el Mensajero de Dios para toda la Humanidad y la larga cadena de profetas se acaba con él. El fue el último de los profetas y todas las instrucciones que Dios desea transmitir a la Humanidad por revelación directa, fueron enviadas por medio de Muhammad -la paz sea con él-, y están inscritas en el Corán y la sunnah. Ahora, cualquiera que busque la verdad y desee llegar a ser un musulmán honrado y un discípulo sincero, debe tener fe en el último de los profetas divinos, aceptar sus enseñanzas y seguir la vía que ha enseñado al hombre. Este es el verdadero camino del triunfo y de la salvación.
La finalidad del apostolado
Esto nos lleva a la cuestión de la finalidad del apostolado que vamos ahora a considerar.
Hemos discutido ya la naturaleza del apostolado, y esta discusión pone en evidencia el hecho de que la llegada de un profeta no es un acontecimiento cotidiano. No es tampoco su presencia personal la cual es esencial para cada país, cada pueblo y cada época. La vida y las enseñanzas de los profetas son los faros que guían al pueblo en el Recto Camino, y también que sus enseñanzas y sus mandatos estén vivos durante mucho tiempo, y esté él también de alguna forma vivo. La muerte verdadera de un profeta consiste, no en su muerte física, sino en la mitigación de sus enseñanzas y la interpolación en sus mandatos.
Los profetas antiguos han muerto porque sus discípulos adulteraron sus enseñanzas, interpolaron sus instrucciones y apagaron su vida ejemplar atribuyéndole acontecimientos ficticios.
Ninguno de los antiguos libros -El Torá, Salmos de David, Evangelios de Jesús, existen hoy día en su texto original, e incluso sus discípulos confiesan que no poseían los originales. Las biografías de los antiguos profetas están totalmente mezcladas de ficción hasta el punto que un informe preciso y auténtico de sus vidas es un hecho imposible. Sus vidas han llegado a ser cuentos y leyendas y no se puede encontrar en ninguna parte un informe digno de fe. No solamente porque los relatos han sido perdidos y sus preceptos olvidados, sino porque no se puede incluso decir con certeza cuándo y dónde tal o tal profeta nació y fue educado, cómo vivió y qué código dio a la Humanidad. En efecto, la muerte real de un profeta consiste en la muerte de sus enseñanzas.
juzgando los hechos sobre estos criterios, nadie puede negar que Muhammad -la paz sea con él- y sus enseñanzas no están vivos. Sus enseñanzas están inalteradas e inalterables. El Corán -el libro que ha dado a la Humanidad- existe en su texto original sin que falte ni una jota.
El relato completo de su vida (sus palabras, sus instrucciones, sus acciones), es conservado con una exactitud total, y aunque hayan transcurrido catorce siglos, su delineación en la historia es tan clara que nos parece verla con nuestros propios ojos.
Ninguna biografía ha sido tan bien conservada como la de Muhammad, el profeta del Islam -la paz sea con él-. En todas las fases de nuestra vida, podemos buscar los mandatos de Muhammad -la paz sea con él- y tomar ejemplo de su vida. Por esto no hay necesidad de otro profeta después de Muhammad, el último de los profetas -la paz sea con él-.
Existen tres razones por las cuales los profetas fueron suscitados. No es solamente para sustituir a un profeta fallecido. Estas razones pueden resumirse como siguen:
La doctrina de los profetas anteriores ha sido interpolada o corrompida, o bien han muerto y una renovación se impone. En tal caso, un nuevo profeta suscita para espulgar las vidas impuras de las gentes y restituir a la religión su forma y su pureza primitivas.
La doctrina del profeta desaparecido era incompleta, es necesario enmendarla, mejorarla o completarla. Es entonces cuando un nuevo profeta es enviado para efectuar estas enmiendas.
El profeta precedente fue suscitado especialmente para tal o tal nación o territorio, y un profeta es necesario para otro pueblo u otro país.
Estas son las tres razones fundamentales que hacen que un nuevo profeta sea suscitado. Un examen atento de los hechos muestra que ninguna de estas condiciones existen hoy. La doctrina del último de los profetas, Muhammad -la paz sea con él- es siempre viva, ha sido perfectamente conservada, y llegado a ser inmortal. Los mandatos que ha dado a la Humanidad son completos, sin fallos y están inscritos en el Sagrado Corán. Todas las fuentes del Islam están intactas y cada una de las acciones y de las instrucciones del Sagrado Profeta pueden ser verificadas sin duda alguna. Luego como su doctrina es intacta, no hay ninguna necesidad de un nuevo profeta.
Segundo, los mandatos que Dios ha revelado por medio del profeta Muhammad -la paz sea con él- están bajo un forma archivada, y el Islam es una religión universal completa. Dios ha dicho: «Hoy he completado vuestra fe -vuestra religión- y mi munificencia hacia vosotros». Un estudio profundo del Islam en tanto como un género de vida completo prueba la veracidad de estas palabras del Corán. El Islam ha dado una guía para la vida en este mundo y para la otra vida, y nada de lo que es esencial para guiar al hombre ha sido omitido. La religión ha sido ahora perfeccionada y no hay ninguna necesidad de un nuevo apóstol bajo pretextos de imperfección.
Por último, el mensaje de Muhammad -la paz sea con él- no estaba destinado a un pueblo, un país o un período particular. Fue suscitado como Profeta Universal, el mensajero de la Verdad para la Humanidad entera. El Corán ha encargado a Muhammad -la paz sea con él- de aclarar «¡Oh, Humanidad!, yo soy el Mensajero enviado por Dios para todos», ha sido descrito, «una bendición para todos los pueblos del mundo», y su mensaje ha sido universal. Por esto, después de él, no hay necesidad de un nuevo apóstol, muchas veces ha sido llamado en el Corán khatam u nabiyyin («el último de la cadena de los verdaderos profetas»).
Por lo tanto, la única fuente de conocimiento de Dios y del Camino de la Salvación es Muhammad -la paz sea con él-. No podemos conocer el Islam más que por medio de sus enseñanzas, que son tan completas y universales que pueden guiar a los hombres de todos los tiempos venideros. Ahora el mundo no tiene necesidad de gentes que tengan una fe total en Muhammad -la paz sea con él- que lleguen a ser los portaestandartes de su mensaje, lo propaguen por toda la tierra, y traten de instaurar la cultura que Muhammad -la paz sea con él- dio al hombre. El mundo tiene necesidad de hombres de carácter que puedan poner en práctica su doctrina y establecer una sociedad regida por la ley divina, en la que Muhammad -la paz sea con él- ha llegado a ser la supremacía. Tal ha sido la misión de Muhammad -la paz sea con él-, y de su éxito depende el triunfo del hombre.
4.-Los artículos de la fe
El Islam es la sumisión y obediencia a Dios, el Señor del Universo. Sin embargo, como el único medio seguro y auténtico de conocerlo y de aprender cuáles son sus voluntades y su ley se encuentra en las enseñanzas del verdadero Profeta, se puede definir el Islam como una religión que exige una fe total en las enseñanzas del Profeta, la aceptación y la puesta en práctica de sus preceptos de vida. Por consiguiente, el que rechaza al intermediario, que es el profeta, y pretende seguir a Dios directamente no es un musulmán.
En el pasado, diferentes profetas han aparecido los unos después de los otros. En esta época, el Islam tenía el nombre de esta religión enseñada en una nación por su o sus profetas. Aunque el Islam no haya variado en su naturaleza ni en su sustancia, cualquiera que fuese la época o el país, los modos de adoración, los códigos de leyes, y otras reglas de pormenores de la vida difieren ligeramente según las condiciones particulares en cada pueblo. No era por consiguiente necesario para una nación, seguir al profeta de otra nación y su deber se limitaba solamente a seguir los mandatos de su propio profeta.
Este período de coexistencia de múltiples profetas acabé con la aparición de Muhammad -la paz sea con él-. El concluyó las enseñanzas del Islam. Una ley fundamental y única fue formulada para todo el Universo y él llegó a ser el profeta de toda la Humanidad. Su apostolado no estaba destinado a un pueblo, un país, o una época particular, su mensaje era universal y eterno. Los códigos anteriores fueron abrogados con la aparición de Muhammad -la paz sea con él- que, ha dado al mundo un código de vida completo. Ahora no habrá otro profeta en el futuro, ni más códigos religiosos hasta el fin del mundo. Las enseñanzas de Muhammad -la paz sea con él- son destinadas a todos los hijos de Adán. a toda la raza humana. Ahora, el Islam consiste en seguir a Muhammad, es decir, en reconocer su calidad de profeta, creer en su palabra, seguir su letra como en su espíritu y someterse a todos los mandatos y mandamientos, que son los de Dios mismo. He ahí lo que es el Islam.
Esto nos lleva automáticamente a preguntar: ¿En qué, Muhammad -la paz sea con él- nos manda creer? ¿Cuáles son los artículos de la fe islámica? Vamos a tratar de examinar estos artículos, ver cómo son simples, verídicos, interesantes y válidos, y cómo pueden elevar los estatutos del hombre en este mundo como en el mundo futuro.
«tawhid» - La fe en Dios único
La enseñanza más fundamental y más importante del profeta Muhammad -la paz sea con él- es la fe en la unidad de Dios. Esto está expresado en la kalima, primordial en el Islam: la ilaha illa Allah «No hay más Dios que Dios». Esta bella expresión es el fundamento del Islam y su esencia misma. Es la expresión de esta creencia la que distingue a un verdadero musulmán de un kafir (infiel), de un muchrik (el que asocia otras divinidades a Dios) o de un dahriya (ateo). El hecho de aceptar o negar esta frase crea una enorme diferencia entre los hombres. Los que crean en ello forman una comunidad única, y los que lo rechazan forman el grupo adverso. Los creyentes progresarán en el camino del triunfo tanto en este mundo como en el otro, mientras que el fracaso y la ignominia serán el destino final de los que rechazan creer en ello.
Pero es evidente que el único hecho de pronunciar una o dos frases no sería en sí la única causa para una diferencia tan capital. Esta diferencia no puede provenir más que de la aceptación consciente de esta doctrina y de una adhesión total a sus estipulaciones en la práctica. A menos que no conozcáis la significación real de la frase «No hay más dios que Dios» y el alcance y la fuerza que su aceptación puede tener en la vida humana, no podéis realizar la Importancia real de esta doctrina. No puede ser eficaz sino en la medida en que estos principios de base son aplicados. La repetición pura y simple de la palabra «comida» no puede calmar el estímulo del hambre, nunca el diagnóstico de una receta médica, puede curar una enfermedad. Del mismo modo, si una persona respeta la kalima sin comprender su sentido ni sus consecuencias, esta Kalima no podrá lograr la revolución que se pretende. La revolución en la mentalidad y en la vida de un ser no se realiza más que si la persona coge el sentido completo de la doctrina, realiza lo que ella significa, y cree sinceramente, lo acepta y lo sigue tanto en su letra como en su espíritu. Si esta aprehensión de la Kalima no es realizada no habrá ninguna eficacia real. Tenemos cuidado con el fuego porque sabemos que quema, evitamos el veneno porque sabemos que es mortal. Del mismo modo, si hemos asimilado plenamente el sentido del Tawhid, debemos necesariamente procurar de evitar, en nuestros pensamientos, así como en nuestra conducta, toda forma o rasgo de incredulidad, ateísmo y politeísmo. Todo esto deduce naturalmente la creencia en la unidad de Dios.
La significación de la «kalima»
En árabe, la palabra ilaha, significa «al que se adora», es decir, un ser que por razón de su grandeza y de su poder es considerado como digno de ser adorado, digno de inclinarse ante El en señal de humildad y de sumisión. Cualquier criatura o ser que esté dotado de un poder demasiado grande con respecto a los demás hombres es igualmente llamado ilah. El concepto de ilah implica posesión de poderes infinitos, de poderes estupefactos y prodigiosos. Implica también que se depende del ilah, pero que él no depende de nadie. La palabra ilah posee también una idea de secreto y de misterio; el ilah serla un ser invisible, que se escapa a nuestros sentidos. La palabra khuda en persa, deva en indio, dios en español, dieu en francés, god en inglés, gott en alemán, está muy cerca del mismo sentido. Otras lenguas del mundo tienen también una palabra con un sentido similar.
La palabra Allah por el contrario, es el nombre propio de Dios. la ilaha illa Allah significa literalmente «No hay más ilah que el ser Supremo conocido bajo el nombre de Dios». Esto significa que en todo el Universo no hay ningún ser digno de ser adorado más que Dios, que es ante el único que las cabezas deberían inclinarse en señal de adoración y de sumisión. Que es el único ser que posee todos los poderes, que todos los hombres tienen necesidad de su benevolencia y que todos están obligados a solicitar su ayuda. Queda oculto en nuestros sentidos, y nuestro espíritu no consigue descubrir su realidad.
Después de haber explicado el sentido de estas palabras, descubriremos ahora su alcance real.
Según lo que se puede conocer de la historia humana desde los tiempos más remotos, así como los vestigios más lejanos de la Antigüedad que nos han llegado podemos comprobar que en cada época el hombre ha reconocido y adorado a uno o varios dioses. Incluso en la época actual, cada nación de la tierra, desde las más primitivas a la más civilizadas, cree en una divinidad y la adora. Esto prueba que el concepto de Dios y de su culto es profundamente arraigado en la naturaleza humana. Hay algo en el alma del hombre que le conduce a ello irresistiblemente.
Se puede entonces preguntar: ¿Qué es esta idea y por qué el hombre ha llegado a concebirla? Podemos tal vez responder a esta pregunta estudiando la posición del hombre en el seno del inmenso Universo. Un examen del hombre y de su naturaleza desde este punto de vista, enseña que no es todopoderoso. No puede tampoco proveer sélo sus necesidades, ni existir espontáneamente y sus poderes no son infinitos. En efecto, es una criatura débil, frágil y vulnerable. Su existencia depende de un número incalculable de fuerzas, sin ayuda de las cuales no puede progresar pero que no están todas totalmente en su poder. A veces, llegan a su posesión de una manera simple y natural, y otras veces se encuentra desprovisto de ellas. Hay muchas cosas importantes que trata de obtener, sin conseguirlo siempre, porque no está completamente en su poder adquirirlas. Hay muchas cosas que le son perjudiciales: Los accidentes pueden aniquilar en un instante una vida de trabajo o todas sus esperanzas; la enfermedad, las preocupaciones y las calamidades le amenazan continuamente, obstaculizando su marcha hacia la felicidad. Trata de evitarlas pero no está nunca seguro de librarse de ellas. Existen muchas cosas cuya grandeza y majestad le hacen respetar: las montañas y los ríos, los animales gigantescos y las fieras. Sufre los temblores de tierra, las tempestades y otras calamidades naturales. Observa las nubes por encima de su cabeza y las ve juntarse y obscurecerse con grandes truenos, relámpagos y torrentes de lluvia diluviana. Ve el sol, la luna y las estrellas en su continuo movimiento. Se da cuenta hasta qué punto estos cuerpos celestes son poderosos y majestuosos, y por contraste, hasta qué punto él mismo es frágil e insignificante. ¡Los fenómenos naturales por un lado, y la conciencia de su propia fragilidad por otro, le hacen comprender su debilidad, su humilde estado y su impotencia! La idea primaria de la divinidad coincide que este sentimiento. Piensa en el que domina estas grandes fuerzas. La idea de su grandeza le hace inclinar la cabeza humildemente, el sentimiento de su poder le hace buscar su ayuda; le teme mucho y trata de evitar su cólera a fin de no ser destruido.
En el estado primitivo de ignorancia, el hombre piensa que los elementos naturales cuya grandeza y gloria son visibles, y que parecen serle ora tan benévolos, ora tan hostiles, poseen en ellos mismos un poder y una autoridad real y que por consiguiente, son de esencia divina. Es así como adoran a los árboles, animales, ríos, montañas, fuego, lluvia, viento, astros y muchas otras cosas. Esta es la peor forma de ignorancia.
Cuando su ignorancia empieza a disiparse, y acaban por darse cuenta de que estos elementos grandiosos e impresionantes son en ellos mismos completamente impotentes, no ocupan una posición privilegiada con respecto al hombre, sino más bien inferior. El animal, el más grande y más fuerte, muere también como el ser más minúsculo, a pesar de todo su poder; el nivel de los grandes ríos puede subir o bajar, e incluso secarse. El hombre mismo puede atravesar las altas montañas por túneles o bajar su cumbre. La productividad de la tierra no depende únicamente de ella misma, el agua la hace fértil, la sequía estéril. El agua misma no es independiente; depende del viento que la lleva a las nubes. El viento mismo está sin poder propio y su acción depende de otras causas.
La Luna, el Sol, las estrellas igualmente están sometidas a leyes inflexibles en los límites de los cuales no tienen ninguna autonomía. Después de haber considerado esto, su espíritu tiene presente entonces la posibilidad de algún gran poder misterioso de naturaleza divina que controla los objetos que ven y que será el depositario de toda autoridad. Estas reflexiones provocan el nacimiento de una creencia en poderes misteriosos por encima de los fenómenos naturales, de los dioses innumerables que se han supuesto que gobernaban los diferentes dominios de la Naturaleza, tales como el viento, la luz, el agua... El hombre construye formas materiales evocadoras o símbolos que les representan y comienza a adorar estas formas y estos símbolos. Esto es igualmente una forma de ignorancia incluso en esta época intelectual y cultural, la realidad queda aún oculta en el espíritu humano.
A medida que el hombre progresa y medita cada vez más profundamente en los problemas fundamentales de la vida y de la existencia, descubre una ley poderosa y un control general sobre el Universo ¡Qué regularidad perfecta puede ser observada en el salir y ocultarse el sol, en los vientos y en las lluvias, en el movimiento de las estrellas y la sucesión de las estaciones! ¡Con qué armonía innumerables y diversas fuerzas trabajan en común y según que ley altamente eficaz y supremamente sabía son coordinadas para proceder en conjunto en un tiempo fijado, para un resultado fijado! Observando esta uniformidad, esta regularidad y esta obediencia total a una ley inmutable en todos los dominios de la Naturaleza, un politeísta mismo está obligado a creer que debe existir una divinidad más grande que todas las demás, ejerciendo la autoridad suprema. Porque, si hubiera divinidades independientes y distintas, toda la maquinaria del Universo sería trastornada. El hombre llama a esta divinidad principal con diferentes nombres, «Allah», «Permeshvas», «God», «Dieu», «Dios», «Khuda-i-Khudaigan». Pero mientras que las tinieblas de la ignorancia persistan, continuará adorando a divinidades menores al mismo tiempo que a la divinidad suprema. Imaginan que la realeza de Dios no debe ser diferente de las realezas terrestres. Lo mismo que un rey de la tierra tiene ministros, hombres de confianza, gobernadores, y oficiales responsables, del mismo modo, las divinidades menores son los mismos oficiales responsables bajo la autoridad de Dios todopoderoso al que no se puede aproximar más que después de atraerse la estima de los oficiales bajo sus órdenes. Se les debe igualmente rendirles un culto, implorarles ayuda y tener cuidado de no ofenderles jamás. Así son considerados como agentes por medio de los cuales se puede llegar a Dios todopoderoso.
Conforme el hombre adquiere el conocimiento, menos le satisface la idea de multitud de dioses. El número de estas divinidades menores comienza también a disminuir. Hombres más ilustrados examinan estas divinidades más sistemáticamente y descubren que ninguna de estas divinidades inventadas por el espíritu humano tienen carácter divino; ellos mismos son criaturas, como el hombre, y también impotentes. Son pues abandonadas y rechazadas las unas tras las otras hasta que no subsista más que un Dios único. Pero el concepto de un Dios Único contiene aún rasgos de elementos de ignorancia. Algunos imaginan que tiene un cuerpo carnal como el hombre y vive en un sitio determinado. Otros creen que Dios descendió a la tierra bajo una forma humana; otros que Dios, después de haber regalado el proceso del Universo se retiré y descansa ahora. Algunos creen que es necesario aproximarse a Dios por medio de los santos y de los espíritus y que no se puede dar ningún paso sin la intercesión de ellos. Algunos Imaginan a Dios bajo una determinada apariencia y tienen la necesidad de crearse imágenes que adorar. Estos falsos conceptos de la idea de la divinidad han subsistido hasta nuestros días y buen número de ellos son todavía aceptados en nuestros días por diversos pueblos.
El Tawhid es el concepto más elevado que puede hacerse de la divinidad. Este concepto ha sido enviado por Dios a la Humanidad en todas las épocas por medio de sus profetas. Fue este concepto el que se le Inculcó a Adán al principio, cuando fue enviado a la tierra. Fue el mismo concepto que se le revelé a Noé, Abraham, Moisés y Jesús (que las bendiciones de Dios sean sobre ellos) este fue el mismo concepto que Muhammad (las bendiciones de Dios sean con él) llevé a la Humanidad. Es un conocimiento puro y absoluto, sin la menor sombra de ignorancia. El hombre se hace culpable de chirk, idolatría y de kufr únicamente porque se desvía de las enseñanzas de los profetas y se fía de sus propios razonamientos deficientes, en percepciones o interpretaciones erróneas. El Tawhid dispersa todas las nubes de ignorancia e ilumina el horizonte con la luz de la realidad. Veamos qué realidades significativas aporta este concepto de tawhid-esta pequeña frase-: la ilaha illa Allah. Comprenderemos esto meditando en los puntos siguientes:
Primeramente vamos a examinar la cuestión del Universo. Estamos confrontando a un Universo grandioso e infinito. El espíritu humano no llega a discernir su origen y a concebir su fin. Se mueve según una trayectoria determinada desde tiempos inmemoriales, y continúa su viaje en las vastas perspectivas del futuro. Innumerables criaturas han aparecido en él y continuarán apareciendo cada día. Los fenómenos naturales son tan asombrosos que el espíritu humano está confundido e impresionado de su grandeza. El hombre es incapaz de comprender y de tratar la realidad con su sola visión tan limitada. No puede creer que todo esto haya aparecido simplemente por azar. El Universo no es una masa de materia surgida por accidente, un conglomerado de objetos caóticos y desprovistos de sentido. Todo esto no puede existir sin el impulso de un Creador, un Arquitecto, un Gobernador. ¿Pero quién ha podido crear y controlar este Universo majestuoso? Aquél que todo lo puede que es Maestro de todo; que es Infinito y Eterno; que es todopoderoso, Omnisciente, Omnipotente, que posee una sabiduría ilimitada, que lo sabe todo, que lo ve todo. Debe tener la autoridad suprema sobre todo lo que existe en el Universo, poseer poderes infinitos, ser el Señor del Universo y de todo lo que en él se encuentra, estar desprovisto de todo defecto o imperfección. Nadie tiene el poder de interferir en su obra. Únicamente tal ser puede ser el Creador, el Controlador y el Gobernador del Universo.
Segundamente, aparece como esencial que todos estos atributos y poderes divinos sean concentrados en un solo Ser. Es imposible imaginar la coexistencia de varias personalidades teniendo en igualdad todos los poderes y los atributos. Entrarían inevitablemente en conflicto. Por consiguiente, no puede existir más que un solo y único Ser Supremo teniendo el control sobre todos los demás. No se puede imaginar dos gobernadores para la misma provincia, o dos comandantes jefes del mismo ejército. Del mismo modo, es impensable suponer la repartición de estos poderes entre diversas divinidades; por ejemplo que una de ellas sea todo conocimiento, la otra todo providencia y cualquier otra fuente de vida; cada una posee su propio dominio reservado. El Universo es un todo indivisible, cada una de estas divinidades sería entonces dependiente de las demás en la ejecución de su tarea; se produciría inevitablemente una falta de coordinación, y en este caso, el mundo estaría destinado a la destrucción. Estos atributos divinos no son transferibles. No es posible que un atributo determinado pertenezca a tal o tal divinidad en un determinado momento y que después pertenezca a otra divinidad. Un ser divino que sea incapaz de permanecer por él mismo vivo, no puede dar la vida a los demás. El que no puede proteger su propio poder divino es completamente inapto para gobernar el Universo sin limites.
Así pues, si reflexionáis en este problema, os convenceréis de que todos estos poderes y atributos divinos no pueden pertenecer más que a un ser único. Por consiguiente, el politeísmo es un efecto de la ignorancia y no puede resistir un examen racional. Es una imposibilidad práctica. Los hechos de la vida y de la Naturaleza, no «se ajustan» con esta explicación. Llevan automáticamente al hombre a la realidad, es decir, al Tawhid (la unidad de ¡Dos).
Teniendo presente en vuestro espíritu este concepto correcto y perfecto de Dios, echad ahora un vistazo escudriñador sobre este vasto Universo. Aplicad todos vuestros esfuerzos en este examen, entre todas las cosas que percibáis, entre todo lo que podáis pensar, sentir o imaginar -todo lo que vuestro conocimiento pueda aprehender-. ¿Alguien goza de esos atributos? El Sol, la Luna, las estrellas, los animales, los pájaros, los peces, la materia, el dinero, ¿es que alguno de ellos posee estos atributos? ¡Ciertamente, ninguno! Pues todo en el Universo es creado, controlado, regulado, mortal y efímero. Nada posee una autonomía de acción o decisión; hasta en los menores movimientos, todo es controlado por una ley inexorable de la que no se puede apartar. La Impotencia tan evidente de todos los objetos de la creación prueba que la investidura de la divinidad no conviene a su condición. No contienen la menor partícula de divinidad y no tienen absolutamente nada que ver con ella. Están desprovistos de poderes divinos y es disfrazar la verdad y dar muestra de gran desatino atribuirles un estado divino. Esto es el significado de «La ilaha», es decir, «No hay más dios»; ningún objeto humano ni material posee poder y autoridad divinos ni merecen la adoración y la obediencia.
Pero nuestra búsqueda no se queda ahí. Hemos encontrado que la divinidad no reside en ninguno de los elementos materiales o humanos del Universo, y que ninguno de entre ellos posee de esto el más pequeño rasgo. Esta investigación, incluso, nos lleva a la conclusión de que existe un Ser Supremo, por encima de todo lo que nuestros débiles ojos ven en el Universo, que posee atributos divinos, que es la voluntad tras todos los fenómenos, el Creador de este Universo grandioso, el que controla su ley soberbia, gobierna su ritmo supremo, el Administrador de todos los trabajos: es Dios, el Señor del Universo que no está asociado en su divinidad. Esto es lo que significa: illa Allah (si no es Dios).
Este concepto, es superior a todos los demás, y cuanto más lo examinéis, más profundo será vuestro convencimiento de que es el punto de partida de todo conocimiento. En cada dominio de búsqueda, la política, la sociología o las humanidades apercibiréis que cuanto más profundicéis la cuestión, la verdad de: la ilaha illa Allah será evidente. Es este concepto el que abre las puertas de la búsqueda y de la investigación, y el que proyecta sobre los sentidos del conocimiento la luz de la realidad. Si negáis esta realidad, o si la tratáis con indiferencia, en cada paso os encontraréis la desilusión, porque la negación de esta verdad elemental quita su sentido real y su verdadero significado en todo lo que existe en el Universo. Aparece todo privado de todo significado, y las perspectivas del progreso llegan a ser confusas.
La fe en los ángeles de Dios
El profeta Muhammad -la paz sea con el- nos ha enseñado además a creer en la existencia de los ángeles de Dios. Es el segundo artículo de la fe islámica. Es muy importante, porque purifica el concepto del Tawhid y descarta el peligro de todo rasgo de chirk (politeísmo).
Los politeístas han asociado dos clases de criaturas a Dios:
las que tienen una existencia material y son perceptibles al ojo humano, tales como el Sol, la Luna, las estrellas, el fuego, el agua, los animales, los héroes...
los que no tienen existencia material y no pueden ser percibidos por el ojo humano; los seres invisibles que el hombre imagina responsables del gobierno del Universo; uno por ejemplo, controlaría el viento, otro daría la luz, otro traerla la lluvia, y así sucesivamente.
Los pretendidos dioses de la primera categoría tienen una existencia material y son visibles por el hombre. La falsedad de su pretensión a la divinidad ha sido plenamente expuesta por la Kalima la ilaha illa Allah. Es suficiente para rechazar la idea según la cual pudieran poseer una partícula cualquiera de divinidad o que merecieran respeto alguno.
Los seres de la segunda categoría, de hecho son invisibles, escapan a la percepción del hombre y por lo tanto, son misteriosos; los politeístas están, pues, inclinados a tener fe en ellos, los toman por divinidades, por dioses, o por hijos de Dios. Hacen estatuas de su imagen, ante las cuales llevan ofrendas. Para purificar la fe en la unidad de Dios, y para eliminar la creencia en criaturas invisibles de la segunda categoría, este artículo de fe particular ha sido expuesto.
Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él-, nos ha informado que estos seres espirituales que escapan a nuestra percepción y que las gentes toman por divinidades, dioses, o hijos de Dios, son en realidad sus ángeles. No comparten el carácter divino de Dios; están bajo su autoridad, y son tan obedientes que no pueden derogar ni una pulgada a sus mandatos. Dios los emplea para administrar su reino, y cumplen sus órdenes exactamente y escrupulosamente- No tienen ninguna autoridad para decidir, no pueden presentar a Dios ningún proyecto de su invención; no están incluso autorizados para interceder ante Dios por un hombre. Adorarlos y solicitar su ayuda es degradante y deshonroso para el hombre. Porque el primer día de la creación, Dios les hizo prosternarse ante Adán, le ha concedido un conocimiento más apto que el suyo, colocándolo por encima de ellos, ha hecho a Adán su propio representante en la tierra.
Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- nos ha prohibido adorar a los ángeles y atribuirles carácter divino al lado de Dios, y al mismo tiempo nos ha explicado que los ángeles eran criaturas elegidas de Dios, puras de todo pecado, por su misma naturaleza incapaces de desobedecer a Dios, y eternamente encargados de ejecutar sus órdenes. Además, nos ha informado que estos ángeles de Dios nos rodean por todas partes, y están siempre en nuestra compañía. Observan y anotan todas nuestras acciones, buenas y malas y guardan una relación completa de la vida de cada uno de nosotros. Después de nuestra muerte, cuando estemos ante Dios, presentarán esta relación completa, de la obra de nuestra vida en la tierra, en la cual todo habrá sido registrado fielmente sin que el menor detalle, incluso el más insignificante o el más cuidadosamente escondido, haya sido omitido.
No hemos sido informados más precisamente sobre la naturaleza intrínseca de los ángeles. Sélo algunos de sus atributos y de sus cualidades nos han sido citados, y nos ha sido ordenado creer en su existencia. No vamos por otro medio a conocer su naturaleza, sus atributos o sus cualidades. Sería, por consiguiente, pura locura por nuestra parte atribuirle cualquier forma o cualidad de nuestra propia iniciativa. Debemos creer en ellos exactamente como nos ha sido mandado. Negar su existencia es kufr, porque primeramente no tenemos ninguna razón de hacerlo, y segundo nuestra negación equivaldría a atribuir una mentira a Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él-. Creemos en su existencia simplemente porque el verdadero mensajero de Dios nos lo ha informado.
La fe en los libros de Dios
El tercer artículo de la fe que Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- nos ha mandado creer, es la fe en los libros de Dios; los libros que ha enviado a la Humanidad por medio de los profetas en diversas épocas.
Dios ha revelado sus libros a sus profetas antes que a Muhammad, del mismo modo que revelé el Corán a Muhammad -la paz sea con él-. Hemos sido informados de los nombres de estos libros: los libros de Abraham, el Tora de Moisés, el zabur («Salterio») de David, y el injil («Evangelio») de Jesucristo. No conocemos los nombres de los libros que, fueron dados a otros profetas. Por consiguiente, en lo que concierne a la existencia de otros libros religiosos, no podemos afirmar con certidumbre si eran el origen de los libros revelados o no. Pero creemos tácitamente que todos los libros que han podido ser enviados por Dios eran verdaderos.
Entre los libros que hemos citado, los libros de Abraham ha n desaparecido y no han dejado vestigios en la literatura mundial existente. El zabur de David («Salterio»), el Thora y el injil existente entre los judíos y los cristianos, pero el Corán nos dice que las gentes han modificado estos libros, y que las palabras de Dios son mezcladas con textos de su propia invención. Esta obra de modificación y de alteración de los Libros es tan evidente que los judíos y los cristianos han admitido que no poseen los textos originales, y no tienen más que sus traducciones, las cuales desde siglos han sufrido y sufrirán aún muchas alteraciones. Estudiando estos libros, se encuentran numerosos pasajes y relatos que, con toda evidencia, no pueden provenir de Dios. La palabra de Dios y del hombre son mezcladas en estos libros, y no tenemos medios de conocer lo que viene de Dios y lo que viene del hombre. Se nos ha mandado creer en los libros revelados anteriormente, pero esto quiere decir solamente que debemos admitir que antes del Corán, Dios ha enviado también libros por medio de sus profetas, los cuales provienen del único y mismo Dios: el mismo que revelé el Corán, y que la revelación del Corán, como libro divino, no es un acontecimiento nuevo y extraño, sino que tenía por fin confirmar, respetar y completar las instrucciones divinas que los hombres habían mutilado o perdido en la antigüedad.
El Corán es el último de los libros divinos enviados por Dios, y existen diferencias notables entre él y los libros anteriores. Estas diferencias pueden ser brevemente expuestas como sigue:
Los textos originales de la mayor parte de los libros divinos anteriores fueron perdidos y sélo quedan sus traducciones. El Corán por el contrario existe exactamente tal como fue revelado al Profeta; ni una sola palabra, ni una sola letra, ha sido cambiada. Se le puede encontrar en su texto original, y la Palabra de Dios es conservada así para todos los tiempos venideros.
En los libros divinos anteriores, el hombre ha mezclado sus propios comentarios con la Palabra de Dios; en el Corán no se encuentra más que la Palabra divina en su pureza original. Esto es admitido incluso por los adversarios del Islam.
Ningún otro libro sagrado poseído por los diferentes pueblos puede afirmarse sobre la base de la evidencia histérica que pertenece realmente al profeta al cual es atribuido. Para algunos, incluso, no se sabe a qué época ni a qué profeta fueron revelados. En lo que concierne al Corán, las pruebas de que fue revelado a Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- son tan numerosas, tan convincentes y tan irrefutables que incluso el peor adversario del Islam no puede dudar de ello. Estas pruebas están tan detalladas que a propósito de numerosas aleyas y mandatos del Corán se conoce con certeza hasta la ocasión y el lugar de su revelación.
Los libros divinos anteriores habían sido enviados en lenguas que han muerto desde hace tiempo. En la época actual, ninguna nación o comunidad habla estas lenguas, y sélo un número muy pequeño de gentes pueden comprenderlas. Así, del mismo modo, si estos libros existieran hoy día bajo su forma pura y original, sería prácticamente imposible en nuestra época comprender e interpretar correctamente sus mandatos y ponerlos en práctica. La lengua del Corán, por e, contrario, es una lengua viva; millones de gentes la hablan, y otros millones la conocen y la comprenden. Es enseñada en casi todas las universidades del mundo; todos pueden aprenderla, y el que no tiene tiempo de hacerlo, encontrará por todos sitios gentes que la conocen y que podrán explicarle el sentido del Corán.
Cada uno de los libros sagrados de las diferentes naciones del mundo estaba dirigido a un pueblo particular. Cada uno de ellos contiene un determinado número de mandatos que parecen haber sido destinados a una época particular de la Historia, y responden únicamente a las necesidades de esta época. No son muy necesarios hoy, ni pueden ser puestos en práctica de manera satisfactoria. Esto prueba claramente que estos libros estaban destinados a tal o cual pueblo en particular y no al mundo en su conjunto. Además, no habían sido revelados para ser seguidos de manera permanente, incluso por el pueblo al cual fueron dirigidos; estaban destinados a ser utilizados durante un determinado período solamente. Por el contrario, el Corán ha sido dirigido a toda la Humanidad; ni uno solo de sus mandatos podría ser sospechoso de estar dirigido a un pueblo en particular. Del mismo modo, los mandatos del Corán son tales que pueden ser utilizados en todo lugar y toda época. Este hecho prueba que el Corán está destinado a la Humanidad entera y es un código eterno para la vida del hombre.
No se puede negar que los libros divinos anteriores encierran también principios de rectitud y virtud; ellos enseñan igualmente principios de moralidad, y exponen el modo de vida adecuado para agradar a Dios, pero ninguno de ellos será bastante universal para abarcar todo lo que es necesario para una vida humana virtuosa, sin omitir nada ni citar nada superfluo. Algunos de ellos son excelentes desde un determinado punto de vista, otros desde otro. El Corán solo, incluye no solamente todo lo que había de bueno en los libros anteriores, sino también concluye la palabra de Dios, la presenta en su totalidad, y expone este código de vida comprendiendo todo lo que es necesario al hombre en este mundo.
A causa de las interpretaciones humanas, muchas cosas han sido introducidas en estos libros, que están en contra de la realidad, irritan a la razón, y son un insulto a todo instinto de justicia. Se encuentran en ellos cosas crueles e injustas, adecuadas para corromper las creencias y las acciones del hombre. Se encuentra en ellas por otra parte desgraciadamente cosas obscenas, indecentes e Inmorales. El Corán está exento de tales adiciones; no contiene nada que pueda ofender la razón o la moral. Ninguno de sus mandatos es Injusto o engañoso; no se encuentra en él, el menor trazo de indecencia o de inmoralidad. Desde el principio hasta el fin, el libro está lleno de sabiduría y de verdad. Contiene las mejores filosofías y leyes para la civilización humana. Indica el camino recto, y guía al hombre al triunfo y la salvación.
Es en consideración de estas características particulares del Corán por lo que todos los pueblos del mundo han sido invitados a tener fe en él, a negar todos los demás libros y a no seguir más que a él, porque contiene todo lo que es esencial para estar en conformidad con la Voluntad de Dios y después de él no hay necesidad de cualquier otro libro divino.
El estudio de las diferencias entre el Corán y los demás libros divinos nos hace fácilmente comprender que la naturaleza de la fe en el Corán y la de la fe en los libros anteriores no es la misma.
En lo que concierne a los libros divinos anteriores, el creyente debería someterse a admitir que emanan todos de Dios, que eran verídicos y habían sido revelados para cumplir en su época un fin semejante al del Corán. Por el contrario, en lo que concierne al Corán, el creyente debe tener la convicción que representa la palabra de Dios, que es perfectamente verídico, que cada una de sus palabras ha sido rigurosamente conservada, y que todo lo que en él se encuentra es justo. El hombre tiene el deber imperativo de poner en práctica en su vida todos los mandatos del Corán, y evitar todo lo que esté en contra de sus preceptos.
La fe en los Profetas de Dios
En el capítulo precedente vimos que mensajeros de Dios fueron suscitados entre cada pueblo, y que todos aportaban esencialmente la misma religión -el Islam- que el profeta Muhammad -la paz sea con él- debía propagar más tarde. Desde este punto de vista, todos los mensajeros de Dios pertenecen a la misma categoría y se encuentran en el mismo plano. Renunciar a uno de ellos, equivaldría a renunciar a todos, y si un hombre reconoce y acepta uno de ellos debe reconocerlos a todos. La razón es muy simple: Suponed que diez hombres afirman la misma cosa; si admitís que uno de ellos dice la verdad, «ipso facto», admitís que los nueve restantes dicen también la verdad. Si negáis lo que dice uno de ellos, implícitamente negáis las palabras de los demás. Es por esta razón por la que en el Islam es necesario tener una fe implícita en todos los profetas de Dios. El que no crea en uno de los profetas es un kafir, incluso si tiene fe en todos los demás profetas.
Parece, según las tradiciones, que el número total de los profetas enviados a los diferentes pueblos desde épocas diversas es de 124.000. Si se considera la existencia del mundo desde que el hombre apareció y el número de pueblos y de naciones diferentes que han pasado, este número no es tan elevado. Debemos creer positivamente en los profetas cuyos nombres han sido mencionados en el Corán. Por los demás, debemos creer que todos los profetas enviados por Dios para guiar a la Humanidad eran verídicos. De este modo creemos en todos los profetas suscitados en India, China, Persia, Egipto, África, Europa y en todos los países del mundo, pero no podemos ser positivos con respecto a los que no figuran en la lista de los profetas citados especialmente en el Corán; fueran o no profetas; no sabemos nada definitivo a su respecto. No nos está permitido nunca decir nada en contra de los santos hombres de Otras religiones. Es muy posible que algunos de ellos hayan sido profetas de Dios, y que sus discípulos hayan alterado sus enseñanzas después de su desaparición, exactamente como lo han hecho los discípulos de Moisés y de Jesús -las bendiciones de Dios sean con ellos-. Por consiguiente, cada vez que expresamos cualquier opinión a este respecto, deberá concernir únicamente a las prácticas y ritos de sus religiones; en cuanto a los fundadores de estas religiones, debemos guardarnos de pronunciar un juicio sobre ellos, por temor a ser culpables de irreverencia hacia un profeta.
Eran profetas de Dios y habían sido enviados por Él para mostrar el mismo camino recto del «Islam»; en este plano, no hay diferencia entre Muhammad y los demás profetas -la bendición de Dios sea con ellos- y nos está ordenado creer igualmente en todos ellos. Pero a pesar de su igualdad en este plano, existen las diferencias siguientes entre Muhammad y los demás, profetas -la bendición de Dios sea con todos-:
Los profetas del pasado llegaron en una época dada para un pueblo dado, mientras que Muhammad -la paz sea con él- ha sido enviado para el mundo entero y para todos los tiempos venideros. (Este punto ha sido discutido con detalle en el capítulo III).
Las enseñanzas de estos profetas han desaparecido, o bien lo que queda de ellos no es puro y auténtico, y se encuentran muy a menudo mezclado con numerosas afirmaciones tan erróneas como ficticias. Por esta razón, incluso si alguno decide seguir sus enseñanzas, no puede hacerlo. Por el contrario, las enseñanzas de Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él-, su biografía, sus relatos, su manera de vivir, su moral, sus costumbres y sus virtudes, en resumen, todos los detalles de su vida y de su obra son conservados. Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- por consiguiente es el único de la larga línea de los profetas que es una personalidad viva, y es posible seguir sus huellas con confianza.
Las órdenes que nos han dejado los profetas del pasado no eran completas y universales. Cada profeta era seguido por otro que efectuaba modificaciones y adiciones a las enseñanzas y mandatos de su antecesor, y es así como progresaban las reformas. Por esto las enseñanzas de los profetas anteriores quedaron en el olvido al cabo de algún tiempo. Evidentemente, no había en ellos ninguna necesidad de conservar las enseñanzas anteriores en el momento que directivas enmendadas y mejoradas le habían sucedido. Finalmente, el código perfecto fue dado a la Humanidad por medio de Muhammad -la paz sea con él- y todos los códigos precedentes fueron abrogados automáticamente. Sería vano e imprudente seguir un código incompleto cuando existe un código completo. El que escucha la voz de Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- escucha a todos los profetas, porque todo lo que podía haber de bueno y de valedero en las enseñanzas de ellos se encontraba en las suyas. Por consiguiente, el que niegue seguir las enseñanzas de Muhammad, y elige seguir a cualquier otro profeta, no hace más que privarse, él mismo, de la suma de instrucciones válidas y útiles que se pueden encontrar en las enseñanzas de Muhammad, pero que no han existido jamás en los libros de los antiguos profetas y que no han sido revelados más que por medio del último de los profetas.
Por esta razón incumbe a cada ser humano tener fe en Muhammad -la paz sea con él- y no seguir más que a él. Para llegar a ser un verdadero musulmán, un discípulo del género de vida del profeta, es necesario tener una fe total en Muhammad -la paz sea con él- y afirmar que:
Es verdaderamente un profeta de Dios.
Sus enseñanzas son absolutamente perfectas, exentas de todo error.
Es el último de los profetas de Dios; después de él, no aparecerá ningún otro profeta en ninguna nación hasta el día del juicio final, ni ninguna persona en la cual fuera necesario creer para un musulmán.
La vida después de la muerte: Una apología racional
Hasta ahora, hemos tratado de la necesidad y de la Importancia de la creencia en el Día del juicio. Consideremos ahora hasta qué punto los elementos de esta creencia pueden ser explicados racionalmente. Todo lo que Muhammad -la paz sea con él- ha podido decirnos sobre la vida después de la muerte puede ser defendido por el razonamiento. Aunque nuestra fe en el Día del juicio esté fundada en nuestra confianza implícita en el Mensajero de Dios, la reflexión racional no solamente confirma esta creencia, sino que también revela que las enseñanzas de Muhammad -la paz sea con él- a este respecto, son más razonables y comprensibles que todos los demás puntos de vista sobre la vida después de la muerte.
Sobre este problema, se pueden encontrar las opiniones siguientes en el mundo:
Algunos piensan que nada subsiste del hombre después de la muerte, y que después que este acontecimiento acabe su vida, no hay otra vida. Según ellos esta fe no es verdadera. Dice que tal creencia no es científica, y que no puede ser defendida. Esta es la opinión de los ateos que pretenden ser científicos en sus opiniones, apoyándose en la ciencia occidental.
Otros sostienen que el hombre, para pagar las consecuencias de sus actos, vuelve al mundo periódicamente. Si lleva una vida de pecado, en su próxima vida, tendrá la forma de un animal, perro, gato..., o de un árbol, o bien la de un hombre de linaje inferior. Si ha sido virtuoso, será resucitado en un linaje superior. Este concepto se encuentra en determinadas religiones orientales.
Otros tienen fe en el Día del juicio, la Resurrección, la comparecencia del hombre ante el tribunal divino, y la atribución de recompensa y castigo. Esta es la creencia común de todos los profetas -la paz y la bendición de Dios sea con ellos-.
Examinemos estos conceptos unos tras otros: el primero que se atribuye la garantía de la ciencia, sostiene que no hay ninguna realidad en la idea de la vida después de la muerte: que nunca ha habido ningún caso de resurrección. Vemos que después de la muerte, el hombre vuelve al polvo. Por consiguiente, la muerte es el fin de la vida, y no hay vida después de la muerte. Pero reflexionemos en este razonamiento. ¿Es esto verdaderamente un argumento científico? ¿Se funda realmente en la razón? Si es verdad que no se han visto nunca casos de resurrección después de la muerte, se puede solamente deducir con ello, que no pueden saber lo que hay después de la muerte. Pero en lugar de quedar en estos limites, declaran que nada sucede después de la muerte, subrayando al mismo tiempo que hablan en nombre del espíritu científico. En efecto, no hacen más que generalizar partiendo de la ignorancia. La ciencia no nos dice nada -ni negativo ni positivo- a este respecto, y su afirmación de que la vida después de la muerte no existe, está absolutamente desprovista de fundamento. Tal afirmación hace pensar en la de un ignorante que no ha visto nunca un avión y que fundándose en este conocimiento, declara que los aviones no existen. Si alguien no ha visto una cosa, esto no quiere decir que esta cosa no exista. Ningún nombre, incluso la Humanidad entera, si no ha visto una cosa, no tiene el derecho de pretender que tal cosa no existe y no puede existir. Esta pretensión es ilusoria y rigurosamente anti - científica. Ningún hombre razonable puede sostenerla.
Consideremos ahora el segundo concepto. Según éstos, un ser humano es un hombre porque en su forma animal anterior, ha hecho buenas acciones; y un animal es un animal porque antes ha cometido malas acciones cuando era ser humano. En otros términos, el hecho de ser un hombre o un animal es la consecuencia de nuestras acciones a lo largo de nuestra forma anterior. Se puede entonces hacer la pregunta: ¿Quién ha existido primero, el hombre o el animal? Si se responde que el hombre ha precedido al animal, es preciso admitir entonces que ha debido ser un animal antes, y ha recibido una forma humana en recompensa de sus buenas acciones. Si se responde que era el animal, es preciso admitir que era un hombre antes de esto, que fue transformado en animal por sus malas acciones. Esto nos pone en un círculo vicioso, y los defensores de esta teoría no pueden resolver la forma bajo la cual apareció la primera criatura, porque cada nacimiento implica un estado anterior, de manera que el estado siguiente puede ser considerado como la consecuencia de l precedente. Esto es absolutamente absurdo.
Examinemos ahora el tercer concepto. Su primera suposición es: «El mundo llegará un día a su fin». Dios destruirá un día el Universo, y en su lugar evolucionará otro cosmos superior al primero. Esta afirmación es innegablemente verdadera; no se puede dudar de su veracidad. Si se reflexiona en la naturaleza del Cosmos, está claro que el sistema existente no es permanente y eterno, porque todas las fuerzas que en él actúan son limitadas en su naturaleza, y es cierto que un día llegarán a ser extenuadas. Por esta razón los sabios están de acuerdo para prever que un día el Sol se enfriará y no producirá más energía, que las estrellas entrarán en colisión y que todo el sistema del Universo será destruido. Además, si la evolución es verdadera en el caso de los constituyentes de este Universo, ¿por qué no será verdad para la totalidad del Universo? Pensar que el Universo será completamente destruido y desaparecerá es más probable que pensar que evolucionará hacia otro estadio, que un nuevo orden de cosas emergerá en un estado aún más ideal y mejor.
La segunda proposición de esta creencia es que «el hombre de nuevo recibirá la vida». ¿Es esto posible? Si es que sí, ¿cómo la vida actual del hombre ha sido posible? Es posible que Dios que ha creado al hombre en este mundo puede hacer del mismo modo en la otra vida. Esto no es solamente una posibilidad, es también una necesidad positiva, como se demostrará más tarde.
La tercera proposición es: «Todas las acciones del hombre en este mundo están inscritas y serán presentadas en el Día de la Resurrección y del juicio». La prueba de la veracidad de esta proposición está dada en nuestra época por la ciencia misma. Antes se descubrió que los sonidos, que producimos emiten ondas impalpables en el aire y se extinguen. Ahora se ha descubierto que el sonido deja una huella en los objetos que nos rodean y puede ser por consiguiente reproducido. Es por este principio por lo que se hacen los discos. De ahí se puede comprender que la relación de cada movimiento del hombre está impresa en todas las cosas que están en contacto con las ondas producidas por los movimientos. Esto enseña que el registro de todas nuestras acciones es conservado en su totalidad y puede ser reproducido.
La cuarta teoría es que: «En el Día de la Resurrección, Dios tendrá su tribunal, y recompensará o castigará al hombre por sus buenas o malas acciones con toda equidad». ¿Es eso algo irrazonable? La razón misma exige que Dios tenga su tribunal y pronuncie un juicio equitativo. Vemos con frecuencia que un hombre hace una buena acción y que esto no le aporta nada en este mundo. Vemos a otros hombres que hacen malas acciones y no son castigados en este mudo. Mucho más, podemos citar millares de casos en los que una mala acción concluye con la felicidad y la gratificación de la persona culpable. Cuando se observan estas cosas que suceden todos los días, nuestra razón y nuestro sentido de la justicia exigen que vendrá un tiempo en el que el hombre que haya hecho el bien será recompensado, y el que haya hecho el mal, castigado. El presente orden de cosas, como podéis vosotros mismos comprobar, está sometido a la ley física según la cual el hombre es libre de hacer el mal si lo decide así, sin que sufra por ello necesariamente las consecuencias funestas. Si tenéis un bidón de gasolina y una caja de cerillas, podéis prender fuego en la casa de vuestro enemigo, y puede ser que os escapéis de todas las consecuencias de este acto si las condiciones terrestres están a vuestro favor, ¿significa esto que tal crimen no tiene consecuencias? ¡Ciertamente, no! Esto significa solamente que su resultado inmediato y físico se ve, y que el resultado moral está en suspenso. ¿Pensáis realmente que si estas consecuencias morales no apareciesen nunca, sería razonable? Si pensáis que tarde o temprano, deberán aparecer, se puede entonces preguntar: ¿Dónde? Ciertamente no en este mundo, porque en este mundo material, sélo las consecuencias materiales de las acciones se manifiestan plenamente, mientras que las consecuencias racionales y morales no aparecerán siempre. En efecto, no podrán manifestarse más que con la instauración de un nuevo orden de cosas, donde las leyes racionales y morales prevalecerán y tendrán preponderancia absoluta, y donde las leyes materiales serán sometidas. Se trata del nuevo mundo que, hemos dicho precedentemente, es el próximo estadio evolutivo del Universo. Es evolutivo en el sentido de que será gobernado por leyes morales y no por materiales; las consecuencias racionales de las acciones humanas, que hoy están suspendidas en todo o en parte en este mundo, aparecerán entonces. La salvación del hombre será determinada por su valor racional y moral, según su conducta en esta vida de puesta a prueba. Entonces, no veréis nunca a un hombre capaz obligado a someterse a un Imbécil, o un hombre moralmente superior ocupar una posición inferior con un canalla, como ocurre ahora en este mundo.
La última teoría de esta creencia es la existencia del Paraíso y del Infierno, que no tiene nada de Imposible. Si Dios puede crear el Sol, la Luna, las estrellas y la tierra, ¿por qué no podría crear el Paraíso y el infierno? Aunque tendrá su tribunal y pronunciar juicios equitativos recompensando a los que merecen y castigando a loa culpables, debe tener allá, un lugar donde los hombres de mérito podrán gozar de su recompensa feliz, felicidad y gratificaciones de todas clases y un lugar donde los condenados sufrirán el envilecimiento, el dolor y la miseria. Después de haber examinado todas estas cuestiones, toda persona razonable llegará a la conclusión de que la fe en la vida después de la muerte es el más racional de los conceptos, y que no hay nada de irracional o de Imposible en ello. Además, cuando un verdadero profeta como Muhammad -las bendiciones de Dios sean con él- ha afirmado esto como una verdad absoluta, y que sabemos que ha dicho siempre todo lo que era bueno para nosotros, la razón nos lleva a creer en esto implícitamente y no a rechazar esta fe sin verdaderas razones.
Los artículos, como hemos dicho, son los cinco artículos de la fe que constituyen la base del Islam. Su esencia está contenida en la corta frase llamada kalima e tayyib. Cuando declaráis la ilaha illa Allah («no hay más dios que Dios») rechazáis todas las falsas divinidades, y proclamáis que sois una criatura del Dios Único; y cuando agregáis muhammadun rasulullah («Muhammad es el mensajero de Dios») confirmáis y admitís el apostolado de Muhammad -las bendiciones de Dios sean con el-. El hecho de admitir su apostolado trae consigo la fe en la naturaleza divina y los atributos de Dios, en sus ángeles, sus libros revelados, y en la vida después de la muerte. Os obliga también a seguir con cuidado la vía de la obediencia y de la adoración de Dios que el profeta Muhammad -la paz sea con él- nos ha indicado. Es ahí donde reside el camino del triunfo y de la Salvación.
5.-La oración y la adoración
La discusión precedente ha enseñado que Dios ha ordenado por medio de Muhammad -la paz sea con él- creer en cinco artículos de fe:
Fe en Dios que no tiene asociados en su divinidad;
Fe en los ángeles de Dios;
Fe en los libros divinos y en el Corán como el último de los libros;
Fe en los profetas de Dios, y en Muhammad - las bendiciones de Dios sean con él, el Enviado último;
Fe en la vida después de la muerte.
Estos cinco artículos constituyen el fundamento del Islam. El que crea en ello entra en el seno del Islam y llega a ser un miembro de la comunidad musulmana. Pero no basta proclamar su fe verbalmente para llegar a ser un musulmán completo. Para llegar a serlo, es preciso aplicar íntegramente las Instrucciones dejadas por Muhammad -la paz sea con él- las cuales le fueron inspiradas por Dios, Porque la fe en Dios arrastra necesariamente a la obediencia práctica de su palabra; y es la obediencia a Dios la que constituye el Islam. Por esta fe proclamáis que Allah (sélo, el Dios único) es vuestro Dios; esto significa que El es vuestro Creador y vosotros sus criaturas; que El es vuestro Señor y vosotros sus siervos; que El es vuestro Dueño y vosotros sus súbditos. Después de haberlo reconocido como vuestro Señor y Dueño si os negáis a obedecerle, sois por vuestra confesión un rebelde. Al mismo tiempo que tenéis fe en Dios, creéis que el Corán es el libro de Dios. Esto significa que habéis admitido todo el contenido del Corán como Inspirado por Dios. Así es vuestro deber aceptar, y obedecer todo lo que en él se encuentra. Al mismo tiempo habéis admitido que Muhammad -la paz sea con él- es el Enviado de Dios; lo que significa que habéis admitido que cada una de sus órdenes y de sus prohibiciones vienen de Dios. Si admitís esto, es vuestro deber obedecerle. Por consiguiente, no seréis un musulmán completo hasta que vuestros actos estén de acuerdo con vuestras palabras, si no vuestro Islam quedará incompleto.
Veamos ahora las reglas de conducta que Muhammad -la paz sea con él- ha enseñado tal como le fueran inspiradas por el todopoderoso. Los puntos capitales a este respecto son los ibadat- los Deberes Primordiales que deben ser observados por cada persona, exigiéndose de la comunidad musulmana.
El espíritu del «ibadat», o la adoración
ibadat es una palabra árabe derivada de abd («esclavo») y significa sumisión. Representa el hecho de que Dios es vuestro Señor y que eres su siervo, y que todo lo que un siervo puede hacer para obedecer y agradar a su señor es un ibadat. El concepto islámico de ibadat es muy amplio. Si purificáis vuestro lenguaje de las tosquedades, de la mentira, de la maledicencia y de los insultos, cuando decís siempre la verdad y habláis de cosas virtuosas, y lo hacéis todo esto únicamente porque Dios lo ha ordenado así; estas acciones constituyen un ibadat, aunque puedan parecer sin relación con la religión. Si seguís la ley de Dios tanto en su espíritu como en su letra en vuestros hechos comerciales y económicos, si sois fieles en vuestras relaciones con vuestros padres, vuestros amigos, y con todos los que están en contacto con vosotros, verdaderamente todas vuestras actividades son ibadat. Si ayudáis a los pobres, los hambrientos y a las gentes en la angustia, si hacéis esto no en vuestro interés personal, sino solamente por buscar el agrado de Dios, esta actitud también es ibadat. Incluso vuestras actividades económicas -las actividades que emprendéis para ganar vuestra vida y mantener a las personas que tenéis a vuestro cargo- son ibadat, si lo hacéis con honradez y virtud, y observáis la ley de Dios. En resumen, todas vuestras actividades y vuestra vida entera son ibadat si están de acuerdo con la ley de Dios, si vuestro corazón está lleno de su temor, si vuestro objetivo último es hacer todas las cosas buscando el agrado de Dios. Así, cada vez que hacéis el bien o evitáis el mal por temor a Dios no Importa en qué dominio o actividad, cumplid vuestras obligaciones islámicas. El verdadero significado del Islam es: El hombre debe someterse totalmente a agradar a Dios, ajustar su vida entera al modelo trazado por el Islam, sin excepción alguna. Para llegar a realizar este fin, una serie de ibadat precisos han sido constituidos que sirven de cierto modo de cuadro de entrenamiento. Si seguimos la preparación asiduamente, mejor seremos equipados para encontrar la armonía entre nuestros ideales y nuestra conducta práctica. Los ibadat son pues los pilares sobre los cuales descansa el edificio del Islam.
«salat»
El salat es la primera y más importante de estas obligaciones. ¿ Qué es el salat? Son las cinco oraciones cotidianas obligatorias por las cuales repetís cinco veces al día los artículos en los que se basa vuestra fe. Os levantáis por la mañana temprano, hacéis vuestro aseo, y os presentáis ante Dios para rezar. Los movimientos que hacéis durante la oración simbolizan el espíritu de sumisión; la recitación de vuestras oraciones os recuerdan vuestros deberes hacia Dios. Buscáis sus mandatos y le pedís sin descanso permitiros libraros de su cólera y seguir el recto camino. Leeréis pasajes del Libro de Dios testimoniando así la veracidad del Profeta, y de este modo aviváis vuestra creencia en el Día del juicio y en el hecho de que tenéis que comparecer ante vuestro pacto con El. Dejáis durante unos instantes vuestras obligaciones mundanas y solicitáis audiencia del Señor. Esto una vez más os recuerda vuestro papel real en la vida. Después de esta reconsagración volvéis a vuestras ocupaciones; más tarde os presentáis de nuevo a Dios. Este os vuelve a llamar, y de nuevo concentráis vuestra atención en las estipulaciones de vuestra fe. Cuando el sol se oculta y las tinieblas de la noche comienzan a envolveros, os sometéis de nuevo a Dios con oraciones, con el fin de que no olvidéis vuestros deberes y vuestras obligaciones en las, sombras que se aproximan de la noche. Después de algunas horas más tarde, de nuevo aparecéis ante Dios, y es vuestra última oración de la jornada. Así, antes de ir a dormir, recordáis una vez más vuestra fe y os prosternáis ante vuestro Dios. Es así como acabáis la jornada. La frecuencia y la hora de las oraciones tienen por fin no olvidar nunca cuál es el objeto y la misión de vuestra vida en el torbellino de las actividades del mundo.
Es fácil comprender cómo las oraciones cotidianas fortifican las bases de vuestra fe, os preparan para observar una vida de virtud y de obediencia a Dios, y aviva esta fe de donde surge el coraje, la sinceridad, la reflexión, la pureza de corazón y de alma y la firmeza de la moralidad.
Veamos cómo se realiza esto. Hacéis vuestra ablución de la manera prescrita por el Santo Profeta -la paz sea con él-. Igualmente rezáis según las instrucciones del Profeta. ¿Por qué lo hacéis? Simplemente porque creéis en el apostolado de Muhammad -la paz sea con él-, y es vuestro deber absoluto obedecerle sin discutir. ¿Por qué no cometéis faltas voluntariamente recitando el Corán? ¿No es porque consideráis el texto como la Palabra de Dios y que creéis cometer un pecado desviándoos de sus palabras? En las oraciones recitáis muchas cosas en voz baja, y si no las recitáis o la hacéis con errores no hay nadie para controlaros. Pero esto no lo hacéis nunca voluntariamente. ¿Por qué? Porque creéis que Dios está siempre vigilante, que oye todo lo que recitáis, y que está al corriente de todos las cosas visibles u ocultas. ¿Qué es lo que os hace recitar vuestras oraciones incluso en los lugares donde no hay nadie que os exija hacerlo o incluso para veros decirlo? ¿No es por el convencimiento de que Dios os está observando siempre? ¿Qué es lo que os hace dejar vuestros quehaceres importantes y otras ocupaciones para ir a la mezquita a rezar? ¿Qué es lo que os hace abreviar vuestro sueño a las tempranas horas de la mañana, ir a la mezquita con el calor del mediodía y dejar vuestras distracciones de la tarde por la oración? ¿Es otra cosa que el sentido del deber -el hecho de que asumáis vuestra responsabilidad hacia Dios cueste lo que cueste? ¿Por qué teméis cometer faltas cuando decís vuestras oraciones? Porque vuestro corazón está lleno de temor de Dios, y sabéis que debéis comparecer ante El en el Día del juicio y darle cuenta de vuestra vida entera. ¿Puede existir mejor método de preparación moral y espiritual que las oraciones? Es este entrenamiento el que hace de un hombre un musulmán perfecto. Las oraciones le recuerdan su pacto con Dios, avivan su fe en El y le hacen tener siempre presente en su espíritu su fe en el Día del juicio. Le ayudan a ajustarse a los principios del Profeta y le impulsan a observar sus deberes. Las oraciones son el mejor medio de impulsar al hombre a ajustar su conducta a sus ideales. Evidentemente, si un hombre tiene una conciencia de sus deberes hacia su Creador, tal ayuda que la pone por encima de todos los bienes terrestres y no deja de fortalecerla por la oración, permanecerá probablemente honesto en sus acciones porque sí no traería el descontento de Dios que hasta ahora ha tratado de evitar. Permanecerá fiel a la ley de Dios a través de todas las fases de la vida, del mismo modo que sigue diciendo las cinco oraciones cotidianas. Se puede tener confianza en este hombre en los demás campos igual que en el de la religión, porque si las sombras del pecado o de la astucia se le acercan, tratará de evitarlas por temor a Dios, temor que está siempre presente en su espíritu. Incluso sí después de una preparación tan vital, un hombre se conduce mal en otros campos de la vida y quebranta la ley de Dios, esto no puede venir más que de determinadas depravaciones que le son propicias.
Así pues, lo repetimos, debéis rezar vuestras oraciones en asamblea, particularmente las oraciones del Viernes. Esto establece entre los musulmanes un vínculo de amor y de comprensión recíproca. Esto despierta en ellos el sentimiento de su unidad colectiva y mantiene en ellos la noción de fraternidad nacional. Todos rezan sus oraciones en asamblea y esto les inculca un profundo sentimiento de fraternidad. Las oraciones son también un símbolo de igualdad, porque tanto los pobres como los ricos, los poderosos como los humildes, los que gobiernan como los gobernados, los sabios como los analfabetos, los negros como los blancos, todos están en el mismo lugar y se prosternarán ante su Señor. Las oraciones le inculcan también un profundo sentimiento de disciplina y obediencia al jefe elegido. En resumen, las oraciones los preparan en todas las virtudes que permiten el desarrollo de una rica vida Individual y colectiva.
He aquí algunos de los beneficios que se pueden sacar de las oraciones cotidianas.
Si nos negamos a utilizarlas, nosotros, y nosotros solos, somos los que perdemos. Si nos apartamos de las oraciones, esto significa dos cosas: que no reconocemos las oraciones como nuestro deber; o bien que las reconocemos como nuestro deber, pero a pesar de ello eludimos esta obligación. En el primer caso, vuestra pretendida fe es una mentira vergonzosa, porque si se niega a aceptar órdenes, por eso mismo se niega la Autoridad de quien las da. En el segundo caso, si reconocemos la Autoridad, pero no haces caso de sus órdenes, entonces somos las criaturas más inconscientes de la tierra. Porque si somos capaces de hacer esto a la más alta Autoridad del Universo, ¿quién nos garantiza que no haremos lo mismo en nuestras relaciones con los demás seres humanos? Si el engaño predomina en una sociedad, ¡qué infierno de discordia llegaría a ser esto!
El Ayuno
Lo mismo que las oraciones había que hacerlas cinco veces al día, el ayuno durante el mes de «Ramadán» (el noveno mes del año lunar) se hace una vez por año. Durante este período, desde el alba hasta que se oculta el sol no comemos ni una migaja de comida, ni bebemos una gota de líquido, cualquiera que sea la atracción de la comida y sean cuales fueren nuestra hambre y nuestra sed. ¿Qué es lo que nos hace soportar voluntariamente tales rigores? No es otra cosa que la fe y la creencia en Dios y en el Día del juicio Final. En cada instante durante nuestro ayuno reprimimos nuestras pasiones y nuestros deseos, y proclamamos por nuestra conducta la supremacía de la ley divina. Esta conciencia del deber y espíritu de paciencia que el ayuno permanente durante un mes completo nos inculca, nos ayuda a fortificar nuestra fe. El rigor y la disciplina durante este mes nos ponen cara a cara con las realidades de la existencia y nos ayudan a hacer de nuestra vida durante el resto del año una vida de verdadera sumisión a su voluntad.
Por otra parte, el ayuno tiene un impacto enorme en la sociedad, porque todos los musulmanes, cualquiera que sea su estatuto, deben respetar el ayuno durante el mismo mes. Esto marca la igualdad esencial de los hombres, y crea en ellos un sentimiento aún más profundo de amor y fraternidad. Durante el Ramadán, el mal se esconde mientras el bien pasa al primer plano, y toda la atmósfera se impregna de piedad y de pureza.
Esta disciplina nos ha sido impuesta por nuestro propio bien. En cuanto a los que no cumplen con este deber primordial, no se puede confiar mucho en ellos en el cumplimiento de sus otros deberes. Pero los peores son los que, durante este mes sagrado, no dudan de beber y comer en público. Su conducta prueba que no tienen en cuenta los mandatos de Dios, del cual osan, sin embargo, proclamar su fe como su Creador. Además de esto, muestran también que no son miembros leales de la comunidad musulmana -o más bien que no tienen nada que ver con ella. Evidentemente, en cuanto a la obediencia, confianza y respeto que se puede tener en ellos, se puede esperar lo peor de tales hipócritas.
El «zakat»
La tercera obligación es el Zakat. Cada musulmán cuya situación económica esté por encima de un determinado mínimo precisado, debe pagar anualmente 2.5% de sus ahorros a uno de sus semejantes en la necesidad, a un nuevo discípulo del Islam, a un viajero, a una persona entrampada.
Esto es el mínimo. Si pagáis más, más grande será la recompensa que Dios os concederá.
El dinero que entreguemos a título de Zakat no es alguna cosa de la que Dios tiene necesidad o que El recibe. El está por encima de toda necesidad o deseo. El nos promete, con su gracia infinita, innumerables recompensas si ayudamos a nuestros semejantes. Pero pone en ello una condición fundamental: cuando entregamos el Zakat en el nombre de Dios no debemos esperar ni exigir un provecho terrestre de los beneficiarios, ni tratar de establecernos una reputación filantrópica.
El zakat es tan fundamental en el Islam como las demás formas de ibadat: salat («la oración») y saum («el ayuno»). Su importancia reside en el hecho de que mantiene en nosotros las cualidades de sacrificio y nos limpia del egoísmo. El Islam acoge en su seno a aquellos que están dispuestos, en la vía de Dios, a distribuir una parte de sus bienes; duramente ganados, voluntariamente y sin ninguna esperanza de provecho temporal o personal. El Islam no tiene nada que hacer con los avaros. Un verdadero musulmán, cuando viniese el llamamiento, sacrificará todos sus bienes según el deseo de Dios, porque el Zakat lo ha llevado ya a esto. La sociedad musulmana ha ganado enormemente con la institución del Zakat. Es el deber más estricto de todo musulmán afortunado, ayudar a sus semejantes pobres o en un a situación menos favorecida . Su riqueza no debe ser utilizada únicamente para su confort y su lujo personales; los demás tienen también derecho de sus bienes: las viudas y los huérfanos de la nación, los pobres y los inválidos; los que tienen capacidades, pero carecen de medios para buscar un empleo útil, aquellos que tienen capacidades pero no tienen dinero para adquirir la Instrucción y llegar a ser así miembros activos de la comunidad. El que no reconoce un derecho en sus bienes a tales personas de su comunidad es realmente cruel. Porque no podrá haber crueldad más grande que llenar sus cofres mientras que millares de seres mueren de hambre o sufren del paro. El Islam es el enemigo irreconciliable de tal forma de egoísmo y de la avaricia. Los incrédulos, privados de todo sentimiento de amor universal, no saben más que conservar su dinero, y para hacerlo fructificar lo prestan con intereses. Las enseñanzas del Islam son la exacta contraposición de esta actitud. Aquí comparte su riqueza con sus semejantes y se les ayuda también a bastarse por sí mismos y a llegar a ser miembros productivos de la sociedad.
«hajj» o peregrinación
hajj, o la peregrinación a la Meca es el cuarto ibadat fundamental. No es obligatorio más que para los que tienen medios y solamente una vez en la vida. La Meca acoge el sitio de una pequeña casa que el profeta Abraham -las bendiciones de Dios sean con él- edificó para el culto de Dios. Dios le recompensó haciendo de ella su propia casa, y el centro hacia el cual todos deben volverse para las oraciones. Ha dispuesto también que incumba, a los que tienen medios, visitar este lugar al menos una vez en su vida. Esta visita no es solamente una visita de cortesía. Esta peregrinación tiene sus ritos y condiciones que es preciso cumplir, las cuales nos inculcan la piedad y la virtud. Cuando emprendemos la peregrinación, nos está ordenado que refrenemos nuestras pasiones, que nos abstengamos de derramar sangre, que seamos puros tanto en nuestras palabras como en nuestros actos. Dios ha prometido recompensar nuestra sinceridad y nuestra sumisión.
Esta peregrinación es, en cierto modo, el más grande de los ibadat. Porque a menos que un hombre no quiera realmente a Dios, no emprenderá nunca un viaje tan largo dejando tras él a todos los que ama. Así pues, esta peregrinación es diferente de cualquier otro viaje. Allí, sus pensamientos están concentrados en Dios, su ser vibra de una devoción intensa. Cuando llega a la Ciudad Santa, encuentra allí una atmósfera llena de piedad y de virtud; visita lugares que testimonian la gloria del Islam, y todo esto deja en su espíritu una impresión inolvidable que guardará hasta su último suspiro.
Después, de los demás ibadat, los musulmanes pueden sacar muchos beneficios de esta peregrinación. La Meca es el centro en el cual los musulmanes deben agruparse una vez por año, encontrarse y discutir de asuntos de interés común, y de una forma general, avivar, en ellos mismos, la convicción de que todos los musulmanes son iguales y merecen el amor y la simpatía de los demás, cualquiera que sea su origen geográfico o cultural. Así, la peregrinación une a los musulmanes del mundo en una fraternidad internacional.
Protección del Islam
Aunque la protección del Islam no sea explícitamente un principio fundamental, su necesidad y su importancia han sido señaladas con mucha frecuencia en el Corán y el hadiz. Es esencialmente una puesta a prueba de nuestra sinceridad como discípulos del Islam. Si no defendemos al que llamamos nuestro amigo contra las intrigas y los asaltos de sus enemigos, ni no nos preocupamos de sus intereses, si estamos guiados únicamente por el egoísmo, somos verdaderamente falsos amigos. Del mismo modo, si proclamamos nuestra fe en el Islam, debemos celosamente guardar y mantener el prestigio del Islam. Nuestra única guía en nuestra conducta debe ser el interés de los musulmanes en general, y el servicio del Islam a la vista del cual todas nuestras consideraciones personales deben inclinarse.
«jihad»
jihad es una parte de esta protección del Islam. jihad significa lucha hasta el límite de nuestras fuerzas. Un hombre que hace todo lo posible físicamente o moralmente, o utiliza sus bienes en la vía de Dios, está en efecto compro metido en el jihad. Pero en el lenguaje del chariah, esta palabra es utilizada más particularmente por el combate que es declarado únicamente en el nombre de Dios contra los opresores y los enemigos del Islam. Este supremo sacrificio de la vida incumbe a todos los musulmanes. Sin embargo, si un grupo de musulmanes se dirige voluntariamente por el jihad, la comunidad entera, está dispensada de su responsabilidad. Pero si nadie es voluntario, todo el mundo es culpable. Esta dispensa no existe para los ciudadanos de un estado islámico cuando este estado es atacado por una fuerza no musulmana. En este caso, todo el mundo debe ser voluntario para el jihad. Si el país atacado no es bastante fuerte para responder, es entonces deber religioso de los países musulmanes vecinos ayudarle; si ellos también son vencidos; entonces los musulmanes del mundo entero deben combatir al enemigo común. En todos los casos, el jihad es un deber primordial de los musulmanes que les concierne lo mismo que las oraciones cotidianas o que el ayuno. El que se sustraiga de ello es un pecador. Se puede dudar de su pretendida fe en el Islam. No es más que un hipócrita que no superará la prueba de la sinceridad, y todos sus ibadat y oraciones no son más que un engaño, una vana tentación de devoción.
6.-Los principios del «chariah»
El hombre ha sido dotado de un gran número de poderes y de facultades y a este respecto la Providencia se ha mostrado generosa hacia él. Posee inteligencia, sabiduría, voluntad, las facultades de la vista y de la palabra, del gusto, del tacto y del oído, la facultad de desplazamiento y utilizar sus manos, las pasiones del amor, cólera, lo peor... Todas estas cosas le son útiles y ninguna es superflua. Estas facultades le han sido atribuidas porque tiene una gran necesidad de ellas; le son indispensables. Su vida y su triunfo dependen del uso conveniente que hace de ellas para satisfacer sus necesidades y sus deseos. Estos poderes que Dios le ha dado están destinados para servirle, y si no son utilizados en su justa medida, la vida no vale la pena de ser vivida.
Dios ha provisto también al hombre de todos los medios y recursos necesarios para hacer funcionar sus facultades naturales y para lograr satisfacer sus necesidades. El cuerpo humano está también hecho, que es el primer y principal instrumento del hombre en su lucha para realizar los fines de su vida. Luego, tiene el mundo donde vive el hombre. Su alrededor contiene recursos de todas clases, recursos que utiliza para llegar a sus fines. La Naturaleza, con todo lo que contiene, ha sido preparada para él, y puede hacer de ella todos los usos imaginables. Tiene también a sus semejantes, de manera que pueden cooperar los unos con los otros para construir una vida mejor y más prospera.
Reflexionemos ahora un poco más profundamente en este fenómeno. Estos poderes y estos recursos os han sido conferidos para ser utilizados para el bien de los demás. Han sido creados para vuestro bien y no para perjudicaros y destruiros. Su función es tratar de aumentar el bien y la virtud, y no ponerlos en peligro. Así, el uso correcto de estos poderes es el que os da beneficios; incluso si resulta de ello algún inconveniente, no debe exceder del mínimo Inevitable. Es así únicamente como se hace uso correcto de estos poderes. Cualquier otro uso, si acaba en el desorden y en la destrucción, es malo, contrario a la razón y nocivo. Por ejemplo, si hacéis alguna cosa que os perjudica, u os agravia, es una utilización sencillamente defectuosa. O si vuestras acciones perjudican a los demás, y hacen de vosotros una calamidad para ellos, es una pura locura y un mal uso de los poderes conferidos por Dios. Si derrocháis los recursos, los gastáis en vano o los destruís, esto también constituye un torpe error por vuestra parte. Tales actividades son evidentemente irracionales porque la misma razón humana sugiere que la destrucción y el mal deben ser evitados y que es preciso tender siempre hacia el éxito y el provecho. Si fuera preciso ir al encuentro de un mal cualquiera, esto debe ser solamente en el caso de que os trajera, a pesar de todo, un beneficio más importante. Todo comportamiento que se aparte de esto sería evidentemente una mala conducta a adoptar.
Si conservamos siempre esta consideración básica y examinamos al género humano, encontraremos dos clases de gentes:
Los que voluntariamente hacen un mal uso de sus poderes son malos y corrompidos, y merecen los rigores de la ley para controlarlos y reformarlos. Los que cometen errores por ignorancia necesitan el conocimiento exacto y la orientación para que puedan ver el Camino Recto, y para que hagan un mejor uso de sus poderes y de sus recursos. El Código de Conducta -el chariah- que Dios ha revelado al hombre, responde precisamente a esta necesidad
El chariah expone la ley divina, y da las directrices para regular la vida con los mejores intereses del hombre. Su objetivo es enseñar al hombre la vía mejor, y de proveerle los medios satisfactorios a sus necesidades del modo más beneficioso y más provechoso para él. La ley de Dios ha sido concebida para vuestro beneficio. No hay nada en ella que os incite a despilfarrar vuestras facultades o a reprimir vuestras necesidades, vuestras emociones o vuestros deseos naturales. No litiga en favor del ascetismo. No dice:
«Abandonad el mundo, privaos de todo bienestar en la vida, dejad vuestras casas, errad en los desiertos, las montañas o en los bosques sin pan ni vestidos», no predica tales excesos ni la mortificación. Este punto de vista no tiene nada en común con la ley del Islam, una ley formulada por Dios que ha creado este mundo para la felicidad de la Humanidad. El chariah ha sido revelado por Dios mismo, que ha preparado todas las cosas para el provecho del hombre. El no quiere arruinar su Creación. No ha dado al hombre ningún poder que sea inútil o superfluo, El no ha creado nada en los cielos ni en la tierra que no pueda dar servicio al hombre. Es su voluntad explícita, que el Universo -este grandioso taller de actividades múltiples- siga funcionando armoniosamente para que el hombre -esta joya de la Creación-, pueda hacer el mejor y productivo uso de sus facultades y recursos, de todo lo que ha sido preparado para él en la tierra y en los cielos. Deberá utilizarlos de tal forma que él y sus semejantes puedan recoger buenos frutos y no causen nunca, voluntaria o involuntariamente, ningún mal a la creación de Dios. El chariah está destinado a guiar los pasos del hombre en esta dirección. Prohíbe todo lo que es perjudicial al hombre, permite y aconseja todo lo que puede serle útil y beneficioso.
El principio fundamental de la ley es que el hombre tiene el derecho, y en determinados casos, el deber más estricto, de satisfacer todas sus necesidades y deseos auténticos, y hacer todos los esfuerzos posibles para promover sus intereses y encontrar el triunfo y la felicidad. Pero -y es un punto importante-, debe hacer todo esto de tal manera que no solamente los intereses de los demás no sean perjudicados y que ningún daño sea causado a sus esfuerzos para satisfacción de sus propios derechos y deberes, sino aún más con toda la cohesión social posible, la ayuda mutua, y la cooperación con sus semejantes para el triunfo de sus objetivos comunes. Como en todas estas cosas el bien y el mal, el provecho y la pérdida están inseparablemente mezclados, el principio de la ley es elegir un mal menor en nombre de un beneficio más grande, y de sacrificar un pequeño beneficio para evitar un mal más grande. Este es el concepto fundamental del chariah.
Sabemos que el conocimiento humano es limitado. Cada hombre, en cada época, no sabe para él mismo lo que es bueno ni lo que es malo, lo que es perjudicial y lo que es beneficioso. Las fuentes del saber humano son demasiado limitadas para darle la verdad pura. Por esto Dios le ha evitado los riesgos de error y le ha revelado su ley que es un código correcto y completo para la raza humana entera. Los métodos y las verdades de este código aparecen cada vez más claramente en el hombre con el tiempo. Hace algunos siglos, buen número de sus adelantos quedaban oscuros para el hombre; el progreso del conocimiento les ha puesto en evidencia. En nuestros días aún, algunos no aprecian todos los méritos de este código, pe o el progreso lanzará nuevas luces en él y señalará su superioridad. El mundo de buen grado o por fuerza, se orienta hacia la vía trazada hace tiempo ya por el código divino; muchas gentes que negaron aceptarlo están ahora, después de siglos de titubeos, pruebas y errores, obligados a adoptar determinadas disposiciones de esta ley. Los que niegan la veracidad de la Revelación y conceden todo crédito a nuestra razón humana extinguida, después de haber cometido faltas y vivido experiencias desagradables, adoptan bajo una forma u otra los mandatos del chariah. ¡Pero qué pérdida! ¡Y ahora, incluso, no lo hacen más que parcialmente!
Por otro lado, hay gentes que tienen una fe total en los profetas de Dios, aceptan sus palabras y adoptan el chariah con pleno conocimiento de causa. A veces no realizan completamente los méritos o la significación de tal o tal instrucción, pero de una manera general, aceptan un código que es el fruto del verdadero conocimiento y que les preserva de los males y de las faltas de ignorancia, de las pruebas y de los errores. Estas gentes están en el camino recto y el triunfo les corresponde.
Ciertamente el chariah ha enseñado al hombre desde hace más de catorce siglos; pero con su razón deficiente el hombre no ha llegado más que ahora a entrever estas verdades, esto después de siglos de derroche, pérdidas, y errores, después de haber sometido centenas de millones de gentes a una separación injustificable, después de haber depravado al hombre y corrompido la sociedad durante siglos El chariah es el camino más corto y más simple hacia la realidad, y el desprecio de ello lleva al fracaso o al desorden total.
El «chariah» : derechos y deberes
El modelo de vida que el Islam preconiza consiste en un conjunto de derechos y deberes que todo ser humano que acepta esta religión le es exigido que oriente su vida de acuerdo con estas reglas.
De una manera general, la ley del Islam impone cuatro clases de derechos y de deberes en el hombre:
Los deberes hacia Dios, que todo hombre está obligado a cumplir.
Los deberes del hombre con respecto a sí mismo.
Los derechos de los demás con él.
Los derechos de los recursos que Dios ha puesto a su disposición y que le ha autorizado utilizar para su bienestar.
Estos derechos y estas obligaciones constituyen la piedra angular del Islam, y es el deber más estricto de todo musulmán verdadero, comprenderlos y someterse a ellos conscientemente. El chariah discute claramente cada clase de derecho y lo trata detalladamente. Pone igualmente a la luz los medios por los cuales las obligaciones pueden ser cumplidas -de manera que todos nuestros deberes pueden ser simultáneamente cumplidos y que ninguno de ellos sea excedido o descuidado. Vamos ahora brevemente a discutir estos derechos y estos deberes para dar una idea de la vida islámica y de sus valores fundamentales.
Los derechos personales
Más tarde vienen los derechos personales del hombre. El hecho es que el hombre es a menudo más injusto y más cruel para consigo mismo que hacia cualquier otro ser humano. Esto puede sorprender: ¿Cómo un hombre puede ser injusto consigo mismo cuando se sabe muy bien que se quiere más que a todo? ¿Cómo puede ser su propio enemigo? Esto puede parecer en efecto un hecho incomprensible. Pero reflexionando en ello de más cerca, se verá que esto es verdad.
El hombre tiene una gran debilidad: cuando prueba un deseo imperioso, en lugar de resistirlo, sucumbe y satisfaciéndose en ello se causa a sabiendas daño. Tomad el caso del hombre que se entrega a la bebida: se arriesga a volverse loco, pero continúa a costa de su dinero, salud, reputación y de todo lo que posee. Otro es tan glotón que en sus excesos en la mesa, estropea su salud y pone su propia vida en peligro. Otro llega a ser esclavo de sus apetitos sexuales que se consume por satisfacer. Otro aún se crea una necesidad de elevación espiritual; refrena sus deseos, rechaza satisfacer sus necesidades y exigencias físicas; reprime su apetito, se despoja de sus vestidos, deja su casa y se retira a las montañas o bosques. Cree que el mundo no esta hecho para él, creyendo que todo lo que le rodea es pecado.
He aquí pues algunos casos de la tendencia que el hombre manifiesta a veces de ir hacia los extremos y de perderse en uno u otro lado. Se podría citar un gran número de ejemplos similares de inadaptación y desequilibrio en la vida de todos los días, pero esto no es útil aquí.
El Islam quiere el bienestar del hombre, y su objetivo declarado es establecer una existencia equilibrada. Es por esto por lo que el chariah declara claramente que vuestra propia persona tiene derechos sobre vosotros. Uno de los principios fundamentales es: «Vuestra persona tiene derechos sobre vosotros».
El chariah prohibe el uso de todas las cosas que son perjudiciales a la existencia física, mental y moral. Prohíbe el consumo de la sangre, drogas, carne de cerdo, aves de rapiña y animales venenosos, cadáveres, porque todas estas cosas tienen efectos indeseables en la vida física, moral, intelectual y espiritual del hombre. Prohibiendo todas estas cosas, el Islam prescribe al hombre el uso de todo lo que es adecuado y sano, y le ordena no privar a su cuerpo de alimento sano, porque el cuerpo del hombre también tiene un derecho sobre él. La ley del Islam condena la desnudez y ordena al hombre llevar una costumbre digna y decente. Exhorta al trabajo para ganarse la vida y desaprueba fuertemente la ociosidad y la pereza. El espíritu del chariah es que el hombre debería utilizar para su comodidad y su bienestar los poderes que Dios le ha conferido y los recursos que ha extendido en la tierra y en los cielos.
El Islam no quiere tampoco la supresión de los deseos sexuales; manda solamente al hombre controlarlos y buscar su satisfacción en el matrimonio. Prohíbe llegar a la auto persecución y auto negación, y le permite, más bien le recomienda, gozar de los placeres legítimos de la vida y ser piadoso y firme en medio de los problemas de la vida. Para buscar la elevación espiritual, la pureza moral, la proximidad de Dios, y la salvación en la vida futura, no es necesario abandonar este mundo. El camino de los triunfos consiste en seguir la Ley Divina en medio de las complejidades de la vida y no fuera de ella.
Es Islam prohíbe formalmente el suicidio e inculca al hombre la idea de que su vida pertenece a Dios; es como un depósito que Dios os ha confiado durante un determinado tiempo para que hagáis de ella el mejor uso posible -no ha sido hecha para ser estropeada y destruida de manera inconsiderada-.
Es así como el Islam Inculca al hombre que su propia persona, su propio cuerpo, tengan determinados derechos y que le incumba satisfacerlos de la mejor forma según los medios sugeridos por el chariah. Es así como será honrado con su propia persona.
Los derechos ajenos
Por un lado, el chariah ha mandado al hombre cumplir con sus derechos personales y ser justo consigo mismo. Por otro lado, le ha mandado que los realice de tal manera que no viole por eso los derechos ajenos. El chariah ha tratado de establecer un equilibrio entre los derechos del individuo y los derechos de la sociedad de tal forma que ningún conflicto pueda surgir entre ambos y que todos cooperen en hacer reinar la ley de Dios.
El Islam tiene formalmente prohibido la mentira bajo todas las formas, porque mancha al mentiroso, a los demás y constituye un peligro para la sociedad. Tiene formalmente prohibido el robo, la corrupción, la fabricación de billetes falsos, la fullería, la usura (intereses), porque todo lo que el hombre puede ganar por estos medios, lo gana en efecto causando una pérdida y daño al prójimo. La indecencia, los chismes, la calumnia y la difamación han sido prohibidos igualmente. El juego, las loterías, la especulación, y todos los juegos del azar han sido prohibidos, porque en todas estas cosas, una persona (la ganadora) se enriquece a costa de millares de los demás perdedores. Todas estas formas de comercio de explotación han sido prohibidas, porque una de las partes es perdedora. El monopolio, la acumulación de riquezas, el mercado negro, la especulación en los terrenos y todas las formas de enriquecimiento individual y social han sido prohibidas. El homicidio, el derramamiento de sangre, la incitación al desorden y a la destrucción son considerados como crímenes, porque nadie tiene derecho de tomar la vida o los bienes ajenos simplemente para su provecho o su agrado personal. El adulterio, la fornicación y las prácticas homosexuales han sido estrictamente prohibidas, porque no solamente pervierten la moralidad y perjudica a la salud del que comete estos delitos, sino que también extienden la corrupción y la inmoralidad en la salud pública, degeneran la salud y la moralidad de las generaciones futuras, trastornan las relaciones entre los hombres, y rompen la trama misma de la estructura cultural y social de la comunidad. El Islam desea eliminar hasta la raíz delitos tan abominables.
Todas estas limitaciones y restricciones han sido impuestas por la ley del Islam para impedir al hombre usurpar los derechos ajenos. El Islam no quiere que el hombre llegue a ser egoísta y egocéntrico hasta el punto de atacar desvergonzadamente los derechos ajenos y violar todos los principios morales para obtener la satisfacción personal de su espíritu y de su cuerpo. No le permite tampoco pisotear los intereses ajenos, para preservar sus derechos personales. La ley del Islam regula la vida de tal forma que el bienestar de cada uno y de todos puede ser garantizado. Pero para obtener el bienestar de la Humanidad y el progreso de la civilización, no son suficientes algunas restricciones negativas sélo. En una sociedad realmente posible y prospera, las gentes deberían no solamente no violar los derechos ajenos ni perjudicar sus intereses, sino que también deberían cooperar positivamente los unos con los otros y trabar relaciones mutuas, instituciones sociales que contribuyan al bienestar de todos y al establecimiento de una sociedad humana ideal. El chariah nos ha guiado a este respecto Igualmente. Nos proponemos, pues, dar aquí un breve resumen de los mandatos de la ley islámica, que aclaran este aspecto de la vida y de la sociedad. La familia es el primer núcleo de la vida humana. Es ahí donde se forman primero los rasgos fundamentales del carácter del hombre y de ahí que la familia sea el elemento base de toda civilización. Por consiguiente, consideremos primeramente los mandatos del chariah concernientes a la familia. Una familia se compone del marido, de la mujer, y de sus hijos. Los mandatos del Islam con respecto a la familia son muy explícitos. Asigna al hombre la responsabilidad de ganar la vida, proveer lo que es necesario a su mujer y a sus hijos y protegerlos de todas las vicisitudes de la vida. A la mujer le asigna el deber de dirigir la casa, educar e instruir a los hijos de la mejor forma, y de darle a su marido y a sus hijos toda la comodidad y felicidad posible. El deber de los hijos es respetar a sus padres, obedecerles, y una vez que sean educados, ocuparse de ellos y de proveer sus necesidades. Para hacer de la familia una institución bien dirigida y disciplinada, el Islam ha puesto las dos medidas siguientes:
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El marido ha recibido la posición de jefe de familia. Ninguna institución puede funcionar armoniosamente si no hay nadie para controlarla y dirigirla Una institución así no resultará más que el caos. Si cada miembro de la familia actúa a su manera, esto sería la confusión. Si el marido va por su lado y la mujer por el suyo, el futuro de los hijos será estropeado. Alguno debe ser el jefe de familia a fin de que la disciplina pueda ser mantenida y que la familia llegue a ser una institución ideal de la sociedad. El Islam da esta posición al marido y hace así de la familia una célula de base disciplinada de la civilización: Un modelo para la sociedad en general.
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El jefe de familia ha sido además encargado de determinadas responsabilidades. Le pertenece ganar la vida, y ocuparse de todas las tareas que tienen lugar fuera de la casa. Esto libera a la mujer de todas las actividades exteriores y que son dejadas al cargo del marido. Ha sido descargada de todos los deberes exteriores y consagrarse plenamente a los deberes interiores y dedicarse y ocuparse de la familia y de sus hijos -los futuros guardianes de la nación. Las mujeres han sido exhortadas a permanecer en sus casas y cumplir las responsabilidades que les han sido confiadas. El Islam no quiere recargarlas doblemente: A la vez de los hijos y de la casa, del cuidado de ganar la vida trabajando en el exterior. Esto sería, evidentemente una injusticia. El Islam por consiguiente efectúa una distribución entre los sexos.
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El profesor Cyril Joad llega hasta decir claramente: «Yo creo que el mundo sería un lugar más feliz sí las mujeres se contentaran con ocuparse de sus hogares y de sus hijos, incluso esto traería consigo un ligero cambio del nivel de vida».
Pero esto no quiere decir que la mujer no esté autorizada a salir de su casa. Nada de eso. Está autorizada a salir cuando sea necesario. La ley ha determinado que la casa era su dominio de trabajo particular y ha señalado que las mujeres deberían contribuir al mejoramiento de la vida en la casa. Cada vez que deban salir, pueden hacerlo después de haber cumplido algunas formalidades necesarias explicadas antes.
El círculo de familia se extiende gracias a los nacimientos y a los casamientos. Para reforzar la unidad entre los miembros de la familia, para conservar las relaciones mutuas, estrechas y sanas y para hacer de cada miembro un manantial de apoyo, fuerza y satisfacción para los demás, la ley del Islam ha formulando determinadas reglas fundamentales fundadas en la sabiduría y experiencia del pasado. Pueden ser resumidas como siguen:
El matrimonio está prohibido entre las personas que tienen entre ellas por nacimiento o por alianza vinculo de parentesco muy estrecho. El matrimonio está prohibido entre: madre e hijos, padre e hijas, segundo marido de la madre e hijastra, segunda esposa del padre e hijastro, hermano y hermana, hermano y hermana de leche, tío maternal o paternal y su sobrina, tía (hermana del padre o de la madre) y su sobrino, suegra y yerno, suegro y nuera. Esta prohibición refuerza los vínculos familiares y hacen las relaciones entre los padres absolutamente puras; pueden vivir así juntos con buenas relaciones, sin apuros y con un afecto sincero.
Cuando no exista ninguno de los impedimentos citados más arriba por grado de parentesco, el matrimonio puede ser contraído entre miembros de familias emparentadas; tal relación los unirá aún más. Los matrimonios entre dos familias que se han unido libremente la una con la otra y que por consiguiente conocen sus hábitos, sus costumbres y sus tradiciones respectivas, son generalmente felices. Por lo tanto el chariah no solamente ha permitido sino animado y preferido las relaciones con familias emparentadas, a las relaciones con familias completamente extrañas, aunque esto no esté prohibido.
En un grupo de familias emparentadas, se encuentran a la vez pobres y ricos, gentes desigualmente afortunadas. Según el principio islámico, la familia de un hombre tiene prioridad de los derechos en él. El respeto de estos deberes hacia los miembros de una familia se llama técnicamente silatu urrahim. Los musulmanes son exhortados en respetar estos vínculos de todas las maneras posibles. Ser desleal para con los miembros de la familia, desatender sus derechos, es un gran pecado que Dios desaprueba. Si un pariente es pobre o se encuentra en dificultades, incumbe a sus parientes más ricos y prósperos ayudarle. En el Zakat y las demás caridades una atención especial para los derechos de los parientes ha sido recomendada.
Las leyes concernientes a la herencia han sido formuladas de tal forma en el Islam que los bienes dejados por el difunto no pueden ser concentrados en una sola persona. Deben ser distribuidos de manera que cada pariente próximo reciba su parte. El hijo, la hija, la mujer, el marido, el hermano, la hermana, son los parientes más próximos y tienen prioridad absoluta en la herencia. Sí no existe ninguno de estos parientes prioritarios, los bienes son repartidos entre los parientes más próximos existentes. Por consiguiente, después de la muerte de un hombre, sus bienes son distribuidos entre los suyos y este sistema descarta toda posibilidad de concentración capitalista de la riqueza. Esta ley del Islam es un valor único, y las demás naciones se Inspiran en ella ahora. Pero por una triste ironía, los musulmanes mismos no están plenamente conscientes de sus potencialidades reformistas y por ignorancia, algunos no la ponen en práctica. En algunas partes del mundo Islámico, las hijas son privadas de su parte de herencia; es una injusticia evidente y una violación flagrante de las instrucciones prescritas en el Corán.
Además de la familia, el hombre tiene relaciones con sus amigos, sus vecinos, los habitantes de su localidad, de su ciudad o de su pueblo, y con las gentes con las cuales está en constante contacto. El Islam considera estas relaciones y exhorta al musulmán a tratarlas con honradez, sinceridad, justicia y cortesía: ordena a los creyentes tener consideración con los sentimientos de los demás, evitar emplear un lenguaje Indecente e injurioso, ayudarse mutuamente, visitar a los enfermos, consolar a los desdichados, ayudar a los necesitados y débiles compadecerse de los que están en dificultades, ocuparse de las viudas y de los huérfanos, dar de comer a los hambrientos, vestir a los desnudos y ayudar a los obreros a encontrar un empleo. El Islam dice que si Dios os ha dotado de riquezas y bienes, no debéis derrocharlos en el lujo y los frivolidades. Ha prohibido el uso de vajilla de oro y de plata, de vestidos de seda costosos desaprueba a los que gastan su dinero en proyectos aventurados o lujos extravagantes. Este mandato del chariah está fundado en el principio de que ningún hombre debería estar autorizado a derrochar por su satisfacción personal una riqueza que sería suficiente para hacer vivir a millares de sus semejantes. Es cruel e injusto que el dinero que podría ser utilizado para alimentar la innumerable multitud de hambrientos sea empleado en decoraciones inútiles o extravagantes, ostentaciones, o fuegos artificiales. El Islam no quiere privar al hombre de sus riquezas y de sus posesiones. Lo que el hombre ha ganado o ha heredado es de su entera propiedad. El Islam reconoce su derecho y le permite gozar de ello y hacer el mejor uso posible. Sugiere también que si sois ricos, podéis tener mejores vestidos, una vivienda y una vida más confortable. Pero el Islam quiere que en todas las actividades del hombre, no se pierda nunca de vista el elemento humano. Lo que desaprueba totalmente es el egocentrismo pretencioso, que descuida el bienestar de los demás y da origen a un individualismo exagerado. Quiere que la sociedad humana entera prospere y no solamente algunos individuos aisladamente. Quiere inculcar en el espíritu de sus discípulos una conciencia social y sugerirles a llevar una vida simple y frugal, evitar crearse falsas necesidades satisfaciéndose sus propias necesidades, los creyentes son exhortados por el Islam a guardar siempre en vista de las necesidades y exigencias de sus cercanos, parientes y aliados, sus amigos y asociados, sus vecinos y sus paisanos.
Hasta ahora, hemos examinado la naturaleza del hombre con sus círculos más próximos. Pongamos las cosas en un perspectiva más amplia y veamos qué género de comunidad el Islam quiere establecer. Cualquiera que abrace el Islam no solamente entra en el seno de la religión, sino también llega a ser un miembro de la comunidad islámica. El chariah ha formulando por esta fraternidad unas determinadas reglas de conducta. Estas reglas obligan a los musulmanes a ayudarse, a estimularse en el bien y prohibir el mal y vigilar para que ningún mal se infiltre en su sociedad. He aquí algunos mandatos de la ley del Islam a este respecto:
Para preservar la vida moral de la nación y salvaguardar la sana evolución de la sociedad, las libres relaciones de ambos sexos han sido prohibidas. El Islam efectúa una repartición funcional entre los sexos y les asigna esferas de actividad diferentes. Las mujeres, por regla general, deberían consagrarse a los deberes de la casa en sus hogares, y los hombres deberían asumir las actividades económicas en la sociedad. Otra cuestión de las prohibiciones de matrimonios entre parientes demasiado próximos, es ordenado a los hombres y mujeres no mezclarse libremente, y si están obligados a tener contactos, deben hacerlo discretamente. Cuando las mujeres tengan que salir, deberán llevar un traje simple, y estar convenientemente cubiertas. Deberán también considerar como normal cubrir su cara y sus manos. No pueden descubrirse más que en caso de real necesidad, y también deberán cubrirse cuando esta necesidad haya desaparecido. Al mismo tiempo, es recomendado a los hombres guardar los ojos bajos y no mirar a las mujeres. Si alguno por casualidad pone los ojos en una mujer, debe volver su mirada tratar e mirarlas es malo, e intentar conocerlas es peor Es deber, a la vez de los hombres y las mujeres, velar por su moralidad personal y limpiar su alma de toda impureza. El matrimonio es la única forma conveniente e relaciones sexuales, y nadie debería de sobrepasar este límite, o incluso pensar en ninguna licencia sexual; tales ideas tan perversas no deberían nunca atravesar el pensamiento y la imaginación del hombre.
Con el mismo fin, el creyente es exhortado a levar trajes convenientes; ningún hombre debería exponer su cuerpo desde la rodilla al ombligo, y una mujer no deberá jamás exponer ninguna parte de su cuerpo, salvo su cara y sus manos, a nadie más que a su marido, incluso a sus parientes más cercanos Esto se llama satr («cubrir») y cubrir estas partes de su cuerpo es el deber religioso de todo hombre y de toda mujer. Gracias a estas directrices, el Islam quiere cultivar en sus discípulos un sentimiento profundo de modestia y de castidad y suprimir todas las formas y manifestaciones de impudor y de corrupción moral.
El Islam no aprueba las distracciones o entretenimientos que tienden a estimular las pasiones sexuales y viciar los cánones de la moral. Tales distracciones son una pura pérdida de tiempo, de dinero y de energía y destruyen la fibra moral de la sociedad. La distracción en si es sin duda una necesidad. Actúa como un estímulo de la actividad y estimula la vida y el espíritu de aventura. Es tan importante en la vida como el agua y el aire. Particularmente, después de un trabajo difícil, se tiene necesidad de descanso y de distracción. Pero el descanso debe refrescar y avivar el espíritu y no deprimirlo o depravar las pasiones. Las distracciones absurdas a las que millares de gentes asisten con escenas depravantes de crimen e inmoralidad son la contraposición misma de un sano recreo. Aunque sean satisfactorias para los sentidos, su efecto en el espíritu y la moralidad de las gentes es desastrosa. Estropean sus costumbres y moralidad y no podrían tener sitio en la sociedad y la cultura islámica.
Para preservar la unidad y la solidaridad de la nación y para asegurar el bienestar de la comunidad islámica, los creyentes son exhortados a evitar la hostilidad recíproca, las disensiones, y el sectarismos de todos los colores. Son llamados a regular sus discrepancias y disputas según los principios puestos por el Corán y la sunnah. Si las partes contendientes no lograsen encontrar un arreglo, en lugar de batirse y pelearse entre ellos, deberían enterrar las diferencias en el nombre de Dios y entregar a El la decisión. En cuanto a las materias que tocan el bienestar nacional, deberán ayudarse, evitar derrochar sus energías en querellas fútiles. Tales enemistades son una desgracia para la comunidad musulmana, una fuente potencial de endeblez nacional, y deben ser evitados cueste lo que cueste.
El Islam considera el saber y la ciencia como un bien común para toda la Humanidad. Los musulmanes tienen total libertad para estudiar la ciencia y sus aplicaciones prácticas, no importa en qué fuente. Pero en lo que concierne a las cuestiones de cultura y civilización, les está prohibido copiar los modos de vida de los demás pueblos. La filosofía de la imitación sugiere que esto es un sentimiento de inferioridad que produciría infaliblemente una mentalidad desfigurada. El hecho de copiar la cultura de otro pueblo puede tener consecuencias desastrosas en una nación; destruye su vitalidad interior, brota el desorden en su espíritu, debilita su sentido crítico, alimenta un complejo de inferioridad gradual que seguramente mina todas las fuentes de su cultura y la destruye. Por esta razón, el santo profeta -la paz sea con él- ha prohibido positiva y firmemente a los musulmanes adoptar la cultura y el modo de vida de los no musulmanes. La fuerza de una nación no reside en sus costumbres, su etiqueta o sus bellas artes; su poder y su desarrollo dependen de sus conocimientos, de su disciplina, de su organización, y de una energía orientada hacia la acción. Si queréis aprender alguna cosa de los demás, tomad lecciones de su voluntad de acción y de la disciplina social, utilizad su saber y sus buenos resultados de pruebas técnicas, pero guardaos de la influencia de las artes que acaban por concluir en la esclavitud cultural y en la inferioridad nacional.
Relaciones con los no Musulmanes
Hemos llegado ahora a las relaciones de los musulmanes con los no musulmanes. En estas relaciones, es aconsejado a los creyentes a no ser intolerantes y estrechos de espíritu, a no insultar o criticar a sus jefes religiosos o a sus santos, a no decir nada ofensivo para su religión, a no buscar inútilmente disensiones entre ellos, sino vivir en paz y buena amistad. Si los no musulmanes conservan una actitud apacible y conciliante hacia los musulmanes y no violan sus fronteras o sus derechos; los musulmanes deberán por su lado guardar relaciones amistosas y amables con ellos y tratarlos con equidad. Es una de los principios de nuestra religión que debemos tener comprensión humana y una cortesía muy grande, y debemos comportarnos con nobleza y modestia. Los malos modales, la opresión, la agresividad y la estrechez de espíritu son contrarios al espíritu mismo del Islam. Un musulmán viene al mundo para llegar a ser un símbolo vivo de bondad, de nobleza y de humanidad. Deberá ganar los corazones de los hombres por su carácter y el ejemplo que da. Entonces solamente será un verdadero embajador del Islam.
Los derechos de todas las criaturas
Venimos ahora a la última categoría de los derechos. Dios ha dado al hombre la autoridad sobre sus innumerables criaturas que están todas destinadas a su uso. Ha sido dotado del poder de someterlas y de utilizarlas según sus necesidades y los fines que persiguen. Esta posición superior da al hombre una autoridad sobre ellos y goza de los derechos de servirse de ellos a su conveniencia. Pero esto no quiere decir que Dios le ha dado una libertad total. El Islam dice que la creación tiene determinados derechos sobre el hombre . No deberá derrocharlos en empresas estériles ni hacerles daño o mal sin necesidad absoluta. Cuando utiliza a las criaturas, deberá causarles el menor mal empleando los métodos mejores y los menos perjudiciales.
La ley del Islam da mandatos detallados a este respecto. Por ejemplo, estamos autorizados a matar a los animales para nuestra alimentación, pero nos está prohibido matarlos simplemente para distraernos o por el amor al deporte, y de quitarle la vida sin necesidad. Para matarlos, el dhabh («cortar la cabeza») es el mejor método para obtener la carne de los animales. Los demás métodos son más dolorosos, o bien estropean la carne y le quitan algunas de sus propiedades útiles. El Islam evita estos dos obstáculos y propone un método que es menos doloroso para el animal y por otra parte conserva la carne todas sus propiedades. Del mismo modo, matar un animal lentamente causándole un dolor prolongado y heridas inútiles, es considerado como abominable para el Islam. Permite matar a los animales peligrosos o venenosos así como a las fieras, únicamente porque el Islam pone la vida humana por encima de la suya. Pero eso no autoriza, nunca, para matarlas por medio de métodos largos y dolorosos.
En lo que concierne a los animales de carga y los de montura, el Islam prohíbe formalmente al hombre de dejarlos hambrientos, de imponerles un trabajo demasiado difícil e intolerable y de matarlos cruelmente. Atrapar a los pájaros y hacerlos prisioneros en las jaulas sin razón particular es considerado como abominable. Además de los animales, el Islam desaprueba hasta talar inútilmente los árboles. El hombre no debe destruirlos. Los vegetales después de todo tienen una vida, pero el Islam no autoriza incluso el derroche de los objetos inanimados: desaprueba hasta el derroche de agua. Su fin es evitar la pérdida bajo todas sus formas y recomendar al hombre hacer el mejor uso posible de todas las fuentes -vivas o inanimadas-.Y todo esto es la cultura islámica.
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