Historia


Isabel Perón


TERCER GOBIERNO PERONISTA,

DE ISABEL PERÓN AL GOLPE DE ESTADO DE 1976

Índice

        • Introducción.

  • Gobiernos militares.

El “Cordobazo”.

Los orígenes de los guerrilleros.

Las causas de la lucha.

Las acciones armadas.

  • La descomposición del gobierno militar.

La Argentina de 1973, entre pasiones y esperanzas.

  • Gobierno de Héctor José Cámpora.

  • Gobierno de Juan Domingo Perón.

Discurso del presidente Perón el 1° de mayo de 1974 desde los balcones de la Casa Rosada.

Discurso.

Sus últimos meses en el gobierno.

  • Muerte de Perón

Isabel asume la presidencia

La caída de Isabel

La represión

Fundamentos ideológicos de la dictadura militar

  • Terrorismo de Estado y la sociedad civil

Desarticulación de la sociedad civil

Metodología clandestina de la represión

Los grupos de tareas y los centros de detención clandestinos.

  • Adolescentes detenidos-desaparecidos en la época

El secuestro en el hogar paterno

El robo como ultraje y advertencia

El familiar como rehén

Las victimas

El temor de los victimarios

Después del secuestro

  • Madres de Plaza de Mayo

Acción de la organización

  • Opiniones públicas

  • Conclusión

  • Bibliografía

Introducción

La sociedad argentina vivió un período muy crítico. Entre el derrocamiento del peronismo y su vuelta al gobierno, en 1973, se sucedieron ocho presidentes. Seis de ellos surgieron de golpes militares y solo dos accedieron al poder por elecciones, pero en comicios que no fueron completamente libres, porque el peronismo sufrió dieciocho años de proscripción y su líder debió vivir exiliado en España. En 1973, Juan D. Perón pudo regresar definitivamente al país y, poco después, fue elegido presidente por tercera vez. Pero ello tampoco trajo la estabilidad tan esperada: el líder era ya un hombre anciano y murió al año siguiente. Si bien se hizo del gobierno la vicepresidenta electa -su esposa, María Estela Martínez-, en 1976 un nuevo golpe de Estado sacudió a la Argentina.

Durante esa década todas las formulas políticas que se ensayaron, fracasaron, y la inestabilidad y la crisis política fueron las características dominantes de la época. Con la inestabilidad aumentó la violencia, proliferaron las protestas, los enfrentamientos y la represión. El país parecía empantanado en una serie de conflictos políticos que no tenían solución. Sin embargo, durante esos años tensos y conflictos, la sociedad argentina se transformó: cambiaron las costumbres y las relaciones sociales. La Argentina de aquellos años fue una incógnita para muchos investigadores sociales, del país y del extranjero: ¿cómo pudo Perón mantener durante tanto tiempo y a tan distancia su influencia en la política argentina? ¿Cómo explicar tanta inestabilidad? ¿Cómo fue posible que una sociedad moderna, urbanizada, con una población de alto nivel educativo y una economía cada vez más industrializada no pudiera vivir respetando la ley? ¿Por qué la violencia pudo impregnar la vida política y social? ¿Qué consecuencias produjeron la inestabilidad y la violencia sobre la sociedad argentina? ¿Cómo influyeron tantos años de crisis y enfrentamientos sobre las ideas, las creencias y los valores de los argentinos?

Gobiernos militares

Gobiernos anteriores pretendieron asegurar el orden impidiendo la vida política. A diferencia del golpe de 1955, que había excluido al peronismo de toda participación política, estos gobiernos militares lo hicieron con el conjunto de la sociedad. Se creó, de este modo, una nueva situación en la cual peronistas y antiperonistas se vieron afectados por problemas semejantes y ambos bandos quedaron enfrentados al régimen militar. De esta forma, la política de los gobiernos militares concentraban las decisiones y los beneficios en grupos muy reducidos y minoritarios, y sectores sociales cada vez más amplios quedaron excluidos de toda forma de participación y se sintieron perjudicados por el gobierno militar.

El “Cordobazo”

La aparente calma que el gobierno militar había impuesto en 1966, llegó bruscamente a su fin: el 29 de mayo de 1969, una rebelión popular sacudió a Córdoba y al régimen de Onganía. La ciudad era una de las más importantes. En los días previos, el clima se había vuelto muy tenso, pues a las huelgas y asambleas fabriles se sumaron las manifestaciones callejeras de los estudiantes en repudio a la represión que en otras provincias había causado varias muertes. El 29 de mayo, la huelga y la movilización general convocadas por los gremios contó con una gran adhesión, en particular en las plantas automotrices y en la Universidad. Las manifestaciones que recorrían las calles se convirtieron rápidamente en una demostración antigubernamental y no pudieron ser contenidas por la represión policial. Los manifestantes, con la simpatía de la población, forzaron a la policía a retirarse y se adueñaron de las calles hasta que el ejército ocupó la ciudad. La violenta jornada dejó un saldo de grandes destrozos, decenas de muertos y gran cantidad de detenidos.

El “Cordobazo” -como se denominó a este día- conmovió profundamente la conciencia colectiva y, a partir de él, salieron a la luz y a la discusión pública los procesos que se estaban produciendo. Con el estallido del “Cordobazo” pareció borrarse el conflicto entre peronistas y antiperonistas, pues en la rebelión participaron conjuntamente sectores muy diferentes. Trabajadores y estudiantes, que desde 1945 habían estado enfrentados, fueron sus principales protagonistas. A su vez, tuvieron activa participación agrupaciones políticas de muy diverso origen: peronistas, radicales, de izquierda y pertenecientes al catolicismo. De esta manera, grupos que durante años estuvieron enfrentados coincidieron en su oposición al gobierno militar. Mientras tanto, las imágenes de Perón y del peronismo se modificaron y comenzaron a atraer a parte de los sectores medios que durante su gobierno se le habían opuesto. El “Cordobazo” inició la crisis del orden autoritario impuesto por el gobierno de Onganía. La actividad política volvió a salir la luz. Los diferentes grupos de la sociedad expresaban reclamos muy distintos, pero todos cuestionaban el autoritarismo militar. A su vez, puso de manifiesto que el movimiento sindical también estaba cambiando. Hasta entonces, las organizaciones sindicales estaban divididas en dos centrales obreras con orientaciones opuestas. Por un lado, los dirigentes de la CGT nacional y de los sindicatos más importantes habían adoptado el “participacionismo”, una política que se inclinaba a buscar acuerdos con el gobierno militar. Por otro lado, la “CGT de los argentinos” agrupaba a los sindicatos menores y a un conjunto de agrupaciones peronistas, radicales, católicas y de izquierda que se oponían al gobierno militar y a la CGT nacional. A partir del “Cordobazo” y de la crisis del gobierno de Onganía, la CGT nacional pasó a oponerse al gobierno, mientras que la influencia de la otra central fue decayendo. Pero, en cambio, en muchos centros fabriles del interior, y especialmente en Córdoba, fue surgiendo una nueva tendencia sindical izquierdista, el “clasismo”, que buscaba apartar a los trabajadores de su adhesión al peronismo. Al mismo tiempo, un nuevo fenómeno surgió en el panorama político: la aparición de grupos que buscaban llegar al poder por métodos violentos y producir una transformación revolucionaria de la sociedad.

Los orígenes de los guerrilleros

Los guerrilleros eran fundamentalmente jóvenes recientemente politizados y que provenían, en su mayoría, de los sectores medios que se integraban al peronismo o habían comenzado a militar en grupos de izquierda a partir de la lucha contra el autoritarismo. Los líderes provenían, en general, de grupos de extrema derecha católica y nacionalista, en el caso de los peronistas y de los grupos de discusión teórica (como Praxis y Malena) o de partidos de izquierda, en el caso de marxistas. Gradualmente se fueron produciendo fusiones entre peronistas y marxistas. En 1967 se organizaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de orientación guevarista y lideradas por Quieto y Osatinsky. En 1973 se fusionaron con la agrupación peronista Montoneros. En el mismo año, surgieron del interior de la Juventud Peronista (JP) las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).

Después del Cordobazo emergieron las dos organizaciones mas grandes: el partido Revolucionario del Pueblo (PRP), conducido por Roberto Santucho, y de filiación trotskista, que decidió en 1970 su paso a la lucha armada y organizó el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP); en el mismo año comenzó a accionar Montoneros, conducido por Fernando Vaca Narvaja, Eduardo Firmenich y Rodolfo Galimberti, quienes se definían a sí mismos como “soldados de Perón”.

Las causas de la lucha

El propósito de estos grupos era lograr la construcción del “hombre nuevo”, que sólo podía surgir del proceso revolucionario. Su discurso y sus acciones se sustentaron en el cambio social, y esgrimieron una visión de la sociedad en la que la violencia fundaba el orden. La injusticia social y la dependencia económica eran formas de violencia que oprimían. La violencia, instrumentada por los oprimidos, llevaría a la liberación. Fue esta concepción de la politicazo que les permitió justificar su accionar.

En un documento publicado en Cristianismo y revolución, de fines de 1970, Montoneros definía así su postura: “Violencia es el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la mortalidad infantil, la explotación, la represión. Violencia es cerrar todas las vías pacificas de cambio. Violencia es el fraude, los golpes palaciegos, la proscripción. […] Nuestra aspiración es la de constituirnos […] en el brazo armado del pueblo […] ser la vanguardia político-militar de la más amplia base popular posible”. Al mismo tiempo el ERP sostenía en el comunicado “Al pueblo argentino”, del 20 de septiembre de 1970: “[…] esta es una guerra del pueblo […] Hacer patente a los que sufren […] explotación, hambre y privaciones sintiendo en carne propia las brutales consecuencias de la política de la dictadura, que hay un camino para acabar esas injusticias y que ese camino es el de la guerra revolucionaria del pueblo”.

Las organizaciones peronistas y marxistas coincidían en el método de lucha y en la construcción de una visión dicotómica de la sociedad, aunque el antagonismo básico pasara por lugares diferentes para cada agrupación. Para Montoneros, de un lado estaba el imperialismo y del otro la nación, de un lado los poseedores y del otro los desposeídos, o en otras, el pueblo. Para el ERP, el tema nacional era secundario, o sea, la clase obrera.

En el caso de las agrupaciones peronistas, su inscripción en el movimiento histórico incorporaba lecturas del marxismo, como las del Che Guevara, y si bien reconocían el liderazgo de Perón y peleaban por su retorno, no estaban dispuestos a admitir que la burocracia sindical, simboliza emblemáticamente por las figuras de Alonso y Vandor, formara parte del mismo campo que ahora se nutría de sectores nuevos, como estudiantes universitarios o católicos emergentes del proceso de radicalización de la Iglesia. Recuperaban la figura de Eva, la lucha contra la oligarquía y la defensa de los trabajadores. Perón, desde el exilio, los atentaba a proseguir sus acciones, sin sospechar que luego no lograría controlarlos.

La visión de la sociedad que pretendían construir, el socialismo nacional o socialismo a secas, no tenía claridad. La noción de la sociedad dividida y de la política como guerra les impedía pensar la política y elaborar un programa acorde. Por eso, de una forma gradual, el proceso revolucionario se transformaría en un fin en sí mismo.

Las acciones armadas

El nacimiento de Montoneros se produjo en 1970, con el secuestro y muerte de Pedro E. Aramburu, que estaba llevando adelante conversaciones con los partidos políticos para negociar el transito hacia un gobierno civil. Con la muerte de este enemigo del peronismo, se anulaba también el intento de recuperación de la vía institucional.

A la de Aramburu siguieron otras muertes “ejemplarizadoras” (así las definían) de burócratas sindicales, de militares o de empresarios. En 1972, el ERP secuestró a Oberdán Sallustro, empresario de la Fiat, y pidió mejoras laborales para los obreros, reparto de víveres y 500.000 dólares. Como el lugar donde estaba oculto fue descubierto, los secuestradores asesinaron a Sallustro.

Hasta la llegada de Cámpora al gobierno, las acciones consistieron en tomar unidades militares o policiales para conseguir armas, dinero y equipo. La represión de la actividad guerrillera implementada por el gobierno combinaba la acción legal (para el cual se había creado un fuero antisubversivo) con la clandestina, que incluía la aplicación de la tortura y el asesinato por parte de unidades parapoliciales. Cuando en 1972 veinticinco guerrilleros detenidos se fugaron del penal de Rawson, nueve lograron pasar por Chile, pero dieciséis fueron capturados y fusilados.

La descomposición del gobierno militar

Después del “Cordobazo”, mientras los partidos políticos reiniciaron su actividad y comenzaron a reclamar la convocatoria a elecciones, la violencia se incrementaba. En esas condiciones, afloraron las diferentes entre los sectores militares. El 8 de junio de 1970, Onganía fue desplazado por los jefes militares, que en su lugar designaron al general Roberto Marcelo Levingston (1970-1971). Este intentó reanimar el proyecto de la “Revolución Argentina”, pero su crisis era ya irremediable.

La protesta social se acentuó. Los enfrentamientos callejeros entre manifestantes y fuerzas de seguridad se generalizaron y hechos parecidos al “Cordobazo” se produjeron en otras provincias. La actividad guerrillera aumentaba y si en 1970 los grupos armados habían realizado unos 300 atentados, un año después este numero se había duplicado y eran cada vez mas audaces y violentos. Los partidos políticos recuperaron la iniciativa y, por primera vez, todos se unieron para redactar un documento conocido como La hora del Pueblo. El conflicto con el gobierno militar pasaba así a primer plan, y partidos políticos, que en los últimos años habían sido enemigos, reclamaban conjuntamente la realización de elecciones libres y sin proscripciones.

Una nueva rebelión en Córdoba, ocurrida en marzo de 1971 y protagonizada por los trabajadores mecánicos, volvió a acelerar los acontecimientos y se produjo un nuevo golpe de Estado. Levingston fue sustituido por el jefe del Ejército, el general Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973). Lanusse decidió dar por terminada la llamada “Revolución Argentina”, iniciada en 1966, y anunció la próxima convocatoria a elecciones. Pero antes, el gobierno militar debía resolver un problema pendiente desde 1955: ¿Qué hacer con Perón y con el peronismo?

El objetivo de Lanusse era lograr un acuerdo entre los partidos políticos y las Fuerzas Armadas. Simultáneamente, se reformó la Constitución por decreto, estableciendo que si en la primera elección ningún candidato obtenía más del 50% de los votos, habría una nueva elección entre los dos más votados; esta medida buscaba evitar el triunfo peronista tratando de que en la segunda vuelta electoral gran parte del electorado apoyara un candidato no peronista. A su vez, estableció condiciones a la presentación de candidatos, que buscaban desafiar a Perón y evitar su candidatura.

Tensión, pudo abandonar el aeropuerto y permanecer unos días en el país. Perón conformó, con otros partidos, el Frente Justicialista la Liberación (FREJULI), proclamó la candidatura de su delegado personal, Héctor José Cámpora, y regresó a España.

En las elecciones generales del 11 de marzo de 1973, el FREJULI triunfó pese a obtener el 49,5% de los votos. El 25 de mayo, Cámpora asumió la presidencia y el peronismo volvió al gobierno.

La Argentina de 1973, entre pasiones y esperanzas

En 1973, el peronismo volvió al gobierno y apareció cerrarse el ciclo abierto en 1955; pero el país y el peronismo eran muy distintos, y tantos años de enfrentamientos y crisis política no habían pasado sin dejar sus huellas.

La imagen de perón y del peronismo se había transformado. Prácticamente, todos los sectores sociales aceptaban que Perón regresara definitivamente al país y lo reconocían como un actor válido e imprescindible de la política argentina; más aún, muchos eran los que pensaban que su intervención era la única posibilidad de recobrar la paz perdida. Los partidos políticos estaban de acuerdo con iniciar una etapa en la que no hubiera más proscripciones. A su vez, muchos sectores se acercaban al peronismo y lo apoyaban, y desde el exilio, Perón ejercía el liderazgo de un movimiento muy amplio y diverso en el que convergían grupos que tenían proyectos y objetos opuestos.

Por un lado, estaban aquellos sectores que tradicionalmente habían apoyado al peronismo. Ellos esperaban que el gobierno pasara rápidamente de las manos de Cámpora a las de Perón. Esta era la posición de la mayor parte de los políticos peronistas y, sobre todo, de los dirigentes de los mayores sindicatos. Estos sectores proclamaban una adhesión incondicional a Perón y se denominaban “ortodoxos”, para destacar su fidelidad a los principios tradicionales del movimiento. Por otro lado, estaban los grupos juveniles que se habían acercado recientemente al peronismo y que habían constituido el sector más dinámico de la campaña que permitió el regreso de Perón y de la campaña electoral. Se trataba de un conglomerado de grupos diferentes que formaron la llamada “tendencia revolucionaria”, la que rápidamente pasó a ser dirigida por los Montoneros. Estos grupos pensaban que el gobierno de Cámpora debía ser el primer paso de un cambio revolucionario y no se contentaban con el regreso de Perón. Los grupos ortodoxos proclamaban que su objetivo era conformar lo que llamaban “la patria peronista” y veían a los miembros de la otra tendencia como “infiltrados” en el peronismo; los grupos revolucionarios, en cambio, proclamaban su pretensión de lograr una “patria socialista” y calificaban a los ortodoxos como “traidores” al peronismo. Eran dos proyectos opuestos y solo durante un tiempo pudieron coexistir. Sin embargo, estos dos grandes sectores tenían algo en común: eran conscientes de que Perón era un líder indiscutible, pero anciano y enfermo. Ambos proclamaban su lealtad al líder, mientras se disputaban el control del nuevo gobierno y esperaban heredar la conducción del movimiento peronista.

En consecuencia, la paz y la estabilidad no eran las únicas esperanzas que había. En gran parte de la sociedad se habían esparcido aspiraciones de cambios sociales profundos y durante años se habían acumulado reclamos y demandas que no habían sido satisfechos. Los principales partidos políticos incluían en sus plataformas electorales propuestas para reformar el sistema económico y social, y el peronismo había adoptado como consigna de la campaña electoral la de “Liberación o dependencia”. Estas ideas de cambio social estaban especialmente difundidas entre los sectores juveniles y estudiantes.

A su vez, la inmensa mayoría de los trabajadores era peronista y esperaban que un gobierno peronista significara una época de prosperidad y justicia social. Los dirigentes sindicales se habían convertido en actores principales de la vida política, pero su influencia era cuestionada por el surgimiento de nuevas tendencias sindicales que pretendían disputarles la conducción de los sindicatos. De esta forma, la ola de huelgas y conflictos laborales, que había sacudido a muchas provincias a partir de 1973m se extendió al Gran Buenos Aires.

De este modo, el regreso del peronismo al gobierno implicaba aspiraciones y expectativas muy diferentes para los distintos sectores de la sociedad argentina. Estas diferencias se expresaban en proyectos enfrentados dentro del peronismo.

Gobierno de Héctor José Cámpora

Los enfrentamientos entre las dos tendencias aumentaron después de que Cámpora asumió el gobierno. El 25 de mayo de 1973 el peronismo volvió al gobierno. En la Asunción de Cámpora estuvo el presidente chileno Salvador Allende, socialista, y el presidente de la Cuba castrista, Osvaldo Dorticós. La Juventud Peronista festejó en las calles. El primer acto de gobierno en la misma noche del 25 fue liberar a los presos políticos, guerrilleros inclusive. Muchos pensaron que había ganado la izquierda.

En junio Perón regresó definitivamente al país. Su llegada fue esperada por más de un millón de personas, pero los festejos no llegaron a comenzar porque la interna del partido dirimió la ocupación del palco oficial por las armas. Se enfrentaron la derecha -que respondía al sindicalismo- y la izquierda, que respondía a las organizaciones guerrilleras. El avión que traía a Perón debió ser desviado de Ezeiza a Morón. Los incidentes produjeron decenas, quizás centenas de muertos; las cifras nunca se conocieron.

Después de ese episodio, conocido como la Matanza de Ezeiza, Perón empezó a tomar distancia de la Juventud Peronista; la impresión que tuvo fue que se había apoyado en la izquierda para acceder al poder, pero que ésta ahora le exigía definiciones que no estaba dispuesto a dar. Perón tenía 78 años; su ayudante y secretario José López Rega ejercía gran influencia tanto sobre él como sobre Isabel, su esposa, creando un entorno difícil de penetrar. Cámpora, desautorizado públicamente, debió renunciar junto con Vicente Solano Lima. Asumió temporalmente la presidencia el presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega: Raúl Lastiri, que gobernó de julio a octubre, convocó a elecciones para septiembre.

Perón era candidato obvio y buscó superar las divisiones internas de su partido poniendo a su esposa en la fórmula presidencial. Las elecciones se realizaron el 25 de septiembre. El matrimonio Perón-Perón obtuvo el 61,85% de los votos; Balbín-Fernando de la Rúa (UCR), el 24,2%; Manrique- Martinez Raymonda (Alianza Popular Federalista), el 12,19%. Dos días después moría asesinado el Secretario General de la CGT, José Ignacio Rucci. Lo reemplazó Adelino Romero, que duró poco en el cargo pues murió el 1 de julio de 1974 de un infarto.

Inmediatamente, al día siguiente de los comicios, se hizo cargo de la jefatura de la Policía Federal un general "duro", Miguel Ángel Iñiguez. Eran las vísperas de la lucha encarnizada entre los Montoneros y las 62 Organizaciones. El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) fue declarado ilegal. Los Montoneros, por su parte, se atribuyeron el asesinato de Rucci.

Gobierno de Juan Domingo Perón

El 12 de octubre el general Juan Domingo Perón asumía por tercera vez la Presidencia de la Nación, después de 18 años de ostracismo y hasta de la prohibición de usar su nombre con fines políticos. Inclusive sus antiguos enemigos confiaban en su capacidad de manejo de la situación. El problema eran sus 78 años y la falta de experiencia política de su esposa para gobernar un país con ese grado de violencia incorporada, divisiones internas y problemas pendientes. . Volvía al bastón y a la banda presidencial acompañado en la asunción por los ex-presidentes Frondizi, Guido, Illia y Cámpora. En función ejecutiva ratificó a los ministros nombrados por Lastiri y dio total apoyo al programa económico del ministro José Ber Gelbard. En diciembre de 1973, refiriéndose al Plan Trienal, marcó los puntos básicos de su proyecto:

  • La plena vigencia de la justicia social.

  • Una fuerte expansión de la actividad económica.

  • Una alta calidad de vida.

  • La unidad nacional.

  • La democracia real.

  • La recuperación de la independencia económica.

  • La integración latinoamericana.

López Rega asumió como ministro de Bienestar Social; los principales cargos fueron otorgados a la derecha peronista. El partido se organizó en una estructura vertical que convergía en Perón; el “verticalismo” impedía cuestionar las palabras o las ordenes emanadas de Perón, atribución que heredó Isabel.

El 11 de marzo de 1974, las regionales de la Juventud Peronista celebraron el primer año del triunfo de Cámpora, reuniendo en el homenaje a 40.000. En dicho acto habló el líder de la juventud peronista Rodolfo Galimberti: "Cuando había que luchar contra la dictadura, éramos la juventud maravillosa, ahora somos los infiltrados". Por su parte, el jefe montonero Firmenich pretendió "echar aceite" sobre los encrespados ánimos: "este acto significa recuperar a Perón". La respuesta no se hizo esperar, un decreto ordenaba secuestrar el órgano de prensa de la juventud peronista, El Descamisado.

El 1 de mayo de 1974, después de su discurso inaugurando el 99º período legislativo, se asomó a los históricos balcones de la Casa Rosada donde su vista pudo contemplar, una vez más, aquellas multitudinarias concentraciones en que las destempladas voces coreaban su nombre, y recordando aquellas imágenes del 17 de octubre, donde su ronca voz de pausas alargadas encontraba el coro frenético, desbordado de sus "compañeros". Ahora los años habían cambiado algunos sectores de sus simpatizantes; tampoco su aspecto era el mismo: a través de un vidrio a prueba de balas, Perón quedaba separado del calor humano de la multitud.

La paz de antes, cuando Perón fascinaba con su discurso, había concluido. Se vivía en la inseguridad, en medio de amenazas, bajo el terror de conflictos violentos. En esa reunión, en uno de los ángulos de la Plaza de Mayo estaban la juventud peronista y los Montoneros. Enseguida lo llenaron de insultos y gritos interrumpiendo su palabra ("qué pasa, qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular..."). Perón, irritado, molesto, y criticándolos directamente, los echó de la plaza diciendo: "El gobierno está empeñado en la liberación del país, no solamente del colonialismo, sino también de estos infiltrados que trabajan adentro y traidoramente son más peligrosos que los que trabajan afuera. Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que lucharon durante veinte años". La respuesta no se hizo esperar, los grupos juveniles se retiraron de la Plaza.

Fue el último discurso que sus "muchachos" fueron a escucharle.

Este mensaje fue seguido de una movilización en la Plaza de Mayo que concluyó con el último discurso de Perón pronunciado desde los balcones de la Casa Rosada. En lo que algunos consideran su testamento político.

Discurso del presidente Perón el 1° de mayo de 1974 desde los balcones de la Casa Rosada

El discurso del presidente Perón el 1º de mayo de 1974 marca simbólicamente el punto de inflexión y no retorno en el vínculo entre las organizaciones revolucionarias y juveniles y el viejo líder, no tanto por el contenido del discurso sino porque reproduce exactamente lo que puede leerse como la dinámica del "diálogo" entre Perón y la multitud desde el nacimiento del peronismo en 1945. Pero el 1º de mayo de 1974 se rompió ese diálogo, y evidentemente fue el propio Perón quien quiso hacerlo. Las interrupciones del discurso son provocadas por los incesantes cánticos de las columnas de Montoneros y Juventud Peronista, quienes al retirarse masivamente, hacia al final del discurso, dejan notar que ocupaban casi la tercera parte de la multitud. Así como el hecho fuera luego tendenciosamente interpretado como una "expulsión", también podría señalarse que a Perón se lo dejó con quienes él eligió quedarse: López Rega, la burocracia sindical, la oligarquía. Si había otros caminos, tanto desde el viejo líder y las erráticas políticas de gobierno, como desde las organizaciones revolucionarias y juveniles -quienes radicalizaron sus posturas a partir del hecho- aún hoy es una incógnita histórica, ya que las lecturas e interpretaciones -aún transcurridos más de 30 años- continúan teñidas de subjetividades, parcialidades y emociones.

Discurso:

HABLA PERON: "...Compañeros: hoy, hace veintiún años [se refiere a 1953] que en este mismo balcón, y con un día luminoso como el de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque venían días difíciles... No me equivoqué, ni en la apreciación de los días que venían, ni en la calidad de la organización sindical, que a través de veinte años... pese a esos estúpidos que gritan...“

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Qué pasa, qué pasa, qué pasa, general, está lleno de gorilas el gobierno popular! - ¡Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical!”

HABLA PERON "...Decía que a través de estos veintiún años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Qué pasa, qué pasa, qué pasa, general, está lleno de gorilas el gobierno popular!”

HABLA PERON: "...Por eso compañeros, quiero que esta primera reunión del Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica, y han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya sonado el escarmiento...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Rucci traidor, saludos a Vandor! - ¡Qué pasa, qué pasa, qué pasa, general, está lleno de gorilas el gobierno popular! - ¡Montoneros, Montoneros, Montoneros!”

HABLA PERON: "...Compañeros, nos hemos reunido nueve años en esta misma plaza, y en esta misma plaza hemos estado todos de acuerdo en la lucha que hemos realizado por las reivindicaciones del pueblo argentino. Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conforme de todo lo que hemos hecho...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Si este no es el pueblo, el pueblo donde está! - ¡Conformes, conformes, conformes, general, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar!”

(En este momento comienzan a retirarse las columnas de Montoneros y Juventud Peronista)

HABLA PERON: "...Compañeros, anhelamos que nuestro movimiento sepa ponerse a tono con el momento que vivimos. La clase trabajadora argentina, como columna vertebral de nuestro movimiento, es la que ha de llevar adelante los estandartes de nuestra lucha. Por eso compañeros, esta reunión, en esta plaza, como en los buenos tiempos debe afirmar decisión absoluta para que en el futuro cada uno ocupe el lugar que corresponde en la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de hacer...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Conformes, conformes, conformes, general, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar! - ¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va! (continúan retirándose las columnas)”

HABLA PERON: "...Compañeros, deseo que antes de terminar estas palabras lleven a toda la clase trabajadora argentina el agradecimiento del gobierno por haber sostenido un pacto social que será salvador para toda la República...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Conformes, conformes, conformes, general, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar! - ¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va!”

HABLA PERON: "Compañeros, tras ese agradecimiento y esa gratitud puedo asegurarles que los días venideros serán para la reconstrucción nacional y la liberación de la nación y del pueblo argentino. Repito compañeros, que será para la reconstrucción del país y en esa tarea está empeñado el gobierno a fondo. Será también para la liberación, no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan de adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va!” (Continúan retirándose las columnas)

HABLA PERON: "Finalmente compañeros, deseo que continúen con nuestros artistas que también son hombres de trabajo; que los escuchen y los sigan con alegría, con esa alegría de que nos hablaba Eva Perón, a través del apotegma de que en este país los niños han de aprender a reír desde su infancia...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va!“ (Continúan retirándose las columnas)

HABLA PERON: "Queremos un pueblo sano, satisfecho, alegre, sin odios, sin divisiones inútiles, inoperantes e intrascendentes. Queremos partidos políticos que discutan entre sí las grandes decisiones...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va!“ (Continúan retirándose las columnas)

HABLA PERON: "No quiero terminar sin antes agradecer la cooperación que le llega al gobierno de parte de todos los partidos políticos argentinos...”

CANTICOS EN RESPUESTA: “¡Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va!” (Continúan retirándose las columnas)

HABLA PERON: "Para finalizar compañeros, les deseo la mayor fortuna, y espero poder verlos de nuevo en esta plaza el 17 de Octubre..."

Finalizado el discurso se producen algunos disturbios entre miembros de sectores sindicales y de la derecha peronista (acicateados y envalentonados por las palabras de Perón) y algunos miembros de los sectores de la Juventud Peronista y Montoneros que se retiraban.

Sus últimos meses en el gobierno

Perón gobernó durante siete meses. Su salud declinaba. En su viaje al Paraguay se había mojado por la lluvia. El 22 de junio, cuando debió guardar cama, se dio la noticia de que sufría de "un ligero resfrío". Siguió una semana de incertidumbre en la que la población sospechaba que no era verdadera la noticia sobre su real estado físico. Unos días después, el 1º de julio, falleció. Su muerte acelero el proceso de deterioro del gobierno. La ausencia del líder que lograba articular y conducir un movimiento muy heterogéneo llevó a un primer plano a la lucha social y al enfrentamiento violento entre las fracciones antagónicas del peronismo. Al morir Perón, el jaqueado programa económico perdió su último sostén político.

Muerte de Perón

La estrategia de los sindicalistas consistió en lograr aumentos salariales por empresa, al margen del pacto social, que compensaran el alza de precios. En muchos casos, estos aumentos se debieron más a medidas de acción directa decididas por las comisiones internas de las fábricas que a acciones de la cúpula sindical. En otras ocasiones, los dirigentes de la burocracia sindical condujeron los conflictos, presionados por sus bases y por la emergencia de nuevos líderes de perfil más combativo que amenazaban con desplazarlos de sus puestos de dirección.

Frente a estas dificultades, Perón intentó retomar la iniciativa y dar respaldo político al plan económico. El 12 de junio de 1974 pronunció un discurso por radio y televisión en el que juego su liderazgo, amenazando con renunciar en caso de no poder llevar adelante el programa de reformas. Denunció a los “irresponsables sindicalistas y empresarios que violan el Acta de Compromiso Nacional y algunos diarios oligarcas que están insistiendo en el problema de la escasez y del mercado negro. […] No hay que olvidar que los enemigos están preocupados por nuestras conquistas, no por nuestros problemas. Ellos se dan cuenta de que hemos nacionalizado los resortes básicos de la economía y que seguiremos en esa tarea, sin fobia, pero hasta no dejar ningún engranaje decisivo en manos extranjeras”.

Isabel asume la presidencia

Al morir Perón, el 1 de julio de 1974, el poder de López Rega fue en ascenso, gracias a su influjo sobre Isabel y su alianza con el sindicalismo. Finalmente, pudo controlar el Ministerio de Economía, desde donde pensaba que era necesario implementar una política de shock, y no la gradualista que se estaba siguiendo. Colocó ahí, en junio de 1975, a su colaborador Celestino Rodrigo, que planteó un programa de austeridad, que incidiría principalmente sobre el sector asalariado, al poner límite a los aumentos que se podían dar por convenios colectivos, mientras duplicaba el valor del dólar, liberaba los precios y aumentaba las tarifas de servicios públicos y transporte.

Su ministro de Bienestar Social y secretario personal, José López Rega, conocido como el Brujo, ejerció una casi total influencia sobre Martínez en esta fase del gobierno. En su intento de hacer primar los intereses de la derecha peronista sobre los distintos movimientos sociales, López Rega desvió fondos públicos para el financiamiento de una formación ilegal conocida como Alianza Anticomunista Argentina o triple A; dicha banda paramilitar, bajo su dirección, emprendería acciones de hostigamiento a figuras destacadas de la izquierda que acabarían en atentados, secuestros, torturas y asesinatos.

Desde el gobierno la actitud de control fue también rigurosa, interviniendo varias provincias disidentes, universidades, sindicatos, los canales de televisión privados, y reforzando la censura contra diarios y revistas. Durante este período se vivieron situaciones marcadas por un notorio oscurantismo y una casi completa inoperancia administrativa en todos los niveles del gobierno.

La economía argentina también sufrió daños severos, con una inflación galopante, una paralización de las inversiones de capital, la suspensión de las exportaciones de carne a Europa y el inicio del crecimiento incontrolable de la deuda externa. La solución de corte monetarista intentada por el ministro Alfredo Gómez Morales, un histórico del peronismo, no tuvo éxito, y provocó una fuerte retracción de la liquidez, iniciando un complicado proceso de estanflación. La suspensión de las compras de carne argentina por el Mercado Común Europeo empeoró la situación.

En junio de 1975, el nuevo ministro de Economía, Celestino Rodrigo, auspiciado por López Rega, aplicó una violenta devaluación de la moneda acompañada de aumentos de tarifas; el llamado Rodrigazo, parte del plan de López Rega para debilitar las presiones sindicales a través del desprestigio de sus principales operadores, provocó sin embargo la primera huelga general contra un gobierno peronista. En julio de 1975, ante la huelga general y la presión callejera de la CGT y, en especial de la Unión Obrera Metalúrgica de Lorenzo Miguel, López Rega se vio obligado a renunciar a su cargo en el gobierno y abandonar el país.

Ante la creciente actividad de los grupos de izquierda —tanto los que actuaban dentro del peronismo, los Montoneros, como otros de corte marxista, el Ejército Revolucionario del Pueblo— y de extrema derecha, Martínez decidió fortalecer la acción de gobierno. La renovación de la cúpula militar, que incluyó entre otras medidas la designación de Jorge Rafael Videla al frente del ejército, fue parte de un programa de endurecimiento del control, que incluyó también el cierre de publicaciones opositoras. La decisión de recurrir a la fuerza militar desembocó en la firma en 1975 del decreto que da inicio al Operativo Independencia, la intervención de las fuerzas armadas en la provincia de Tucumán que dio inicio a la guerra sucia. Martínez pidió licencia del cargo durante algunos días, dejando el ejercicio del cargo al presidente provisional del Senado Ítalo Lúder entre el 13 de septiembre y el 16 de octubre de 1975. En un momento de especial tensión, amenazó desde el balcón de la Casa Rosada con convertirse en la mujer del látigo.

A pesar de la creciente presión militar, expresada en un levantamiento controlado a duras penas de la Fuerza Aérea, Martínez se negó reiteradamente a renunciar, aunque anunció el adelanto de las elecciones presidenciales para fines de 1976.

La caída de Isabel

El golpe del 24 de marzo de 1976, sin mayor resistencia, derrocó a la presidente Isabel Perón. Esta junta militar estaba integrada por lo comandantes de las tres armas, el Gral. Jorge Rafael Videla, el Almirante Emilio Eduardo Massera, y el Brigadier Orlando Ramón Agosti.

El nuevo presidente fue Videla, comandante de ejército. Comenzaba de este modo la más violenta de las dictaduras militares instauradas en el país, que se prolongó por ocho años y cuya gestión incluyó desde la desaparición de miles de personas hasta la entrada de la Argentina en una guerra intencional.

La dictadura inauguro una etapa que se denominó 2Proceso de reorganización nacional” e hizo públicas sus normas fundamentales y sus objetivos, que eran la transformación de la sociedad Argentina de raíz. Ante una sociedad en crisis, el proceso pretendía convertirse en la “salvación de la Nación”, y no establecía límites temporales para llevar a cabo esta tarea.

Los primeros tres meses constituyen un autentico infierno. Estallan bombas y se cometen numerosos secuestros y atentados.

Mientras, el gobierno actúa erráticamente, cambiando ministros y haciendo declaraciones que nadie cree. La policía obtiene un importante éxito con la detención de Roberto Quieto, uno de los máximos dirigentes de Montoneros, que delata a muchos de sus compañeros, permitiendo arrestos y allanamientos de locales clandestinos de la organización.

Enseguida, el nuevo gobierno toma las medidas previsibles: disolución del congreso y de los partidos políticos, destitución de la corte suprema de justicia, intervención de la CGT y de la Confederación Federal Económica.

El golpe de 1976 fue, como lo definió el propio Videla en mayo de ese año, una “respuesta institucional”. Esta caracterización no impidió que en las fuerzas armadas siguieran existieran divisiones internas a causa de rivalidades entre las tres armas o de intereses prácticos. Por el contrario, desde 1976, durante los años de vigencia de la dictadura, una de las características de la acción de gobierno fue la fragmentación del poder en dos aspectos. En 1er lugar, existió durante el proceso un estado que se regia según las normas que el mismo gobierno había fijado y otro ilegal o clandestino, cuya única ley era la voluntad de los jefes militares. Por otra parte, el ejercito, la marina y la aeronáutica se habían repartido los cargos importantes de a administración publica y las tensiones entre las tres armas fueron frecuentes.

Incluso los oficiales respondía a los mandos de su fuerza más que al Presidente de la Nación.

La represión

A pesar de las diferencias internas en el mando militar, hubo una acción que involucro el conjunto de las Fuerzas Armadas cuando ejercieron el poder: la represión.

La represión incluyo una serie de medidas públicas, como la ocupación militar de grandes fabricas y empresas estatales; la prohibición de partidos políticos y sindicatos, los despidos de activistas políticos de sus puestos de trabajo; la prisión de dirigentes, algunos conocidos e importantes; la censura de intelectuales y argentinistas que pasaron a integrar las llamadas “listas negras” .Como sucedió durante la dictadura de Onganía, los militares intentaban controlar la sociedad y a sus miembros aun en actitudes que eran francamente inofensivas, como la vestimenta de los estudiantes secundarios y los jóvenes en general.

Al mismo tiempo se llevo adelante una intensa represión semiclandestina e ilegal, planeada en detalle por los mandos militares incluso desde antes de la toma del poder. Esa represión, que se desarrollo con mayor intensidad entre 1976 y fines de 1978, tuvo como resultado la desaparición forzada de entre 9.000 (según los casos probados por la CONADEP) y 30.000 (según cálculos de diferentes organismos de derechos humanos) y gran cantidad de detenidos y exiliados. Esta acción del terrorismo de estado concebida por los comandantes fue ejecutada por las tres fuerzas, que solían dividirse el territorio de operaciones, contando con el auxilio de miembros de la policía federal, de las diferentes policías provinciales y de los servicios de inteligencia.

Las acciones eran llevadas a cabo por los llamados “grupos de tarea”, y consistían en el secuestro de personas, el traslado a algún centro clandestino de detención, la tortura y, en la mayoría de los casos, la ejecución. Todas estas acciones se realizaban al margen de cualquier norma legal, incluidas las que la propia dictadura había establecido, fundadas a su vez en un arbitrario e ilegitimo poder de facto.

Los secuestro se producían el la calle, en la vivienda o en los lugares de trabajo de las victimas. Los secuestradores también saqueaban las casas y almacenaban sus “botines” depósitos de los centros clandestinos de detención. Las investigaciones efectuadas entre los años 80 y 90 han probado la existencia de unos 340 campos de detención, aunque la dictadura siempre se negó a aceptar su existencia. Los detenidos en estos centros tuvieron varios destinos: algunos pocos lograron sobrevivir, otros murieron, y hubo algunos que pasaron a colaborar con sus captores. Sin embargo, la mayoría de ellos fueron asesinados y muchos enterrados en tumbas individuales o colectivas, e identificados como NN.

Así mismo, como entre los secuestrados se encontraban mujeres embarazadas, hubo nacimientos en esos campos de detención. Los niños nacidos en cautiverio fueron privados de su identidad, y a menudo entregados a matrimonios ligados a las propias Fuerzas Armadas y policiales .Desde 1984 hasta la actualidad, la Organización Abuelas de Plaza de Mayo encontró a alguno de aquellos niños, ya otros que habían sido directamente secuestrados en operativos y se les restituyo su verdadera identidad.

Fundamentos ideológicos de la dictadura militar

El régimen dictatorial se propuso un disciplinamiento generalizado de la sociedad Argentina. Para alcanzar este objetivo ejerció dos tipos de violencia: sistemática y generalizada: la violencia del estado y la violencia del mercado.

Sobre la base de los principios de la doctrina de la seguridad nacional, a partir de 1976 la violencia del estado avanzó hasta el punto de transformarse en terrorismo de estado. Terrorismo de Estado significa que el monopolio de las fuerzas y la portación de armas que los ciudadanos consienten en un estado de derecho, para que garantice la vigencia de sus derechos individuales, se vuelven en su contra. Es decir, el terrorismo de estado comienza cuando el estado utiliza sus fuerzas armadas contra os ciudadanos y los despoja de todos sus derechos fundamentales y también de la vida. El Estado se convierte en un terrorista cuando hace uso de la tortura, oculta información, crea un clima de miedo, margina al poder judicial, produce incertidumbre en las familias y confunde deliberadamente a la opinión pública. Frente a este estado, los ciudadanos se sienten y están totalmente indefensos y sujetos al arbitrio de la voluntad de quienes se han arrogado la autoridad. En estas condiciones, ser testigo, victima o afectado por una acción del terrorismo de estado crea confusión o parálisis.

Las teorías económicas basadas EN el concepto de libre mercado fueron reformuladas hacia fines de la década de 1970 por la corriente conocida como neoliberalismo económico.

En una economía organizada según los principios de neoliberalismo, es el mercado, y no el estado el que asigna los recursos a la sociedad. Los neoliberales suponen que el libre juego de la oferta y la demanda determina que sectores sociales, y que individuos obtienen los medios que necesitan para satisfacer sus necesidades básicas o mantener sus niveles de consumo y quines no. Las teorías del libre mercado dejan a la libre asignación no solo de el trabajo, sino también otros bienes como la salud o la educación. Según esta teoría, los individuos que se comporten más eficientemente serán los que obtengan mayores beneficios.

Terrorismo de Estado y la sociedad civil

En marzo de 1976, una gran parte de la sociedad Argentina vivió el golpe militar como el inicio de una nueva intervención de las fuerzas armadas que interrumpía una vez más el orden legal constitucional. Los argentinos se habían habituado a que las fuerzas armadas se apoderaran del gobierno cada vez que los militares consideraban que el país vivía un “estado de excepción” que justificaba y hacia necesaria la presencia de una “autoridad superior” para reordenar una situación a la que se referían como de “desgobierno”.

El nombre “Proceso de Reorganización Nacional” llevaba a considerar esta intervención como una reedición de experiencias anteriores. La mayoría de la población pensó que como había ocurrido antes, las fuerzas armadas iban a controlar las instituciones del Estado y aplicar medidas de corte autoritario con el fin de “reorientar” el proceso político y corregir las que eran entendidas como “desviaciones”.

Esta vez la intervención de las fuerzas armadas tuvo características inéditas, superando los límites que la sociedad Argentina podía imaginar. El golpe militar de marzo de 1976 significo el punto de partida de a construcción de un nuevo tipo de estado: un estado terrorista que oriento sus acciones y fundamento su poder en la aplicación sistemática del terror sobre los habitantes del país.

Desde 1976 el estado controlado por los militares empleo sistemáticamente el terror desde las instituciones públicas y también desde estructuras clandestinas, creadas especialmente para una represión más “eficiente”. A través de esta violencia institucional, las fuerzas armadas lograron desarticular a la sociedad civil.

El terrorismo de estado origino a las organizaciones guerrilleras y al sindicalismo combativo, neutralizo a la mayoría de las organizaciones populares y disuadió a pospotenciales opositores. También se transformo en un extendido mecanismo de control social de toda la población. Por la metodología empleada el ataque focalizado sobre algunos grupos se extendía y se proyectaba sobre el conjunto de la sociedad civil. Las acciones del estado terrorista lograron infundir un temor (algunos lo llamaron el “gran miedo”) que paralizo durante mucho tiempo todo cuestionamiento al régimen militar.

Desarticulación de la sociedad civil

El conjunto de las acciones políticas y militares de las fuerzas armadas tuvieron como consecuencia. La desarticulación de la sociedad civil. La metodología y los efectos diciplinadores de la política económica y social lograron disgregar y destruir a las organizaciones populares y debilitaron profundamente los lazos de solidaridad y las formas de cooperación entre individuos o grupos. Los militares y grupos civiles que la apoyaban consideraban que las causas de la crisis social política que atravesaba la sociedad Argentina era la “subversión y la corrupción instalada en las instituciones del Estado.

Durante los primeros años de dictadura, la prohibición absoluta de cualquier tipo de actividad pública significó también la “desaparición” de la política. En este escenario vació de sociedad civil, la lucha de las militares contra la guerrilla no tuyo las características de una guerra, ya que no hubo enfrentamientos sino secuestros, torturas y asesinatos. Los efectos de la aplicación del terrorismo de Estado se hicieron sentir en todos los planos de la vida social. Aun cuando en el discurso militar el objetivo de la represión aparecía a una guerra “contra la subversión”.

La definición de los potenciales enemigos fue tan amplia que, además de los miembros de organizaciones guerrilleras, entre lasa victimas se contaron los sindicalistas, políticos, sacerdotes monjas, empresarios, profesionales, periodistas, novelistas, estudiantes, niños, parientes o amigos de las víctimas, un obispo y hasta un embajador nombrado por el propio gobierno militar. La represión tuvo un carácter sistemático metódico, para el conjunto de la sociedad civil las acciones represivas aparecían como hechos arbitrarios e incomprensibles y, por eso, reforzaban el temor y el miedo. Como no había reglas que permitieran discriminar entre las conductas “permitidas” y las “desviadas”, la mayoría de los ciudadanos pasaron a percibirse como potenciales víctimas.

Metodología clandestina de la represión

Entre los jefes militares golpistas circuló un documento de carácter secreto denominado “Orden de batalla del 24 de marzo de 1976”. Este documento contenía la concepción operativa del Estado terrorista finalmente por lo militares argentinos.

La modalidad de estrategia represiva a adoptar en la “lucha contra la subversión” había sido discutida desde septiembre de 1975, según testimonió años después el entonces general Camps. Los jefes militares acordaron que además de los cambios en la normativa legal era necesario desarrollar una estrategia clandestina de represión y que los opositores no sólo debían ser “neutralizados” sino también “exterminados físicamente”.

La posibilidad de que la “lucha antisubversiva” tuviera un carácter abierto y legal fue evaluada pero finalmente descartada por los altos mandos militares. Ellos contaron con el asesoramiento de oficiales de inteligencia de los ejércitos de los Estados Unidos y Francia que les transmitieron sus experiencias en las guerras de Vietnam y Argelia. Además tomaron en cuenta la experiencia cercana de la dictadura del general Augusto Pinochet, instalada en Chile desde septiembre de 1973.

Los militares argentinos que secuestrando y matando a sus opositores clandestinamente evitarían protestas de los organismos internacionales y la critica del Vaticano; también consideraban que la mayor pare de los detenidos políticos era “irrecuperable”, por lo que no resultaba conveniente encarcelarlos legalmente. De acuerdo con este razonamiento, no quedaba otra solución que su exterminio físico. Esta modalidad de represión incluyó la “destrucción de las pruebas”, lo que dificultaba cualquier intento futuro de revisión de lo actuado. Para justificar esta política de exterminio, que estaba incluso al margen de la legislación represiva que había elaborado la misma dictadura, los militares argumentaron que se trataba de una “guerra sucia”. Esto significaba, que luchaban contra un enemigo que actuaba ilegalmente, contra fuerzas insurgentes irregulares, no podían combatir respetando las normas y los acuerdos que rigen una guerra convencional.

Los grupos de tareas y los centros de detención clandestinos

El resultado de la aplicación de esta metodología por parte de las Fuerzas Armadas y policiales fue un genocidio, concretando a través del secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas.

La metodología que le permitió a la dictadura a realizar este genocidio fue planeada y aplicada del mismo modo en todo el país. Se trató de un esquema que respondía a una cadena de mando vertical cuyo vértice era la junta de Comandantes, por su carácter ilegal y clandestino, los grupos operativos que realizaron la represión actuaron con una relativa autonomía. A estas bandas de represores se los llamo “grupos de tareas”. Su función era capturar a los ciudadanos a quienes los servicios de inteligencia (SIDE y otros) identificaban como “guerrilleros”, “izquierdistas”, “activistas sindicales” o, más genéricamente, “zurdos”. El grupo de tareas los secuestraba y los recluía en un centro de detención clandestino o “chupadero”, por lo general una comisaría, un establecimiento militar o un edificio acondicionado a tal efecto, en donde se los torturaba para que proporcionaran información que permitiera reliar nuevas detenciones.

Los centros de detención clandestinos funcionaron como verdaderos campos de concentración y exterminio. En el que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) los secuestrados eran mantenidos como vida durante meses, hasta que los secuestradores recibían la orden de realizar su “traslado”. Esto significaba que el detenido era asesinado y su cadáver ocultado en un fosa común sin identificación, como NN o incinerado o arrojado vivo desde un avión al ría de la Plata o al océano Atlántico, luego de recibir una droga que lo inmovilizaba. De este modo, se consumió la “desaparición” de miles de detenidos.

Adolescentes detenidos-desaparecidos en la época

¿Qué pasó con ellos?

“… Cada uno de nuestros hogares se siente mutilado. Hay una o más ausencias que nadie ni nada podrá reemplazar. Vacíos que dejan estos chicos que estudiaban o trabajaban -o ambas cosas- sin ocultar su identidad ni sus movimientos. Siempre tenemos dolorosamente presentes sus rostros asustados. Fueron, en muchos casos, arrancados de sus lechos, a altas horas de la madrugada, ante el estupor de sus padres reducidos a la impotencia de no poder defender la seguridad de su hogar. ¿Qué pasó con ellos?...”

(Presentación a la Junta Militar)

El secuestro en el hogar paterno

Los procedimientos empleados para detener a los adolescentes, no difieren sustancialmente de aquellos que culminaron con la dramática desaparición de miles de personas de todas las edades.

Un análisis de la documentación presentada por los familiares ante las autoridades y diversos organismos nacionales e internacionales, pone de manifiesto la participación de Fuerzas de Seguridad en los secuestros, perpetrados por grupos fuertemente armados con armas cortas y largas, habitualmente vestidos de civil y desplazándose en varios automóviles, por lo general modelo Ford Falcon. En grupo se presentaba como perteneciente a la Policía Federal, a una de las tres armas o bien a las “Fuerzas Conjuntas”, a veces con presentación de credenciales cuya falsedad se probó en los recursos de habeas corpues posteriores. En los casos que nos ocupan, la mayor parte de los operativos tuvieron lugar entre las 24 y las 5 horas.

En momentos en que arreciaba la represión y las ciudades estaban patrulladas día y noche, estos grupos se desplazaban ostensiblemente, sin que los efectivos de las Fuerzas de Seguridad hicieran nada por impedirlo, aun cuando -dadas las características que revistieron los procedimientos- era imposible que aquellos no los detectaran.

“El 17 de julio de 1776, a la una de la madrugada, un grupo de personas armadas se presentó en el domicilio de la familia Tarnopolsky. El portero y los vecinos fueron intimidados a encerrarse en sus respectivas casas, y las puerta del departamento allanado fue derribada con una bomba que alcanzó, en sus efecto, a dañar la puerta del edificio”.

Esto ocurría en la calle Peña 2600, pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. De resultas de este operativo y otros dos, sucesivos y coordinados, tuvo lugar la detención de cinco miembros de la familia; entre ellos Betina Tarnopolsky de 16 años, estudiante secundaria.

“El 23 de octubre de 1976 a las 0.30 hs. Un grupo de hombres de civil, fuertemente armados, irrumpió en el domicilio de la familia Muñiz, en Olivos. Decían pertenecer a la Policía Federal y exigieron la presencia del hijo menor, Eduardo Oscar, de 18 años. Este no se hallaba en la casa, y decidieron esperarlo. En tanto, revisaron todo, sin encontrar nada que les interesara. Cuando el menos llegó, fue inmediatamente rodeado, empujado contra la pared y encapuchado. Fue introducido en un coche que partió con rumbo desconocido.

Dicho vehículo, junto con otros dos, había permanecido ante la puerta de la casa durante todo el tiempo que duró el operativo. En ese lapso, miembros del grupo armado hicieron desviar el transito por la calle paralela, inclusive la línea de colectivos 59 que pasa por delante de la casa de la familia Muñiz”.

(Extracto del testimonio de secuestro de Eduardo Oscar Muñiz - estudiante secundario, detenido-desaparecido)

“El 7 de julio, a las 23 horas, un grupo de hombres de civil, fuertemente armados, se presentó en la casa de la familia Porta. No se identificaron y obligaron al matrimonio a encerrarse en su dormitorio, mientras procedían a revisar la casa. Desde allí oyeron gritar a su hija Aída Victoria, de 18 años. Cuando pudieron liberarse, comprobaron que ésta había sido detenida y que sus otros dos hijos, y dos amigos de éstos que dormían en otras piezas estaban maniatados y encapuchados. Dos de ellos tenían sólo 13 años.

El grupo armado se introdujo en el domicilio aliñado a través del Juzgado, hecho reconocido por el sereno del mismo, La Señora Jueza a cargo del Tribunal pudo observar al día siguiente, con toda claridad, las huellas dejadas por los intrusos”.

(Extracto del testimonio de secuestro de Aída Victoria Porta, empleada de YPF, detenida-desaparecida).

Son notorios y abundantes los puntos de coincidencia entre los diferentes operativos. La característica más llamativa es la ausencia de toda preocupación por disimular la responsabilidad genérica de las fuerzas de Seguridad.

El robo como ultraje y advertencia

En la mayoría de los casos en que la detención se produjo tras el allanamiento del domicilio paterno, éste estuvo seguido de robos cuyo valor material no fue demasiado importante: dinero (sumas poco significativas), alhajas, compases, grabadores, una colección de monedas, etc. Desde cierto punto de vista, tampoco en esto se diferenciaron estos operativos de otros miles. Sin embargo, robos y saqueos perpetrados durante los procedimientos dirigidos contra adultos bien podían interpretarse como la apropiación de un botín de guerra cobrado a las posesiones del enemigo ya que el monto de lo sustraído pareciera estar confirmando ese móvil -mobiliarios enteros, vehículos, depósitos de bancos o financieras, inmuebles, instalaciones de hogares incluyendo los sanitarios, etc.

Comparativamente, durante el secuestro de adolescentes se cometieron simples raterías ¿Es que acaso las victimas fueron consideradas como enemigos menores o se trató simplemente, de formular una advertencia a sus padres o hermanos? No es de descartar que, dentro del sistema aplicado, se pretendiera infligir un ultraje más y hacer gala de prepotencia ilimitada, aún a través de pequeños gestos.

“El 23 de noviembre de 1976 a las 0.45 hs. Hombres de civil, fuertemente armados, detuvieron en el domicilio familiar a María y Leonora Zimmermann, de 18 y 17 años respectivamente. Durante el allanamiento, los participantes, que dijeron pertenecer a la Policia Federal, sustrajeron del dormitorio de un hermanito de la victima, un microscopio y dinero de una alcancía, todo ello propiedad del menor”.

(Extracto del testimonio de secuestro de María y Leonora Zimmermann, ambas estudiantes secundarias y detenidas-desaparecidas).

El familiar como rehén

Pero las acciones dirigidas contra los familiares no se limitan a robos o amenazas. En muchos casos los padres, hermanos o novios/as de los adolescentes fueron obligados por los secuestradores, a dar indicaciones sobre el paradero de aquellos.

La liberación posterior del familiar retenido como rehén o señuelo, demuestra, una vez más, que los grupos operativos tenían la garantía de su impunidad. Además las victimas liberadas después de tales experiencias, llenan una función necesaria dentro de los mecanismos de terror implantados como reaseguro del sistema: son el vivo testimonio de que ninguna barrera moral habrá de morigerar la represión.

“El 26 de mayo de 1976, un grupo de hombres portando gran cantidad de armas, unos de civil y otros uniformados, se presentaron en el domicilio de la familia Blaton y preguntaron por Francisco Juan, de 18 años. Eran las 6.30 hs. Y éste ya había salido rumbo a su trabajo. Los hombres obligaron a los Blaton a subir en sendos vehículos. Los encapucharon, y maniataron al señor Blaton, quien fue arrojado al piso del coche. Fueron así conducidos a una dependencia aparentemente militar, donde fueron interrogados sobre el lugar de trabajo del hijo, cada uno por separado, durante una media hora, debiendo sufrir insultos y amenazas.

Por fin llevaron a la señora Blaton, siempre encapuchada y acostada sobre el asiento del auto, a recorrer una zona de Munro hasta encontrar la fábrica de cerámica donde trabajaba Francisco Juan, cuya dirección exacta su madre ignoraba. Pudo escuchar el grito de su hijo cuando lo introducían en el automóvil: “¡Madre, dónde estás que me van a matar!”. Después los vehículos se pusieron en marcha, y la señora fue liberada en un lugar solitario. Su marido había quedado como rehén en el local donde fueran interrogados”.

(Extracto del testimonio de secuestro de Francisco Juan Blaton - obrero ceramista, detenido-desaparecido)

Las victimas

La presentación efectuada por los padres de adolescentes ante la Junta Militar, a que se hace referencia más arriba, fue acompañada por una nómina de los jóvenes, sus datos, y una descripción de las circunstancias que rodearon cada secuestro. Se adjuntaron, asimismo, constancias de todos los tramites realizados ante instancias policiales, militares, judiciales y administrativas por parte de las familias en la, hasta ahora, infructuosa búsqueda del desaparecido.

Surge de la documentación que sobre 130 adolescentes cuyas edades oscilan entre los 15 y 18 años, el 75% fue detenido entre mayo de 1976 y julio de 1977. Del total a 92 se los detuvo en el domicilio de sus padres y en presencia de estos; a 6 en la escuela o lugares de trabajo; 16 fueron secuestrados en la vía publica ante testigos que comunicaron el hecho a los padres y 4 -que eran conscriptos- en dependencias militares. Se ignoran las circunstancias exactas de la desaparición de los 12 restantes, operada poco después de que hubieran salidos de sus hogares, del domicilio de algún familiar o amigo, o de sus lugares de trabajo.

Prácticamente la totalidad de estos adolescentes vivía con su familia. Cursaban estudios en colegios secundarios o acababan de ingresar a la universidad; trabajaban o cumplían su servicio militar obligatorio. Todos, sin excepción, estaban provistos de documentos de identidad, que en la mayoría de los casos fueron exigidos por sus captores y que estos se llevaron consigo.

Estos jóvenes no se ocultaban, circulaban normalmente, mantenían relaciones normales en el ámbito familiar, laboral o en los establecimientos educacionales a los que concurrían. Todo esto hace imposible que pudiera considerárselos como un peligro para la sociedad.

Si agregamos a esto que en ninguno de los allanamientos se encontraron armas, ni tampoco material alguno que pudiera ser considerado comprometedor, cabe preguntarse: ¿En nombre de qué doctrina, para conjurar qué amenaza, hombres con armas de combate, en cantidad y actitud completamente desproporcionadas con cualquier posibilidad de resistencia, se abalanzaron sobre muchachos y chicas inermes y los arrastraron maniatados y encapuchados, a veces después de golpeados despiadadamente?

“A José María Schunk -18 años- lo hicieron poner de cara a la pared, encapucharon a su hermano de trece años con la funda de la almohada; al otro, de catorce, como los miraba, lo amenazaron con volarle la cabeza si no se daba vuelta. Revisaron la biblioteca y comentaron “no hay nada”. Obligaron a José María a acompañarlos sin permitirle vestirse”.

(Del testimonio de secuestro de José María Schunk, estudiante de medicina, detenido-desaparecido)

El temor de los victimarios

En un intento por encontrar algún denominador común que explique el móvil de estos secuestros, se analizó la actuación de los jóvenes desaparecidos. Según declaraciones de sus padres, muchos de ellos habían pertenecido a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Otros habían frecuentado la Unidad Básica del barrio. Algunos habían participado en la “toma” de su colegio, en 1973. Esto ultimo lleva la edad de estos “activistas” a los trece o catorce años. También conviene destacar que las organizaciones citadas anteriormente actuaban legalmente y solo mas tarde, a partir de 1976, fueron prohibidas.

Al estudiar determinadas circunstancias que rodearon las detenciones de muchos de estos adolescentes, recordando las primeras preguntas formuladas por los secuestradores, relacionar entre sí el numero relativamente alto de secuestros individuales -cuyo saldo global fue la detención-desaparición de grupos de ex condiscípulos- se fortalece la idea de que el móvil de un elevado porcentaje de operativos fue sacar de circulación a jóvenes susceptibles de convertirse en lideres estudiantiles.

Esta hipótesis arroja alguna luz sobre aquella absurda desproporción entre la debilidad de la victima y los recursos de fuerza desplegados por los secuestradores. Su misión era exterminar al enemigo más temido; ese joven para el cual la escuela o la universidad son fermentarías de vida cívica, y no instituciones limitadas a proporcionar conocimientos académicos o títulos profesionales.

Del análisis de varios casos, surge claramente que el secuestro de adolescentes responde a un plan sistemático que incluye el estudio de los establecimientos secundarios como tales, y no sólo de aquellos que ocupan importante por el número de futuros universitarios que alberguen, o por la agitación registrada durante el período 1973/17. Mas allá de eliminar a estudiantes real o potencialmente enrolados en corrientes políticas, se busca destruir, bajo un manto de terror, toda posibilidad de subsistencia de actividades extra-escolares, ya sean estas ideologías, gremiales, recreativas o artísticas.

Después del secuestro

Los padres y madres que vieron -reducidos a la impotencia por la fuerza de las armas- cómo sus hijos eran arrancados de sus hogares; a quienes se les negó el derecho de acompañar a los menores en su detención cuando así lo reclamaron; que fueron hostigados mientras pedían por ellos en cuarteles y juzgados aparecen hoy más decididos que nunca a intensificar una búsqueda que, en algunos casos, lleva más de seis años.

No se limitan a pedir la reaparición con vida de sus hijos: exigen que la Justicia intervenga y castigue a quienes ordenaron y ejecutaron las acciones represivas, cuya responsabilidad penal está agravada cuando sus victimas eran menores de edad.

El terrorismo de Estado fracasó al pretender que el holocausto de estos adolescentes cayera en el olvido.

Madres de Plaza de Mayo

Las Madres de Plaza de Mayo es una asociación formada durante la última dictadura de la República Argentina con el fin de recuperar con vida a los detenidos desaparecidos, inicialmente, y luego establecer quienes fueron los responsables de los actos de lesa humanidad y promover su enjuiciamiento.

Se encuentran divididas en dos grupos, el grupo mayoritario presidido por Hebe de Bonafini y denominado Madres de Plaza de Mayo, y Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora presidida por Nora Cortiñas.

Acción de la organización

Nació como una iniciativa de madres de detenidos y desaparecidos el 30 de abril de 1977. Su objetivo inicial era poder tener una audiencia con el Presidente de facto argentino Jorge Rafael Videla, para ello se reunirían en la Plaza de Mayo y efectuarían una manifestación pública pacífica pidiendo saber el paradero de sus hijos. La elección de Plaza de Mayo se debe a que esta situada frente a la Casa Rosada, sede de la Presidencia y lugar donde tradicionalmente se han efectuado manifestaciones políticas.

Ese mismo día, 14 madres inician una jornada, a la cual, con el paso del tiempo, se acercarían otras madres afectadas. Desde entonces, todos los jueves repetirían una caminata (originada cuando las fuerzas de seguridad les exigieron "circular") alrededor de la pirámide central de la plaza. Tras 25 años y 1500 jueves esta manifestación dejó de realizarse por parte de la agrupación, el 26 de enero de 2006 ya que, según su titular Hebe de Bonafini ya no hay un enemigo en Casa de Gobierno. Otras agrupaciones de derechos humanos no estuvieron de acuerdo y continúan realizándola.

La manifestación de las Madres fue una de las primeras manifestaciones públicas contra la dictadura. Alcanzan notoriedad durante la realización del Mundial de Fútbol de 1978 en la Argentina, cuando periodistas internacionales empiezan a entrevistarlas y dan a conocer su movimiento.

Estas primeras 14 madres fueron: Azucena Villaflor de De Vincenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard (4 hermanas), Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Sra. De Caimi y una joven que no dio su nombre.

Unidas por la desgracia, las Madres se convirtieron en un grupo de activistas en defensa de los derechos humanos. Aseguran que nacieron por sus hijos, y que son las madres de todas las víctimas de la represión en Argentina.

Los hijos de las Madres desaparecieron durante la llamada Guerra Sucia que se libró en Argentina entre 1976 (los militares tomaron el poder el 24 de marzo de 1976) y 1983 (entregaron el poder a Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983). En rigor, la violencia política, presente en la Argentina desde su nacimiento como nación, se había recrudecido bastante antes, durante la llamada Revolución Argentina y durante el tercer mandato de Juan Domingo Perón. Según el libro Nunca Más, informe de la Comisión Nacional de Desaparecidos, las víctimas del Terrorismo de Estado fueron alrededor de 9000 personas, aunque muchos grupos de Derechos Humanos y de izquierda fijan esa cifra en cerca de 30 mil personas. Azucena Villaflor, una de las fundadoras de la organización, también fue secuestrada a la salida de la Iglesia de la Santa Cruz en el barrio porteño de San Cristóbal por el grupo tareas 3.3.2 de la Escuela de Mecánica de la Armada. Su cuerpo fue hallado en julio de 2005. La organización está fuertemente relacionada con las Abuelas de Plaza de Mayo, cuyo objetivo es recuperar la identidad de los cientos de niños que fueron robados por las autoridades militares durante la dictadura, y con la asociación HIJOS, formada por los hijos de los detenidos desaparecidos que desean continuar la lucha de sus padres y sus abuelas. Se distinguen usando pañuelos blancos sobre sus cabezas, los mismos que anteriormente habían servido como pañales de sus hijos desaparecidos.

Opiniones públicas

“El peronismo es la versión argentina del fascismo italiano. Confluencia de distintas formas de nacionalismo. Perón es el conductor, en el sentido de Benito Mussolini, cuya personalidad y obra le merecieron marcada simpatía, llegando a decir que lo imitaría en todo menos en sus errores. Su analogía proviene: a) de haber precedido la acción a l doctrina; b) de los valores: orden, jerarquía y disciplina, consustanciados con el sistema; c) de su negación del liberalismo y del marxismo; d) de la concepción del movimiento y de la nación, como un todo animado de una sola doctrina y con una sola voluntad, la del líder; e) de la negación de la lucha de clases y la instauración, en el caso argentino de un modo gradual, del corporativismo; f) de la concepción expansiva de los fines del Estado y la subordinación del individuo a fines objetivos como la grandeza y unidad de la nación; g) de haber extraído de la clase media sus elementos activos; h) de la racional explotación por medios técnicos de comunicación, del sentimiento religioso de las masas a fin de convertir a cada partidario en un creyente, al adversario en un hereje y al gobernante en un objeto de adoración y culto; i) de la apelación a la acción directa, del desprecio por la democracia, la oposición y los partidos políticos.”

(Carlos Fayt, La naturaleza del peronismo. Buenos Aires, 1967)

“En ciertos ensayos se ve al peronismo como un subproducto criollo de fascismo italiano, nazismo alemán, o ambos en una suerte de totalitarismo autóctono. Muchos de estos trabajos no aparecen ahora tan científicos y han pasado a engrosar los capítulos de la literatura partidista. Sobre este tema habría que preguntarse si es posible que se pueda comparar los regimenes fascistas o nazistas de Europa con el peronismo y otros fenómenos latinoamericanos. El fascismo es un fenómeno de un país industrial desarrollado; es provocado por una severa crisis socioeconómica; surge como respuesta a una clase obrera numerosa y organizada, y su apoyo masivo proviene de una pequeña burguesía y sectores medios politizados y atemorizados, que construyen una alianza con los dirigentes de los partidos fascistas, los elites tradicionales de la banca, la industria, la burocracia y el ejercito; es un régimen que asegura el dominio social y económico de la clase capitalista; es un régimen de terror que elimina todos los vestigios de la democracia; y emplea una política exterior agresiva y expansionista. Resulta claro que el peronismo no llena estos requisitos u otros similares. Las tendencias expansionistas del nacionalismo alemán e incluso italiano poco tienen que ver con el nacionalismo populista de Perón en un país periférico. El partido único totalitario no se dio en la Argentina como en Europa, si bien se coartó a la oposición, no se la eliminó del Congreso. Nunca se dispuso la disolución de los partidos opositores como en Italia o Alemania. El Partido Peronista nunca dominó a las Fuerzas Armadas, no creó milicias para contraponerlas con aquellas (como sí lo hicieron Hitler y Mussolini). El Partido Peronista se consolidó desde el gobierno y el adoctrinamiento en las escuelas tampoco estuvo a cargo del Partido Peronista, como sí ocurrió en Europa con los partidos nazi o fascista. Las relaciones del peronismo con el movimiento obrero es uno de los aspectos cruciales para matizar diferencias y explicaciones. La clase trabajadora urbana e industrial fue una de las bases de apoyo principales del peronismo, esto no ocurrió, tampoco, en el fascismo o nazismo. Tampoco las precondiciones de una economía fascista se dieron en países como la Argentina, por las restricciones del mercado interno. Finalmente, en la Argentina los movimientos estudiantiles y juveniles pertenecientes a las clases medias no apoyaron al peronismo, como el caso del fascismo europeo.”

(Alberto Ciria, Política y cultura popular: la Argentina peronista (1946-55). Buenos Aires, 1983.)

“Es Perón el que aclara con gran precisión el sentido de su proyecto político. Apoyado sobre la masa popular, contando con las Fuerzas Armadas para resguardar el sentido del mismo, busca nacionalizar la economía y realizar una política exterior independiente. Esta independencia recibirá el nombre de Tercera Posición. Desde ya que la economía exige una mejor distribución de la riqueza, lo que será designado a su vez, como justicia social. Las medidas sociales se suceden con rapidez: el decreto sobre trabajo nocturno, el estatuto del peón, la declaración de los derechos de la ancianidad. Son estas medidas, entre otras muchos, prueba autentica de la voluntad de realizar una política para el pueblo. Todo se hace con esfuerzo, con la resistencia consciente de los sectores de la oligarquía, de los sectores medios, que hablan de dictadura, falta de libertad, totalitarismo, instrumentados directamente por aquélla. La naturaleza va adquiriendo sentido popular, no un sentido por encima de las clases, sino en función de la política nacional que el peronismo está intentando. Por supuesto que el Estado peronista tiene su momento represivo, que no debe ser justificado. Pero es igualmente indudable que el terror y la violencia conocidos por el pueblo oscurecen aquella violencia, la minimizan. Por otra parte los sectores opositores nunca plantearon un enfrentamiento leal. Intrigaron, complotaron y mataron, si ello era necesario a sus intereses. La revolución nacional peronista en marcha generó nuevas formas de acción. De ellas surge la figura excepcional de Eva Perón, que comprende el sentido eminentemente social del movimiento, y crea la Fundación Evita, desde donde profundiza esa acción directa para el pueblo.”

(Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luís Duhalde, La doctrina peronista: Una Argentina justa, libre y soberana. Buenos Aires, 1973)

“Desde 1975 la clase obrera argentina, en el nivel de actitudes y de conducta, pero sobre todo de conducta, acepta el sistema social imperante. Esto halla su expresión mas visible en el apoyo de la clase obrera al peronismo, es decir, a un líder y un movimiento político vitalmente comprometidos en la conservación del orden social capitalista. A esta característica la llamamos el conservadorismo de la clase obrera argentina. En la Argentina desde 1940 hasta 1955, la de los tiempos de peronismo, pareció que la población todo se tornarse cada vez más próspera, pero en realidad el país se descapitalizaba velozmente día tras día y mientras iba quedando sin medios de producción se atiborraba de heladeras, de telas y de pizzerías. En fin, el peronismo fue en todo y por todo el gobierno del “como si”. Un gobierno conservador que aparecía como si fuera revolucionario; una política de estancamiento que hacia como si fuera a independizar a la Nación; y así hasta el infinito. En la clase obrera el “como si” dejó huellas profundas. El Estado peronista dio a luz una poderosa institución sindical que parecía como si fuera un producto surgido del seno de la clase obrera; pero en realidad le había sido dada desde arriba, desde las cúspides del Estado, y desde allí era manejada. El peronismo incrementó la participación de los obreros en la renta nacional y pareció como si este y otros beneficios concedidos fueron conquistas obreras; pero en realidad la clase los obtuvo sin lucha.”

(Milcíades Peña, Industrialización y clases sociales en la Argentina. Buenos Aires, 1986)

“El peronismo constituye, sin duda, un caso de manipulación que, sin embargo, fue exitosa, pues logró proporcionar un grado efectivo de participación a las capas movilizadas, aunque, por supuesto, absteniéndose de reformas sociales o en todo caso manteniéndolas dentro de limites aceptables por los grupos sociales y económicos mas poderosos. El peronismo representa un interés teórico extraordinario, pues fue iniciado y dirigido por un grupo de orientación definidamente fascista y nazi (…) Lo que ocurrió fue que la manipulación tuvo cierta reciprocidad de efectos. El peronismo difirió del fascismo europeo justamente en el hecho esencial de que, para lograr el apoyo de la base popular, tuvo que soportar, de parte de su base humana, cierta participación efectiva aunque por cierto limitada. Es justamente en la naturaleza de esta participación donde reside la originalidad de los regimenes nacionales-populares latinoamericanos. […] Estos movimientos y los regimenes resultantes tienen un carácter autoritario. Según la versión generalmente aceptada, el apoyo de las clases populares se debió a la demagogia de la dictadura. Pues lo que tenemos que preguntarnos es en qué consistió tal demagogia. Aquí la interpretación corriente es la que por brevedad llamaremos del “plato de lentejas”. El dictador “dio” a los trabajadores unas pocas ventajas materiales a cambio de la libertad. El pueblo “vendió” su libertad por un plato de lentejas. Creemos que semejante interpretación debe rechazarse. El dictador hizo demagogia, es verdad. Mas la parte efectiva de esa demagogia no fueron las ventajas económicas sino haber dado al pueblo la experiencia (ficticia o real) de que había logrado ciertos derechos y que los estaba ejerciendo. Lo trabajadores que apoyaban la dictadura, lejos de sentirse despojados de la libertad, estaban convencidos de que la habían conquistado… Esta liberación era nueva para gran cantidad de trabajadores. El proceso de rápida industrialización iniciado al comienzo de la década del `30 había producido el trasplante de grandes masas rurales, sin experiencia política ni sindical, a las ciudades, particularmente al Gran Buenos Aires. Para estas masas esta seudo libertad de la dictadura fue la única experiencia directa de una afirmación de los propios derechos”

(Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, 1974).

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