Arte
Isabel la Católica como mecenas
ISABEL LA CATÓLICA
“COLECCIONISTA”
Mujer culta
De Isabel la Católica han quedado abundantes referencias, tanto de su afición a la lectura y al estudio, como de su preocupación por impulsar el nivel cultural de la corte.
Durante su niñez en Arévalo al lado de su madre y de su abuela materna, aprendió los rudimentos de la Gramática, pintura, poesía y a comportarse como mujer culta y bien educada. En este periodo temprano se va a internar ya en los estudios de la lengua latina, que más tarde ampliaría y perfeccionaría, de manera que llegó a dominarla. Después de su matrimonio con don Fernando, antes de ser Reina, inicia su formación filosófica y teológica, estudia música, canto y danza, y se dice que gustaba de conversar con personas doctas de las que poder aprender.
Para dar ejemplo personal, hacia 1482, ya siendo Reina, comenzó a cursar latín con Beatriz Galindo, y el aprendizaje no fue baldío, ya que, de acuerdo con Fernando del Pulgar, "era de tan excelente ingenio que [...] alcanzó en tiempo de un año saber en ellas tanto que entendía cualquier tabla o escriptura latina". Asimismo procuró que sus hijos recibieran una formación esmerada, algo que llamaba la atención a algunos visitantes extranjeros; el alemán Jerónimo Müncer, tras su viaje en 1495, se hace maravillas del saber de la Reina y de la educación transmitida a sus hijos, alabando, más que nada, los conocimientos del latín y oratoria que mostraba el príncipe Juan cuando contaba solo diecisiete años.
Con el deseo de que el saber no quedara reducido a sus descendientes o a la nobleza, sino que incluso las religiosas pudieran "sin participación de varones" conocer "algo la lengua latina", pidió a Nebrija, a través de Hernando de Talavera, que editara las Introductiones latinae con la traducción castellana en columna paralela a la derecha.
Amor por la literatura y los libros.
Los intereses culturales de la Soberana se manifiestan asimismo en la constitución de su biblioteca, sobre cuyos fondos poseemos noticias a través de tres inventarios:
Uno, de 20 volúmenes, entregado en Granada a doña Margarita de Austria, el 29 de septiembre de 1499.
Otro, de 52 tomos, sobre el que se pidió cuentas en 1501 al camarero Sancho de Paredes.
Un tercero, en el que constan 201, incluido en el registro que, en noviembre de 1503, rotuló Gaspar de Gicio como Libro de las cosas que están en el tesoro de los alcáçeres de la cibdad de Segovia. Estos inventarios permitieron a F. J. Sánchez Cantón (1950) una tentativa de reconstrucción de los fondos bibliográficos de la Reina: cerca de unos cuatrocientos cuerpos que no formaron un depósito permanente, sino que debieron estar repartidos por los palacios que utilizaba.
Incipiente interés coleccionista
Durante el reinado de los Reyes Católicos se produjo una notable actividad coleccionista entre la nobleza, hecho que se refiere a la afición que determinados miembros de la nobleza o de la monarquía tenían en adquirir toda clase de cosas, vistas como curiosidades o por motivos religiosos o de prestigio. Se ha estudiado la idea del coleccionista, de la organización de la cámara de maravillas, etc., a partir del renacimiento, pero sus antecedentes deben llevarse al menos al siglo XIV, destacando en este sentido el rey Carlos V de la casa francesa de los Valois, hombre culto, o su hermano el duque de Berry, gran bibliófilo de manuscritos de lujo. Isabel no tuvo la misma curiosidad por objetos pintorescos y extravagantes que Juan I de Aragón, de quien cuentan que buscó hasta encontrar el cuerno de un unicornio, pero sí reunió un gigantesco número de piezas, de las que aunque predominen las religiosas no faltan las profanas.
Si coleccionista es quién reúne objetos de naturaleza variada o de un tipo en concreto con voluntad de tenerlos, y si entendemos que poseer un tesoro es disponer de un ámbito donde se custodien diversas piezas de alto precio, diríamos que Isabel la Católica no llegó a poseer lugar y piezas de esas características; pero sí poseyó un buen número de objetos, siendo una buena parte de ellos de naturaleza religiosa y a partir de una época determinada, quizá la conquista de Granada (1492), decidió ir formando una colección para donarla a lo que había de ser la Capilla Real en la que decidieron enterrarse ambos cónyuges en la ciudad arrebatada a los musulmanes.
Cuando la reina Isabel muere, se hace inventario de sus bienes y se comprueba que hay determinados objetos suntuosos, que le corresponden como Reina, como es la corona real, pero también hay una serie de objetos diversos, como por ejemplo, una sarta de perlas berruecas (irregulares), otras redondas, diez amatistas, y una larga descripción de otras piezas semejantes; sortijas de cornerina y calcedonia, jacintos, rubíes, granates, turquesas, amatistas, topacios, aguamarinas, jaspes. De su lectura se revela el carácter cambiante de las joyas, en transformación continua, y a menudo desmontadas para enriquecer con sus piedras otras diferentes, y así adaptarse a cada circunstancia, fuesen fiestas oficiales o embajadas, el pago de las dotes de las hijas, regalos o, simplemente, adaptarse a los cambios de moda. Era en especial afecta a las joyas, como se puede ver en los retratos destinados a miembros de la familia, pintados por Juan de Flandes o Michel Sittow, en los que, si bien se viste con sobriedad, nunca falta una joya colgada del cuello.
Junto a esto, no faltan los relicarios, ya que como todos sus contemporáneos, apreció la posesión de cajas que contenían reliquias; poseía cajas, redomas y un sinfín de recipientes de varias formas y materias que guardaban algalia, estoraque, menjuí, almizcle y bálsamo; amante de los ambientes aromatizados, disponía de perfumadores de oro y plata para recintos y de otros para uso personal, como una poma de oro que llevaba al cuello, con “una pella confeccionada de olores” en su interior, o una venera de prender en el vestido, hecha “para poner olores”.
Isabel la Católica poseyó pequeños relojes de oro y esmaltes, alguno de sol, y relojes de sobremesa con sonido y elementos móviles, así como útiles de escritura, como una péndola de plata dorada y una escribanía, y de modo complementario, útiles de lectura que empezaban a hacerse frecuentes, “una piedra de cristal con astil de plata, guarneçida toda de plata para leer”, tenía “unos antojos de camino guarnecidos de plata dorada e filigrana en cada uno dos esmaltes uno azul y otro verde” .
Morán y Checa escribieron: “los reyes cazan”, y desde que nacen hasta que mueren, la caza es una actividad que desarrollan de manera ininterrumpida. También cazaban las reinas, y ya que Isabel de Castilla no era una excepción, poseyó armas y diversos objetos relacionados con tal ejercicio: “un brazalete de marfil para tirar el arco que tiene la guarnición de plata dorada hecha con eslabones con que sacan fuego”, “un pito guarnecido en plata dorada [...] con seis tachones que son leones e castillos”, o “una bosina de marfil blanca ochavada, con dos bocales de plata que tiene las armas rreales de Castilla e de León” .
El testamento es preciso en lo que se refiere a las reliquias que debían depositarse en Granada. Primero han de devolverse las joyas que los familiares más próximos le han reglado, y “todas las reliquias mías se a la Iglesia Catedral de la çibdad de Granada” .
En la Capilla Real todavía se encuentran algunas de esas joyas y relicarios, alguna de ellas de factura extraordinaria, como el relicario del Lignum Crucis con el Árbol de Jesé en plata dorada, de la que no se poseen datos sobre su estilo y origen de fabricación, llegándose a creer que pudiera ser importada, y no de creación hispana.
Pero si bien esta clase de objetos debieron constituir la parte más apreciada de la donación hecha a la capilla funeraria, no lo es menos la colección de tapices y el abundante legado de pinturas de alta calidad que constituyen el tesoro real y que son una muestra del sentido religioso de Isabel, así como también son muestra del prestigio personal y del poder de la Corona.
Gusto estético
La elección de obras de calidad es señal evidente de que hubo un gusto estético. Llegado este punto es necesario recordar que en la segunda mitad del siglo XV en Europa, se están configurando dos modelos artísticos. Uno es el renacentista, elaborado primero en Toscana y extendido luego por otras partes de Italia. El otro, menos definido, es el de la última Edad Media y tiene como centros principales los situados en la Europa occidental nórdica, y más concretamente los Países Bajos. Era este segundo un arte más inmediato, más comprensible, menos conceptual y más suntuoso que el italiano, destinado a clientes poderosos, monarcas, nobles y altas dignidades eclesiásticas; pero además muy atractivo desde el plano religioso, por su contenido emocional, pues sus imágenes eran capaces de explicar doctrinas y de mostrar programas cargados de alegorías y metáforas.
Fue Isabel una flamenquizante convencida; la primera reina española en contratar para la corte a pintores procedentes del norte de Europa, como Michel Sittow y Juan de Flandes. Esta preferencia estética se asentaba en una tradición con ramificaciones dinásticas, políticas y religiosas. Y se pondrá de manifiesto con la doble boda de dos de los hijos de los Reyes Católicos, el príncipe heredero Juan y su hermana Juana de Castilla, con los del archiduque Maximiliano de Austria, Margarita y Felipe el Hermoso. Esta unión que se celebró en 1496, establecía el lazo dinástico más poderoso de la época entre dos casas reales, dando lugar a una situación cultural favorable al intercambio; además el arte flamenco, como ya hemos mencionado más arriba, era muy proclive a la idealización de las actitudes cristianas, como la devoción, adecuándose mejor a la expresión de los ideales promovidos por la Reconquista. El impresionante formato de los retablos flamencos y de los denominados retablos hispano-flamencos de la catedral de Sevilla y de las iglesias de San Salvador en Valladolid y San Lesmes en Burgos, ilustran los valores políticos y religiosos que triunfaban en el catolicismo de la época.
Por unas razones y por otras, Isabel la Católica tomó partido por el arte de raíz nórdica. Se podría pensar que no tuvo ocasión de conocer el otro modelo, pero hay que recordar cuántas cosas del renacimiento se ofrecen a los ojos del siglo XV, y que pasan sin dejar huella.
No faltaron en Castilla ejemplos de pintores italianos; en el caso de Dello Delli, quizá fue su condición de artista polifacético lo que le abrió las puertas de la corte de Juan II.
Con independencia de las obras que Dello hizo para Juan II, todas ellas desaparecidas, cabe reseñar su presencia y la de sus hermanos Nicolás Florentino y Sansón Florentino en Salamanca en la década de 1440, convirtiendo la cabecera de la Catedral Vieja, con el retablo mayor y el Juicio Final de la bóveda, en el ejemplo más importante de la primera pintura del Quattrocento florentino fuera de Italia, en el momento en el que se producía el tránsito entre el estilo internacional y el primer Renacimiento. Dello, y sobre todo Nicolás, transplantaron al reino castellano aspectos propios de las artes figurativas florentinas de comienzos del Renacimiento, aunque lamentablemente su semilla no fructificó, debido a que se impuso lo nórdico. Además la dependencia de Dello Delli respecto al estilo internacional, en el que se formó, contribuyó a que incluso la labor de Nicolás Florentino se considerara como un episodio más del estilo internacional de la pintura castellana. Y así se multiplicarían los ejemplos si quisiéramos buscarlos.
Los tapices
Eran objetos suntuosos, caros, en los que con frecuencia se empleaba el hilo de oro. Isabel fue muy aficionada a coleccionarlos, siendo quizá los menos estudiados de sus colecciones. El conde Viudo de Valencia de Don Juan, especialista en la materia escribió: “Por curiosidad he practicado un recuento y resulta que Doña Isabel llegó a poseer más de trescientos setenta tapices...”. Solo se conservan media docena de ellos y su pérdida se explica en parte por la dispersión a la que fueron sometidos tras su muerte, debido a la funesta costumbre de las ventas testamentarias, salvándose solamente el conjunto de diecinueve paños que legó a su Capilla Real de Granada.
Las mudanzas continuas de la corte y el uso continuo y repetido del colgar y descolgar fueron también ocasión de deterioros. Los paños con figuras eran sumamente útiles, el adorno insustituible, pues gracias a los tapices se improvisaban cámaras suntuosas en castillos y caserones, ya que transformaban una fría pared desnuda en un muro cálido lleno de escenas de intensa policromía.
Se desconoce como fueron los comienzos de la colección de la Reina, es probable que los más antiguos fueran franceses; ello se deduce por ser los más usados; se sabe que el Rey don Fernando había regalado a su mujer tres tapices, así como también recibe regalos de su hija Juana y de la primogénita, Isabel, la Princesa de Portugal; el hecho es que tras numerosos regalos, además de compras, su colección fue creciendo. La fórmula con que los documentos registran los presentes es la muy delicada: “dado para servicio de su Alteza”.
Por su parte, Isabel eligió algunos de los mejores para regalarlos a su nuera Margarita de Austria, cuando ésta regresa a su país.
En cuanto a la historia del conjunto legado a la Capilla Real, fue penosa y corta, pues si bien a los diecinueve iniciales se añadieron otros siete donados por su viudo Fernando, muy aficionado a los tapices, en 1737, la suma se redujo a diecisiete, encontrándose en muy mal estado; en 1774 se guardaban solamente retazos de los mismos, y tres años después, en 1777, se quemaron los restos para extraerles el oro.
Predominan en los tapices los asuntos religiosos, del Antiguo Testamento, en los que abunda la historia de David, la historia de Asuero y Ester y la de Judit.
Del Nuevo Testamento, abundan las representaciones de la Anunciación y el Apocalipsis. Hay más de un ejemplar de La resurrección de Lázaro, de la Crucifixión y de la Piedad. Se encuentran representaciones de San Juan Evangelista, San Jorge, San Jerónimo, San Gregorio y Santa Bárbara; pero también hay tapices en los que las escenas de contenido mitológico están cargadas de símbolos y alegorías, con contenido teológico o moral, Paris y Helena, Venus y Cupido, o los Trabajos de Hércules.
Las pinturas
Se puede calcular en cerca de doscientas veinticinco pinturas las que formaron la colección de Isabel la Católica. Se trata de una importante colección, probablemente sólo superada en el siglo XV, por la medicea.
Llama la atención a la hora de distribuir los fondos una suerte de especialización de géneros; así, los retratos de familia se guardaban en el Alcázar de Madrid, mientras que las iconografías más complejas se habían destinado a Arévalo, "Tentaciones de San Antón, Apocalipsis, Entrega de las tablas de la Ley, la Magdalena desnuda en un campo, " como si la Reina reservase para su intimidad las pinturas más extravagantes.
No se conocen con exactitud las obras que se llevaron a la Capilla Real de Granada para cumplir las disposiciones testamentarias de la Reina. Tampoco se puede identificar a los autores, excepto en las dos ocasiones en las que la documentación menciona a “Jerónimus” (El Bosco) y a Michel Sittow
Si bien la mayor parte de las obras se hicieron sobre tabla, como era habitual en la época, un número relativamente elevado de pinturas fueron realizadas sobre lienzo, tanto de contenido religioso como profano; aunque no se ha conservado ninguna, sorprende que se hubieran hecho en ese soporte los retratos de los reyes y de sus hijos, abundando también los de tabla.
Respecto a los lienzos, se tiene noticias de que algunos pudo haberlos hecho el pintor Antonio Inglés, que llegó a Castilla en 1489 con la comitiva del príncipe de Gales, para solicitar la mano de la hija menor de los Reyes, Catalina. No parece que Antonio Inglés haya hecho otro tipo de obras en lienzo que no fueran retratos. En cuanto a las obras en lienzo de temática profana, abundan las relativas a la guerra de Granada. Respecto a las de tema religioso, su número es mucho mayor que el de las profanas; en algún caso consta que su adquisición se hizo en partidas grandes, enviadas a Granada para las iglesias erigidas en las tierras conquistadas a los moros; de ahí que cabría incorporar muchas de estas obras a las promociones reales más que a la colección de la reina Isabel.
En cuanto a la pintura en tablas, el número de obras de carácter sacro es aún mayor que respecto a los lienzos, pues es evidente que entre las pinturas que poseyó Isabel dominan las de tema religioso. Poseía dos conjuntos que abarcaban desde la encarnación hasta el día del Juicio. Se trata, en el primer caso, de un retablo de dos tablas de pequeñas dimensiones, lo que da una idea de su menudísima labor, mientras que el segundo conjunto estaba constituido por cuarenta y siete tablas, obra de los pintores de la Reina, Juan de Flandes y Michel Sittow. Al venderse las cuarenta y siete tablas que lo componían en la almoneda de la reina en 1505, Diego Flores compró treinta y dos para Margarita de Austria, que las tenía en su palacio de Malinas, como consta en el inventario que se hizo de él en 1516. Tras pasar a poder de Carlos V, éste se las regaló a su mujer, Isabel de Portugal, y desde entonces permanecieron en la colección real, aunque su número se haya visto reducido en la actualidad a quince.
Denotan estas tablas cualidades que debieron ser muy del gusto de la Reina: “falta de opulencia en el desarrollo de las composiciones, sobriedad y concentración de las escenas, emotividad provocada por la expresión a veces un poco descarnada”. Como rasgo anecdótico precisar que en una de las tablas " La multiplicación de los panes y los peces " se hizo retratar don Fernando, mezclado con la multitud.
Técnicamente, lo que nos induce a hablar de flamenquismo en las tablas de Juan de Flandes y de Michel Sittow se encuentra en la minuciosidad empleada, aprendida en la precisión de los primitivos flamencos y en el pintoresquismo y dulzura de Gerard David.
El tema de la Virgen con el Niño abunda en la colección; el relato evangélico se seguía en polípticos, retablos y cuadros, desde la Anunciación, pasando por el Nacimiento, hasta la última Cena y la Pasión, sobre la cual había bastantes pinturas.
Singular es la Oración del huerto de Botticelli, así como el Cristo muerto mostrando las llagas y erguido en el sepulcro, de Perugino. Lo que es una prueba más de que, como afirmábamos más arriba, los efluvios renacentistas habían llegado a la corte, y de que la reina supo conciliar un sincretismo pictórico muy certero: Weyden y Botticelli, Memling, el Bosco y Perugino.
Pero también hubo pintores españoles: Pedro Berruguete y Bartolomé Bermejo fueron nuestros grandes pintores del momento. Así, del primero podemos citar El San Juan Evangelista, que se encuentra en la Capilla Real de Granada; del segundo, la tabla pintada por las dos caras, la Adoración de los Magos y el Ecce-Homo.
De las pinturas flamencas de la Capilla Real de Granada, las de mayor fama se conciben antes del nacimiento de Isabel: así, el tríptico de Van der Weyden, conocido como Granada-Miraflores debido a la polémica suscitada en torno al mismo. El rey Juan de Castilla lo había comprado y posteriormente donado al monasterio de Miraflores en Burgos. Más tarde, entre los legados a Granada destacan dos tablas atribuidas al mismo autor (el Nacimiento y la Piedad, de las que se ha cortado la parte superior con el fin de hacerlas encajar en un mueble) que formaban parte de un tríptico, cuya tercera tabla con la Aparición del Cristo resucitado a su madre se encuentra hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York (donde ingresó en 1921). Durante años se especuló sobre cuál sería la obra original y cuál la copia. En la actualidad se ha podido demostrar, gracias a la dedrocronología y los rayos infrarrojos, que es la versión de Burgos y no la de Granada la obra auténtica que salió de la paleta de Rogier.. Todo parece apuntar a que Isabel la Católica quiso tener en el lugar elegido para acoger sus restos una copia de esa pintura famosa de Van der Weyden, probablemente de mano de uno de sus dos pintores de corte, Michel Sitow o Juan de Flandes.
Quizá objetivamente la pintura de mayor calidad entre las que se guardan en la Capilla Real de Granada sea el Tríptico del Descendimiento de Dirk Bouts, aunque no se tiene referencia documentada sobre ella. Destaca también La Virgen con el Niño y ángeles de Dirk Bouts, realizado antes de que Isabel fuera Reina. También parece haber tenido preferencia por el Maestro de la Leyenda de Santa Catalina, del que se conservan en la Capilla Real dos tablas pertenecientes a un tríptico la Virgen Con el Niño y santas y la Misa de San Gregorio, que fue desmembrado en el inventario de la colección de la reina.
Conclusiones
De lo expuesto se deduce que, aunque en Isabel el componente devocional no dejó de existir nunca, ya que todos los que hablaron de ella no dejaron de resaltar su profundo sentimiento religioso, sin embargo ello no le impidió analizar los problemas políticos con frialdad y rigor, aunque chocaran con sus creencias piadosas. De ahí que la mayoría de las obras que reunió, compró, encargó, heredó y guardó fueran religiosas.
El número de objetos artísticos, aparte de otro valor de uso, que le pertenecían a la hora de su muerte, es enorme. Los regalos recibidos fueron cuantiosos, por lo que forzosamente debemos de reconocer que debieron de agradarle, lo que implica una cierta sensibilidad estética en parte justificada por razones religiosas.
Es evidente, que estamos ante una de las grandes coleccionistas y promotoras artísticas de la Edad Media hispana, quizás la mayor hasta Felipe II, pero sobre todo fue una mujer que reveló a Europa que la femineidad no es un obstáculo para el ejercicio de las funciones reales.
Bibliografía.
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HERRERO CARRETERO, C., Tapices de Isabel la Católica: origen de la colección real española, Madrid, Patrimonio Nacional, 2004.
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SÁNCHEZ CANTÓN, F. J., Libros, Tapices y Cuadros, que coleccionó Isabel la Católica, Madrid, 1950.
YARZA LUACES, J. J., “Isabel la Católica coleccionista, ¿sensibilidad estética o devoción?”, en Arte y cultura en la época de Isabel la Católica : ponencias presentadas al III Simposio sobre el reinado de Isabel la Católica, celebrado en las ciudades de Valladolid y Santiago de Chile en el otoño de 2002/ coord. Por Julio Valdeón Baruque, Valladolid, 2003.
Índice.
Isabel La Católica “Coleccionista” 1
Mujer culta 1
Amor por la literatura y los libros 2
Incipiente interés coleccionista 3
Gusto estético 6
Los tapices 8
Las pinturas 9
Conclusiones 13
Bibliografía 14
Índice 15
BEATRIZ GALINDO. Fue profesora de latín de Isabel la Católica. Sus aficiones humanistas le valieron el título de “La Latina”.
FERNANDO DEL PULGAR: Crónica de los Reyes Católicos. T. LXX de la “Biblioteca de Autores Españoles”
JERÓNIMO MÜNZER: Viaje por España y Portugal en los años 1494 y 1495. Ediciones Polifemo. Madrid, 1991. Münzer estuvo en España cinco meses, desde el 17 de septiembre de 1494 al 9 de febrero de 1495.
ANTONIO DE NEBRIJA: Gramática castellana. Edición crítica de Antonio Quilis, Madrid, 1990
FRAY HERNANDO DE TALAVERA: Obispo de Ávila y primer Arzobispo de Granada, hasta el 23 de enero de 1493.
SANCHEZ CANTÓN, F. J., Libros tapices y cuadros que coleccionó Isabel La Católica, Madrid 1950.
VON SCHOSSER, J, Las camaras artísticas y maravillosas del renacimiento tardío, Madrid, 1988.
YARZA LUACES, J., “Isabel la católica coleccionista”, en Arte y Cultura en la época de Isabel la Católica, VALDEÓN BARUQUE, J. Yarza considera que en los retratos representativos de realeza, es donde están más presentes los signo de lujo y adorno, apareciendo las imágenes más idealizadas, mientras que los destinados al uso personal de la familia, los retratos son más veraces, y los retratados visten con más sobriedad.
DE LA TORRE Y EL CERRO, A. Testamentaría de Isabel la Católica, Valladolid, 1968, pp. 16-26, 31, 85 y 88.
Ibid., pp. 52, 61, 62 y 64.
MORÁN. J. M., y CHECA CREMALLES, F., El.coleccionismo en España : de la cámara de maravillas a la galería de pinturas.
DE LA TORRE Y EL CERRO, A. Testamentaría de Isabel la Católica, Valladolid, 1968, pp 66, 67, 111, 311 Y 318
Ibid., pp. 84-85.
YARZA LUACES, J. “Isabel la católica coleccionista”, en Arte y Cultura en la época de Isabel la Católica, VALDEÓN BARUQUE, J., Yarza nos da una descripción de la misma, y manifiesta que todos los que se han interesado por la Capilla la mencionan o la estudian.
La Restauración del Retablo Mayor de la Catedral Vieja de Salamanca. Edita: Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, PANERA, J. y otros. 2000
SANCHEZ CANTON, F.J., Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid, 1950. pp. 89-107.
SANCHEZ CANTON, F.J., Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid, 1950. pág. 102.
Es imposible el recuento exacto, debido a la vaguedad de muchos asientos.
SANCHEZ CANTON, F.J., Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid, 1950. pág. 182.y 189.
MADRAZO , 1884, p. 12. Ya se hizo eco de este hecho.
El retablo de la Reina Católica. Ver SANCHEZ CANTON, F.J., Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid, 1950. pp. 157-158. nota 72.
La bibliografía sobre las tablas de Granada es amplia. Ver, YARZA LUACES, J. “Isabel la católica coleccionista”, en Arte y Cultura en la época de Isabel la Católica, VALDEÓN BARUQUE, J., Yarza aconseja la monografía de VAN SHOUTE, R., La Chapelle Royale de Granade, Bruselas, 1963. Si bien en ese momento aún no existían los recursos técnicos, tales como los rayos infrarrojos o la dendrocronología, por lo que van Schoute creyó hallarse antes dos originales de Weyden.
Veáse, AINSWORTH, 1998, pp. 216-19. La dendocronología confirma que el roble del báltico con el que se hizo la tabla de Nueva York se cortó años después de morir Weyden y, por tanto, necesariamente tiene que ser una copia posterior. Maryan Ainsworth ha atribuido la tabla de Granada (dividida entre la Capilla Real de Granada y el Museum of Art, Nueva York), a Juan de Flandes por encargo de la reina Isabel la Católica.
SANCHEZ CANTON, F.J., Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid, 1950. pp. 170-71.
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